Otra victoria.
Sábado noche, vino, esposas y todo lo que ello conlleva.
Sábado noche. Llegamos a tu casa y, tras cerrar la puerta, me agarras por la cintura, me atraes hacia ti, me apartas el pelo y comienzas al besarme el cuello. De repente me giras bruscamente, me besas con fuerza, apasionadamente, y yo reprimo un gemido en tus labios.
Me coges de la mano y me conduces hacia tu habitación, donde me ordenas que espere de pie, de espaldas a la puerta. Vuelves con dos copas de vino rosado, que sabes que me encanta y me pone un poco cachonda. Te sientas en la cama con una copa y me ofreces la otra. Me pides que beba y que la deje después sobre la mesa. Cuando lo hago, me ordenas que me desnude para ti, cosa que sabes que me irrita y me avergüenza enormemente, que me hace sentir muy incómoda conmigo misma. Al ver mi cara de “no, por favor”, sonríes porque puedes leerme el pensamiento.
Yo, como siempre, cedo y comienzo a desnudarme. Me pides que lo haga de forma más sensual, que baile para ti, ya que estoy tan tensa que parezco un robot a pilas. Tu arrogancia me irrita aún más, pero obedezco. Pongo música para ver si así consigo relajarme un poco, aunque sin mucho éxito. Me descalzo. Comienzo por quitarme la camiseta de la forma más sensual que puedo, a pesar de sentirme muy ridícula. Continúo bajándome los pantalones. Debajo de la ropa llevo el conjunto de ropa interior rosa que tanto te gusta y me percato de que te has dado cuenta al ver la expresión de excitación en tu rostro. Me quedo así, en ropa interior, esperando órdenes, pues no sé si debo desnudarme por completo o no.
Te levantas y te vas, y yo permanezco de pie, esperando a que vuelvas. Siento tu respiración en mi espalda y de repente una venda cubre mis ojos. Me sujetas las manos y me colocas unas esposas en las muñecas a la espalda. Me siento indefensa e insegura, pero confío en ti y sé cuánto morbo te da eso.
Te noto frente a mí cuando recorres con tu dedo mis pechos, clavándome la uña, y consigues que me estremezca. Me besas con ansia y yo me dejo llevar. Me ordenas que me arrodille y obedezco. Comienzas a rozar mis labios con las yemas de tus dedos y yo abro la boca ligeramente al sentir tu tacto. Retiras tus dedos y de pronto me sorprendes al golpearme con tu polla en la mejilla. No puedo evitarlo y comienzo a mojarme. Me agarras del pelo mientras restriegas tu polla contra mi cara, sujetas mi cabeza con fuerza y la metes con brusquedad en mi boca. Me la follas con fuerza y no puedo evitar alguna que otra arcada, pero eso no te hace parar. No te detienes hasta que te corres en ella. Me ordenas que me lo trague todo, pero sin querer resbala un poco por la comisura de mis labios. Oh, oh, esto me va a costar caro.
Al ver como gotea tu semen por mi barbilla sonríes. Me he ganado un buen castigo. Me agarras del pelo, aunque con cuidado, y me ayudas a levantarme del suelo. Me coges del brazo, me conduces hacia la cama y me desabrochas el sujetador. Me ordenas que me ponga de rodillas y me quitas las bragas. De repente noto cómo desapareces de la habitación. Ya sé lo que me espera.
Vuelves con fusta en mano –aunque no pueda verlo, te conozco lo suficiente para saber cómo me vas a castigar– y te colocas detrás de mí. Paseas las cuerdas del látigo por mi culo y te oigo sonreír mientras me susurras al oído <
– Gracias, mi señor.
Oigo cómo sonríes, aunque no estoy segura de si es por haberte agradecido el azote o porque ahora tienes otro motivo más para pegarme. Pronto lo descubro.
Un segundo golpe en la misma nalga que te agradezco todo lo rápido que puedo. A éste le siguen un tercero, un cuarto, un quinto, un sexto… cada vez más fuertes. Cambias de nalga y me asestas otros seis golpes que ahora debo ir contando siguiendo tus órdenes. Llegas a un total de veinte alternando entre ambas nalgas. Vuelvo a oírte sonreír al ver tu obra de arte: tengo el culo rojo y está a punto de sangrar. Pero te conozco y no te vas a conformar con que esté a punto. Sigues maltratando a mi pobre culo con todas tus fuerzas hasta llegar a un total de cincuenta azotes. Por fin has obtenido tu propósito. Por fin sangra.
Noto tus dedos perderse entre mis piernas para averiguar cómo estoy de mojada y me ruborizo cuando descubres que estoy empapada de flujo. Introduces tus dedos en mi coño y empiezas a masturbarme. Cuando oyes que se me escapa un gemido tras otro, me ordenas que me calle y te obedezco. Reprimo los gemidos que me provocas mientras me vas metiendo un dedo detrás de otro hasta que consigues penetrarme con tu puño entero. Me masturbas con fuerza hasta que notas cómo me corro sobre tu mano. Después me restriegas tu mano llena de mi leche por la cara y me metes los dedos en la boca para que sienta mi sabor en la lengua.
Cuando he terminado de relamer tus dedos, hundes tu cara entre mis nalgas doloridas y empiezas a devorarme el coño jugando con tu lengua y tus dientes en mi clítoris. No paras hasta que me corro. Sé que disfrutas casi más que yo con cada orgasmo que me provocas. De repente siento cómo tu lengua se desliza por mi ano y me estremezco. Aunque me moleste, me pone demasiado sentir cómo lo lames. Te recreas unos minutos en él y después noto que introduces el plug anal en él. Me relajo y me lo tomo con calma, porque si no consigo controlar los nervios sólo conseguiré que me duela más de lo que debería.
Cuando consigues hundir el dildo hasta el fondo, metes tu polla en mi coño y empiezas a follarme salvajemente sujetando el plug para que me dilate bien. Te pido permiso para gemir y gritar y me lo concedes. Sabes que con esas embestidas no puedo controlarme más. Me clavas tu polla hasta el fondo una y otra vez cada vez con más fuerza y yo me corro sin control. Un orgasmo, dos, tres, cuatro… hasta que siento que sacas tu polla de mi interior.
Sacas el dildo de mi culo y empiezas a meter tu polla dentro de él poco a poco, sin forzarme. Consigues que vaya entrando. Al principio me duele un poco, pero me voy relajando y cada vez la siento más dentro de mí. En el fondo me gusta el sexo anal tanto como a ti, por lo que me interesa que consigas meterla entera y me des el placer que sólo tú sabes darme. Clavas toda tu polla dentro de mi culo y yo grito, pero no de dolor. Empiezas a moverte, primero despacio para que yo me dilate bien, y poquito a poco vas aumentando el ritmo y la fuerza de tus embestidas. Me follas el culo con ganas, a lo bestia, y yo me vuelvo loca de placer. Te suplico que no te corras, necesito sentir esa polla que me encanta moviéndose dentro de mi culito un ratito más. Tú me concedes esa petición y te recreas follándome. No puedo dejar de gritar y de gemir, el placer que me provocas es más fuerte que yo. De pronto cesas tus embestidas, te dejas caer sobre mi culo y te corres dentro. Te quedas así unos segundos, abrazándome por la espalda y acariciando mis pechos. Me das un beso en la espalda y sales de mí. Retiras la venda de mis ojos, parpadeo y te veo frente a mí con una sonrisa. Yo también sonrío.
–Lo has hecho muy bien. Eres genial, mi niña.
Otra victoria. Siempre es agradable saber que no sólo me tiemblan las piernas a mí por los orgasmos que me has provocado. Me quitas las esposas y me tumbas en la cama. Estoy exhausta. Te tumbas a mi lado, me abrazas por la espalda intentando no rozarme el culo y te entretienes acariciándome el pelo. Me susurras al oído que me quieres y que siempre me vas a querer. Sonrío y eso es lo último que recuerdo antes de quedarme dormida entre tus brazos.