Otro Mundo

Del mundo de las mujeres y sus costumbres se conocían pocos datos, pero su Ley Primera era sencilla, clara y conocida universalmente: “Sin contacto con hombres”.

3 -Enero -2008

OTRO MUNDO

J’er-in era un experto cazador, conocía todas las trampa-muerte y armas que usaban las mujeres para proteger sus fronteras y sabía mejor que nadie cómo eludirlas. Gracias a sus habilidades había conseguido convertirse en un cazahembras muy valorado y reconocido en los Estados Homen. El suyo era un oficio arriesgado, las mujeres no se preocupaban de coger prisioneros, usaban sus cobardes artilugios para aniquilar a las partidas de cazadores que se adentraban en sus territorios. Para él fallar significaba morir.

Lo que ni J’er-in ni nadie conocía era el nuevo invento de Alina. La mejor mente científica de Feminia había decidido, después de muchas dudas, llevar a cabo su descabellada fantasía.

Justo en el instante en el que la vida cruzó sus caminos, sus corazones se aceleraron a la vez. El de J’er-in cuando quedó cegado e inmóvil, justo antes de que una descarga le hiciera perder la consciencia. El de Alina cuando un pitido que llevaba esperando semanas sonó por fin en su asistente electrónico.

Despertó pensando que había muerto y tardó unos segundos en darse cuenta de que no era así. No entendía por qué se veía a si mismo totalmente desnudo y tumbado en una camilla, estaba cómodo, no se sentía herido y era capaz de pensar, pero no podía moverse, ni siquiera cuando un ruido le alertó de que no estaba solo y se esforzó en forcejear con todo el ímpetu que le marcaba el miedo.

Alina estaba contenta, su invento había funcionado a la perfección, nadie se había percatado de nada y el ejemplar que había conseguido era magnífico. Estaba realizando el análisis biológico para asegurarse de que estaba sano cuando el monitor que controlaba sus constantes le indicó que había despertado. Sin poder dominar su impaciencia se acercó a él.

En su campo de visión apareció de repente una mujer que le miraba con extraño interés. Se dio cuenta que hasta entonces había estado mirando un espejo que debía estar situado en el techo. Parte de su habilidad como cazahembras era la de evaluar mujeres y catalogarlas de un simple vistazo. La que tenía delante no hubiese valido gran cosa en el Mercado, a pesar de resultar atractiva no era muy joven ni parecía tener un cuerpo escultural, sin embargo su vestimenta era significativa porque indicaba que ostentaba un rango alto en la sociedad de Feminia, y eso en sí ya suponía una valiosa recompensa en Elos (el departamento de seguridad y espionaje de los Estados Homen). Pero sus pensamientos quedaron en suspenso cuando ella acercó la cara a pocos milímetros de su cuello y empezó a olfatearlo.

J’er-in se puso muy nervioso. Del mundo de las mujeres y sus costumbres se conocían pocos datos, pero su Ley Primera, en la que basaban su sociedad, su organización y hasta su religión, era sencilla, clara y conocida universalmente: "Sin contacto con hombres". Él mismo había visto lo que significaba para ellas ese principio cuando las cazaba; la mayoría, tarde o temprano optaba por el suicidio, algunas enloquecían y las pocas que asumían su nueva condición se consumían rápidamente ante los múltiples requerimientos de sus dueños y sus escasos cuidados.

Alina sabía que no era normal, que aquello no estaba bien, pero también sabía que ya no iba a detenerse. Un impulso interno, como una llamada animal totalmente irracional, llevaba martirizándola toda la vida y por fin había decidido rendirse a él. Acercó su nariz a aquel poderoso cuerpo y aspiró su aroma, olía a bosque, a hoguera, a tierra y a algo indefinido que se le antojaba cálido y primitivo. La boca se le hizo agua, cerró los ojos para disfrutar del deseo que notaba despertar en ella y sin pensar en lo que hacía, sacó la lengua y la pasó por su mejilla. El monitor de control de pulsaciones dio un aviso y, casi al mismo tiempo, el laboratorio inteligente parpadeó en verde. Alina, que había girado la cara hacia los aparatos, volvió a concentrarse en él y sonriendo dijo en voz alta "Sano".

J’er-in estaba perplejo y aterrado a la vez y su alteración fue más que evidente cuando sintió aquella lengua recorrer su cara, pero después de eso ocurrió algo que le impactó mucho más profundamente, ella miró hacia los aparatos por un instante y cuando volvió su cara hacia él y pronunció aquella extraña palabra en lengua femín, sonrió. Nunca antes había visto una sonrisa así en la cara de una mujer y aquella visión fue para él una revelación bella, excitante y peligrosa.

Alina no se lo pensó, sólo se dejó llevar. Despacio y con cierto temor al principio empezó a lamer y a acariciar a su prisionero, la cara, la boca, los ojos, la nariz, el cuello, la barbilla, cada vez con más ansias, llegando a clavarle dientes y uñas, permitiéndose succionar su piel. Así descendió por su cuerpo inmóvil, con total libertad, explorando cada rincón.

A J’er-in no se le pasaba el miedo, pero otra sensación muy distinta se mezclaba con él. Sin duda aquella mujer estaba loca, pero le estaba haciendo sentir algo desconocido. Notar su boca y sus manos recorriéndole el cuerpo, mientras lo veía todo en el espejo, y no poder moverse, producía en él una mezcla de rechazo y placer difícil de entender.

Alina quedó asombrada al descubrir la erección de su prisionero. Tenía preparada la medicación necesaria para conseguir químicamente aquella reacción pero por lo visto no iba a hacerle falta. Prestó atención a aquel miembro excitado, pasó los dedos por él, caliente, terso, suave, y observó la reacción que eso produjo; le hizo gracia. Acercó su cara y le llegó su olor, eso hizo que perdiese el poco control que aún tenía. Agarró el pene y frotó la cara contra él, contra los huevos, las ingles, estaba excitadísima, quería correrse pero no se sentía capaz de separarse del olor, del calor, del tacto recién descubierto.

J’er-in se resistía a parpadear, no quería perderse ni un solo segundo del espectáculo que se le ofrecía. Ni en las mejores reproduporno había visto una expresión de gusto tan morbosa como la que aquella mujer exhibía ante su rabo y eso le ponía a mil. Su inmovilidad le tenía rabioso y curiosamente esa rabia le hacía excitarse más aún. De repente ella sacó la cabeza de su entrepierna, se descalzó, se subió a la camilla y se tumbó bocabajo sobre él. Notaba el calor de su aliento en las pelotas, el peso de su cuerpo presionando el suyo y sus pies apoyados en su cara. El espejo le permitió ver cómo ella metía una mano entre sus piernas y comenzaba a masturbarse. La respiración de ella se aceleró. Hasta los oídos de J’er-in pronto llegaron los jadeos femeninos, que tuvieron como efecto inmediato el bombeo de más sangre hasta su ya hinchadísima polla. Quizá ella lo notó o quizá fue casualidad, pero lo siguiente que hizo fue metérsela en la boca para chuparla y babearla mientras seguía masturbándose. Si no fuese porque ella le mordió al llegar al orgasmo, él se hubiese corrido en su boca.

A pesar de haber disfrutado del climax más intenso de su vida, Alina no se sentía satisfecha, su excitación no había disminuido lo más mínimo. Pensó en ir a por su sexbox y programar una sesión larga y extrema, pero lo que de verdad quería era otra cosa; en su mente se gestaba una idea tan obscena que, en cuanto tomó forma, no le cupo duda que la llevaría a cabo. Se puso de pie sobre el torso del hombre y apoyando una de sus manos en el espejo del techo se desnudó mientras hacía esfuerzos por guardar el equilibrio. Luego se sentó sobre él, mirándole sin verle pero sonriendo ante la atrocidad que iba a cometer. Contenta de haber asumido su condición de pervertida, cogió la polla con decisión forzando el ángulo que había adquirido al empalmarse y colocando su postura, dirigió aquél glande voluminoso hasta la entrada de su coño; luego empujó. Creyó morir de placer al sentir como se abría su vagina para dejar paso al sexo caliente y palpitante de un hombre. Alina estuvo quieta un rato, pero no pudo resistir mucho el antojo de su cuerpo por empalarse una y otra vez en aquella verga.

J’er-in sabía que se encontraba en grave peligro, que su vida no valía nada en manos de las mujeres, que estaba a su merced y que no podía hacer absolutamente nada para defenderse de todo lo que aquella hembra deparase para él, pero saber todo eso mientras ella se corría tirada sobre él y verla desnudarse despreocupadamente mientras le pisaba como si no fuese más que un objeto, hizo que su polla, ya palpitante de deseo, empezase a segregar gotas. Cuando ella se la metió en el coño, tan lenta pero decidida, él pensó que tardaría poco en correrse. Con lo que no contaba era con el ritmo caprichoso que marcaba la mujer en su cabalgada, que le hacía rozar el orgasmo una y otra vez sin permitirle llegar a él. Si hubiese podido la habría agarrado del pelo mientras le incrustaba el rabo a aquella zorra hasta lo más profundo.

Llegó un momento en el que Alina no pudo aguantar más sin correrse, sus embestidas a la pelvis del hombre se transformaron en auténticos saltos rápidos y brutales. Las primeras oleadas de un placer infinito llegaron y Alina gritó.

Las contracciones que J’er-in sintió en su aprisionada polla y el grito de Alina fueron los detonantes que desataron por fin su orgasmo.

Alina se quedó allí tumbada. El pene había perdido su rigidez y estaba a punto de salírsele. Se sentía sucia físicamente, oliendo a sudor, saliva, flujos y lefa, y sucia moralmente por la trasgresión que acababa de cometer. Sin embargo era feliz.

Sabía que el riesgo era tremendo y por eso se había prometido que lo haría una sola vez. Tenía preparada la forma de acabar con el hombre y deshacerse de él, pero ahora se sentía incapaz de renunciar a aquello. Ante su mente se abrían cientos de posibilidades. Ella era una mujer lista y con recursos, ya pensaría cómo organizarlo todo para que no la pillasen. Y mientras se levantaba y se vestía ya sabía que se había dado permiso a si misma para quedárselo… al menos hasta que tuviese otro.

Un relato de Erótika Lectura .

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