Otra versión (03)

En este capítulo, Micaela nos revela, contado por Cecilia, lo relacionado al “ataque” ocurrido en los baños y también nos comenta otras cosas íntimas con Carlos y una sorpresa que ni siquiera ella se imagina.

OTRA VERSIÓN

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Este relato es 100% ficticio, aunque podría ser real. Si no lo han hecho ya, recomiendo que lo lean desde el primer capítulo para una mejor comprensión de la historia. Disfrútenlo

Capítulo 3.

Una vez fuera del pasillo donde habría podido ser vista y, más que nada, oída, me largué a correr a toda velocidad, sandalias en mano, a fin de poder ir más rápido sin el riesgo de resbalar. Así, descalza, llegué a la entrada del salón y les dije a los tres gigantescos guardianes lo que había visto. Dos de ellos me acompañaron y, con trancos mucho más largos que los míos, me sobrepasaron; me aseguré de que se dirigieran a los baños y fui a buscar a mi marido: sinceramente, no tenía el coraje de ir sola a comentarle a Diego lo que había ocurrido.

-¿Qué hacés descalza y agitada, mi Vida? -me preguntó, sonriendo, al verme llegar.

A medida que yo le contaba, mi pareja iba palideciendo y poniéndose serio, en tanto caminábamos hacia donde creímos ver a nuestro amigo. Ya frente a él, nuestros intentos de calmarlo fueron inútiles y apenas si pudimos contenerlo cuando salió corriendo y nosotros, tras él. Afortunadamente, al llegar cerca de los baños, ambos guardias ya regresaban trayendo a los tres violadores con las manos atrás, preparándose para sacarlos del local. Uno de los tipos de seguridad me reconoció y nos tranquilizó con un simple "Las chicas están bien".

Apuramos el paso hacia donde aún estaban. Yo, por ser la única fémina del trío y habiendo otra chica dentro de ese lugar, tuve el privilegio -aunque no lo sentí como tal- de ser la única en entrar.

-Aunque no lo creas -me dijo la desconocida, mientras terminaba de acomodarse el vestido-, te vi por el rabillo del ojo. No sé cómo te llamás, pero te debemos la vida… y yo, por mi parte, una violación de culo. Ah, me llamo Romina Juárez, para lo que quieras.

-Mucho gusto -respondí, sonrojada ante tanto halago-, soy Micaela Vargas, pareja del arquitecto Andrade. Pero, en realidad, vine a ver cómo estaba esta rubia, amiga mía -agregué, señalando a Cecilia, a quien me acerqué-. ¿Cómo estás, Ceci?

-¡Mal! ¡¿Cómo querés que esté?! -me contestó, en un tono de voz que nunca le había escuchado-. Me dieron como cuarenta cachetadas… no me extrañaría que estuviera llena de moretones y, encima, me cogieron la concha y el culo; ni me animo a enfrentar a Diego.

-Empezá por vestirte fue lo primero que se me ocurrió decirle. Luego, suavemente, intenté consolarla-: Diego no es ningún ogro y lo sabés: te ama y entenderá. Está afuera; dale, vestite y vamos.

A regañadientes, aceptó mi sugerencia pero no mi ayuda. Romina terminó de peinarse y temblorosa aún por el susto, con una sonrisa forzada en la cara, me saludó con la mano; Cecilia no la vio porque estaba de espaldas a la puerta. Por otra parte, era tal la bronca que tenía que no habría visto un elefante cruzando frente a sus ojos.

Salimos de esa sección y nuestros respectivos maridos (aunque por diferentes motivos) nos abrazaron con todo su amor. Luego, con lágrimas en los ojos, Diego me abrazó como nunca lo había hecho, me dio un beso enorme en la mejilla y me dio las gracias, con la voz entrecortada.

Esa noche fuimos los primeros en retirarse, junto con Romina y su novio un chubutense de unos veinticinco años y bastante buenmozo… hasta mi pareja lo admitió, al entrar en el auto para regresar a casa: "Lindo muchacho", fue lo que dijo. Yo sólo me limité a asentir. Segundos más tarde, el vehículo de Diego pasó a nuestro lado, a toda velocidad, como quien maneja con rabia o con urgencia. Pese a desear inclinarme por esta última opción, había algo en lo que había visto y en la actitud de mi amiga que no me convencía… o, como decimos por aquí, no me "cerraba".

Cinco días después, Cecilia me llamó por teléfono; dijo sentirse sola -nuestros respectivos maridos ya habían comenzado a trabajar en la obra-. Por supuesto, le dije que sí y, al rato, apareció en un taxi con su hijo, quien se entretuvo jugando con Sofía.

-¿Podés guardarme un secreto y jurarme que no vas a contárselo a nadie? -me preguntó, con cara de niña traviesa que no iba con su edad ni (según sabría luego) con las circunstancias.

-Sí, contá conmigo -aseguré, sin saber si podría cumplir mi palabra-, ¿qué pasa, Ceci?

-Lo del otro día, en la fiesta, no fue un ataque por parte de los muchachos… por lo menos, no del todo -confesó, comenzando a aclarar lo que yo ya sospechaba; y, sin darme tiempo a nada, continuó-. Uno de los chicos, Juanjo, es mi amante

-¡¿Tu qué?! -pregunté, azorada-. ¡¿Vos estás loca?!

-Puede ser -respondió, infinitamente más tranquila de lo que habría estado yo en su lugar-. Pero, ¿me vas a dejar terminar?

-Dale, soy toda oídos. -dije, resignada.

-Okey. En cuanto lo vi, apenas llegamos a Rawson, me gustó. Atiende el quiosco que está a la vuelta de casa. Modestia aparte, casi se le salieron los ojos cuando me vio. Me preguntó si podía salir con él esa noche. Le dije que me esperase a las once. A Diego le dije que una vecina me había pedido que fuera su niñera. Salí tipo diez, para disimular, y me quedé escondida en un jardín hasta que se hiciera la hora. Juanjo llegó en una moto espectacular; me hizo señas para subir y me alcanzó un casco. Me llevó a un boliche bailable, camino a Trelew; me pagó unos tragos, empezó a tocarme las piernas (estaba de mini)… ¡ahhhh… qué placer! Empecé a abrirlas y el tipo metió mano como un profesional, casi hasta mi concha; pero no: me dejó calentita y me sacó a bailar. Ahí sí, me manoseó entera… hasta me tocó los pezones por dentro de la blusa; no sé cómo mierda hizo, pero me puso a mil.

"Después, nos fuimos a su depto y me desnudó enterita. Miré su bulto y me quise morir. Como una desesperada, le abrí la bragueta y se la ‘comí’, como hacía mucho que no mamaba. Sin dejarme terminar, me cacheteó un par de veces y me dijo:

‘Para que sepas quién manda’.

"Me sorprendió, pero no me molestó. Me puso con el culo en pompa y, sin calentamiento previo, me la metió con todo. Te cuento que tiene una pija que vale oro… ¡mucho más grande y gruesa que la de Diego, mi pobre cornudo -rió, maliciosa y brevemente-. Después, sin acabar, se puso un preservativo y me la metió por la concha; me estrujaba las tetas y le daba alguno que otro golpe con la palma de la mano y me estiró los pezones hasta que grité: dolía mucho lo que me hacía el hijo de puta, pero, aun así, me fascinaba y, aunque no lo creas, aceleró mi orgasmo. Moría por probar su leche y lo hice, pero de una manera distinta: me la sacó de adentro y sin quitarse el preservativo, se empezó a pajear a una velocidad que, ni por internet, había visto. Después de venirse, me dijo:

‘Querés tomártela toda, ¿no, putita viciosa? -me preguntó y yo asentí, excitadíima-. Okey: hagamos un trato. Sé quién sos y que estás en pareja con el ingeniero Rojas… no te preocupes, puta de mierda, no voy a chantajearte. Sólo supongo que vas a acompañarlo a la fiesta de bienvenida que le hacen al grupo el jueves que viene’.

‘Sí -respondí, entre asombrada y asustada-, ésa es la idea, ¿por?’

‘Porque tengo un par de amigos a los que le encantaría cogerte… con mi estilo, claro. Averigüé y el edificio no tiene cuartos para tener más intimidad, pero si no te importa coger en un baño (de mujeres, para que no sospechen cuando entres… nosotros nos arreglamos), sería espectacular. Después, podés coger con cualquiera de nosotros, siempre que no encontremos a nadie mejor y ni se te ocurra denunciarnos, ¿okey, vida?’

"Le dije que sí, se sacó el preservativo y me echó su crema en la cara, embadurnándome entera; de más está decirte que me encantó . El día de la fiesta, quedamos en encontrarnos a la hora que te dije que iba al baño; justo cuando estábamos besándonos con Juanjo, escuchamos un ruido en el pasillo y enseguida entró esta boluda. Entonces, para disimular y poder coger al mismo tiempo, Juanjo y Martín hicieron como que me estaban violando y Rolo, para que la otra no se escapara a contar, la agarró de los brazos y empezó a desnudarla en el piso. En eso, llegaron los de seguridad y nos arruinaron todo. Después, cuando supe que habías sido vos la que avisó, ¡me quise morir! Mi amiga Mica me había jodido una de las mejores cogidas de mi vida.

-Exactamente -dije, sintiendo náuseas y muchísima bronca, después de todo lo que había escuchado-. ¿Vos no hubieses hecho lo mismo? Además -continué, antes de que intentara hablar otra vez-, no sabía que fueras tan puta . Es obvio que tenés un problema sexual con Diego… o te volviste insaciable. En cualquiera de estos dos casos, te recomendaría ver un sexólogo: no es normal, Ceci. O sea, si hubieses sido así siempre, diría: "Bueno, nació así", pero no . Me recuerda un poco nuestra etapa de bisexuales… ¿te acordás cómo gozábamos juntas? Sin embargo, al menos en mi caso, cuando nació Sofía, nunca más sentí deseos de estar con una chica; y no creo que haya sido el hecho de haber tenido una nena y no un varón. El amor maternal por mi bebé me quitó todas las ganas de estar con otra chica, no así con Carlos; y ¡ojo! No estoy haciéndome la perfecta: sé que no lo soy. ¿Puedo hacerte una pregunta muy íntima? -dije, y ella asintió-. ¿No te alcanza con Diego? Quiero decir, ¿ya no te satisface, que tenés que buscar a otros?

-Se me ocurre que algo de eso debe haber, pero desde que conocí a Juanjo… o quizá todo haya empezado en Buenos Aires, cada vez que veo a un tipo de veintipico, me dan ganas de acostarme con él. Y acá se me dio. No sé si está bien o mal; supongo que muy bien no está, pero es más fuerte que yo. Después, cuando estoy con Diego, me da vergüenza y mucha culpa, pero mientras estoy con el otro (o los otros), gozo como una yegua. Después de todo, y ya que trajiste nuestra época bisexual a cuento, ¿por qué estaba "bien" coger con una chica y ahora está "mal" hacerlo con otro tipo?

-No te hagas la boluda, Ceci: la respuesta es muy sencilla y no es cuestión de que la otra persona sea varón o mujer, sino de que, en nuestro caso, tu marido, al igual que el mío, sabía sobre nuestra relación y la aceptaba .

Mi amiga quedó callada. Creí que estaría meditando acerca de lo poco que habíamos dialogado, ya que la primera parte había sido un monólogo de Cecilia; y, hasta cierto punto, estaba pensándolo, pero no como yo supuse.

-¿Sabés qué? -me sorprendió, tras un silencio que me pareció eterno-. A lo mejor, tenés razón… a ver si me explico mejor: después de tener a nuestros respectivos hijos, vos y yo dejamos de "jugar" juntas. Yo, por mi parte, estaba demasiado ocupada con Santiago, y lo más probable es que a vos te haya pasado lo mismo con Sofía, con la diferencia (y no lo digo por envidia, por Dios) de que a vos Carlos te satisface… o yo, como dijiste, soy una puta: no sé. Concretamente, lo que quiero decirte con todo esto es que, quizá, necesite más actividad sexual. Ahora, ¿no me harías un favor?

-Si puedo y va a solucionar tus problemas de pareja, con mucho gusto -contesté, sin sospechar las consecuencias (no tan serias) de mi respuesta-. ¿Qué se te ocurrió?

-¿No te gustaría probar tener sexo otra vez conmigo? Digo, porque si mi problema es coger, sea con varones o con chicas y Diego acepta que lo haga con vos, te juro que me olvidaría de Juanjo y compañía para siempre.

Comprendí que su pedido era para hoy, no para otro día. Pensando: "¿Y por qué no?", le sonreí, fui a ver qué hacían nuestros respectivos hijos y, desde ahí, le dije:

-Me parece que es hora de que nuestros bebés tomen la mamadera y se duerman una siesta. -le guiñé un ojo, en complicidad.

Diez minutos después de asegurarnos de que Santi y Sofi estuvieran durmiendo y por si tuviéramos que salir apuradas a atenderlos, nos encerramos sin llave en el cuarto que compartía con mi marido. Allí, empezamos a besarnos y manoseamos nuestros cuerpos que íbamos desnudando. ¡Qué hermosas tetas había desarrollado! Además, pude comprobar que seguía depilándose esa conchita que no dudé en chuparle, lamerle y luego, subiendo, gocé de su clítoris y ella de mis caricias bucales.

-¡Mmmmmmmm, guachita! Ya me había olvidado de lo buena que eras para estas cosas… seguí, porfiii.

Mis manos, después de acariciar todo su cuerpo, cada milímetro, incluyendo la entrada a su culito, sin penetrar ninguno de sus orificios -todavía-, mis manos sugirieron un sesenta y nueve que ella aceptó como por instinto, quizá recordando lo que habíamos hecho hasta unos meses atrás. Sin dejar de hacerle de todo con la boca, le introduje un dedo en su rosada conchita… uno para comenzar, claro. Ella misma pidió el segundo, mientras hacía su parte en mi vulva; a medida que me excitaba más y más, fui a mayor profundidad con mis dedos y, sin petición alguna de su parte -sus jadeos y gemidos decían todo-, metí el tercero. Gruñó e interpreté que quería el cuarto que, junto con los otros, chapoteó en sus abundantes jugos. Ambas llegamos, al menos, cuatro veces, con orgasmos explosivos, antes de dar por terminado nuestro sesenta y nueve; pero todavía faltaba una parte de nuestros jueguitos… es decir, podríamos habernos pasado un día entero así, desnudas, tocándonos, chupándondos, mordiéndonos y otras cosas, pero no teníamos tanto tiempo y yo, por mi parte, prefería guardar otros juegos para futuros encuentros. Por eso, nuestro extra fue intercambiar jugos, ella de mis dedos y yo de su boca, en un delicioso cóctel con su saliva y un toque del sabor de mi piel.

Esa atardecer, tres horas después de la partida de Cecilia y mi ahijado, llegó mi amado.

-¿Qué pasó acá, que la cama está toda revuelta? -peguntó, desde nuestro dormitorio, sin saber bien qué pensar.

-En realidad, nada nuevo -respondí, llegando hasta la puerta, con Sofía en brazos, rumbo al comedor diario, donde cenaría-: estuvo Ceci de visita y, mientras los chicos dormían en otra habitación, obvio, nosotras nos pusimos a recordar "viejos tiempos".

-Pensé que era una etapa superada. -me dijo, en un tono de pseudorreproche, que en un principio, creí real.

-Bueno… yo también, pero vino a casa a conversar, una cosa llevó a la otra, dimos una mamadera a los chicos, los acostamos y, cuando nos aseguramos de que estaban bien dormidos, recién entonces, vinimos a recordar. La idea fue de ella, pero, ¿para qué negártelo?, me gustó. Después, hasta me lamenté haber dejado de hacerlo -expliqué, mientras nuestra hija dio un grito que, supuse, sería de hambre, por lo que seguí mi camino al comedor.

-Me imagino, como en un dibujo animado, a ustedes, haciéndolo todo en cámara rápida, para poder ir al cuarto lo antes posible -bromeó, sonriendo cómplice-… sé que no fue así, pero así las ve mi mente loca. De todos modos, supongo que no habrás perdido la costumbre de contarme todas tus aventuras con féminas, ¿cierto?

-Por supuesto que no la perdí; pero, desde el nacimiento de tu hija -dije, en el mismo tono de mi marido-, viene con condiciones: lavar lo que use Sofi para comer. Te acordás, ¿no?

-Sí, claro… en realidad, me contabas otras cosas, siempre relacionadas con tus actividades calenturientas -me respondió, sin usar palabras como "sexo" y similares frente a Sofía-; y, al principio, era un verdadero placer lavar aquellos "utensilios". En cambio ahora, no es lo mismo limpiar un plato, un bol, un tenedor y una o dos cucharas.

-Bueno, mi Cielo: ya encontraremos una recompensa para esa tarea -contesté, riendo por dentro y gozando de antemano sus excitantes caricias de todo tipo sobre mi piel.

Después de cenar y de hablar sobre nuestras actividades del día -excepto lo de Ceci y yo, lo cual guardaríamos para más tarde-, vimos un poco de televisión y luego, comenzando en el living, comencé el relato de mi actividad sexual, no nuestra conversación previa, con Cecilia. Por el momento, cumpliría mi promesa, siempre y cuando ella dejara de engañar a Diego con sus amantes masculinos.

Quizá, haya sido el tiempo transcurrido desde la última vez que le había comentado una de mis relaciones lésbicas a nuestro estilo, con lujo de detalles, que ninguno de los dos aguantamos llegar al final para desnudarnos por completo y empezar nuestros juegos previos. Besos y caricias, hasta en las partes más insólitas de nuestros cuerpos, ayudaban a excitarnos cada vez más. Luego, pasamos a un sesenta y nueve… ¡ay, cómo adoraba esa verga! Jamás se me habría ocurrido meterle los cuernos con ningún hombre, sin importar su edad… ni con ninguna mujer o chica adolescente que él no aprobara.

Sus mimos bucales eran los mejores: no sé si por instinto o por experiencia -no me importaba-, sabía exactamente dónde chupar, con qué presión, durante cuánto tiempo… en fin, era como si yo misma estuviera tocándome, pero mejor, ¡ mucho mejor !

Ya en la cama, me senté sobre él y, recordando nuestras primeras experiencias, monté su poderosa herramienta y lo cabalgué, clavándomela hasta el fondo. Por un momento, temí haberlo lastimado, tan de golpe fue, pero lo miré a los ojos y al ver su rostro de placer, mis temores se disiparon. Al rato de estar saltando, jadeando y gimiendo, cambiamos de posición: con su mayor delicadeza y sin separarnos, me puso de espaldas y me bombeó bien profundo, tal cual yo había elegido esa noche. Tras mi cuarto orgasmo con el Amor de mi Vida, regué su hermoso pedazo de carne que lo ayudó a echarme toda su leche dentro de mí.

-¡Ay, Papucho! -suspiré, mientras me preparaba a limpiar su verga con toda mi boca para que nada se me escapara-. No entiendo cómo hay chicas… bueno, mujeres en general, que pueden meterles los cuernos a sus parejas.

-Y las hay, mi Bebota…creeme que las hay -respondió, antes de que comenzara a suspirar, disfrutando de mi mamada que dejaría su pijota… la mía, la nuestra reluciente, tanto que las siguientes palabras le salieron cortadas, entre suspiros-. Pero no sólo son chicas o mujeres, también hay hombres… ¡ay, mi putita! Ya se me está parando otra vez, como si fuera un pendejo calentón de diecisiete… ah, ah, ah… ¿querés más?

- Por supuesto que quiero más… te necesito, mi Cielo; en todos los aspectos de la vida.

Continuará