Otra sorpresa

Cristina me tenía preparada otra sorpresa, esta vez con su hija.

OTRA SORPRESA

Después de la experiencia con Cristina y Mara (que apareció con el título de Una sorpresa) recomencé mi relación con Cristina; estaba por esos días divorciándome y el proceso era lo suficientemente traumático como para buscar un bálsamo en cualquier mujer. Sin embargo tenía claro que no quería una pareja estable ni convivir con ella, al menos por un tiempo. Por eso Cristina me ofrecía lo que necesitaba, la posibilidad de disfrutar del sexo sin ataduras ni complicaciones.

Una tarde, después de un día difícil, decidí pasar por lo de Cristina a tomar un café y en una de esas...

Un minuto después de tocar el timbre me abrió la puerta con una sonrisa deslumbrante; estaba tan linda como siempre. Me dio un beso rápido y me dijo: -Pasá, Edu. Esperame diez minutos que estoy con una paciente.

Me acompañó a la sala dejándome allí.

-Servite lo que quieras y no me extrañes.

Me instalé en el sillón con una taza de café y encendí la tele. Empecé a buscar algún programa para pasar el tiempo.

-Ah, picarona... Tenías el canal porno y yo no lo sabía.

Le di la vuelta a los cincuenta canales y nada me atrajo, así que volví al comienzo, es decir al canal instructivo. Uno siempre trata de aprender algo o establecer algunas comparaciones, que siempre son odiosas porque uno la tiene más chica que el negro de la película. -¿De dónde carajo los sacarán con esas pijas? Un poquito de envidia dan esos negros. La rubia que aparecía era contorsionista o algo parecido porque sino no se entiende como podía coger de parada con una pierna por sobre el hombro del negro y gozar.

En eso estaba cuando apareció una niñita de menos de veinte añitos con una pollerita tableada escocesa muy cortita, una camisita blanca semitransparente, medias blancas y dos trencitas. Una preciosura la rubiecita, piernas largas y bien formadas, un culito precioso, unas tetas algo grandecitas para su edad, una verdadera preciosura.

-Vos sos Eduardo, ¿no?

Si, soy Eduardo, ¿y vos?

Yo soy Lucía.

El nombre me sonaba familiar. -Vos sos la hija de Cristina.

-Y vos sos el que se la coge.

-Y... sí.

-Desde que salen juntos mamá ya no está tan nerviosa. ¿Está buena la película?. Porque son todas exageradas. Está bien que los negros la tengan grande pero estos además son máquinas de garchar. Correte.

Y sin decir más se sentó al lado mío. Muy al lado mío.

Ahí nomás apareció Cristina. -Ya está. Ya la despaché a la gorda. Hola, Lucía, ¿Recién llegás?. ¿Cómo estás?.

-Hola, ma. Si, recién llego, todo bien. Me voy a mi pieza a chatear por Internet así los dejo solos. Que se diviertan. Chau, Eduardo.

-Chau.

-Veo que conociste a Lucía.

-Sí.- dije tratando de darle poca importancia al asunto.

-Está bastante bien la nena, ¿no te parece?

-Sí, creo que sí. ¿Cuántos años tiene?

-Va a cumplir diecisiete. Y no seas hijo de puta que te la comías con la mirada.

-Cristina, por favor.

-Dale, que te conozco.

Cristina se sentó en el sillón, se sacó los zapatos, se desabrochó los botones de arriba del guardapolvos. Lo poco que vi me motivó lo suficiente.

-Cris, vamos al dormitorio. Seguimos viendo la película allí.

Está claro que mis intenciones iban un poco más allá de mirar una película porno, o en todo caso imitar algunas escenas que me habían parecido interesantes.

Apenas entramos en el dormitorio, me tumbé en la cama esperando que Cristina se sacara la ropa; se quitó el guardapolvos dejándome ver una bombacha blanca de encaje y un corpiño haciendo juego, unas medias blancas y un portaligas. Estaba deslumbrante. Se me acercó provocadora contoneándose, mientras canturreaba esa canción de 9 semanas y media. En un minuto y dos pasos se sacó la ropa interior. Comenzó a quitarme los pantalones, siguió por la camisa. Yo me había quitado los zapatos y las medias. Mi slip apenas podía contener las ganas que tenía de coger.

Me acarició la pija por encima del calzoncillo, mientras decía: -Pobrecito Eduardo, que inflamación. Vamos a ver si lo podemos curar. Ahí nomás me bajó el slip y empezó a pajearme con suavidad. Cerré los ojos para gozar con toda intensidad; Cristina empezó a chupármela mientras me acariciaba los testículos.

-Ahora me toca a mí- le dije. Me incorporé al mismo tiempo que ella se acostaba dejando colgar las piernas por el borde de la cama. Empecé acariciándole las tetas, pellizcando con suavidad los pezones rosados, presionando una y otra, besando y mordisqueando. Fui bajando lentamente lamiendo su estómago, su vientre, llegué a su concha y allí mi lengua comenzó a explorar con detenimiento, ubiqué su clítoris sorbiendo con ganas. Mientras tanto mis manos recorrían lo que mi lengua dejaba.

-Edu, esperá un minuto. Dejame que te vende los ojos.

-No, ¿por qué?

-Sí, dale.

-Bueno.

Había leído alguna vez que la falta de un sentido potencia los otros, aunque fuera como en este caso algo temporario y con un objetivo definido. Así que la dejé hacer. Sacó de no sé dónde un pañuelo de seda que me anudó sobre los ojos.

Tardé un instante en acostumbrarme a esa sensación extraña.

-Acostate boca abajo.

Obedecí y se acomodó a mi lado, besándome la espalda, recorriendo mi columna vertebral arriba y abajo y acariciándome las nalgas; sus dedos recorrían mi culo y alguno acarició mi agujero.

-Date vuelta.

Tenía un día sumiso porque no dudé en hacerlo. Sus manos se entretenían en mi entrepierna, en mis muslos. Empezó a besarme el vientre, el estómago, el pecho, llegó hasta mi cuello y volvió a bajar lamiendo. Era una sensación extraña la de concentrarme en mis sensaciones sin ver. Era extraño el silencio.

Mi nariz detectó un aroma diferente, era distinto al perfume que siempre usaba. ¿Era mi parecer o sus manos habían cambiado? ¿Era esa la boca que me había recorrido tantas veces? Con seguridad estar con los ojos tapados cambiaba la percepción de las cosas. Sin embargo...

Me quité la venda y comprobé que no era Cristina la que estaba sobre mí.

-¿Lucía... ?

Levantó la cabeza, se incorporó y efectivamente era Lucía, la hija de Cristina. Cristina estaba mirando al costado de la cama riéndose sin ruido. Lucía estaba totalmente desnuda y para ser sincero, madre e hija estaban muy bien, muy pero muy bien. Ahora podía apreciar su cuerpo joven en plenitud, su vientre plano, el vello de su pubis, sus tetas redondas, su piel blanca.

-Lucía me pidió que te diéramos esta pequeña sorpresa y no me pude negar. ¿Te parece mal?

No sé si era mi imaginación, pero noté un dejo burlón en su comentario.

-No, que me va a parecer mal.

Lucía agregó: -Entonces, como dijo el filósofo, argentinos a las cosas.

Y hay nomás volvió a arrimarse acariciándome la pija.

-Mamá, ¿vos no querés participar?.

-No, esta vez voy a gozar mirando como cogen ustedes.

Se sentó en la cama con las piernas bien abiertas y empezó a pajearse con una mano mientras con la otra acariciaba con suavidad a Lucía.

Lucía se acostó encima mío y empezamos un 69 yo con lengüetazos en su conchita ya húmeda y ella chupando lentamente para hacerlo durar un rato más.

Se bajó de encima mío y acostándose me dijo: -Ahora cogeme.

Miré a Cristina quien aprobó bajando los párpados y sin pronunciar una palabra; no me hice rogar. Empecé con movimientos lentos y de a poco fui aumentando los embates. Cristina estaba acabando con un gemido prolongado. No sé cuanto tiempo estuve encima de Lucía pero no quería que esta cogida terminara, quería seguir metiendo y sacando. Ella tuvo un orgasmo largo que sentí en sus contracciones en mi pija y un poco después acabé dentro suyo.

Me acosté a su lado y Cristina al lado mío. Estaba en esa etapa de meseta después de un polvo bien echado; cuando Cristina empezó a acariciarme mi verga respondió rápidamente, esa era una de sus virtudes, acortar el tiempo necesario para reponerme y empezar de nuevo. Lucía por su parte no dejaba sus manos quietas, acariciándome con una y acariciándose con la otra.

-Ahora es mi turno, Lucía.

-Pero má, siempre acaparando.

-Lucía, tenes que obedecer a tu madre, si no te vas a quedar sin postre en la cena. Portate como una nena buena.

-Está bien, pero me tienen que dejar hacer algo. Los negros de las películas lo hacen varias veces seguidas y con dos o tres minas al mismo tiempo.

-Sí, pero yo no soy el negro.

-A vos no te va tan mal, gordito-, dijo Cristina remedando a algún presidente que supimos conseguir.- Y continuó: -Si Eduardo me la da por el culo, vos y yo podemos hacer algunas cosas interesantes.

Este comentario me dejó helado; Cristina estaba considerando a su hija como un objeto de placer más allá de la relación de parentesco. Ya no eran madre e hija, sino dos personas dispuestas a entregarse una a otra o a otros para satisfacer los deseos.

Pero eso es cuestión de otro relato...