Otro día con mi electro-masajeador de clítoris (3)

Mi aparatito me está volviendo loca, y también a mi compañera Lidia, que se lo ha comprado. Y especialmente al pobre Miguel...

Otro día con mi electro-masajeador de clítoris. (3)

Por Bajos Instintos 4. bajosinstintos4@hotmail.com

Dos días con el masajeador me habían valido entregarme a tórridas situaciones con mi jefe, con mi compañero Miguel, y con mi –hasta entonces solamente- amiga Lidia.

La publicidad del aparatito prometía terminar con la frigidez de las mujeres, devolviéndolas gradualmente a su condición normal, de modo de no necesitar más la estimulación electrónica. Y, estaba comprobando que era cierto. Pero el problema es que yo nunca fui frígida, sino todo lo contrario. Y el aparatito, en tan sólo dos días, me estaba convirtiendo en una ninfómana. Pero yo todavía no lo sabía, así que al tercer día salí nuevamente con mi masajeador trabajándome el clítoris.

Lidia llegó un poco más tarde a la oficina, pero contenta. Se había comprado el maravilloso ingenio. Y ya lo traía puesto. Y se le notaba. Así como me vio me arrastró al baño y me chupó el coño. Fue el primer polvo del día, para mí. En otras épocas, con eso hubiera tenido bastante para todo el día. Pero yo también estaba usando el aparatito, así que a la media hora ya estaba más caliente que al llegar.

Mi primer deber, sentí que era para con Miguel, a quién ya había dejado dos veces con la tranca dura sin poder acabar. Estaba en su escritorio, trabajando. Al verme su expresión pasó al resentimiento mezclado con deseo. "Miguelito, creo que te debo algo… ¡vamos al depósito!" Miguel intentó resistirse "¡No, porque me vas a dejar al palo sin poder acabar!" "¡No, Miguelito, te juro que no! ¡Lo único que quiero es darte una buena acabada!" "Mejor que sea así… porque me estoy volviendo loco…"

Agarrándolo de la mano, lo arrastré al depósito. Sus compañeros cruzaron sonrisas cómplices. Evidentemente sospechaban algo, pero a mí no me importaba nada, y arrastré a Miguelito a la pieza chica del depósito. Y una vez encerrados allí, comencé a amasarle el nabo a través del pantalón. En dos segundos se le puso durísimo. ¡ Claro, con la calentura que venia acumulando…!

Y de mientras lo estaba enloqueciendo con un tremendo beso de lengua que se le iba a aparecer una y otra vez en sus noches de insomnio.

Yo regulaba mi accionar, porque no quería que se viniera demasiado rápido, así que procuraba que la tensión se fuera acumulando sin descarga, para que cuando aquella llegara, fuera la mejor acabada que Miguelito hubiera tenido en su vida.

Para cuando le bajé los pantalones, Miguel estaba jadeando y todo su cuerpo temblaba. "Ha llegado el momento", pensé y, corriendo la tirita del aparato que pasaba entre mis nalgas, le ofrecí el culo para que tuviera la mejor acabada de su vida. "¡Ahh…!" exclamó él al comenzar la penetración. Y en eso golpearon a la puerta. Nos quedamos paralizados. Volvieron a golpear, "¿Hay alguien allí?" se escuchó la voz del encargado del depósito. "Soy yo, don Manuel, Susy, estoy buscando unos viejos expedientes."

Rápidamente le subí los pantalones a Miguel, dejándole el empalmado nabo para arriba. Tomé unos expedientes cualesquiera, y salimos del cuartito. Miguel había tomado otros expedientes, que llevaba a la altura del vientre, para disimular su terrible erección. Don Manuel nos miró pasar con la desconfianza pintada en el rostro.

"Estúdiese también estos expedientes, Miguel, y después hágame un resumen" Y me fui, con mucha pena por la tremebunda frustración que debía estar sintiendo el muchacho. Pero ¿qué podía hacer yo?

Cuando pasé por uno de los pasillos rumbo a la oficina principal, sentí una mano fuerte que me agarró del brazo y me metió en ese pasillo lateral. Era el Ñato, un tipo bastante atractivo que se sentaba en la mesa detrás de la de Miguel. Obviamente, nos había observado, y seguido. Y tenía sus propios planes. Sin darme tiempo a reaccionar me metió en una puerta que daba a un cuarto oscuro. Cerró la puerta, y sin prender la luz comenzó a besarme manoseando mis tetones, con tanta vehemencia que mi sorpresa dio lugar a la calentura. "¡Ñato…!" musité bajo el impacto de sus apasionadas caricias. Escuché el sonido de un cierre relámpago y con su mano guió la mía, y me encontré agarrando un garrote de antología, caliente, grueso y de un largo que me costó creer. "¡¡Ñaatoo…!!", gemí con voz ronca, apretándole la tranca. "¡Hace tiempo que te quería agarrar, putona!" "¡¡¡Ñaaatooo!!!" exclamé escandalizada por el insulto, pero bastante halagada también. Y dándome vuelta le ofrecí el culo, ya que tenía la tirita corrida. El Ñato entendió la indirecta, y lubricando su nabo con los jugos de mi concha, me lo enterró en el culo. "¡¡¡¡Ñaa… tooh…!!!!" gemí con voz caliente. El Ñato se agarró de mis tetones y mientras me los amasaba de locura, me dio una serruchada de orto que me mandó al carajo en pocos momentos. Para colmo, el aparatito había vuelto a funcionar, de modo que no sólo mi orto sino también mi clítoris estaban siendo muy calientemente tratados. Bueno, que me vine tres veces antes de que el Ñato me llenara el culo de leche. Me quedé, apuntándole con el culo, mientras sentía cada espasmo de su acabada. Ahí tuve mi cuarto orgasmo, y mi ojete apretó su miembro con pasión, ordeñándole hasta la última gota. Cuando me la sacó, hizo un ruido de "plop" y sin el sostén de su empalada, me derrumbé, cayendo al suelo, a los pies de mi violador. "¡Ya sabés, puta, en cualquier momento te voy a volver a coger!" y salió dando un portazo, dejándome en la oscuridad, pero muy satisfecha.

Después de un ratito, los masajes del aparato me habían devuelto el tono muscular y pude levantarme. Decidí que quería más de aquello, quería pija, no importa de quien.

Salí de la pieza y volví al corredor algo mareada y tambaleándome un poco. Volví a mi asiento con el culo escociéndome un poco, pero contento.

Y el masajeador continuaba su insidioso trabajito sobre mi clítoris.

Lidia se acercó, tambaleándose un poco, y con grandes ojeras. "¡Es… te… apa… rato… es… genial…!" gimió con la voz ronca y entrecortada por la inminencia de un nuevo orgasmo. "Me… co… ´gi… a… la… je… fa… de… conta… du… ría... ! ¡Es re… putísi… ma... la vie… ja!" y sus ojos se nublaron. Estaba teniendo un nuevo orgasmo.

"¡Y me… cogí… al cade… te!" agregó con entusiasmo, y un brillo en los ojos. "¡Tres polvos le hice echar!"

"Pero tiene dieciséis años…" acoté yo. "¡¡¡Precisamente!! ¡a esa edad te pueden echar tres al hilo, sin sacarla…!!!" Me quedé meditando en las ventajas de cogerse a uno de dieciséis.

"¡La vieja me pidió los datos del masajeador…!" Esa vieja puta y tetona no se iba a perder esta ganga. "¡No sabés el culo que se gasta la vieja…!" "No es tan vieja, debe andar cerca de los cincuenta." "¡¡Sesenta exactos!! ¡¡y no sabés como coge!!"

"¡Esta noche lo agarro a mi marido y lo doy vuelta!" dijo mirándome con una sonrisa malvada.

"¡Pero no puedo esperar tanto! ¡Voy a ver si me puedo voltear a alguno de los chicos de informática!" Y se fue con paso decidido hacia la sección.

Yo, a mi vez, impactada por su buen ejemplo, le pedí a uno de los muchachos de personal que me acompañara al depósito. Creo que se llama Eduardo, y es casado, pero eso no tiene importancia. La hice una mamada de quince minutos que le sacó hasta los chorros que no tenía. Luego lo estuve pajeando un ratito, hasta que se le paró de vuelta, y me hice coger por la concha. El tipo no entendía nada, pero me respondió muy bien, y me hizo echar cuatro polvos. Su segunda acabada fue tan grande que el pobre quedó derrengado sobre el piso.

Cuando salí del cuartito, el viejo del depósito estaba esperando afuera, con la misma expresión de desconfianza. Decidí acabar de una vez por todas con ese problema, y cuando salió el tal Eduardo, arrastré al viejo dentro del cuartito. Y echándole mano al bulto, me encontré con una poronga enorme, que me costó hacer que se parara, pero con la que me di el gran gustazo. Me saqué el aparatito, y poniendo al viejo boca arriba, me ensarté yo misma y comencé a trabajarme con ese enorme nabo. Como el viejo andaría por los setenta y pico de años, le costaba acabar, y yo me aproveché de él como siempre quise aprovecharme de un hombre. ¡Media hora dándome el gusto por la concha y por el orto, y saltando de orgasmo en orgasmo! Finalmente se la mamé al tiempo que se la pajeaba y después de otros quince minutos le hice saltar un torrente de leche acumulada seguramente durante años. Lo dejé exánime en el suelo. Y volví a mi escritorio, en el que me senté, serena y reconfortada. Guardé el aparatito en mi cartera, no era cuestión de abusar, y me entregué juiciosamente, a recuperar el tiempo perdido sacando los expedientes pendientes.

Lidia pasó a mi lado sin verme, caminando en eses, como si estuviera ebria, con una expresión de puta relajada en el rostro. "Lidia" le llamé "¿qué te pasa? ¿estás borracha?" "Borracha de pijas" me confirmó. "¡No te imaginás la de trancas que me he comido hoy!"

"¡Desenchufá el aparato y ponete a trabajar, loca, que te van a rajar!"

Se quedó mirándome con los ojos turbios y desenfocados, hasta que se le pusieron vidriosos. ¡Estaba teniendo un nuevo orgasmo ahí, parada, frente a mi escritorio!

"Tenés razón", concordó, y con un dedo puso el aparato en "neutro" y se puso a trabajar en su escritorio.

Y así terminó el día para mí, trabajando prolijamente en mi computadora, muy –pero muy- satisfecha.

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