Ositas en Duelo - Capítulo 01
Dos mujeres de huesos grandes rivalizan por el deseo y la pasión de una argentina morena.
Julia era una española que rondaba los treinta y cinco. Dueña de unos increíbles ojos celestes, tez pálida y cabellos negros con ondas, era de esas mujeres que todo lo que visten les queda de maravillas. Era una mujer sensual y algo rellenita. De fuertes piernas, caderas y nalgas anchas, su fuerte eran los 120 centímetros de busto, que amenazaban con romper cuanto escote vistiera.
Llevaba más de diez años felizmente casada. Su marido era agente de seguros, por lo que varias veces al año debía viajar durante varios días, dejándola sola cuidando el nido.
En esos viajes, solía aguardar como Penélope con el tejido hasta que conoció a Julieta. Una argentina que trabajaba en una tienda de comidas. Ella era delgada, menudita, morena, de ojos y cabellos negros, con un cuerpo que hacía que todos los hombres se dieran vuelta a mirarla y se quedaran hablando de más, solo para verla. Obviamente, esa sobreactuada simpatía le cosechó el viperino apodo de ligerita, a cargo de las mujeres que acudían a la rotisería.
Ninguna era una santa, y eso lo descubrirían después. Julia había sido específica con los gustos de las empanadas y, como su pedido no llegaba, fue a reclamar. Julieta estaba con un día difícil y no tardó en encenderse una fuerte discusión, que dejó insultos por uno y otro lado. Ambas se habían quedado con ganas de sacudirse, por lo que, unos minutos más tarde, Julia llamó al local y pidió hablar con la cajera. Tratando de no llamar la atención, Julieta le siguió el juego y anotó la dirección. Ambas se liarían y se dirían en la cara las cosas que no pudieron en el local.
La tarde parecía avanzar en cámara lenta y, tanto Julia en su casa, como Julieta en el local, miraban el reloj, ansiosas por esa descarga de furia que necesitaban.
Finalmente, la hora de salida llegó para la sensual morena y se dirigió hacia la dirección que tenía anotada. Tocó el timbre, enfundada en sus botas de cuero negras, jeans ajustados y una musculosa roja, muy ceñida que dejaba poco a la imaginación. Sus negros cabellos caían sobre su espalda, y sus ojos semirasgados le daban un aire aún más deseable.
La dueña de casa, sintió el corazón pegar un brinco cuando escuchó el timbre y, luego de aguardar unos momentos, abrió por el portero eléctrico. "Pasa, está abierto. Las zorras no merecen que las reciba en persona".
Dejó entornada la puerta y la esperó, de pie, con las manos en la cintura, enfundada en un vestido corto floreado, con un escote que apenas contenía sus poderosos pechos, y sus cabellos ondulados cayendo gracilmente sobre los hombros.
Apenas se miraron, los ojos de ambas lanzaron chispas y se mostraron los dientes, mirándose con odio y desdén, paradas con las manos en la cintura, sacando pecho. La anfitriona envidiando la figura de su rival, y ésta, la turgencia de sus grandes pechos, amenazando con romper el escote, además de sus bellas facciones.
_ Pensé que no vendrías. Las putas sudacas no saben tener la boca cerrada. - Comenzó provocándola.
- Y las focas españolas no saben hacer otra cosa que engullir y hablar al pedo. - fue la respuesta entre dientes.
La diferencia en peso y en tamaño auguraban un claro predominio de Julia, pero la mayor agilidad de su rival podría dar vueltas las cosas. Ambas comenzaron a aproximarse, en círculos en el amplio living, donde Julia ya había corrido todos los muebles, con excepción de un sofá de tres cuerpos.
Negra puta. Solo sirves para atender el teléfono, y encima mal.
Gorda de mierda, para lo único que te da la cabeza es para comer.- respondió Julieta cuando una sonora bofetada le hizo girar la cabeza, dejándole los dedos marcados en la mejilla, con un leve escozor.
El estupor las paralizó durante un segundo de silencio, en el que pareció que el mundo se paralizaba, y abriendo los ojos como platos, la morena se lanzó al ataque, tomándola de los cabellos y zamarreándola de un lado a otro. Julia también enredó sus dedos en la cabellera rival y ambas se sacudieron las hermosas facciones a bofetadas, sin dejar de propinarse dolorosos tirones de cabello.
Julieta tenía todas las de perder, dada la diferencia de tamaño, pero Julia comenzó a respirar pesadamente, luego de un par de mintuos, cuando los rostros de ambas enemigas se encontraban completamente enrojecidos por los sopapos y el forcejeo.
Las lágrimas comenzaron a saltárseles a ambas, que apretaban los dientes, sin cesar en sus ataques y tambaleaban como en una danza por la sala.
Sintiéndose cansada, la dueña de casa decidió terminar pronto con el pleito y la estrujó en un abrazo de oso, que las hizo gruñir a ambas, pero donde Julieta llevó la peor parte, sintiendo cómo sus firmes pechitos eran aplastados por los inmensos de su rival, que clavaba sus pezones en sus areolas, a pesar de las ropas.
Julieta unió sus manos en la espalda de su rival y trató de estrujarla, a su vez, y ambas comenzaron una nueva etapa en el duelo, con los rostros enrojecidos, lagrimeando, con las respiraciones aceleradas y los pezones endureciéndose ante el férreo contacto.
-Gorda puta! Soltame y peleemos, la concha de tu madre! _ protestó la morena, sintiéndose triturada.
-Negra, puta sudaca de mierda! Pídeme perdón por cómo me trataste y reconoce que soy mejor que tú! - Espetó la dominante Julia.
Por toda respuesta, Julieta la escupió en los labios. Julia sintió asco y le devolvió el esputo, lo que ocasionó un nuevo frente de duelo con ambas escupiéndose en los labios, con los alientos mezclándose, mirándose a los ojos con odio, estrujadas en mortal abrazo, llorando.
-Te odio, foca malcojida!
-Y yo a tí, sudaca frígida!
A estas alturas ambas lloraban a grito pelado, estrujándose y escupiéndose, sintiendo los pechos estallar ante la violenta opresión a la que se estaban sometiendo y, casi como si lo hubieran acordado, fueron aflojando sus presas para volver a intercambiar bofetadas que resonaban haciendo eco en la habitación, pero no tardaron en volver a estrujarse en un nuevo abrazo de oso, llorando a grito pelado, insultándose y gritándose obscenidades, mientras se tiraban del cabello a la altura de la espalda, hasta que, el cansancio les fue ganando y tambaleantes, fueron ralentizando las escupidas y tirones, hasta que Julieta llorando, admitió no poder seguir, y luego de una escupida victoriosa, Julia, excitada y eufórica, le lamió la mejilla, buscando humillarla.
Lo que no esperaba, fue que Julieta se la devolviera y ambas comenzaron a lamerse, abrazadas, tambaleantes, como dos gatas callejeras, en silencio, lamiéndose las lágrimas mutuamente, abrazadas en silencio, jadeantes.
-Peleaste bien, puta. - admitió Julia, lamiéndole la comisura de los labios.
-Te la bancaste, conchuda. - respondió la morena, derrotada, devolviéndole la lamida.
Ninguna podía detener las lágrimas. Una de humillación y la otra de euforia y triunfo.
-¿Has aprendido la lección, negra? - susurró sensualmente la dueña de casa, sin soltar el abrazo.
Julieta asintió en silencio, mirándola a los ojos, borrosa.
-¿Quieres seguir? - provocó, agitada, aunque sintiendo el cansancio.
La argentina negó con la cabeza, en silencio, para responder con un leve beso en los labios.
Julia se sorprendió, al principio, pero se lo devolvió, y ambas se acariciaron con la nariz, sin soltarse, sonriéndose y prodigándose suaves ósculos que fueron subiendo en intensidad, hasta darse un lascivo beso francés que se prolongó por un par de minutos.
-Besas mejor de lo que peleas, perra. - Le guiñó un ojo Julia - ¿Cómo te llamas?
Julieta sintió que se sonrojaba un poco y se relamío, cohibida, antes de darle un beso de pico y responder susurrando.
-Vos también, conchuda. Me llamo Julieta. Encantada.
Se miraron por un segundo, esperando a ver la reacción de la otra, y una sonrisa bastó para que se fundieran en un nuevo beso, acariciándose los rostros, reconociéndose.
Esa noche, aprovechando el viaje de su marido, Julia agasajó a Julieta y ambas se disfrutaron, contándose historias de sus amantes y anécdotas, riendo juntas y pasando una noche de sexo y arrumacos.
Estuvieron viéndose cada tanto, como amigas, y de tanto en tanto tenían duelos a bofetadas y tirones de cabello, vestidas, o desnudas, otras competían en la cama, para ver quién agotaba sexualmente a la otra, y muchas otras, tenían noche de "amigovias", como le gustaba decir a Julieta.
Julia seguía siendo fiel a su marido. Sus juegos con otras mujeres no contaban. Ni siquiera cuando por momentos, intercambiaran mensajes de texto, postales virtuales y llamados muy dulces y romanticones.
Julieta era un alma libre. También era bi, pero tenía predilección por las chicas. Y Julia lo descubriría de la peor manera.