Ositas en Duelo - Capítulo 13
Dos mujeres de huesos grandes rivalizan por el deseo y la pasión de una argentina morena.
Sería el duelo definitivo y ambas lo sabían. Por eso, se prepararon para la ocasión, luego de haberlo acordado. Ambas llevarían zapatos zuecos, con calzas negras muy ajustadas y vestidos cortos. Azul francia para Julia y rojo para Cynthia.
La española temblaba de ansiedad en el taxi y revisaba el celular debatiéndose entre enviar un mensaje o no, pero decidió que hacerlo sería evidenciar ansiedad, y decidió omitirlo.
Cynthia, por su parte, cambiaba de canal, sentada en su amplio sofá, consultando la hora nerviosamente, sintiendo que el tiempo pasaba con parsimonia, pero su corazón se aceleraba con cada minuto.
La española descendió del taxi y contempló la puerta de la dirección que le había brindado. Era una linda casa, y se notaba que tendría un jardín al fondo. Se preguntó de qué trabajaría su rival para poder costearse tal lugar.
Todavía dudando, revisó su peinado y el maquillaje mínimo que llevaba y tocó el timbre. La voz en el portero le indicó que pasara, que la puerta de calle estaba abierta.
Sintiendo una gran mezcla de sensaciones comenzó a caminar a través del corredor, taconeando y moviendo las caderas como si estuviera en una pasarela imaginando que el enfrentamiento había comenzado y estaba siendo observada.
Cuando abrió, se encontró con Cynthia, parada con las manos en la cintura, en clara actitud beligerante. Julia cerró la puerta a sus espaldas e imitó su postura para que ambas se miraran a los ojos, con aire desafiante.
Se saludaron con un escueto "hola" y un beso en los labios. No fue nada premeditado. Surgió espontáneamente de ambas. Un leve roce entre sus carnosas bocas pintadas que las sobresaltó al caer en la cuenta de lo que habían hecho.
-¿Qué hacés, hija de puta? -siseó la argentina, entre dientes, adelantándose, a milímetros de sus pechos.
-¿Qué haces tú, cerda? -respondió la española plantándose de igual manera, provocando escaloríos en ambas.
El tiempo pareció detenerse durante una eternidad, aunque sólo fueron un par de segundos, antes de que ambas se aferraran con una mano a la cabellera rival y la otra a la cintura de la oponente y se estrujaran en un férreo abrazo mientras sus bocas se mordían con odio y desesperación.
En esos mordiscos se liberaban los días y horas de angustia. Tanto la argentina como la española se odiaban a sí mismas por haber deseado tanto este nuevo encuentro y por no haber podido imponerse categóricamente. Pero por otra parte, ardían por dentro y por fuera, con las respiraciones acelerándose, al igual que sus pulsaciones, cuando sus lenguas se enredaban juntas y pasaban de una boca hacia la otra. Los alientos y la saliva de ambas se entremezclaron y las manos volaron por las espaldas, estrujando y levantaron las faldas, buscando que sus tangas se encontraran. Los pezones morenos de Julia parecían a punto de explotar, al igual que los de su némesis, quien jadeaba ruidosamente en los labios enemigos, mientras le estrujaba el culo con fuerza.
La española no dudó en devolver la atención y ambas rellenas mujeres se magrearon las carnosas nalgas clavándose las uñas, mientras presionaban sus cuerpos, frotándolos con frenesí, como si quisieran fundirse en una.
_Te puedo oler... gallega... trola... _Jadeó Cynthia, mientras le mordía el labio inferior, robándole un gemido.
_Apesta... a tu... asqueroso coño.., argentina... _replicó Julia y le succionó el labio superior, mientras ambas se dedicaron a frotarse vientre contra vientre sin dejar de magrearse mutuamente las nalgas.
Cynthia le escupió en la boca y recibió la respuesta inmediata. Ambas jadearon y volvieron a unir sus carnosos labios en un concierto de besuqueo, jadeos, gemidos e insultos susurrados que las enloquecía aún más.
La argentina tomó la iniciativa y tomó la parte inferior del vestido de su némesis para comenzar a levantárselo y quitárselo. Julia abrió los ojos en sorpresa y gruñó al advertir la sonrisa complacida en su némesis.
_Te quiero... cojer... gorda... tortillera... _jadeó y le escupió en el labio superior para limpiarlo con la punta de la lengua.
_Se necesita... una bollera... para reconocer a otra... sudaca... _gimió con la réplica y le devolvió el esputo, pero en lugar de lamerlo, le succionó el labio, empujándola con sus pechos mientras tironeaba de su vestido hacia arriba y ambas tambalearon hacia la pared.
Con pulso tembloroso, ambas se despojaron mutuamente de sus cortos vestidos y los revolearon sobre el sofá, quedando únicamente con el minúsculo tanga, ya que ninguna había optado por llevar bra.
En cuanto se encontraron casi desnudas, retrocedieron para contemplarse, jadeantes y repararon en los enhiestos pezones enemigos, tan duros como los propios, además de la evidente mancha de humedad en los tangas.
_¿Te caliento... torta? _La provocó Cynthia con un siseo mientras se acariciaba la entrepierna.
_No tanto como yo te pongo a tí, bollera sudaca. _Devolvió el gesto y se relamió el labio superior.
_¿Te gustó mi conchita? _Susurró la argentina y se acercó, para tomarla por la cintura y apoyarle la barriga, ombligo con ombligo, sintiendo el calor y la suavidad al roce entre sus cuerpos.
_¿A tí te ha gustado tanto, que me has citado? _le devolvió el abrazo y posó sus manos en las nalgas mientras ambas movieron los hombros buscando el contacto entre sus areolas y pezones para ser recorridas por un intenso escalofrío cuando éstos se encontraron y se apoyaron juntos.
_¿Querés sacarme la tanguita, trola? _le lamió el labio superior.
_¡Quítamelo, zorra! _le devolvió el lametón y ambas tironearon del tanga rival hacia abajo, con movimientos torpes y desesperados mientras se besaban en el cuello y hombros, hasta que, con sutiles movimientos de sus piernas, quedaron solo con los zapatos de taco y completamente desnudas.
La española posó su mano sobre la húmeda mata de su rival, quien se tambaleó con un sonoro gemido y se mordió el labio inferior.
_Estás empapada, hija de p..aawwhhhh. _la caricia en su entrepierna interrumpió su provocación y cuando intentó continuar, los carnosos y ardientes labios de Cynthia se posaron sobre los suyos para silenciarla con un vicioso beso francés, donde sus lenguas se empujaron con rabia y lujuria y sus labios se acariciaron como si no existiera nada más en el mundo. Se odiaban, de eso no quedaban dudas, pero ninguna quería interrumpir su particular duelo en el que los dedos parecían comenzar a abrirse camino en la entrepierna enemiga.