Otra versión (06)

Micaela y Carlos consuman una triple penetración -una por vez, claro, pero las tres seguidas-, y Laura resulta ser más audaz que el promedio de chicas de su edad.

OTRA VERSIÓN

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Este relato es 100% ficticio, aunque podría ser real. Si no lo han hecho ya, recomiendo que lo lean desde el primer capítulo para una mejor comprensión de la historia.

Capítulo 6.

-Parece que tus consejos le han hecho muy bien a nuestros compadres, como pareja -me dijo Carlos, desvistiéndose para acostarse, esa misma noche.

-Me alegra muchísimo, Cielo: ésa era mi intención original; no voy a negar que mis juegos lésbicos con Ceci me gustaron, pero, como te digo siempre, prefiero hacer el Amor con vos a tener sexo con chicas. Las chicas me divierten, me excitan, pero no terminan de satisfacerme -afirmé, una vez más, antes de confesarle lo que había sentido al ver a Laura casi desnuda, bajo la semitransparencia de su vestidito-. Hoy entendí el morbo que te da ver una chica embarazada y en tetas… ¡esa panza que tenía Laura, la que fui a "cuidar", y esos pezones rosaditos! Decí que en ningún momento se desnudó y que necesitaba consuelo y consejos más que otra cosa. Además, no tuve oportunidad de preguntarle si había cogido con alguna prima o amiga, o si le gustaría probar. Es cierto que la he visto a Cecilia con panza y accidentalmente desnuda, pero no era igual: esta putita (no la estoy insultando: sólo digo lo que me parece que es) hace cualquier cosa que sea sexual y si no ha probado con otras chicas es porque no tiene ninguna en la casa y tampoco sabrá nada del sexo lésbico… o bisexual, en todo caso.

-Le tenés "hambre", ¿no?

-Sí, bastante; pero tengo miedo de que me rechace y me acuse. A pesar de todo lo que sabe, es demasiado chiquilina todavía y puede salirme con un domingo siete.

-Sí, es algo chica, pero vos tenés tus métodos "inocentes" para tantearla y ver hasta qué punto estaría dispuesta a intentar una aventura así. ¿No te animás, Vida?

-Supongo que sí -respondí, haciéndoseme agua la boca y la concha, al ver a mi marido desnudo ante mí, empezando a menear su pijota aún morcillona, pero creciendo, mientras miraba mi cuerpo completamente desnudo, al igual que el suyo, con las mismas ganas de metérmela como la primera vez, en la casona de mis abuelos-. Pero ahora vení… quiero sentirte muy adentro por mis tres agujeros.

-¿Estamos exigentes esta noche? -preguntó, jocoso, con una suave palmada en el costado de mi nalga izquierda, indicándome que me colocara boca abajo.

Lo hice. Cuando practicábamos sexo anal y algún otro, solía hacerlo así: mi culito primero para poder meter su verga semifláccida, con el propósito de no lastimar mi orificio trasero; en realidad, eran ideas suyas que intenté quitarle a lo largo de los años que habíamos estado juntos; le demostraba, ayudada con cualquiera de mis consoladores, lo fácil que se penetraba mi culo… siempre y cuando éste, el juguete o ambos estuvieran bien lubricados.

Me la metió y, gracias a nuestros movimientos pélvicos, su herramienta comenzó a crecer, gorda y larga, como siempre lo hacía, introduciéndose hasta tenerla en lo más interno de mis intestinos. Cualquiera habría dicho que sus temores de dañarme se hubiesen extendido hasta ese momento, incluso incrementados, pero se nota que, en esas circunstancias, ya estaba tan caliente -de hecho, ambos lo estábamos-, que ni recordaba sus miedos y gozábamos como animales en celo… a veces, más que con el sexo vaginal; y fue el caso de esa noche. ¡Qué delicia sentir su líquido del amor tan profundo en mis entrañas posteriores!

Sin dejar pasar más tiempo que el de reacomodarnos en la cama, comencé a chupar su pijota sin permitir que volviera a su tamaño de reposo. Miré a mi marido a los ojos, relamiéndome anticipadamente justo antes de aprisionar su pedazo de carne entre mis gruesos labios hambrientos. Con una delicada "mordidita", corrí la piel hacia atrás, liberándole de a poco el glande que, con cada entrada a mi boca, abarcaba más superficie de mi paladar, sosteniendo por debajo su aparato con mi lengua. Era la primera vez que lo hacía de este modo, si bien ya habíamos practicado métodos muy parecidos. Me sentí muy satisfecha y excitada al percibir cómo crecía su verga, lo cual me dio nuevos bríos para succionársela hasta que quedara completamente enhiesta y dura para que gozáramos a tope la penetración de mi conchita imberbe y muy experimentada con él, algunos juguetes, sin olvidar las experiencias lésbicas.

El momento llegó y, sin piedad pero sin violencia, me metió su barra de hierro caliente, haciéndonos gemir y suspirar casi al unísono.

-¡Ay Papi…! -grité, cachondísima-. Metémela hasta el fondo, como vos sabés... ¡partime en dos, haceme mierda! Me fascina tu herramienta.

Empezó a bombearme, guiado por mis pedidos que, dicho sea de paso, no le costaban nada cumplir… je, je, je. Me taladraba con un vigor increíble, teniendo en cuenta que había estado en la obra todo el día y que me había enculado hacía apenas un rato. Mis caderas tomaron vida propia, subiendo y bajando, facilitando y profundizando la introducción de su fantástica pijota… yo ya gemía y gritaba mi gozo; él jadeaba el placer que le causaba nuestra enésima cogida dentro de mi conchita. Sabiendo que a ninguno de los dos nos faltaba demasiado para llegar al séptimo cielo, aceleré mis movimientos debajo de él y mi voz subió su volumen hasta un límite que temí que despertara a Sofía: afortunadamente, esto no sucedió. Lo que sí pasó fue instantes después de lanzar mis jugos contra su verga: escupió su cálida lechita en mi útero, obviamente fértil, pero protegido por un DIU.

-Mi Bebota, mi nena putita -me dijo, en nuestro lenguaje caliente, justo antes de su orgasmo-… ¡acá tenés todo lo que puedo darte de mi pijota que tanto desea tu cuerpito! ¡Aaaaaahhhhh… aaaaaaaaahhhhhhhhhhh… aaaaaaaaaaaggggggggghhhhhhh!

-¡Sí, Papucho: puedo sentirte inundándome mi conchita que es toda tuya! Podés hacer lo que quieras con ella, ¿sabés Papi?

Por toda respuesta, bajó su cabeza hacia mi cara y nos besamos enloquecidos. Luego, cayó -o se dejó caer- a mi lado, exhausto, como si hubiese andado una hora en bicicleta. Hasta cierto punto, pensé que había sido una bruta, "abusando" de su Amor para mi propio placer; pero a poco de meditarlo, concluí que él también había gozado y que, al ser temprano, podría dormir toda la noche sin ser molestado, ni siquiera por el infrecuente llanto de nuestra bebé: de eso me encargaría yo, llegado el caso.

Al otro día, pedí turno con el pediatra (un tal Dr. Molina), recomendado por uno de los compañeros de Carlos. Nada serio: a Sofi le tocaba su revisión de rutina y ninguno de los dos descuidábamos esos detalles.

Esa misma tarde, sin mi hija, regresé a la casa de Laura.

-Te estaba esperando. -me dijo, con gesto amistoso y mirada cómplice, tras nuestro inocente beso de saludo.

-¿Tanto me extrañaste? -sonreí.

-No, pero estuve pensando en lo que hablamos ayer y me gustó lo que me dijiste. Ya ves: hoy estoy con un vestido suelto, casi de futura mamá (es difícil conseguir para mi talle, aunque hay embarazadas petisas) y tampoco me puse nada en el pecho… ni siquiera un corpiño.

-En eso estamos iguales -dije, siguiéndola hasta el sofá, donde tomamos asiento-: casi nunca uso corpiño.

En realidad, iba a decir "ropa interior", pero no quería que tuviera un concepto erróneo de mí, ni de Carlos, en caso de explicarle que era él quien me lo había pedido… aunque no tuvo que insistir demasiado para que yo aceptara; de hecho, quienes han leído su versión, recordarán que accedí de inmediato, sin ningún "pero".

-Es más cómodo, ¿verdad? -me interrogó, y de pronto, me sentí algo así como su hermana mayor, a quien pedía consejos.

-Sí, para mí sí, pero va en gustos. Y supongo que, para una mujer muy tetona, ha de ser bastante desagradable llevarlas así. Creo que el corpiño la ayuda a tenerlas en mejor posición.

-¿Y cuando estabas de ocho o nueve meses, tampoco usabas?

-No: las tenía más grandes que ahora, pero nada exagerado. Además, esos últimos meses me tocaron en diciembre y enero, pleno verano y en Buenos Aires, con el calor y la humedad que hay allá en esa época. Sólo me lo ponía para ir al médico para que no creyera que era una putita… y más a los trece años, como tenía entonces.

-Así que con estas tetas, no me hace falta, ¿no? -me consultó, desabrochándose la blusa y permitiéndome apreciar esos hermosos senos, de buen tamaño por su preñez, algo más pequeñas que las mías en ese momento… quizá, iguales.

-No… es decir, si no estás incómoda, todo bien. -afirmé, con una oportunidad única de ofrecerle compararlas con las mías y, de ahí en más, comenzar mi prueba; sin embargo (no sé porqué) me eché atrás.

Con toda naturalidad, volvió a abotonarse la prenda, sin prisa y sin pausa. Mientras lo hacía, me sorprendió con una oferta.

-¿Querés que te muestre unos videos en los que me cogen mis hermanos? Los tengo en la compu, arriba en mi cuarto; eso sí, el más nuevo tiene dos meses; o sea, yo tengo un poco menos de panza, pero mucha diferencia no hay con lo que hacemos ahora.

-Sí, si querés mostrármelos, me gustaría verlos. Habiendo quedado embarazada a los trece años, no me considero una puta, porque todo lo que hice y hago con él fue y es por amor, pero admito que soy una chica muy caliente… me fascina el sexo. -confesé, con total sinceridad.

Laura me guió hasta las escaleras y, como buena anfitriona, fue la primera en subir; no fue a propósito, pero de la manera cómo movía esas caderas, a centímetros de mi cara, parecía querer seducirme. Seguramente, su padre o sus hermanos le habían enseñado a hacerlo, quizá como una gracia erótica, o algo así, y ahora lo había incorporado como una manera habitual de subir, sin importar quién estuviera detrás de ella.

Llegamos a su dormitorio y encendió su computadora. Después de que ésta hubo terminado de cargar los diferentes programas, Lauri, con gran maestría, encontró la carpeta donde estaban los videos prometidos. A ojo de buen cubero, sumaban unos cincuenta. Hizo clic sobre uno de los últimos iconos y apareció ella, desnudita, panzona y una verga morcillona, acercándose a su boca. La cámara no estaba fija, por lo cual me fue fácil deducir que su otro hermano o su mismísimo padre la manejaba.

-Ésta dura alrededor de media hora. -me aclaró, a título informativo.

-Okey. -respondí, medio distraída, mirando su cuerpo en el monitor… estaba deliciosa y muy tentadora; esa carita pícara ayudaba a resaltar su sensualidad.

-¿Ves? Éste está hecho acá, en esta pieza… hey, ¡parece que te gusta en serio! -exclamó, un poco absurdamente, en mi opinión: acababa de decirle que me fascinaba el sexo.

-Sí, claro que me gusta. -dije, ensimismada en lo que estaba viendo: su cuerpo desnudo e hinchado por su embarazo… algo menos que ahora, pero hinchado al fin.

-Fijate cómo está de dura cuando la saco de mi boca por segunda vez -apuntó, orgullosa, señalando la pantalla, sentada a mi lado-. Ufff… me estoy calentando mucho. La verdad, siempre me pasa cuando miro estos videos. ¿Te importa si me saco un poco de ropa?

-No, claro que no me importa -respondí, haciéndome la desinteresada; luego, añadí algunas razones que probarían mi inocencia, en caso de un comentario mal tomado por su padre, si Laura llegara a contarle lo que estábamos haciendo-. Además, estás en tu casa y, para mejor, en tu dormitorio; así que podés hacer lo que quieras, sin pedir permiso a nadie.

No terminé de decirlo, cuando la vi desnuda de la cintura para arriba y con sólo una bombacha que cubría poco menos de la mitad de sus redondas y apetecibles nalgas. Yo tenía unas prendas similares; iba a comentárselo, pero me arrepentí: podría pedirme que le mostrase qué llevaba puesto ese día y, como casi siempre, mi respuesta o demostración sería "nada". Me pregunté hasta cuándo duraría mi prudencia, con esas imágenes del video y con su protagonista femenina a mi lado, semidesnuda, comenzando a tocarse. Seguramente, en unos instantes, aquel toqueteo terminaría siendo una paja. Entonces, ¿yo qué haría? Sin más remedio, imité a mi anfitriona. No me desvestí -obvio- pero metí mi mano derecha entre el elástico de mi pantalón corto y mi piel, llegando a mi húmeda conchita con cierta urgencia, frotándome el clítoris lujuriosamente. Pocos minutos después, esa habitación se convirtió en el salón de conciertos de nuestros gemidos y jadeos, mientras la pantalla mostraba a Laura y a su hermano (no pregunté cuál de los dos era: no me interesaba) empezando a coger, con aquella rajita hermosa en primer plano. Desde luego, también se veía el pedazo de carne que la penetraba, entrando y saliendo como si fuera un cuchillo caliente cortando manteca. Era evidente que estaba muy lubricada, tal vez porque fuera jugosa de por sí, o quizá porque, al ser un video, había sido editado. Pese a inclinarme por la primera opción, la segunda no le quitaba mérito.

Lauri fue la primera en llegar al orgasmo; salió del dormitorio rumbo al baño, lo cual para mí fue una suerte: al quedar sola, pude bajarme los pantaloncitos, abrir bien las piernas y meterme cuatro dedos, usando el pulgar para excitar bien mi botoncito y así acelerar mi éxtasis, sin humedecer tanto mi prenda inferior. La idea resultó y, al terminar, tomé un papel absorbente para secar las gotas que habían caído de mi concha. La habitación apestaba a sexo, pero ni remotamente me sentí responsable: apenas el uno por ciento -o menos- habrá sido mi olor. Tomé otra dos hojas de papel y me las puse a modo de toallitas protectoras. Antes de que Laura regresara, volví a subirme los pantalones y, para cuando entró, estaba sentada civilizadamente, con mis ojos pegados a su deliciosa conchita… en la pantalla, desde luego, sin que ella pudiera distinguir, en realidad, qué llamaba tanto mi atención… al menos, eso creí.

-No es que me arrepienta de mostrarte este video; es más, si querés te hago una copia y te la llevás a tu casa. Pero la verdad es que son todos muy parecidos -sentenció, pocos minutos después, una vez que terminó la breve película-. No sé si tiene sentido ver otras… y aunque te guste verme a mí desnuda (sé lo que es ser lesbiana y bisexual), podemos probar: nunca lo hice con otra chica, pero puede ser divertido -añadió, algo avergonzada; tal vez, yo no fuera ni una cosa ni la otra. De todas maneras, se arriesgó con otra pregunta-. ¿No me mirabas más a mí que a Federico en el video?

Continuará