Orgulloso de mi madre (8)

Mi madre nos deja con la boca abierta mostrándose mucho más lanzada de lo que yo hubiera pensado.

ORGULLOSO DE MI MADRE (Cap. 08)

Mi madre nos deja con la boca abierta.

A aquella cita en la discoteca con los amigos de mi madre no había podido acudir mi tía así que acudió sola mi madre acompañándola yo. Tras un rato divirtiéndonos todos en la sala de fiestas, volvimos a aceptar la invitación de aquellos dos hombres para ir a tomar algo a su piso alquilado.

Salimos de la discoteca y nos encaminamos al piso alquilado de los dos hombres. Cuando llegamos nos acomodamos en el salón y Alfredo le dijo a mi madre en tono pícaro:

-Bueno, Matilde, ya sabes, ponte cómoda… quiero decir, que con menos ropa igual estás mejor.

-Menudos cabronazos sois los tres. –Replicó ella con humor- ¿Qué clase de insinuación es esa de que con menos ropa estoy mejor? Vosotros lo que queréis verme otra vez las tetas ¿eh?

-Bueno, mamá, todo lo que enseñes seguro que es muy bien apreciado por todos nosotros, que somos tus incondicionales admiradores. -Intervine yo animándola.– Venga, ¿por qué no te exhibes un poquito para nosotros?

-No hace falta que te desnudes, mujer. –Dijo Alberto-. Sólo enséñanos un poquito las piernas esas tan bonitas que tienes… el sujetador… yo que sé… lo que quieras tú mientras charlamos.

-Menudos sinvergüenzas –dijo ella riendo pero sin hacer ascos a nuestra propuesta.

-Venga –dijo Alfredo-, nosotros nos sentamos en el sofá y tú ahí delante nos haces un espectáculo, ¿eh, maciza?

Los tres hombres nos sentamos y empezamos a animarla a que enseñara algo de su bonito cuerpo.

-No sé, ¿qué hago? – decía ella tímidamente y como no sabiendo cómo empezar.

-Puedes empezar enseñándonos hasta donde te llegan las medias, macizorra. –Le dije yo.

Entonces ella se dio la vuelta y quedando de espaldas a nosotros empezó a subirse la falda poco a poco y con mucho mejor estilo del que yo hubiera esperado. Movía las caderas rítmicamente mientras iba deslizándose la falda para arriba y mostrando sus bonitas piernas y sus estupendos y rollizos muslazos realzados por los zapatos de tacón da aguja.

-Así, así. Lo haces de miedo, tía buena. –Decía Alfredo excitándose por momentos.

Cuando la falda sobrepasó los límites de las medias y quedó a la vista la porción de muslo que quedaba por encima de éstas, los hombres prorrumpimos en alaridos: "Tía buena, maciza, eso son dos muslos, vaya piernazas, etc." Esas y otras similares fueron las expresiones oídas.

Mi madre, que se estaba divirtiendo de lo lindo, volvió la cara hacia nosotros y sonrió con picardía.

-Sigue, sigue, golfa –le dijo Alberto.

Ella, riendo, siguió levantándose la falda y empezó a mostrar la parte inferior de su generoso culazo, ya que la braga tanga lo permitía perfectamente. La visión de las piernazas de mi madre en todo su esplendor, cubiertas por aquellas medias tan sexys y con los zapatos de tacón que llevaba, era suficiente para correrse, pero ahora verle la parte baja de sus generosas nalgas creo que fue el punto de inflexión que nos llevó a los tres espectadores a un punto álgido de excitación.

En un momento dado, y mientras mi madre se hacía de rogar subiendo casi centímetro a centímetro su falda, Alberto se levantó y desabrochándose los pantalones dejó que estos cayeran hasta el suelo mostrando su erecto cipote y volviendo a sentarse para acariciárselo mientras continuaba la exhibición de mi madre.

-Vamos a disfrutar en condiciones con la exhibición de esta jamona. –Dijo por toda explicación.

Entonces Alfredo y yo hicimos lo mismo y allí nos quedamos los tres sentados, con los pantalones en los tobillos y las pollas como mástiles viendo el muslamen de mi madre, que seguía subiéndose la falda parsimoniosamente y sin haberse percatado de nuestra operación.

A los pocos instantes mi madre ya había descubierto por entero su fabuloso culazo y tenía la falda remangada por completo en la cintura mientras oscilaba sus caderas con un movimiento cadencioso digno de una estriper y que yo nunca hubiera imaginado en mi madre. La braga tanga dejaba ver sus preciosas, amplias y blancas nalgas y creo que los tres hombres estábamos a punto de eyacular con esa visión.

-Vaya culazo más bueno que tienes, zorrona. –Le decía Alfredo mientras se acariciaba su humedísimo cipote.

-Muy bien, Matilde, así se hace, cachondona –la animaba Alberto.– A ver, inclínate un poquito para delante, pon en pompa el traserazo y que veamos en condiciones ese fabuloso culazo que tienes, maciza.

Mi madre obedeció las indicaciones de Alberto y lo hizo con un estilo y una sensualidad que de nuevo me sorprendió. Se inclinó hacia delante poco a poco dejando sus piernas bien rectas de modo que se apreciaba en todo su esplendor sus bonitas pantorrillas, sus gruesos pero bien torneados muslos y su precioso y gordo culazo. Nos dejó admirar así su cuerpo unos instantes y luego dijo con una voz no exenta de picardía:

-¿Así está bien, chicos?

-Así está inmejorable, Matilde –le respondió Alfredo haciendo que ella riera complacida.

-Venga, mamá. Ahora quítate la chaqueta, que si no vas a tener mucho calor por arriba.

Ella volvió a reir tras incorporarse y sin darse la vuelta empezó a desabrocharse la chaqueta dejandola deslizar por los hombros y mostrando los negros tirantes de su sujetador.

Yo estaba sorprendido de lo bien que mi madre estaba realizando aquella exhibición. Se notaba que estaba disfrutando ella también y podría decirse, salvando las distancias, que casi parecía una profesional. Sin duda mi madre tenía madera de exhibicionista y le gustaba mostrarse y mostrar sus encantos ante los hombres. Yo diría que ella lo estaba disfrutando casi tanto como nosotros.

Cuando acabó de quitarse la chaqueta los tres hombres estábamos al borde de la eyaculación.

Fue entonces cuando mi madre sonriendo se dio la vuelta para encontrarnos a nosotros tres con la polla en ristre. Al primer golpe de vista se sorprendió un poco pero enseguida empezó a sonreir con picardía y dijo:

-Vaya, no soy yo la única que enseña cosas ¿eh?

-No querrías que nos fuéramos a correr en los pantalones… -dijo Alberto.

-Es que, guapa, estás para soltar un litro de leche solo con verte, maciza. –Terció Alfredo.

-Anda, que decís unas cosas… -Decía mi madre sin duda divertida.

-Venga, Matilde, continúa, -la instó Alberto.– No nos vayas a dejar ahora así, quítate ese sujetador tan bonito y déjanos ver las tetas tan preciosas que tienes.

-¿De verdad queréis verme las tetas? –preguntó ella con coquetería.

-Bueno, querríamos comértelas pero nos conformaremos con vértelas… de momento, ¿eh? -dijo Alfredo.

Mi madre entonces, sin hacerse más de rogar, se desabrochó el sujetador y dejó al aire sus preciosas tetas. Como las tiene ya más bien colgonas ella misma se las agarró con las manos para levantarlas haciendo como que nos las ofrecía. Se movió insinuantemente haciéndonos delirar y Alberto, sin dejar de tocarse la polla, le dijo:

-Ven acá y déjanos tocártelas un poco, maciza.

De nuevo sin hacerse de rogar en absoluto, y con una evidente sonrisa de complacencia, mi madre se acercó al sofá y se inclinó hacia nosotros en una clara invitación a que le tocáramos las tetas. Yo estaba en el medio de los tres y mi madre, para quedar a la misma distancia de los otros, se puso de hecho frente a mí mientras me sonreía de una forma que yo nunca hubiera imaginado en mi madre. Enseguida los tres pusimos nuestras manos sobre los bonitos y colgones pechos de mi madre. Yo le toqué ambas tetas sopesando su tamaño mientras Alberto le apretaba los pezones y Alfredo amasaba, aunque con delicadeza, cuanto quedaba a su alcance de las tetas de mi madre.

-Hala, nada menos que seis manos tocándome las tetas… -dijo ella-. Esto si que no me había pasado nunca ni nunca hubiera imaginado que llegara a pasarme. Desde luego… qué estaréis pensando de mí… que soy una fresca y una golfa, ¿verdad?

-Yo lo que estoy pensando es que espero que lo seas todavía mucho más, mamá. -Le contesté yo recibiendo por su parte una encantadora sonrisa mientras sus pechos eran sobados con fruición por los tres.

-Venga, que siga la exhibición –terció Alfredo.– Sigue, Matilde, guapa. Déjanos ver más de tu bonito cuerpo.

-Eso, mamá. Sigue, sigue, que queremos ver más.

-Venga, maciza, ahora queremos ver cómo se deslizan esas bragas hacia abajo. –Le dijo entonces Alberto.

-¡Uy, uy, uy…! –Decía ella sonriendo y sin mostrar el más mínimo disgusto ante aquella petición.

-Adelante, Matilde –la animó también Alfredo mientras continuaba sobándose la polla.- Ahora te toca enseñar el coño, que lo debes tener precioso y ya es hora de que te lo veamos.

-¿No será demasiado? –preguntó ella con sorna pero sin duda estaba decidida a que la cosa fuera a más porque de hecho se estaba soltando ya la falda que permanecía remangada en su cintura. Cuando la dejó caer al suelo mi madre ya sólo estaba cubierta por las medias y aquellas brevísimas bragas. No estaba con el coño al aire pero el tanga era tan breve que buena parte de su espesa pelambrera se escapaba tanto por arriba como por los lados de la prenda dándole un aspecto de lo más excitante y morboso.

-Venga, mamá. No seas mojigata y enséñanos sin pudor tus encantos, que estamos entre amigos. De aquí no va a salir nada que hagas. –La animé yo viendo su excelente disposición.

Mis palabras parecieron animarla más si cabe ya que se separó de nosotros regresando a su "área de exhibición" y dándonos de nuevo la espalda empezó a deslizar sus braguitas tanga hacia abajo. Cuando las hubo dejado por debajo del culo Alfredo, llevado de la excitación, le dijo con voz ronca y sin poder controlar su vocabulario y sus soeces expresiones:

-Abrete el culo, guarra, que queremos ver ese ojete de zorra.

Ella volvió la cabeza y le miró sonriendo y él inmediatamente, y poniéndose colorado, le dijo:

-Matilde, perdona, no quería decirte esas cosas… es que

Entonces ella se subió de nuevo las bragas, se acercó a él sonriendo y con un andar sensual y dándole un beso en los labios le dijo:

-Cariño, no me molesta que medigas eso, al contrario. Me gusta que os esté pareciendo una zorrona, aunque ya sabéis que esto no tiene que salir de aquí. Si es entre nosotros me encantará ser una zorra, una guarra y todo lo que has dicho. Y os enseñaré el culo y lo que queráis. –Y para acabar su explicación mi madre le pasó con suavidad dos dedos por el humedísimo glande a Alfredo de manera que casi hace que el hombre se corriera sin remisión.

Mi madre, a pesar de la evolución de las últimas semanas, estaba desconocida incluso para mí. Estaba desatada y se veía que estaba tremendamente excitada y caliente. Tras decir aquellas palabras y acariciarle brevemente la polla a Alfredo, le volvió a dar un beso a éste que aunque breve fue claramente un beso con lengua.

-¡Eh! – protestó en broma Alberto. – Pues si cada vez que te piropeamos en plan cerdo nos tocas la polla y nos das un beso yo

-Venga, venga. Deja que Matilde siga con lo que estaba haciendo, que lo hace muy bien. ¡Uffff! Chicos, casi me corro… -apostilló simpáticamente Alfredo.

Mi madre volvió a ponerse donde antes, unos tres metros enfrente de nosotros, y se volvió a dar la vuelta y a bajarse las bragas. La visión de su redondo, blaquísimo y enorme culazo era estupenda, gloriosa.

Una vez con las bragas en el suelo, obedeciendo las indicaciones de Alfredo se inclinó hacia delante y con las manos a ambos lados de sus nalgas se separó aquellas inmensas esferas de carne que componían su bonito culo para que viéramos su ojete.

-Precioso, mamá. Eso es un culo. Que lo vean bien estos amigos. –Dije yo también completamente excitado contemplando el atrayente agujero marrón de mi madre, exhibido de forma tan obscena en aquella postura.

-Ahora el chocho, el chocho, zorra –decía Alberto fuera de sí y pajeándose ya frenéticamente.

Mi madre se dio la vuelta, se deshizo por completo de las bragas, que ya tenía en los tobillos, lanzándolas hacia nosotros con estilo y con un movimiento de pierna a modo de patada, y se quedó delante de nosotros sonriendo con malicia y vistiendo únicamente las medias y los zapatos. Sus tetas colgonas eran un espectáculo, al igual que sus rellenos muslos, su incipiente y suave tripita, la rotundidad de sus caderas y, sobre todo el punto de atención que concitó nuestras miradas: la espesa mata de pelo que le cubría el coño. Movió un poco las caderas mostrando sin rubor alguno su pelambrera y sonrió con malicia mientras no preguntaba:

-¿De verdad queríais verme el chochito, chicos?

-Claro que queremos, pero queremos vértelo más, queremos verte bien esa almejaza que tienes, maciza. –Le decía Alberto al borde del paroxismo.

-Eso, eso, ábrete el coño, puta. Enséñanos ese chochazo de calentorra que tienes. –le dije entonces yo también completamente excitado y atreviéndome y hasta encontrando placer en llamarle puta a mi madre mientras me acariciaba también mi humedísimo glande contemplándola desnuda allí frente a nosotros. Ella entonces, riendo satisfecha al vernos tan salidos, se acercó los dedos a su peludo chocho y tras deambular por su pelambrera buscando su rajita, se separó ambos labios para que viéramos con total nitidez su rosada rajaza.

En ese momento Alberto estalló en una potente eyaculación e instantes después lo hacía yo seguido tan solo unos segundos más tarde por Alfredo. Fue una corrida casi simultánea y realmente bestial por parte de los tres. Tras unos instantes en los que los tres hombres nos quedamos reponiéndonos de la tensión acumulada y liberada a través de la eyaculación, mi madre se acercó a nosotros y preguntó con malicia:

-¿Os ha gustado ver con el chichi al aire a vuestra putita madura, chicos?

-Bueno, juzga tú misma por el resultado –le contestó Alberto resoplando aún tras su reciente corrida.

-Ha sido estupendo verte desnuda, Matilde. –Le dijo Alfredo.– Eres la tía más excitante que he visto en mi vida.

-Sí, hombre –contestó ella halagada.– Con más de 54 años voy a ser lo mejor que has visto

-Ya te digo yo que sí. He disfrutado más simplemente viéndote a tí desnuda que haciendo muchas más cosas con otras mujeres, te lo aseguro.

-Bueno, yo también me lo he pasado bien y además también me ha gustado veros a vosotros eso. Es muy halagador para una mujer ver a un hombre soltar su lechecita por ella, y si ya son tres pues qué os voy a decir, chicos. Es fabuloso y más para mí, que no creáis que había visto juntas antes nada menos que tres hemosas pollas bien endurecidas por mi culpa, ja, ja, ja.

Los tres nos levantamos y nos acercamos a mi madre. Alberto y Alfredo no perdieron el tiempo y con suavidad le tocaban las tetas o el culo mientras hablábamos. Los dos le dieron unos besos en la boca a los que mi madre respondió participando con su lengua en la caricia. Así mismo pude observar que ellos le pasaron las pollas, recién eyaculadas y todavía pringosas, por las nalgas o la tripa, según hablabámos con ella y la elogiábamos y piropeábamos los tres. Mi madre no hizo ninguna intención de apartarse al notar las húmedas pollas de los hombres restregarse suavemente por su culo o tripa.

-Ha sido la primera gran gozada contigo, Matilde. Nos la hemos cascado nosotros mismos pero ha sido estupendo, maravilloso –decía Alberto.

-Ahora vamos a hacer que tú también te lo pases bien, calentorra. –Dijo Alfredo mientras le metía suavemente un dedo en el chocho.- ¡Uy, qué humedito! Verás como te lo vas a pasar tú ahora con nosotros

-Hoy ya es muy tarde, chicos. –Dijo entonces mi madre-. Ha estado muy bien y me lo he pasado estupendamente pero ya tenemos que irnos.

-Venga, Matilde. Déjanos darte gustito, mujer; unas caricias y unas lamiditas en el conejo y ya está, que tú también tienes que tener tu racioncita de placer.

  • ¡Uy! Qué cosas dice este, qué cochinada ¿no? –dijo ella riendo.

-Ya verás qué rico te lo hacemos, maciza.

-No, no, que nosotros ya nos vamos. –Repuso mi madre, y el tono de su voz indicaba que no es que se estuviera haciendo de rogar sino que realmente quería que aquello acabara allí.

-Es que nos sabe mal que tú te marches sin disfrutar. –Insistió aún Alberto.

-Bueno, no os preocupéis, que he disfrutado y mucho, os lo puedo asegurar. Es que se nos hace tarde y...

-Bueno, bueno, como tú quieras… -dijo resignado Alfredo probablemente recordando mis consejos de dejar que fueran mi madre y mi tía las que marcaran el ritmo de todo lo que fuera sucediendo con ellas.

Los dos hombres comprendieron que era mejor no insistir más y mi madre y yo ya nos vestimos para irnos. Cuando ya íbamos a salir por la puerta tanto Alfredo como Alberto le dieron de nuevo sendos morreos a mi madre en los que ella participó activamente incluso dejando por momentos a la vista su lengua siendo chupada o en contacto con las lenguas de los dos hombres.

-Bueno, Matilde, guapa. ¿Qué te parece si el viernes que viene quedamos aquí en lugar de en la discoteca? Se lo dices a tu cuñada y nos vemos aquí los cinco a la hora que os parezca. –Dijo Alfredo después del intenso morreo con mi madre.

-Bueno… Me parece bien. Podemos estar aquí a las cuatro y media… o igual antes ¿no, cariño? –me preguntó a mi.

-Sí, mamá.

-Estupendo.

Luego, mientras Alfredo volvía a morrear con mi madre y a tocarle ostensiblemente el culo, Alberto me dio una nota de papel haciéndome un gesto de silencio y confidencialidad.

De camino hacia casa mi madre me preguntó que qué me había parecido todo lo que había pasado y tal. Yo le dije, la verdad, que me parecía estupendo y que nos lo habíamos pasado muy bien y que era una delicia ver desnuda a una mujer tan maciza y atractiva como ella. Hablamos en ese plan unos minutos y mi madre pudo tener la certeza de que a mi me había parecido estupendo todo lo que había pasado.

-Igual he sido un poco lanzada ¿no? – insistió ella en ese afán suyo por confirmar mi favorable disposición con respecto a todo lo ocurrido.

-Más tenías que haber sido y te lo habrías pasado mejor tú también, que lo que querían hacerte esos dos no te hubiera desagradado, no.

-Anda, anda… ¿qué dijeron? ¿unas lamiditas en el chocho, no? Desde luego…¡qué cosas!

-Pues seguro que no te disgustan, mamá. ¿Te lo han hecho alguna vez?

-¡Hijo, qué cosas tienes! ¿Cómo me van a haber hecho esa guarrada?

-Pues ya es hora de que te lo hagan. Y de guarrada nada, mamá. Ya verás

Los dos reimos divertidos por lo que estábamos hablando y luego mi madre dijo:

-Y tú también te has… bueno… te has corrido viéndome ¿no?

-Pues para no correrme, maciza, con el espectáculo que has formado. Si se me pone dura otra vez solo de pensarlo… con ese culazo y esas tetas tan buenas

-Hijo. ¿de verdad te la pone dura una cincuentona que además es tu madre?

-Ya lo creo, mamá. Más que ninguna otra y precisamente por ser una cincuentona y por ser mi madre. Me encanta que mi madre sea una cachonda y disfruto mucho con ello. Y a las pruebas me remito, que como tú has dicho yo también me he corrido con el numerito que nos has hecho, cachondona.

-¿De verdad no te importa…?

-¿Cómo importarme? Verte desnuda enseñando todos tus encantos ha sido superexcitante. Lo que decían estos: nos hemos tenido que cascar la paja nosotros pero seguro que ha sido la corrida más placentera que hemos tenido, por lo menos yo puedo asegurar que sí.

-¿De verdad, tanto os he gustado?

-Desde luego, mamá. Tienes un cuerpo estupendo. Tus tetas son preciosas y de tu culo ¿qué voy a decir? Tienes un culazo estupendo, y un muslamen que para qué. Y ese chochito peludito que tienes… Si es que está, como dicen esos, para comérselo. Creo que los tres hemos gozado una burrada, por lo menos yo, y sin llegar a hacerte nada que si no...

-¿Entonces de verdad te gusto tanto? Es que me he dado cuenta de que después de que… bueno, eso, de que os corriérais, cuando os habéis levantado y habéis venido hasta donde yo estaba, ellos me han estado tocando y sobre todo pasándome las… sus… beuno, ya sabes, las pollas por el culo, y tú no

-La verdad es que me ha dado un poco de corte, mamá, pero eso no significa que no tuviera ganas de refrotarme en ese culazo tan bueno que tienes.

-¿De verdad también te apetecía pasarme la polla por el culito, hijo?

-¡Claro mamá!

-Pues haberlo hecho, cariño, que a mí también me gusta comprobar que te gusto. Es muy agradable y muy… morboso saber que le gusto a mi hijo de esa manera y que le gusta que enseñe el culo

-Me alegro mucho, mamá. Y pierde cuidado, que a partir de ahora, si se presenta la oportunidad, también te haré cosas como las que te hacen Alberto y Alfredo.

-¿Tú también querrías hacerme algo como lo que han dicho esos, cariño?

-Hombre, pues se me ocurren bastantes cosas que hacer con un cuerpazo como el tuyo, mamá. Así entre nosotros, no nos vamos a engañar, ¿no?

-Claro que no, hijo. Y me alegro de que me hables así. Si te gusta verme desnuda me alegro de que me lo digas. Así no me dará no sé qué si me vuelvo a desnudar delante de tí. Si a tí te gusta que yo me desnude pues me desnudo. Yo lo que a tí te guste lo hago, lo que no te parezca bien pues no. Y si te apetece a ti hacerme algo… pues lo mismo.

-¡Ay, mamá! –Le decía yo sonriendo antes sus inequívocas invitaciones-. Ya lo creo que apetece, mamá, ya lo creo.

-Hijo, cómo eres. ¿No querrías tú también darme… bueno… eso que decían ellos… ya sabes?

-¿Unas lamiditas en el chocho? –dije yo con desparpajo y riendo.– Ya te he dicho antes que lo tienes para comértelo, y no creas que es una idea que me disguste sino todo lo contrario. Se me pone… ya sabes

-Sí, dura ¿no? –dijo mi madre riendo divertida.– Pues quería decirte una cosa sobre eso, cariño. –Mi madre se puso un tanto seria y continuó:- Verás, yo ya soy una mujer mayor y no estoy acostumbrada a estas andanzas, ya sabes, a este desmadre. Nunca antes en toda mi vida me había visto en situaciones así; yo siempre he sido una mujer muy decente, fiel a tu padre y por lo que veo también muy tonta y que no ha disfrutado de las cosas buenas de la vida. Y bueno, a lo que iba, que una cosa es desnudarse y hacer un poco el tonto y otra pasar a cosas mayores

-Pues eso es lo que tienes que hacer sin duda, mamá, que tienes que aprovechar el tiempo. Verás como es más divertido todavía. –La interrumpí yo.

-No, lo que quería decirte es que igual prefiero que antes de bueno, de hacer esas cosas, la primera vez, o sea, que me gustaría hablarlas con alguien de confianza… ya sabes, para que a una vieja como yo, que no tiene demasiada experiencia, no le pillen de sorpresa algunas cosas

-Si lo que quieres es hablar conmigo, mamá, no hace falta decirte que estoy por entero a tu disposición.

-Pues sí, hijo. Verás, contigo y con confianza puedo preguntarte cosas para bueno… ya sabes… para estar al día y no hacer el ridículo llegado el caso. Verás, me refiero a que eso de… bueno, por ejemplo, eso de chuparme ahí, bueno, me ha pillado un poco de sorpresa. Las mujeres de mi edad no hemos hecho nunca cosas así, o por lo menos yo, desde luego, y… bueno, me gustaría hablar contigo, con calma y con total confianza, sobre esas cosas. Vamos, que tú me digas

-Sí, mamá. Creo que te entiendo. Quieres que te ponga al día de lo que estos amigos pueden querer o sugerir ¿no?

-Sí, más o menos. Hombre –dijo ella riendo– algunas cosas ya me las imagino, cariño, que tu madre no es tan corta y sus cositas ya ha hecho, claro. Pero ya sabes, una cosa es enseñar un poco el culo y dejar que te toquen y bueno, ya sabes… y otra pues cosas como esa de dejarse chupar el… chocho, je, je. Vamos, que si se diera el caso, que no tiene por qué darse, no quiero parecer una mojigata que no sabe lo que es que le chupen el chocho. –Y haciendo una pausa mi madre continuó:- Bueno, esto te lo digo a ti, claro.

-Muy bien, mamá. Para empezar yo creo que el caso sí tiene que darse, que una mujer tan atractiva como tú tiene que haber probado todas las cosas que dan gustito, ya me entiendes… Y bueno, pues hasta donde yo pueda te pondré al día de todo lo que sepa. Y ya te adelanto que lo de chupar el chocho es muy interesante y que tú, llegado el caso como tú dices, no tienes que hacer nada más que abrir esos maravillosos muslazos que tienes y disfrutar… ja, ja, ja.

Los dos reimos y ya llegamos al garaje. Cuando hube aparcado el coche le dije a mi madre:

-Oye mamá, lo que me ha dado un poco de envidia ha sido cuando al despedirnos les has dado esos besos tan ricos a los dos y yo, que soy tu hijo

-Es que de tí no me despedía, cariño, pero eso del beso tiene arreglo, hijo. Aquí que no nos ve nadie podemos darnos un beso como ese y como los que tu quieras. Faltaría más. Que eres mi hijo y eso me da un…un morbo que no veas para estas cosas

Y diciendo esto se inclinó sobre mí, allí dentro del coche, protegidos por la oscuridad del garaje, y nos dimos un morreo reglamentario. Nuestras lenguas se chuparon a base de bien y nos lamimos las bocas a conciencia. Fue un beso nétamente sexual y hasta guarro porque yo repetidas veces saqué la lengua de la boca de mi madre para chuparle los labios y su lengua desde fuera de la boca para luego volver a metérsela con furia. Mientras nos besábamos también aproveché para acariciarle el muslo que su falda desnudaba hasta llegar casi a la nalga.

-Hijo, somos unos guarros.

-Claro, mamá. –Afirmé yo desenfadadamente.- Pero bueno, que nos demos un beso tampoco es para tanto y además de esto no se entera nadie y por otro lado tampoco hacemos mal a nadie. Así que si nos apetece darnos un beso ¿por qué no nos vamos a besar? Somos madre e hijo ¿no?

-Sí, -contestó ella con una sonrisa pícara – Pero las madres y los hijos no se besan así, cabronazo. Que me has puesto no se cómo con ese beso

-Eso es porque nosotros nos queremos más, mamá.

-Sí, sí; tú lo que quieres ya lo sé yo: que tu madre sea una fresca.

Los dos reimos y yo continué:

-Yo desde luego te quiero un montón, y cuando te veo el culo y las tetas más todavía, y si te veo disfrutando pues todavía más. Más te quiero y más orgulloso estoy de tí; hoy me has hecho sentirme muy, muy orgulloso cuando te has estado exhibiendo hasta quedarte en pelotas delante de nosotros tres. Y me he sentido orgullosísimo cuando los tres nos hemos corrido precisamente porque mi madre, porque tú, maciza, nos la habías puesto a reventar enseñándonos lo atractiva que eres mostrándonos este culazo, estas tetas y este chocho peludito tan rico que tienes.

-Ja, ja, ja…- reía ella visiblemente complacida por mis palabras.– Yo también te quiero mucho, cariño, y la verdad, también estoy muy orgullosa de haberte hecho correrte al verme desnuda. No quieras imaginar cómo me pone eso de contenta y de… cachonda… Mi hijo ahí con toda la… polla al aire y soltando lechecita por haberle estado viendo el chichi y las tetas a su mamá. ¡Uy, si es que me pongo toda… cachonda sólo de pensarlo, cariño!

Cuando ya salíamos del garaje yo le di una palmada en el culo a mi madre y ella sonrió con picardía al tiempo que me decía:

-Así me gusta, cariño. Que cuando quieras tocarle el culo a tu madre lo hagas, siempre que no nos vea nadie, claro.

Mientras íbamos hacia casa mi madre preguntó:

-¿Y qué te parece que hayamos quedado con Alfredo y Alberto directamente en su piso? Igual he sido muy atrevida, ¿no…?

-Has hecho fenomenal; así que tendremos más tiempo para pasarlo bien, sobre todo si hay oportunidad de volver a apreciar el cuerpazo de una hembra como tú, mamá. Me parece estupendo.

-Igual piensan que somos unas… bueno, unas zorras.

-Bueno, mamá. No empecemos con eso. Lo que tenéis que hacer tanto tú como la tía Rosa es ser de verdad unas buenas zorras, eso sí, sin que se entere nadie que no deba. Seguro que Alberto y Alfredo cuanto más zorras seáis más os van a apreciar.

-Sí, seguro –rió mi madre.- ¿T tú?

-Yo más si cabe, mamá. Ya te he dicho desde la primera vez que fuimos a esa discoteca que me encantaría veros hechas unas buenas golfas y dándole gusto al cuerpo sin preocuparos de más. Te lo repito, cuanto más zorra seas más me gustas y más orgulloso voy a estar de tí.

-Hijo, desde luego cómo eres. Tener un hijo así, que no sólo no le parece mal sino que te anima a que te desmadres… bueno, bueno, qué suerte. Bueno, pues que sepas que yo también quiero que tú te lo pases bien, ¿eh? Todo lo mejor que puedas y con quien quieras, con tu tía o con quien quieras… ¿me entiendes? Pues ya lo sabes.

-Lo tendré en cuenta, mamá.

-Eso. Si quieres que tu madre sea una buena putorra tú tienes que ser un buen cabronazo también. Así nos entenderemos bien los dos.

-Estupendo, mamá. De eso no hay duda.

Continuará