Otra versión (04)
Aburrido de no tener comentarios (a la fecha, tengo cinco en tres capítulos), les pido que no me califiquen si no van a hacer ningún comentario. Creo que la idea de esta página es que una cosa vaya con la otra, ¿verdad?
OTRA VERSIÓN
e-mail: tiocarlos52@yahoo.com.ar
Este relato es 100% ficticio, aunque podría ser real. Si no lo han hecho ya, recomiendo que lo lean desde el primer capítulo para una mejor comprensión de la historia.
Capítulo 4.
-Ya lo sé, mi Bebota -respondió, llamándome por ese apodo que me derretía-, y sabés que el sentimiento es mutuo. Además, no hace falta que te aclare que no sólo te amo para tener sexo con vos, sino para todo : estaría perdido sin vos: no sabría qué hacer, a quién acudir en las buenas y en las malas.
Nos besamos apasionada y tiernamente.
-Sos tan dulce, tan comprensivo, que vas a hacerme llorar de la emoción, mi Cielo. -dije, con total sinceridad..
-Okey, no llores, mi Amor, que quiero aclararte otra cosa -dijo, en un tono que reconocí como el comienzo de una broma-: soy un calentón, eso es verdad; en especial, cuando estoy así, en nuestra intimidad o cuando te pienso y no estoy concentrado en mi trabajo. De lo contrario, todos mis planos y edificaciones vendrían saliéndome mal desde que vivimos juntos. Ahora , de ahí a tener diecisiete años... me sobran dos sotas. -rió, por fin.
-En realidad, es un hecho que te sobran; pero ya lo dice el tango: "Que veinte años no es nada " canturreé ese breve fragmento de "Volver". Además, te digo la verdad: creo que si te hubiese conocido cuando tenías quince años, en lugar de reencontrarnos a tus treinta y cinco (yo teniendo trece años, en ambos casos, por supuesto), no te habría hecho mucho caso: habrías sido buenmozo, sin dudas, como lo eras en las fotos que he visto de vos a esa edad; pero, con todo, también habrías sido uno más no habrías sido mi Papucho -dije, poniéndome mimosa, consciente de que seguía totalmente desnuda, al igual que él.
Me le acerqué, como pidiéndole sin palabras que volviera a acariciar mi piel. Lo hizo, pero luego de algo inédito para nosotros; es probable que me lo hubiera hecho alguna vez mientras yo dormía, pero, en ese caso, obviamente, no lo había sentido o sí, pero entre sueños. Me giró y, mirando mi culo, me separó todo posible las nalgas, metiendo la lengua hasta el ano, lo lamió primero y -he aquí la sorpresa- lo besó el primer beso negro que había recibido estando despierta. Enseguida, giré sobre mis rodillas y lo besé con lengua, enloquecida por esa novedad. De pronto, me di cuenta de que su boca no tenía ningún sabor en particular: solamente y, en todo caso, el de cualquier otra parte de mi cuerpo, salvo el de la concha cuando estaba encharcada con mis jugos.
-¿Termino de contarte lo de Ceci y yo? -interrogué, muy sensual, comenzando a masajear su verga.
Desde luego, su respuesta fue afirmativa y mi último comentario, antes de que volviera a penetrarme, fue que me había quedado con las ganas de meterle toda la mano -lo que comúnmente, se conoce como un "fisting"-, lo cual yo misma, después del parto, me había animado a hacer con mi conchita. Primero y por precaución, me untaba los dedos y el dorso de la mano con vaselina, hasta que un día, habiendo olvidado ese detalle, comprobé que, estando bien lubricada, no era necesario. Sin embargo, de habérselo hecho a Ceci, habría sido la primera vez que introducía mi mano entera en una concha ajena. También le conté este detalle íntimo a mi marido ignoro porqué, pero nunca antes se lo había dicho.
-¿Te animás a hacerlo aquí y ahora para que yo te vea? -me preguntó, con mirada lujuriosa, como cuando me "pescaba" pajeándome con o sin uno de mis tres consoladores que, obviamente, él me había comprado, compartiendo o no los gastos.
Por toda respuesta, me puse en cuclillas y, abriendo todo lo posible mis piernas, empecé metiéndome dos dedos. Pronto, fueron tres y bien profundos, preparando el terreno para el cuarto. A medida que mis labios vaginales iban cediendo, pude darme cuenta de que ya estaba lista para toda mi mano. Tampoco era cuestión de hacerlo de golpe: para gozarlo más y excitar más aún a mi amado -si cabe-, lo hice muy despacio, hasta que mi muñeca quedó atrapada por mis labios mayores. Luego, todo fue cuestión de un "mete-y-saca", suave y lento al principio, que aceleré inevitablemente a medida que nuestra excitación crecía. Mi flujo mojó toda mi mano y, en cuanto me recuperé un poco, la saqué y se la di a Carlos, quien moría por chuparla. A los tres minutos, ya estaba sobre la enhiesta y dura herramienta de mi amado. Como era previsible, tardó más en eyacular y logré unos seis orgasmos más -sin contar el de mi "fisting"- hasta que logró echar su tibia y deliciosa leche dentro de mí. A esta altura de los acontecimientos, ambos estábamos exhaustos y, teniendo en cuenta que, al día siguiente, debíamos madrugar, aquella fue nuestra última actividad sexual del día.
Después de terminar con las tareas de la casa y de ocuparme de mi hija, desde luego, me senté frente a la computadora con una sola idea en mente: intentar ayudar a Cecilia sin que dependiera tanto de mí, si bien la idea de volver a tener relaciones lésbicas de vez en cuando me gustaba, y más con ella.
Busqué tres discos compactos que compartíamos con mi marido, llenos de videos porno: algunos -la gran mayoría- eran extraídos de internet, pero había algunos que me habían enviado chicas con las que tenía, o había tenido, cibersexo. Obviamente, sabía que eran ellas porque se habían desnudado y pajeado conmigo por medio de la cámara. Sin embargo, en este caso, era lo mismo: quería mostrarle a mi amiga que el "fisting" era posible y, para eso, nada mejor que enviarle algunos videos donde había chicas que lo hacían solas o con otran féminas. Si fuera necesario, yo le mostraría, en vivo, cómo se hacía y, llegado el caso, también la ayudaría a penetrarse por primera vez; pero, como ya dije, no quería que dependiera tanto de mí. Debía pensar que faltaban pocas semanas para empezar las clases. Quizá, tendríamos una empleada doméstica pero, dentro de lo posible, no dejaría a Sofi a su cargo que, de todas maneras, era mi responsabilidad y nuestra , cuando Carlos estaba conmigo. En otras palabras, tendría otras prioridades, más allá de coger con mi amiga cuando tuviera tiempo.
Tras haber encontrado cuatro videos ejemplificadores, la llamé por teléfono; me atendió enseguida.
-¿Estás ocupada, Ceci? -pregunté, para averiguar si estaba libre-. Anoche, se me ocurrió algo muy placentero para hacer, sola o acompañada, y quería saber si podías conectarte ahora para mandarte unos videos que te muestran cómo es.
-No, muy ocupada no estoy. Sólo tengo que salir a comprar unas cosas que necesito y ya sería toda tuya -respondió, con un tono pícaro y sensual más que evidente-. Podría pasar por tu casa en cuarenta y cinco minutos, una hora. ¿Te parece, Muñeca?
-Okey, te espero.
Dentro del plazo establecido, apareció Cecilia, cargando a mi ahijado en una suerte de mochila para bebés muy práctico, sólo que, en este adminículo, el niño va adelante, en un asiento, mirando la cara de su madre o padre.
En cuanto "desensilló", me besó en la comisura de los labios y, con un "¡Gracias por lo de ayer!", dejando a Santiago en el piso con Sofía, la guié a la compu. Hice doble clic sobre el primer icono elegido y se abrió el programa reproductor. Comenzó a verse a dos chicas, mayores que nosotras, claro, besándose enloquecidas. Si no lo hubiese bajado de internet, podría haber jurado que realmente se amaban tal vez, fueran novias, pero no podría asegurarlo. Seguidamente, se vio cómo la rubia le metía dos dedos en la concha a la de cabello castaño.
-Eso es algo parecido a lo que hicimos ayer. -comentó, al pasar.
-Sí, pero esperá: ahora viene la parte interesante -apresuré mis palabras-. ¿Sabés lo que es el " fisting "?
-No -respondió, justo cuando la cámara enfocaba la mano de la rubia, introduciéndose en la concha de su compañera- ¡guauuuuuuuuuuuuu! ¿Es eso ?
-Eso mismo. -contesté, satisfecha.
-Pero debe doler te debe hacer mierda . -protestó a medias.
-Depende. Yo vengo haciéndomelo desde que nació Sofía y, tomando las precauciones del caso, nunca me dolió es como todo: hay que hacerlo de a poco. Mirá esta bestia con qué facilidad se mete y se saca la mano. -dije, haciendo doble clic sobre otro icono preseleccionado.
-¡Ay! Me duele de sólo verla -comentó, mientras con ojos ya lujuriosos, observaba a una joven de unos veintidós años, en un "mete-y-saca" rápido y que la chica parecía estar gozando de verdad, mientras gemía.
-¡No puedo creer la facilidad con la que le entra la mano!
-Es como todo, linda: ¿o vas a decirme que cuando perdiste la virginidad no te dolió? A mí me pasó a todas nos pasa; son contados los casos en los que una chica no sufre cuando le rompen el himen.
-Bueno, pero es distinto. -aseguró, defendiendo su postura.
-Sí, claro que es distinto; pero no podés decir cuánto te duele hasta que lo probás.
-¿Es una propuesta? -me preguntó, con esos adorables ojos pícaros, celestes y tentadores.
-En cierta forma -respondí, mientras comenzaba a sonar el teléfono y fui a atender- hola
Preguntaron por la señorita Cecilia y le pasé el tubo. Habló unas pocas palabras y cortó la comunicación.
-Era mi empleada: me dijo que ya se iba y, te digo la verdad, no me gusta dejar la casa sola. Además, tengo que lavar un poco de ropa. ¿Querés venir y almorzamos juntas?
Acepté su invitación. Yo ya había acabado lo poco que debía hacer en mi hogar y, de todos modos, calculé que, con las "lecciones" que podría darle y todo, estaría de regreso alrededor de las cinco de la tarde. Recogí algunos pertrechos, incluyendo el infaltable celular, dejé el contestador encendido en el teléfono fijo y partimos, cada una con su mochila de bebés.
Después de dos cuadras, llegamos. Ofrecí ayudarla con el lavado pero, en cambio, me pidió que fuera poniendo los discos compactos en su computadora: deseaba ver otra vez a las chicas en acción, antes de decidirse por sí o por no. Pero lo que realmente creí que terminaría de decidirla sería verme en acción, desnuda, metiéndome la mano sin destruirme ni mucho menos; muy probablemente, querría probar por sí misma, que yo fuera la primera en "desvirgarla", o ambas cosas.
Tras un almuerzo frugal para nosotras pero abundante para nuestros hijos, los acostamos en el dormitorio de Santi y, en veinte minutos, acabamos con la cocina y fuimos hasta la computadora para rever los dichosos videos.
-Parece ser muy excitante y que lo gozás un montón. -afirmó, un poco más convencida, comenzando a tocarse por debajo de su minifalda.
-Y bueno probá: en el último de los casos, sos vos quien se la mete. Esto es parte del encanto: nadie te obliga a ponerla más adentro de lo que podés, sin que te duela o a una cierta velocidad. Salvando las distancias, es como cuando te pajeaste por primera vez. Si querés, te muestro cómo lo hago yo en una de ésas, le perdés un poco más el miedo.
Nos fuimos a su dormitorio y, sin más prólogo que desnudarse -yo también lo hice para calentarla o quién sabe por qué-; sin embargo, a diferencia de ella, sólo me toqué los pezones, ya duros y erectos. Comenzó metiéndose dos dedos uno era muy poco. Y como si fuera una simple paja que quise observar más de cerca, me incliné hacia delante; mis tetas colgaban, teniendo las piernas medio abiertas, flexionadas y de costado sobre mi nalga y muslo izquierdos. Advertí cómo sus flujos empezaban a hacerse oír dentro de su conchita; cierto es que mi experiencia de este tipo con féminas se limitaban a las que había tenido con ella, Romina y Carolina, pero nunca se me ocurrió que una chica pudiera ser tan "jugosa". Literalmente, se me hizo agua la boca, pero todo indicaba que lo mejor estaba por llegar, así que hice un esfuerzo y logré no interrumpirla.
Cuando tenía cuatro dedos adentro, ya jadeaba y gemía como cuando hacía el amor conmigo y -supuse- con Diego.
-¡Vamos! -la animé, por si se echaba atrás a último momento, pero no hizo falta.
-¡Ayyyyyyyy, hija de puta! ¡Qué bueno que es esto! -exclamó, con media mano introducida.
-Cerrá los dedos hasta formar un puño, dulzura. -indiqué, a último momento.
-Ya, guacha de mierda. ¿Ahora meto y saco?
-Sí, pero metela todo lo que puedas y que el puño te sirva de traba hasta que acabes o hasta cuando realmente quieras sacarla del todo.
- Nooooo ¡por ahora, ni loca!
-Entonces, sí: metela hasta donde te dé y sacala hasta donde el puño te trabe. -dije, sin poder dejar de mirar, cada vez más caliente, esa escena en vivo.
Imaginaba la excitación de mi marido, cuando se la relatara esa misma noche, mientras Ceci se relamía los labios y se toqueteaba las tetas con su mano libre. Con un gruñido de leona en celo, por fin llegó a su primer orgasmo con este sistema.
Inmediatamente, extraje de mi cartera un consolador de látex, muy flexible; en cuanto Cecilia lo vio, me dijo:
-Si estás pensando que me lo meta, dejame descansar un rato. -sonrió, sacando las últimas falanges que quedaban en su empapada concha.
-De hecho, lo traje para prestártelo, pero primero voy a usarlo yo estoy demasiado caliente como para aguantar sin algo así adentro.
Diciendo esto, apoyé el "glande" del juguete en la entrada de mi vagina, moviéndolo de arriba abajo, para esparcir los jugos que ya estaban escurriéndose entre mis labios mayores. No quise ni pude esperar más y, lentamente, metí el rosado látex, con un "adentro-afuera" cada vez más intenso y profundo. Me recliné contra un almohadón que accidentalmente estaba detrás de mí y empecé a gemir y jadear, gozando casi como si estuviera haciendo el amor con Carlos pero faltaban sus caricias, sus besos, sus palabras; en definitiva, sus mimos. Ceci se quedó mirándome: luego, confirmé que era la primera vez que veía algo así, a no ser en un video; llegué después de unas cuantas entradas y salidas las últimas fueron "golosas", de pura lujuria. No le dije nada a mi amiga, pero podría haberme ayudado con alguna chupada de tetas, un beso de lengua o algo así nada que no hubiésemos hecho antes. Sin embargo, adjudiqué su apatía al cansancio de su primer "fisting" y, acaso, al asombro de verme con el consolador adentro.
-Si querés, podés lavarlo -dije, entregándoselo aún mojado con mis flujos y un guiño cómplice- lo dejo a tu criterio.
-¿Y puedo hacer esto también? -interrogó, antes de metérselo en la boca y chuparlo con mirada lasciva- mmmmmmmmmmmm ¡estás deliciosa, comadre!
-Seguramente, tanto como vos. -respondí, acariciándole el rostro. No quise tocar sus tetas o cualquier otra zona erógena de su cuerpo: ya había tenido suficiente sexo de autosatisfacción y viendo a mi amiga gozando con la mano adentro; como le dije una vez a mi marido, coger con chicas me resultaba excitante y divertido, pero sólo por un rato.
-Ahora, supongo que este juguete es únicamente para usar cuando no está Diego -especuló, cometiendo el mismo error que yo cuando Carlos me regaló el primero.
En pocas palabras, le expliqué lo mismo que me había dicho el Amor de mi Vida en su momento: que no, que un consolador o vibrador podía complementar los juegos que llevaba a cabo con su amante (Diego, por supuesto) y que, además, al noventa y nueve por ciento de los hombres les encantaba vernos con esas cosas dentro de nuestras vaginas.
-¿Nunca te pescó pajeándote? -le pregunté, pasando al baño para lavarme y luego, vestirme para evitar tentaciones que retardarían mi regreso a casa.
-Sí, claro es más: a veces, me lo pide y ése es el comienzo de una cogida fantástica.
-Y bueno, tontita -dije, cariñosamente- ¿cómo te creés que reaccionaría si te viera con semejante cosa en tu conchita, gozando como una puta? ¿No creés que te pediría reemplazar el juguete con su verga?
-¡Mirá si seré boluda! -se autorreprochó, para después bromear- o vos sos muuuyy puta, ja, ja, ja.
-Digamos que un poco de las dos cosas -reí, con ella, al salir del baño, vestida y habiendo retocado mi cabellera, sí, pero aún sin planes de irme; ella tampoco lo había sugerido de ninguna manera.
-Pero claroooo : ¡va a re calentarse cuando me vea y, encima, va a venir desnudándose por el camino, para hacerme el amor! Y, además, seguro que me compra uno como éste. -reflexionó, ilusionada, con el juguete todavía en la mano, como si le hiciera falta "atención" de su compañero.
Ella también se había vuelto a vestir y, después de un té tempranero, salí con Sofía en su mochila y regresé a mi hogar, decidida a preparar un pollo, para comerlo esa noche de una manera muy especial, con Carlos, desde luego.
Continuará