Otro día con mi electro-masajeador de clítoris (4)

Resuelvo el problema de Miguel, pero sigo generando otros. Lo que le hizo Lidia a su pobre esposo...

Otro día con mi electro-masajeador de clítoris. (4)

Por Bajos Instintos 4. bajosinstintos4@hotmail.com

Llegué a la oficina con el aparatito puesto, aunque con ciertas dudas al respecto. Tal vez no fuera prudente seguirlo usando después de los alarmantes resultados obtenidos en los días anteriores. En esos días tuve tórridas relaciones sexuales con mi jefe, dos compañeros y una compañera, Lidia, con la que descubrí mi faceta lesbiana. Y dado que la irrigación de mi clítoris había mejorado mucho, aún sin el uso del aparatito, ya no podía decir que me hacía falta el masaje, ya que hubiera andado caliente todo el día, aún sin masaje alguno. Pero cuando el aparatito comenzó a funcionar, el erótico masajito me hizo dejar mis dudas de lado. Por suerte nunca lo había usado en una velocidad superior a "suave", de modo que no tenía demasiado a que temer, salvo a una calentura todavía mayor a la que ya tenía.

Lidia, en cambio, irresponsablemente lo había puesto el día anterior en la velocidad media, y se había pasado el día hecha una ninfómana enloquecida, en medio de incontables orgasmos. Su andar recordaba un poco al de una coctelera, especialmente en la zona comprendida entre el pubis y las caderas. Lo que producía cierto efecto erótico, debo reconocerlo.

Se acercó a mi escritorio con paso tranquilo, aunque exudando la sensualidad que recientemente había descubierto en ella. "No te pusiste el aparato…" le dije a boca de jarro. "No, para qué, si ya me siento bastante reputa… Se lo puse en el nabo a mi marido." "¿¿Qué?? ¿cómo… ?" "Se lo enrosqué alrededor del pito, y lo puse a funcionar. Enseguida se le paró, y ya no se lo quería sacar."

La idea me fascinó. "¿Y qué velocidad le diste?" "¡La tercera!" dijo Lidia con una expresión de malvado regocijo. "¿Y…?" "Me quedé mirando. A los siete minutos le comenzaron a saltar los chorros de leche, pobre." La idea me excitó locamente. "Y luego, aprovechando como había quedado después del polvo, lo até boca arriba en la cama, con el aparatito funcionando, y me vine a trabajar. No sé si lo encontraré vivo a la noche." Yo me imaginé al pobre tipo siendo masturbado implacablemente todo el día, y me recorrió un estremecimiento de perversa calentura. "¡Sos una hija de puta!" "Sí", reconoció con expresión malvada, "Y me gusta." Y agregó como de un modo casual: "¿No querés lamerme la concha?" Y me di cuenta de que sí, que quería lamerle la concha. Así que nos fuimos al baño.

"Sentate en el inodoro" me indicó. Y subiéndose la falda me puso la concha desnuda sobre la boca, y comenzó a moverla adelante y atrás. ¡Me estaba dominando! Y así atrapada, casi montada por su concha, soporté gozosamente su restregada de concha hasta que se vino llenándome la cara de jugos. En el camino yo tuve dos orgasmos, gracias a la calentura que me produjo el desenfado dominante de mi amiga y también, claro, el aparatito que me seguía masajeando dale que dale.

Salimos del baño muy contentas y más amigotas que nunca, camino a nuestras respectivas mesas. Pero yo no llegué a la mía. Apenas nos separamos con Lidia, me agarró la vieja de contaduría, que me apretó contra la pared, haciéndome sentir sus enormes tetas. Se había comprado el masajeador y lo estaba usando. "¡Apretame las tetas, puta!" y comenzó a besarme de lengua. Le agarré las tetonas y comencé a amasárselas. Tiene unos tetones de locura, la vieja. "Este aparatito es maravilloso", me dijo jadeando entre beso y beso. Luego me arrastró hacia el cuartito de útiles de trabajo. "¡Quiero vejarte, putita!" Y echando llave a la puerta me hizo acostar en el suelo y me puso el culo, aún dentro de la falda, sobre la cara. La cosa me excitó locamente. Tiene un culo tremendo la vieja, y sentirlo restregándose contra mi cara me calentó tanto que me corrí. La vieja siguió removiéndolo sobre mi rostro hasta que se corrió ella, con lo que yo volví a correrme. Me dejó en el suelo terminando mi orgasmo, y salió al pasillo. "¡Tengo que seguir cogiéndome gente!" me explicó antes de salir.

Entonces me acordé de Miguel. Lo había dejado dos veces con la leche a punto de brotar y el pobre muchacho se estaba volviendo loco de calentura. Y era calentura de mí. Esa calentura no había paja que se la resolviera.

Así que fui a buscarlo a su escritorio. "¡¡¡No!!!" Gritó cuando me vio llegar, "¡¡al cuartito no!! ¡¡Si sigo acumulando leche me voy a morir!!" "Es cierto, Miguelito, tenés razón" dije agarrándole una mano por encima de la mesa. "No vamos a repetir lo que hicimos en el cuartito, ni siquiera vamos a ir al cuartito" y para tranquilizar su mirada en la que se mezclaban el deseo y el terror, comencé a acariciarle la mano con la mía, suave y caliente. "¡¡Lo ves, ya estoy al palo!! ¡Me rozás y ya estoy al palo!" "Lo sé, Miguelito, sacala afuera del pantalón, así no te manchás… Total debajo de tu escritorio no se puede ver…" "¿Q-qué me vas a hacer…?" exclamó con el terror pintado en el rostro. Pero le hablé con tanto cariño que el chico me hizo caso, y peló su miembro terriblemente erecto, por debajo de la mesa. "¡¡¡No me hagas nada!!!" gimió, con ojos que pedían piedad. "Quedate tranquilo, Miguel, y dame también la otra mano" dije mientras le continuaba acariciando en forma sensual la mano que ya tenía. Me entregó la otra y la tomé con mi otra mano. Comencé a hablarle con voz dulce y sensual. Él me miraba embobado, y atrapado por la caricia. "Entre nosotros dos hay mucho afecto, Miguelito" mis manos acariciaban casi lujuriosamente las suyas. Comencé a rascarle la palma con mi mano derecha. El chico gimió. "No quiero hacerte nada, solo charlar un poquito, ¿sí?" le pregunté con voz íntima y mimosa. "Quiero que recuerdes como te chupe la poronga la primera vez…" El pobre evidentemente recordó, porque sus ojos se desenfocaron. Y yo seguí con mi insidiosa caricia a sus manos. "Pensá que te estoy acariciando tu tranca como lo estoy haciendo con tus manos…" La mandíbula se le cayó. "Pensá que esta caricia la estás recibiendo en tu pija, cielo" y comencé a recorrerle las manos con un toque tan sensual como si se lo estuviera haciendo a su nabo." El chico comenzó a gemir. Le rodeé sus dedos índice y medio, con el pulgar y el índice míos, como si le estuviera haciendo la paja en el nabo. Y estuve haciéndole eso. Mientras su respiración se agitaba cada vez más, y Miguelito se fue poniendo cada vez más colorado. Y yo seguí pajeándole lujuriosamente los dedos. Y Miguelito se corrió. Me di cuenta no solamente por el modo en que se entrecortó su respiración durante la acabada, ni por sus ojos que se pusieron vidriosos, sino por el "toc" que produjo su primer chorro al chocar con el lado de abajo de la mesa, tal era la fuerza con que salió la carga de semen acumulado. Después del cuarto chorro los golpes se hicieron más leves y dejaron de escucharse. Pero yo miré por debajo del escritorio y su nabo, terriblemente erecto seguía escupiendo semen que, luego de chocar con la pared inferior de la mesa, goteaba hasta el suelo donde había un charquito creciente de semen. No esperé a ver el final, le di un caliente beso en la punta de sus dos dedos –se escuchó un renovado toc, junto con el beso- y luego lo dejé, mirándome con ojos desenfocados pero agradecidos hasta la adoración.

Esa fue la inauguración de un nuevo modo de tener sexo con Miguel, ya que estaba tan erotizado conmigo, que sus erecciones eran inmediatas a mi cercanía, de modo que muchas veces tuve que ayudarlo a desagitarse, acariciándole las manos y pajeándole lo dedos. Curiosa la forma de dominación que había adquirido sobre este muchacho. En la fiesta de fin de año, mientras todos creían que mis manos agarrando y acariciando las suyas eran una muestra jocosa de afecto, lo hice correrse dos veces debajo de la mesa, sin que nadie se diera cuenta. El chico me adoraba.

Conmigo, Lidia y la vieja de contaduría sueltas por la oficina, esta se fue degenerando y las cogidas se ramificaron como un reguero de promiscuidad. Yo recibí una buena ración, pero me quedé con ganas. Así que le dije a Lidia que tenía curiosidad de saber como estaría su marido, después de todo un día con el aparatito enroscado en el pene. Y si se daba, tener otra cogida entre nosotras.

Nos fuimos tomadas de la mano y también de la cintura porque estábamos muy erotizadas las dos. Pero estábamos ansiosas por ver si su marido había sobrevivido. Así que hicimos el camino hasta su casa deteniéndonos apenas para cambiar uno que otro beso de lengua, para luego seguir apresurando el paso.

De modo que llegamos bastante pronto. Al entrar en el dormitorio nos invadió el olor a guasca. El pobre Carlos estaba semi desvanecido en medio de un enorme charco de semen, con su poronga todavía erecta y sufriendo las estrujadas y vibraciones del implacable aparatito. En las paredes, techo y muebles había manchas de leche, lo que mostraba a las claras que había sido ordeñado todo el día. Piadosamente le desenroscamos el aparatito, pero su sobre estimulado pene seguí con una erección inconmovible. Así que le pedí permiso a Lidia "¿Te molestaría si…?" "¡Para nada! ¡Usá nomás!" dijo con un gentil movimiento de su mano dándome vía libre. Así que me ensarte en la erecta y durísima tranca de Carlos y me di el gran paseo ante los ojos divertidos de su esposa. Me eché tres polvos y luego me desensarté y le di el turno a Lidia que prefirió enterrarse en culo el palo empalmadísimo de su marido. Yo aproveché para lamerle el clítoris a ella, y las bolas a él. Luego me senté en su cara, y Lidia, sin desensartarse, dio la vuelta para pasar un buen rato, besándonos de lengua y tocándonos las tetas mientras lo seguíamos cogiendo, ella el pene con su culo y yo su cara con el mío.

Luego nos despedimos cariñosamente y me fui a mi casa, mientras ella se inclinaba sobre el palo irreductible de su esposo y comenzaba a chuparlo en un sesenta y nueve. Me fui rogando que el pobre hombre sobreviviera.

Esa noche dormí como nunca, recordando el culo de la vieja de contaduría sobre mi cara, la mamada de concha que le había dado a Lidia en el baño, la mirada de perruno agradecimiento que me dedicó Miguelito con sus ojos vidriosos mientras acababa debajo de su escritorio, el charco de semen que se le había ido formando, y los polvos que nos echamos mi amiga y yo sobre el casi cadáver de su marido y como se le quedó chupando el nabo. Temí que lo mandara al otro mundo. Pero estaba tan agotada que me dormí como un angelito y soñé en un cielo lleno de porongas y conchas.

Contame que efectos te ha producido mi relato, si tienes ganas, y escríbeme a bajosinstintos4@hotmail.com mencionando el nombre del mismo. ¡Espero tus comentarios!