P 4 Aprender a volar

Episodio 4: Cuando nos dicen que tenemos alas, y nos atrevemos a usarlas, es cuando no caemos al saltar al vacío.

P no veía la carretera. Cuesta abajo por la autopista que hace unas horas recorrió en sentido inverso. Iba rápido, no controlaba bien lo que hacía, simplemente conducía con el chip en automático, abstraído recordando todo lo que acababa de suceder hacía menos de una hora.

Le acometía en la memoria el momento en el que estaba lamiendo el semen de Carlos del suelo de la ducha. Con un sabor entremezclado de salado y sabor a suelo, a azulejo, que le produjo una sensación de humillación y entrega inmediata, que le hizo sentirse muy poseído, muy… denigrado… y deseado. La mirada de Carlos, borracha de placer tras un intensísimo orgasmo, dirigida a P denotaba agradecimiento.

“Lo has hecho realmente bien. Poca gente es capaz de engullir mi falo al completo, y nadie de hacerlo tan intensamente”. Le piropeó Carlos a P, mientras P oía esas palabras, unicornios rosas paseaban por ánimo, feliz de complacer tanto a semejante macho. No podía evitar mirar ese falo, con semen aún en él. Se arrodillo y lo limpió, como el suelo que acababa de lamer, con su lengua. No dejó ni rastro de toda la lefa que acababa de hacer salir de esa tremenda polla.

P intentó concentrarse, los coches le adelantaban yendo aún más rápido que él, que iría a unos respetables 120km/h cuesta abajo. Si no se concentraba un poco más en la carretera podría tener un accidente, pero los recuerdos se sucedían uno tras otro, sin poder controlarlos, como si estuviese sucediendo todo en ese instante, unos recuerdos muy intensos.

“Quiero que nos volvamos a ver” le dijo Carlos a P mientras se vestían. Acababan de salir del baño, estaban ya secos, poniéndose la ropa. “Para mi será un placer, me gusta… darte placer. Y tu polla es enorme” le contestó P mirando de reojo a esa verga antes de que desapareciese bajo la ropa. Carlos sonrió con autosuficiencia, sabía lo que tenía entre las piernas y el control que le daba sobre los demás. Y el control que tenía sobre P le gustaba. Sabía que podía sacar de él lo que le apeteciese, solo tenía que calentarlo antes un poco y sería su fiel amante entregado.

“Tienes que hacerte unos análisis tú también, y me traes los resultados. Si todo está en orden te propongo una cosa” lanzó Carlos. P le miró, pensativo. “¿Qué tienes en mente?”.

“Quiero que tengamos una relación cerrada entre tú y yo, al menos hasta ver qué da de sí. Si alguno de los dos decide romper el círculo y relacionarnos con otras personas, no habrá escenitas tontas, simplemente pasaríamos a no tener… la exclusividad el uno sobre el otro.” P lo miraba atónito, ojiplático perdido. “¿Me estás proponiendo una relación estable?”. Carlos se descojonaba al oír eso de P “No, lo que te estoy proponiendo no es una relación. No es eso, solo quiero sexo, nada más. Tengo mi vida y no quiero cambiarla. Cuando nos apetezca follar a ambos, pero con una cierta confianza y exclusividad entre ambos, para poder… prescindir de las gomas, no tener que buscar más y… follar como me gusta, así, como hoy. Si eres lo que busco, que por ahora así es, y si yo lo soy para ti, creo que nos puede gustar a ambos”. P se mordió el labio inferior, tenso, con ganas de saltar a comerse a Carlos, pero eso sería empezar de nuevo y el ambiente estaba más relajado ya. Carlos había descargado dos veces y estaba relajado, pero P podría estar vaciando sus huevos tantas veces como dedos tenía en las manos, una tras otra… No quería atosigarle, era una de las muchas maneras de perder algo que no volvería a ver por mucho que lo buscase. “A mí eso que dices me suena bien. Me interesa una cierta… estabilidad. Eso sí, si alguno de los dos decide romper el círculo que formemos, hay que ser sinceros”.

“Por supuesto, sino no tendría sentido ni serviría de nada formar este círculo entre tú y yo”.

“Espero estar a la altura y darte… placer.”

“Me lo darás” aseguró Carlos. P se sintió presa de alguien mucho más fuerte que él… La mirada de Carlos denotaba que por hoy habían terminado, pero que tenía muchas, muchas ideas por desarrollar con P.  Estaba claro quién llevaría el control en todo momento, P sería solo el instrumento que Carlos usaría a su antojo, para cumplir sus fantasías. P no deseaba elegir, quería ser usado, no usar.

P volvió a su casa. Retornó a su aburrida y normal vida, totalmente anodina. Trabajar, familia, pareja (insatisfactoria de antes, pero ahora completamente tras algo así...). Su vida era plena, a pesar de todo. Hacía lo que deseaba en su día a día, más o menos, y ahora tenía esa sal, ese ingrediente secreto, que le faltaba para ser simplemente feliz. Tenía un vergón increíble solo para él periódicamente. Una enorme polla unida a unos huevos que se iban llenando de semen hasta rebosar, esperando las visitas regulares de P para vaciar esos dos cojones, a juego de ese vergón. Un hombre que quería verle cada cierto tiempo para utilizarle, para vejarle, someterle y hacer con él lo que le diese la puta gana. P con esas ideas en la cabeza echaba de menos la saliva de Carlos cayendo en su boca, su semen caliente y espeso saturando sus papilas gustativas…Y más cosas.

Carlos igualmente volvió a sus quehaceres diarios. Trabajaba en Sanidad, de ahí su plena concienciación con el tema de la salud y el sexo. Sabía cuántos inconscientes arruinaban sus vidas por tener sexo sin control. Le había costado mucho tiempo darse cuenta de que, por muy fácil que fuese teniendo la tremenda polla que tenía, y por muchas parejas de jóvenes y no tan jóvenes guapísimos con los que pudiese estar…. Alguien como P era un descubrimiento. Carlos follaba prácticamente cuando y con quién quisiese, solo tenía que dar a conocer sus “cualidades” y lo demás era coser y cantar. Pero lo que no era nada, pero nada fácil encontrar era alguien sumiso y a la vez capaz. Carlos se sabía Dominante, a la vez que activo, muy activo. Había tenido jóvenes inexpertos entregados, que ponían mucho de su parte, se entregaban al máximo. También había tenido parejas esporádicas con capacidad de soportar todo su falo en sus agujeros. Pero por ahora el único que reunía las capacidades físicas necesarias para soportar su miembro al completo, por donde fuese menester, y a la vez SER SU PUTO, entregándose al 1000%... Ese era P. Y además con síntomas claros de ser alguien sano, con la cabeza lo suficientemente en su sitio como para estar al margen de prácticas inseguras. Sexo del bueno, tranquilidad por ser además seguro y estabilidad en su vida, que le gustaba tal y como estaba. El romanticismo y los ideales preestablecidos solo servían en estos casos para estropear cosas positivas ya establecidas, echándolas a perder. Carlos quería a P como amante, como objeto con el que desahogar su naturaleza de activo, pero sin echar a perder la que era su propia vida, que le gustaba tal y cómo estaba, sin cambiar ni una coma.

Carlos salió de su despacho a un balcón del edificio donde trabajaba. Cogió el móvil y marcó un número de su agenda. “Hola, ¿qué tal va todo Rubén?”.

“Bien”, le contestó una voz.

“Creo que he encontrado alguien interesante. Puede que os lo presente, es todo un descubrimiento”, exclamó Carlos.

“¿Ah sí? ¿Y cómo es esa maravilla que has logrado encontrar? Debe tener unas cualidades únicas para poder decir precisamente TÚ algo así de alguien…”.

“Las tiene, en la primera sesión de sexo me ha quedado meridianamente claro que sí”.

“Que bien. Me muero de curiosidad. Me alegro por ti. Pruébalo a FONDO y me cuentas todo en detalle cuando nos veamos”.

La conversación transcurrió durante otros 15 minutos, y P fue el objeto de la misma. Rubén, un conocido de Carlos, no paraba de intentar averiguar más y más… Y Carlos no se calló nada, compartió con él toda la información que tenía sobre P.

Pasaban los días, las semanas. P y Carlos comenzaron a verse con cierta frecuencia. El sexo empezó a ser algo normal entre ellos. Se fueron sucediendo varias citas, en las que P era cada más y más el puto, el sumiso pasivo entregado de Carlos, que iba probándole poco a poco, in crescendo. Había digamos relaciones “normales”, hasta que…

Un día P y Carlos estaban en el piso de éste. Carlos estaba metiendo su verga en la boca de P, que estaba completamente desnudo de rodillas. Carlos tenía aún su traje puesto. P no paraba de chupar y tragar. “Así, puto, zorra” le insultó Carlos. P no paraba de encenderse. Carlos le abofeteó la cara con la mano, P le miró arrebolado, los ojos brillantes de lujuria tras ese golpe en su rostro.

De nuevo esa polla entró en su boca, las manos de Carlos sujetaron la cabeza de P, que empezó a sentir como el falo entraba y salía de su boca, pasando a su garganta en las embestidas, una follada de boca potente, con la verga aún sin endurecer del todo. P se dejó usar, relajó como había aprendido el cuerpo, abrió su garganta y paso a “modo objeto ON”. Cuando se abandonaba a sí mismo a merced de Carlos era cuando más desconectaba con su propio ser. Esos momentos de dejarse llevar sacaban su lado más animal, su lado más placentero. La recompensa sensorial era inmediata si dejaba su cuerpo a merced de otros, para ser solo un espectador desde el interior de ese cuerpo de lo que iban haciendo con él. Y Carlos era el actor perfecto para esos momentos, con su actitud y su tremenda polla era simplemente inmejorable, al menos… individualmente.

Carlos paró repentinamente. “Ven aquí, levanta”. P obedeció y Carlos le llevó alado de un mueble del salón donde estaban. Abriendo un cajón Carlos obtuvo un collar, como el de un perro. “Toma, póntelo pero no lo ajustes demasiado, quiero tener tu cuello listo para entrar en él, sin que el collar te oprima demasiado”. Estaba claro que no era la primera vez que Carlos daba un collar a alguien. P deseó estar a la altura, no decepcionarle si le comparaba con los anteriores usuarios de ese collar, un collar para los elegidos por ese ser, dueño de un falo digno de un semidiós. Se lo puso y ajustó como le habían indicado, obediente, sumiso hasta la médula. Carlos lo miró sin decir nada, una mirada dura, puro macho tomando el control.

Otra bofetada, esta vez más fuerte. Seguido un escupitajo en la cara. Y otra bofetada más. “¿Vas a ser mi puto?”

“Si”

“Demuéstrame de lo que eres capaz”. Carlos le obligó a arrodillarse casi sin esfuerzo, en cuanto P notó el gesto obedeció sumisamente. De haber podido leer la mente de Carlos lo habría hecho antes de que él hiciese el más mínimo movimiento.

De nuevo esa polla asaltó su garganta.

Estuvieron un buen rato jugando así. Carlos bombeaba, le escupía, le insultaba, le pegaba en la cara, le pellizcaba los pezones, le asfixiaba con su polla… P lo soportó todo. Cada vez los ojos más idos, cada vez menos persona y más un infraser, solo digno de existir por y para el placer de ese semidiós que tenía delante. El sabor a presemen inundaba la boca de P. Su garganta iba cogiendo una flaccidez fruto de tanta penetración. Le molestaba un poco el paladar, la fricción empezaba a pasar factura, pensó que al día siguiente notaría molestias en la boca y garganta. No importaba, esas molestias sabía que le recordarían lo sucedido y le pondrían cachondo. Abrió y relajo al máximo su boca y su paladar, controlando las arcadas. Se palpaba en el aire el nivel cada vez mayor de entrega, de sometimiento.

Carlos cogió una correa, la enganchó al collar de P y lo llevó hasta el baño. Lo dejó allí, de pies frente a la mampara de la ducha. “Ahora vuelvo, pon la ducha en marcha”. P asintió mientras Carlos se iba. Obedeció, sin preguntar nada, abrió el grifo y lo fue regulando buscando la temperatura perfecta, con el caudal justo. No se quitó ni la correa ni el collar, no sabía si eso desagradaría a Carlos y ni por asomo quería que sucediera tal cosa.

Carlos volvió desnudo completamente. Su polla enorme, tiesa, desafiante, le precedía al andar. P lo observaba desde la ducha. Pensó que Carlos querría un beso negro, sabía que esa era una de sus prácticas favoritas, pero se equivocaba.

P se arrodilló en el suelo de la ducha cuando Carlos pasaba dentro. Carlos lo observó. Se acercó y le dijo “Me dijiste que heces no”.

La sorpresa inundó el rostro de P “Así es, heces no, eso no puedo. Es superior a mí”.

“Pero otras cosas sí.”

P inmediatamente se hizo a la idea de una posibilidad nueva. Nunca había hecho tal cosa. Los prejuicios se mezclaban con el deseo de romper esa barrera. Asintió, tragando saliva, imaginando lo que Carlos podría proponerle. Y acertó.

“Quiero que abras la boca y orinarte en ella”. Al decirlo Carlos sostenía su increíble falo, masturbándose lentamente.

P dudo un microsegundo y asintió de nuevo, estando de rodillas como estaba. Y abrió la boca, mirando a Carlos con ojos de cervatillo, esperando lo inevitable frente a un depredador.

Carlos se acercó y metió la punta de su polla dentro de la boca de P. Ambos se miraron unos instantes a los ojos, P vio un mínimo atisbo de duda en los ojos de Carlos, leyó en los mismos que se preguntaba si sería ir demasiado lejos, si sería romper la cuerda, tensándola demasiado. P supo inmediatamente que no quería otra cosa, no importaba si era un tabú, si era un prejuicio… Solo lo deseaba, porque Carlos lo deseaba y eso le encendía. Y no podía seguir viendo esa duda en los ojos de Carlos, que no terminaba de decidirse, de empezar. P se echó atrás, sacando momentáneamente la punta de la polla de su boca y rogó, pidió “No lo pienses más, échalo” asintiendo. Inmediatamente se echó adelante y se metió la punta de la polla como estaba antes en la boca, solo que más adentro, hasta la mitad de su boca.

Carlos empezó a mear. P notó el líquido caliente, un chorro continuo. Era mucho menos denso que el semen, como agua salada, entrando en su boca. En muy poco tiempo se le lleno la boca y lo dejó salir, rezumando sus labios. Carlos paró de mear y la sacó.

“¿Te gusta?” preguntó Carlos. Un asentimiento de P, mirándole con adoración desde su postura de rodillas, a los pies de su macho. P sentía como caía otro muro en el castillo de tabúes, la orina le gustaba.

“Abre la boca, puta” ordenó.

P actuó como le decía su amante y Carlos escupió con fuerza dentro de ella. El frenesí se estaba desatando en los ojos de Carlos. P aceptaba este nivel. Era un paso más, difícil de alcanzar para la mayoría. Carlos se desató de cualquier freno, decidió ir sin límites ya en este nivel. Estaban jugando ya en otra liga, no había dudas ya al respecto, ni motivos para andarse con contemplaciones.

“No quiero que lo dejes salir, que no salga nada”. Y volvió a meter la verga dentro de la boca de P, que dedujo lo que debía hacer. Ya no había vuelta atrás, había roto la barrera de sus limitaciones personales. Ya todo daba igual y… le calentaba. Se sintió sucio, sometido como nunca hasta ese instante. Fue muy fácil coger el punto de entrega, de sometimiento total corpóreo que tanto le gustaba alcanzar. El placer fue inmenso para P.

La orina volvió a salir del miembro que bloqueaba su boca, echando un buen chorro y parando al poco. Carlos sacó la polla de la boca de su amante. P notó la boca llena, cerró los labios sin dejar caer apenas ni una gota. Las mejillas infladas por la orina, la mirada perdida en el sabor que le inundaba toda la boca. Carlos le había ordenado que no saliese ni una gota fuera, miró a los ojos de éste, sumisamente, y obedeció. Lo tragó, todo, y sin esperar ni un segundo abrió la boca al máximo y sacó la lengua extendida frente a su amo,  frente a ese semidiós que era su amante, de él, un ser indigno de alguien así. Mantuvo la mirada, expectante, suplicando poder agradar más.

Carlos sonrió. Premió a P con otro chorro más. P lo volvió a engullir. Entonces Carlos empezó a mear seguido, P no paraba de tragar y tragar, pero era demasiado. Al final se atragantó y tosió, echando parte de la orina de nuevo fuera. Carlos lo abofeteó, fuerte, un sopapo sonoro. “He dicho que no quiero ver nada fuera”. Las lágrimas caían por las mejillas de P, únicamente por la tos, no por la bofetada ni el trato recibido. P en realidad estaba más y más cachondo…El golpe, la descarga de violencia solo provocó que se calentase más...

Carlos posicionó de nuevo su miembro delante de la boca de P y empezó a meterla y sacarla, con pausas, sin sacarla del todo, en las que echaba orina y P se la bebía toda. La polla iba poniéndose más y más dura. Carlos se crecía, se veía más y más suelto con P. Era el amo, el dueño de todo lo que allí pasaba. Cogió la cabeza de P y metió poco a poco su polla dentro, hasta el fondo. Volvió a sacarla.

“Coge aire, respira hondo”. P aspiró varias veces seguidas, sabiendo que tendría que aguantar un  buen rato sin volver a respirar. No tenía claro cómo sería una garganta profunda incluyendo orina de por medio, simplemente se dejó hacer, convirtiéndose en su mayor deseo, ser un agujero y nada más. Clic, orgullo y prejuicios a la basura. Más tabúes cayendo estruendosamente.

El falo bloqueó la entrada de más aire y avanzó, llenando la boca hasta doblarse. Siguió bajando por la garganta de P, que lo dejó pasar abriéndose todo lo que pudo, notando la presión del inmenso falo al pasar el estrechamiento del paladar y cambiar de dirección hacia su esófago.

Una vez bien adentro Carlos empujó, hasta penetrar del todo con sus 30cm y pegar su abdomen a la cara del rostro en donde desaparecía su miembro. P sabía lo que hacer en estos casos, relajó su cuerpo dejando sus músculos flácidos, era su forma de ahorrar oxígeno. También controló sus arcadas, algo que cada vez le costaba menos, tenía polla para practicar de sobra con semejante cipote entrando regularmente en su garganta. El tiempo se detuvo, a P el momento que tardó Carlos en decidirse a empezar, una vez insertado su mástil hasta el fondo de su garganta, se le hizo infinito.

Y de nuevo orinó. Esta vez P no notó nada en la boca, pero si percibía como el líquido bajaba por su garganta, sin pasar por su boca, camino de su estómago. En la boca solo percibía como la uretra del mástil se hinchaba al paso del líquido dorado. Se dejó llevar, poniendo momentáneamente los ojos casi en blanco. Solo controlaba sus arcadas e intentaba no malgastar el aire que había cogido en sus pulmones, ahorrando el preciado oxígeno que le permitía prolongar más y más ese momento tan especial. La meada ya fue hasta vaciar por completo la vejiga.

Carlos descargaba todo lo que le quedaba de orina. El placer de orinar con ganas, unido a una garganta profunda, un sumiso absoluto a su servicio, poder pegarle, escupirle o hacerle lo que se le antojase, duro o amable, sin límites, le daba a Carlos unas sensaciones físicas y emocionales excepcionales, que muy poca gente llega a catar siquiera en toda su existencia. Estaba meando en la garganta del mejor sumiso que había tenido nunca. Un puto excepcional. Cuerpo deseable, entrega total, capacidad… Lo reunía todo. No se trataba de someter a un cuerpazo. El mayor morbo, la mayor de las sensaciones era percibir en su pareja un sincero y total deseo de ser sometido, eso es lo que tenía enganchado a Carlos. Esa es la adicción que el sumiso correcto genera en un Amo.

Aunque Carlos controlaba todo lo que sucedía, era una relación en la que ambos orbitaban alrededor del otro, buscando lo que podía proporcionarles. No estaba del todo claro quién dependía de quién, aparentemente Carlos dominaba, pero sin el sumiso él solo sería una persona vagando por el mundo, en solitario. P era el sometido por Carlos, pero a la vez él era una puta droga para Carlos, lo que le daba sentido a su existencia. La necesidad era mutua.

Carlos vió como P tosía, incapaz de soportar tanto tiempo, tanto líquido… La sacó y le dejó recuperarse, el asalto había sido simplemente brutal para sus vías aéreas. P tosía espasmódicamente, con la orina saliendo por su boca y su nariz, apoyando las manos en el suelo de la ducha. Respirar era aspirar un aroma intenso a orina hasta sus pulmones, tenía impregnada de orina hasta el último rincón de su boca, nariz y garganta. Había restos en su sistema digestivo, el estómago estaba repleto, y respiratorio. Tras unos cuantos espasmos, la tos cesó. P se sintió un fraude, no había cumplido del todo con lo que se le pedía, había perdido el autocontrol tosiendo sin poder evitarlo, estropeando ese instante único. Carlos vio la inseguridad en los ojos de P, y sacó partido de ella.

Levantó su falo y puso su perineo en la boca de P, que actuó como un resorte intentando corregir sus fallos dando placer, lamiendo todo de un modo suplicante, implorando perdón con cada lamida, buscando compensar el error anterior. Mientras lo hacía Carlos abrió más la ducha, sintiendo un poder enorme a la par que un gran placer por esa lengua sobre una de las partes erógenas más sensibles.

“Lávate, te quiero limpio”. P obedeció. Se sintió vejado ya en múltiples formas, antes por ser meado y obligado a tragar orina, después se sintió despreciable por toser, por no ser capaz de soportar lo que se le pedía, y ahora repulsivo en ese estado, sucio de orina, lo que le hacía a sus propios ojos repelente para su idolatrado amante, que no le quería ni tocar en ese estado según pudo deducir de esa orden.

Se sintió más sumiso, más humillado que nunca, y la tristeza y la duda le abordaron..

Carlos salió del baño, en su mente todo estaba ok, no era consciente del derrotero que tomaban las emociones en P. Volvió con una bolsa de deporte. La dejó junto a la ducha. P se estaba enjabonando y abría la boca contra el chorro de la ducha, dejando que el agua limpiase el sabor a orina, no quería decepcionar a Carlos, si limpio lo quería, limpio estaría.

Carlos entró en la ducha y fue a besarle, sin haberse percatado aún del torbellino de emociones negativas que había dentro de su pareja. P aún notaba el sabor a orina, e instintivamente rehuyó el beso de Carlos pensando que sería solo una forma de provocarle asco. Éste se sorprendió. Le cogió a P por la nuca, intentando atraerle por la fuerza, P no le dejó bloqueando el cuello y sin ceder. Carlos vio que algo sucedía, pidió explicaciones intentando averiguar en qué momento se habían salido de la carretera.

“¿Qué pasa?” preguntó Carlos con el ceño fruncido. No entendía nada, algo iba mal.

“Aún me sabe a orina la boca, no quiero darte… asco”.

La sonrisa iluminó el rostro de Carlos, que inmediatamente comprendió… “P, P, P… No lo entiendes…” Y poco a poco, de un modo lento, dulce, lo atrajo…”Ven aqui tonto”. P dudaba, se resistía solo a medias. “¿No te da asco?” Carlos estaba muy cerca ya, le miró a los ojos, sonriendo sinceramente “Para nada, es parte del juego” y le besó. Fue un beso tierno, dulce, lento y con lengua. El sabor a orina de Carlos les inundaba la boca a ambos.

Se separaron un instante, P bajó la mirada “Aun así no he podido evitar toser”. La risa de Carlos se oyó desde la calle. “¿Y qué crees que podía pasar? Tu tos solo me ha enseñado hasta dónde estás dispuesto a llegar para darme placer, y eso me gusta”.

P comprendió todo, la duda, las ideas negativas, las paranoias fruto de tabúes fuera de lugar en ese momento...Alzó su vista despejando cualquier mal feeling en su mirada. Abrió su boca y besó más intensamente a Carlos, que le respondió igualmente. Ambos entraron en un crescendo acelerado en la pasión de sus besos, de sus magreos, el calor que tenían era infernal.

Todos los planes se fueron al garete. Ni lo que Carlos traía en la mochila, ni lo que tenía pensado hacer, ni el collar de P, ni su papel de sumiso… No paraban de besarse y abrazarse. Carlos cogió a P y lo llevó sin romper ese morreo, ese abrazo, hasta la habitación, los dos chorreando agua, mojando todo a su paso. Este polvo ya no era solo físico, o un juego Amo / sumiso… Estaban en un contacto a un nivel mucho más íntimo. A la mierda la ducha, la dejaron abierta sin hacerla ni puto caso, saliendo del baño.

Llegaron a la cama. El agua mojaba las sábanas y enfriaba su piel, pero no sus ánimos. Carlos tiró a P sobre la cama, boca arriba, levantó sus piernas y bajó su rostro entre ellas hasta su ano. Lo lamió. P no podía dar crédito, no estaba siendo vejado, ahora no. El trato era preferencial, delicado, exquisito. La lengua de Carlos recorría su ano, su culo, su perineo… preparándolo y sobre todo saboreándolo.

P cerraba los ojos, la sensación era única. Se sintió físicamente en la gloria y emocionalmente reconocido, aceptado. Esa lengua lo estaba volviendo loco de placer y explicándole el verdadero sentido de todo lo que acababa de suceder. Las dudas, los temores, pasaron a ser un recuerdo, extinguiéndose. P comprendió.

Sostenía él mismo sus piernas abiertas y elevadas, facilitando el acceso a Carlos, que ahora usaba sus manos para abrir sus glúteos. Carlos no paraba de lamer y lamer, y avanzó por el perineo hasta los huevos de P, los lamió  y, sorprendiéndole, engulló de un bocado su polla, mucho más estándar en sus dimensiones. P sintió esa boca aprisionar su pene sin esperarlo siquiera. Su miembro respondió con una durísima erección dentro de esa boca que lo succionaba vorazmente. Bajó su mirada hacia Carlos, que la chupaba de miedo, metiendo los dedos en el culo de P, echando saliva para que resbalasen cada poco tiempo. P gemía “Más, más, no pares, por favor, ¡ahhhhh!”

Entonces Carlos se irguió, su falo asomaba erecto, durísimo.  Al verlo el cerebro de P vertió en su mirada la mayor súplica posible “Métemela”. Lo puso entre las piernas de P, apoyándolo sobre su abdomen.

“Me llega casi hasta los pulmones”.

“Y hasta ahí te lo voy a meter”

P se estiró hasta la mesilla, cogiendo el lubricante y dándole a Carlos el bote, echándose antes él mismo una buena cantidad en su mano derecha. Esparció ese mejunje sobre su propio ano, sin dejar de levantar las piernas. Carlos hacía lo mismo sobre su enorme falo, impregnando toda su gran superficie y longitud.

Instantes más tarde el falo quedó apuntalado contra el ano de P. Habían follado ya unas cuantas veces y P empezaba a poder recibir a Carlos con más facilidad, su ano dilataba ya en poco tiempo al tamaño requerido. Y esta vez fue la que mejor entró. Los lametones previos, los dedos, la mamada, los besos con dulzura tras un trato humillante hasta el extremo… El falo de Carlos se deslizó dentro de P, que gritó por el tremendo incremento en el tamaño de su ano en tan poco tiempo, pero sin sentir ningún dolor. En todo lo que duró la primera penetración P miraba con los ojos muy abiertos a Carlos, hasta que este llegó al fondo con su polla, ahí P echó su cabeza hacia atrás, hinchándose las venas de su cuello, apretando los dientes. Gimió, sintiendo como le tocaba lo más profundo de sus entrañas con ese mástil “¡Diossssssss!”

La follada fue simplemente bestial. Carlos bombeaba más y más, P sentía como esa larguísima polla entraba y salía de muy muy profundo en sus entrañas. Parecía que le iba a sacar los intestinos en cualquier momento, dándoles la vuelta. No sucedió nada semejante, solo le daba un placer sin igual. Explosiones de sensaciones placenteras, intensas, les inundaron a ambos en todo lo que duraron las tremendas embestidas. P se abría los glúteos, Carlos sujetando sus piernas. Ambos sudorosos, ambos al máximo. No hubo más besos, solo una perforación brutal, un bombeo salvaje, una violación voluntaria del recto de P. Sudor a mares, placer en oleadas.

Cuando Carlos estaba listo para eyacular, se inclinó sobre P, la clavó hasta el fondo y le besó a P con fuerza, intensamente, mientras echaba dentro su simiente. P noto la lengua de Carlos, sus labios, gotas de sudor dando sabor al beso, su deseo, su simiente al fondo de sus entrañas, mientras esa verga extendía su interior, poniéndose lo más dura posible, tensando sus entrañas, pulsando con cada descarga…

Por un instante ambos tocaron el cielo con la yema de los dedos. Si alguien creó el universo para algo, fue para estos momentos.

(Continuará)