Orgulloso de mi madre (6)

Mi madre, mi tía, sus dos amigos casados y yo mismo nos vamos todos juntos a un “pisito de solteros”.

ORGULLOSO DE MI MADRE (Cap. 06)

Mi madre, mi tía, sus dos amigos casados y yo mismo nos vamos todos juntos a un "pisito de solteros".

En el anterior capítulo, y tras el inequívoco acercamiento que había tenido lugar en la discoteca con Alberto y Alfredo, los recientes amigos de mi madre y mi tía, y tras unas iniciales y casi inocentes exhibiciones por parte de mi madre y mi tía, aceptamos la sugerencia de los dos hombres para irnos a tomar una copa a un pequeño pisito que ellos tenían alquilado cerca de allí.

La invitación de Alberto y Alfredo a tomar una copa en su piso alquilado provocó en tono de borma las típicas expresiones de "menudos pájaros", "para qué utilizareis ese pisito" y cosas por el estilo dichas por mi madre y mi tía. No obstante éstas, también es cierto, animadas por mí, que casi no les dejé otra opción, no opusieron obstáculo alguno a la hora de aceptar la invitación y salimos de la discoteca todos juntos. La invitación de Alberto y Alfredo para tomar una copa de forma más tranquila en su piso abría una nueva dimensión en aquel camino de disfrute en cierta medida clandestino en el que de mi mano se habían embarcado mi madre y mi tía, y yo tenía fundadas esperanzas de que aquel día pudieran dar el paso definitivo para disfrutar del sexo sin tabúes y olvidándose de los sosos de sus maridos, que a todas luces no se ocupaban de ellas como se merecían. Sin embargo yo no quería estropear nada de lo que pudiera llegar a pasar y por eso entonces, cuando ya divisábamos el portal dije que igual era mejor que subieran ellas dos con los dos hombres, que igual estaban mejor en parejas y que yo ya las esperaba en un bar cercano pero tanto mi madre como mi tía se opusieron tajantemente.

-Tú vienes donde vayamos nosotras y si no no vamos –opuso mi madre.– Si estamos aquí es porque tú vienes con nosotras, así que ahora no vayas a dejarnos solas

-¿Cómo vas a dejarnos solas con estos dos pulpos? –agregó mi tía con gracia.– Tú tienes que venir a ver qué es lo que quieren hacernos estos y a cuidar de nosotras...

-Es que yo pensé que igual… como así sois pares

-¿Qué tiene que ver eso de que seamos o no seamos pares? Además, es mucho mejor que vosotros seais tres y nosotras dos, ja, ja, ja… -Añadió mi tía con picardía.

Todos reimos y Alfredo dijo:

-Sí, nosotros también preferimos que vengas. Seguro que es más divertido. Además, tú sabes cómo tratar a estas dos bellezas. Está visto que contigo son más desinhibidas y que sabes motivarlas y convencerlas para que se animen a pasarlo bien

Riendo y haciendo comentarios de inequívoco doble sentido subimos todos al pisito de los dos hombres. Era un pequeño estudio decorado con estilo funcional y con bastante buen gusto. Parecía cálido y acogedor aunque sencillo. Lo primero que hicieron fue enseñárnoslo. Tenía una gran sala a continuación del breve vestíbulo, una habitación con una cama enorme, una pequeña cocina, que seguramente apenas se utilizaba, un baño y un pequeño balcón. Tras la visita a todo el pisito nos instalamos en la sala, que estaba provista de un comodísimo sofá y varios sillones además de contar con una mullida alfombra. Mientras, Alfredo y Alberto se dirigieron a la cocina a por hielo para preparar unas bebidas.

-¿Cómo no ibas a subir tú con nosotras? –preguntó mi madre, que se había sentado en un cómodo butacón cruzando las piernas y mostrando sin el menor recato una buena ración de sus estupendos muslos.– No va a pasar nada porque subamos a verles el piso y a tomar algo pero pase lo que pase tú tienes que estar con nosotras ¿eh? Hay confianza para todo ¿no?

-Vale, mamá, si yo sí que quiero subir y estar con vosotras pero igual

En ese momento Alberto y Alfredo se asomaron a la sala para preguntar qué queríamos tomar señalando que además de las bebidas del mueble-bar tenían refrescos en el frigorífico. Como tanto mi mare y mi tía como yo mismo elegimos unos refrescos, ellos volvieron a la cocina para traerlos. Entonces seguimos hablando mi madre, mi tía y yo.

-Yo si tú no vienes me voy también a casa… -Decía mi madre-. Yo si me he atrevido a hacer algunas cosas es porque estás tú que si no de qué iba yo a enseñar el culo así de alegremente como antes en la discoteca, hombre. Si estás tú y a ti no te parece mal pues bueno, será que no está mal… Pero delante de unos desconocidos yo sola no voy a subirme la falda así como así. Eso que te quede claro.

-O sea, que tengo que estar delante para que enseñéis el culo a gusto ¿no? –Bromeé yo provocando la carcajada de las dos maduras.

-Claro que sí. Si tú no estás lo dejamos bien tapado. Nosotras sólo hacemos cosas así delante de gente de confianza. –Contestó mi madre riendo y siguiendo la broma. Y luego añadió con un tono un poquito más serio-: Estando contigo todo es como una broma y sabemos que la cosa no va a ir más allá de donde nosotras queremos que llegue; eso nos da mucha seguridad y tranquilidad. Nos divertimos todos llegando hasta donde a nosotras nos parezca; ya me entiendes… Que a nosotras nos está pareciendo muy bien todo esto de divertirnos y de sentir que gustamos a los hombres pero tampoco te vayas a pensar que… en fin, ya sabes

-Claro –intervino con su acostumbrada gracia la tía Rosa apoyando los razonamientos de mi madre-. Si estos ahora quisieran vernos el culo aquí yo también quiero que tú estés delante porque estando ellos solos... Así nosotras tenemos en todo momento la sartén por el mango

-Pero no creas que tu tía quiere que estés para que vigiles que no se propasen si enseña el culo sino para que tú, además de vérselo, se lo toques también, que menuda es tu tía –concluyó mi madre haciendo que los tres riéramos.

-De todas formas no va a pasar nada, que ya nos tenemos casi que ir. Una cosa es que bailemos con ellos y bueno, hasta que enseñemos un poco algo en la discoteca para pasar un rato divertido y eso y otra que de buenas a primeras vayamos a... bueno, ya me entendéis. –Apostilló mi tía queriendo dejar claro ante mí que haber aceptado aquella invitación atomar algo en el pisito de aquellos dos hombres no significaba que fueran a acabar en la cama con ellos.

-En este asunto, y ya que hay discreción, tenéis que hacer en todo momento lo que os apetezca hacer; no seais tontas y disfrutad

-¡Ay, hijo, tú lo que quieres es convertirnos en unas frescas! –Dijo mi madre riendo y sin que sus palabras tuvieran el más mínimo tono de reproche.

-Si lo fuérais de verdad mejor os lo pasaríais y más gusto le daríais al cuerpo, que parece que no os apetece… bueno, ya sabéis a lo que me refiero… -Les respondí yo instándolas a que se dejaran llevar por sus deseos sin tapujos.

-Hombre, hijo, hay cosas que claro que apetecen, y sobre todo a nosotras, que ya con nuestros maridos… Pero tampoco es cuestión de convertirnos en unas fulanas a las primeras de cambio.

-Tenéis que dejaros llevar un poco más por vuestros deseos, mamá. Y si os apetece, chicas, lo que teneis que hacer es disfrutar, que de eso ya hemos hablado antes –volví a insistir yo en mis argumentos.

-Bueno, bueno, así ya nos lo pasamos bastante bien –dijo mi madre.– que tampoco hay que pasarse. Y ya sabes que todo lo que hemos hecho es porque tú nos animas, que si no nosotras no hacemos nada.

-Pues nada, ya os iré animando y ya veréis qué bien lo pasáis.

Los tres reímos y en esto ya llegaron los dos hombres con unas coca-colas y unos zumos para las mujeres, tal cómo éstas habían pedido. Se sentaron y comenzamos a hablar desenfadadamente. Alfredo y yo nos sentamos en el sofá uno a cada lado de mi tía. Alberto se sentó al lado de mi madre, prácticamente rozando el muslo que ésta dejaba casi por completo al aire con su cruce de piernas, y en un momento dado dijo:

-Bueno, chicas, aunque vayáis a estar sólo un ratito un nuestra guarida podéis poneros cómodas ¿eh? Venga, Matilde, ¿por qué no te quitas la chaqueta?

-¡Uy! –contestó mi madre riendo divertida– porque se me verían las tetas.

En efecto, bajo la chaqueta del traje que lucía, mi madre no llevaba nada salvo su sujetador transparente. Alfredo entonces dijo:

-Pues razón de más, guapa. Venga, venga, Matilde. Mira tu cuñada como no se anda con remilgos. –Y diciendo esto él mismo agarró el vestido de mi tía por la parte de abajo y lo levantó hasta dejarle al aire los muslos.

-Yo tampoco me ando con remilgos para enseñar las piernas. Buena ración de muslos os estoy enseñando ya, ¿no?. –Replicó mi madre riendo y haciendo referencia a la tremenda porción de muslo que dejaba al aire su falda al estar sentada con las piernas cruzadas y sin la menor preocupación por que la prenda se escondiera casi por completo bajo su culo mostrando uno de sus muslos casi en su integridad.

Todos reimos y Alberto entonces me dijo a mi:

-¿A ti que te parece? ¿Nos conformamos con verle los muslos o debería quitarse tu madre la chaqueta también?

-Yo creo que no hace nada de frío aquí y que estaría bastante más cómoda, sí. Venga, mamá, no te hagas de rogar. Mira a la tía cómo ya se está bajando los tirantes de su vestido.

Obviamente no era así pero en esta ocasión, sorprendiendo un tanto a mi tía quien sin embargo aceptó mi movimiento sonriendo divertida, fui yo quien deslizó uno de los tirantes de su vestido para que se empezara a ver su sujetador y el nacimiento de sus prominentes pechos. Aprovechando la ocasión Alfredo le bajó el otro tirante e hizo que el vestido se deslizase completamente hacia abajo dejando a mi tía tan solo con el sujetador cubriéndole sus generosos pechos. Su sostén era negro, calado y con un poco de atención se apreciaba claramente el contorno de sus areolas y desde luego lo que se notaba claramente eran sus prominentes pezones. Alfredo, desde luego, quería aprovechar al máximo la disposición de las dos mujeres y en especial de mi tía Rosa, pues sin pensarlo más se puso a masajearle un pezón por encima del sujetador haciendo que éste aún aumentara de tamaño.

Mi tía reía complacida y se dejaba hacer mientras Alfredo me hacía indicaciones a mi para que también le metiera mano a mi tía en las tetas. Como ví que la disposición de mi tía no era mala, pues a todas luces estaba disfrutando con los avances de Alfredo, me atreví yo también a poner una mano encima de la otra teta y se la empecé a estrujar suavemente.

-¿Os gusta tocarme las tetas aunque sean las tetas de una vieja de más de 60 años, eh, cabroncetes?

-No sabes tú cuanto, preciosa, y más precisamente por ser una sesentona –le contestó Alfredo a la vez que, animado por la reacción de mi tía, deslizaba una de las copas de su sujetador hacia abajo para dejar toda la gorda mama al aire en su integridad. Sin perder más tiempo Alfredo le empezó a titilar el pezón haciendo las delicias de mi tía. En vista de lo que sucedía yo tampoco perdí el tiempo e hice lo mismo con su otra teta descubriéndosela y empezando a amasársela ya directamente.

La prueba definitiva de que mi tía estaba por la labor de que le sobáramos las tetas a gusto fue que ella misma se soltó el enganche del sujetador a su espalda quitándose la prenda por entero y dejando que sus gordas mamas se desparramaran por encima de su tripa mientras tanto Alfredo como yo se las magreábamos entusiasmados y a conciencia. El aspecto de mi tía no podía ser más lujurioso. Las tetas completamente al aire y dos hombres magreándoselas, su falda levantada hasta casi la cintura con todos sus gordos muslazos también al aire. A mi los muslos de mi tía también me atraían, así que, sin dejar de tocarle la teta que tenía más a mi lado, no desperdicié la ocasión de acariciarle los muslos bien arriba aunque no me atreví a meterle cláramente mano en el coño.

-Venga, mamá, que le tienes ahí a Alberto a dieta. Mira a la tía qué animada. Por lo menos enséñale el sujetador tan bonito que tienes. –Le dije yo a mi madre para animarla–. Que se vea que tienes gusto con la ropa interior.

-Venga, Matilde, que con esa chaqueta seguro que aquí tienes calor . –Insistió él a la vez que intentaba desabrocharle el botón superior de la misma.

Mi madre, animada por mis palabras y por la explícita conducta de mi tía, accedió entonces a quitarse la chaqueta. Cuando lo hizo nos dejó ver a todos sus bonitas tetas ya que la tela blanca transparente de su sujetador no las ocultaba prácticamente nada. Sus breves areolas y oscuros pezones quedaban tan a la vista como si no llevara sujetador.

-¡Vaya preciosidad de tetas! –Dijo Alberto observando las tetas de mi madre con delectación.

Mi madre sonrió halagada y buscó con la mirada mi aprobación. Yo le guiñé un ojo y dije:

-Desde luego tenemos aquí a dos hembras con unas tetas fenomenales.

Sin perder más tiempo Alberto le puso las manos sobre las tetas a mi madre y ésta se dejó hacer mientras reía divertida. La audacia del hombre pronto fue más allá y sacándole los pechos por encima del sostén dejó ambas mamas a su disposición y empezó a magreárselas con fruición. Para entonces tanto Alfredo como yo ya estábamos amorrados cada uno a un pezón de mi tía que decía:

-¡Uy, qué chicos! Que me las váis a comer

Alberto también se zambulló entre las tetas de mi madre, le quitó por completo el sujetador y empezó a lamérselas mientras se las estrujaba.

-La de años que hace que no me daban un magreo así. –Decía mi madre divertida visiblemente tranquila y complacida al verme a mí ocupado en las mismas lides con las tetas de mi tía–. Qué gusto da que te las coman con tantas ganas

-Pues a mí, que me las están chupando nada menos que dos a la vez… -decía mi tía riendo y gozando de manera visible.

Las dos mujeres reían alborozadas por los magreos que les estábamos dando y así estuvimos unos minutos hasta que oímos a mi madre decir:

-Bueno, bueno, por hoy ya está bien que ya es muy tarde y si seguimos así no se dónde vamos a parar.

Mi madre entonces se incorporó y con las tetas colgando se alejó riendo de la ávidas manos de Alberto. Mi tía Rosa también se incorporó con su tetamen colgando y dijo:

-Sí, vamos a dejarlo ya que se nos va a hacer tarde.

Las dos mujeres recuperaron sus sostenes, recompusieron sus vestidos mientras los hombres la piropeábamos con calor. NI Alberto ni Alfredo insistieron para que las dos maduras continuaran con las tetas al aire. Habían entendido perfectamente que la manera de lograr cosas mayores con mi madre y mi tía era ir poco a poco y sin ponerlas en situaciones en las que ellas no se sintieran incómodas. Cuando ambas estuvieron de nuevo vestidas ya nos dispusimos a irnos. Al hacerlo tanto Alberto como Alfredo quisieron despedirse con unos besos y les plantaron sendos morreos aunque breves en la boca a las dos hembras.

-A ver si otro día te veo yo un poco más de cerca las tetas ¿eh, Matilde? –le dijo Alfredo

-Bueno, ya veremos… - contestó ella con una sonrisa.

-Bueno, chicas, ¿quedamos para el próximo viernes en la discoteca? – preguntó Alberto.

Las dos mujeres asintieron haciendo un mohín y ya nos fuimos del piso.

De camino a casa yo notaba una cierta tensión, sobre todo en mi madre, quizá provocada por la situación que acabábamos de vivir y sobre todo porque yo hubiera formado parte de la misma. Para quitar tensión yo dije:

-Bueno, no sé vosotras, pero yo me lo he pasado en grande. No todos los días se tiene la oportunidad de verles las tetas a dos señoras tan estupendas como vosotras.

-¿De verdad te lo has pasado bien, cariño? –preguntó con un cierto aire de timidez mi madre.- ¿No te ha dado no se qué verme a mi… bueno, con las tetas al aire?

-Ya lo creo, mamá…Lo que me ha dado es una alegría enorme verle las tetas a una mujer tan apetitosa como tú.

-¡Hijo, qué cosas tienes! ¿Entonces no te ha importado…? ¿De verdad te lo has pasado bien? –Insistía ella en su afán por cerciorarse de mi posición favorable a aquellos desmadres.

-Me lo he pasado estupendamente, mamá. Y ya te digo que no sólo no me ha importado sino que me ha encantado veros un poquito desmadradas. Me he sentido muy orgulloso de vosotras, no sólo de que estéis tan buenas sino de que seáis tan animadas. Espero que sigáis así y ya veréis como nos lo pasamos todos muy bien.

-Hombre, como para no pasarlo bien tocándome y chupándome a mi las tetas ¿eh, sobrinito? –señaló entonces mi tía con su habitual desparpajo.

Los tres reímos y yo continué:

-Ha sido muy divertido. Lástima, mamá, que te decidieras tarde a quitarte la chaqueta porque con las tetas tan bonitas que tienes cuanto más te las veamos mejor.

-¿Entonces de verdad te ha parecido bien que haya enseñado las tetas, hijo?

-Pues claro, mamá. Me ha parecido genial. Ya te he dicho que estoy orgulloso de tener una madre así de atractiva y así de animada. Y seguro que a Alberto le ha parecido aún mejor.

Los tres reimos de nuevo y ya cuando llegábamos cerca de casa de la tía Rosa mi madre dijo:

-Bueno, pero todo esto, ya sabemos ¿eh? Queda sólo entre nosotros

-Pues claro, mamá. Todo lo que hagamos nosotros tres juntos es alto secreto. Eso ya lo sabemos desde el primer día que fuimos juntos a esa discoteca ¿no?

Cuando llegamos cerca de casa de mi tía yo detuve el coche y cuando ella se fue a bajar yo dije:

-¿Qué, tía? ¿Para mi no va a haber un beso como para vuestros amigos?

-Hijo, pues claro que sí. –Contestó ella riendo y con los ojos brillantes.– Yo no te decía nada porque igual no te apetecía besar a una vieja.

-Hombre, me va a apetecer comerte las tetas y no me va a gustar besarte ¿eh?

  • Pues yo, ¿cómo no voy a querer? Con lo que tú me gustas… Además, siempre hay que despedirse con un beso.

Y diciendo esto se inclinó hacia mi dentro del coche, ya que ella iba detrás, y nos dimos un muerdo en toda regla, chupándonos las lenguas en un beso no muy largo pero lleno de vicio.

-Un beso muy rico, tía. Me lo he pasado genial contigo.

-Yo sí que me lo he pasado de miedo, sobrino. –Dijo cuando ya bajaba del coche, y bajando la voz añadió:- Creo que he rejuvenecido hoy veinte años y lo que más me ha gustado ha sido que tú has estado conmigo y haciendome… bueno, eso, hablando calro… sobándome y comiéndome las tetas a base de bien.

Luego ya nos despedimos y de camino a casa mi madre volvió a preguntarme:

-Entonces, hijo, ¿no te dio vergüenza o algo así ver a tu madre con las tetas al aire y con un hombre, bueno, ya sabes… tocándome y eso?

-¿Vergüenza? Ya te he dicho que de vergüenza nada, mamá. Lo que he sentido es orgullo y en cierta medida un poquito de envidia. Ya podía haber sido yo el que tocaba unas tetas tan bonitas. Que tienes unas tetas realmente bonitas, ¿eh, mamá?

-¿De verdad, hijo? ¿De verdad no te pareció mal… y te dio envidia?

-Pues claro que no me pareció mal, mamá. Todo lo contrario. Me encantó verte con las tetas al aire, eres una mujer muy excitante y estás muy buena, ya te lo he dicho. Y desde luego que me dio envidia no ser yo el que te las tocaba

-Pues hijo; son las tetas de tu madre

-¿Y qué, mamá? Si tienes unas tetas estupendas eso no cambia porque seas mi madre.

-¡No! -siguió ella riendo divertida por mi error al interpretar sus palabras.– Si iba a decirte que son las tetas de tu madre… y que las tienes aquí cuando quieras… No me las van a andar tocando por ahí otros y tú no poder… vamos hombre.

-Me alegro mucho de que digas eso, mamá, porque desde luego que si tengo oportunidad no voy a volver a pasar envidia.

-Ja, ja, ja… -rió ella, y añadió a continuación:- Oye, ¿y tú, bien que te lo pasaste también con las tetas de tu tía, eh? Que menudas domingas que tiene ¿eh?

-Pues sí, mamá. Para que vamos a negarlo. ¿A tí te pareció mal que yo le tocara las tetas a la tía?

-¡Claro que no, cariño, qué tontería! Si a tí te gustan, tócaselas todo lo que puedas, que seguro que a ella le encanta todavía más.

-¿Ves, mamá, lo que yo te digo?

-Sí, creo que sí lo entiendo, cariño.

Continuará

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