Otra versión (01)
Como leerán en el texto, ésta es la versión de Micaela de lo que ocurrió entre ella y Carlos, tratando de no reiterar situaciones ya explicadas en Enloquecidos y Apasionados, pese a lo cual alguno, como en este caso, se repetirá, pero desde otro punto de vista. ¡Disfrútenlo!.
OTRA VERSIÓN
e-mail: tiocarlos52@yahoo.com.ar
Este relato es 100% ficticio, aunque podría ser real. Disfrútenlo
Capítulo 1.
Hola, soy Micaela Vargas, tengo dieciocho años y cumpliré diecinueve el dos de enero sí, soy la misma de Enloquecidos y Apasionados, escrito por Carlos Andrade, el hombre que más amo en el universo. Después de conversarlo con él, me animé a escribir estos capítulos (no sé cuántos serán) en los que contaré otra versión de lo que viví junto a mi novio, marido, amante y mucho más, aunque recién pensamos casarnos cuando yo cumpla los veintiuno para evitar trámites legales con Roberto y Patricia -mis padres si así puedo llamarlos-. De todos modos y para su tranquilidad, les cuento que no voy a escribir todo de nuevo desde mi punto de vista: sería ridículo, pese a que lo haré con momentos muy puntuales; el primero de los cuales está en este capítulo; la mayoría será una colección de recuerdos y anécdotas que nunca aparecieron en lo que contó el Amor de mi Vida.
Carlos conversaba con Roberto, a unos quince metros de la piscina, donde yo tomaba sol, el día de nuestro reencuentro. Adormilada por el calor y porque me había levantado a las nueve de la "madrugada", oí sus voces entre sueños. Posiblemente, haya sido esos tres años sin verlo y mi cabeza, complotada con mi corazón, la razón por la cual no podía creer que ese hombre, a quien ya creía amar, estaba ahí, por fin, a mi alcance. En cuanto le reconocí sus respuestas sinceras y llenas de buena voluntad y supe que era él, por primera vez en mi vida, sentí las famosas "mariposas en el estómago" en mi caso, fue una mezcla de emoción, excitación y muchos nervios. Quería, necesitaba verlo y hablar con él para comprobar si lo mío era una idealización de mi padrino y de mis sentimientos, o si, en realidad, era el tipo genial que yo recordaba, con el cual podría ser feliz para siempre -una palabrita muy creíble para una adolescente recién estrenada de trece años, como yo en ese momento-. Para eso, no me alcanzaría con una simple conversación; si superaba esa prueba, necesitaría un contacto físico -sexual, para ser más explícita-, a fin de saber si él me hacía "vibrar", a diferencia de mi "novio experimental" que había quedado en Miami y de aquel hombre mayor, padre viudo de una de mis amigas, me habían hecho sentir al tener sexo con ellos. Por el momento, sólo sabía lo que era gozar con un muchacho y con un adulto de lo que yo creía era hacer el amor.
Pero mi saludo y la breve charla con Carlos habían superado todas mis expectativas. Mientras él se cambiaba en el vestuario, pensé en la manera más inocente para intentar seducirlo sin que se diera cuenta o, al menos, con la mayor sutileza posible. Por ello (y porque era necesario para que no me quemara demasiado), le pedí a mi padrino que untara el protector solar sobre mi espalda. Juro que cuando me desprendí las tiras que sostenían la parte superior de la bikini no fue un truco premeditado para enloquecer a Carlos, sino que era algo normal en mí: no me gustaban las marcas blancas que dejaban en mi cuerpo es más: si por mí hubiese sido, habría tomado sol desnuda, pero con la sociedad en la que vivimos y a mi, por entonces, corta edad, me resultaba imposible más en presencia de mi familia. Si leyeron la versión de mi novio, recordarán que le dije que ya había hecho topless en Miami.
Pero volviendo a aquella mañana, si es verdad -y no lo dudo- que Carlos sintió un shock eléctrico al tocar mi piel en esas condiciones, a mí me pasó algo parecido cuando sus dedos rozaron mi espalda. ¡Ni hablar, cuando comenzaron a acariciar involuntariamente, desde luego, los costados de mis pechos! Me derretía y no por el calor del sol. Era una fuente interna que bullía, pero no era la calentura "normal" que había sentido con Brian (mi ex) y con Jack, mi único adulto antes de mi padrino. Con él todo fue muy distinto: estaba súper excitada y, a la vez, estaba en las nubes como nunca antes. Eso me confirmó que mis sentimientos por él iban mucho más allá de nuestra relación ahijada-padrino, tal como yo venía sospechando desde hace mucho.
Después, ver el bulto en su entrepierna me provocó algo diferente de lo que había despertado en mí observar los sendos sexos erectos y cubiertos de mis dos amantes previos. Con ellos había sido la pura gana de tenerla adentro y nada más. Con Carlos fue la certeza de que no sólo me daría placer -nada más obvio-, sino que me haría sentir lo que era hacer el Amor, sin que yo supiera qué era eso tan sublime de lo que tanto había oído hablar.
Después de sus masajes sobre mi espalda y mis costados, terminé de convencerme de que me amaba tanto como yo a él. Por eso, me puse tan mal con su rechazo. Pero llegó ese "momento mágico", ese punto de inflexión en su mente que lo hizo cambiar su manera de mirarme, no sólo con los ojos, sino con el corazón.
Me encantó cuando liberó mis tetitas y, enloquecido, empezó a "comérmelas": desde ese momento, intuí que estaba comenzando a descubrir el amor en su parte física y que, de una manera u otra, sería mi gran amor para siempre. Por supuesto, los planes de mis papás de que me quedara con él mientras intentaban arreglar sus problemas conyugales (ésa era la versión que yo tenía) ayudarían a lograr mi objetivo, aunque tuviese en claro que mi estadía en Buenos Aires no duraría más de veinte días, a lo sumo. Pese a ello -¿sueños de adolescente?-, tenía la fuerte esperanza de quedarme con el Amor de mi Vida eternamente.
Un lapso tan breve de estar juntos y solos en su hogar me justificaba el apuro de probar todo con él. Por eso, mi urgencia de bajarle la bragueta para ver y probar aquella verga que empecé por masturbar, lamer y finalmente, muy golosa, metérmela en la boca. No era la primera vez que hacía ninguna de esas tres cosas; pero, a riesgo de ser reiterativa, les aseguro que fue diferente. Hasta cuando apoyó la mano sobre mi nuca, como suelen hacer los hombres (como si en ese preciso momento nosotras tuviésemos alguna intención de escaparnos), lo hizo con mucha más delicadeza que mis dos amantes anteriores diría que lo hizo con amor, más como una caricia que como para forzarme a quedarme ahí, algo que, según aprendería luego, jamás haría. Tragué su leche con un gusto que nunca había sentido antes, degustándola, sabiendo que Carlos ya era mío y yo de él, claro.
Sin embargo, aún faltaba tenerlo dentro de mi útero estéril. Todavía no había tenido la menarca, pero el médico me había dicho que era algo bastante común en chicas de mi edad. Mientras tanto, quería aprovechar esa circunstancia para que el placer de hacer el Amor con él fuera completo, al experimentar cómo sería recibir su semen en mi conchita, como a Carlos le gusta llamarla, sin el peligro de un embarazo no deseado todavía. Es decir, yo lo deseaba, pero no sabía cuál sería su reacción; y, de todas formas, en ese momento era imposible.
Por suerte, esa tarde aclaramos nuestros sentimientos y le aseguré que lo amaba con amor de pareja. Enseguida, lo guié a un galpón para tener más intimidad. Quería besarlo apasionadamente y ver si se animaba a hacerme el amor. Sin embargo, debo confesar que le jugué "sucio": no bien entramos, acomodé una lona en el piso y me saqué la remera, quedando desnuda de la cintura para arriba. Bajo esas condiciones, ¿qué podía hacer el pobre hombre, sino desear hacerme suya aunque más no fuera para sacarse la calentura de verme así y recordando la mamada de esa misma mañana? Hoy me doy cuenta de que también me jugué sucio a mí misma, porque podríamos haber tenido sexo sin que él sintiera otra cosa que el placer de cogerme y nada más .
Pero no fue así: le pregunté si me amaba, a lo cual me contestó si necesitaba una respuesta, tras lo cual surgió ese beso que yo anhelaba. Nuestras bocas, lenguas y salivas se confundieron, convirtiéndose en el inicio de nuestra -no sólo mía- gran ilusión de estar juntos y no separarnos nunca más. No es por presumir, pero Carlos quedó pasmado ante mi cuerpo semidesnudo: a esa altura, lo único que quedaba por quitarnos era su calzoncillo y mi bombacha nuestros calzones, bah.
Lo miré a los ojos como pidiéndole que apurase "el trámite", un poco por mi ansiedad -¿para qué negarlo?- y porque no teníamos todo el tiempo que habríamos querido; comprendió que tenía razón. Después de mostrarle mi tobillera y asegurar que, el día que la compré me había prometido no usarla hasta encontrar el Amor de mi Vida, acabé desnuda y, acostados ya en el piso, empezó a chuparme y lamerme los labios vaginales, como si su vida dependiera de ello. Yo gemía y gritaba (por suerte, nadie me oyó) y, cuando vio que ya estaba a las puertas de mi primer orgasmo con él, aceleró sus chupeteadas sobre mi clítoris, agrandado por la excitación y, entre suspiros y más gritos, llegué al mejor orgasmo de mi corta pero bastante intensa vida sexual. Luego de una breve conversación durante la cual le confesé que él no sería el primer adulto en poseerme, dato que no le gustó para nada al menos, en ese momento, después del cual, naturalmente, se acostumbraría a la idea. Bien: tras ese diálogo, le saqué el calzoncillo y, poco después, recostando su cuerpo totalmente desnudo sobre el mío, me penetró con toda suavidad como con miedo. Al ver que no me lastimaba, sino que por el contrario me hacía vibrar hasta mis fibras más íntimas, lo cual le demostraba con gemidos y suspiros, empezó a bombearme cada vez más rápido y profundo, tomando mayor confianza en sí mismo y en mis reacciones. Yo, por mi parte, nunca pensé que podría sentir algo así: esto me demostró la tremenda diferencia entre tener sexo sólo porque sí y hacer el Amor. Cada segundo que pasaba, mi amor por Carlos crecía a pasos agigantados. Al presentir que su orgasmo era prácticamente una realidad, comencé a mover mis caderas más de prisa para ayudarlo a llegar. Poco sabía yo de su preocupación por dejarme embarazada, porque él todavía ignoraba mi esterilidad y no estaba usando preservativo.
Cuando, al fin, acabó dentro de mí, creí que nunca terminaría de echar su leche. Nadie , ni siquiera Brian con su ímpetu adolescente, me había dado tanta en una sola vez. ¡Era bellísimo! Cada chorro que entraba era como una expresión de amor de su amor por mí. Si cuando acarició mi cuerpo aquella mañana me sentí en las nubes, ahora estaba en la Vía Láctea; y por más de un motivo je, je, je. O, diciéndolo más seriamente, estaba en la cima del mundo.
Luego de un hermoso beso, nos acostamos uno al lado del otro para descansar, aunque, en mi caso, duró poco. De rodillas, tomé su pijota -como la bautizaría pocas horas después-; y les aseguro que aquel apodo no sólo fue una muestra de afecto, sino que su tamaño lo justificaba sin exageraciones. Pues bien: decía que la tomé, me la metí en la boca, ya medio "desinflada" y, con todo mi placer convertido en Amor, se la dejé bien limpia.
Nos dijimos que nos amábamos con besos y palabras -o quizá sea más acertado decir entre besos-. Mirándonos a los ojos, volvimos a besarnos apasionadamente por última vez en ese refugio y nos vestimos. Tampoco queríamos abusar de nuestra buena suerte de no haber sido descubiertos, ni yo buscada. Habíamos planeado ir a comprar helado y, ya en el enorme jardín, nos topamos con mi papá. Sin siquiera tocarlo ni mirarlo, supe que Carlos estaba temblando por dentro; hoy más que entonces, comprendo su situación de aquel momento. De todos modos, entre los dos, salimos del paso, contándole a Roberto nuestros planes inmediatos: salir a comer un helado.
Al regresar, nos esperaba una noticia. Mis papis biológicos habían decidido adelantar las cosas para su intento de reconciliación y, aprovechando que mi padrino ya estaba de vacaciones, permitirían que me fuera con él esa misma tarde. Esto me produjo sentimientos encontrados aunque, en definitiva, mi alegría fue doble; por un lado, pese a extrañar a mis progenitores -lo cual me sucedería tarde o temprano-, tenía la secreta esperanza de que arreglaran sus temas conyugales; y, por otra parte, me embargaba la inmensa felicidad de adelantar mi convivencia con el Amor de mi Vida, a pesar de que, hasta el momento, eso duraría un tiempo muy limitado y yo, la chica de las "grandes ideas", no podía hacer nada para evitarlo.
Continuará