Otra vez Heidi
Heidi ya tiene 18 años y es feliz en las montañas con el abuelo, Pedro y Niebla, pero Clara la necesita otra vez.
Otra vez Heidi
Habíamos dejado la Historia de Heidi en el momento en que Clara, tras pasar una temporada en la Cabaña del Viejo de los Alpes, conseguía el milagro de levantarse sobre sus dos piernas y abandonar para siempre su silla de ruedas. Un final feliz, por tanto, pero los años pasaron y Clara volvió a plantear un nuevo problema a Heidi. Todo comenzó una noche. Heidi ya tenía dieciocho años y seguía viviendo en la cabaña, junto al viejo. Sin embargo, las cosas habían cambiado un poco.
Como todas las semanas, Heidi se desnudó en la cocina delante de un gran barreño de agua caliente que había preparado, para bañarse. El Viejo se encontraba en su mesa de trabajo, confeccionando uno de sus cachivaches, pero no podía apartar los ojos de Heidi mientras ésta se enjabonaba todo el cuerpo con una esponja. ¡Qué buena está la condenada!, se decía el Viejo de los Alpes notando perfectamente cómo su pajarito volvía a una segunda juventud. Heidi, por supuesto, no le ocultaba nada y de cuando en cuando sonreía al viejo. Siempre se había bañado desnuda delante de él y eso nunca había supuesto ningún problema para ella. Sin embargo, como decimos, algo había cambiado. La joven había dejado de ser una niña hacía tiempo como revelaban las curvas y redondeces de su cuerpo. Heidi seguía pasando una y otra vez la esponja y las manos por sus pechos brillantes tropezando una y otra vez con sus pezones erizados y duros como piedras.
Tras esto sus manos incansables seguían frotando y frotando su piel brillante bajando por los costados y deslizándose por unos muslos bien torneados, después volvían a subir acariciando y separando los pequeños mofletes de su trasero redondo y respingón. Durante unos instantes el Viejo pudo ver perfectamente el agujero del culo de la muchacha, cerrado y estrecho. El rabo le estaba a punto de estallar y se dijo a sí mismo que de esa noche no pasaba y que se tenía que follar a la muchacha. Ya llevaba semanas pelándosela a la salud de ella y juzgó conveniente que la inocente niña de los Alpes dejara de serlo de una vez. De este modo, le dijo así:
- Heidi, ven aquí un momento por favor, necesito tu ayuda.
La muchacha ya había salido del baño, y se acercó al Viejo mientras se secaba con la toalla.
¿Qué es lo que quieres?.
Me voy haciendo viejo Heidi, y cada vez puedo hacer menos cosas por mí mismo. ¿Podrías ordeñarme como haces con las cabras?.
Y diciendo esto se sacó su pene grueso y venoso delante de la niña. Heidi puso un gesto de sorpresa y dijo al viejo.
No sabía que hubiera que ordeñarte, además, mira qué ubre más rara tienes, no sé, me da un poco de asco.
Vamos pequeña hazlo por mí.
Entonces Heidi se encogió de hombros , tiró la toalla a un lado y se arrodilló delante del viejo. Cogió la polla de éste con la mano derecha, al principio con aprensión, pero en unos segundos ya se había acostumbrado a su tacto y empezó a moverla atrás y adelante. Heidi empezó a reír sin saber por qué.
Está caliente y dura.
¿Te gusta?, dijo el Viejo entrecortadamente mientras le sobaba las tetas a la muchacha.
Me encanta, no es como las ubres de las cabras.
Es que en realidad no es una ubre Heidi, se llama polla.
Pues por mucho que la meneo de esta polla no sale leche.
No tardará mucho, pequeña, pero quizá deberías intentar ordeñarme como hacen los cabritillos.
No entiendo, dijo Heidi, mientras seguía masturbando al viejo.
Pues como hacen los cabritillos con sus madres.
Y diciendo esto, el Viejo acaricio los labios de la muchacha.
¿Quieres decir con la boca?.
Sí cariño, con la boca, por favor.
Nuevamente, Heidi ni siquiera cuestionó lo que le decía el Viejo, y empezó a hacerle una mamada sin saber ni tan siquiera que eso se llamaba así. Al viejo casi le dio un ataque al corazón al notar la sensación cálida y húmeda de su polla dentro de la boca de Heidi. La cosa, de todos modos, no duró mucho, pues el Viejo llevaba lustros en el dique seco y en pocos minutos notó que le venía. Efectivamente se corrió de puro gusto y Heidi mantuvo la polla en su boca hasta que la última gota del preciado líquido se derramó en su interior. Por fin el Viejo la sacó y Heidi le lamió el prepucio con avidez para no desperdiciar nada.
- ¡Qué calentita! - dijo la chica- pero sabe muy rara, además casi no había leche. Voy a ver si saco más.
Y diciendo esto, Heidi volvió a meterse el rabo del viejo hasta la garganta. Eso ya fue demasiado.
- No, no déjalo, pequeña, por hoy es suficiente, mañana más ¿vale?.
Heidi hubiera querido continuar con aquello, pero era muy obediente y con un gesto de fastidio se sacó la polla ya fláccida del Viejo.
- Pues me he quedado con las ganas. ¡Qué leche tan pegajosa tienes, no hay manera de que se me despegue de la lengua!.
Entonces el Viejo tuvo una idea.
- Mira Heidi, si te has quedado con las ganas te voy a enseñar una cosita que puedes hacer tú sola.
Y el Viejo le cogió del dedo índice de la mano y se lo llevó hasta el coño de la chica. Allí empezó a frotarle los labios vaginales y el clítoris suave y rítmicamente.
- ¡Qué gusto!, déjame que lo haga yo sola.
Así Heidi se sentó en una silla y abriendo bien las piernas aprendió a masturbarse bajo la mirada atenta del Viejo. En unos minutos la bella muchacha empezó a correrse entre jadeos y frases entrecortadas de agradecimiento al Viejo. Cuando se recuperó y abrió los ojos Heidi se sorprendió, pues la polla del Viejo otra vez estaba tiesa y dispuesta para que volviera a ordeñarla.
A partir de esa noche Heidi ordeñó al Viejo todos los días. Para ello acostumbraba a desnudarse y a dejar que él la sobase y lamiese sus tetitas sentada en sus rodillas. El Viejo le introducía sus dedos expertos por el coño y por el pequeño agujero del ano de la chica cosa que encantaba a ambos. Incluso tras pasar algunos días, el Viejo se animó y poniendo a Heidi a cuatro patas, se la folló por primera vez. La cuestión es que ella cada vez quería más y más y el Viejo no daba para tanto. El pobre hombre disfrutaba de la nueva situación, pero también pasaba buena parte del día arrastrándose por la cabaña y sin fuerzas para hacer gran cosa mientras Heidi le exprimía más y más. Por eso, el Viejo se alegró cuando volvió el verano y Pedro volvió a subir diariamente las cabras hasta los altos pastos. Como ocurría todos los años Heidi acompañó a Pedro hasta las altas cumbres de los Alpes, y allí ocurrió lo que tenía que ocurrir. Pedro se había convertido en un apuesto muchachote, tenía un par de años más que Heidi y el tío estaba bastante cachas de tanto trasegar con el ganado de un lado para otro. En un momento dado los dos chicos se pusieron a ordeñar a las cabras, hasta que Heidi le dijo de repente.
-¿Quieres que te ordeñe, Pedro?.
Eso a él le sonó a chino.
-¿Que si quiero qué?.
- Que si quieres que te ordeñe la polla, lo hago muy bien, al Viejo de los Alpes le gusta cómo se lo hago.
Y diciendo esto Heidi se empezó a soltar el corpiño y la blusa. Entonces Pedro ató cabos.
- O sea que al Viejo le gusta que le chupes la polla. ¡Qué cabronazo!.
Pedro dijo esto mientras Heidi se desnudaba delante de su presencia, inmediatamente su polla pidió a gritos salir del pantalón y Pedro no se hizo de rogar, pues la dejó salir tiesa y brillante.
- ¡Qué grande y que bonita es!-, dijo Heidi sorprendida y excitada. - Me gusta más que la del Viejo.
Y diciendo esto, la muchacha se puso a cuatro patas y empezó a chuparle el rabo al bueno de Pedro, primero con lamidas cortas y persistentes, como un gatito, y después metiéndosela hasta la garganta y agitando sus coletitas arriba y abajo una y otra vez. Entretanto Pedro se retorcía de placer bajándose los pantalones y quitándose la camisa con dificultad. Sólo se dejó puesto su gorro de cabrero.
- Qué guarra te has vuelto Heidi, cómo la chupas.
Heidi sólo se sacó la polla de Pedro para contestar.
- Al contrario, soy tan limpia que me he quitado toda la ropa para que no me la manches de leche cuando me la eches en la boca.
Eso fue demasiado para Pedro, así que cuando Heidi volvió a meterse el prepucio de él entre los labios, unos estallidos cálidos de esperma blanco y cremoso le llenaron toda la boca hasta la garganta.
- ¡Cuánta leche!,- exclamó Heidi alborozada, mientras el semen blanco se le caía de los labios volviendo a gotear sobre el prepucio de Pedro.
Por supuesto ella siguió insistiendo en lamerle a él el miembro hasta no dejar una gota. Ese tratamiento travieso e insistente permitió que Pedro se recuperara pronto, de modo que se levantó de un salto, empalmado y con ganas de follarse a Heidi.
- No te muevas, continúa así a cuatro patas.
Pedro estaba más bien acostumbrado a las cabras así que el instinto le llevó inmediatamente a fijarse en el trasero de Heidi. De este modo, cogió su polla y le clavó la punta entre los glúteos. Heidi se quejó.
Ay, me haces daño.
Esto está muy prieto, voy a tener que mojarlo un poco.
Dicho y hecho, Pedro le metió la cara entre las nalgas, y como si llevara haciéndolo toda la vida le empezó a lamer la aureola del ano a la muchacha. Heidi empezó a gemir y jadear de gusto mientras instintivamente se ponía las manos en los glúteos separándolos bien para facilitar la labor del muchacho. Pedro siguió con la exploración y poniendo la lengua dura se la metió bien adentro por el culo. A Heidi le daban mareos mientras Pedro seguía trabajándola por detrás.
- Así, así, Pedro, Dios, qué gusto.
Los gritos de Heidi convencieron a Pedro de que había llegado el momento de sodomizarla. Tampoco ninguno de los dos sabía qué significaba esa palabra, pero eso no impidió que Pedro le diera por el culo a la muchacha.
Ay, ay, qué daño me haces cabrón, mi culo, me lo vas a romper, pedazo de bestia.
¿Quieres que pare?.
No, no pares, métemela hasta dentro. Rómpemelo de una vez.
Pedro empujó bien hasta dentro y Heidi lanzó un grito de dolor y placer. Así fue sodomizada Heidi por Pedro, en presencia de las inocentes cabras que seguían pastando como si tal cosa. Al fin y al cabo el cabrero las tenía acostumbradas a eso. Para cuando llegó el atardecer Heidi y Pedro lo hicieron otras cuatro veces, antes de volver a la cabaña del Viejo. Por supuesto, Heidi estaba encantada. Le dolía un poco el culo, pero no importaba, así que le contó todo al Viejo mientras se disponía a vaciarle la polla como todas las noches. Este se alegró por fin de tener colaboración y de que Pedro le hubiera abierto el conducto trasero de la muchacha que ahora él también disfrutaría. De este modo se relajó en su butaca mientras su dulce Heidi se la chupaba. Así pasaba los días Heidi, feliz y contenta, ordeñando a todo bicho viviente que se le pusiera a tiro. Incluso el perro Niebla pasó varias veces por sus manos y naturalmente por sus labios y su lengua. Sin embargo, un día llegó una carta desde Frankfurt. Era del señor Sesseman que volvía a pedir ayuda a Heidi, pues su hija Clara se encontraba muy deprimida y nadie sabía qué le pasaba. Muy apenada por tener que abandonar aquel paraíso, Heidi cogió un tren y se fue a la ciudad para ayudar a su amiga.
En Frankfurt las cosas habían cambiado poco. Ahora el Señor Sesseman pasaba más tiempo en casa y en el servicio seguía Sebastián, aunque éste contaba ahora con dos ayudantes negros que había contratado la Señorita Rotedmeier. Esta, por supuesto, seguía siendo el Ama de Llaves pero ahora se ocupaba más del Señor Sesseman que de Clara. El cambio más importante para Heidi fue, por supuesto, la propia Clara que, con los años, se había convertido en una rubia despampanante. Y sin embargo, Clara estaba triste, no encontraba ninguna satisfacción y se aburría, se aburría mortalmente. Desde el primer momento, Heidi se puso manos a la obra para aliviar el aburrimiento de su amiga, y desde la primera noche se introdujo furtivamente en su habitación y se metió en su cama con la intención de hablar de sus cosas.
El caso es que hablando y hablando, Clara le contó que su mayor problema era su insatisfacción sexual, por lo que Heidi se empeñó en enseñarle el jueguecito que le había enseñado el Viejo de los Alpes, mientras le lamía sus grandes pechos y le enredaba con los dedos en el coño y en su hermoso culo redondo, pero ni por esas. Clara no se corría. La joven agradeció los intentos de Heidi, pero le dijo que le gustaban los hombres y no las mujeres. Clara le confesó que desde hacía tiempo Sebastián la perseguía para follársela pero ella no quería, pues temía que la descubriese la Señorita Rotedmeier que, de hecho, ya se estaba oliendo algo.
Con toda su buena fe, Heidi fue al día siguiente a hablar con el Señor Sesseman sobre el problema de Clara, fue tanta su precipitación que olvidó llamar a la puerta del despacho y entró bruscamente encontrándose algo inesperado. La Señorita Rotedmeier, vestida sólo con un corpiño negro, unos zapatos de tacón y con sus horribles gafas de costumbre le estaba dando de fustazos al Señor Sesseman que se encontraba arrodillado, completamente desnudo y con un collar de perro en el cuello. El Señor Sesseman le estaba comiendo el coño al Ama de Llaves.
- ¡Adelaida!,- dijo la Señorita Rotedmeier con voz de pito.- Me has desobedecido otra vez-. Serás castigada por esto.
De este modo, ese fin de semana el Señor Sesseman y la Señorita Rotedmeier se marcharon a una casa de campo para tener un poco de intimidad, pero no sin antes mandar a Clara a casa de la abuelita, pues no se fiaba de Sebastián. De este modo, Heidi se quedó sola con los tres criados en la casa. Sebastián recibió la orden de castigar a Heidi como se merecía, cosa que hizo de mil amores.
El y los dos criados negros obligaron a Heidi a desnudarse y entonces la obligaron a ponerse una especie de "vestido" hecho de cintas de cuero unidas entre sí con anillos de metal, también le colocaron una mordaza en la boca, un collar de hierro en el cuello y le ataron las manos a la espalda, a una cadena corta que colgaba del collar. Heidi no se resistió mucho, y se dejó atar y amordazar, por los criados. Hecho esto, los tres criados se desnudaron completamente delante de la muchacha a la que ya le caían hilos de saliva por las comisuras de la mordaza. Heidi abrió mucho los ojos al ver tres pollas descomunales como nunca había visto, que además despedían un olor intenso y un poco asqueroso.
Los criados negros le cogieron de los brazos y la obligaron a caminar, siguiendo a Sebastián. El grupo bajó por unas escaleras hasta el sótano. Heidi notaba sobre su piel el frío y humedad tenía la carne de gallina y los pezones erizados, y la excitación le hizo que su entrepierna se mojara tanto que notaba perfectamente las gotas de su líquido vaginal deslizándose por la cara interna de sus muslos. Por fin Sebastián abrió con llave una puerta y entraron en una habitación que olía a humedad que echaba de espaldas. Se trataba de un cuarto secreto al que sólo entraba Sebastián. Cuando éste encendió una antorcha, Heidi empezó a gemir al ver todos los aparatos que había allí dentro. La habitación era lo más parecido a una cámara de tortura de la Inquisición, repleta de instrumentos especialmente diseñados para hacerle "cosquillas" a una tía buena como Heidi. En realidad, Sebastián la había preparado pacientemente para Clara en el caso de que ésta accediera a ser su esclava, pero ahora le venía de perlas, de modo que cuando cerró la puerta de la sala con llave se relamió de gusto al pensar en las largas horas que pasarían los tres verdugos "jugando" con la otrora niña de los Alpes durante todo el fin de semana.
De hecho, hubo tiempo para hacerle un poco de todo allí dentro: latigazos, fustazos, bondage, suspensión, pinzas y pesos en clítoris y pezones, e incluso llegaron a estirar su cuerpo en un potro de tortura medieval. Aparte de esto, a Heidi se la metieron los tres al tiempo por sus tres agujeros una y otra vez. La muchacha perdió la noción del tiempo y de la cantidad de orgasmos que experimentó allí dentro. Cuando por fin la dejaron salir le dolía todo el cuerpo y su piel estaba cubierta de marcas, pero no veía el momento de volver a ser castigada por los criados en aquella sórdida habitación...esta vez en compañía de Clara.
Los días siguientes a su castigo, Heidi volvió a frecuentar la cama de Clara que, lógicamente le preguntó por las marcas de su cuerpo, Heidi le explicó todo lo que había ocurrido en la cámara de tortura mientras la masturbaba y, por fin, Clara se corrió de gusto. Descubierto su lado sado, Heidi convenció a Clara de que la solución a sus problemas era precisamente dar un motivo a la Señorita Rotedmeier para que Sebastián la castigara como había hecho con ella misma. Por eso, al de unos días la Señorita Rotedmeier y el Señor Sesseman fueron sorprendidos en sus "juegos" esta vez por las dos muchachas. Hartos de que las niñas les molestaran continuamente, el Señor Sesseman se marchó con el Ama de Llaves de allí legando la casa y todo lo que había dentro a su hija Clara.
La historia termina así (de una manera ni siquiera planeada por su autor al empezar), con las dos jóvenes convertidas en esclavas sexuales de Sebastián, los dos criados negros, Pedro, el Viejo de los Alpes y Niebla que ya para entonces se estaban matando a pajas añorando a Heidi. Esta y Clara se convirtieron voluntariamente en las criadas de la casa con la obligación de hacer todas sus tareas vestidas sólo con un pequeño delantal y una cofia y bajo la amenaza de visitar la cámara de tortura a la mínima falta..... las dos las cometían a posta constantemente.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.