Otra noche más
Solo eso, otra noche más.
Se sentía totalmente plena de sexo. Por su vagina rezumaba aún el semen que por sentir, se negaba a limpiar. Su cuerpo cansado, sus senos afiebrados, su sexo adolorido, le enviaban todavía señales de placer.
Podía oír la respiración pesada y acompasada de el, su hombre, personal instrumento de goce, que yacía placidamente a su lado. Tenía ganas de despertarlo, de decirle cuan feliz y plena como mujer se sentía. Pero retuvo su deseo, no tenía la certeza de cómo lo tomaría el.
Se le pasó el tiempo, sin que se percatara. Una tenue luz pugnaba por entrar en el cuarto. Lo sintió moverse, acomodarse de frente a ella, y cuando la mano de el se posó sobre su cintura, creyó que su corazón dejaría de latir.
Fue brusco, como ella creía que el hombre debía ser. La acomodó boca abajo, sobó sus nalgas, y sin decir una palabra comenzó a pugnar para adentrarse en su interior por el ano.
No hubo caricias, ni palabras dulces, solo una penetración brutal, seca, dolorosa. Aún así, alcanzó y se sintió plena, mujer. El dolor no contaba, casi insoportable en su esfínter, menos agudo en su interior. Trató en vano, bajo su peso, acompañar los movimientos.
El fin se acercaba, lo podía notar en los envistes, más largos, más profundos, más brutales. Para cuando cayó sobre ella, inerme, creyó casi con seguridad, que su cuerpo también había gozado del placentero orgasmo.
Buscó y logró zafarse, y para agradecerle, limpió con su boca, delicadamente, el abatido pene. Cerró los ojos y contuvo la respiración, Se acercaba el momento de la verdad.
Volvió a abrirlos temerosa, para verlo meter una mano en el bolsillo, extraer unos sucios y arrugados billetes, los cuales tiró con desprecio sobre su cuerpo. No se atrevió a mirarlo más, solo el seco golpe de la puerta al cerrarse, la estremeció.
Esos terribles segundos de angustia la volvieron a invadir. Esos pocos segundos donde se sentía sola y desvalida. Esos eternos segundos de frustración. Pero se recuperó rápido pensando que en la noche, tal vez esta, en su habitual lugar bajo el farol, conocería el hombre de su vida. Se sintió menos sola.