P 5 La Caja de Pandora

Episodio 5 sobre P: Vainilla es un sabor, de muchos. La parte más profunda de nuestro ser sale solo con aquello que no podemos probar con facilidad y que, la mayoría de las veces, nos es negado. La verdadera libertad se adquiere cuando liberamos nuestro verdadero yo.

Las sesiones de sexo entre ellos se volvieron una rutina más en sus vidas. Las apps de contactos cogieron polvo, cada vez más. Sus perfiles quedaron totalmente aletargados. P no necesitaba , ni maldita la gana que tenía, de indagar conociendo a desconocidos provistos de ridículas pollas en comparación con la de Carlos. Y por supuesto no echaba de menos la montaña de groseros, mareantes y ansiosos que abundan por esas apps. Había gente interesante, por supuesto, pero era mucho más frecuente de lo deseable toparse en esas apps a individuos que le pedían fotos, datos personales y sexo virtual o explícito sin ni siquiera presentarse y/o sin mostrar ni una sola imagen de si mismos. Y extremadamente normal que ante cualquier reticencia o negativa, la ausencia de educación o respeto fueran totales. P no echaba de menos eso, y tenía sus necesidades, aparentemente al menos, cubiertas.

En lo que a Carlos se refiere, con P veía terreno por explorar. Aún no había visto donde se terminaba el terreno con él. No sabían ni siquiera hasta dónde podían llegar, pero por el camino tenía una serie de ideas concretas, que pensaba realizar una a una. Lo que sí tenía muy claro es que P le gustaba. Físicamente estaba bien, sin ser el mejor cuerpo que había probado, ni el rostro más bello. Sobre todo lo que le gustaba de P era su entrega de un modo natural, inherente a él. P no se comportaba, no actuaba así, ERA así. Carlos era muy consciente de que lo que tenía con P iba a ser difícil de superar o simplemente igualar, poco a poco fue tomando conciencia de ello.

Tener un largo y enorme miembro viril no son todo ventajas. También supone muchas limitaciones. Podía acostarse con quién desease, solo con presentar a su “amigo” a cualquier gay, y a muchas mujeres. Casi tod@s querrían acostarse con él. La curiosidad, el morbo, eran imanes poderosos…

Pero la realidad se imponía en la cama. Poc@s podían con él. Demasiado grande. Pocas bocas, pocos coños y por supuesto, pocos culos aceptaban semejante trabuco en su interior, y no digamos ya al completo. Muy pocos agujeros podían asumir ese diámetro sin molestias o dolor, menos aún aceptarlo en toda su enorme longitud, y menos aún conjugándose todos los agujeros con capacidad plena y en una misma persona.

Carlos había probado mujeres, hombres, trans… Los que más le gustaban eran los hombres, de eso no tenía ninguna duda. Más que nada por su actitud naturalmente obsceno hacía el sexo, de un modo tan semejante al suyo. La compenetración mental durante el sexo con otro hombre era simplemente fácil. Hacía tiempo que tenía descartado formar cualquier familia o pareja estable, solo quería vivir como lo hacía y tener un amante exclusivo. Pero para eso, quién ocupase ese papel debía estar a su nivel. Y con P la duda ya no era esa…

La duda para Carlos empezaba no a ser si P estaba en ese nivel… Empezaba a dudar de si él mismo estaría al nivel de P. Y eso en parte generaba un temor en lo más remoto de su ser. ¿Qué podría llegar a hacer P si fuese desatado poco a poco de sí mismo? ¿Qué no sería capaz de hacer? Decía que no podía con cosas como el copro, pero Carlos estaba convencido que si a él le gustase, con tiempo y entrenamiento, en las circunstancias adecuadas, P haría LO QUE SEA que le pidiera. Y lo que es peor, lo disfrutaría. En el fondo Carlos temía el potencial de P… Temía no poder controlarlo, no ser suficiente, ni siquiera él.

Un día Carlos y P habían quedado para algo más relajado. Habían tenido sexo extremadamente duro el día anterior. A P le dolía no sólo el ano, le dolían los pezones y el culo de las bofetadas y pellizcos tan fuertes que le dió Carlos en el clímax. Algún manotazo fue realmente duro, y tenía marcas en sus glúteos, le dolían al andar o apoyarse sobre ellos.

Estaban tomando el sol, a la orilla de un lago. Un lugar para el verano, típico lugar de Domingueros, niños, parejas y gente que va a bañarse y tomar el sol. Los dos tenían varios días libres y no todo iba a ser sexo a saco. A veces los dos estaban exhaustos y querían hacer cosas más… normales.

Carlos tomaba el sol boca arriba. P lo miraba con adoración, tumbado boca abajo.

“Me duele el culo”

“Pero te gustó, zorra”

Silencio, el que calla otorga. Ambos sonreían.

“¿Puedo preguntarte una cosa?” inquirió P.

“Dispara”.

“”Te acuerdas el día que me… orinaste por primera vez?”

“Pero no por última, ¿verdad tragón? Te mola tragar todo lo que te echan…”

Rojo como un tomate, en privado algo así P podía oirlo y asentir sin más. Pero estaban en un lugar público. Nadie les había oído, estaban suficientemente apartados del resto de personas en la orilla. Carlos lo dijo de ese modo provocando esa reacción de vergüenza en P, y lo hizo totalmente a propósito. Quería hacerle reconocer que era ASI, que era un puto. Además disfrutaba puteándole, haciéndole sufrir humillaciones, echándole en cara su naturaleza obscena contra sus prejuicios mentales… Era parte del juego entre los dos. Y era una forma de avanzar tumbando las propias barreras que P aún tenía en su mente. Ambos sabían que dentro de P habitaba un animal netamente sexual pasivo, sumiso (al menos en apariencia) y sin limitaciones apenas. Y estaba solamente maniatado, cada vez en menor medida, por prejuicios e ideas que lo coartaban.

La lluvia dorada había pasado a ser algo no obligatorio en cada sesión de sexo, pero estaba dentro del repertorio como algo simplemente normal entre ellos. P había tragado mucho semen, saliva y orina de Carlos. Había recibido tantas bofetadas en el rostro, azotes en los glúteos, castigo físico y dolor al practicar el sexo en cualquier forma y por cualquiera de sus orificios, que si le hicieran todo lo practicado hasta el momento, junto en una misma sesión de sexo, acabaría en un hospital. Y P quería más, le gustaba todo lo que Carlos le hacía. Y lo que era peor, había un lado recóndito en P donde habitaba su yo más profundo, y ese yo quería más… y más… Y no siempre de lo mismo, quería nuevas cosas, la lista de ideas en lo más remoto del ser de P aún por cumplir era larga.

Lo disfrutaban ambos, cada uno en su papel de Dominante / Activo y sumiso / pasivo.

P se recompuso del asalto emocional que le supuso el comentario de Carlos y lanzó su cuestión.

“ESE día… Vi como traías una bolsa de deporte cerrada…”

Carlos vió que tenía buena memoria. Se hizo de rogar.

“Aja. ¿Y?” Le dijo enarcando una ceja, inquisitivamente

“Pues…. ¿Que podrías decirme qué había dentro?”

“¿Y por qué coño te lo iba a decir?” escupió frunciendo el ceño. Usando el lado Dominante Carlos escondía así la respuesta, a la vez que obligaba a P a hacer dos cosas. A recuperar su lugar de pasivo y sumiso y… a devanarse los sesos para convencerle de algún modo que le contase qué había dentro.

P se vió en un aprieto. Había “infringido” una norma no escrita entre ambos, él era el pasivo y sumiso. Podía preguntar, podía decir, pero no podía insistir. Carlos era el Dominante, el Activo… Ese papel era contra natura para P, y Carlos jugaba con ello, pero era… lo natural y lo que P quería.

Recuperó la compostura y lo intentó de otro modo “Tal vez si… hubiera alguna forma de que me ganase el obtener esa información…”

“¿Me estás ofreciendo algo?” le dijo Carlos frunciendo de nuevo el ceño, de un modo claramente forzado y siguiendo con el jueguecito.

P captó la indirecta, de nuevo “No… Ya se que… puedes coger lo que quieras de mí” se puso rojo intensamente, tanto que abarcaba todo su rostro y llegaba hasta la parte superior de su pecho. Ponerse totalmente sumiso y hablar así EN PÚBLICO era algo complicado.

Carlos se descojonaba vivo al ver a P como un tomate. Le encantaba P y su actitud. No ocultó su complacencia, pero no abandonó ese juego. Era interesante y lograba estimularles a ambos.

“Si quieres saber lo que había en esa bolsa tienes que hacer lo que te ordene esta tarde”. Estaba claro que a Carlos le encantaba juguetear.

“Eso siempre lo hago”.

“Ya lo veremos, si quieres saber lo que había en esa bolsa, que está en mi casa tal y como la dejé, harás dos cosas”. Carlos sonreía, lo que a P le relajó, confirmándole lo que ya intuía por los gestos de éste, que la cara de enfado al hablar era forzada. Ambos estaban realmente a gusto juntos.

“Soy todo oídos”. Y se acercó a Carlos, dándole un inocente pico, mirándole a los ojos.

“Iremos a casa, yo conduciré”.

“Aja” P sonreía.

“Y me harás una mamada todo el camino”

“Vale, pero a ver si no nos ve un guardia, porque nos detendrá a los dos. A mi por hacerte una mamada y a ti por ir armado en la vía pública, confundirá tu pollón con un arma seguro” Los dos empezaron a reírse.

Carlos continuó hablando “Una cosa más, si quieres saber lo que tiene esa bolsa, harás TODO lo que yo te diga”.

P dudó un instante. No quería cortar el rollo a este momento tan especial que se estaba generando, pero no sabía qué podía pedirle Carlos… Y ni si sería capaz.

“No quiero fallarte. ¿Y si me pides algo que no puedo con ello?”

“Podrás, confía en mí, sé que podrás”. P no dudo de Carlos. A sus ojos era alguien con una experiencia dilatadisima, y le estaba enseñando muchas cosas, pero sobre todo le estaba enseñando que aún no sabían de qué sería él mismo capaz, en su papel como sumiso no estaba claro qué podrían llegar a hacer.

Recogieron las cosas, Carlos al ponerse de pie tenía ya la verga morcillona. No asomaba del bañador porque con su físico siempre llevaba bermudas hasta debajo de la rodilla o por esa zona. Tener 30cm de mástil entre las piernas, caso de producirse una erección, obligaba a adoptar determinadas costumbres en la forma de vestir. Carlos nunca podría usar un bañador tipo slip sin dejar a toda una piscina en silencio, o aplaudiendo a rabiar, en caso de acabar erecto.

Llegaron al coche. Estaban aparcados en batería, mirando hacia la orilla del lago. El sol les daba de frente, estaba empezando a atardecer. Carlos arrancó, pero no movió el coche. Había gente a escasos metros del mismo, mirándoles de vez en cuando de un modo natural.

P se temía lo peor “¿No arrancas?”.

“Hemos quedado en una cosa” dijo Carlos, con cara de auténtico cabrón. Quería que P se humillase, poniéndose a mamarle la polla ahí mismo, sin salir siquiera del parking y rodeados de gente. La mirada de Carlos traslucía total determinación, sería un juego, pero no bromeaba.

P no tenía opción, era mamar o mamar. Carlos sabía que lo haría. P intentó disimular, metió su mano izquierda en las bermudas de Carlos y extrajo su enormidad, con cuidado de no causarle ninguna molestia. Empezó a pajearle disimuladamente, Carlos seguía sin meter ninguna marcha. Miraba nervioso a su alrededor, intentando abarcar a todos los viandantes en su campo de visión. Quería lograr un instante en el que nadie les mirase, y empezar, pero era imposible. Siempre había un hombre, un niño, una mujer o un grupo de personas que les miraba.

“Hazlo o no hay trato” le puteo Carlos. QUERÍA que P se humillase, que lo superase. Y lo iba conseguir, no hacía ni el más mínimo gesto de echar a rodar el coche, dejando el motor sonar, llamando tenuemente la atención por encenderlo y no moverlo.

P se rindió. No pudo evitar pensar “A la mierda, que me vean”. La vergüenza se fue. Se agachó y se metió esa enorme polla en la boca, succionándola e intentando tragarla lo más profundo posible en una postura que no lo ponía nada fácil, el sabor salado y un leve aroma de precum inundó su paladar. Cuanto más adentro la tragase, menos se vería su cabeza. Aunque desde fuera, cualquiera que se fijase podría darse perfecta cuenta de la movida. El morbo encendió a P, el calor que empezó a sentir arrasó cualquier atisbo de vergüenza, dejó de captar nada de lo que les rodeaba y su ser empezó a concentrarse en el sabor, en la carne que crecía en su boca. Todo el ser de P reaccionó, el animal volvía a estar suelto.

Carlos sonrió con un gesto triunfante. Y miró adelante, un gordo entrado en años les miraba con sorpresa absoluta. Carlos vió como les miraba y le lanzo una sonrisa de superioridad como diciendo “Es MI PUTO y hace lo que yo digo, cuando yo lo digo y como yo lo digo”. El coche empezó a moverse. El gordo no dejó de mirarles, sin decir absolutamente nada.

La mamada fue de antología. P dejó el asiento bajo Carlos húmedo de babas. Hizo de todo, puro contorsionismo, para lograr poner su cuello en la postura adecuada que permitía a semejante pedazo de pene bajar por su garganta. Y en algún semáforo en medio de ninguna parte aprovechó para sacársela y morrearse con Carlos intensamente, a la vergüenza inicial estaba dando paso un calentón importante.

Estaba claro que P había activado su lado más intensamente sumiso, pasivo y necesitado de sometimiento y abuso solo para poder superar el reto de hacer una mamada en público. Su naturaleza más profunda había roto las barreras de la vergüenza a felar en esa tesitura. Una vez conseguido eso, pocas cosas impedirían a P hoy cumplir con los objetivos que le propusiese Carlos. Y no iban a ser objetivos… fáciles.

Llegaron al edificio de viviendas donde residía Carlos. P en las inmediaciones paró la mamada un instante, al reconocer la zona. Carlos le miró, y le ordenó “No te pares”. P obedeció, siguió chupando. Las babas cubrían parte de su rostro, toda la polla de Carlos y caían hasta el asiento. El coche giró para entrar al garaje, parándose mitad en la carretera, mitad en la acera. Carlos pulso un radiomando, y esperó mientras se abría la puerta automática de entrada al parking.

Una mujer con un cochecito de bebe que andaba por la acera les miró, vio a Carlos y una cabeza subir y bajar entre sus piernas, evidenciando lo que pasaba… Carlos entrecerraba los ojos, fruto del placer, recostando su cabeza contra el respaldo, mientras P subía y bajaba, haciendo una garganta profunda hasta más de la mitad de su polla. Carlos se percató de la presencia de la mujer, sonrió con cara de cabrón, saludándola sarcásticamente como si la conociera de toda la vida y se alegrase de verla. Ella se sorprendió, y más aún al ver que la cabeza que subía y bajaba era claramente masculina, tanto que no pudo más que apartar la mirada y seguir andando, apretando el paso. Carlos se descojonaba. P sabía por lo que notaba en Carlos que algo así acababa de suceder, siguió con la mamada. El sabor a precum era ya muy muy relevante.

Aparcaron en la plaza de garaje. P no paraba, quería sacarle la lefa a Carlos, estaba “modo puto ON”, llevaba 20 minutos mamando sin parar y quería su premio, la maleta con lo que ocultaba dentro no le importaba ahora, quería semen, quería un lefazo pleno en su garganta.

Pero si le importaba a Carlos “Para”.

Esa orden fue suficiente. P cesó en su asalto a Carlos, pero pasó a morrearle con saña. Estaba muy muy encendido, no podía parar sin más, obedeció parando de mamar, pero su cuerpo le impulsó a devorarle. Carlos notó el ambiente tan cargado con P, en ese momento podría haberlo sacado del coche, ponerlo contra el capó y sodomizarlo ahí mismo, P no se habría negado.

“Vamos a mi casa, te enseñaré lo que quieres ver y harás lo que yo te diga”.

P asintió, estaba totalmente dispuesto a lo que fuese menester. La parte final de la frase de Carlos se repitió en su mente, esa parte de su ser, la más oscura, el animal más sumiso que llevaba dentro la susurró de nuevo en sus pensamiento “Harás lo que él te diga”. El corazón de P latía con fuerza al repetirse esa frase en su mente. En la niebla oscura de lo más profundo de su mente, como sumiso, deseó dolor, placer, sometimiento… De nuevo algo hizo clic.

Llegaron al piso. Carlos dió una orden. “Al baño, prepárate. Y hazlo A FONDO”.

P comprendió el requerimiento, no iba a ser una penetración sin más, Carlos tenía pensado algo especialmente profundo y duro para su culo. Más le valía cumplir con una limpieza perfecta de sus intestinos o podría acabar mal la cosa.

15 minutos, un enema profundo y una ducha más tarde P se presentó ante Carlos. Este le esperaba en la sala, tomando un cubata. En la mesita frente al sofá, la bolsa. Estaba cerrada. No se veía lo que había dentro. Junto a ella dos botes de lubricante, uno de base agua transparente, el habitual, y otro de un color blanquecino, que P no identificó.

“Siéntate aquí” una palmadita en el sofá junto a él le indicó a P que quería tenerle cerca. Obedeció, estaba algo nervioso.

“Vas a hacer lo que yo te diga, ¿verdad?”

“Lo intentaré”. La voz en su mente dijo algo diferente , que Carlos repitió casi a la vez según lo pensaba. “No, no lo intentarás. Lo vas a hacer”.

P sintió temor, temor de verdad. Llevaban ya semanas viéndose. Habían hecho cosas realmente duras. No se imaginaba cuál podía ser el siguiente paso, pero suponía, acertadamente, que no sería fácil en absoluto.

Carlos por su parte abrigaba la esperanza de que P lo superaría con mucha más facilidad de la que él mismo creía. Sabía de las dotes del ano de P, la elasticidad que había adquirido tras las intensísimas folladas a las que lo había sometido.

“Te diré lo que vamos a hacer, abre la bolsa”.

P tragó saliva, obedeció. La adrenalina se disparó en las venas de P, potenciando sus sentidos, ralentizando el tiempo. La cremallera hizo un sonido estruendoso en ese momento, se podía cortar el aire con un cuchillo. Ante ellos apareció el contenido de la maleta.

Juguetes sexuales. Pero no el típico consolador, o las consabidas esposas… Eso era una memez alado de lo que apareció. Había correas, varios juegos, con muñequeras para sujetar las extremidades. P no intuía ni siquiera cómo se podían poner, o qué postura adquiríría su cuerpo con todo eso. Había varias fustas, una pala de azotar, un bocado con una bola y más cosas que para P eran desconocidas. Pero lo que más le llamó la atención fueron los dildos. Dos, enormes no, lo siguiente.

Uno, el de color carne, mediría como unos 40cm y tenía un grosor simplemente grandioso de entre 6 y 7 cm, más aún que la tremenda verga de Carlos, pero tampoco mucho más. Tenía en la base una ventosa y dos pares de testículos realísticos.

Pero el otro dildo… Eso ya no tenía nombre. De color gris. El tamaño era brutal, nada se podía comparar a algo así. Para hacerse una idea había que mirarlo contra un objeto similar, y lo más cercano era una botella de 2 litros de refresco, simplemente impensable. Longitud similar al anterior, pero el diámetro de unos estratosféricos 8 a 10cm… Con forma de polla, una polla totalmente irreal porque nadie puede tener algo así entre las piernas. Con una ventosa en la base, a diferencia del primero, sin testículos .

P se bloqueó. Su cuerpo le avisó de que eso podía causar daños físicos. Temor, sobre todo al dildo más grande de todos.

“¿Qué te parecen?” indago Carlos.

“Me parecen… No sé. El que se parece a tu polla,creo que podré con él. El otro… No sé, igual alguien puede, yo no lo veo, al menos no ahora”. El corazón de P amartillaba sus sienes, iba a mil por hora.

“No te preocupes, el grande tiene truco”.

P le miró inquisitivamente. ¿Truco? ¿Acaso podía dotar por arte de magia a su ano con un tamaño inabarcable? P no entendía nada…

“Confía en mí, el grande hoy no será, pero será”. La mirada de Carlos en P denotaba una determinación absoluta y un conocimiento sobre lo que hablaba. P se sintió obligado y asintió, sin saber si sería cierto, si podría con algo así.

“Quiero que estés tranquilo. No haremos nada que te cause ningún daño. Debes confiar en mi”.

P asintió, confiaba en Carlos, nunca le había defraudado tomando el control de un modo indebido. Sabía cuando parar, cuando dejarle respirar, cuando no seguir. Podían avanzar a pasos agigantados, pero sin cometer excesos que supusieran problemas, bloqueos o retrocesos en su avance.

“Ponte ahí, a cuatro” le dijo Carlos, indicando un reposa pies. P entendió la postura inmediatamente, puso su pecho sobre el acolchado. Era aterciopelado, mullido, cómodo. Sus rodillas tocaban el suelo, su culo estaba expuesto, como si estuviese a cuatro patas, pero de un modo lo más relajado posible. P se abandonó a si mismo, sabía lo que vendría, la zona que hoy Carlos iba a prestar atención, pero no se imaginaba lo que realmente iba a suceder, y Carlos tampoco.

Carlos hoy no quería ni su boca, ni su culo. La idea inicial que manejaba Carlos contemplaba dilatarlo para meterle el primer dildo, el que era algo más grande que su enorme polla.

Empezó con los dedos, untándolos en el líquido blanco. Carlos le explicó que era lubricante de base silicona. “Esto es mejor que el de base agua, pero no lo suelo usar porque es incompatible con los condones y con algunos juguetes”.

“¿Y con esos dos mastodontes?”

“Con esos es perfectamente compatible. Es el mejor lubricante para sexo anal… extremo”.

Al oírlo P fue doblemente consciente de lo que iban a hacer. No sabía el qué, ni exactamente el hasta dónde o cómo, pero hoy iban a llegar más lejos que nunca.

Carlos pasó sus dedos, sobrecargados con el lubricante, por el ano de P. Extendió una buena cantidad en la entrada trasera y metió dos dedos, que entraron con asombrosa facilidad. P notó como su ano se estiraba inmediatamente. Carlos no se anduvo con rodeos, movía los dedos sin cesar. Los giraba, los metía, de una mano, de la otra… Dos, tres…

P no paraba de gemir, el asalto era fuerte, no le daba ni un respiro. Le costaba seguir ese ritmo tan creciente. Carlos paró. P cerró los ojos, aliviado.

Dolor, notó como Carlos entró de sopetón con su tremenda polla. A pesar de su capacidad adquirida en tantos y tantos juegos anales con Carlos en unas pocas semanas, la entrada tan en seco le costó.

Exhalo aire al sentir como el falo entraba sin piedad, hasta la puta cocina. Carlos no se quedó quieto, no le dejaba a P recuperarse. Sin darle tiempo a nada pasó a un bombeó profundo. P simplemente notaba un lleno muy muy intenso. Sus entrañas eran estiradas una y otra vez con cada embestida. Lo estaba partiendo en dos, no era follar sin más.

Cerrando los ojos P gimió, de dolor, de placer… “¡Ahhhhhhhhhhhhh!” Plas plas plas… Los huevos de Carlos rebotaban contra el culo de P. Los ojos cerrados. El dolor desapareciendo. Sudor en la frente. Las entrañas abiertas de par en par. Profundo, muy profundo.

De repente paró. El vacío se hizo en su interior. P notó como entraba aire dentro de él por su ano abierto. Echaba de menos ahora esa polla.

“No digas nada, cállate”. Mientras oía esto, algo le tapó la vista. Carlos le había tapado los ojos, no quería que viese nada. Luego sujetó sus manos y le puso algo en las muñecas, ese algo lo llevo tirando hacia abajo, atrayendo sus manos hacia la base del reposa pies. P quedó bloqueado, con el culo expuesto, cegado y con las manos sujetas, sin poder moverse. Y no quería hacerlo. En el fondo este juego le ponía muy muy cachondo. Era una fantasía hecha realidad, sentirse así, maniatado y sin saber bien lo que iba a pasar. Con esa bolsa al lado, conteniendo un arsenal termonuclear de juguetes sexuales. El calor que sentía era intenso.

La ceguera potenció sus otros sentidos. Se concentró en el sonido, el tacto… El tiempo transcurría más lentamente ahora. Empezó a sonar una música. Carlos acababa de poner PJ Harvey, su voz rasgada se adueñó del aire, la música pulsante operó lo que faltaba en el ambiente. Notó como Carlos volvía junto a él.

Un azote, duro, fuerte, doloroso. Un gemido de dolor, de sorpresa. Los dedos dentro de nuevo, con abundante líquido. Líbido por las nubes. P se sentía obsceno y asaltado. No le respetaba, le utilizaba. Y le gustaba esa sensación. En las tinieblas de su mente se oia una voz agradecer cada asalto, cada golpe, la violación de ese cuerpo.

Más azotes, más dedos…La mano de Carlos giraba, torsionando el ano de P con los dedos, abriéndose cada vez más y más… P no paraba de gemir… Carlos estaba sudando, el juego no solo calentaba a P, él mismo tenía ya poco control de las decisiones, sus instintos de Dominante asomaban, el impulso sustituía a cualquier idea anterior.

El ano de P le requería un buen esfuerzo, no era fácil mantener un ritmo intenso y llevaban ya más de media hora dándole caña. P estaba muy muy excitado. Carlos quería someterle a algo nuevo. Había empezado pensando en los juguetes, pero… Una idea nueva cobraba forma.

Donde había tres pasaron a haber cuatro dedos. P notaba como la mano de Carlos se iba aplanando, a medida que entraban más y más los dedos, insertando el inicio de la palma. Sus gemidos crecieron, la sensación era más y más salvaje.

“Noooo…. ¡noooooo paressssssss joderrrrrrr!” oyó P decir a su propia voz… Apenas podía soportar el dolor y acababa de decir eso, no era ni dueño de sí mismo. Desde las sombras alguien en su interior sonreía, gozándolo en extremo, paladeando todo con deleite.

Carlos se detuvo. “Ahora relájate”.

P a estas alturas sabía ya lo que sucedería, lo había visto en infinidad de vídeos. Era algo que siempre le había fascinado, pero que suponía al alcance de anos dotados de cualidades excepcionales. Jamás se imaginó haciendo un fist fucking, pero ahí iban… A hacerlo.

Carlos se untó de nuevo las manos, como si no hubiera nada de lubricante en el culo de P, que por contra estaba rebosar del mismo. Más valía que sobrase, esta actividad tenía sus riesgos.

Introdujo tres dedos, sin girarlos, penetrando hasta donde pudo. Entraron con facilidad. Los sacó y metió varias veces, lentamente. Se les unió el cuarto. Repitió el proceso.

Pasó luego a poner la mano como si fuese a darle la mano a alguien, con el pulgar hacia arriba, y empujó lentamente. P se abrió más y más… La palma de la mano desapareció dentro de P “Ahhhhhhhhh….” exclamó éste.

Carlos sudaba, hipnotizado con lo que sucedía delante de su rostro. Veía desaparecer su palma dentro de ese culo, y el dueño le daba las gracias gimiendo. Ya pensar era algo extenuante, era más fácil dejarse llevar. Sus manos actuaban con vida propia.

Sacó la mano, volvió a ponerla contra el ano de P, pero esta vez… Todos los dedos en punta, los cinco. Hizo presión.

P notó la diferencia en la forma de la mano, los nudillos delataban que algo había cambiado, la postura era otra. Y al ir entrando el diámetro crecía más con la misma profundidad con respecto a las anteriores embestidas. No sabía cuántos dedos iban ya, pero esperaba que no faltasen muchos más o le reventaría. No era consciente de lo que estaba entrando dentro de su culo con los ojos tapados.

Carlos apretó, sus dedos fueron escondiéndose de su vista, uno a uno. El recto de P fue envolviendolos todos, hasta que solo quedaba la base del dedo gordo fuera. P gritó “¡Ahhhhhh! Paraaaaaaa… por favor, paraaaaaaaa…”. Carlos notaba que ya estaba casi dentro, dudó, sintiendo un bloqueo, pasar requeriría una dilatación aún mayor.

P estaba cegado completamente, la máscara no le dejaba ver nada. Notaba su esfínter dilatadisimo, como si se fuera desgarrar. Si le abrían más no sabía qué pasaría. El dolor era intenso, aunque soportable si el avance cesaba. Suplicó parar, más por temor que por verdadero dolor. Carlos no decía nada, su mano seguía ahí, torturándole, sin moverse de su entrada, inmovil. Y de repente notó como Carlos empujó, sin avisar, lento pero sin parar. P gritó. “¡Aaaaaaaaahhhhhh!”

Y de repente todo terminó. Notó como esa mano, ese objeto imposible, pasaba de golpe a su interior. El dolor se fue, vino la recompensa. Una sensación de plenitud, de lleno, de… placer muy muy intenso, que no bajaba en intensidad, que permanecía, como esa mano en su interior. “¡Ahhhhhhh!” salió de sus labios, esta vez indicando alivio y profundísimo placer. PJ Harvey sonaba con un solo de fondo, rasgando una guitarra, la voz oscura, tétrica…

I was born in the desert

I been down for years

Jesus, come closer

I think my time is near

And i've traveled over

Dry earth and floods

Hell and high water

To bring you my love

Carlos vio desaparecer su mano. El recto de P la envolvió de golpe, devorándola, engulléndola repentinamente, hasta la muñeca. Estaba como hipnotizado.  Había oído las quejas de P, pero sus manos tomaron la decisión por él y… luego escuchando los gemidos de placer de la boca de P una vez que estuvo dentro... Había acertado, P podía.

Climbed over mountains

Traveled the sea

Cast down off heaven

Cast down on my knees

I've lain with the devil

Cursed god above

Forsaken heaven

To bring you my love

A continuación Carlos siguió con el juego. Solo que ahora P estaba ya cedido, abierto. Procedió a sacar la mano, muy lentamente. El ano de P bloqueaba el paso, tanto en un sentido como en otro. El músculo del recto frenaba cualquier movimiento de meter o sacar, hasta que llegado un límite se sumaba y empujaba en la dirección en la que se iba, o bien sacando o metiendo la mano con fuerza. P en cada mete - saca gemía de dolor al dilatar y de placer al superar el paso. Cada intrusión de la mano de Carlos lo hacía más fácil, más asequible… Más placentero. La líbido de P estaba en niveles estratosféricos.

To bring you my love

To bring you my love

To bring you my love

Carlos estuvo así un buen rato. Le alucinaba ver como el ano se estiraba, abarcando toda su extremidad, envolviéndola y engulléndola para entrar o estirándose y prácticamente expulsándole de dentro al sacarla.

I know he's gonna be here

You know he's gonna be here

Yeah alright

Al cabo de unos minutos Carlos detuvo la penetración y le dijo a P “Voy a hacerte un regalo”, le quitó las ataduras y le destapó los ojos.

Forsaken heaven

Cursed god above

Laid with the devil

Bring you my love

P al principio no se encontraba ni medio centrado. Las sensaciones tan intensas le habían saturado la mente, otro sentido más ahora, el de la vista, era demasiado para su cerebro, copado de sensaciones como estaba. No pensaba, solo sentía. Se sentía ingrávido, como si flotara. Su ano parecía cedido por siempre jamás, la sensación era dolorosa, y a la vez adictiva del tremendo placer que había sentido. La enormidad de la extensión realizada, el llenazo, la plenitud de su interior, el movimiento rítmico de entrar y salir de algo tan grande...

To bring you my love

To bring you my love

To bring you my love

“Ponte boca arriba” le indicó Carlos. P se volteó, borracho de placer, de dolor… Puro instinto animal, obedeciendo sin poner ninguna resistencia ya y se puso sobre el reposa pies como le decía.

Carlos volvió al asalto con una mano. P le dejaba hacer, quería más y más, ya no calculaba qué sería o que no, se dejaba llevar por el mundo de lo extremo, ¿confiado o suicida? No le importaba, solo quería más... más...

Carlos le miraba a los ojos. P vió en su mirada adoración, verdadera adoración. El dolor ya no le importaba, cada nueva penetración era más, mejor que la anterior. Y los ojos de Carlos… P supo que había superado una prueba difícil, estaba orgulloso de sí mismo. Era el sumiso de su amo, y lo estaba complaciendo. Le chuparía la polla en una plaza si se lo pidiera ahora, delante del puto Papa de Roma. P se puso como le dijo Carlos, y sujetó sus rodillas para mantener abierto el acceso a su trasero.

La mano de Carlos se deslizaba nuevamente dentro y fuera, cada vez con más facilidad. Y Carlos le dió a P su regalo. Sin dejar de bombear con su mano en su interior, empezó a hacerle una soberana mamada.

P no podía creerlo, su macho le estaba dando un premio sin igual. Su culo tenía hasta la última terminación nerviosa saturada de sensaciones y a la vez le rodeó su falo con la boca, succionándolo con maestría. P no podía más, esto no era tocar el cielo, era surcarlo en un turborreactor.

Carlos chupaba y chupaba, su mano tenía vida propia. No paraba de bombear el ano de P, que se abría totalmente a sus embestidas ya sin apenas esfuerzo. El precum de P asomaba, Carlos quería sacarlo todo. Y lo sacó.

P notó el crescendo, el clímax venirle. Casi nunca se corría con Carlos, no lo necesitaba siquiera, su sensación, su recompensa, solía venir de otro modo, plenamente satisfactorio para él de un modo diferente al de una simple eyaculación. Pero esto… Esta penetración tan salvaje, tan brutal, con esa mamada tan bien hecha… Era una combinación de ambas cosas. Notaba como le poseía Carlos, como su culo estaba saturadísimo de sensaciones y a la vez como su verga recibía un trato extraordinario.

P estalló, la corrida fue apoteósica. Carlos no paraba de bombear en su interior, mientras la polla de P expulsaba más y más chorros de semen en la boca de Carlos. P oyó su propia voz, sin haberse percatado él mismo de haber dicho nada "Aaaaaaaahhhhhh, siiiiiiiiiiiii!".

No salió ni una gota de sus labios. Al terminar la corrida, Carlos sacó la mano lentamente del culo de P y, haciendo un leve vacío en el interior de su boca, subió sus labios a lo largo de la polla de P, sacándosela sin dejar caer nada de la corrida.

Se aproximó a P, le señaló su boca y P comprendió.

P, tumbado boca arriba como estaba, abrió la boca y extendió su lengua. Carlos dejó caer toda la corrida de P desde su propia boca. El salivazo mezclado con semen era abundantísimo. P lo recogió todo, veía salir más y más semen mezclado con burbujas de saliva desde la boca de Carlos. Néctar de los Dioses. Al caer impactó contra su lengua, haciendo hasta ruido, sin salpicar porque era espeso. Sabor a semen, aunque diluido, rebajado. Cerró sus labios cuando se detuvo el chorro, lo saboreó, y se lo tragó.

Carlos no le besó, no por asco o nada semejante. Tenía algo urgente que atender. Estaba tremendamente empalmado. Su propio falo tomó el control. Le levantó las piernas a P y sin decirle nada, sin pedir permiso, se adueñó de su ano. Usó a P como un objeto.

P notó cómo le cogía los tobillos, noto el apremio que sentía Carlos. Sintió cómo el pene enorme entraba en su gruta, sin ninguna dificultad tras un fist fucking. La follada no fue muy larga, la excitación había llevado a Carlos cerca del límite y la bombeada que dió fue a tope desde el inicio. P noto como su gruta era invadida, arrasada en profundidad desde el inicio de la penetración. Carlos solo quería correrse él también, y no le importaba nada, ni el resto del universo, ni P, ni si le hacía daño o le gustaba. P notaba como su culo estaba siendo castigado hasta el último rincón. Y una voz en su interior sonreía y lo aprobaba.

Al empezar Carlos a bufar P vió que se acercaba el final “Dámelo, como el mío” oyó decir a una voz familiar, la suya, sin haber dicho nada él mismo. Sus palabras no eran suyas de nuevo.

Carlos no se hizo el longuis, la sacó, se la meneó con fiereza y echó un corridón brutal intentando apuntar a la boca de P, que estaba abierta mirándole. El semen cayó dentro, fuera, sobre los labios, la cara, los ojos, el suelo, el reposa pies… P lo que le caía dentro lo saboreaba, lo tragaba… Se alimentó de Carlos, de su semen, como un depredador come su presa en vida, sin importarle lo más mínimo su presa. Para Carlos era una recompensa. Para P era…su presa.

Tras los últimos espasmos de Carlos, P se la chupaba tumbado. Carlos estaba mareado, tambaleante. No le quedaba ánimo para hacer nada más. P chupaba con deleite, lamiendo esa polla como un león lame una presa mientras la devora. El rostro llenó de trallazos de semen, la boca repleta de lefa, propio y ajeno, saliva propia y ajena, todo mezclado, la mayor parte ya tragado. El sabor perduraba. Slurp slurp, P devorando esa verga, no paraba. Las tinieblas se habían esparcido desde lo más hondo de su mente, el animal más básico que en ellas habitaba se movía adueñándose de todo su ser. La jaula estaba abierta, el candado roto. Algo había cambiado.

Carlos lo miraba, aún estaba en el final de ese apoteósico orgasmo. Miraba como la boca de P succionaba, como lamía… El semen en su cara, su saliva…

Y entonces lo vió. El brillo de sus ojos… P era otro, estaba diferente. Carlos se sintió inexplicablemente amenazado, se erizó su nuca sin comprender por qué.

Comprendió que ahora él no era el Dominante, sino sólo era un instrumento para P, la llave que permitía salir a… esa parte de él. Sus ojos no dejaban de mantenerle la mirada. Los movimientos felinos, distintos, mientras se bajaba del reposa pies. Carlos sintió temor. Temor a no controlar, a no ser suficiente, a haberse quedado atrás. P se arrodillaba, no... quién estaba ahora delante suyo, se arrodillaba.

Carlos no lo reconocía. No bajaba, su puta líbido seguía al máximo, no era posible. Tras semejante sesión de sexo no.

P ya de rodillas, sin dejar de lamerla ni un momento… Y Carlos fue devorado. Sintió un vació brutal en la punta del nabo, P succionaba al máximo, insaciable. Carlos abrió la boca y exclamó “¡Auuuhhhhh!”, su semen fue extraído del todo de la uretra, con placer e incluso dolor. A continuación algo más blanda ya pero aún enorme, fue engullida sin dejar de hacer vacío por P, que la tragó por completo, adueñándose de ese falo, tomando el control desde el sometimiento más extremo.

En la mente de P una voz tarareaba una canción…

To bring you my love

To bring you my love

To bring you my love

Sonaba como Caperucita Roja cortando con una motosierra al lobo feroz por la mitad.

P pensó que era una voz tétrica, una canción oscura… y sonrió para sus adentros.

Las tinieblas, antes tan recónditas, tan difíciles de alcanzar, de liberar... coparon su ser. Los muros cayeron. La jaula quedó vacía. Esa parte de él estaba suelta. Y no iba a permitir que la volvieran a encerrar. Usaría el cuerpo de P para sentir lo que deseaba. Para sentir lo que deseaba. Entregaría a P, lo haría usar, sería el cebo para más y más... P seguía estando ahí, y pudo vislumbrar los deseos, los nuevos planes que ese yo, antes oculto y ahora recién liberado, tenía para él. Y deseo que llegase el futuro cuanto antes.

(Continuará)