Ositas en Duelo - Capítulo 12
Dos mujeres de huesos grandes rivalizan por el deseo y la pasión de una argentina morena.
Durante la siguiente semana no hubo noticias de Julieta y, respetando su acuerdo, no se acercó por el local. Tampoco de Cynthia. Y el recuerdo de su reciente derrota le dolía y la lastimaba por dentro.
Revisaba su celular con ansiedad cada cinco o diez minutos, revisando que tuviera señal y el sonido activado, pero para su desazón, solo llegaban los mensajes de los insufribles grupos de whatsapp con sus chistes y cadenas, pero ninguno de los que ella deseaba. Ni Julieta, ni de Cynthia.
Lo cierto es que la herida por la derrota no cicatrizaba y las imágenes de sus desafíos regresaban en sueños. Varias veces su marido despertó alarmado al notar que tenía pesadillas e intentaba reconfortarla, pero ella decía no recordar nada.
Lo cierto es que en el mundo oníricio se sucedían varias secuencias con ellas dos como protagonistas. Comenzando en el sofá de su casa, como en el primer y victorioso asalto, pero con la diferencia del cambio en el resultado, humillándola.
Por otra parte, sin haber sido una santa, nunca rechazaba la posibilidad del sexo con otra mujer. Amaba a su marido y por eso nunca lo traicionaría con otro hombre. Pero había algo en la rivalidad, en la competencia y el erotismo que la fascinaba.
Julieta le gustaba. Era innegable su belleza, pero lo que más la atraía era su bravura y lo agresivamente femenina que podía ser, pudiendo pasar noches enteras de sexo y al despertar ser una amiga sin ningún tipo de reproches.
Por otro lado estaba Cynthia. Por primera vez en su vida encontraba una rival a su altura. De su mismo tamaño y con pechos que podían medirse de igual a igual. Aunque la odiara, reconocía para sí misma que era muy sensual. Desde luego que sabía besar. Y se había sentido mucho más plena en combate que con Julieta.
La argentina, por su parte había pasado varias tardes después del trabajo en compañía de Julieta para hacerse algunos arrumacos en algún baño de bar o en algún hotel, dado que los novios de ambas regresaban por las noches a sus respectivos hogares.
Claro que disfrutaba del sexo con Julieta. Era imposible no hacerlo con una mujer tan bella y ardiente que parecía hecha para el sexo. Pero sentía que con la morena no tenía ningún desafío. Siempre la había dominado con facilidad.
De noche, no podía evitar recordar sus duelos con Julia y sentía escalofríos al evocar el contacto entre sus pezones, entre sus pechos, los insultos y besos y el roce entre sus panzas.
Cuando esto ocurría, se daba una ducha o trataba de follar con su novio. Pero su cuerpo tenía otras urgencias... por eso, a la medianoche, tomó el celular y le mandó un desafío a su némesis.
"Espero que estés durmiendo muy bien, porque aquí estoy disfrutando a nuestra Julieta".
Julia dormía profundamente y apagaba el celular cuando su marido estaba en casa para evitar malos momentos y tener que dar explicaciones.
Al no recibir respuesta, la argentina no tuvo más remedio que encerrarse en el baño y acariciarse, imaginándose un nuevo desafío contra esa española.
Mientras su marido se duchaba, Julia encendió el celular y se encontró con el mensaje de Cynthia. El corazón le dio un brinco y casi saltó de la cama para preparar el desayuno y ducharse, para luego ir al trabajo.
Decidió que lo mejor sería no responder, muy a su pesar, ansiosa por verse cara a cara con esa zorra y hacerle pagar la humillación, demostrándole quién mandaba.
Durante una reunión, dos compañeras de distintas áreas discutieron acaloradamente y por un momento se las imaginó teniendo su propio duelo en los baños de la oficina. Eso le endureció los pezones, lamentando que su némesis no trabajara en la empresa, para no tener que buscar alguna excusa para encontrarse.
El resto del día pasó con lentitud y en la cabeza tenía dos cosas rondándole permanentemente: Cynthia y "nuestra Julieta".
Se preguntó qué quiso decir. No le interesaba en lo más mínimo la idea de compartir a su menuda amante argentina.
Algunas de sus compañeras se iban retirando y Julia miraba con ansiedad el reloj, esperando a que se hicieran las 17, y terminar la semana.
"¿Qué pasa, gorda puta? ¿Te molestó que te haya quitado a Juli?"
Terminó de leer el mensaje y el corazón parecía querer escaparse de su pecho. Un hormigueo interno la recorrió y miró en todas las direcciones, comprobando que nadie la veía.
Se pasó la lengua por los labios y respondió con pulso tembloroso.
"No te lo tengas tan creído, foca. No te durará mucho".
Dejó el teléfono al alcance de su vista para estar atenta ante cualquier parpadeo, mientras terminaba sus tareas y se preparaba a apagar la computadora, pero como si el destino estuviera jugándole una mala pasada, nada ocurrió.
Ansiosa, dejó el teléfono en el cajón del escritorio, bajo llave y fue al baño, antes de retirarse. Cuando regresó, cinco minutos más tarde, el rostro se iluminó cuando encontró el deseado mensaje.
"¿Tenés ovarios para encontrarnos en un rato, cerda?"
Debido a la ansiedad, el teléfono se le cayó de las manos y con pulso tembloroso, lo levantó, respondiendo.
"Siempre estoy dispuesta a ponerte en tu lugar, foca".
En el contacto aparecía la leyenda que indicaba que Cynghia estaba escribiendo, pero el texto no llegaba. Julia estaba eufórica y decidida a imponerse definitivamente. No estaba dispuesta a soportar otra humillación. Pero el mensaje no llegaba y ella comenzó a caminar atravesando el largo pasillo hacia la puerta de salida.
Una vez en la calle, el vibrador del teléfono la alertó, con su dirección y la hora en que la esperaba. Le daba tiempo a llegar a su casa y cambiarse, preparándose para la ocasión.
En el taxi de regreso, continuaron con un lascivo intercambio de mensajes provocativos.
"Prepará tu lengua, tortillera... hoy te dejo seca" amenazó Cynthia.
"Espero que no te vayas en amagues, bollera... ya veremos quién ríe al final".
"No te toques pensando en mis pezones, putita"
"Imposible recordar algo tan patético, zorra"
Sentada en el asiento trasero del vehículo, la española comenzó a sentir un hormigueo recorriéndole el cuerpo y una urgencia por estar cara a cara con su odiada rival.