Otra visita inesperada (1ª parte)

Los padres de Aurora se van de viaje y me he de hacer cargo de ella y de su amiga

OTRA VISITA INESPERADA (1ª PARTE)

Había pasado un mes y medio de la visita de Aurora, la hija de mi sobrina, y mi mente le daba vueltas a los hechos que se habían desarrollado en el sofá del salón de mi casa. Ahora estaba en la casa del pueblo a la que me había trasladado ante la imposibilidad de trabajar debido a la pandemia. Hacía calor y estaba tomando un relajante baño en la pequeña piscina del jardín, tratando de mitigar el agobio de ese mes de agosto. La empresa nos había metido en un ERTE y me desesperaba la idea de que se alargara más tiempo. El dinero que perdía en ese tiempo no me preocupaba mucho porque disponía de ahorros y aún podía hacer algún encargo desde casa, pero el hecho de continuar en estado de casi confinamiento hacía que no me plantease salir de vacaciones o efectuar grandes dispendios monetarios.

Salí del agua y entré a la cocina a tomar una cerveza fría y a vigilar el horno en el que se preparaba la comida. Estaba asando costillas de cerdo, igual que el día que Aurora se presentó en casa, y el recuerdo me provocó una incipiente erección.

La verdad es que todos los días había rememorado los hechos que mi sobrina desató con su pequeño accidente, y alguna paja había caído con su recuerdo en mi mente. La visión del cuerpo adolescente de Aurora la tenía fijada en mi mente: sus pechos escasos, de areolas oscuras, y los rubios vellos de su pubis aún intacto. Su cara, cabellos y cuerpo juvenil cubiertos de mi semen.

Estaba muy arrepentido de todo lo que había pasado, y deseaba que nunca se enterase nadie de ello. Sesenta años, además de que el hecho de que fuera la hija de mi sobrina acabaría con mi relación familiar.

Comprobado el estado del asado cogí otra cerveza y salí de nuevo al jardín. El móvil reposaba en la hierba a la sombra. No lo había consultado en toda la mañana. De hecho, pasaba días sin usarlo, solo alguna consulta a Twitter y contestar “buenos días” en el grupo familiar. Sentado bajo la sombrilla lo cogí y, al desbloquearlo, se me atragantó la cerveza al ver que tenía cuatro llamadas perdidas de Marta, la madre de Aurora, la última apenas hacía cinco minutos y un whatsapp conminándome a llamarla lo antes posible.

Me atraganté y comencé a sudar y boquear sin aire en los pulmones. Estaba muerto. Qué habría contado Aurora en casa para que se me reclamase tal urgencia.

Barajando todas las opciones posibles, me veía camino del cadalso social, acusado de perversión, pederastia, asaltacunas y de haber matado a Manolete, por lo menos

Hice de tripas corazón y marqué el teléfono de Marta, preparándome para oír el chorreo acusatorio.

--Marta, soy el tío Raúl. ¿Qué tal estáis? ¿Pasa algo?

--Hola, tío. ¿Qué tal estás tú? ¿Todo bien?

Estaba descolocado; el tono de mi sobrina era normal, incluso afable, impropio de alguien que quisiera verme colgado por las pelotas.

--Sí, sí, claro, todo bien. Parecía que tuvieras alguna urgencia por tus llamadas

--No… Bueno, sí. Oye, ¿puedo pedirte un favor? Sin compromiso. Si dices que no, lo entenderé.

--Dime lo que quieres, a ver si está en mi mano

--Pues verás, Manolo tiene que ir tres días a Berlín y la empresa me paga a mí el viaje también, y hemos pensado aprovechar y alargarlo al fin de semana y así es como una mini luna de miel.

--Pues me alegro mucho por vosotros, y qué puedo hacer yo

--Pues… Esto… No sé qué pensarás

--Habla, coño ya…, le urgí.

--Venga, va… ¿Te quedarías estos cinco días a Aurora contigo?

--¿Quéééééé…? ¿Cinco? ¿Aurora?

No acertaba a hilar una frase. ¿Cinco días con mi sobrina a solas? Eso era una locura. Con el antecedente que teníamos… Mi pene sufrió un espasmo instantáneo. Tomé aire y me mantuve al teléfono.

--Vale, vale, te entiendo, que se ocupe tu hermano, que para eso es su abuelo.

--No, no… Es que me ha pillado desprevenido… No sé… ¿Y por qué no se queda con su abuelo, pues?

--Pues no sé, pero es que desde el día que estuvo en tu casa, que por cierto no te he dado las gracias por ayudarla, está loquita contigo.

--Pero si no hice más que invitarla a comer

No quise añadir más porque no sabía exactamente lo que la niña habría contado en casa.

--No, de verdad, nadie habría acogido a una niña asustada por la vergüenza que estaba pasando. Lo hiciste y ahora eres su héroe.

Bueno, pues no había desvelado nuestro secreto, al parecer.

Mientras asimilaba la petición de mi sobrina escuché a lo lejos como un eco “porfa, porfa, porfa, tío, di que sí, di que sí, que mi abuelo es un viejo aburrido…”

--Ya la oyes, ¿no? Ya ves lo que dice de tu hermano

--¿Viejo? Pero si es dos años más joven que yo, ja, ja, ja

“Y además solo sabe hacer macarrones…” continuaba su queja la pequeña Aurora.

--En eso tiene razón tu hija. Mi hermano no es Ferrán Adriá, precisamente… Venga, que me la quedo.

“Bieeeeeen… Nos vamos con mi tío, nos vamos con mi tío…”

--Esto… Marta, ¿qué es eso de NOS VAMOS?

--Sí, es que, verás… Está con nosotros una amiga de Aurora. Sus padres son médicos y están liados con lo del COVID-19, y lleva tres semanas en nuestra casa, y tendría que ir contigo también. ¿Sería un inconveniente?

Un inconveniente, dice. Dos adolescentes en casa durante cinco días, después de lo ocurrido con mi sobrina, no sé si sería una buena idea. Aunque tal vez estando las dos juntas sería más llevadero; no creo que mi sobrina se atreva a hacer nada estando vigilada por su amiga.

--Joder, Marta, qué manera de liarme… Bueno, ya he dicho que sí, no hay vuelta atrás. ¿Cuándo os vais a Berlín?

--Del miércoles al domingo. Mañana te llevamos a las niñas por la tarde, si te parece bien; así descansamos antes del viaje. Y muchísimas gracias, tío.

--De nada, sobrina. Será un placer tener dos monstruos por mi casa alterando mi monótona vida, ja, ja, ja

“No somos monstruos… Somos señoritas… Te vas a arrepentir de esas palabras, ja, ja, ja…”

--Han puesto mi móvil en altavoz y han escuchado toda la conversación. Ahora están saltando en el sofá como locas. Bueno, pues te dejo ya. Gracias otra vez. Un beso, tío.

“Hasta mañana, tío… Un beso…” escuché al fondo antes de colgar.

Uf, menuda papeleta me había liado mi sobrina. A ver en qué líos eran capaces de meterme dos adolescentes con las hormonas alteradas. De momento, yo ya estaba excitado con el recuerdo de mi sobrina desnuda ante mí. El pene había crecido y lo tenía duro, y al acomodarlo en el calzoncillo no pude evitar sobarlo un poco, iniciando una paja lenta. Mi cabeza no se quitaba la imagen de Aurora frente a mi polla enhiesta recibiendo mis lechazos, y continué machacándomela hasta correrme pensando en ella.

MARTES

La mañana del martes la pasé preparando la casa para la visita de mi sobrina y su amiga, limpiando las habitaciones que les había dispuesto, una para cada una, y yendo a comprar provisiones para salir de casa lo menos posible en esos cinco días.

A media tarde oí un claxon en la calle y me asomé para comprobar que eran mis invitadas. Bajaron todos del coche y sacaron las dos maletas de las niñas dirigiéndose a la casa. Los besos fueron sustituidos por un choque de antebrazos y entramos juntos a la casa. Fue el momento en que me fijé en Carmen, la amiga de Aurora. Más bajita que Aurora y algo pasadita de peso, pelirroja de pelo ondulado, rostro totalmente cubierto de pecas y ojos azules. Cuando se quitó la mascarilla mostró unos mofletes sonrosados y unos labios finos con una permanente sonrisa.

--Buenas tardes, don Raúl, gracias por dejar que me quede con usted.

--¿Don Raúl…? Ja, ja, ja… No, no, llámame Raúl, a secas, que me haces muy mayor, si no… y tutéame, por favor.

--A nosotros también nos trataba de usted cuando vino a casa al principio; es una niña muy seria y formal…, dijo Marta.

--¡No somos niñas, mamá!, protestó Aurora.

--Vale, vale, lo que tú digas… A ver, haced caso al tío Raúl y no le hagáis rabiar. Si os portáis mal os llevará con tu abuelo.

--No, con el abuelo no, que es un carca… No te preocupes, tío, que ni te enterarás de que estamos en la casa. Nosotras, con la piscina y nuestra habitación tenemos bastante.

--Vale, pues tenéis un dormitorio cada una. Subid las maletas y cenamos todos juntos. He preparado ensaladas y tortillas de patata. ¿Os quedáis a cenar, Marta?

--No, gracias, tenemos que preparar nuestras maletas todavía. Les he dado dinero a las niñas por si un día quieren pedirse una pizza o algo así y para que te inviten a tomar algo por ahí. Y lo dicho, si se portan mal, llamas a tu hermano y que se las lleve

--Que no, pesada… que somos angelitos… Venga, marchaos ya, que perdéis el avión.

Las chicas abrazaron a mi sobrina y su marido y les acompañaron al coche, esperando en la puerta hasta que desaparecieron de la vista.

--Venga, a vuestras habitaciones. Deshaced las maletas y bajad a cenar.

--Oye, tío, que hemos pensado que es mejor que solo ocupemos una habitación, así hay menos que recoger y limpiar. En casa lo hacemos así.

--Como queráis; lo hacía por vuestra intimidad, y como hay sitio de sobra

--Nosotras tenemos nuestra intimidad estando juntas, ¿verdad, Carmen? Somos muy, muy, muy amigas. No hay secretos entre nosotras, ¿a que no?

Esta última frase la pronunció mirando fijamente a mis ojos, y un escalofrío recorrió mi espalda de arriba abajo, al tiempo que notaba la mirada de Carmen sobre mí.

Subieron alborotadas las escaleras rumbo al dormitorio. Ambas vestían pantalón corto y una camiseta que dejaba el ombligo al aire, calzando sandalias atadas a las pantorrillas. Aurora tenía un tipo fino, en contraposición a Carmen, que marcaba un trasero potente realzado por el minivaquero que se le metía entre los cachetes del culo. La verdad es que las niñas estaban muy buenas, y nuevamente se despertó mi pene ante la visión de las adolescentes corriendo al piso superior.

--Tío, ¿podemos elegir habitación…?, gritó Aurora desde el último peldaño.

--Sí, Aurora, la que queráis. En cuanto deshagáis las maletas, bajad a cenar.

Me dirigí a la cocina para preparar la mesa mientras mi cabeza daba vueltas al comentario de mi sobrina sobre la ausencia de secretos entre ellas. ¿Le habría contado algo de nuestra historia? Miedo me daba preguntarle. Esperaba poder mantener mi integridad durante la estancia de las chicas. Para evitar que se produjeran situaciones incómodas pensaba aparecer lo mínimo por la casa. Me encerraría en mi habitación aduciendo hacer algún trabajo en el ordenador, o leyendo como había estado haciendo los últimos meses de confinamiento. Todo antes que caer en las garras de esas dos gatitas.

Escuché ruido detrás de mí y me volví para indicarles que se sentasen a cenar. No pude hablar. Ambas vestían un pantaloncito corto de pijama Y NADA MÁS.

--Pero, pero, pero…, balbuceé. --¡Qué hacéis vestidas así! ¡Poneos algo, por Dios…!

--Jo, tío… Que hace calor y estamos cómodas así, déjanos

El cuerpo de Aurora lo recordaba perfectamente, con sus tetitas pequeñas de oscuras areolas, que enmarcaban unos pezones claramente excitados.

Carmen mostraba su relleno cuerpo sin complejos. En consonancia con su cara, las pecas cubrían su blanco cuerpo por completo, y sus pechos, aunque más grandes que los de Aurora, tenían una forma todavía infantil que permitía augurar un gran tamaño en el futuro. Los pezones también se veían enhiestos y el color de las areolas apenas destacaba sobre el tono de su piel.

--¿Pero en tu casa también vais así?

--Noooo… Mamá me mataría. Ya te dije que no le gusta que vaya sin sostén por la calle. Pero aquí es distinto. Tú eres moderno. Más que mis padres y mucho más que mi abuelo, desde luego… Además, estamos solos y tú ya me has visto antes. Y Carmen es muy lanzada y no le importa que le veas. Es más, si no te importa nos bañaremos desnudas en la piscina, que sé que los vecinos no pueden vernos. Nos pondremos morenas sin marcas de biquini, ¿verdad, Carmen?

--Sí, sí… A mí me apetece mucho pasar unos días en libertad. Mis padres también son un poco antiguos y no me dejan estar a mis anchas. Pero si te ves incómodo me taparé, Raúl.

--No, no, como queráis, pero si viene alguien tendréis que cubrir vuestros cuerpos. No quiero que piensen cosas que no son

--Gracias, tío, eres un sol, sentenció Aurora al tiempo que alzaba su cuerpo de la silla para darme un beso en la mejilla.

Carmen la imitó y nos pusimos a cenar. Las niñas hablaban entre sí acerca de unas series de televisión de las que yo no había oído hablar y así me mantuve abstraído pensando en lo difícil que iba a ser para mí aguantar cinco días la visión de dos cuerpos desnudos revoloteando por la casa.

--Sí o no, Raúl

La interpelación de Carmen me sacó de mis pensamientos.

--¿Qué…? ¿Cómo…?

No sabía qué me preguntaban.

--Ja, ja, ja… No nos haces caso, ¿eh? Te pregunto que si te parece que Aurora está muy buena. A mí me parece que sí, que es un bombón, ja, ja, ja

--Ella sí que es un bombón, tío.

--Sí, un bombón relleno, ja, ja, ja

La risa de Carmen era contagiosa, y por primera vez la miré con detenimiento. El cabello de fuego enmarcaba un rostro redondo cubierto de pecas, en el que las cejas y pestañas se camuflaban; los ojos azules sobre una nariz pequeña eran el único toque de color, pues sus finos labios apenas se distinguían en el tono general de su cara. No era especialmente guapa, mi sobrina lo es más, pero tenía su encanto.

Sentada como estaba en la silla, sus pechos se apoyaban en un vientre abultado. Realmente le sobraban unos kilos, pero parecía estar muy a gusto con su cuerpo. La verdad es que lo mostraba con toda naturalidad, y el hecho de aceptarse así me gustaba.

--Bueno, qué dices, ¿está buena o no?

--No creo que deba opinar sobre mi sobrina ni sobre ti. Sois dos niñas muy guapas que aún tenéis que alcanzar la plenitud cuando crezcáis.

--¡No somos niñas…!, gritaron al unísono. –Métetelo en la cabezota, tío. Te lo demostraremos estos días. Somos jovencitas muy despiertas y responsables que sabemos lo que queremos.

--Vale, vale, os creo… Ahora, recoged la mesa y a la cama.

Me levanté y dejé a las chicas fregando los platos mientras tomaba un café en el sofá y repasaba la programación de la tele. Las escuchaba hablar y reír apoyadas en la fregadera. Cuando terminaron se acercaron al salón y se plantaron frente a mí.

--Nos vamos a nuestro cuarto, tío. ¿Nos puedes dar la clave del wifi para conectarnos con el móvil, porfa? Así no te molestamos y puedes ver lo que quieras.

Les di lo solicitado y volví al sofá. Las vi trastear con sus móviles y, una vez conectadas, se inclinaron hacia mí una por cada lado y me dieron un beso de buenas noches.

Las escuché subir al piso de arriba entre risas y me enfrasqué en una película de acción a la que pronto perdí la pista para llenar mi mente con las imágenes de las niñas que jugaban en la planta superior. El pene despertó ligeramente y me lo acomodé en el pijama, aprovechando para darle un buen masaje. Me apetecía hacerme una paja pero no me atrevía por si bajaban las chicas de improviso, así que apagué la tele y me fui al cuarto de baño de mi dormitorio a masturbarme. Allí no había peligro de que me oyesen, pues se ubicaba al final del pasillo y ellas habían tomado posesión de la primera. Antes, pegué la oreja a su puerta y las escuché susurrar. Toqué la puerta para indicarles que me acostaba y que no tardasen en apagar la luz y me encerré para liberar la tensión de mi polla.

Me despojé de toda la ropa y me observé en el espejo del baño. La verdad es que para tener sesenta años estaba en muy buena forma. Tres días por semana salía a correr ocho o diez kilómetros por los alrededores, y en verano aprovechaba la piscina para hacer una hora casi cada día.

Tomé mi pene que se mantenía semierecto y con cuatro fuertes sacudidas alcanzó su esplendor. En la mente, los juveniles cuerpos de Aurora y Carmen. Sube y baja rítmico. Me corro, me corro, me corro… Una explosión nubló mi mente y una flojera de piernas me obligó a tomar asiento en un pequeño taburete.

Limpié las manchas de semen que habían salpicado por el cuarto de baño y me acosté desnudo tal cual estaba, quedando dormido al instante en un estado de total relajación.

MIÉRCOLES

Me despertaron los rayos del sol entrando por la ventana. Había dormido de un tirón y ahora escuchaba unas risitas cerca de mí que no conseguía ubicar. Me incorporé y vi a Aurora y Carmen a los pies de la cama con el atuendo de la noche anterior riendo por lo bajinis mientras me observaban. Al verme despierto, las dos saltaron a la cama a darme un beso de buenos días, y en ese instante caí en la cuenta de que estaba desnudo y con una importante erección que tapé con la sábana de inmediato.

--¿Qué hacéis en mi habitación? Venga, fuera de aquí, chicas

--Buenos días, tío. Es que nosotras madrugamos mucho y te íbamos a preguntar si querías desayunar café y tostadas.

--Sí, Raúl. No queremos ser una carga para ti estos días, te vamos a tratar como a un rey.

--Vale, vale… pero ahora salid mientras me ducho y ya bajaré

Me metí en la ducha y dejé correr al agua fría por mi cuerpo a ver si se me pasaba la erección. Una vez aseado me puse un chándal que me disimulara  otra situación comprometida y bajé al reclamo del olor a café y tostadas que emanaba de la cocina. Las niñas estaban ocupadas preparando el suculento desayuno de espaldas a la puerta, y me recreé en ambas figuras, tan distintas y tan excitantes al mismo tiempo, cada una en su estilo. Cuando me oyeron se dieron la vuelta mostrando sus atributos una vez más y me invitaron a tomar asiento.

--¿Desea el señor tomar café, tostadas, zumo de naranja…?

Hablaban al unísono, como habiéndolo ensayado mil veces.

--Por supuesto, señoritas, pero espero que sean tan amables de compartir este desayuno conmigo

--Muchas gracias, señor, es un placer servirle, dijeron al tiempo que traían todos los condumios a la mesa.

Me sirvieron café y zumo y se sentaron a un lado cada una, mirando mis acciones sin perder detalle.

--¿Qué habéis planeado para hoy?, les inquirí para iniciar la conversación. –Yo tengo que hacer cosas en mi ordenador, así que me encerraré en mi habitación hasta la hora de comer.

Era la excusa más socorrida que se me ocurrió, y esperaba que me permitiese estar alejado fuera del alcance de las niñas que amenazaban mi equilibrio personal.

--No te preocupes por nosotras, Raúl. Con la piscina a nuestra disposición tenemos bastante, ¿verdad, Aurora?

--Sí. A tomar el sol en el jardín, que otra cosa no se puede hacer… por ahora…, dejó caer tras hacer una pausa mirándome a los ojos. –Nosotras recogemos la cocina y limpiamos, no te vamos a dejar que hagas nada, solo disfrutar de unos días con tus chicas.

El tono de voz empleado por Aurora me puso en estado de alarma, y más aún cuando se levantaron y me dieron sendos besos en las mejillas demasiado cerca de la comisura de los labios. Me estaba arrepintiendo de haber consentido hacerme cargo de mi sobrina y su amiga. Si veía que se me iba de las manos me quedaba la opción de llamar a mi hermano y que se las llevase, pero aún iba a darles un voto de confianza.

Me dirigí a mi dormitorio y encendí el portátil con la intención de evadirme de cualquier pensamiento raro, así que abrí varias ventanas para consultar cosas acerca del trabajo que no estaba desarrollando, leer la prensa digital, consultar Twitter y el correo y, en definitiva, perder el tiempo.

A través del balcón de la terraza oía a las chicas chapoteando en la piscina entre risotadas, aunque no distinguía la conversación que mantenían. La orientación me permitía observarlas sin que se diesen cuenta, y la curiosidad me hizo levantar a echar una ojeada.

Estaban metidas en el agua hasta medio cuerpo, por supuesto mostrando sus pechos al aire, brillantes al sol que reflejaba la superficie. Se salpicaban mutuamente y se abrazaban juntando sus tetitas. Me estaba poniendo como una moto con la visión de las adolescentes. Traté de apartarme del balcón en el momento en que las vi besarse. Un piquito. Apenas juntar los labios. Mi pene reaccionó al instante, tomando posición de firmes. Las chicas comenzaron a besarse con más ansia, pero se les veía que no tenían gran experiencia. Se separaban y volvían a juntar los labios, pero sin juego de lenguas. Entonces, Carmen alzó una mano y acarició un pecho de Aurora, que hizo lo propio con los regordetes senos de su amiga. Las risas eran continuas, hasta que salieron del agua. Entonces observé que estaban en pelota picada, como Dios las trajo al mundo. El cuerpo de Aurora ya lo conocía, así que me detuve en mirar a Carmen. Realmente le sobraban unos kilos, al extremo de que no se le veía la vagina, oculta bajo una barriguita redonda, casi de embarazada, pero muy atractiva. Se tumbaron en las toallas y pude admirar los traseros blanquecinos que ellas aspiraban a que tomasen un color moreno y eliminar las marcas blancas de la carne oculta por los ropajes diarios.

Las escuchaba conversar y reír como las dos adolescentes que eran, con sus cabecitas cerca una de la otra, dándose frecuentes piquitos en los labios y palmoteando sus culitos al sol. En un momento, Aurora se levantó y entró en la casa, saliendo con bote de crema entre las manos. Se puso una generosa cantidad en las manos y comenzó a extenderla por el dorso de Carmen, que permanecía tumbada inmóvil. Cuando llegó al culito de su amiga se recreó en el masaje, moviendo lentamente los dedos en un masaje sensual, introduciendo las manos entre los cachetes. Carmen se dio la vuelta y comenzó entonces el masaje frontal, con la misma sensualidad que había dedicado a la espalda. Con los ojos cerrados por el sol que le daba en la cara, Carmen suspiraba visiblemente excitada. Las manos de Aurora sobre sus carnosos pechos y su prominente barriga le estaban proporcionando placer, de eso no cabía duda, y cuando los dedos de mi sobrina se colaron entre las piernas de la pelirroja escuché un gemido que me puso más cachondo aún. Ya me había sacado la polla del chándal y me estaba haciendo una señora paja cuando Aurora terminó el masaje con otro morreo a Carmen y ambas intercambiaron posiciones, dando comienzo de nuevo un espectáculo excitante. Tumbada boca abajo, lo primero que recibió Aurora fueron unos besitos de Carmen en los mofletes del culito, y a continuación unos cachetes que le dejaron marcas rojas en la blanca piel. La crema se deslizó por la espalda y fue extendida por las manitas de la amiga, sin dejar un recoveco de la espalda y el trasero por recorrer. Como antes con ella, se detuvo especialmente en las nalgas de mi sobrina, llegando a ver cómo le dedicaba más tiempo al agujerito, al que masajeaba con un solo dedo. Aurora se dio la vuelta y pude contemplar una vez más la fina figura a medio camino de niña a mujer que ahora sentía su cuerpo acariciado por las ansiosas manos de Carmen, deseosas de acariciar a su amiga. Aurora suspiraba por lo bajo, y su respiración se percibía agitada, especialmente cuando sus pequeños pechos se vieron entre los juguetones dedos de quien antes recibiera el mismo tratamiento. Comenzando por los pies, Carmen empezó a subir por las piernas hasta llegar al objetivo final. El delicado pubis rubio de Aurora se cubrió de un generoso chorro de crema que Carmen no tardó en extender por el vientre con ayuda de los dedos que se perdían entre la rajita virgen.

Mi polla no podía más, y con un par de fuertes sacudidas me corrí entre fuertes espasmos, salpicando las cortinas que me ocultaban de la vista de las dos jovencitas que me habían dado semejante espectáculo.

Esto no podía seguir así. Me había pajeado dos veces en las doce horas que las chicas llevaban en casa, y desde la primera vez que vino Aurora, seguro que más veces que en los diez años anteriores. Me iban a volver loco. Para apartarlas de mi mente me fui a la cocina a preparar la comida. Por lo menos, desde allí no las vería jugar con sus cuerpos.

Preparé un poco de verdura y pescado al horno y fui a llamarlas para que vinieran a comer. En la terraza estaban tumbadas en una sola toalla, frente a frente, hablando en voz baja y riendo entre dientes, como las chiquillas que eran: viéndolas así, no me extrañaría que se pusieran a jugar con muñecas.

--Venga, niñas, entrad a ducharos y vestíos para comer.

--¿Ya? Pero si es muy pronto. Báñate un rato con nosotras, Raúl.

--Sí, tío; anímate, que el agua está muy buena… Luce ese cuerpo serrano para nosotras, ja, ja, ja

--Ahora no, si acaso, esta tarde. Ahora, a comer

--Vale, pues ahora entramos

Fui a preparar la mesa mientras se duchaban y a los quince minutos se presentaron en la cocina con el atuendo habitual, esto es, el pantaloncito de pijama que las hacía lucir sus infantiles cuerpos sin rubor.

Durante la comida me asaetearon con preguntas personales sobre mi trabajo, mis amigos, la familia, mi mujer… Les tuve que decir que guardaran alguna pregunta para los cuatro días que faltaban, porque si no se iban a quedar sin temas de conversación. Se rieron y, ya en los postres volvieron al ataque:

--Tío, ¿te acuerdas del día que estuve en tu casa? ¿Te acuerdas que hicimos una promesa?

--Sí, claro, cómo voy a olvidarlo

--Pues verás… esto… yo… he roto la promesa…, dijo, bajando la mirada al suelo. –Lo siento, tío.

--¿Quééééé…? ¿Que has roto…? ¿A quién se lo has contado…?

--Jo, tío, es que Carmen es mi más, más, más mejor amiga. No se lo podía ocultar. Es la cosa más fantástica que me ha pasado en la vida y no se lo podía ocultar. Se lo he contado esta mañana, te lo juro. Nadie más lo sabe, de verdad.

Por sus mejillas caían lagrimones de pena que Carmen se apresuró a limpiar, cubriéndole el rostro de besos.

Por mi cabeza cruzaban mil y un pensamientos, y ninguno bueno, sobre lo que me esperaba. Si las chicas se iban de la lengua estaba acabado.

--Raúl, no te preocupes por mí. Yo soy una tumba. Vuestro secreto es el mío también. Quiero a Aurora y no consentiría que os pasase nada malo.

--Sí, tío, hemos hecho un pacto de sangre y nadie lo sabrá jamás, pero queremos que hagas algo por nosotras. Bueno, por Carmen

--Eres una inconsciente, Aurora. Me has decepcionado. Era una promesa. Y las promesas son para cumplirlas. Creo que llamaré a tu abuelo para que os lleve a su casa.

--¡¡¡No, no, no…!!!, gritaban al unísono. –¡¡¡Con el abuelo, no, por favor!!!

--Dadme una buena razón para que no lo haga.

--Por favor, Raúl, tú eres una buena persona y quieres mucho a Aurora, y su abuelo es un soso aburrido y gruñón que no nos dejará salir del piso y nos hará macarrones todos los días y me pondré más gorda aún y ya no le gustaré a ningún chico jamás y moriré virgen o me meteré monja o me tiraré por un puente

Me eché a reír por la perorata de Carmen y se contagiaron con mis carcajadas, con lo cual Aurora dejó de llorar y se lanzó a mis brazos.

--Gracias, tío. Eres el mejor tío del mundo…, dijo, llenándome de besos.

--No es por nada, pero soy el único tío que tienes, así que no tiene mérito la cosa. Otra cosa, Carmen, que ahora veas que te sobra algún kilo no es motivo para acomplejarse. Eres una niña todavía y puedes cambiar mucho.

--No, Raúl. En mi familia el sobrepeso está generalizado, así que sé lo que me espera: ponerme como una vaca y morir virgen, ja, ja, ja

--Esperad, que os voy a enseñar una cosa.

Fui a mi dormitorio y cogí un álbum de fotos de un armario y me dirigí a la cocina mientras buscaba la foto deseada.

--Mirad, les dije mostrando una foto mía con mi esposa y una rolliza niña vestida de comunión. --¿Qué os parece…?

--¿Quién es esa bolita de sebo, tío?

--Esa es Marta, tu madre.

--¡¡¡Quéééé…!!! ¡¡¡Cómo va a ser mi madre!!!

--No puede ser tu madre, tía. Tu madre es un pibonazo de aúpa. Está bien buena. Hasta mi padre lo dice

--Efectivamente, tu madre AHORA está muy buena, pero de niña estaba como la habéis podido ver en la foto. Le sobraban kilos por todas partes y estaba muy acomplejada. En el cole se burlaban de ella y sufría mucho.

--Pero yo no he visto nunca una foto de mamá de pequeña, ahora me doy cuenta

--Creo que las quemó todas porque le daban vergüenza. Yo le dije que obraba mal, que tenía que estar muy orgullosa de haber cambiado. Fue cuando llegó al instituto. Empezó a crecer un poco y las carnes se le distribuyeron mejor por el esqueleto y empezó a hacer deporte y a cuidar sus comidas, y ya ves cómo está ahora. Un tipazo de mujer. Así que si cuidas tu alimentación y haces deporte verás cómo mejora tu cuerpo y también tu ánimo. Los chicos no te han de faltar. Eres guapa y simpática y eso gusta mucho a los chicos

--Gracias, Raúl, eres muy buena persona. Pero, por si acaso, te queríamos pedir un favor.

--A ver, jovencitas, con qué queréis torturarme

--Verás, Raúl, esta mañana, en tu habitación… pues eso… que estabas desnudo y… con toda tu cosa al descubierto… y es la primera que veo… y ha sido por eso que Aurora me ha contado lo que pasó… y… yo querría… pues eso, que me la enseñes a mí bien dura

¡Joder con las niñas…! ¡Ya podían pedirme que les enseñara a jugar al ajedrez…! Me iban a buscar la ruina, seguro

Les dirigí una mirada desaprobadora mientras resoplaba.

--Estáis locas, ¿lo sabéis, verdad? Queréis que me dé un infarto o algo así.

--Venga, tío, sé bueno con nosotras. Soy tu sobrina favorita y quiero que lo hagas por Carmen. Bueno, y por mí también, que tu cosita me gusta mucho, ja, ja, ja

--Espero que después de esto no me traigas a todas tus amigas a por lo mismo… A ver si voy a tener que cobrar entrada

--Gracias, Raúl, eres un sol. ¿Cómo lo vamos a hacer?, me urgió la niña.

--Vamos al salón. Sentaos en el sofá y ahora voy yo.

Las encontré sentadas, cogidas de la mano y mirándose arrobadas a los ojos. Evidentemente, estas chicas se querían. No sé si serían lesbianas, porque eran muy niñas todavía y no podían estar seguras de su sexualidad, pero a juzgar por lo que había visto por la mañana en la piscina, a las dos les gustaba tocarse mutuamente.

--¿Preparadas? Tú, Aurora, ya la has visto y sabes cómo es, así que tú, Carmen, no te impresiones con lo que veas, ¿de acuerdo? Aún no está tiesa, pero enseguida se pondrá a tono.

Dicho esto, me bajé el pantalón y el calzoncillo y salió a la luz mi pene morcillón, despertando en los rostros un gesto de asombro que se traslucía en sus ojos abiertos como platos y un rubor en sus mejillas.

--¡Ooooh…! ¡Qué bonito…! ¡Qué grande…! Ponlo duro, porfa…, suplicaba Carmen.

Me cogí la polla con la mano y empecé a subir y bajar el tronco lentamente, mostrando el glande amoratado en cada movimiento. Una vez alcanzó su tamaño máximo la solté y se mantuvo levantada mirando al cielo.

--¿Contentas…?

--Sí, sí… Gracias, tío. Ahora, deja que te la toque Carmen

--Eso me lo tiene que pedir ella, apunté, aunque lo cierto es que estaba deseando que lo hiciera cualquiera de ellas.

--Raúl, musitó Carmen con los ojos mirando al suelo, ¿te la puedo tocar?

--Adelante, y no tengas vergüenza

Estiró una mano y alcanzó mi pene, cogiéndolo con miedo.

--¡Qué duro… y qué caliente…! ¡Esto es una pasada, tía…! Me gusta… ¿Puedo menearla un poco, Raúl?

Con una mirada aprobadora le di permiso y comenzó a subir y bajar la manita lentamente, abandonando el sofá para arrodillarse frente a mí y seguir con la paja con las dos manos. Mientras, Aurora se situó detrás de Carmen y aprisionó sus tetitas dándoles un masaje al mismo ritmo que su amiga meneaba mi pene. La visión era muy excitante y me preparé para correrme. Avisé a las chicas y Aurora abandonó su puesto para situarse junto a Carmen justo en el instante en que chorros de semen eran expulsados sobre los desnudos cuerpos juveniles.

Carmen continuó el sube y baja con una sola mano mientras la otra esparcía mi corrida por sus tetas y las de Aurora, que hacía lo propio con su amiga. Exhausto, hice que Carmen soltara el pene que empezaba a ponerse flácido y me senté en el sofá mientras las chicas se abrazaban y reían.

--Jo, tía, qué pasada… Esto es lo más excitante del mundo. Se me ha mojado el chichi de lo caliente que estoy. Toca, toca…, decía Carmen al tiempo que dirigía la mano de Aurora a su coñito y la hacía sobarlo por encima del pijama.

--Sí, tía, estás chorreando. Mi tío te ha puesto cachonda… Bueno, y a mí

La mano de mi sobrina hurgaba por la pernera del pantalón y se notaba el movimiento acariciando la rajita de su amiga, cuyo rostro mostraba el placer que estaba proporcionándole. A su vez, Carmen sobaba las tetitas de Aurora cubiertas de mi corrida y sus labios se besaban torpemente.

La vista de las niñas jugando me puso de nuevo la polla en estado de alarma, hecho que no pasó inadvertido a las adolescentes.

--Levanta, tío, que tu amiguito está pidiendo atención de nuevo. Déjanos disfrutar de su imponente presencia.

Las infantiles manos tiraron de mí y me obligaron a incorporarme mientras se acomodaban de rodillas con mi pene frente a sus ojos. Yo ya estaba rendido a los actos de ese par de diablillos cuando acercaron sus manos a mi miembro y comenzaron a acariciarlo de arriba abajo.

Alternativamente subían y bajaban a lo largo del tronco de mi polla dura como una barra de hierro. Jamás en mi vida me había recuperado tan rápido de una corrida, pero estas niñas me provocaban una excitación que no había sentido antes.

Carmen se lanzó y sacó la lengua para lamer el enhiesto pene ante la mirada curiosa de Aurora, que no tardó en imitarla. Una por cada lado me lubricaban con su saliva al tiempo que me llenaban de caricias. El paso siguiente, chupar el glande, no se demoró, y pronto quedó atrapado entre las dos bocas que lo llenaron de besitos.

Las niñas reían sin cesar, se acariciaban los pechos y sobaban mis huevos colgantes mientras las observaba arrobado.

--Tío, ¿quieres que sigamos…?

Los ojos de Aurora eran suplicantes, al igual que la mirada encendida de Carmen. No necesité hablar para que supieran que tenían mi autorización para continuar la mamada.

Mi sobrina se decidió y abrió los labios para acoger en ellos el amoratado glande chorreante de líquido preseminal. Rozó con sus dientes el prepucio y sentí un escalofrío recorriéndome la columna vertebral. Un calor húmedo me envolvió la polla ahora cubierta de las babas de mi sobrinita. Carmen miraba arrobada mientras acariciaba mis testículos y tocaba su coñito por encima del pijama. El tamaño de mi polla excedía la capacidad de la boca de Aurora, que tenía que tomar aliento sacándosela de tanto en tanto. Me miraba y me sonreía y aprovechaba para besar a Carmen en la boca o los pechos antes de retomar la faena. Al cabo de unos minutos cedió el espacio a su pelirroja amiga, que se lanzó a besar con fruición la punta llena de saliva. Con ella en su interior, dio inicio a un furioso trabajo con la lengua, rodeándola con movimientos circulares que me llevaban al éxtasis. La empujaba hacia el paladar y la rozaba con los dientes. Llegaba a mi final y las avisé. Esta vez juntaron sus caras frente a mí y abrieron las bocas dispuestas a recibir la leche que estaba a punto de expulsar. Di unas fuertes sacudidas y una enorme corrida se dirigió a los rostros expectantes de las niñas, escurriendo desde el pelo al mentón de ambos rostros dibujando un rastro blanco sobre las pecosas pieles.

Caí derrengado en el sofá mientras se miraban una a la otra con aire curioso, recogiendo los restos con sus manitas, llevándolos a los labios de quien tenían enfrente y saboreando con gusto mi leche caliente.

Sin darme cuenta me quedé dormido en el sofá, despertando una hora más tarde con la casa totalmente en silencio. Busqué a las chicas por el jardín y la piscina y no las hallé, así que me dirigí a su habitación y di un toque en la puerta al que no respondieron, por lo que abrí la puerta con cuidado para descubrirlas juntas en una de las camas, completamente desnudas, abrazadas como dos amantes.

A la mente me vinieron las imágenes de lo que había ocurrido horas antes, y nuevamente me excité. Para relajarme me di una ducha y me refugié en mi habitación para reflexionar sobre los hechos que se estaban dando entre los dos diablillos con cuerpo de niña y un maduro varón que estaba disfrutando como nunca en su vida.

Tenía que evitar que la situación se me fuera de las manos, así que pensé cómo plantearles a las chicas que no podíamos seguir con estos juegos. Si era preciso las llevaría con mi hermano, a riesgo de decepcionarlas, pero si seguíamos bajo el mismo techo se podrían dar momentos que nos condujesen a algo irremediable.

Escuché voces en el jardín y me asomé al exterior del balcón donde ellas sí podían verme. Las llamé y alzaron la vista para saludarme lanzando besos con las manos. Como de costumbre estaban desnudas en el agua mientras jugaban a salpicarse. Vestido con pantalón y camiseta de deporte bajé al borde de la piscina y se acercaron a saludar.

--Métete con nosotras, Raúl

--Sí, ven al agua a jugar un poco.

--Ahora no, voy a preparar la cena mientras jugáis. Y acordaos de que tenéis que llamar a vuestros padres, que ni los habéis nombrado desde que habéis llegado

--Es que hemos estado muy ocupadas, ja, ja, ja…, rieron al unísono. –Vale, luego llamamos

Entré a la cocina a preparar la cena y al minuto tenía a las dos diablillas revoloteando desnudas detrás de mí. Las mandé a duchar y vestirse y nos dispusimos a cenar. Al terminar les dije que llamasen a sus padres y Aurora así lo hizo, pero Carmen adujo que serían ellos quien llamasen por el tema de los horarios, así que esta fue la conversación de Aurora con su madre:

--Hola, mami. ¿Qué tal el viaje? ¿Qué tal Berlín? ¿Qué tal el hotel? Bueno, adiós…Te quiero.

--

--Sí, estamos contentas con el tío, nos trata muy bien… Nos da muy bien de comer cosas muy ricas, sí… Y juega con nosotras en la piscina y nos ha enseñado unos juegos de manos muy divertidos. Espero que nos enseñe más juegos de esos… Sí, a Carmen la trata muy bien, como a mí misma, como si fuésemos hermanas…Yo también os quiero…Adiós

--

--Adiós, mami, un besito

Malditas cabronas, lo que parecía una conversación intrascendente la habían convertido en un relato porno por el tono y actitud que ambas habían tenido en esos instantes. Las miradas, gestos y toqueteos de las chicas me habían puesto cachondo una vez más, pero mi polla no podía resistir una excitación más después de tres pajas en el día, así que me levanté a recoger los platos pero las chicas me mandaron al sofá a descansar. Caí rendido y desperté de madrugada con la casa a oscuras, así que me fui a la cama.

Continuará...