Osvaldo 5

Osvaldo y el obispo se dan...

OSVALDO 5

Monseñor acarició con su lengua la caliente y sabrosa espalda de Osvaldo, que a esas alturas volaba de calentura. Bebía el salobre gusto de la piel del hombre que le daba la espalda serpenteando por la cama, cual un bífido reptil venenoso. La espalda llega a su fin y las nalgas blancas y fuertes de Osvaldo hacen que el obispo lance suspiros y mordisquee un poco esa carne que se le presenta ante sus fauces de animal sacado, carnívoro, primitivo.

Besa esa fresca carne, la araña, busca una entrada y la encuentra juega con esa entrada y es el agujero de Osvaldo el que comienza a dilatarse y entran los dedos que monseñor a aceitado con unas aceites aromáticas, especialmente ubicadas en un costado de la cama enorme y demoníaca. Osvaldo se arrastra, se retuerce de placer, muerde las sábanas suaves y brillantes. Siente que le abren las nalgas. Que una lengua la roza y luego la chupa y la besa y el lanza gritos cada vez mas estridentes y ahogados, disfruta y cree por un momento que nunca ha gozado de esa manera.

Un trozo de venas y carne, una vara dura y gorda se abre camino en el canal abierto y chorreante de deseo, entra en lo más profundo, se detiene, espera un momento y continua camino.

__¡Ahhhh!__ escapa de la garganta de Osvaldo.

__¿Te gusta como te la meto?__ pregunta en un quedo el cura.

__¡¡Ahhh! ¡Sí, claro!! ¡Ahhh!

__A mi me gusta este culo, me gusta comerlo despacio__ decía con tono perverso el monseñor.

Las nalgas de Osvaldo se movían al compás del hierro potente del obispo que entraba y salía de aquel vicioso ojo que deseaba ser clavado como lo estaba siendo. Lentamente se fueron colocando de costado. Así el cura pudo aferrarse a la terrible daga del hombre que estaba siendo enculado. Un monumental instrumento capaz de hacer gozar a mas de uno.

__¡¡Esto es impresionante!!__ comentó feliz y asombrado el cura

__Es para usted, todo para usted ¡¡Ahhh!!

El obispo apretó los huevos grandes de Osvaldo. Los disfrutó un pequeño instante. Ahora los acariciaba suavemente y jugaba con ellos, en algún punto, como un chiquillo y eso encantaba a los dos díscolos, espartanos, atléticos que se estaban amando sin piedad, gozando hasta el último rincón. El obispo metió la lengua en la oreja y una corriente eléctrica recorrió el cuerpo de Osvaldo que apretó más el esfínter haciendo saltar de placer al otro que lo clavaba. Osvaldo se movía marcando el ritmo, se cojía a si mismo, usaba la vara del cura que esperaba y lo dejaba mover. El cura libaba la oreja de Osvaldo y los jadeos se multiplicaban. Las manos del obispo llegaron a las tetillas paradas, erectas del hombre quien se retorció sobre la pija del cura que aguantó para no derramarse dentro de Osvaldo. Este se dio cuenta de aquello y apuro el ritmo, empujaba sus nalgas contra los huevos del cura y se movía, jugaba en círculos hasta que el obispo dejó escapar entre gemidos, gritos, espasmos, su caliente esperma que Osvaldo recibió encantado y desfalleciente por el trajín.

El cura salió del túnel que lo había hecho gozar y atrapó con sus labios la lanza del hombre. La recorría extasiado. Con las manos la aferraba como si estuviera aferrándose a una vara para salvarse de un naufragio. Mordía la cabezota gigante. La lengua se movía febrilmente. Bajaba hasta la base y continuaba con los testículos. Los gemidos de Osvaldo retumbaban en las paredes. Las bolas del hombre se inflaban y la calentura crecía en el lugar que emanaba sexo por todos los rincones. El falo de Osvaldo brillaba como casi todo su cuerpo que había sido untado con las aceites del obispo. Los dos se pegaron en un beso. Por un momento el cura dejó la vara y recorrió el camino inverso. Despacio subió hasta el cuello de Osvaldo y luego llegando hasta la boca de este se unieron en besos estridentes y mojados. Las manos de monseñor no dejaban de apretar y sobar la verga de Osvaldo. Lo masturbaba mientras apretaba su boca y su lengua contra la de el hombre que casi no podía respirar.

Se soltaron y entonces el obispo se colocó en cuatro patas, Osvaldo despacio se colocó detrás. Su cara se acercó al trasero del cura. Su lengua se abrió paso entre las lunas y llegó hasta el centro del deseo. El cura se movió. Suspiró ansioso. Hizo con sus ancas un movimiento hacia atrás enterrando un poco más la lengua del hombre. Vibró.

__¡Así! ¡Así, papi, no pares!__ rogó el obispo.

Osvaldo suavemente acarició el ano. Con la punta recorrió los costados de un orificio delicadamente blanco y depilado perfectamente. Sorbió el néctar, los jugos que emanaban de las profundidades. Lo beso a lo que el monseñor colocó el culo aún más arriba, apoyando totalmente hasta el cuello sobre la cama.

El hombre se paró detrás. Resbaló unas cuantas veces el aparato en la raja del otro.

__¡Uff!¡Ahhh!! ¡¡Entra!¡¡Entra en mi!!__ pedía el obispo ardiendo.

__¿Cuanto te gusta?__ siguió el juego de perversión del cura.

__¡Éntralo despacio!

__¿Despacio?

Mientras decía esto Osvaldo dueño completamente de la situación entraba la cabezota en el ano del obispo que tuvo una pequeña conmoción, un vaho, como el de estar viviendo un sueño. Tembló. Tensó su espalda. El sudor cayó sobre las sábanas. Sintió deseos de atrapar con su cola ese gusano que lo perforaba. Se quejó tenuemente.

__¡¡Mas!!¡¡Más!!__ pidió el sacerdote lanzando quejidos y más quejidos. Gemidos. En tanto Osvaldo oradaba ese culo y penetraba cada vez más.

Se detuvo un momento y continuo taladrando la entrada oscura del cura. Este dilató aún más las paredes de su ano. Se mordió los labios y sintió los huevos del hombre chocando contra sus nalgas.

__¡¡Asssiii!!¡¡Ahhh!! dámelo todo, así!!

La vergota de Osvaldo bajaba y subía despacio, haciendo que el sacerdote delirara de un placer que rara vez había sentido. Quiso que aquello durara para siempre. Quería vivir en el hondo infierno clavado así. Con aquella verga que lo trastornaba. Que lo trasportaba a otro planeta. Un lejano planeta azul y oro y verde. El hombre que lo cojía le sacaba el pedazo, le golpeaba las nalgas y volvía a hundir el puñal hasta el fondo. El agujero del cura se abría cada vez con más facilidad. Estaba completamente dilatado.

Lentamente el sacerdote dio una pirueta, cual acróbata circense, y quedó con la espalda sobre la cama, las piernas levantadas hasta los hombros de Osvaldo y este quedó clavándolo de frente. Así como estaban volvieron a repetir los fogosos besos. El lugar se tiñó nuevamente de un aroma persistente de sexo.

La lujuria se apoderó totalmente de esos cuerpos, de esas miradas que brillaban resplandecientes de vida. Monseñor apretaba el cuerpo de Osvaldo con las piernas y este tenía la mandíbula transfigurada. Sentía que se venía. Sentía que su cuerpo se convulsionaba. Sentía que se estaba muriendo un poco o que aquello sería muy parecido a morir.

__¡En mi boca! ¡En mi boca!__ alertó rogando el sacerdote. Así fue que Osvaldo sacó el cipote de la profundidad del otro y batiéndola un poco dio una gran sacudida, su cuerpo se contorsionó, se movió descontrolado mientras el chorro de semen saltaba del orificio a la boca, la lengua, las comisuras se llenaron al instante y borbotones de leche rodaron por toda la cara del obispo, que tragó lo que más pudo, cuando quedó el animal del hombre se detuvo de expulsar los líquidos, el cura tranquilamente goloso se colocó la manguera aún viva en la boca y terminó la tarea de ordeñar y sacar hasta la última gota de néctar del hombre que lo había hecho gozar, con quien había gozado hasta ese momento. Beso palmo a palmo la bella poronga, no dejó parte sin lamer y notó con profundo ardor que su verga se había levantado del letargo y con nuevos deseos. Con deseos renovados por el hombre que con los ojos cerrados jadeaba y gemía mientras el sostenía con los labios el instrumento que buscaba descanso.

Osvaldo se recostó al lado del hombre. Aún con los ojos semi cerrados. El obispo busco una mano de Osvaldo este se la dio. El sacerdote la llevó a su vara endurecida. Osvaldo se sorprendió y se sonrió. La acarició, la amasó, la apretó. Luego de un momento se incorporó un poco y con otra mano busco las bolas del otro. El cura se sonrió y gimió. Osvaldo se incorporó aún más y sosteniendo la vara se fue sentando lentamente en ella.

__¡Ah! Sos hermoso. ¡Ah!¡ah!__ gimió el sacerdote.

Así fue que Osvaldo fue cogiéndose al cura que solo gemía y tensaba las piernas y tenía grititos y apretaba las tetillas del hombre y le arrancaba oleadas de improperios y sentía las llamas ardientes de la piel de aquel hombre que lo quemaban a el, que lo incendiaban, que lo llevaban a lugares nunca antes transitados de placer y locura. El obispo fue vaciándose, gritando, y apretando las nalgas del hombre al que cogía. Se sentó sobre la cama sin sacar la verga del culo de Osvaldo y se besaron una y otra vez, las lenguas se cruzaban de un lado a otro, se mordían los cuellos, los labios, las propias lenguas. Una vez que Osvaldo se movió de allí el sacerdote lo sentó sobre su boca y bebió la leche que emanaba del oscuro centro, mientras comprobaba para su alegría que la tremenda herramienta de Osvaldo crecía y crecía y crecía.-