Ovejas Eléctricas

Una nave espacial, dos mujeres y un largo trayecto por las inmensidades del espacio.

Año 2224. Sector 29 de la Galaxia Tanhauser. Nave mercante de tipo CLS-97 Capadocia , en ruta hasta el planeta Gauss. Camarote de la Piloto Primera Tania Huxley.

La mujer abrió lentamente los ojos. ¿Había soñado algo? Intentó recordarlo pero fue inútil. Nunca recordaba sus sueños. Poco a poco, su visión se fue adaptando a la oscuridad y pudo discernir la superficie metálica de su espartano camarote. Sintió entonces el familiar temblor, tan tenue que apenas era perceptible, de los motores hiperespaciales de la nave.

Inspiró con fuerza y se frotó los ojos con pereza. Bostezando, comprobó el panel de seguridad en la holopantalla de su cama. Sistemas de energía, motores, soporte vital, reservas de oxígeno, carga… Todas las luces estaban en verde y parecían encontrarse en perfecto funcionamiento. Todavía adormecida, la mujer se levantó y se desnudó de la corta camisa que vestía y de las braguitas y se dirigió hacia la ducha de aire.

Un fugaz reflejo en el espejo le devolvió la imagen de una mujer de poco más de veinticinco años, rubia con el pelo corto ligeramente rizado y unos ojos negros de mirada alegre. No era muy alta y su desnudo cuerpo indicaba que estaba en muy buena forma.

En pocos minutos, Tania se había vestido con un corto pantalón y camiseta de deporte y unas playeras y se disponía a correr por los vacíos pasillos de la nave espacial. Como hacía cada mañana desde hacía ciento trece días, el tiempo que llevaba viajando la Capadocia , transportando su valiosa mercancía de material científico hasta el mundo-colonia Gauss. Apenas quedaban dos días para llegar a su destino. Ciento quince días de viaje. Una distancia demasiado corta para el uso de las cámaras de hibernación, pero demasiado larga para no aburrirse mortalmente.

La música de los microauriculares en sus oídos se apagó súbitamente para ser sustituida por un corto timbre y después por la suave voz de una mujer.

-Informe, Tania.

Tania detuvo su carrera y se quitó el sudor de su frente con el dorso de la mano.

-Todo en orden, comandante. Ninguna incidencia.

La música volvió de nuevo a sus oídos, lo que significaba que su interlocutora había apagado el comunicador. La mujer estiró y flexionó sus piernas antes de reanudar su carrera, meditando sobre la grosería de su superiora y preguntándose, como cada día, por qué estaba enamorada de ella. Tan hosca y huraña… Tan adorable…

La Comandante Irina Rice y ella eran las dos únicas tripulantes de aquella enorme nave. No hacían falta más. Los servorobots y la IA del ordenador de abordo eran más que capaces de conducir la nave sola. No obstante, las ordenanzas de la Compañía de Comercio Interplanetario obligaban a que en cada nave viajara como mínimo un ser humano para evitar los imprevistos y fallos que la IA fuera incapaz de soslayar.

La Capadocia era tan grande, con sus kilómetros y kilómetros de pasillos, sus trece cubiertas, cada una tan gigantesca y cavernosa como una metálica catedral, que provocaba que muchos días las dos mujeres ni siquiera llegasen a verse físicamente.

Había poco qué hacer. Practicar footing, leer y ver los miles y miles de zetabytes de libros y películas en el ordenador central, jugar una y otra vez partidas de ajedrez contra la IA… Pero nunca podía dejar de pensar en ella.

Todavía recordaba la primera vez que había visto a la comandante, abordando la nave desde el hangar de la estación espacial Ares . Una mujer rozando la cuarentena, alta, fría y distante. Vestía un funcional mono de trabajo, que no hacía sino resaltar su espléndida figura. Unos ojos almendrados y profundos, unos sensuales labios y una larga y sedosa cabellera oscura. Siempre le habían atraído más las mujeres que los hombres, pero aquello había sido amor a primera vista. Tania se había quedado alelada como una colegiala enamoradiza.

-Tania Huxley, ¿verdad? Soy la comandante Irina Rice. Una nave inmensa. Muéstreme dónde queda mi camarote.

Tania tuvo que apelar a toda su fuerza de voluntad para moverse y acompañar a aquella preciosidad, informándola con detalle de las características de la Capadocia y de su carga.

Los días pasaron y pasaron. Para su desgracia, la comandante apenas parecía reparar en ella, esquivando su presencia, respondiendo con monosílabos a sus intentos de entablar una conversación o, simplemente, ignorándola. La comandante Rice se mostraba helada como un témpano de hielo. Fría como un robot.

Tania sufrió lo indecible ante la indiferencia de su comandante. Pero no se atrevió a hablar abiertamente con ella. Era su superiora jerárquica y ni siquiera sabía sobre sus preferencias sexuales. ¿Cómo decirle que la amaba, que haría cualquier cosa que le pidiera, que lo daría todo por ella?

Muchas noches, Tania se durmió arropada por el salado sabor de las lágrimas. ¿Qué podía hacer para que se fijase en ella?

La respuesta a sus preguntas llegaría cuando menos lo esperaba.

Ambas mujeres estaban sentadas en el puente de mando de la Capadocia, sus rostros embebidos en decenas de holopantallas y sus dedos volando por las teclas. Tania se mordió los labios mientras leía los indicadores.

-Abandonando el agujero de gusano, mi comandante. Aparición en coordenadas Delta534 Épsilon87 del sector 29 de Tanhauser en tres, dos, uno…

Un brutal impacto desplazó a ambas mujeres, casi derribándolas de sus asientos. La luz blanca de la estancia cambió a un desasosegante color rojo, mientras la alarma se encendía. La fría voz femenina de la IA comenzó a escucharse en un tono lúgubre.

-…Motor dañado en un 35%. Sistema de soporte vital al 95%. Flujo eléctrico disminuyendo. Impacto inminente en 129 segundos…

El rostro de Irina palideció, mientras gritaba.

-¡Silencio ordenador! ¡¿Qué coño ha pasado?!

Tania rozó las holopantallas lo más deprisa que pudo, alzando la voz para dejarse oír por encima del molesto sonido de alarma.

-Nos hemos materializado en una tormenta de meteoritos. Debemos triangular unas nuevas coordenadas. Ordenador, desconecta los sistemas de guía automatizados.

- Cambiando a control manual.

-¡Espera! El agujero de gusano sigue abierto. ¡Debemos volver antes de…!

Tania intentó que su voz sonase lo más serena posible.

-Mi comandante, antes de conseguir la potencia necesaria para un nuevo salto, ese asteroide habrá chocado contra la nave. Podemos esquivarlo manualmente.

El rostro de Irina se volvió mortalmente serio, pensando a toda prisa. Tania quiso decirle que si confiaba en ella, todo saldría bien, que podían salvarse, pero sabía que el comandante era el capitán de la nave, el encargado de tomar las decisiones críticas, mientras que el piloto debía obedecer las órdenes de éste.

-Bien. Hazlo.

El sudor caía por la frente de Tania mientras forzaba a la nave a acometer una precipitada maniobra de evasión. Los segundos transcurrieron como si fueran horas, mientras la pantalla del puente de mando mostraba un gigantesco meteoro que se acercaba hacia la Capadocia . El giro logró completarse a tiempo y el cuerpo de roca y hielo pasó a una distancia demasiado escasa de la embarcación.

La señal de alarma fue disminuyendo hasta apagarse. Tania jadeaba, intentando que su corazón dejara de latir como un potro desbocado. Comprobó rutinariamente el estado de la nave. Los daños eran mínimos. El primer impacto se había producido en el motor derecho, pero los equipos de la nave se habían encargado de sellar automáticamente la cubierta dañada. En pocas horas, los servorobots habrían dejado la nave a la perfección. Tania silbó jovialmente.

-Nos ha ido por un pelo, mi comandante.

Tania miró hacia Irina, que la contemplaba con seriedad, en silencio.

-¿Comandante? ¿Irina?

Sin responder, la mujer se levantó de su asiento y se dirigió hacia ella. Antes de poder reaccionar, la comandante acercó su rostro al suyo y juntó sus labios con los suyos. Tania abrió los ojos como platos mientras respondía al apasionado beso. Las manos de la mujer recorrieron el cuerpo de la piloto, acariciándolo antes de desnudarla, como si no pudiera permanecer un segundo más sin acariciar la piel desnuda de Tania.

Tania gimió, mientras una de las manos de la comandante se cerraba sobre uno de sus menudos pechos, con ternura pero con fuerza. Quizás no hubieran esquivado el asteroide después de todo, quizás Tania hubiera muerto y estuviera en el Cielo.

Irina siguió besando con rudeza a Tania, devorándola, como si tuviera hambre de ella. La abrazó con fuerza, levantándola de la silla y llevándola al frío suelo sin mucha ceremonia. Tania sonrió mientras acariciaba el suave cabello de su comandante, gimiendo y cerrando los ojos mientras sentía los labios de la mujer sobre su cuello, hombro y pechos.

-Irina… Te amo… -Susurró, más para sí misma que para su compañera.

Irina tuvo que morderse los labios para no gritar mientras sentía cómo el rostro de su amante bajaba por sus pechos, besándola, deslizándose por su terso estómago. Tania pudo escuchar una queda risita cuando su respiración hizo cosquillas en el ombligo de la comandante. Pero esa risita pronto tornó en gemidos de placer cuando Tania sujetó las caderas de Irina y hundió su rostro entre sus muslos.

Cuando el sabor de los jugos de la comandante llegó hasta sus papilas gustativas, Tania quiso seguir degustando ese sabor eternamente, quiso no comer nada más jamás para no perder ese sabor. Tania tuvo la sensación, de alguna forma, que estaba cumpliendo los sueños de su vida.

No contenta con ello, chupó uno de sus dedos y lo introdujo entre los encharcados labios vaginales de Irina. Lo movió en el esponjoso interior de la mujer lentamente, como si explorase sus entrañas, para después meter otro y masturbarla suave pero implacablemente. La comandante echó hacia atrás su cabeza, mientras un gruñido de placer escapaba de su garganta. Con una mano agarró los cortos cabellos de Tania, moviéndolos sin que pudiera saberse si intentaba evitar que la rubia piloto continuase su placentera tortura o bien exhortándola a que prosiguiera. Tania también jadeaba, con su mano libre se masturbaba impúdicamente.

El orgasmo llegó rápido para ambas mujeres.

Las dos quedaron exhaustas, jadeantes, observándose lujuriosamente, desnudas, con la ropa esparcida descuidadamente por el puente de mando. Tania observó con devoción aquellas nalgas de color acaramelado, aquel pubis depilado, aquellas curvas por las que daría su vida. El suelo metálico estaba demasiado frío, por lo que, en silencio, ambas mujeres fueron hasta el camarote de la piloto y acabaron en el camastro.

Un tiempo después, la cabeza de Tania se hallaba reclinada sobre el hombro de la comandante, ambas desnudas y entrelazadas en la cama. Una leve pátina de sudor por la contienda amorosa cubría a las dos mujeres. Irina jugueteaba con uno de los mechones de cabello rubio de Tania. Quizás pensase que estaba dormida, quizás no le importara que la oyese, pero la comandante musitó en voz baja:

-Irina, eres una completa estúpida. Estúpida, estúpida, estúpida.

Tania se extrañó al oírlo, pero no le pareció adecuado decir nada. Continuó en su placentera postura hasta que se quedó dormida.

Cuando Tania despertó al día siguiente, la comandante ya no estaba allí.

Pero su felicidad por lo que había sucedido por la noche se trocó en una heladora desilusión. La comandante Irina la evitó incluso más que antes. Se recluía en su camarote o se perdía en las inmensidades de la nave. Sus conversaciones se limitaban a meros formalismos o a intercambiar los informes de novedades, cortando toda posibilidad de entablar una conversación.

Tania se encontraba angustiada. ¿Qué había hecho mal?

Los días y semanas se sucedieron y creció en Tania el terror a que el viaje terminara sin que ambas hubieran hablado, sin que pudiera explicar a Irina lo que sentía por ella. La mujer sabía que al terminar el viaje, con toda seguridad, la CCI trasladaría a la comandante a otro destino en otra nave y puede que jamás volviera a verla.

Apenas quedaban cuarenta y ocho horas para la llegada a Gauss. Decidió jugar una última baza. Con el corazón en un puño, envío un mensaje por la intranet de la nave al camarote de la comandante, invitándola a cenar aquella noche en uno de sus lugares favoritos de la Capadocia .

Tania intentó que todo quedase perfecto. Unas horas antes, ella misma preparó la cena con verduras y hortalizas sacadas de la despensa especial de la Capadocia , en vez de la comida sintética tan insípida que la nave proporcionaba a sus tripulantes. Programó al ordenador de la nave para que confeccionase un vestido negro que delinease su figura, con un pequeño escote. Cuando se lo puso y se miró al espejo, casi tuvo que silbar de admiración ante lo guapa que estaba con él. Por último, colocó un par de velas encima de la mesa, tal y como había visto en una película antigua, de hacía más de doscientos años, y ordenó a la computadora que tocase una tenue música de jazz de fondo.

Respiró nerviosa. Todo estaba listo. Pero… ¿y si Irina no acudía?

Dio un respingo cuando el intercomunicador de la puerta sonó. Tania ordenó al sistema que abriera la puerta y la comandante entró. Había cambiado su habitual mono de trabajo por ropa más cómoda e informal y llevaba el pelo recogido en una larga cola de caballo. Aunque intentó evitarlo, su expresión denotó sorpresa al ver el vestido de Tania.

-Oh, no sabía que era una cena de gala… -Intentó bromear la comandante, claramente incómoda. Sus ojos se desplazaron hacia la cristalera. – Vaya, menudas vistas…

La pared exterior de la estancia estaba sustituida por una gruesa cristalera que dejaba entrever la inmensidad del espacio. Al principio daba una cierta sensación de vértigo al poder contemplar tantas y tantas estrellas y constelaciones lejanas. Tania sonrió con timidez.

-Es mi lugar especial. Mi habitación preferida de toda la nave.

Ambas mujeres se sentaron en la mesa.

-No estoy acostumbrada a todo esto. No sé si…

-Por favor, nada es suficiente para mi encantadora comandante Irina Rice.

La cena se desarrolló en un tenso e incómodo silencio sólo roto por vaguedades y formalidades insustanciales. Irina pareció a punto de hablar un par de veces, pero se mordió la lengua y guardó silencio.

Cuando terminaron el último plato, Tania reunió todo el valor que guardaba dentro de sí. Notó que sus mejillas se enrojecían y que tenía seca su garganta. Dio un largo sorbo a su copa de vino y carraspeó ligeramente.

-Irina… Yo… Yo había pensado que… -Tania se maldijo. Genial. Su comandante debía estar pensando que era una estúpida tartamuda. -…Que llegaremos en breve a Gauss. Me gustaría… Había pensado que podría cogerme un permiso breve, unas vacaciones. Y quizás, si tú… si a ti te pareciera bien, podrías hacer lo mismo. Podríamos pasarlas juntas. No quisiera parecer atrevida y sé que eres mi comandante, pero me gustas mucho y me gustaría que nos conociéramos mejor. Si te parece.

Tania respiró, intentando serenar su corazón desbocado. Miró nerviosamente a Irina, esperando su reacción. ¿Quizás pensaría que su subordinada le estaba faltando el respeto? ¿Quizás no se sintiera atraída por ella?

La comandante Irina permaneció en silencio un buen rato. Su rostro, enojado. Tania iba a preguntar si estaba enfadada con ella cuando la mujer habló, apartando la vista.

-Joder, es demasiado cruel. No quiero seguir con esto.

-¿Perdón?

-La verdad es que esos cabrones cada vez os hacen mejor.

Tania frunció el ceño, sin comprender.

-¿Nos hacen? No entiendo…

-A los robots. Cada vez os hacen mejor. Pero me parece una crueldad que a vuestro modelo os hagan pensar en vosotros mismos como si fuerais humanos. Me lo habían comentado pero no terminaba de creérmelo. Aunque no tengáis sentimientos reales sigue siendo alg…

-¿Robots? ¿Cómo…? No, te equivocas. Yo no…

-¿Cómo se llamaba tu madre?

-Naomi Mitchison. –La respuesta apareció en la mente de Tania instantáneamente. –Era piloto, como yo.

-¿Dónde naciste?

-En Términus, en Gamma Centauri.

Irina arrugó su servilleta de tela, encogiéndose de hombros como si fuera obvio que el enigma estuviera resuelto.

-Ahí lo tienes. Términus es un “mundo-forja”, un planeta industrial apenas habitado que se usa para extraer minerales y construir maquinaria. Robots, en este caso. Las condiciones atmosféricas son muy duras y pocas personas viven en un mundo de ese tipo, mucho menos una piloto que quisiera tener familia.

-Pero…

-Nuestra cultura es matrilineal. Si tu madre se apellidaba Mitchison, ¿por qué el tuyo es Huxley en vez de conservar el apellido de tu madre? Es un rasgo de humor de los programadores. A todos los robots les ponen apellidos de escritores de ciencia ficción: Asimov, Heinlein, Bradbury, Le Guin… o Huxley.

-¡Es absurdo! ¡No soy un robot!

La comandante se levantó y fue hacia ella.

-Pégame.

-¿Perdón?

-Ya me has oído. Pégame. Seguro que alguna vez has tenido ganas de partirme la cara. Ahora es el momento.

-¿Pero estás loca? Eres la comandante, yo…

-No te escudes en formalismos. No te voy a denunciar. Pégame.

-Esto es ridículo. ¿Por qué iba a hacerlo?

-No puedes hacerlo. Es la Primera Ley Robótica. “Ningún robot puede causar daño a un ser humano o, por su inacción, dejar que un humano sufra daño”. No puedes golpearme, Tania. Aunque yo te lo esté ordenando, que sería la Segunda Ley Robótica: “Un robot debe obedecer a un ser humano”, entra en conflicto con la Primera Ley. No puedes obedecerme, aunque lo intentases.

Tania se miró el puño fijamente. De nuevo, se preguntó a si misma por qué estaba enamorada de alguien tan desagradable como Irina.

-Eres mi superiora, comandante Rice. Desde luego, no voy a…

Irina suspiró, fastidiada.

-Terca, pero es lógico. Supongo que en tu programación se incluyen rutinas para negar la evidencia. Habrá que pasar a mayores. Tiéndeme el brazo.

-¿Pero qué…?

-Hazlo.

La voz fue tajante. Tania se encontró acercando su mano hasta la comandante, sin poder evitarlo. Irina la agarró con su mano izquierda mientras cogía un cuchillo de la mesa con su derecha.

-¡Irina! ¡¿Pero estás loca?!

-Tranquilízate y quédate quieta. Te aseguro que no te va a doler.

Ante la sorpresa de Tania, el cuchillo rozó ligeramente en la palma de su mano, firmemente sujeta por Irina. Pero en vez de brotar sangre, surgió una sustancia blanquecina y lechosa.

La boca de Tania quedó abierta en una muda exclamación de horror. Irina la soltó.

-Yo… Pero…

-Eres un erodroide. Un robot sexual, para entendernos. Una copia perfecta de un ser humano. Incluso podéis sudar o dormir. Estáis programados para que creáis ser un hombre o una mujer de verdad, para creer sentir emociones y para… amar.

Tania apenas podía entender las palabras de Irina. Su vista seguía fija en el líquido artifical que manaba de su propia mano.

-Según parece, la CCI consideró hace unos años que era mejor para la estabilidad mental de las tripulaciones que consistieran en una única persona, que fueran provistas de erodroides. Ya sabes… mucho tiempo libre, soledad, trastornos mentales, algún que otro suicidio… Yo insistí en que no me hacía falta, pero así estaba estipulado en el contrato. Supongo que metieron mis aficiones, mis gustos, mis preferencias, y, bueno… Ahí saliste tú.

Las lágrimas empezaron a correr por las mejillas de Tania. Su mundo, su realidad, se había roto en poco menos de un minuto.

-Pero… pero yo te amo…

Irina volvió a sentarse, visiblemente molesta.

-Porque así has sido programada. Realmente no tienes alternativa. Para los robots no existe el libre albedrío. Verás, yo, hace ya unos cuantos años, durante la universidad y la academia espacial, fui una firme activista pro derechos de los robots. Manifestaciones, disturbios, boicots, incluso fui detenida más de una vez. Llegué hasta… -Irina miró al tendido, pensativa, como si recordara algo doloroso- …hasta enamorarme de un robot. Me di cuenta de mi error demasiado tarde. Cuando recibió órdenes distintas, aquella máquina me abandonó sin volver la vista atrás. Mi corazón se rompió en mil pedazos. Me había enamorado de un ser artificial, tan frío como las paredes de metal a nuestro alrededor. Comprendí algo que no había entendido hasta ese momento. Es una equivocación trataros como si fuerais personas, cuando no sois más que silicio, carne artificial, solución proteínica, bits y electricidad que os anima y una programación, elementos unidos por la tecnología para daros una apariencia humana. Pero no lo sois. No sois humanos.

La voz de Tania se quebró en sollozos. Cayó de rodillas al suelo, como si sus piernas fueran incapaces de sostenerla.

-No… no es verdad. Yo… yo te… te amo…

-Te han programado para amarme, cariño. Lo siento de verdad. –Los ojos de Irina empezaron a humedecerse. –Eres tan adorable… Es tan fácil amaros… Cuando llegué a la nave estaba completamente decidida a no intimar con el robot que tuviera asignado. Fue difícil, muy difícil. Y el día de los asteroides, tras haber estado a punto de morir, tras salvarme la vida, estaba con la guardia baja cuando sucedió lo que no debió haber sucedido. Fue un error. Como haber acudido esta noche a tu cena… Cuando te he visto con ese traje, cuando he visto cómo te has esmerado en preparar la cena, cuando me has dicho que querías que… las dos juntas… No es… No es culpa tuya.

Irina se secó las lágrimas de sus ojos.

-Por el amor de Dios, debo estar loca… Hablando con una máquina e intentando no herir sus sentimientos.

Tania lloraba, casi incapaz de articular palabra.

-Irina…

-Cállate, Tania. Me haces daño.

La boca de la mujer se cerró como por arte de magia, aunque las lágrimas siguieron rodando por su mejilla.

-En menos de veinticuatro horas llegaremos a Gauss. Como otras veces, te borrarán la memoria y te programarán para que te sientas atraída por el siguiente comandante que tripule la Capadocia . No… No volveremos a vernos. Adiós, Tania.

Irina salió apresuradamente de la habitación. El cuerpo de Tania fue deslizándose poco a poco hasta quedar tendido en el suelo, como una muñeca a la que han cortado las cuerdas. Sus ojos estaban enrojecidos por el llanto, fijos en el gran ventanal, en la negrura sólo rota por el débil brillo de cientos de estrellas. Sus hombros temblaban mientras sollozaba y repetía sin cesar:

-Soy un ser humano… no soy una máquina… soy un ser humano…

La mujer no supo cuánto tiempo pasó hasta que se durmió por el cansancio, inundada en lágrimas.

No tuvo sueños.