Otro agujerito...

Relato número 16 de mi próximo libro, de título: “Relatos calientes para dormir mejor”, una obra con la única finalidad de entretener. Al ser un compendio de relatos de todo tipo de historias, hoy les ofrezco un relato voyerista y algo mas...

Hola amigos.

Les hablaré de un agujerito especial, y de cinco jóvenes compañeras, en aquella oficina de seguros.

Una de ellas ya ha fallecido de una larga enfermedad, a varias les he perdido la pista, a una de las más simpáticas y risueñas la vi ayer, y ya es abuela.

Su recuerdo, al verla y saludarla, me estimuló este relato, que estaba allí guardado en un rincón de mi mente abstraída, generalmente, de cosas ajenas al sexo en mis ratos de ocio, y absolutamente calenturienta cuando revivía algún recuerdo tan especial, como aquel.

Eso me ocurrió este enero de 2021.

¡Cómo pasa el tiempo!

Les hablaré de un agujerito de hace más de treinta años.

Me llamo Juan Pablo. Soy amigo de José Miguel, somos más o menos de la misma edad, y ya me ha hablado, recientemente, del otro agujerito, a través de su último libro, del que me ha facilitado un ejemplar como regalo de Reyes.

Filomena, nos ha dejado en estas primeras semanas de enero, una ola de frio y nieve que, como todos saben, ha paralizado el país por unos días. Yo en mi casa, de vacaciones, me he leído el libro de mi amigo, casi de seguido. Enhorabuena, José Miguel, aunque escrito por otra persona, también hábil con las palabras.

La primera vez no fue por casualidad, esta sí.

La otra vez, la de José Miguel, había sido su compañero Juan, el que lo había organizado todo. Si han leído el libro, sabrán de lo que hablo.

En esta ocasión fue fruto de la absoluta casualidad.

Les pongo en antecedentes…, para los que no hayan leído el libro.

Cuando, siendo adolescente, empezó José Miguel a trabajar en aquella empresa, un compañero, después de coger confianza, le habló de su  secreto... Había hecho un agujero, que daba desde su puesto de trabajo al vestuario de las chicas de la tienda.

Allí, pasaron muchos meses haciéndose pajas los dos, primeramente cada uno por sí mismo, por turno, para finalizar, igualmente, por turnos haciéndose pajas y comiéndose la polla, el uno al otro.

En mi caso, nunca había trabajado en ninguna empresa, la casualidad me llevó a ésta, después del servicio militar.

Vivía solo en la capital, en un pequeño apartamento. Mis padres habían fallecido muy jóvenes y yo, su único hijo, me buscaba la vida.

En un anuncio encontré el trabajo. Caí muy bien a mi jefe, y comencé una andadura profesional durante años.

Mi jefe y su mujer, que no tenían hijos, casi me adoptaron. Prácticamente, hacía vida entre la oficina y su casa.

Frecuentaban a una pareja de amigos, Antonio y Meme. Eran encantadores, y los cinco pasamos muchas noches de sábados y domingos, viendo películas y comiendo palomitas.

Después de las películas siempre jugaban, inocentemente, a pequeños juegos eróticos, sin malicia, a los que me invitaron cuando cogieron confianza conmigo.

Uno de ellos era apagar las luces y guardar absoluto silencio. Creo que allí me aficioné a los cuartos oscuros como José Miguel, aun cuando yo no he tenido la suerte de tener una mujer liberal.

Habré de contarles pequeños detalles muy sugerentes y morbosos de aquellos encuentros, aunque hoy toca hablar de aquel agujerito. Les adelanto, que aquellas dos mujeres maduras, tenían predilección por aquel quinto miembro tan joven.

Al final, aprendí el secreto de aquellas dos parejas: Lo que no se ve, no hace daño.

Fue la primera empresa en que trabajé, y desde el primer momento tuve responsabilidades a pesar de mi juventud.

Allí conocí a mi primera esposa, una clienta muy especial que me encandiló desde el primer segundo, con aquella melena rizada y su sonrisa extrovertida.

Allí también conocí a  mi primer socio en una aventura empresarial que fue todo un desastre.

Y allí, por último, conocí a una mujer tan especial, que lo era tanto, que nada más venir de mi viaje de novios pasó por mi cama varias veces, y yo por la suya, para empezar a hacer ambos, un sexo tan maravilloso y tan especial, que jamás deseé que terminase.

Allí conocí a Noelia.

Había conocido a varias chicas, pero aún era virgen.

El destino nos separó, pero jamás he de olvidarla mientras viva. Aún recuerdo su olor..., un olor a una mujer especial.

Pero vamos a lo del agujerito, que es el tema de hoy.

La oficina estaba bien distribuida. Anexo a la oficina, teníamos un almacén en donde almacenábamos todo tipo de material. Tenía que ir varias veces al mismo, a traer elementos y materiales de reposición de todo tipo.

Su entrada era por otra puerta exterior de la calle. En un futuro, el jefe tenía previsto abrir una puerta interior, pero la distribución de la oficina aún no se lo permitía, dado que nos complicaría en sumo grado la distribución de las diferentes mesas de trabajo.

A pesar de mi juventud, era el responsable de todo el personal cuando el jefe no estaba por sus múltiples viajes. Cuatro chicas y dos chicos, en diferentes funciones administrativas y organizativas.

El almacén lo había organizado adecuadamente. Todo debidamente colocado, para poder ser inventariado cuando fuese necesario, ya que me jefe era amante del orden y del control, sin ser obsesivo. Era un almacén en bruto, es decir, no había paredes revestidas. Estaba en ladrillo de obra. Un día, se fundió la única luz que había en el techo, y no podía ver nada.

Después de la primera impresión de absoluta oscuridad, tan solo un mínimo rayo de luz, un pequeñísimo haz luminoso, salía del rincón. Me aproximé con cuidado de no caerme, y por casualidad miré, era el baño de las chicas de la oficina. Una de las chicas estaba en el inodoro haciendo un pis.

¡Qué casualidad!

Si no llega a fundirse la luz, podrían haber pasado meses o años, y no haber descubierto ese morboso agujerito, fruto de la casualidad de un taco mal puesto, alguien había hecho dos agujeros para sujetar el pequeño lavabo del baño y no había tapado uno de ellos, ese agujerito excepcional, por aquel en el que estaba mirando en ese preciso momento, y a través del que podía ver con todo detalle a aquella compañera.

Qué mala es la curiosidad, y qué mala edad para un joven soltero, adicto al sexo en soledad, sin mucha experiencia con chicas, aunque muy buena persona. Ese soy yo.

Se preguntarán ustedes, qué hacíamos aquellas dos parejas y yo después del cine y palomitas, los sábados por la noche. Les contaré…, de sexo, nada, solo me comían la polla.

Pero volvamos al agujerito…

Me avergonzaba verla, pero no dejaba de mirarla. No podía dejar de mirarla, mientras contenía la respiración. Allí sentado cómodamente, en una caja de papel, observaba en silencio cómo aquella compañera terminaba de hacer su pis, cogía un poco de papel, se limpiaba, se levantaba, se subía sus preciosas bragas de colores, y después, sus pantalones vaqueros. Era ella..., mí enamorada..., Noelia.

Se encaprichó de mí desde el primer segundo. Yo ya tenía fecha de boda, y estaba expectante por ello, pero a pesar de eso, la deseaba. Nos empezamos a mandar notas internas, primero picantonas, y poco más tarde, directamente sexuales.

No les contaré los detalles hoy, pues quizás formen parte de otro relato. Hoy solo les diré que hicimos mucho sexo, mientras duró su permanencia en la empresa. Terminado su contrato, no volvimos a vernos, aunque sigo deseando volver a tenerla entre mis brazos.

Respecto del agujerito, jamás se lo confesé ni a ella, ni a nadie. Me avergonzaba pensar qué pensaría de mí.

Jamás se lo conté a nadie, salvo ahora, a todos ustedes. Fue un secreto absolutamente íntimo.

El tiempo pasaba.

Ellas iban frecuentemente al baño. Mi fuerza de voluntad tenía un límite y no pude resistir mucho más.

Sin que se notase mucho, empecé a visitar el almacén en ocasiones en que alguna de ella estaba en el servicio, con la excusa de traer cualquier producto necesario a la oficina: papel, material de limpieza..., cualquier cosa. Ya les digo que el almacén tenía que visitarlo una docena de veces cada día, tanto a traer cosas, como a llevar archivos y expedientes.

No resultaba extraño que yo fuese al almacén durante algunos minutos.

Sin que se notase, empecé a disfrutar puntualmente de aquellos cuatro cuerpos.

Eran distintos.

Eran distintas formas de hacer pis y pos.

Empecé a conocer de sus intimidades, de sus diferentes tipos de ropa interior, de las cualidades de su vello en su sexo y en sus piernas, de sus pequeñas manías, e incluso de algunas aficiones muy especiales de algunas de ellas, una compañera algo más caliente de lo normal.

Una de ellas, se hacía unas pajas sugerentemente raras, con una sabiduría innata, y de forma natural, con sus dedos allí sentada, y con unos gemidos apenas imperceptibles, pero que indicaban su forma de disfrutar, compulsiva y salvajemente, en la intimidad de aquel baño que tenía un espectador de excepción. Este relatante.

Aquella mujer eyaculaba intensa y ruidosamente, aunque en silencio, sin gritos ni jadeos espectaculares. Solo yo y ella sabíamos, que aquellos golpetazos en el inodoro, eran los ruidos de sus eyaculaciones golpeando la porcelana. Después de escucharla por primera vez, ya pude, sin duda, comprender la explicación de la tensión de su cara, cuando salía del baño, al atardecer de casi cada día.

Eran aquellos majestuosos orgasmos que ella se provocaba en silencio casi todos los días.

Se llamaba, aún se llama, Ana María. Pronto se casó, y pronto acabó con la vida de su marido, seguramente a polvos, aunque eso tuvo que ser otra historia de la que no conozco los detalles íntimos, aunque siempre me los he imaginado.

No pongan en duda, que me hice centenares de pajas por Ana María, y por sus compañeras, aunque nunca allí, en la oscuridad del almacén al otro lado de la pared, sino al recordar aquellas imágenes todas las noches que no podía dormir, o me desvelaba. Aún me sigue ocurriendo.

Centenares de pajas por entonces, y centenares de pajas en el futuro me haría, y aún me sigo haciendo cuando es necesario, dado que aquellas imágenes aún siguen y seguirán, en el álbum fotográfico de mi adicta mente sexual mientras viva.

He de referirme ahora a mi experiencia sexual por entonces, que era algo escasa, a excepción de los sábados por la noche.

Antes de hacerme novio con mi primera mujer, había estado varios años novios con Mari Paz, una altísima, delgada e increíble mujer, que por cierto, jamás llegué a follarme, aunque nos hicimos cientos de pajas. El miedo al embarazo la embargaba constante y permanentemente, sin duda, al haber sido ella misma, una hija adelantada a un matrimonio de compromiso, por razones de la moral de otros tiempos.

El servicio militar, el nuevo trabajo y conocer a mi primera mujer, rompió una relación de años. Fue un flechazo. Recuerdo que fue una ruptura sobrevenida y poco educada, pero así es la vida.

Mi ex suegro, pasó una noche a visitarme a la oficina, para decirme que si me veía con otra, me mataría de un hachazo. Según él, llevaba ese instrumento mortal en su coche con ese único y mortal propósito. Durante las primeras noches, había de perderle por la calles de la ciudad dando vueltas, pues fue mi perseguidor durante semanas, me perseguía con su coche, quizás hasta que se cansó.

Negocios, empresas, vicisitudes diversas. La vida pasaba rápidamente, pero sigamos con el agujerito.

Aquellas cuatro mujeres, cinco en realidad, pues Noelia, sustituyó por baja maternal a una de ellas, fueron un entretenimiento excepcional para este joven tímido, pero muy morboso, antes, durante y después de su matrimonio juvenil, con apenas veintipocos años.

Centenares de veces, aquel agujerito fue el epicentro de mi voyerismo juvenil. Un agujerito, en donde, aquellas jóvenes me servían de musas y modelos para mi mente creativa, que las hacía recrearse como las mejores amantes muchas veces en mis sueños eróticos, muy habituales hasta que me casé.

Terminaré relatándoles, creo que merece la pena, la última vez que hice sexo maravilloso con Noelia, un sábado del mes de enero de 1.991, aquel día 12, mientras los colchoneros arrasaban a su eterno rival, por un contundente tres a cero, en el mismo Bernabéu, Noelia y yo, nos amábamos ajenos al mundo. Aquellos fotogramas aún siguen revoloteando por mi mente, y al volver a recrearlos, hoy también, un profundo suspiro resurge de lo más profundo de mi interior, que la sigue añorando.

Sus padres se habían ido de fin de semana a su casita de campo. Había despedido a su novio muy pronto, él quería ver el fútbol. Quedamos en su casa, en su dormitorio. Mi mujer en casa y yo, supuestamente, en la oficina trabajando por un trabajo extraordinario y excepcional, que me tendría parte de la noche del sábado ocupado.

Noelia, tenía un cuerpo excepcional, muy parecido a la quinta esposa de José Miguel, Marga, incluyendo sus pechos pequeños a diferencia de Eloísa, la cuarta que tenía unas enormes, pero jugosas tetas.

José Miguel me ha contado muchos de los detalles de sus esposas, especialmente de las tres últimas, las más liberales, aunque de la última, Verónica, aún no le ha dado tiempo a contarme muchas intimidades, ya que creo que todavía están de luna de miel, pues apenas llevan juntos unos meses. Se casaron el último diciembre.

Volvamos a Noelia.

Cuando apagó la luz y empezamos a desvestirnos temblorosamente, como adolescentes que éramos, y nos vimos desnudos en su cama, le pedí que se tumbara para poder besar todo su cuerpo, despacio, muy despacio, como preludio del maravilloso sexo que hicimos durante horas.

Creía estar en la gloria. Su cuerpo era ardiente, y me olía como el azahar: intenso y embriagador.

No pensábamos nada más que, en satisfacer nuestras necesidades de deseo, pasión y amor.

Los orgasmos se sucedían. El primero lo tuvo al comerle su sexo, ese sexo tan bello y sabroso, con esa pequeñísima pelambrera rubia, corta y rizada, que permitía ver perfectamente aquellos labios blanquecinos y brillantes, gracias a la saliva, y sus flujos lubricantes nacidos por el deseo, sin duda, de querer ser poseída.

El calor de la pasión, nos hacía sentirnos húmedos por fuera y por dentro.  Nuestros cuerpos se necesitaban, y aquella noche se unirían por última vez.

Tuve tres grandiosos orgasmos penetrándola con ternura, deseo, y una enorme pasión desenfrenada. Ella tuvo decenas de clímax que la hacían abrazarme y buscar mi boca con deseo. No hablábamos de nuestros sentimientos, solo nos dejábamos llevar por ellos.

Me gustaría verte y rememorar aquellos instantes mágicos, Noelia

FIN.

Espero que lo hayan disfrutado.

Escríbanme. Contestaré a todos los que deseen contarme cualquier cosa, a través de mi correo electrónico. Me encanta compartir de todo, con todo tipo de personas, incluso detalles sobre vida en general, gustos y aficiones, sin que sea que ser necesariamente sobre sexo.

Les cuento que uno de mis próximos proyectos, hay varios más,  sin más pretensiones que el de hacer disfrutar a los lectores, es un libro que tengo en marcha de título provisional: “Historias reales de cornudos complacientes”. Quiero contarles diez historias reales noveladas con escenas de sexo morboso. Llevo actualmente redactadas en borrador,  ocho historias y aún puedo integrar dos historias más si alguno de ustedes, quiere que su experiencia como cornudo o cornuda quedé para la posteridad..., cambiando obviamente nombres y ciudades.

Hasta muy pronto.

PEPOTECR.