Otra versión (08)
Micaela prepara una noche muy especial para celebrar el cumpleaños de su amado Carlos, convirtiéndolo en una ocasión muy especial e íntima. NADA de sexo, hasta el momento preciso.
OTRA VERSIÓN
e-mail: tiocarlos52@yahoo.com.ar
Este relato es 100% ficticio, aunque podría ser real. Si no lo han hecho ya, recomiendo que lo lean desde el primer capítulo para una mejor comprensión de la historia.
Capítulo 8.
El veintiocho de mayo fue un día muy especial para nuestra familia: era el cumpleaños de Carlos. Sofía y yo le regalamos unos pantalones y una remera para ir a la obra o para cualquier ocasión que requiriera un poco de elegancia informal que, por el trabajo y los gustos de mi marido, eran los más adecuados para él.
Esa mañana lo desperté con un beso muy tierno y el desayuno en la cama: lamentablemente, lo sexual debería esperar a su regreso, porque él debía ir a trabajar como todos los días y yo tenía que pasar por la guardería para dejar a Sofi, antes de irme al colegio.
-¡Felices treinta y siete, Vida! -exclamé, con toda la felicidad y la emoción que se suele tener en fechas así-. ¿Quiere que le dé algo especial? -pregunté, con picardía.
-Si tuviéramos tiempo, te diría que sí; pero, por el momento, tendré que "conformarme" con tu presencia, con este delicioso desayuno y, por supuesto, con esta hermosa ropa que me regalaron mi hija y vos -me guiñó, con esa sonrisa tan suya y que sólo se la había visto para mí-. Voy a tratar de volver temprano
-Ay, sí, ¡porfa! -rogué, sin querer: no deseaba que supiera que tenía algo muy especial preparado para él, a su regreso.
De hecho, siempre hacíamos algo particular para esta fecha, pero nunca como esta vez.
-Me "parece" que voy a tener una sorpresa esta noche, cuando vuelva -me volvió a sonreír, cómplice, mientras empezaba su desayuno-; pero no te preocupes: no voy a preguntarte qué es. Confío en vos y en tu buen gusto.
Para no tentarnos, llevé mi ropa de colegiala al baño y, como excusa válida para no cambiarme en su presencia, me duché y salí con mi uniforme. Para ese momento, Carlos ya retiraba la bandeja de su falda, preparándose a llevarla, en bata, a la cocina; tengamos en cuenta que era nuestro primer otoño -acercándonos al invierno, al menos, en lo que se refería al clima sureño- y aún no estábamos aclimatados, si bien las casas estaban muy bien calefaccionadas.
Ya hacía un par de semanas que el Amor de mi Vida entraba en la obra demasiado temprano como para llevarnos a la guardería a llevar a Sofi y a mí al colegio, por lo cual, luego de despertar a nuestra niña y darnos un beso de despedida, se fue.
En cuanto mi hija y yo regresamos a casa al mediodía, con mil ojos para vigilar a nuestra "Pulguita" que ya caminaba por todas partes -excepto en la calle, la muy malvada je, je, je-, logré ultimar los detalles de mi sorpresa para esa noche, incluyendo asegurarme por teléfono de que el vestido azul había llegado en mi talle, a la tienda donde lo había encargado. En una última salida, Sofía y yo nos hicimos una disparada al negocio ya mencionado. No era porque yo hubiera elegido el modelo, pero era un sueño y del color favorito de mi marido quien, afortunadamente, llegó temprano, alrededor de las siete menos cuarto.
Yo, aún vestida con ropa informal, hasta había logrado pedir un taxi para las ocho.
-¿Qué es todo esto? -interrogó, entrando en nuestro dormitorio, descubriendo así mi prenda recién comprada, prolijamente colocada sobre la cama.
-Una décima parte de tu sorpresa para esta noche -respondí, un poco defraudada por haber debido revelarle la compra de mi vestido, antes de que me lo viera puesto-. No te preocupes: ya lo pagué.
-No me preocupo, Amor. Es más, es lo que menos me preocupa. Pero, si te compraste un vestido nuevo, debés tener planeado algo muy especial; más especial que de costumbre.
-Si querés que te adelante información sobre mi sorpresa, perdés el tiempo, mi Cielo. -respondí, sabiendo que ésa no era su intención y sonriendo, gesto que se me notó en la voz.
-¿Tengo tiempo para una ducha? Estuve caminando por la obra todo el día y estoy hecho un asco. Además, si vos vas a ponerte ese hermoso vestido nuevo, lo menos que puedo hacer es vestirme con ropa limpia.
-Me parece justo. ¿Puedo pedirte que te pongas saco y corbata?
-Mierda, che -bromeó-. ¿Qué tenés en mente, una salida?
-Sip pero es la única otra info que voy a darte; por ahora, desde ya.
Alrededor de las siete y media, llegó Cintia, nuestra habitual niñera de diecisiete años.
-Te quedás a dormir, ¿no? -interrogué, tontamente (típica pregunta de "mami pesada").
-Sí, claro, Micaela. No te aflijas. Eso sí, me gustaría saber dónde: ¿en el estudio de Carlos? Digo, así sé dónde poner mis cosas.
-No lo había pensado, pero sí, es buena idea: vas a inaugurar el sofá cama al menos, para dormir toda una noche. -dije, sin segundas intenciones, lo juro.
-Está bien: no entremos en detalles íntimos. -me sonrió, cómplice.
Unos instantes después, mi marido salió vestido de nuestro dormitorio; sólo le faltaban la corbata y, por supuesto, el saco. Saludó a Cintia con un amistoso beso en la mejilla y un "Hola, ¿cómo estás, linda?". Luego, dirigiéndose a mí, me dijo, jocoso:
-¡Pucha, que debe ser importante la salida! ¿Ni siquiera volvemos a dormir a casa? Si Cintia se queda a dormir, lo lógico es deducir que vamos a estar afuera toda la noche o que volvemos muy, muy tarde.
-Estás entre las dos alternativas obvias, pero todavía no me preguntes cuál de las dos es.
-No me mires a mí -sonrió Cintia-... si tu pareja no quiere decírtelo, yo no soy quién para contradecirla.
Hacía unos diez minutos que había terminado de vestirme, con los caballerescos elogios de Carlos y acababa de darle los últimos toques a mi cabello, cuando oí la llegada del taxi. Corrí a la puerta para pedirle que nos esperase un momento, tanto como para que mi marido y yo nos abrigásemos y salir enseguida. Desde la puerta, nuestra niñera nos saludó, deseándonos suerte.
Finalmente, llegamos a la puerta del hotel tres estrellas en el cual había hecho las reservas. Carlos había quedado sin palabras a partir del momento en que llegamos a destino y, naturalmente, fui yo quien pagó el viaje. Recién dentro del edificio, lanzó un asombrado "¡Vos estás loca!", al que respondí con algo más que un pico y mi verdad desde hacía dos años: "Te amo; eso es todo, Vida". Enseguida, llegamos a la recepción, donde me anuncié y pedí que nos llevaran a nuestra mesa o que, al menos, nos dijeran cuál era. El encargado levantó la mano, llamando a uno de sus subalternos y diciéndole que nos guiara a "la cuatro". Allí, nos aguardaba una mesa a todo lujo. Instantes después, nos trajeron una botella de champaña en su correspondiente balde con hielo, sirviéndole a mi marido y preguntándome a mí si quería, mi respuesta fue "Medio vaso, gracias". El mozo nos dejó el menú y, antes de retirarse, nos pidió que lo llamásemos no bien decidiéramos qué comeríamos. Lo despedimos con una sonrisa, aunque el Amor de mi Vida siguiera con la boca abierta.
-¿Me vas a dejar pagar algo de lo que hagamos o consumamos esta noche, Bebota?
-¡Ni loca! -respondí, simpática-. Éste es el festejo del cumpleaños del hombre que más amo en el mundo y estuve ahorrando mucho para poder arreglármelas sola. Me encanta celebrar tu cumple así, Cielo. Creeme que no hay nada que me cause más placer que hacerte este regalo. Es decir -agregué, risueñamente pícara- hay algo, pero te aseguro que lo gozaré esta noche. Será algo de a dos, como suele ser todo entre nosotros.
Después de cenar, aprovechamos que había buena música, una pequeña pista de baile y sólo dos parejas más utilizándola -en ese sentido, Carlos era muy tímido y acomplejado, argumentando que era muy "patadura" para bailar-. Pero esa noche, pienso que creía que estaba "en deuda" conmigo (nada más lejos de la verdad, en lo que a mí concernía). Lo cierto es que parecíamos flotar entre nuestros brazos, mirándonos a los ojos, embelesados. Nuestros cuerpos, anticipando lo que sucedería aquella noche en un lugar mucho más privado, desde luego, no lograban ni deseaban separarse al compás de la suave música. Carlos acariciaba mi espalda semidesnuda -por el diseño del vestido, claro está- y yo, con ambas manos alrededor de su cuello, "colgaba" de él. Nos besamos loca y apasionadamente, como si estuviéramos solos. Regresamos a la mesa para terminar lo poco de postre que nos quedaba y abonar la cuenta.
Subimos al tercer piso y el botones nos acompañó a la habitación. Quizá, a esta altura, ya todo el hotel supiera que éramos más que tío y sobrina en una fecha muy especial y que la cama extra de una plaza, que había pedido al reservar la pieza, no era otra cosa que una excusa para que me dejaran dormir (¿Dormir? Bueno, un poco ja, ja, ja) en el mismo cuarto. De todas maneras, para probarlo, necesitaban equipos tecnológicos de espionaje con los que no contaban ¿o sí? Correríamos el "riesgo".
Ya a solas, entreabrí los labios y le di uno de los besos más apasionados y dulces de mi vida. Abrazados y con sus manos en mi espalda, aprovechó para desabrocharme el vestido que tuve que quitarme y guardar con mucha delicadeza para que no se me arrugara. Al día siguiente, usaríamos ropa más informal que yo tuve la precaución de llevar. Desnuda ante mi hombre, procedí a descalzarme y a quitarme la gargantilla. Ayudé a Carlos a quedar en mis mismas condiciones, ya que sus manos no daban abasto para desvestirse y acariciarme entera. Caímos sobre "mi" cama, besándonos como enloquecidos e intentamos una maniobra para un muy deseado sesenta y nueve; habituados a nuestro lecho de dos plazas, nos resultó incómodo, a punto tal que casi nos caímos, hecho que nos hizo reír, mientras cambiábamos de cama a la grande, teóricamente destinada a mi "tío".
Allí sí, nos pajeamos chupándonos mutuamente todo. No sé si fue por mi estado eufórico de esa oportunidad, pero su verga sabía más rica, por así decirlo. Es más: sentir su lengua excitándome el clítoris me puso tan caliente que me vine en un dos por tres.
-¡Ay, Papucho! Estoy gozando como hace mucho que no me pasaba. -dije, una vez tragada su deliciosa leche, abrazándolo y ubicada a su lado, cabeza con cabeza.
-Y pensá todo lo que nos falta, Bebota -reflexionó, con voz dulce y sensual- no sólo lo digo por esta noche, sino por el resto de nuestras vidas.
Estas palabras hicieron que nos besáramos otra vez y que nuestros brazos volvieran a la actividad; él acarició mis tetitas, pellizcándome los pezones y yo lo abracé con todas mis fuerzas.
-Pellizcame más fuerte -rogaba yo, entre besos-. ¡Quiero sentirte en todas partes!
-Bueno, Bebé; yo también -respondió, poniéndose de espaldas, intentando no soltarme los pezones por nada del mundo y apretándomelos hasta donde él ya sabía que soportaba el dolor-. Vení, montame: quiero penetrarte así.
Lo hice de inmediato y me clavé su pija hasta lo más profundo de mis entrañas, chillando de goce total.
-¡Te amo, Papi! -gemía, mientras subía y bajaba a lo largo de su verga, grande desde donde se la viera.
-Y yo a vos, mi Bebita mi hijita puta, mi putita... -comenzó a jadear, disfrutando de cada momento: después de dos años de convivencia, ambos adivinábamos nuestros mutuos sentimientos y no podíamos fingir; tampoco había necesidad, salvo en alguna discusión fuerte que, de vez en cuando, teníamos.
A los pocos minutos, acabó dentro de mí, con gemidos de innegable placer. Yo aún no había llegado a mi enésimo orgasmo de la noche, por lo que, dándose cuenta de mi situación, me frotó el clítoris y metió tres dedos en mi rajita, reemplazando su pijota, ya en estado de semiflaccidez. Continuó pajeándome hasta que mis jugos empaparon sus dedos que no dudó en chupar, para luego convidarme con ese conocido y exquisito cóctel. Me levanté dos minutos para ir al baño y, al volver a verlo, estaba dormido. Sin despertarlo, apagué la luz, me recosté sobre su pecho y, por esa noche, cambiamos nuestros placeres amorosos y carnales por los brazos de Morfeo.
Al día siguiente, desperté con la enorme satisfacción de tener el rostro de mi amado entre mis muslos; para ser más precisa, estaba lamiéndome la rajita, cuyo interior ya estaba completamente mojado con mis propios jugos. Me resultó claro que había estado chupándola -y jugando con ella, según sabría luego- durante varios minutos. Empecé a gemir y se detuvo sólo para darme los buenos días y un beso apasionado. Regresando a la faena, metió su lengua experta entre mis labios vaginales, haciéndome gozar como una puta más, diría yo, porque ellas lo hacen por dinero; yo, por amor. Luego, con mucha delicadeza, me penetró con su verga y yo no pude hacer otra cosa que suspirar, mientras ambos gozábamos.
-¡Qué placer sentir tu hermosa pijota tan adentro! -gemí, gritando, consciente de que no estábamos en el medio del campo-. ¡Dámela, Papi ahhhh, ahhhh, ahhhh, ahhhh dame tu leche! ¡Dámela toda, porfaaaa!
No fue algo inmediato, pero cumplió con mi pedido, lo cual no le significó ningún sacrificio.
-De hecho, mi vida -dijo, mientras nos duchábamos juntos, preparándonos para abandonar el hotel, después del desayuno-, ya deberías saber (y estoy seguro de que lo sabés, pero te estás haciendo la mimosa) que todo lo que te hice esta mañana y cada vez que hacemos el amor, me fascina tanto como a vos.
Volvimos a casa sin problema alguno y encantados de reencontrarnos con nuestra Sofía, quien nos recibió con una bellísima sonrisa y sendos "¡Mamá!", "¡Papá!" que nos derritieron a los dos.
Continuará
Micaela prepara una noche muy especial para celebrar el cumpleaños de su amado Carlos, convirtiéndolo en una ocasión muy especial e íntima. NADA de sexo, hasta el momento preciso.