Otra versión (05)

La pareja vuelve a sus chanchadas comestibles; Micaela recibe un llamado inesperado y desconcertante. A la vez, vuelve a trabajar como niñera para una familia bastante particular, por así decirlo.

OTRA VERSIÓN

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Este relato es 100% ficticio, aunque podría ser real. Si no lo han hecho ya, recomiendo que lo lean desde el primer capítulo para una mejor comprensión de la historia.

Capítulo 5.

Cuando mi marido llegó a casa, el pollo estaba listo para poner al horno y eso fue lo que hice mientras él se refrescaba y se ponía algo más cómodo, tras saludar a su Princesita y a su Bebota, a quienes nos prestaría su debida atención luego.

De pronto, recordé que no había revisado el contestador y, sentada en un sillón frente a mi marido e hija, me levanté a verificar si la luz intermitente estaba titilando: en efecto, así era.

Mientras rebobinaba el pequeño casete, la pregunta del Amor de mi Vida surgió lógica, aunque en ese momento, me tomó por sorpresa.

-¿Volviste a verla a Cecilia?

-Sí: Sofi y yo fuimos a su casa; quería enseñarle algo, pero no fue como vos pensás. -afirmé, con un dejo de culpa.

-Amor, es tu vida; además, aunque fuera como vos creés que pienso, todo está bien, mientras no me metas los cuernos. -dijo, sonriendo su certeza de que yo jamás le haría algo así.

-Okey. Después te cuento todo. Ahora que estoy acá, dejame ver qué dice el mensaje... antes de que vuelva a olvidarme. -sonreí, guiñándole un ojo a nuestra hija.

Presioné "play" y, tanto Carlos como yo, quedamos asombrados por lo que escuchamos.

-Hola, hija -habló la inesperada voz de Patricia, mi progenitora-; espero que los tres estén muy bien y supongo que mi nieta estará enorme y hermosísima.

-Aue puta. -dijo, con voz chillona Sofía.

-No -corrigió mi marido, dulcemente, no dándole importancia alguna a la palabrota de nuestra niña-: es Aue Pato.

-Puta, puta, puta… -quedó repitiendo, sin ninguna recriminación nuestra: habría sido peor.

-Veo que no estás en casa -continuó la grabación-; te llamo después o mañana, pero te adelanto que es una invitación para tus vacaciones de invierno. Un beso, mi amor, y cariños. Chau.

Carlos y yo quedamos atónitos, sin saber qué pensar. Tal vez, no haya sido demasiado agradecida con la oferta, pero lo primero que atravesó mi mente fue que tenía algo de trampa.

Sin tocar el tema, Papá Carlos -sólo yo lo llamaba Papucho… que yo supiera, claro (ja, ja, ja)- dio de cenar a su hija y ambos necesitaron un babero, pero sólo nuestra niña tuvo ese privilegio. Después de un rato de juegos y digestión, Sofía se puso molesta, señal de que tenía sueño. La acostamos y no tardó nada en quedarse dormida.

Mientras la comida terminaba de dorarse, el tema surgió espontáneo.

-¿Qué te parece, Vida? -pregunté, incrédula-. Que Dios me perdone, pero esto de la invitación me huele feo.

-Quizá, se haya dado cuenta, tarde pero seguro, de que estaba perdiéndose demasiado sin vos y sin Sofi -especuló, buscándole el lado positivo-; pero si he de serte sincero, a mí tampoco termina de convencerme. No sé: creo que lo mejor va a ser esperar a que vuelva a llamarte y puedan hablarlo tranquilas.

-¿Querés venir a ayudarme a ponerle el jugo a estas presas? -pedí, en cuanto la comida estuvo cocida, con la mayor naturalidad posible, desde un punto de la casa donde no podía verme-. Es una receta que se me ocurrió esta tarde.

-¡Guauuuuuu! -exclamó, excitado, al verme desnuda de la cintura para abajo, con una pata de pollo (refrescada, por supuesto), a punto de introducirme una en la conchita que ya brillaba por los flujos que mis dedos, hace segundos, habían ayudado a extraer para estar bien lubricada-. Hace bastante que no hacíamos este tipo de chanchadas.

-Sí, es verdad, pero ahora vení que te necesito dije, sensual, alcanzándole la presa que sostenía en mi mano izquierda. La otra iba acercándose "peligrosamente" a mi gruta.

Por fin, la introduje suavemente: era mi primera vez con una pata de pollo y "era loca, pero no comía vidrio". Probablemente haya sido la calentura habitual de pajearme, además de saber que el Amor de mi Vida degustaría el sabor del ave mezclado con el de mis jugos, pero debo decir que no sentí ningún dolor. Por el contrario, pese a ser una presa grande y con la piel, entró como si fuera un consolador mediano. Permití que penetrara hasta el fondo, sin posibilidad de sacarla con los dedos. De eso se encargarían mis entrenados músculos vaginales; es por ello que mi índice lo empujaba para adentro y luego, como por arte de magia, volvía a salir.

Sin saber, exactamente, cuáles eran mis planes, pero conociéndome como nadie, se bajó los pantalones y sacó su pedazo de carne ya erecta de ver mis "ejercicios" y escuchar mis jadeos y gemidos, comenzando a pajearse, presa de pollo en la otra mano. Esto, de más está decir, terminó de ponerme en órbita. Unos minutos más tarde, tras empapar las patas en nuestras "cremitas", intercambiamos alimentos devorando yo la presa que tenía su leche tibia, exquisita y él la que había estado en mi fogosa concha. Nos prometimos hacerlo más seguido, con distintas comidas, desde luego.

Después, del postre, volvió a llamar mi madre: me confirmó que la invitación era para las vacaciones de julio y que se hacía extensiva a Sofia y a Carlos, aunque, como ella misma dijo y yo le ratifqué enseguida, él debería trabajar. Al fin y al cabo, para eso lo habían trasladado a Chubut. Pero compañía aparte, me habría encantado verle la cara a Patricia, si los tres aparecíamos en el aeropuerto de San Francisco, donde divorciada de Roberto -mi progenitor-, vivía su propia vida. Sin embargo, lo más lógico era que sólo me acompañase en el vuelo a Buenos Aires para ayudarme con nuestra Sofi… pese a que ambos supiéramos que sería una excusa válida para que nuestra separación fuera unas horas más breve.

A los dos o tres días, me llamaron para cuidar a una chica de once años; al parecer, su padre había sabido de mi oficio a través de Diego. Acepté, siempre y cuando pudiera ir con mi hija. Pero, ¿una niña de once años necesitaba una niñera? Me pareció extraño: era la primera vez que cuidaría una criatura mayor de ocho, y había sido un par de veces en Buenos Aires. Pero mientras pagaran y no fuera una "nena de papá", todo estaría bien.

Llegué puntual, a las cuatro y el trato era quedarme hasta las ocho, ocho y media, hora a la cual llamaría a mi marido, generalmente de regreso en casa, para que pasara a buscarme: ése era el arreglo.

Laura, quien aparentaba su edad, me abrió la puerta: la casa era grande y lujosa. Mi pequeña clienta estaba vestida con un hermoso vestido blanco de gasa. Noté que debajo, a la altura de la panza, se le transparentaba una especie de faja, pero no le di importancia.

Corrió al teléfono, como si estuviera llamando y digitó un número, mientras yo acomodaba a Sofía en la mochila, convertida en una sillita al ras del piso. Desde donde estaba, me llamó, adelantándome que su Papá quería hablar conmigo.

-Hola, soy el padre de Laura. -se presentó, formal pero simpático.

-Hola, soy Micaela, la niñera; pero, por lo que veo, no voy a tener mucho trabajo. -respondí, feliz y con buena onda.

-Mirá, Micaela: sé que sos una chica discreta y que no se escandaliza por cualquier cosa. Por eso te pido que cualquier cosa que Lauri te cuente o veas en casa no salga de vos… bah, supongo que puedo confiar en la discreción de tu pareja, porque seguramente, algo le contarás, si sucede algo, o de lo que mi hija te pueda contar, ¿verdad?

-Sí, claro -respondí, confundida por lo que acababa de decirme, pero segura de la discreción que pedía-. Quédese tranquilo, señor.

-Jorge… podés llamarme Jorge.

-De acuerdo, Jorge -dije, más por su tranquilidad que por ser una costumbre mía en mi papel de niñera.

En ese momento y sólo por seguridad, tomé mi celular y mandé un mensaje a Cecilia, preguntándole si podía venir a buscar a su ahijada. A los pocos segundos, me respondió que, dentro de quince minutos, vendría.

Cuando volví al sofá, Laura había encendido el televisor pero, al verme llegar, Sofía fue la única televidente y el tema con el cual Laura comenzó la conversación.

-¿Es tu hija o tu hermana?

-No, es mi hija -respondí, con inocultable orgullo-. Ya cumplió los trece meses.

-¿Y todavía no camina? -interrogó, sin maldad.

-No -sonreí-, pero el día que se largue, no la para nadie.

-¿Y el padre se hizo cargo? Sabés quién es, ¿no?

-Sí, claro vivimos juntos: es un padre excelente… fue un embarazo muy deseado por ambos. Y conmigo es un santo.

-¿Querés tener más hijos?

-Sí, pero dentro de unos años.

Con esta respuesta parecí cortarle la inspiración para su "interrogatorio" que no me molestó en ningún momento, pero sí me pareció algo adulto para su edad.

A los pocos minutos, llegó Ceci, quien se quedó en la puerta esperando a Sofía. Ambas se fueron muy felices y yo, sin saber porqué, quedé más tranquila.

Debió haber sido intuición de madre, porque a los veinte minutos, aproximadamente, Laura empezó con fuertes dolores en su vientre, con un llanto que era más de angustia que de dolor, lo cual me confirmó, al gritar:

-¡Maldita puta faja! -exclamó, prácticamente arrancándosela, metiendo sus manos debajo del vestido, de espaldas a mí.

Al darse vuelta, vi una panza de, calculé, seis meses de embarazo que ciertamente no me esperaba. Con toda su bronca, también soltó la venda que mantenía sus senos planos. Realmente, me asombró y la curiosidad me carcomía; pero resolví dejar que las cosas fluyeran: con toda seguridad, Laura misma me contaría todo… o, al menos, todo lo que ella quisiera, que presentí que sería bastante.

El vestido se le reacomodó solo, suelto sobre su cuerpo que, excepto por sus bombachas, estaba desnudo debajo de la fina y transparente tela. Corrió para abrazarme.

-¡Estas putas ideas de mi Papá! -gritó, furiosa, sollozando, con la cabeza sobre mi hombro-. Pero en realidad, todo esto también es mi culpa.

-¿Querés contarme? -interrogué, invitándola a sentarse en el sofá-. Prometo ser una tumba. Es más, le di mi palabra a tu padre que no comentaría nada de lo que viera acá o vos me contaras, así que quedate tranquila.

-Okey, pero te advierto que no es tan fácil de entender… en especial, la parte que tiene que ver con mi familia.

"Cuando yo tenía ocho años, mi Papá empezó a manosearme y a mí me gustaba mucho . Un día, mi Mamá nos pescó en pleno manoseo, yo gimiendo de placer como una puta y toda desnuda, dejándome hacer, y Mamá en vez de querer defenderme, nos dejó tranquilos y, al otro día, se fue con otro… por supuesto, eso lo supe después. El primero en cogerme fue Francisco, uno de mis hermanos, cuando yo tenía nueve años; él tenía trece y una pija ni muy grande ni muy chica, por lo que no me dolió mucho cuando me desvirgó. Después me enteré que la idea había sido de mi Papá para que me fuera acostumbrando a las porongas más o menos grandes… cada vez más grandes, para que cuando me cogiera mi Papá no me doliera tanto. Mientras tanto, él me enseñaba a pajearlo, a pajearme, a mamársela y esas cosas. Cuando cumplí los diez, Federico, de dieciocho, empezó a cogerme también. Tenía una vergota enorme, comparada con la de Francisco, pero no me dolió; o será que fue tanto el placer que sentí, que el poco dolor que sentí pasó desapercibido. Nunca pensé ‘¡Uy, qué estoy haciendo, cogiendo con mi familia!’. Ni siquiera al principio, cuando mi Papá me toqueteaba por todas partes.

"También a los diez años, en las vacaciones de verano, me cogió mi Papá por primera vez: ¡estuvo espectacular ! Tenía razón en ir haciéndome coger con mis hermanos: si me la hubiese metido él desde los nueve años, ¡me hubiese hecho mierda!

"Pero ahora que estoy embarazada, a mis hermanos y a mí se nos ocurrió inventarme un novio para que nadie sospeche que son ellos y mi papá los posibles padres de mi hijo. Pero no queríamos que el viejo se entere porque podía tomárselo en serio; parece que escuchó detrás de una puerta donde estábamos planeando lo de Daniel, mi novio inexistente, y se la creyó; por eso, ahora (supongo que por celos de papá y de amante mío), no quiere que ni aparezca y por eso te llamó a vos, para que me cuides por si viene Daniel".

-¡Qué quilombo! -exclamé, como pensando en voz alta-. ¿Y por qué no le dicen que ese Daniel es una idea de ustedes? Después de todo, esto lo salva a él también.

-Sí, tenés razón -dijo, feliz, para luego fruncir el entrecejo, extrañada-. ¿Pero no te horrorizás? ¿No decís "¡Qué hijos de puta tu padre y tus hermanos!"?

-¿Vos creés que son unos hijos de puta? -interrogué, dejándola más confundida todavía; al ver esto, agregué-: Yo creo que no, que te gusta el sexo tanto como a ellos o más, sin importar si son tus hermanos, tu papá o algún tío. Lo que a vos te gusta es coger en familia. No está bien visto por la mayoría, pero pasa mucho más seguido de lo que podés llegar a imaginarte. ¿Qué quiero decirte con todo esto? Que no soy nadie para juzgar si lo que hacen vos, tus hermanos y, principalmente, tu papá por iniciarte en esto, es bueno o malo. Creo que yo nunca lo habría aceptado de mi padre, pero eso no significa que esté mal, ¿entendés, preciosa?

Y en verdad lo era: cabello castaño claro hasta media espalda, ojos verdes, boca y nariz pequeñas en sus correctas proporciones y una mirada de las que parecen no haber roto nunca un plato. Posiblemente, no lo hubiera hecho, pero sí sabía calentar pijas y conchas como la mía, pese a lo cual prevaleció mi instinto maternal, aunque nuestra diferencia de edad sólo se limitara a cuatro años.

Antes de que llegara su padre, le recordé que le dijeran la verdad acerca de su supuesto novio. Me respondió que, para ello, prefería hablar con sus hermanos primero y eso no sería hasta el fin de semana, cuando volvían a casa del departamento que compartían en pleno centro de Rawson para pasar unos días con su padre y su "hermanita". Ella no quería responsabilizarse por las consecuencias de esa idea, por buena que le pareciera. A poco de pensarlo y ponerme en su lugar, tuve que darle la razón. Sin embargo, esto significaba tener que dejar a mi hija a cargo de Cecilia o de la niñera que había ido a casa la noche de la fiesta de bienvenida, hasta que se aclararan las cosas entre Laura y su papá.

Lo que sí le recomendé enfáticamente fue que no volviera a fajarse ni a vendarse las tetas: podría dañárselas y provocar alguna malformación ósea a su bebé; que se vistiera con ropa más suelta. De todas maneras, yo ya sabía lo de su preñez, por lo cual ya no habría nada que ocultar… al menos, ante mí. Pero se me ocurrió pensar que la salud del niño era algo secundario para ella: su embarazo era una simple consecuencia de las cogidas con Jorge, Francisco y Federico.

Continuará