Otra versión (02)

Después de una explicación de Micaela acerca de lo sucedido en los últimos años, comienza a relatar las historias inéditas de su relación con Carlos y algunas otras circunstancias relacionadas.

OTRA VERSIÓN

e-mail: tiocarlos52@yahoo.com.ar

msn: tiocarlos52@hotmail.com

Este relato es 100% ficticio, aunque podría ser real. Si no lo han hecho ya, recomiendo que lo lean desde el primer capítulo para una mejor comprensión de la historia. Disfrútenlo

Capítulo 2.

Después de pensarlo mucho, creo que lo mejor será que les haga una síntesis, lo más breve posible, para que comprendan nuestra situación en este capítulo y en los posteriores.

A los quince días de vivir con Carlos -y gozar de cada segundo de esa circunstancia-, estaba empezando a preocuparme por la falta de novedades de mis papás (hasta entonces, muy amados por mí). Ni un llamado, ni un correo electrónico… ¡nada! Pero papá llamó y yo atendí. Casi sin interesarse por mí ni por su amigo, empezó a decir una sarta de mentiras sobre mi mamá, acusándola de lesbiana y que, desde luego, no me permitiría vivir con ella. Carlos, recién salido de la ducha, tomó la posta que yo había dejado, hecha un mar de lágrimas. Mi progenitor me regaló al Amor de mi Vida sin pensarlo dos veces… claro: desconocía nuestra relación amorosa; de lo contrario no sé qué actitud habría tomado, no para protegerme, sino por el "qué dirán" cuando le preguntaran por su hija. Pero de hecho, me regaló. Mi novio lo sugirió al pasar, es cierto, como una última y absurda posibilidad, pero no es la clase de cosa que hace un padre que se considera como tal. Pensé que la actitud de mi madre sería diferente, pero me equivoqué. Roberto arregló todo legalmente para que mi amado pudiera ser mi tutor y envió los documentos con un amigo suyo.

Así, pude anotarme en el colegio secundario, rindiendo todo tipo de exámenes; de esta manera, comencé a descubrir la burocracia argentina, pese a no ser el único pais que tiene este "honor". Por otro lado, una vez normalizado mi "tema ginecológico", después de mi primer período menstrual, de común acuerdo -aunque la idea haya sido mía-, quedé embarazada. Ya para principios del año siguiente (2003), Carlos, mi "Papucho", como le digo de cariño y en nuestros momentos íntimos, y yo tuvimos a Sofía. Pese a la felicidad que esto trajo a nuestras vidas, nos dimos cuenta de que, por lo menos hasta que yo no comenzara una carrera universitaria, no nos convenía tener más hijos. Este año, 2007, empecé Administración de Empresas y, con "algo de colaboración" por parte de mi novio, en noviembre fui madre de Pablo, nuestro primer varón. Mis compañeros no prestaron demasiada atención a mi embarazo. Claro, el de Sofía lo viví en mi primer año del secundario y tanto chicas como chicos -no necesariamente de mi curso- me veían como un "bicho raro" o como una puta. En cambio, en la universidad, ya tenía dieciocho años (no trece) y, por otra parte, no era la única.

Un mes después de cumplir mis quince años, mi marido fue transferido al sur argentino, a la provincia de Chubut, donde debería supervisar la construcción de un dique. Nos instalamos en las afueras de Rawson, su capital y la obra en cuestión estaba camino a Trelew, una de las ciudades más importantes de esa provincia de la Patagonia argentina.

Pese a que podría haber ido al fin del mundo con mi amado y mi hija sin sentirme sola, por suerte para todos, la dirección de ese trabajo estuvo a cargo de uno de los mejores amigos de Carlos que, a su vez, estaba en pareja con una sobrina suya, un año mayor que yo, a quienes conocí a partir del descubrimiento accidental de mi marido de esa relación secreta. La gran semejanza de nuestras historias hizo que nuestra amistad como parejas creciera mucho en muy poco tiempo, a punto tal que Santiago -de la edad de Sofía… unos meses mayor- fue nuestro ahijado y Sofi, la de ellos.

Nuestras casas eran muy cómodas: tres habitaciones, dos baños (el nuestro en suite), comedor principal y diario, etcétera. Si bien nunca me quejé del tamaño del departamento de Carlos en Buenos Aires, él mismo me advirtió, con su habitual toque humorístico, que no me perdiera en nuestro flamante "palacio".

Una semana después de la mudanza y tres días antes de que mi amado comenzara a trabajar en la obra, ya teníamos nuestro hogar bastante bien arreglado: sólo faltaban algunos detalles que yo iría arreglando sin apuro.

Esa tarde, entré en el estudio donde mi marido estaba trabajando, sin hacer ruido. Tenía puesto el top de una bikini vieja, que me cubría bien los pechos y abajo, una minifalda tiro corto de tela de jean. Apoyé mi espalda contra la puerta, miré para arriba, celebrando no haber sido oída y, segundos después, en puntas de pie, caminé hacia su banqueta. Le tapé los ojos.

-Creí que estarías arreglando los últimos detalles de la casa -me dijo, tranquilo.

-Sí, en eso estaba, pero me dio un ataque de "extrañitis aguda" y tuve que hacer algo para que se me pasara -expliqué, mimosa.

-Me parece perfecto, porque si estas cosas no se toman a tiempo, pueden volverse muy graves; sin embargo, vas a tener que sentarte un minutito en la sala de espera -dijo, señalando, con uno de sus tantos lápices de dibujo, un sofá cama que tenía contra la pared lateral derecha que, por el momento, no cumplía función alguna, que no fuese alguna que otra siesta breve y solitaria cuando yo salía a hacer las compras y él se quedaba trabajando-; quiero terminar este plano para tenerlo ya listo, ¿okey?

Antes de que terminara con su explicación, ya me había sentado, cruzándome de piernas, dejando caer la sandalia del pie que me había quedado en el aire.

-¿No tenés frío, Amor? -me preguntó, mientras seguía ocupándose de su tarea, habiéndome observado fugazmente, cuando me pidió que lo esperase-. Está bien que sea verano, pero no estamos en Buenos Aires: esta mañana anunciaron una máxima de veinticinco grados.

-Ay, no sé, Cielo, pero esto de estar moviendo bultos (livianos, es cierto) de un lado al otro, me da calor. Por supuesto, no estoy transpirando, pero me siento cómoda.

-Eso es básico -respondió, concentrándose en lo que serían sus últimos trazos, para luego girar, aún sobre la banqueta, mirándome con el "hambre" que yo deseaba ver en sus ojos; se levantó, vino hacia mí y acarició mi rostro y luego la parte desnuda de mi cuerpo, entre los pechos y la panza-; de todos modos, me gustaría comprobar si lo de la temperatura de tu cuerpo es verdad o no; ¡ojo! -aclaró, sonriendo-, no es que te trate de mentirosa, sino que cuando tenés mucho calor, empezás a enfriarte de a poco y no te das cuenta.

-Sí, doctor -bromeé, intentando mantenerme seria, disfrutando de sus caricias y deseando que bajaran y subieran por todo mi cuerpo, ávido de sus mimos-, eso es verdad, pero ¿no cree que debería revisarme toda ?

-No sería una mala idea, Bebota; porque, por lo que mis manos perciben, te está subiendo la "fiebre" y conviene que vayas quitándote la ropa para evitar cambios bruscos de temperatura.

-Es verdad, doc, pero voy a pedirle que me ayude a desvestirme para que sea parejo en todo mi cuerpo, ¿no le parece?

-Sí, es una buena medida; ahora, por una cuestión meramente práctica, creo que lo mejor será que vos te saques la parte superior, mientras yo te saco la inferior, para que no se crucen nuestros brazos y se demore la "operación".

Tal cual fue la sugerencia de mi "médico de cabecera", así lo hicimos. Gracias a que seguía con la sensual y agradable costumbre de no usar ropa interior, todo fue muy rápido y, con un leve movimiento del pie, terminé de descalzarme, quedando completamente desnuda ante él. Sus gustos no habían cambiado y, en un santiamén, se prendió de uno de mis senos, ya bastante más crecidos que dos años atrás, como si fuera un bebé.

-¡Cómo me gustan estas tetitas! -ronroneó, chupándome un pezón y preparándose para tironearlo, con su acostumbrada suavidad. Lo hizo, gemí y luego me dijo-: ¿Sabés, Dulzura? Me parece que esta fiebre es contagiosa, porque a mí también me está dando; perdón, pero voy a sacarme la ropa antes de que me sienta peor.

Nos separamos el tiempo necesario para que mi amado se desnudara, lo cual yo había deseado desde el momento mismo de decidir entrar en su estudio. Como de costumbre -especialmente en verano- terminó enseguida. Me abrazó y, a pesar de los dos años que estábamos juntos, el contacto de su piel, sus brazos y torso con una musculatura envidiable aun para un joven de veinte años, me estremeció una vez más. Suave, me recostó sobre el sofá cama; sólo con mirarnos, retrocedió unos centímetros, de pie a mi lado, y tomé su deseada verga, comenzando a masajearla como (modestia aparte) sólo yo sabía hacerlo. La miré, relamiéndome, antes de metérmela en la boca. Es indudable que el sexo oral y el vaginal eran nuestros "puntos fuertes" en ese aspecto de nuestras vidas, porque nos fascinaba hacerlo y, de vez en cuando, agregábamos algún detalle que no permitía que nos aburriera, ni mucho menos. En este caso, la empapé con saliva y, sacándola fugazmente, lamí desde sus huevos hasta la punta -haciendo especial hincapié en su glande- por abajo y regresando hasta su pubis, totalmente depilado como el mío, por arriba. Esto, según nuestro antojo… y tiempo, claro está, llegaba a repetirse infinidad de veces, con y sin interrupciones, pero en esta ocasión, fue sólo una: no hacía falta más y ambos estábamos deseosos de una penetración.

-Mmmmmmm, Papuchín, ¿por qué será que esta pijota tuya está cada vez más rica?

-No sé, mi Bebota, pero debe de ser por la misma razón por la que me pasa igual con tus tetitas y tu conchita… y todo tu cuerpo, mi Vida -me respondió, a punto de enfundar su "espada" en la "vaina" correspondiente: la mía, la suya… la nuestra .

¡Qué fácil que era amarlo, tanto física como espiritualmente! Claro que, en casos como éste, ambos amores -por así decirlo- se fundían en uno. Sentirlo dentro de mí, dejando todo de él para satisfacerme y, lógico, satisfacerse era la gloria. Sin embargo, como me había dicho en infinitas oportunidades, si yo no gozaba, él tampoco podía hacerlo. ¿Cuántas chicas/mujeres podrían decir lo mismo de sus respectivas parejas? Con cada bombeo, sentía más y más felicidad y gozo... gemíamos y suspirábamos sin otro remedio.

-Más hondo, porfi Papucho -pedía, con voz casi gutural-… dame todo lo que tengas en tus bolas… ¡vaciate dentro de mí!

-Sí, mi nena hermosa -respondió, a punto de llegar, mientras yo tenía mi tercer o cuarto orgasmo de esa tarde-… ya sabés que todo lo que tengo es para vos, sólo para vos. -me dijo entre jadeos y palabras entrecortadas.

Noté que estaba bastante "cargadito" por la cantidad de leche que echó en mi útero y que disfruté como siempre que hacíamos el Amor de esa forma.

-Ay, Papito… ¿cuándo vamos a tener otro hijo? -interrogué luego, sabiendo de memoria cuál sería su respuesta, recostada boca abajo sobre él.

-Cuando termines el secundario, mi bebé.

-¿Y si lo dejo? -pregunté, bromeando; siempre le salía con algo así, sólo por jugar.

-Ni se te ocurra. -advirtió, serio, pero con mi misma intención.

-¿Sabés una cosa? -dije, con tono mimoso, siendo muy sincera-. Nunca haría un disparate así porque quiero seguir una carrera y porque no quiero que nuestros hijos tengan una mami burra, habiendo tenido todas las posibilidades de estudiar.

Por toda respuesta, me besó apasionadamente y, segundos después, nos levantamos y vestimos: era la hora aproximada en que Sofía se despertaba de su siesta.

Esa noche, mi marido y todo el equipo que había venido de Buenos Aires tenía una fiesta de bienvenida, a la cual, desde luego, yo lo acompañaría: ya lo habíamos hablado y nada era más natural.

Ambos sabíamos que, bien arreglada -no necesariamente muy maquillada- y vestida de manera formal, podrían confundirme con una chica de dieciocho años y, así, en vez de pensar: "¡Qué degenerado este hombre!", dirían: "¡Qué suerte que tiene este hijo de puta!", al presentarme como su novia o pareja… ¿ven la diferencia? Aparentemente, Diego y Cecilia tenían pensado algo parecido.

Pese a que no saldríamos hasta las nueve y media, le pedí a nuestra niñera que llegara una hora antes para darle todas las indicaciones que yo misma recibí tantas veces al ejercer esa tarea. Sabía que las mamis solían ponerse muy pesadas, pero, en mi calidad de empleadora, procuraría evitarlo.

La adolescente recomendada resultó llamarse Cintia y tener diecisiete años; era rubia, de ojos castaños y, ¿para qué negarlo?, muy bonita, pero no me preocupé: de todos modos, no cuidaría a Carlos… a menos que, al verla, resolviera que yo fuera al festejo con Sofi… ja, ja, ja.

Llegamos puntuales y, afortunadamente, pude disimular mi edad, gracias a un peinado con el cabello suelto, un par de aros enormes de plata y diamantes, regalo de mi abuela, un vestido hasta la rodilla, con muy poco escote y un par de sandalias elegantes de taco (o tacón) alto.

-Mica -se me acercó Diego, con cara de preocupado-, ¿no la viste a Cecilia?

-Sí, estuvo conmigo hasta hace unos veinte minutos -respondí, mirando mi reloj de pulsera-, pero me dijo que iba al baño; si querés, voy a investigar.

-¿Me harías ese favor, preciosa?

Al acercarme, empecé a oír gritos desesperados. Con una mezcla de rapidez y sigilo, llegué al lugar; observé a tres muchachos manoseando y tratando de violar a dos chicas: ambas estaban semidesnudas… les fataba muy poco para un desnudo total. Una tendría alrededor de veintitrés años, mientras que la otra era, sin lugar a dudas, Ceci; ambas forcejeaban para escapar, pero era peor porque, a cada intento, recibían cachetadas que amenazaban convertirse en puñetazos… tal vez los varones hasta tuvieran armas blancas.

Sentí un escalofrío y, dominando mis nervios -hasta el día de hoy, no sé cómo-, en el mismo silencio en el que llegué, corrí buscando a la gente de seguridad; luego, les avisaría a Diego y a Carlos. En algún momento de lucidez ante tales circunstancias, pensé que hacer las cosas al revés sólo habría empeorado las cosas.

Continuará...