Oso polar
¿Estás dispuesto a sacrificarte? Completamente. Lo que sea Ahora mismo si quiere.
Conocí a Luis nada más llegar a la ciudad. Fue en la primera entrevista de trabajo a la que asistí pertrechado con mi carpeta y toda la audacia del que no conoce el terreno que pisa. La señora que me entrevistó no se esforzó demasiado en hacerme entender que su empresa no estaba buscando nuevos “genios”. La culpa era de quien te contaba que en las entrevistas había que epatar. Pero estaban equivocados. Un error que asumí poniéndome en pie listo para irme.
—¿Me permites?
La voz a mi espalda sonó firme pero cálida, y cuando me giré intrigado me tropecé con el azul profundo de los ojos de Luis atravesándome el alma. ¿Flechazo? Quizá.
Por supuesto, fue Luis quien se encargó de colocarme en la casilla de salida de lo que podría ser una carrera profesional de éxito.
Desde un punto de vista físico, Luis era un oso polar de catálogo. Escaso pelo cano, barba cana, vello cano, complexión fuerte y amplios volúmenes curvos bajo la ropa. Cuando me dí la vuelta en busca del origen de aquella voz, lo siguiente que percibí tras los penetrantes ojos azules fue una rotunda barriga cubierta por una camisa hawaiana y dos gruesos y bronceados antebrazos tapizados de vello canoso. Yo nunca había tenido una especial predilección por los osos polares. El vello era importante pero no su color
Aquel primer encuentro con el que poco después se convertiría en mi mentor terminó con un simple apretón de manos y una cita para el día siguiente en su despacho de la Calle X. Luis apenas había ojeado por encima mi currículo, pero un par de puntos del mismo le habían llamado la atención y me dijo que al día siguiente los comentaríamos en profundidad.
Luis se echó a reír cuando me vio aparecer al día siguiente cargado con carpetas, y libros. Le contesté con un divertido «mejor no te lo cuento» cuando Luis me preguntó cómo me las había arreglado para cargar con todo aquello por los pasillos y vagones del metro. Mi trabajo interesó enseguida a Luis pero no era suficiente.
—La ciudad está llena de gente como tú que se creen el próximo Bill Gates —me dijo mirándome fijamente—. Pero para llegar a algo en este mundo tan competitivo, además de tener inteligencia y formación hay que demostrarlo, hay que estar dispuesto a hacer grandes sacrificios, hay que tener una voluntad inquebrantable y ser capaz de tragarte el orgullo y el asco ante determinadas personas. ¿Entiendes de lo que hablo?
—Creo que sí —contesté rogando en silencio para que el gran sacrificio que le tocase fuera al menos una mamada al osazo que tenía enfrente.
—¿Estás dispuesto a sacrificarte?
—Completamente. Lo que sea… Ahora mismo si quiere.
Luis soltó una sonora carcajada y se puso en pie.
—Ven conmigo.
Lo seguí expectante por pasillos y escaleras, sin dejar de mirar sus anchas espaldas, sus caderas acolchadas y el culazo intuido bajo los pantalones de lino. Luis había sustituido la camisa hawaiana por un traje ligero y una camisa sin cuello. Un par de botones desabrochados dejaban escapar un mechón de salvaje pelo blanco de su pecho. Llegaron a lo que parecía una biblioteca.
—Aquí hay el trabajo de los más grandes especialistas de los últimos cincuenta años, como ves, no es fácil hacer algo que no esté hecho ya. Y sin embargo, creo que tú tienes algo diferente, muy potente. Si me dejas ayudarte, quizá puedas conseguirlo.
Empecé a mirar los lomos de los libros de las estanterías. Era impresionante, allí estaba todo el saber de mi campo escrito por las mentes más poderosas. Estaba aturdido hasta que la voz profunda de Luis me sacó de mi trance.
—¿Sabes que eres muy guapo? Eso es bueno, te ayudará a abrir algunas puertas. Pero una cara bonita y un físico atractivo no sirven de nada si no llevas algo más dentro. Muchos de estos pensadores no eran guapos pero los bares de la ciudad están llenos de camareros guapitos que se creyeron geniales.
—La belleza es un concepto totalmente subjetivo. Depende de la sensibilidad del observador. A usted yo le puedo parecer atractivo porque, como la mayoría de la gente, tiende a percibir la belleza en el sentido clásico del concepto, la proporción áurea y todo eso. Para mi sensibilidad, en cambio, el concepto de belleza estaría mejor representado por un cuerpo como…
—¿Cómo cuál?
Sentí una oleada de intenso calor que le subía por la cara. Bajé la mirada huyendo de los poderosos ojos azules de Luis y me encontré con su barriga, más poderosa incluso que sus ojos.
—¿Cómo el mío? ¿Te parece bello mi cuerpo?
Asentí sin atreverme a levantar la vista. Luis dio un paso hacia mí cogiéndome suavemente del mentón obligándome a mirarle a los ojos y, con ternura infinita, me besó en los labios.
Yo estaba temblando. A mis veintiséis años había tenido unas cuantas experiencias con hombres, casi todos mayores que yo, pero no me consideraba ni mucho menos un experto. Tenía, eso sí, la autoconfianza del amante bien dotado, la tranquilidad que le da a cualquiera saber que cuando llegue el momento de la verdad, de debajo de sus calzoncillos surgirá un miembro grande y poderoso, listo para entrar en acción. Todos mis amantes sin excepción habían adorado mi polla y alabado mi habilidad para usarla.
—Siéntate. ¿Qué quieres tomar? Voy a abrir un vino blanco, pero si prefieres cerveza o cualquier otra cosa…
—Vino está bien.
Cuando Luis me acercó la copa de vino y se sentó a mi lado en un sofá que estaba en la sala, mi autoconfianza se derrumbó y los nervios se apoderaron de mí
—¿Estás bien?
—Sí… Algo nervioso. Tu biblioteca abruma un poco.
—Lo sé, pero solo la primera vez —me pasó un brazo por los hombros—. Relájate, no te sientas obligado a nada. Ante todo soy un profesional, y si he decidido entrevistarte es porque confío en tu potencial. También me siento físicamente muy atraído por ti, pero eso pertenece al mundo de los instintos, son dimensiones independientes. ¿Lo entiendes?
—Creo que sí. Tú también me… No creas que no he tenido antes experiencias con… Es solo que… No sé, nunca me había sentido así de…
—¿Cohibido? No sabes cómo me alegro. Dame tu mano.
Luis se desabrochó un par de botones de la camisa e introdujo mi mano bajo la tela.
—Cierra los ojos y déjate llevar.
Cerré los ojos y sentí el abundante vello resbalando entre mis dedos. Palpé una de las tetas, acolchada pero prieta, el pezón erecto, bajé por la barriga igualmente peluda, recorriendo todo su curva hasta llegar al ombligo. Introduje el dedo meñique y noté que Luis sonreía. Sin abrir los ojos e acerqué más al corpachón de Luis y apoyé la cabeza en su pecho mullido. Percibió el olor de su axila recalentada y húmeda, y ese aroma único despertó por fin mi polla durmiente que empezó a buscar su espacio bajo los calzoncillos. Me atrevió a pellizcar ligeramente uno de los pezones y Luis suspiró y terminó de desabrochar su camisa liberando su espléndida barriga y su pecho de gorila albino. Abrí entonces los ojos y me quedé anonadado ante tamaño espectáculo de la naturaleza. Acerqué mi lengua a un pezón y lamí suavemente. Luis suspiró de nuevo y acarició mi espalda, mi nuca, mi pelo. Acercó la nariz a su cabeza y aspiró con los ojos cerrados. Y en ese momento supe que mis sospechas eran fundadas, que el cosquilleo que sentí en el estómago cuando lo ví por primera vez en la entrevista el día anterior estaba más que justificado.
Yo recordaría después muchas veces aquel primer polvo. El inexplicable miedo del principio. La inexplicable parálisis de mi normalmente hiperactiva polla. Y también la inexplicable sensación de estar dando un paso definitivo y sin vuelta atrás. Luis se quitó la camisa, me quitó la mía y se sentó al borde del sofá. Anonadado, yo lo miraba desde arriba, el clareo en la coronilla, la curva de la barriga bajo las tetas, los hombros cubiertos de pelusa, la espalda tapizada de suave pelo blanco.
Luis me abrazó por las caderas y me atrajo hacia él. Besó el bulto que se dibujaba clarísimamente ya bajo mis vaqueros. Alzó la vista y me clavó sus ojos azules mientras desabrochaba el cinturón y abría la cremallera. De un enérgico tirón hizo caer los pantalones y ya poco podían hacer los calzoncillos para retener mi gloriosa polla que asomaba la cabeza ansiosa en busca de acción. Luis contempló estupefacto la impresionante forma bajo la tela. Sin poder contenerse más, me arrancó los calzoncillos y se la metió en la boca. Sus labios se cerraron sobre la cabezade mi pilla mientras su lengua jugaba con mi frenillo. Acomodaba su garganta y tragaba dejando luego que el tronco se deslizara hacia afuera mientras sus dientes lo masajeaban e intentaban retenerla dentro de aquella húmeda cavidad. Y la chupó, la lamió, la volvió a chupar, con prepucio, sin prepucio, se la tragó hasta el límite de la arcada, hurgó en la uretra con la punta de la lengua, bajó a los huevos y se llenó la boca de ellos, volvió a subir lamiendo el miembro en toda su longitud y vuelta a empezar. Yo disfrutaba viendo desaparecer mi polla dentro de la boca experta de Luis y sonreía al verle disfrutar así. El miedo paralizador del principio había desaparecido para siempre.
Luego llegó mi turno. Empujé a Luis sobre el sofá y me dejé caer sobre su cuerpo desparramado. Rocé apenas su labios una vez, y otra vez más, y entonces lo besé con toda mi lengua y mis ganas, y Luis respondió con las mismas ganas. De dos zarpazos le saqué los pantalones y calzoncillos, y me maravillé ante la espesa mata de algodón de la que surgía, apreciable en tamaño y sobresaliente en turgencia, la polla excitada y circuncisa de Luis. La chupé con entusiasmo animado por sus suspiros y profundos gemidos. Luego los huevos, grandes y maleables, y chupé y lamí hasta que Luis, sin una palabra, me indicó que él también quería jugar y nos entregamos a un sesenta y nueve apasionado y asfixiante que nos dejó al borde del orgasmo.
La excitación me resultaba insoportable y sentí que si Luis seguía estimulándome no podría contener mi eyaculación. Quedaba por determinar un aspecto importante en cualquier encuentro, sobre todo en uno tan prometedor como este. ¿Sería Luis pasivo? ¿Se dejaría follar o intentaría penetrarme? Decidí probar suerte. Busqué a tientas el agujero carnoso rodeado de vello y aventuré un dedo exploratorio. Luis gimió y el agujero se dilató. Buena señal, pensé, y deslicé el dedo hasta el fondo. Los gemidos aumentaron en intensidad y el segundo dedo entró sin problemas. Los gruñidos y el arqueo de caderas con que Luis recibía cada embestida de mis dedos no dejaban lugar a dudas: éramos compatibles como el ying y el yang.
Pero cuando me disponía a celebrarlo poniendo a Luis a cuatro patas, dispuesto a agujerearle el culo con ganas, el osazo se incorporó con toda su carnosidad y de un empujón me tumbó boca arriba. Desconcertado, miré a los ojos azules y descubrí en ellos una expresión desconocida. Lascivia, sí, pero también violencia, una excitación enloquecida que casi me dio miedo. Se sentó a horcajadas sobre mi cara que sin previo aviso se vio envuelto en carne y pelo blanco. Cuando me recuperé del shock, lamí y chupé del culo a los huevos al ritmo de las caderas de Luis.
A continuación, con un rápido movimiento, todo lo rápido que un volumen corporal como el de Luis permitía, se sentó sobre mi abdomen, y mirándome a los ojos, engulló de un solo embite con su culo toda mi polla.
Clavado y extasiado, con la boca abierta hacia el techo, empezó a moverse con una agilidad que nadie habría esperado de un osazo como Luis. Subía y bajaba sobre mi polla que se deslizaba sin dificultad dentro de su culo. Los movimientos se fueron acelerando mientrasyo observaba extasiado el vaivén de sus carnes, el sudor que resbalaba de su frente y de su pecho y que iba a lubricar aún más las pelvis de ambos, y agarraba sus tetas desesperado, puñados de vello, la barriga poderosa que golpeaba mi vientre plano. En un momento no pude más y agarré con fuerza la polla de Luis y empecé a pajearle mientras él seguía cabalgando sobre mí, cada vez más rápido, más fuerte, más profundo. No pude soportarlo más y solté un grito desgarrado mientras mi polla descargaba largamente dentro de Luis, que sintiendo el calor de mi leche en su interior soltó a su vez un gemido profundo y largo cuando su gruesa polla disparó un chorro viscoso y blanco como su pecho que cayó sobre mi cara y mi boca.
Se dejó caer sobre mí, sin sacarse la polla de su culo, y comenzó a lamer su semen de mi cara, a recogerlo con su lengua para luego dármelo a probar mientras me besaba.
Derrumbados y abrazados en el sofá, Luis acariciaba sonriente el pelo empapado de su aplicado alumno y nuevo empleado.