Orgulloso de mi madre (22)

Mi madre, su amante y otras personas sorprendentes en escena; todos en busca de situaciones morbosas en un escenario incestuoso. Categoría: Amor filial.

ORGULLOSO DE MI MADRE (Cap. 22)

Mi madre, su amante y otras personas sorprendentes en escena.

Retomo tras varios meses el relato sobre las andanzas de mi madre con el fin de contar las últimas cosas sucedidas con ella y que tan orgulloso me hacen estar de tener una madre así de cachonda. Tras aquella sesión en la que el amante de mi madre, Alberto, y yo habíamos disfrutado de mi madre y de la señora que hacía la limpieza en el piso de Alberto implicando al final al mismísimo hijo de ésta, mi madre siguió teniendo relaciones con Alberto y con algunos de sus amigos, especialmente con Alfredo. Yo ocasionalmente también he compartido ratos de placer con ellos y alguna vez con mi madre a solas aunque últimamente casi disfruto tanto o más viendo a mi madre con otros hombres que haciendo yo cosas con ella. También ha habido algunas ocasiones en las que he podido estar con mi tía y mi madre juntas aunque estas se han ido espaciando más. Aparte de esto, no había sucedido nada especialmente relevante así que no he enviado nuevos relatos desde hace meses porque hubieran sido repetitivos. Recientemente, sin embargo, sí ha ocurrido algo especialmente significativo y excitante y es eso lo que me dispongo a narrar ahora.

Como quizá recuerden los seguidores de esta serie más provistos de memoria, Alberto, que se había convertido en amante de mi madre junto con su amigo Alfredo y con mi completo beneplácito, tenía también un no disimulado interés en su propia madre, una señora de 68 años, maciza y de muy ver a la que yo ya había tenido ocasión de conocer al serme presentada por el propio Alberto y con la que había coincidido alguna otra vez (ver capítulo 14 de esta misma serie). Pues bien, como contaba antes, mi madre y Alberto seguían viéndose y teniendo relaciones las más de las veces en aquel piso que Alberto tenía a modo de picadero. En una ocasión, quizá porque les apetecía divertirse bailando o quizá para calentarse y provocar alguna situación morbosa antes de ir a echar su polvete semanal, Alberto y mi madre habían decidido acudir a la sala de fiestas en la que se habían conocido y que no frecuentaban desde hacía muchísimo tiempo. Como yo había llevado en coche a mi madre hasta la discoteca en cuestión, animado por mi madre decidí entrar un rato para saludar a Alberto así que un poco después allí estábamos los tres tomando algo y rodeados de maduritas y caballeros de cierta edad dispuestos todos a pasar un rato divertido pues ese es el ambiente de esta sala de fiestas. Mi madre y Alberto bailaron un rato, luego yo también bailé con mi madre y después, mientras los tres nos sentábamos en un reservado a acabar nuestras consumiciones, Alberto le empezó a meter mano a mi madre bajo la falda dejando al aire y a la vista de todo el que quisiera fijarse los tremendos muslazos de mi madre que reía divertida ante los atrevimientos de su amante. Sin duda ambos querían calentarse llevando a cabo conductas morbosas en la discoteca para luego echar un polvo más excitados; tanto es así que mi madre en un momento dado y mientras Alberto le acariciaba los muslos por debajo de la falda y probablemente muy cerca de sus bragas, me cogió a mí, que estaba sentado al otro lado de ella, la mano y me la colocó sobre su otro muslo al tiempo que me daba un húmedo beso con lengua y me decía con voz melosa:

-Hace tiempo que no nos acompañas a Alberto y a mí al piso los viernes a la tarde, y ya sabes que a mamá le gusta mucho que su hijo le dé gustito en el chocho mientras yo se lo doy en la polla al cerdo de Alberto

-Pues hoy me temo que tampoco va a poder ser, mamá; he quedado con unos amigos dentro de un rato así que tendrás que arreglártelas sólo con Alberto, pero tranquila que seguro que te deja el chichi bien embadurnado y a ti bien satisfecha.

-Intentaré dejar contenta a esta zorra –intervino entonces Alberto mientras le acariciaba suavemente y sobre la blusa una teta a mi madre sin demasiado disimulo y mientras ella se dejaba hacer complacida- pero no creas que es fácil; de hecho la guarra de tu madre creo que hasta se decepciona cuando vamos a echar un polvo ella y yo solos. Esta puta necesita mucho rabo y con el mío parece que no tiene bastante

-No es eso, tonto, -replicó mi madre riendo mientras le daba un cariñoso piquito a nuestro amigo en la boca- pero sí es verdad y no lo voy a negar que si puedo estar con dos tíos a la vez me gusta más que estar con uno, y si uno de ellos es el cerdo de mi hijo pues mucho mejor, que hacer guarradas con él me hace sentirme mucho más puta y eso me encanta, ja, ja, ja

-Te entiendo muy bien, golfona –le contestó Alberto-. Y es que esto del incesto tiene mucho pero que mucho morbo. Ya me gustaría a mí también tener alguna experiencia de ese tipo, no creas. Bueno, con tu hijo ya lo he hablado alguna vez pero en mi caso no es sencillo… Me temo que la puritana de mi madre, que es una mujer poco menos que de misa diaria, no estaría precisamente por la labor, je, je

-Mira, -dijo entonces mi madre con un brillo de lujuria en los ojos- pues no creas que a mí me disgustaría hacer un trío contigo y con tu madre; seguro que entre las dos te dejábamos los huevos bien secos, cacho cerdo. Y eso sí que resulta morboso.

-Ojalá pero… -Contestó Alberto.- Ya os digo que no iba a ser fácil convencer a mi madre para algo así. A la buena mujer seguro que le daría un pasmo sólo con saber que yo tengo relaciones con otra mujer casada a espaldas de mi mujer. Es muy decente y conservadora mi madre.

-También yo lo soy… y bien que me gusta que me chupen el higo y especialmente que lo haga mi hijo. –Replicó mi madre de forma divertida mientras mostraba despreocupadamente sus muslos pues por efecto de los manoseos de Alberto su falda se había subido hasta casi mostrar sus bragas dejando todos sus rollizos muslazos al aire.

Los tres reímos de buena gana mientras mi madre, con cierto disimulo porque en la discoteca no quería resultar demasiado obvia en esas cosas, nos metía mano a los dos en el paquete.

-Pues creo, no obstante, Matilde –le dijo Alberto- que hoy tendrás que conformarte de nuevo con las cochinadas que yo te haga porque tu hijo, según dice, tiene que irse y me temo que con mi madre no vamos a poder contar, ja, ja

-Seguro que os lo pasáis muy bien los dos, cacho cerdos –les dije yo mientras le volvía a dar otro apretón en un muslo a mi madre.- Bueno, yo en un ratito me voy a ir; daré una vueltita por la discoteca y luego ya me marcho. Si no nos vemos más hoy, que lo paséis bien, tortolitos.

Y dándole un beso a mi madre y una palmada en el hombro a Alberto me fui a dar una vuelta por el local antes de marcharme. Atravesé la pista donde muchas parejas bailaban, se morreaban y se sobaban con más o menos disimulo; pasé también por otra zona de reservados observando como las mujeres, todas de edades por encima de los 40, se dejaban magrear por hombres que a buen seguro en la mayoría de los casos no eran sus maridos y me quedé un rato contemplando otra zona de la pista de baile donde, entre varias parejas, dos señoras que andarían por los 60 años, bailaban de una forma bastante escandalosa y haciendo que con sus exageradas evoluciones sus vestidos mostraran buena parte de sus rollizos muslos. Sin duda estaban de caza y debían tener ganas de guerra pues no hacían más que exhibir la mercancía con un dudoso gusto, que todo hay que decirlo. Aún me quedé observando también como una mujer de unos 45 años era sobada al alimón al lado de una columna por dos caballeros mientras ella reía visiblemente divertida y aceptando las atrevidas caricias de los dos hombres. También había muchas parejas en actitudes más normales, claro, y también se daba cita en el local la habitual cohorte de hombres solitarios, con el vaso en la mano y acodados en la barra, que se limitaban a contemplar a la concurrencia sin más. Ya cuando me iba y cuando me acerqué a la barra a dejar mi vaso, me fijé en que otra mujer, también madura, flirteaba con un joven camarero que no parecía hacerle mucho caso pero ella insistía e insistía ofreciéndole con descaro una hermosa vista del balcón de su escote por donde se apreciaba un profundo canalillo entre los dos enorme cántaros que eran sus tetas. Fue entonces, cuando ya enfilaba hacia la salida, cuando vi que entraban en la discoteca una mujer madura aunque vestida con clase y acompañada de una joven que no llegaría a los 20 años de edad. Me llamaron la atención aunque como me daba la luz de un foco en la cara no pude verlas con claridad. La más madura, sin embargo, se me quedó mirando. Yo le sostuve la mirada aunque el maldito foco, que me daba a mí en la cara y a ellas de espaldas dejando sus caras por tanto a oscuras, no me dejaba verlas. En ese instante aquella mujer me saludó llamándome por mi nombre para mi completa sorpresa y estupor. Devolví el saludo con educación y me hice a un lado finalmente para así evitar aquel furibundo rayo de luz que se empeñaba en no dejarme ver nada. Pude entonces por fin darme cuenta de que aquel par de mujeres eran nada más y nada menos que Asunción, la madre de Alberto, el amante de mi madre, y Laura, la hija de éste, a quienes yo había conocido meses atrás en un par de encuentros casuales y fugaces. Tras saludarnos cortésmente, la señora Asunción, que, por cierto, estaba atractivísima con un entallado vestido por las rodillas que marcaba a la perfección la amplitud y generosidad de todas sus formas, me dijo:

-¡Qué casualidad encontrarte aquí! Nunca hubiera pensado que un chico como tú frecuentara un local como este, que tengo entendido que es para personas… ya sabes… maduritas.

-Bueno, no es que venga muy a menudo pero tampoco me avergüenzo de hacerlo, desde luego –reconocí yo pues me parece en general de pésimo gusto la actitud de aquellos que niegan lo evidente, sea en el ámbito que sea, aduciendo que su actitud es puntual quizá porque se avergüenzan de sí mismos-. Quizá recuerde usted, Doña Asunción, que el día que fuimos presentados por su hijo Alberto, ya le hice notar que me parecía usted, por ejemplo, una mujer muy atractiva. Eso lo mantengo y si me permite insisto en ello, máxime al verla hoy a usted pues está realmente preciosa.

La madura mujer sonrío de forma encantadora y visiblemente halagada

-Yo tampoco vengo mucho; de hecho esta es la segunda ocasión pero la verdad es que debo reconocer que sólo por recibir algún piropo como ese tuyo tan galante, ya merece la pena.

-Pues es un placer verla y añadiría yo también que sólo por eso, aunque ya me iba, ya ha merecido la pena venir.

La buena y maciza mujer volvió a sonreír halagada y siguió diciéndome.

-Mi nieta Laura, a la que creo que también conoces, es la primera vez que viene a esta sala de fiestas. A ella no le seducía la idea pero la he convencido para que acompañe a su vieja abuela, ja, ja, ja… Yo es que otra vez que estuve vine con una amiga pero hoy me apetecía venir y no quería hacerlo sola; ya sabes cómo somos para estas cosas las mujeres de mi generación. Así que he convencido a mi nieta e igual me sirve de cebo para atraer a algún hombre, ja, ja

-Permítame decirle, Doña Asunción, que aunque Laura es también una joven atractivísima, no creo que necesite usted ayuda alguna para atraer a ningún hombre.

Las dos rieron divertidas y mientras yo daba dos besos a la joven a modo de saludo, su abuela le decía:

-¿No es un encanto, Laura? Ay, a ver si te echas un novio como éste chico.

-No me importaría, abuela, no me importaría… -Dijo la joven Laura de forma simpática y lanzándome una mirada valorativa.

De nuevo todos reímos divertidos y entonces Asunción tomó de nuevo la palabra diciéndome mientras me agarraba del brazo en claro gesto de cercanía:

-¿Y dices que ya te ibas, no? Qué pena

-Bueno, sí que me iba pero la verdad es que ahora no me importaría quedarme un rato más si me permitís que os acompañe y os invite a una copa. El ambiente femenino ha mejorado muchísimo aquí desde que habéis llegado y sería un placer quedarme un rato más, si a vosotras os parece bien, claro.

-¡Estupendo! –exclamó la mayor mientras miraba a su nieta y esta le hacía un gesto de asentimiento sonriendo.

Nos dirigimos de nuevo a la barra, pedimos unas consumiciones y luego yo las dirigí hacia una mesa libre y que estuviera lo suficientemente alejada de la que ocupaban, casi al otro lado de la discoteca, mi madre y Alberto. Una vez sentados los tres, yo en el medio de ambas mujeres, charlamos y siguiendo con el tono cortés pero desenfadado con que veníamos hablando, la propia Asunción no tuvo ningún rubor en confesar que tanto la primera vez con su amiga como ahora con su nieta, había acudido a aquella sala de fiestas con la sana intención de conocer algún hombre con el que divertirse. Dicho así de ambiguamente aquello tanto podía ser entendido como divertirse bailando o haciendo otras cosas pero yo no quise, de momento, resultar inconveniente pidiendo aclaraciones, claro. Seguimos hablando y poco a poco fueron desapareciendo las inhibiciones entre nosotros y yo, entre piropo y piropo dirigido a ambas, les expliqué, aún más claramente que antes, que a mí me gustaban las mujeres maduras y que por eso aquella discoteca era un sitio ideal para conocerlas. Asunción volvió a insistir de aquella deliciosa manera llena de significativa ambigüedad, en que ella, siempre con la debida discreción, también estaba por la labor de divertirse. Entonces la que casi me sorprendió fue la joven Laura, que dijo:

-Pues yo debo reconocer que si he venido aquí acompañando a la abuela ha sido atraída por la posibilidad de ligar con un madurito.

Los tres reímos y yo le repliqué:

-Pues no lo tendrás difícil, Laura; aquí hay mucho madurito y seguro que la mayoría de ellos darían lo que fuera por ligar con una preciosidad como tú y tan joven.

-Pues igual no desaprovecho la oportunidad –contestó la joven con tono de humor a lo que su abuela le replicó:

-Ay, hija, ya tendrás tiempo de hacer cosas con maduritos cuando tú seas también una madurita; ahora aprovecha con los jóvenes que luego

-Mira, abuela; no me disgustaría tener como novio a un chico como este –dijo refiriéndose a mí y dándome un suave golpecito con su mano en el muslo para dejar después ya la mano allí- pero para tener una aventura, una noche loca llena de morbo… la verdad es que lo que más me apetece es un madurito. Me da un tremendo morbo estar con un hombre que me doble o me triplique la edad. ¿No os parece bien o qué?

-A mí sí, desde luego –contesté yo rápidamente.- De hecho yo para eso mismo, para una aventura, como ya os he dicho, también prefiero maduritas entradas en carnes en lugar de jovencitas delgaditas… Para echarse novia, sin embargo, una chica como tú, Laura, me parece perfecta, claro.

-¡Me parece que tú y yo nos vamos a entender muy bien! –replicó la joven a la vez que se abalanzaba hacia mi y para mi sorpresa me daba un beso en la boca.

-Está visto que vosotros ya habéis ligado –dijo entonces divertida la abuela-; ahora sólo falto yo, ja, ja

-No, no… -le corrigió su nieta;- aún no hemos ligado ninguno porque hoy y aquí yo he venido a ligar con un madurito y este chico a ligar con una madurita así que lo tenemos los tres todo por hacer. Otra cosa es lo que acabemos haciendo nosotros dos si seguimos viéndonos fuera de aquí

-Completamente de acuerdo –repliqué yo riendo.- Y si ahora, si me permitís y estando claro lo que los tres pretendemos de esta noche, me gustaría postularme como candidato a ligar con Asunción

Y mientras decía esto y miraba con intensidad a la atractiva madurita, le puse una mano sobre su muslo, algo por encima de la rodilla. Entonces ella sonriendo dijo:

-Pues voy a reaccionar como mi nieta. –Y casi para sorpresa mía se inclinó sobre mí y también me dio un beso en la boca al que yo respondí de modo que enseguida ambos estábamos enfrascados en un morreo mientras su nieta reía y nos jaleaba.

-¡Qué rápido, abuela! Y tú que venías sólo a que te echaran un par de piropos, y mira… ya te has ligado encima a un chico joven. No te quejarás.

-Desde luego que no, hija, desde luego que no… -Sonrió la abuela con un gesto lleno de picardía mientras me cogía la mano y la deslizaba más arriba por su grueso muslo mientras nos volvíamos a besar.

Al momento Laura nos interrumpió diciendo:

-Bueno, pues viendo lo bien que os entendéis y que ambos habéis cumplido con vuestro objetivo al venir hoy aquí, yo me voy a dar una vueltecilla por ahí, a ver si yo también encuentro a un madurito interesante al que dejarle que me toque los muslos, ja, ja

-Ay, estas jóvenes, cómo son de desvergonzadas –le respondió su abuela guiñándole un ojo mientras la joven se levantaba y se alejaba y nosotros nos volvíamos a besar intensamente.

Unos minutos después, y cuando mis manos ya habían tanteado, aunque sobre el vestido, los enormes pechos de la señora Asunción, yo desvié mi mirada en dirección al lugar en el que había dejado a mi madre y a Alberto y, como por su indumentaria y juventud destacaba sobre las demás, vi que Laura andaba relativamente cerca de ellos. Entonces levantándome le dije a Asunción:

-Discúlpame un momento; voy a decirle a Laura que si a la vuelta no nos encuentra aquí que se vaya sin nosotros, ¿te parece?

-Perfectamente, cariño –me contestó la cachonda sesentona con una mirada que era una promesa de lujuria.

Yo entonces me dirigí a toda prisa a donde había visto a Laura pero más para tratar de alejarla del lugar en el que estaban mi madre y su padre y así evitar que viera a éste en compañía de otra mujer, que para darle el recado que había pretextado a Asunción. Cuando la alcancé ella estaba muy cerca de su padre y mi madre pero de espaldas a ellos así que probablemente no los habría visto. Al verme llegar donde ella me echó los brazos al cuello y estampándome de nuevo un morreo me dijo:

-A ver si dejas bien contenta a mi abuela, ¿eh? La pobre se ha pasado toda la vida siéndole fiel a su marido y ahora que por fin se decide a echar una cana al aire… Espero que tenga una muy buena experiencia.

-Lo intentaré, puedes estar segura. ¿Y tú? ¿Ya has visto a algún madurito con el que te apetezca hacer cositas?

-La verdad es que de todo lo que he visto por aquí casi nada me da el suficiente morbo y yo lo que he venido a buscar aquí es eso, morbo.

-¿Y no hay nada que te dé ese morbo?

-Bueno, -añadió dejándome con unos ojos como platos- lo único morboso es haber visto a mi padre sobando a base de bien a una jamona guarrindonga que está enseñando las bragas mientras morrea con él ahí detrás.

Yo entonces estallé en una carcajada y le dije:

-¿Entonces los has visto?

-Ah, ¿tú sabías que mi padre estaba aquí con una tía?

-Sí, de hecho a esa jamona guarrindonga la he traído yo; es mi madre.

-¡Joder! –Exclamó Laura, ahora ella con los ojos como platos. Oye, perdona… lo de guarrindonga… no sabía que era tu madre

-No, no, tranquila; si estoy de acuerdo; mi madre es una zorra y una guarra. Y no sólo es que esté de acuerdo; es que estoy orgulloso de que sea así. A mí eso, como te pasa a ti al haber visto a tu padre aquí, también me da un tremendo morbo y me encanta. Además me gusta que mi madre, que hasta hace bien poco era una mujer que sólo había probado la polla de su marido, se haya decidido a disfrutar de su cuerpo todo lo que pueda.

Entonces le conté a Laura brevemente que mi madre y su padre eran amantes y que yo estaba al tanto de todo y que hasta colaboraba facilitando o encubriendo su relación aunque omití que yo también hubiera tomado parte en muchos de sus encuentros sexuales.

-¡Quién lo iba a decir! Papá, con lo cortado y mojigato que parece… -Decía Laura mientras observaba con ojos lujuriosos desde la distancia cómo su padre magreaba a mi madre entre las piernas.

-Pues otro tanto te puedo decir yo de mi madre, y sin embargo… te puedo asegurar que los dos son un buen par de cerdos que saben muy bien cómo disfrutar de sus cuerpos.

-¿Sí? ¿Tú los has visto...? Eso sí que sería morboso

En ese momento llegaba hasta donde nosotros nada más y nada menos que la señora Asunción. Al parecer Laura y yo nos habíamos entretenido tanto hablando de su padre y mi madre que Asunción había decidido venir hasta donde nosotros. Entonces ella también distinguió a su hijo, sentado a unos veinte metros de nosotros, y llevándose la mano a la boca dijo:

-¡Pero si es Alberto, y está… metiéndole mano con todo el descaro a una golfa!

-¿No te parece morboso, abuela? –Le dijo su nieta con ojos brillantes.

-Pues… sí, la verdad es que sí; es un poco sorprendente pero es… sí, morboso ver a mi hijo ahí en plan guarrete con esa furcia. ¡Quién lo iba a decir, con lo formal que siempre ha sido mi Alberto!

-Pues agárrate, abuela; esa furcia, como tú dices, es la madre de nuestro nuevo amigo, ¿qué te parece? La madre de él está liada con mi padre. ¡Es la bomba!

La señora Asunción se llevó de nuevo la mano a la boca, mitad por la sorpresa, mitad por el apuro que sin duda sentía. Yo la tranquilicé y ella dijo:

-Ahora que lo decís, es verdad. Aquel día que nos vimos en los grandes almacenes ibais con ella; es tu madre. ¡Dios, qué increíbles cosas pueden llegar a pasar! Esta ciudad es grande pero al final parece que es un pañuelo.

-Pues lo mejor de todo, abuela, -siguió Laura- es que tanto a él como a mí nos da un morbo tremendo ver a mi padre y a su madre liados y haciendo guarradas. No es que nos importe; es que nos gusta. ¿Qué te parece?

-Bueno… pues bien; si hasta creo que a mí también me está gustando y, hablando claro, poniendo caliente, ver a mi hijo ahí metiéndole mano a esa fulana… ¡Uy, perdona, a tu madre!

Los tres reímos de nuevo y yo volví a contar otra vez, para que lo supiera la señora Asunción, que yo ya estaba al tanto de las relaciones de mi madre y su hijo, que las aprobaba y que hasta colaboraba para facilitarlas. Y además recalqué que todo aquel asunto no me hacía avergonzarme de la guarra de mi madre sino, más bien al contrario, me hacía sentir muy orgulloso de ella.

-Bueno, ¿entonces qué hacemos? –Dijo Doña Asunción.

Continuará

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