Otra versión (07)
Micaela, ya en su casa, termina de contarle a Carlos lo ocurrido en lo de Laura bueno, algunos detalles quedaron, pero se relatarán más adelante. Además, la Bebota trae un regalito para su marido.
OTRA VERSIÓN
e-mail: tiocarlos52@yahoo.com.ar
Este relato es 100% ficticio, aunque podría ser real. Si no lo han hecho ya, recomiendo que lo lean desde el primer capítulo para una mejor comprensión de la historia.
Capítulo 7.
-"Bueno, sí", le admití, "pero tenés que reconocer que, excepto por su pija y un poco más de su cuerpo, se te veía más a vos, muñeca" -expliqué a mi marido, después de cenar, lo que había sucedido esa tarde-. "No es que no me guste verte desnuda, pero no tenía muchas alternativas: te tenía sin ropa en el video, con tu conchita, tu panza y tus tetas en primer plano (y en algunas escenas, tu cara que gritaba ¡estoy gozando!) y, encima, estabas a mi lado, en vivo, con sólo una bombacha puesta. No te culpo, pero lo que quiero decir es que, como dije antes, muchas posibilidades no tenía de ver a otra persona que no fueras vos".
"Sí, te entiendo, pero " se detuvo un poco, como con un ataque de vergüenza; después, se animó a terminar: "pero ¿te gusto? ¿Te gusta mi cuerpo?
"Claro que me gustás: ¡sos una chica hermosa! Cualquiera puede decirte eso sin ninguna mala intención. Incluso, chicas o mujeres que no tienen porqué ser lesbianas ni bisexuales".
"Ya sé: en el cole me lo decían las maestras y algunas chicas de secundaria que me conocían de muy chiquita; eso fue hasta que quedé embarazada: desde entonces, soy la pobre nena violada o la putita". Para consolarla y porque es verdad, le conté que lo mismo me había pasado a mí, cuando esperaba a Sofía. Pero ella no quería abandonar su curiosidad inicial, de la que yo venía zafando. Entonces, me miró a los ojos, entre seria y cómplice, y me preguntó: "Okey, ¿pero te calienta verme desnuda?". "La verdad, sí", le contesté, "pero eso no te obliga a hacer nada conmigo". "Pero si vos pudieras elegir, ¿qué me harías?".
-Sagaz la nena, ¿eh? -dijo Carlos, acertadamente.
-Sí, muy sagaz madura para su edad y no sólo físicamente. Me refiero a su precocidad en su maduración sexual: ¡quedar embarazada a los diez años! Sé que no es un fenómeno, pero tampoco es lo más normal del mundo.
-De acuerdo; pero, ¿y? ¿Qué pasó? -interrogó, con curiosidad morbosa en la mirada.
-No te preocupes: no voy a hacerte el cuento del pescado no voy a dejarte con la espina -reí brevemente, y continué-. Le dije que empezaría por acariciarle el cuerpo sobre su ropa. Si eso le gustaba, podíamos probar directamente sobre la piel; o, en el caso de su parte inferior, podría dejarse la bombacha y probar primero así. La idea pareció gustarle porque se paró frente a mí, completamente vestida, como había vuelto del baño, se puso muy cerquita, al alcance de mis manos (si hubiese querido, habría podido abrazarla y besarla en la boca así de cerca estaba) y me preguntó: "¿Me vas a tocar?". Parecía muy ansiosa por probar; era como si nunca nadie la hubiera tocado. Y yo, ¿para qué negarlo?, me moría por hacerlo. Empecé por sus hombros y, sin querer que pareciera un rechazo, la empujé un poquito para atrás; así como estaba, su vientre casi rozaba el mío y ésa no era la idea no todavía. Quería bajar suavemente por su blusa, hacerla sentir lo que era que le acariciaran las tetas: en fin, comenzar de a poco. Lo hice y se deshizo en un suspiro; entrecerró los ojos, como pidiéndome que insistiera en ese mismo lugar y, en lo posible, sin ropa conozco esos gestos.
-Sí, yo también -dijo, sin desear interrumpirme-. No pretendo traer recuerdos indeseables, pero aprendí a reconocerlos con vos y con Carolina; de más está aclarar que los indeseables son los de Caro, por los celos que te produjeron. Pero bueno, eso pertenece al pasado.
-¿Puedo seguir? -pregunté sonriendo, haciéndole ver que aquel recuerdo no me había afectado; él asintió y continué-. Bueno, después bajé a su panza, la que también mimé despacio, pero sin detenerme. Lentamente, llegué a su pubis; con los dedos, di un rápido "paseo" por su rajita y enseguida, fui hacia atrás para tocar sus nalgas, apenas rozándole la raya del culo, de abajo hacia arriba, sólo para que supiera cómo lo hacía después, habría más. Cuando terminé, le dije: "Puedo acariciarte todo el cuerpo así, pero quedamos en que iba a tocarte sobre la ropa. Si querés más, sigo. En realidad, mi próximo paso sería desnudarte; y ahí sí que no quedaría centímetro de tu cuerpo sin recorrer. La decisión es tuya: si querés, lo dejamos para después o para otro día" -dije, interpretando el rostro del Amor de mi Vida, ya caliente. Despacio, le abrí la bragueta, descubriendo lo que ya podía entrever debajo de la tela: su pijota dura como una roca; la saqué y, muy suavemente, empecé a hacerle una paja que agradeció con una gruñido de placer. De inmediato, proseguí con el relato con más ganas que nunca-. "Ni se te ocurra dejarme así, Mica", me dijo: "estoy hirviendo ¡desnudame, porfa!". Le sonreí y, comenzando otra vez desde su pecho, fui desabrochándole la blusa, metiendo las manos para acariciar la suave piel de sus tetas; bajé, desvistiéndola y, cuando llegué al último botón, subí de nuevo hasta sus hombros y empujé la delicada tela para que cayera al piso. Ella colaboró, bajando los brazos. Esta vez sí le di más: las dos lo necesitábamos; no sólo se las volví a toquetear, jugando un poco con sus pezones, sino que también se las chupé y lamí. Como sabés -comenté, como al pasar, observando la hinchada verga de mi marido, quien escuchaba con los ojos cerrados, tratando de imaginar mejor la escena-, nunca lo había hecho con alguien de esa edad, pero eran riquísimas; no sé si es un saborcito especial de las chicas más chicas, pero estaban deliciosas: toda ella estaba deliciosa.
De pronto, me gritó "¡Guachaaa! ¡Me estás volviendo loca de placer! ¡Esto es mejor que con un tipo!"; casi le contesté "Sí, y no estarías embarazada", pero me arrepentí; en vez, le dije: "Y esto recién empieza". Enseguida, le toqué y besé la panza, pero no como quien besa y acaricia al bebé, sino con ganas de ella , de Laura, como hacías vos conmigo, cuando estaba embarazada y te calentabas. Bueno, esa experiencia la enloqueció. Le bajé los pantaloncitos y la bombacha al mismo tiempo; creo que la desconcerté cuando ni toqué su conchita (aunque sí le di una rápida ojeada, sabiendo que volvería ahí muy pronto); manoseé, besé y lamí sus muslos, rodillas, pantorrillas y pies descalzos. ¡Qué manera de gemir esta Lauri! Me dijo que ni en los escarceos previos cuando va a coger con su familia, goza tanto y, ¿sabés? Le creo; no porque yo sea mejor o porque haya decubierto de pronto que le gustan más las chicas, sino por la novedad. Pero, por lo que veo -sonreí cariñosa, observando su adorada verga que seguía meciéndose entre mis dedos y, a veces, "apresada" por toda mi mano; aceleré un poco el vaivén, sabiendo que faltaba poco-, a tu pijota no le interesan mucho las novedades, ¿mmmm? Bueno, sigo: volví a su conchita, preparada para hacerla gozar como nunca para que tuviera el mejor orgasmo de su vida y que se viniera en mi boca; le abrí la rajita con ambos pulgares: ¡Dios qué rosadita que la tenía por dentro y qué jugosa! No perdí el tiempo y se la empecé a chupar, para probar ese "licorcito". Lamento que no existan envases para transportar ese tipo de elixir (salvo por las conchitas, por supuesto je, je, je, je), porque estaba delicioso y me habría gustado mucho que lo probaras, en serio. Después, le metí la lengua, como si fuera un dedo, y ¡ups! -me autointerrupí, sintiendo, a través del tacto y de la respiración cada vez más agitada de mi marido, que se estaba por venir-. Me parece que voy a tomar una rica leche, antes de seguir contándote.
Diciendo esto, me puse su pija en la boca y recibí su exquisito líquido del amor. La verdad, yo tampoco me aburría de estas cosas, pese a que debo admitir que siempre intentábamos incorporar detalles (sólo detalles) nuevos, pero básicamente era lo mismo desde nuestras primeras sesiones de sexo. Saboreé su riquísimo néctar, pasándolo por cada rincón de mi boca, antes de tragarlo. Luego, nos besamos como si fuera la primera vez: con el mismo ardor, el mismo ímpetu, la misma locura.
-Te adoro, mi Vida. -me dijo, fijando sus ojos en los míos.
-Y yo te amo con todo mi corazón, Cielo -respondí. Luego de una breve distracción de ambos, lo miré con picardía y, levantando mi mano derecha, dije-: Bueno, prometo que ahora sigo hasta el final; igual, no falta demasiado y, además, tengo una sorpresa para vos, pero después, ¿okey? -agregué, y él sólo asintió-. Ella seguía destilando su juguito y yo me lo tomaba. Esto podría haber seguido así toda la tarde, pero yo quería que Lauri experimentara cosas nuevas bueno, nuevas hechas por una chica, porque hechas por varones, creo que ella podría haberme enseñado a mí; y no estoy quejándome, ¿eh? -aclaré, con una sonrisa-. "Ahora, me encantaría meterte algunos dedos en la grutita, ¿me dejás?". "Sí, claro que te dejo. ¿Así cogen las chicas entre sí?". "Es una de las maneras, sí, cuando no tienen un consolador ni nada que lo reemplace", le expliqué, metiéndole dos dedos y haciéndole el mete y saca cada vez más profundo. "Aunque algunas no cambian los deditos por nada". Su respiración se hizo más fuerte y me costó poco darme cuenta de empezaba a gozar. "¿Uno o dos más?", le pregunté, sin creer que hubiera necesidad de explicar a qué me refería. "¿Dedos?", acertó: "Meteme uno. Si cuando llegás al fondo estoy gimiendo, meteme el cuarto". Casi segura de que sería así, le introduje el anular y reanudé mi cogida cada vez más fuerte. Cuando le puse el meñique completo, ya estaba por llegar; estuve por intentar un fisting, pero me arrepentí: con el ritmo que llevábamos, podría írseme la mano (literalmente) y lastimarla. De todos modos, momentos después, tuvo un hermoso orgasmo que ella dijo que había sido uno de los mejores de su vida y que yo me tomé, directo de su "fuente".
"Un rato más tarde, seguimos jugando, pero eso te lo cuento en otro momento porque quiero que veas el cd que está al lado de la computadora: es la sorpresa de la que te hablé".
Hacia allá fue y su reacción fue más o menos la que yo esperaba.
-¡Ay, bebé...! -exclamó, instantes después de comenzar a verlo.
-¿Sí, mi vida? -respondí, intuyendo, con un gran margen de certeza, que no se dirigía a mí.
-No, Amor; me temo que, en este caso, has sido desplazada por esta putita embarazada por un ratito, claro. -aclaró, jocoso, intentando ocultar su broma.
-¡Ah, nooooo! -exclamé, riéndome internamente-. No te puedo mostrar el video de nadie, sin que quieras reemplazarme.
-Pero mirá lo que es esa muñeca. -intentó "justificarse".
-Sí, ya sé: no sólo la miro, sino que la vi en vivo, acaricié todo su cuerpo y lo besé. Pero eso no te permite dejarme por ella.
-No estoy dejándote por ella aunque podría. -agregó, pero esta vez, no pudo aguantar la risa y largó la carcajada.
-¡Con que ésas tenemos! -exclamé, corriendo hacia él, para hacerle cosquillas en la cintura y escapar enseguida.
Apagó el video y corrió tras de mí. Me eché cabeza abajo sobre la cama, jugando a que así no podría verme pero, obviamente, me halló y, acostándose de costado a mi lado, fue él quien me cosquilleó. Me di vuelta y lo imité. Los dos muertos de risa sobre nuestro lecho: parecíamos dos chicos jugando.
De a poco, las cosquillas dieron paso a caricias como siempre solía suceder cuando practicábamos esos juegos sin Sofía y nuestras carcajadas fueron convirtiéndose en gemidos y jadeos, mientras nuestras pocas ropas volaban y aterrizaban en cualquier parte del dormitorio. Carlos chupó mis tetitas -aunque ya no fueran tan pequeñas, para él seguían llevando ese apelativo- y su hermosa herramienta jugó con mi conchita hasta penetrarla.
-Metémela, porfaaaaaaa. -rogué, desesperada, experimentando lo que sólo él me hacía sentir: el placer del amor; con sensualidad y hasta morbo, desde ya, pero su ingrediente principal era el amor.
Tres cuartos de hora más tarde, reanudamos nuestra vida normal. Sentada al lado del Amor de mi Vida, esperando que hirviera el agua los fideos que serían nuestra cena y mirando televisión, sonó mi celular y, para no molestar a mi marido, me levanté y caminé unos metros, ya habiendo atendido. Era Francisco, el hermano de Laura, pidiéndome que, por el momento, ya no fuera más, ya que él y Federico se quedarían con su hermanita los dos días restantes. Me agradeció "los servicios prestados" -hasta el día de hoy, no sé a ciencia cierta, a qué se estaba refiriendo: si sólo a haberla cuidado (o acompañado), o también a lo sexual- y que pasara a cobrar cuando me conviniera: siempre habría alguien en casa para alcanzarme el dinero.
La verdad, tuve sentimientos encontrados. Por un lado, lamenté no poder enseñarle más y -¿por qué no admitirlo?- seguir gozando con ella. Pero también sabía que, por más que supiera de sexo, aún era demasiado chica para saber tanto . En otras palabras, sentía que estaba corrompiéndola, más allá de lo que hiciera su familia; y, además, tenía la extraña sensación de que su padre o hermanos acabarían pidiéndome que cogiera con ellos y, ante mi obvia negativa, me agarraran entre dos o tres y me violaran. Tal vez, sólo fuera una horrible fantasía mía, pero -como se imaginarán- era un riesgo que no estaba dispuesta a correr.
Continuará