Otro encuentro con un autor de Todorelatos

Si ya resulta gratificante escribir, lo es más aún cuando alguien se interesa por ello. Y todavía más si con ese alguien acabas teniendo algo más que palabras...

Puede que aquel fuera uno de los emails más agradables que he recibido en los últimos años. No transcribiré lo que en él me decía su autor por aquello de respetar su intimidad, pero sus palabras fueron realmente gratificantes y conmovedoras, aunque pienso que inmerecidas. Le contesté agradecido con otro email mucho menos elocuente, pero que nos llevó a una cadena de correos de lo más interesante y hasta divertida.

Era una bonita coincidencia que uno de mis autores favoritos de esta web me dijera las cosas que me decía, convirtiendo sus críticas en regalos y sus halagos en profundas reflexiones. Desde luego me retaba, y quizá era esto lo que más me atraía de Santi. El porqué él se me acercó se me escapa, pero como digo, ese intercambio de impresiones desencadenó en querer más el uno del otro.

Que viva en Madrid lo hace más fácil, porque es cierto que mantengo contacto con gente que vive tan lejos que se hace casi imposible la idea de que algún día podamos conocernos. Santi era más accesible desde ese punto de vista. Sin embargo, mi timidez y mis complejos lo hacen todo siempre más complicado por mucho que con Santi todo parecía ser muy fácil. Me sedujo con sus frases y terminó de cautivarme cuando le vi esperándome en la entrada de aquel parque madrileño.

Con sus treinta y tres años y un físico muy normalito, todo hay que decirlo, Santi se parecía bastante a mí. Destacaría sus expresivos ojos y una bonita sonrisa, pues con una estatura media, una complexión ni fuerte ni delgada y un pelo castaño bien corto, no es de esos tíos que llaman la atención a primera vista. Me imagino que él tampoco se llevaría ninguna sorpresa, pues además ya me había visto en fotos y sabía a lo que atenerse.

La verdad es que pasamos una tarde muy amena. Dimos un paseo, aunque yo no soy muy amigo de caminar, pero reconozco que en buena compañía son agradables. Después entramos a un bar a tomarnos unas cervezas, algo que me gusta más a pesar de la prohibición de fumar. Pero era eso, o helarnos de frío en la terraza. Hablamos un poco de todo: coches, cine, Madrid…hasta que sacó el tema de los relatos. Me encantó que se acordara de algunas partes de ellos, y hasta incluso se apuntara alguna pregunta que quería hacerme en relación al último.

Yo también me había leído los suyos, y mi buena memoria hizo que pudiera devolverle alguna cita de los mismos, pero reconozco que no parecí mostrar el mismo interés que él. A este hecho se unía que Santi iba mucho más al grano que yo. Parecía tener claro que aquella noche acabaríamos follando, y no le importaba, pues, desviar la conversación por esos derroteros. Es verdad que no me sentí incómodo, pero soy mucho más remilgado y reacio a hablar de sexo o sentimientos abiertamente, por mucho que ya me hubiera desnudado demasiado en mis relatos.

Me propuso ir a su casa entonces, pero yo rechacé la invitación. Santi me gustaba, la verdad, pero tras mi última y desagradable experiencia sexual, había decidido tomarme las cosas con más calma para no tener que pasarlo mal y arrepentirme como lo hice con otro tío que no viene al caso. Seguro que Santi se sintió decepcionado, pues aparte la excusa fue la típica del cansancio y tal, aunque creo que no la dije muy convencido. Aun así, nos despedimos de buen rollo con la idea de que nos volviéramos a ver.

En el trayecto de vuelta a casa pensé en si había acertado en mi decisión, y llegué a la conclusión de que fue algo forzada y artificial, pues era consciente de que si había una segunda cita, acabaría acostándome con Santi. Sí, me hice el estrecho, o el interesante, o vete tú a saber qué se me pasaría por mi antojadiza cabeza. Me alegré minutos después cuando Santi me envió un sms diciéndome que se lo había pasado muy bien y que esperaba que quedásemos ese fin de semana si a mí me apetecía.

Y claro que me apeteció. El sábado repetimos en el mismo parque, pero el frío atardecer de diciembre nos llevó a refugiarnos antes de lo previsto. En vez de entrar a algún bar, Santi insistió en preparar una cena en su casa. Me puse nervioso para variar, y hasta dudé, pero acabé cediendo no sé si ante él o ante mí mismo. El caso es que acabamos en su casa tomándonos una cerveza, con mis articulaciones temblando y Santi en apariencia satisfecho.

Aunque eran poco más de las ocho de la tarde, parecía tocar decidir si cenábamos ya o entrábamos en materia. Obviamente esto no se dijo con palabras, ni tampoco sabría explicarlo con ellas ahora, pero los silencios, los semblantes o una regla no escrita incitaba a este planteamiento. Y entonces me armé de valor, me acerqué a él y le besé en los labios. Afortunadamente acerté, y Santi me correspondió con un largo beso que se hacía más impúdico cada vez que su lengua se escapaba de su boca para llegar hasta la mía.

La verdad es que hubiera deseado que nos quedáramos en aquel sofá un rato más, por aquello de hacerlo menos típico, pero Santi me condujo hasta el dormitorio. Joer, en las historias románticas tradicionales nunca se folla en la primera cita (bueno, era la segunda, pero antes no había pasado nada) y el entrar en su habitación ya daba por hecho que pocos segundos después estaríamos ya completamente desnudos chupándonos la polla el uno al otro.

Y así fue; sin sorpresas. Con delicadeza, y a sabiendas de cómo me comporto yo ante esas situaciones por haberse leído y releído mis historias, Santi me fue desnudando al tiempo que me dedicaba unas acertadas palabras que lo hacían todo mucho más cómodo. Mentiría si dijese que no estaba nervioso a pesar de todo, pero sí que es cierto que no fue tan duro como en otras ocasiones. La que sí estaba dura ya era mi verga, completamente erecta y receptiva. La de Santi también, pero cobraría protagonismo más tarde.

Entonces llegó el primer recorrido de placer que erizaba mi vello cuando sentí la boca de Santi en mi cipote. La suavidad de su lengua y lo lento de su recorrido se tornaban casi tortuosos, al igual que el cosquilleo que sentía sobre mi piel, haciéndome disimular un intenso gemido. Sentía cómo toda su boca se tragaba mi polla, notando su saliva y cómo sus dientes la arrastraban a lo largo del tronco, y arrastrándome a mí a gozar de una manera tan sublime. Tal y como narraba en sus relatos, Santi sabía muy bien cómo usar su lengua, y cómo ayudarse de sus labios para hacerme ver las estrellas.

Llegaba mi turno sin saber si podría estar a la altura. Tras otro agradable morreo, le giré y se quedó sobre el colchón ofreciéndome su falo bien tieso, de buenas proporciones y mejor forma, con su enrojecido glande que no tardé en lengüetear. Esta vez fue él quien emitió un sonoro sollozo cuando le rocé el capullo. Estaba tan sabroso que no pude evitar tragarme su polla entera, e introducirla hasta lo más profundo de mi garganta mientras balbuceaba un “joder tío, buahh”. Aquello me animó a dar lo mejor de mí, así que disfruté de la polla de Santi y le hice gozar a él aún más.

Mi caliente lengua recorría su todavía más ardiente cipote. Santi se retorcía y yo sonreía satisfecho de poder hacerle gozar de aquella manera. Lo hacía lento, casi con maldad, a modo de venganza por cómo él me había torturado con su pausada mamada. Me detenía en su glande, me la tragaba entera dejándola en mi gaznate algunos segundos mientras sacudía la cabeza hasta quedarme casi sin aliento. Dejaba a mi lengua lamer cada milímetro de aquella polla con calma, tan despacio como mis ganas me permitían. Bajaba incluso a sus huevos, empapando en saliva su duro vello y provocando cada vez más sonoros gemidos en mi amante.

No me harté de comer polla, pero Santi me apartó para devolverme a sus brazos y besarme de nuevo. Al tumbarme sobre él, noté como, además, ambas pollas, pétreas y abrasadoras se rozaban, incluso ambos las dirigíamos con sutiles movimientos para restregarlas entre sí sin que nuestras bocas se separaran. ¡Qué gusto! Así continuamos unos instantes hasta que sin mediar palabra Santi se incorporó quitándome de encima y dejándome a mí de nuevo yaciendo sobre el colchón. Se fue hasta mi culo y sin muchos rodeos acercó su lengua para lamerlo.

Volví a estremecerme cuando aquel húmedo músculo acariciaba con dulzura la más recóndita parte de mi cuerpo. Contrastaba además con las manos frías de Santi, con las que se ayudaba para separarme bien las nalgas y conseguir el mejor acceso posible a mi agujero. Pero empezó a apartarlas para que alguno de sus dedos, previamente humedecidos, se acercase también e intentaran penetrar en lo más profundo. Al primero fui un poco reticente, pero  poco duró aquella sensación, volviendo otra vez al placer más agradable y a la lujuria más incontrolada.

-¿Me dejas que te folle? – preguntó.

Asentí con un gesto y sus dedos cedieron a su polla, que entró sin dilaciones en mi culo, estremeciéndome, haciéndome sollozar, vibrar y hasta sonreír consciente de lo que me aguardaba. Santi volvió a mascullar, y aunque no logré entenderle, supe a través de su rostro que aquello lo disfrutaría tanto o más que yo. Sus embestidas no se hicieron esperar, y metía y sacaba su verga a buen ritmo acompasando los sollozos que ambos entonábamos acordes. Arremetía hasta el abismo al igual que el placer arremetía contra cada poro de mi piel.

Mi ano notaba la fricción de su verga con cada sacudida, que de vez en cuando se aceleraba hasta que las fuerzas flaqueaban agudizando también los suspiros de Santi, que apenas trataba de camuflar, y que al escucharlos, provocaban en mí una mayor excitación si aquello fuera posible. Le miraba todavía con cierta timidez y me regalaba una sonrisa cómplice, o simplemente se acercaba hasta mis labios para besarme de nuevo o morderlos. Su energía parecía no tener límite, y mi culo tampoco iba a desfallecer, convencido y deseoso de que aquella polla lo penetrara todo el tiempo que quisiese.

Lógicamente esto no era posible, y de una manera un tanto precipitada – aunque comprensible- Santi sacó su polla y sin moverse más empezó a pajearse. Sin mucha vergüenza por lo cómodo que todo resultaba, y viendo que se correría de un momento a otro, comencé yo también a sacudírmela ante aquella estampa de un tío jadeante, con una mano apoyada en mi rodilla, la otra blandiendo su verga y su mirada perdida ante el éxtasis que estaba a punto de llegar. Lo anunciaron sus suspiros cada vez más graves, así como las gotas del espeso líquido blanco que descendió hasta mi vientre y mi pecho en forma de trallazos que expulsaba Santi con cada espasmo.

Deslizarlo con el dedo sobre mi piel ayudaría para que yo me sintiera aún más excitado, y casi tanto como sentir de nuevo la lengua de Santi rozando la mía, así como sus manos acariciándome, hasta que mi leche quedó también esparramada sobre mi barriga.

-¡Qué bien, tío! – aclamó.

Yo me limité a sonreír, mientras aún le sentía cerca, y a sus manos deslizándose sobre mi vientre esparciendo los obscenos restos de nuestro delirio.

-Traeré una toalla – anunció. –Te puedes duchar si quieres.

-¿Vas a ducharte tú? – le pregunté, porque no sabía muy bien cómo tomármelo, por si quería que me marchara ya o era el principio de la noche.

-Me conformo con esto de momento – aclaró señalando a la toalla y aclarando de algún modo la situación.

Nos vestimos sólo con el calzoncillo y nos dirigimos al salón de nuevo. Nos encendimos un cigarro en silencio hasta que Santi habló.

-Se me ocurre algo.

-¿Qué? – le interrogué.

-¿Por qué no escribimos un relato sobre esto? Como aquella vez que lo escribiste tú.

-¿Uno cada uno?

-No, uno los dos juntos, aquí y ahora si quieres.

Me pareció una gran idea y nos pusimos a llevarla a cabo. Estuvimos un rato pensando en cómo plantear la historia en frente de la pantalla del ordenador.

-No sé tío – me disculpé. –No estoy inspirado.

-Venga ya hombre, si sólo hay que contar lo que ha ocurrido.

-¿Así sin más? – volví a preguntar.

-¿Qué más quieres?

-No sé, nada…escríbelo tú pues.

-De eso nada. Esto es cosa de los dos. Pero que si no quieres lo dejamos – me advirtió.

-No, no. Es que no se me ocurre cómo empezar.

-A ver, déjame.

Me arrebató el teclado y se puso a escribir.

Nos conocimos porque ambos escribíamos relatos eróticos en esta web…

-¿Qué te parece? – dudó un segundo.

-Ja, ja. Un poco soso, ¿no?

-Mmm, vaya con el escritor – dijo casi susurrando mientras se acercó a darme un dulce beso. –Pues venga, inténtalo tú.

-Que no venga, sigue.

…y ahora que ya nos hemos visto en persona y hemos follado, decidimos escribir un relato juntos sobre nuestra historia. Ángel y yo – Santi – somos muy parecidos, aunque él es más joven, pero tiene infinitamente más talento que yo.

-Eso no es verdad - puntualicé.

-Sí que lo es, déjame.

Por eso, y tras leer todos y cada uno de sus relatos me aventuré a enviarle un correo, felicitarle y comprobar qué parte de verdad había en cada uno de ellos. Lo cierto es que no se lo llegué a preguntar directamente. Mi intención era más bien averiguarlo por mí mismo. Fue fácil, pues no tardó en contestarme dejándome casi perplejo por su respuesta.

-¿Ah sí? – pregunté extrañado.

-Sí, eres muy impresionable – contestó.

Los dos estábamos en Madrid intentando soportar el duro invierno que parecía querer establecerse de una vez. Los termómetros bajaban, pero el interés por conocer a Scirocco aumentaba con cada correo que de él recibía. Resultaba ser un tipo tanto o más interesante que el que se reflejaba en sus palabras. Y además era muy sincero – demasiado, diría yo – pues hasta su nombre era el mismo que en sus relatos, y eso ya decía mucho. Cuando le vi en foto, también constaté que no mentía, y que se describía bastante bien (bueno, o mal, porque siempre quiere quedar como lo que no es, o por lo menos, lo que a mí no me parece).

Finalmente nos vimos en un parque la tarde del miércoles, que él tenía libre. La primera impresión fue muy positiva, pero también pude corroborar que lo de ser tímido en exceso es cierto. Se le notaba en la cara, en sus palabras entrecortadas y en su forma de comportarse. Menos mal que le duró poco y pronto se soltó. Supongo que yo le caí bien y se sintió a gusto conmigo. Tras el paseo fuimos a un bar a tomar algo, y tras ello, le invité a mi casa. ¡Pero el pavo me dijo que no! Imaginad mi cara cuando me pone como excusa que está cansado y tiene que madrugar.

-Joer tío, era miércoles – le interrumpí.

Vale, era miércoles y a lo mejor era verdad que quería descansar. Pero también es cierto que yo me quedé con las ganas de que se viniera a casa. Pero bueno, le envié un sms para dejárselo claro y esta tarde hemos vuelto a quedar. Hoy no ha dudado y hemos pasado del paseo y de las birras y nos hemos venido para mi casa directamente. Por sus relatos ya sabía más o menos cómo era, y por las pocas horas que hemos estado juntos me he convencido. Por eso, sabía que él no iba a dar el primer paso, pero me ha sorprendido cuando se ha lanzado y me ha dado un beso casi entrañable. Aunque bien es cierto que lo he provocado de alguna manera.

-Qué cabrón eres – le regañé bromeando.

-Anda…chico tímido….

No carezco de escrúpulos, pero mi beso no era tan afectuoso y ha acabado siendo un morreo en toda regla. Le he llevado entonces mi dormitorio para continuar con lo que por fin habíamos empezado. Aquí no he sido cruel, y he pretendido hacerle sentir cómodo cuanto me ha sido posible, haciendo el trance lo más natural e intentando que Ángel se desinhibiera por completo. Supongo que lo he conseguido, y pronto nos hemos visto los dos en bolas tumbados sobre mi cama para poco después comerle la polla hasta estremecerle de placer, tal y como denotaban sus gemidos, cada vez menos encubiertos.

-Buff tío, con esto me estoy empalmando otra vez – dijo Santi.

-Ya te veo, ya – confirmé yo tras ver su polla morcillona bajo el bóxer.

Entonces me besó de nuevo y comenzó a sobarme el paquete otra vez.

-¿Quieres que te la chupe mientras escribes? – le dije yo sorprendidísimo de mí mismo por mostrarme tan salido y tan vicioso. La cara de Santi expresaba la misma sorpresa y tampoco daba crédito a mi comentario.

-La verdad es que prefiero que me folles – confesó.

Y entonces se levantó, se deshizo del calzoncillo, hizo lo propio con el que yo llevaba, aún sentado en aquella silla giratoria, y comenzó a estimularme la verga con una de sus manos. La lamió un par de veces y fue suficiente para que yo acabara por empalmarme del todo. Me excitaba mucho la idea de follarle, pero me dejaría llevar. Intentó sentarse a horcajadas sobre mí besándome al mismo tiempo y encajándose para poderse clavar mi polla. Pero no era fácil, pues la silla no era muy grande, y además las ruedes hacían que patinara sobre el parquet. Santi decidió entonces darse la vuelta, dándome la espalda y sujetándose al escritorio sobre el que aún permanecía visible el documento de Word que narraba nuestras experiencias.

Con aquella nueva postura sí resultaba algo más sencillo. Yo permanecía sentado de la misma manera preparando mi polla para que Santi se la clavara. Así lo hizo poco después, sumiéndonos a los dos en un largo sollozo cuando sentimos que nuestros cuerpos encajaban de nuevo. Santi galopaba con ganas subiendo y bajando al tiempo que mi verga entraba y salía de su dilatado culo. Gemía retumbante agarrándose a la mesa para que la silla no nos llevara de motu propio a la otra parte del salón. Yo le agarraba de la cintura, le acariciaba, le besaba la espalda y gozaba. Creo que era la primera vez que hacía algo parecido siendo yo el que la metiera, pero sí recordaba lo placentero que era cuando alguna vez me clavé alguna polla de manera similar.

Por tanto, entendía a la perfección cómo el culo de Santi le llevaba a tal estado, pidiendo más, dejando bien claro lo mucho que le gustaba y cómo su cuerpo se retorcía. Soltó una de las manos y la silla hizo un amago de querer deslizarse, pero sólo se giró un poco. Santi necesitaba tener una mano libre para ocuparse de su verga, que saltaba tiesa al compás de mis embestidas, por lo que empezó a estrujarla ensalivándose la mano. Yo por mi parte no necesitaba más. El ritmo era el idóneo para que acabara corriéndome de un momento a otro, por más que quisiera retrasar el momento todo lo posible por tan placentera situación. Por tanto, esta vez fui yo el primero que avisó que la corrida llegaba, pero Santi no se apartó, llevado quizá por el momento álgido de tanta excitación.

Aceleró sus movimientos y no pude evitar correrme. Hacerlo dentro de aquel hambriento culo es algo imposible de expresar. Quizá lo más parecido fuera el increíble gemido que no pude evitar soltar mientras mi polla se ablandaba y sentía mi propio semen deslizándose por ella con el imperturbable culo de Santi que aún seguía montando sobre una polla que parecía pedir tregua, aunque fuera por unos segundos. Pero el descanso no llegó hasta que Santi acabó con su paja liberando así un semen que no se sabe muy bien dónde fue a parar, aunque una parte sí llego a su mano, que noté pringosa cuando se apoyó en mi pierna para levantarse con cuidado y darle un respiro a mi verga que casi estaba activada de nuevo.

Fuimos juntos al baño en busca de otra toalla. El estar desnudo por segunda vez frente a Santi no resultaba ya tan incómodo. Es más, me sentí muy bien, muy a gusto. Por eso, al volver al salón ni nos pusimos el calzoncillo. No hizo falta decirlo. No sé, surgió así. Por fin todo era muy natural. Retomamos la idea del relato otra vez, y de nuevo Santi se puso frente al teclado pensando en qué escribir. Leyó en voz alta la última frase escrita y entonces se dispuso a narrar nuestro primer polvo de hacía tan sólo un rato. Pero el tema estaba en que nuestra historia se iba prolongando, y ya iban dos polvos que tendrían que estar reflejados en el relato si de verdad quería describir todo lo acontecido. Y así lo hizo, mientras yo preparaba algo de cena en su cocina y él tecleaba a una velocidad envidiable.

-A ver qué te parece – me pidió cuando volví.

Lo leí todo con ganas y mucho interés, y sobre todo con expectativas de cómo acabaría ese relato. Después de comer algo mientras yo leía, Santi se puso manos a la obra otra vez.

Y aquí seguimos acabando una cena que tendría que haberse preparado a las ocho de la tarde, aunque en aquella hora optamos por otro tipo de comidas. No seguiré por ahí porque me empalmaré otra vez y querré más si Ángel se deja – apuesto a que sí – pero además tendré que escribirlo también y se nos van a hacer las tantas. Sólo espero que este relato tenga una segunda parte. O una tercera, y no necesariamente hoy. Ahora mismo tengo la sensación de que podría estar escribiendo sobre Ángel, sobre nosotros, durante mucho, mucho tiempo. Pero claro, sólo si me da permiso y él se deja.