Oscar (1 y 2)

Oscar me atrajo desde el primer momento que lo conocí. Yo era profesor en un colegio y además, vigilante del internado. Oscar llevaba varios años interno. Él tenía entonces 16 años y yo 22.

OSCAR (1 y 2)

Ola a todos soy Alex nuevamente después de un rato de ausencia aquí estoy nuevamente. Aquí les dejo un relato que me han contado, una hermosa y bella historia de amor y algo más. Pero

Luis espero que os encontréis bien, espero saber algo de ti algún día. Te quiero y extra

ño

mucho cuídate esto va por ti!!

Oscar me atrajo desde el primer momento que lo conocí. Yo era profesor en un colegio y además, vigilante del internado. Oscar llevaba varios años interno. Él tenía entonces 16 años y yo 22. Yo tenía asumida mi realidad gay pero, ante los chavales, era un joven profesor con la novia en la cercana Barcelona adonde iba todos los fines de semana. Oscar estaba en el dormitorio que me tocaba vigilar. Debo reconocer que los chicos eran bastante disciplinados y mi relación con ellos era de buena amistad.

Esperaba cada día que llegara el momento de la noche. El dormitorio era un gran pasillo con salas para 6 muchachos cada una. Sin puertas. Al fondo del pasillo, las duchas y los servicios. Tenían media hora para prepararse y acostarse. Luego era silencio, Aquella media hora disfrutaba paseando por el pasillo o entrando en las habitaciones. Se habían acostumbrado a mí y no les importaba desnudarse delante de mis ojos. Los más inhibidos se quedaban en pelotas y, con la toalla al hombro iban a ducharse. Otros preferían moverse en slip. Pero era una maravilla ver aquellos culos jovencitos, algunos lampiños, otros cubiertos con un vello suave. Las pollas, hermosas, colgaban de un bosque de pelitos rizados. Había de todo: pequeñas, largas, gordas, circuncidadas o cerradas por el prepucio. Me hubiera gustado abalanzarme sobre algunas de ellas, pero... me tenía que contentar con mirarlas y aguantar bien escondida la erección de mi polla.

Oscar era el más tímido. Jamás le pude ver ni siquiera en slip. Se vestía y se desnudaba con mucho recato, y yo creo que aprovechaba los momentos en que no me tenía a la vista. Era de los primeros en meterse en la cama. Se cubría hasta el cuello con la sábana dejando las manos fuera. Más de una vez me senté al borde de su cama para charlar con él unos segundos. En el fondo deseaba verlo de cerca, sentir el perfume de su cuerpo fresco, recién duchado. Me encantaba su pelo abundante, negro y muy rizado, los pelitos incipientes de su bigote, sus labios suaves y tentadores. Y luego, en mi cuarto, una vez que se habían dormido, me hacía una paja pensando en lo que Oscar escondía debajo de aquella sábana.

......

Pasaron dos años. Yo había encontrado otro trabajo y ya no estaba en el colegio. Al principio de las vacaciones escolares, recibí la sorpresa de una llamada telefónica. Era Óscar. Acababa de terminar en el colegio y se preparaba para la Universidad. Me dijo si podíamos vernos. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Oscar me buscaba, se acordaba de mí. Mil pensamientos cruzaron mi mente. Pero no, no era posible. Quedamos el sábado siguiente en un lugar que los dos conocíamos con idea de ir a una de las grandes piscinas municipales.

Llegué yo primero. Poco después le vi venir. Estaba bastante desconocido. El pelo, como siempre, largo y negro. Su sonrisa, capaz de electrizarme. Se había puesto una camiseta blanca y unos vaqueros hasta la rodilla, conscientemente desgarrados, mostrando parte de sus muslos morenos y con ligero vello, como sus piernas. Disimuladamente, mientras se acercaba miré su paquete. Se le marcaba claramente en el lado derecho, bajo unos pantalones demasiado estrechos.

Mientras íbamos a la piscina me fue contando cosas del Colegio. Tuvo frases muy halagadoras para mí: me decía que habían tenido otros vigilantes pero que guardaba un buen recuerdo de mí, que siempre le traté muy bien. Me hubiera gustado abrazarlo, decirle la verdad, contarle las pajas que me había hecho pensando en él... pero me contuve. Esperé a ver hasta dónde llegaba.

En el vestuario de la piscina había unos bancos para desnudarse. Había varias personas que, con toda naturalidad, se quedaban en bolas mientras sacaban el bañador del fondo de la bolsa. Pensé que el momento de ver a mi querido Oscar así, desnudo, había llegado. Sin embargo, antes de que pudiera darme cuenta, él sacó el bañador y se dirigió a uno de los servicios. Salió con el bañador puesto. Yo también me lo había puesto entre tanto. No le dije nada.

En el complejo deportivo donde estaba la piscina hay un solarium donde suelen ir hombres que toman el sol desnudos, tumbados sobre una toalla sobre el césped. Lo conocía de haber ido otras veces. Después de darnos un buen baño y de estar un rato charlando, tumbados en la hierba, le dije: ¿Quieres que vayamos a tomar el sol? Hay un solarium ahí. Era parte del deseo que tenía de, por lo menos, ver la desnudez de su cuerpo joven.

Ni por esas. Óscar seguía siendo el alumno tímido y recatado de siempre. Me dijo que prefería seguir tumbado a mi lado, sobre la hierba, charlando. Nos quedamos. Hubiera dado el mundo por bajarle el bañador, o por meter la mano y acariciar esos muslos tan bonitos. Estaba boca abajo y sólo podía ver la esfera perfecta de su culo, redondo y macizo, pegado a la tela húmeda del bañador.

Me interesé por su vida. Me dijo que no tenía novia, que no tenía prisa. De nuevo volví a pensar si sería gay, pero no daba la menor señal. Incluso cuando salimos de la piscina volvió a entrar de nuevo en una cabina para vestirse. Probé mi última carta invitándole al cine, a la primera sesión de la tarde, con muy poca gente en la sala. Nos sentamos juntos. Era una película de acción y de vez en cuando, hacía un pequeño gesto de cogerle la mano o darle una palmadita en la pierna, pero no correspondió a ninguno de mis gestos. Simplemente me sonreía.

Nos despedimos y me quedé triste a pesar de que me decía una y otra vez, que yo era un tío estupendo, que era el mejor profesor que había tenido en el colegio. Y que nos veríamos alguna otra vez. Segunda oportunidad perdida. Pensé que nunca más tendría ocasión de hacer algo con Oscar

Pero a la tercera va la vencida. Oscar tenía mi dirección y mi teléfono. Y una madrugada, a eso de las 4, sentí el timbre de mi puerta. Salté de la cama con el boxer con que dormía y observé por la mirilla. Allí estaba Oscar, con un aspecto realmente miserable. Hacía dos meses desde nuestro encuentro en la piscina. Abrí la puerta y me miró con unos ojos vidriosos de borracho.

  • ¡¡Luis!! – me dijo con ojos tristes. No supo decir más. Se me echó al cuello llorando. Entramos y cerré la puerta. Apestaba a alcohol. Dios sabe lo que se había metido en el cuerpo.

  • No puedo ir así a casa, perdona que te haya molestado. Si no te importa...

No me podía imaginar encontrarme así a Oscar, borracho, pegado a mí, suplicante. Le acompañé al cuarto de baño pues casi no podía tenerse en pie. Se agarraba a mí para no caer.

  • Perdóname, Luis, repetía. Nunca me había pasado algo así. No quiero que mis papás se enteren de esto.

Ya en el baño, me puse detrás de él y, apoyándolo contra mí para que no cayera, le desabotoné la camisa y se la quité. La mezcla de sudor y alcohol era insoportable.

  • Tendrás que darte una buena ducha. Estás hecho un asco, le dije

  • No tengo fuerza, - me respondió con una voz quejumbrosa.

  • Te ayudaré yo. Necesitas lavarte bien.

Le puse las manos apoyadas en el lavabo para sostenerse y, desde detrás, le aflojé el cinturón, le bajé la cremallera y sus vaqueros descendieron a sus pies. Levantó sus pies y se los saqué. Debajo llevaba un slip blanco con rayas azules. Por detrás le marcaba perfectamente el culo y, a través del espejo que teníamos delante, veía también la silueta provocadora de su polla. Le bajé el slip, que se le pegaba al cuerpo sudado. Su polla, medio tiesa, se balanceó por unos instantes. Tiré en un rincón la ropa sucia, maloliente. Abrí la ducha y gradué el agua a una temperatura tibia, agradable.

  • Animo, Oscar, verás cómo se te pasa.

  • No puedo mantener el equilibrio, ayúdame.

Me quité el reloj y entré con él bajo el chorro. Se agarraba a mí como podía, del brazo, de los hombros, de la cintura.

No me lo podía creer. Sin embargo no era un sueño. Entre mis brazos estaba Oscar, suplicándome que le ayudara. Tomé una esponja y la llené de gel. Le dije que pusiera sus manos contra la pared y abriera las piernas. Obedecía como un niño dócil. Le llené la espalda de espuma y froté fuerte para reavivar la circulación. Bajé sin ningún pudor hasta su culo, como si fuera un niño pequeño, y se lo froté con ganas, sobre todo por la raja, hasta el mismo agujerito, y luego por entre las piernas. Sentí su escroto colgando.

El perfume del jabón iba cambiando el ambiente. Mi boxer estaba ya empapado. Me pegué a él, tal como estaba, para lavarlo bien por delante. De sus axilas salían unos pocos pelitos muy negros. Toqué su pecho con la esponja y sentí el perfil duro de sus tetillas. Se las masajeé un ratito. Y luego bajé por el vientre hasta que me encontré con ese bosque encantado que tantas veces había imaginado en mis sueños.

Se dio la vuelta y colocó sus manos en mis hombros, como queriendo facilitarme el trabajo.

  • Mejor con la mano, le dije.

Me la llené de gel y empecé a rascar esa espesura negra, dura y rizada de su vello. Le lavé la polla a fondo, tirando la piel hacia atrás para descubrir totalmente su capullo y asegurarme de que quedaba bien limpio. Era una polla lisa, suave, con venas muy poco visibles. Al sentir mis dedos se fue poniendo dura poco a poco. Llegó a la excitación total cuando empecé a lavarle los huevos.

  • Le miré y noté una pequeña sonrisa en sus labios: Lo haces muy bien – me dijo.

  • No tienes edad de que te haga esto, pero estás hecho una mierda – le contesté como disimulando mi emoción de tenerle entre mis manos.

  • He bebido demasiado, -me dijo. Sabía que tú me ayudarías...

Oscar se dejó caer sobre mí y pegó su mejilla a la mía. Empezó a chuparme la oreja. Sentí toda la dureza de su polla erecta apretarse contra mi vientre. Allí los dos, íntimamente abrazados bajo al chorrito de agua tibia de la ducha, me parecía soñar. Le abracé por la cintura y le acaricié suavemente la espalda. Su mano jugaba con mi pelo mientras me besaba el cuello. Yo fui bajando por la cintura y llegué hasta la masa firme y excitante de su culo. Su piel estaba erizada por la excitación que a los dos nos embargaba. Acaricié sus pelitos, metí mis dedos por la raja de su culo, jugando con los pelitos que allí crecían. Cuando llegué a tocar su agujero, sentí que se estremecía de placer. En el momento en que le metí un dedo por el culo, él acercó sus labios a los míos y nos fundimos en un profundo beso. Un beso larguísimo al ritmo tranquilo del movimiento suave de nuestros cuerpos abrazados que acentuaba el frotamiento de nuestras pollas, aunque yo llevaba todavía el short puesto.

Cerré el grifo de la ducha. No sé si Óscar estaba plenamente consciente de lo que hacía o estaba todavía bajo el efecto de la fuerte borrachera. Sólo sentí que se había abandonado plenamente a mí. Tomé una gran toalla de baño y empecé a secarlo: el pelo, la cara, el pecho, la espalda y, con mucho cariño, su polla y su culo. Lo dejé sentado en el borde de la bañera y yo me quité el short y también me sequé. Luego, sin ponerme nada, los dos desnudos, le tomé en mis brazos y lo llevé hasta mi cuarto y lo deposité en la cama.

La habitación estaba tenuemente iluminada por la luz indirecta de la luz de la mesilla de noche, la que había dejado encendida cuando fui a abrirle la puerta. Había pasado un rato desde entonces y aún me parecía soñar. Allí, tumbado, acurrucado como un niño pequeño estaba Óscar, mi amado y deseado Oscar, desnudito, ofreciendo a mi mirada todos los secretos de su cuerpo joven.

Me acosté junto a él y empecé a pasar mis dedos por su cuerpo. Eran esas caricias suaves que tanto me encantan, apenas con la puntita de los dedos, unas caricias que dan la sensación de una pluma ligera y ponen la piel erizada de placer. No tardó mucho en darse la vuelta y ponerse vuelto hacia mí, con los ojos cerrados. Se acercó más, medio dormido como estaba, y puso una pierna sobre las mías de manera que su polla se recostó suavemente sobre mi vientre. Su cara quedó junto a la mía. Sentía los latidos de su corazón batiendo sobre mi pecho. No pensé ni en buscar una sábana para cubrirnos. Tampoco era necesario en aquella noche de verano.

No sé lo que podría pasar cuando a Óscar se le pasaran los efectos de la borrachera. Eso no me importaba ahora. Lo que de verdad me hacía feliz era sentirle junto a mí, buscando cariño y protección contra mi cuerpo, como un niño pequeño que se abandona en los brazos de su hermano mayor, sin pudor, sin vergüenza ninguna. Besé tiernamente sus mejillas y seguí acariciándolo. Sus piernas separadas me facilitaban llegar hasta el agujerito de su culo. Se lo toqué, le di pequeños masajes y poco a poco, dejé que mi dedo se introdujera suavemente en su interioridad...

Cuando los primeros rayos de sol me despertaron, vi que no era un sueño. Nos habíamos quedado dormidos como dos enamorados. Oscar se había dado la vuelta y dormía boca arriba. Me quedé un rato admirando su pecho lampiño con unas sensuales tetillas marrones, su matita de pelo negro rizado, concentrada en torno a su polla que, sin llegar a estar excitada, estaba brillante, hermosa, luciendo un capullo que descansaba sobre sus huevos... Noté cómo mi polla se iba excitando gradualmente....

No quise despertarle. Me levanté de la cama despacito para que no lo notara y me até una toalla a la cintura. Recogí la ropa de Óscar que había quedado en un rincón del baño y la metí en la lavadora. La puse en funcionamiento. Como tiene centrifugadora y hacía un buen día de sol, estaría enseguida limpia.

Miré mi cuarto y, sobre la cama, boca arriba y con las piernas separadas, dormía plácidamente Oscar. Una mano descansaba sobre las sábanas. Con 4 dedos de la otra se sujetaba los huevos mientras que el dedo gordo se apoyaba sobre la polla, haciendo que su hermoso capullo, húmedo y rosado, apareciera en toda su perfección.

Pensé en darle una sorpresa para cuando se despertara. Entré al cuarto de baño, tomé la máquina eléctrica de afeitar y me rasuré completamente el vello de mi pubis y el que recubría mis huevos. La verdad es que tengo poco vello, y me gusta cortármelo de vez en cuando. Ésta sería una buena ocasión. Me froté bien todo con una crema perfumada y volví a la cama, desnudo de nuevo. Las cortinas estaban corridas y apenas dejaban pasar una tenue luz solar.

De la mesilla tomé un caramelo de menta y volví a mirar a Óscar. Imaginé qué habría en su imaginación, en sus sueños. Me gustaría que, en ese momento, con sus ojos cerrados, empezara a hablar y me dijera:

Sí, Luis, por desgracia tuve que emborracharme para lograr estar contigo; no estoy seguro si los dedos que sentí dentro de mí habían sido los tuyos. Desde mis días del internado, no habían sido pocas las veces en las que te había imaginado entre mis piernas mientras mis dedos hacían de pobre sustituto a tu polla. Luis, me has enamorado.

No sabía cómo eras desnudo, pero quería que me hicieras el amor. Pero ¿cómo iba a fijarse Luis en un chiquillo inmaduro como yo? Ahora veo que la diferencia de edades entre nosotros no era muy grande, pero entonces Luis me parecía un hombre maduro que debía tener toda la experiencia del mundo y seguramente tenía varias novias.

¿Qué ibas a querer de un jovencito inexperto como yo?. Yo creía que me engañaba a mi mismo, cuando sentía que me quería besar, las veces que se sentaba en mi cama. Esos labios sensuales me volvían loco. Los quería sentir sobre los míos. También necesitaba urgentemente que me recorriera cada rincón del cuerpo. Y yo, tan tonto lo escondía... Ciertamente lo que mas ansiaba en el mundo era que Luis se acostara conmigo y que me follara por horas hasta que su cuerpo se estremeciera en un climax que me llenara de su esencia.

Pero Oscar seguía durmiendo. Todo eso era mi imaginación, lo que yo ansiaba oír...

Quería esperar que se despertara pero no pude aguantar más. Me acerqué a él y puse mis labios sobre el capullo. Le di un beso, y dos y tres. Besitos suaves, como caricias.

Le miré y noté que entreabría sus ojos de niño tímido y travieso.

  • Buenos días, Oscar. ¿Has podido dormir?

Me miró, entre sorprendido y asustado, como queriendo recordar qué hacía en mi casa y por qué estaba allí desnudo en la cama. Con un gesto casi instintivo dobló sus piernas como queriendo esconder su desnudez. Un gesto infantil, más bien aprendido que deseado.

  • Tranquilo, Oscar, estás conmigo. Viniste anoche borracho...

  • ¡Luisssssss! Y prolongó la "s" como un silbido. Ya recuerdo. Gracias, Luis. Estaba muy mal... No sabía dónde ir... Pensé en ti... ¡Perdóname por este atrevimiento!

Y al decir estas últimas palabras se vino hacia mí y apoyó su cabeza sobre mi pecho. Nos quedamos un rato en silencio. Mis dedos jugaron con su pelo negro y rizado y le acaricié suavemente la espalda. Estaba totalmente consciente y se dejaba hacer.

  • Eres muy bueno, Luis. Si voy a casa en esas condiciones, mi padre me mata a palos. Tú me has recibido... Luis, ... te ... quie...ro. TE QUIERO.

Lo repitió dos veces y noté que empezaba a llorar y sus lágrimas humedecían mi pecho.

  • "Tranquilo, Óscar, le dije-. Yo también te quiero mucho. Desde que nos conocimos en el colegio hace un par de años. Eres muy buen chico." Luego, intentando provocarle para ver su reacción añadí despacio: ¡Lástima que seas tan tímido!

Oscar alzó la cabeza y me miró. "Ahora ya no, replicó-. Por lo menos ya no puedo ser tímido contigo. Me has acogido, me has desnudado, me has lavado, me has acostado a tu lado... ¡y ahora estamos aquí los dos desnudos...; Luis, no sabes lo feliz que soy. ¿Quieres que te diga un secreto?"

Volvió a apoyar la cabeza en mi pecho, puso una de sus manos sobre mi muslo y continuó:

  • "Desde que te conocí en el internado soñaba con estar contigo, así, como estamos ahora. Cuando te veía pasear por el dormitorio te miraba de reojo, te desnudaba con mi imaginación, pensaba en lo que habría debajo de tu ropa. Todo eso me excitaba mucho. Tenía que cuidarme para que los otros compañeros no se dieran cuenta de que la polla se me ponía dura ... Cuando apagabas la luz me solía masturbar pensando que estabas tú conmigo en la cama..."

No me atreví a interrumpirle. Sentí que necesitaba desahogarse, descargar todo lo que tenía reprimido. Necesitaba verbalizar todo aquello que hasta ahora sólo había estado en el secreto de su imaginación. Proseguí con mis caricias suaves dándole confianza. También él se fue animando y sus dedos empezaron a recorrer mi muslo bajando despacito hasta el culo y luego caminando poco a poco hacia mi pubis recién afeitado.

  • Cuando estaba en el colegio no sabía si era gay o no. Todavía no lo tengo del todo claro. Nunca me ha tocado ningún chico; no me he atrevido aunque a veces lo he deseado. Créeme, Luis, un día pensé que si alguna vez tenía una relación con alguien de mi sexo, sería contigo. Sabía que tú tenías novia y eso me hacía sentir muchos celos. Me imaginaba a ella contigo acariciándote y disfrutando de tus besos y caricias. Me imaginaba que la penetrabas y me dolía de envidia...

Al oírle, sentía que la emoción subía en mi pecho. Acerqué mis labios a su mejilla y le besé. Él se volvió un poco más y nuestros labios se encontraron. Avancé mi lengua y él los separó y entré en su boca. Nuestras lenguas jugaron. Le pasé de boca a boca el caramelo de menta. Él lo chupaba un poco y me lo devolvía. Eran ¡besos de caramelo!

Coloqué mi mano sobre la suya y le ayudé a dar el paso que todavía no se atrevía a dar: la guié hasta mi polla, que se estaba poniendo dura. Al sentir el calor de la mano de Oscar, mi polla terminó de empalmarse. Le dije:

  • Oscar, secreto por secreto. No tengo novia. Soy gay. Me encantan sobre todo los jóvenes, como yo o con algún año menos. A fin de cuentas, tampoco tenemos tanta diferencia. Desde que te vi sentí yo también una atracción muy fuerte. He soñado mucho contigo. He ansiado verte, tocarte... ¡Cómo hemos podido estar tanto tiempo sin decirnos la verdad!

La mano de Óscar paseaba ya libremente por mi polla, jugaba con mi prepucio incircunciso, acariciaba mis huevos... Nos dimos un nuevo beso. Le dije:

  • Oscar, no entiendo qué pasó aquel día en que fuimos juntos a la piscina; deseaba verte desnudo... y te fuiste a una cabina a cambiarte...

No me dejó terminar. - Perdona, Luis; estaba muy excitado: me horrorizaba pensar que aquella gente que estaba en el vestuario me viera la polla así, toda tiesa. Me escondí... y por el agujero de la puerta de la cabina te estuve observando cuando tú te cambiabas. Te deseaba, Luis, pero quería estar solo contigo, como ahora, sin nadie más.

Enseguida desvió el tema y, tomando mis huevos entre sus dedos largos y finos, me preguntó:

  • Luis, ¿te afeitas siempre todo esto?

  • Bueno, de vez en cuando, me gusta. ¿No lo has hecho tú nunca?

  • No, no se me había ocurrido, pero me gusta. Tienes todo muy suave, además con esa cremita que te has puesto... Me gustaría estar como tú... Además, hoy es nuestro día, hoy quiero ser todo tuyo.

Le dije que teníamos todo el día para nosotros. Pero le sugerí que antes telefoneara a casa para tranquilizar a sus papás. Nos levantamos, le di una camiseta larga que le bajaba hasta taparle el culo, nada más; y mientras llamaba por teléfono, preparé algo para desayunar. Le dije que sacara su ropa de la lavadora y la pusiera a secar en el tendedero de la terraza.

Desayunó con apetito. Estábamos acabando cuando Oscar se volvió hacia mí y me dijo:

  • ¿Me dejas hacer una "guarrada"?

No sabía a qué se refería y no supe qué responder.

-Espera, -me dijo. Se levantó, se acercó a la cocina y tomó un tarro de pasta de chocolate. Vino hacia mí, que seguía sentado, y se arrodilló delante. Me agarró el boxer por la cintura con intención de quitármelo. Le ayudé a hacerlo. Bastaron unos tocamientos suyos y unos besos sobre mi polla para que ésta se pusiera dura. Entonces metió el cuchillo en el tarro y me fue extendiendo la crema de chocolate. Me senté en el borde de la silla y él siguió untando también mis huevos. Mientras lo hacía, me miraba y sonreía como un niño travieso.

  • Es una de mis fantasías, me dijo

Dejó luego todo sobre la mesa y se acercó a mi polla. Primero fue lamiendo alrededor, luego empezó a metérsela en la boca, poco a poco, chupando con placer, disfrutando del sabor achocolatado de mi polla. Chupaba y tragaba como un niño glotón. ¡Qué bien lo hacía! Metió su lengua por debajo del prepucio por si algo de chocolate se había escondido por allí. De ahí pasó a los huevos. Se los fue metiendo uno a uno en su boca, lamiéndolos como caramelos, como queriendo sacarles todo el sabor. Sus chupetones me hacían sentir en el cielo. Tuve miedo de correrme, pero fui capaz de controlarlo. No teníamos prisa. A los pocos minutos, todo mi sexo volvía a estar normal, cubierto tan sólo por una ligera capa de grasa. Los labios de Oscar estaban manchados de chocolate, esos labios calientes y sensuales.

  • Me la vas a pagar, le dije bromeando; - ven aquí. Apoya tus brazos en la mesa y abre las piernas. Obedeció como un niño sumiso. Al inclinarse, él mismo se subió la camiseta dejando al descubierto toda la raja de su culo, bien abierta, y su agujerito rodeado de pelitos negros. Tomé con mis dedos un poco de la misma crema de chocolate que él había utilizado y se la fui pasando por toda la raja del culo. Luego me concentré en su agujero y le fui masajeando con el chocolate alrededor.

  • ¡Ah, Luis, qué gustito me da! ¡Me gusta mucho! Sigue, sigue, sigueeeee!

Me animé con sus gemidos y le metí un dedo. Se deslizó fácilmente y empecé a moverlo dentro.

  • ¡Eres divino! ¡Cómo me gusta! ¿Me la vas a meter?

  • Todavía no, le respondí.- Espera.

Tomé un plátano del frutero, lo pelé, y delante de él, para que lo viera, empecé a chuparlo sensualmente. Oscar se relamió los labios haciendo desaparecer los restos de chocolate que aún tenía.

  • Lo que te voy a dar es un aperitivo, le dije.

Le acerqué una punta del plátano ensalivado a su agujero y apreté un poquito. Sentí que su culo se dilataba por segundos con las ligeras presiones que le hacía con el plátano. Oscar, con sus dos manos, se separó bien las nalgas y sacó bien el culo, para facilitar la entrada del plátano. No le metí más que un poquito, pero en ese movimiento de entrar y sacar, le oía gemir de placer. Sus piernas tenían un pequeño temblor que reflejaban su emoción. Noté que también su polla se iba calentando: ya no estaba flácida sino que se iba poniendo dura y tiesa

  • Es la primera vez que alguien me mete algo por el culo. Me encanta. Y sobre todo me gusta que seas tú quien estrenes mi culo.

Después de un ratito de este juego, le propuse ir al baño para lavarnos bien y quitarnos los restos de la grasa del chocolate y del plátano. Oscar enseguida me dijo:

  • ¿Por qué no aprovechas y me afeitas todo como tú?

Ejecuté con sumo gusto sus deseos. Pero le dije que prefería dejarle una matita de pelo negro encima de su polla. Eso sí, bien recortadita, como un pequeño seto. El resto se lo afeité totalmente utilizando espuma de afeitar y una maquinilla desechable. La piel que recubría sus huevos quedó lisa. Sus ingles y la base de su polla quedaron también totalmente afeitadas, sin un solo pelito. Le gustaba sentir mis manos sobre sus genitales cada vez que tenía que tocarle para ir haciendo mi trabajo. También le afeité el culo, con todos los pelitos que tenía en la raja y en torno al agujerito.

Cuando hicimos caer el agua calentita sobre nuestros cuerpos, pude admirar el buen trabajo: Oscar estaba bien depilado, con su hermosa polla limpia, su matita de pelo cuadrada, bien delimitada, con sus huevos colgando como los de un niño púber y un culo abierto como una flor dispuesta a ser fecundada. Una vez secos, nos untamos bien con esa crema corporal perfumada que tanto me gusta. Yo se la extendía a él, y él a mí.

Desnudos, salimos del baño y nos dirigimos hacia mi dormitorio...