Oscura historia de mi madre

De cómo averigüé el pasado tan fuerte de mi madre y decidimos disfrutar el presente.

OSCURA HISTORIA DE MI MADRE

Mi madre procede de un pueblecito de la "España profunda". Mi abuela murió al parirla, por lo que se crió solo con su padre. Un camionero la preñó a los 16 años. Mi abuelo se sintió deshonrado y, poco mas o menos, la repudió; por lo que mis padres se establecieron en Madrid, donde nací yo.

Como si de una maldición familiar se tratara mi padre murió en accidente de tráfico siendo yo muy pequeño. Al hacerme más mayor mi madre me contó todo esto.

Siempre me extrañó que no tuviéramos fotos, cartas, en fin: ni un maldito vestigio de mi padre. Me consolaba pensando que los acontecimientos fueron tan rápidos que no dio tiempo para nada.

Solía preguntar a mi madre por qué no intentábamos conectar con el abuelo, ya que era nuestro único pariente, encontrándome siempre una feroz negativa, producto del comprensible rencor.

Pasado el tiempo tuvimos noticia del fallecimiento de mi abuelo. Ninguno de los dos sentimos demasiada aflicción, habida cuenta el distanciamiento. Mi madre dispuso que iríamos al pueblo al entierro y aprovecharía el viaje para liquidar la casa y las tierras de su padre.

Me sorprendió que a las honras fúnebres, aparte de nosotros y del cura, asistieron muy pocos parroquianos, que nos manifestaban el pésame con frialdad, especialmente a mi madre.

Por la noche, tras la cena, comenté a mi madre que me agobiaba estar en casa del abuelo y que podríamos salir a tomar el fresco. Mi madre se negó objetando que en ese pueblucho no había mas que moñigas y una miserable tasca. No me impidió que yo saliera. Me dirigí a la tasca. No soy muy bebedor, pero las últimas sensaciones despertaron ganas de aletargar mi confuso cerebro.

Entré en el establecimiento. Solo había cuatro lugareños jugando al mus y un anciano ebrio al fondo de la barra. Saludé al personal y pedí al tabernero que me pusiera un cognac. Lo engullí de un trago. Pedí otro, y un tercero.

El tabernero dijo:

- ¡Chaval, te sentará mal!.

- No se preocupe y póngame otro, por favor.

- Tu mismo. ¿No eres de por aquí?.

- No, soy de Madrid; he venido al entierro de Pascual, mi abuelo.

El anciano ebrio soltó una carcajada y dijo:

- Su abuelo dice, que descojono: jajajajjajajjaja.

Miré iracundo al beodo, e incluso le hubiera abofeteado de no ser tan mayor. El tabernero terció espetando al vejete:

- ¡Evelio! o te callas o a tu puta casa. ¡Deja al chico en paz!.

- ¡No! (repliqué). ¿Que coño quiere decir?.

  • Muchacho: déjalo estar y marcha para casa (me aconsejó el tabernero).

Pero el viejo bolinga tenía que dar la puntilla diciendo:

- Eso, eso, niñato, "manda pacasa"; y así le preguntas a tu madre si he dicho alguna mentira.

Les juro que le hubiera ahostiado, pero la furia se tornó en curiosidad.

Me dirigí a casa del abuelo. Mi madre tenía encendida la luz del dormitorio y leía sentada en la cama. Entré desaforado. Mi madre protestó porque se me notaba el efecto del alcohol.

La conté lo sucedido. Sin demasiado sonrojo me confesó que el viejo borracho no había mentido, porque mi abuelo realmente era mi padre. Siguió relatándome lo siguiente:

"Mira hijo, ya eres mayor para saber la verdad. Al morir mi madre, tu padre -y el mío- tuvo que hacerse cargo de mí. Mientras fui una niña nadie me hubiera cuidado mejor; pero al desarrollarme, después de tantos años sin mujer, papá comenzó a desearme. Imagina que por mi parte, en un pueblo tan aburrido y en plena adolescencia, experimenté los mismos deseos. Por lo que vivimos un auténtico romance. Creo que estábamos enamorados. Al principio solo nos tocábamos, pero luego lo hicimos todo. No te puedes imaginar cómo nos deseábamos; cómo hacíamos el amor. Me encantaba masturbar su miembro: ¡enoooooooooorme!, lleno de hinchadas venas, que latían por mis caricias. Cómo tenía el capullo de gordo, de rico. Se la chupaba; me encantaba que me echara la leche, a litros por cierto. Tenía tal potencia que se la cascaba 3 y 4 veces seguidas, hasta que ya no tenía caudal. Me gustaba llenar un vaso con sus corridas y bebérmelas, aunque no tanto como notar tan poderosa eyaculación en lo más profundo de mi ardiente vagina, luego de chuparme todita. Era yo quién le buscaba; me tenía loca. El al principio no quería correrse dentro, pero yo le impedía salirse, abrazándole bien fuerte para notar sus espasmos, su pollaza chorreando en mi coñito. Comprenderás que no tardé en quedarme embarazada. Le propuse que vendiéramos todo y nos fuéramos donde no nos conocieran a vivir nuestro amor. Pero no tuvo huevos y el muy cabrón me dio dinero para que me fuera sola y evitar el escándalo, lo que no consiguió, pues lo sabía todo el pueblo. No le perdoné jamás. Supongo que ahora lo entiendes todo".

Este relato me puso cachondo, al igual que a mi madre recordarlo, porque se la erectaron los pezones, ahora bien visibles bajo el camisón. Verdaderamente siempre me pareció que mi madre estaba buena, pero nunca pensé sexualmente en ella. Ahora la veía como una mujer aún joven y muy deseable.

Mi semiembriaguez me envalentó. Convencido de que no iba a fracasar me saqué la polla toda tiesa y comencé a descapullarme ofreciéndosela a mi madre. Ella no eludió la invitación y se dedicó a darme la mejor mamada imaginable. Apreció que mi rabo no tenía nada que envidiar al de nuestro padre. La pedí que me la cascara a lo bestia, que me la rompiera, que viera el corridón que me iba a pegar. Ella lo hacía fenomenal. Estuvo pelándomela como quince minutos hasta que me corrí, saltando el primer chorro de semen hasta el techo.

Ahora me tocaba a mi. La besé apasionadamente. Se quitó el camisón. La sobé los pechos; me comía sus pezonazos, se los mordía. La besaba la tripita. Se me abrió de piernas y la devoré el coñito, abierto de par en par con mis dedos. La succioné el clítoris.

Llegó el momento de follar y fue una delicia. Lo hicimos muy largo y fuerte. Nuestra venganza era gritar todo lo que demandaba la pasión; sin importar que nos oyeran en todo el pueblo, al que nada debíamos. Copulamos toda la noche; en todas las posiciones: por delante, por detrás, arriba, abajo, de costado, en una silla, en una mesa, de pie, en el suelo y siempre la inundaba su chochito de abundante crema.

Si se queda embarazada yo no la voy a abandonar.

Un saludo.