Orgulloso de mi madre (17)

Mamá representa perfectamente el papel de criada servicial y yo disfruto siendo testigo de todo.

ORGULLOSO DE MI MADRE (Cap. 17)

Mamá representa perfectamente el papel de criada servicial y yo disfruto siendo testigo de todo.

No pasó nada de particular en los días siguientes pero tanto mi madre como yo estuvimos muy excitados con la idea de la partida de los amigos de Alberto y la presencia de mi madre como criada en el evento.

A primera hora de la tarde del día en el que se iba a celebrar la partida en el piso de Alberto, mi madre y yo nos inventamos una buena excusa para pasar la tarde fuera de casa diciendo que íbamos a ver muebles para el piso de veraneo de mis padres. Sin embargo ambos nos dirigimos al piso de Alberto. Aunque la partida era a las cinco nosotros habíamos quedado con Alberto una hora antes para prepararlo todo.

-Ya verás como vas a volver locos a unos cuantos hombres y con un poco de suerte hasta les enseñarás las tetas, ¿eh, calentorra? –le dije yo mientras íbamos en el coche.

-Anda, anda, ni que fuera por ahí enseñando las tetas a todos. ¿Cómo le dices esas cosas a tu madre? –respondió ella con ironía.

Cuando llegamos Alberto ya estaba en su piso. Enseguida le dijimos a mi madre que se pusiera el uniforme de chacha. Mientras lo hacía no perdimos oportunidad de tocarle el culo o las tetas mientras ella reía complacida con nuestras caricias. También se puso un tanga negro y unas medias del mismo color cuyo borde superior apenas llegaba a tapar la falda. Completó su atuendo con unos zapatos de tacón y con la cofia. La verdad es que estaba como para meterle un buen meneo con su cuerpo relleno metido en aquel atrevido uniforme que dejaba ver sin complicaciones las tetas y el muslamen de mi madre. Luego Alberto le explicó dónde estaban las bebidas, cómo tenía que prepararlas y demás y así entre bromas y algún que otro toqueteo fue pasando el tiempo y nosotros, y también mi madre, nos fuimos calentando cada vez más.

Acordamos que fuera mi madre la que se ocupara de ir abriendo la puerta cuando fueran llegando los amigos de Alberto. Así éste sabría, por su reacción y por sus comentarios posteriores cómo podía ir la cosa y además se iría calentando el ambiente al ver a la criadita cachonda que se había echado Alberto. También le recomendé a Alberto que explicara lo de la criada diciendo que la había contratado en una empresa de trabajo temporal sólo para esa tarde y que así podía decirles, al principio, que era una fiel esposa y ama de casa que trabajaba de vez en cuando como asistenta de hogar pero que en la empresa le habían dado ese uniforme. Así tendría más morbo la situación cuando fueran descubriendo lo puta que podía llegar a ser mi madre.

-¡Cómo si yo no fuera una buena esposa y ama de casa!– dijo ella divertida y simulando enfado.

-Claro que lo eres, mamá, muy buena, eres y estás pero que muy buena… -le dije yo siguiendo la broma a la vez que acariciaba sus rellenos muslazos bajo la brevísima falda del uniforme.

Luego vimos cuál sería mi punto de observación idóneo. La mejor perspectiva de la sala sin ser visto se obtenía desde la cocina siempre y cuando la puerta de ésta no se cerrara del todo. Si la luz de la cocina permanecía apagada no se me vería ni siquiera aunque no me preocupara demasiado por ocultarme. También acordamos que bajo ningún pretexto había que permitir que los invitados de Alberto entraran en la cocina. Mi madre, como buena criada, tendría que servirles cualquier cosa que desearan de allí, aunque era poco probable que necesitaran algo de la cocina.

Cinco minutos antes de la hora prevista llegó el primer invitado. Cuando mi madre le abrió se quedó realmente sorprendido y echó una mirada más que apreciativa a las abundantes curvas de mi madre. Luego saludó a Alberto que le esperaba sentado en el sofá y mi madre se dirigió a la cocina simulando que hacía sus labores.

-¿Pero desde cuando tienes criada, chico? Y, si me permites, vaya criadita, ¿eh, cabroncete?

-Bueno, ya es un poco mayor

-Sí, pero menudo par de tetas, cabronazo, y vaya culo… Y todo al aire. Esto si que es saber organizar reuniones con los amigos, Alberto.

Alberto entonces le explicó lo de la empresa de trabajo temporal, que la había contratado para que les sirviera las bebidas aquella tarde y ellos no tuvieran que ocuparse de nada, el curioso uniforme que le habían dado y demás.

-Bueno, pues además de jugar y tomar unas copas recrearemos la vista, porque la señora tiene para ver ¿eh?

-Y para tocar… -replicó Alberto con gracia-. Lástima que sea una señora casada y decente.

-Bueno, esas son las mejores. Su marido no la va a ver aquí con cuatro hombres así que igual se nos desmadra la criadita.

-Pero si debe tener más de 50 años… -le dijo Alberto para comprobar la reacción de su amigo ante el hecho de que la criada no fuera un bomboncito juvenil sino toda una señora madura de más de 50 años.

-Pues no me disgustan a mi las de esa edad, no. A ver si le puedo meter mano a esta y ya te diré… ¿A ti no te gusta o qué?

-Para serte sincero te diré que si. Me da un cierto morbo una mujer de su edad, y más con ese uniforme. No pienso reclamar a la agencia que la hayan enviado así, no te creas-. Contestó Alberto haciendo un gesto pícaro para a continuación prorrumpir los dos en una sonora carcajada.

Mientras ellos hablaban mi madre estaba conmigo escuchando en la cocina y yo le decía:

-¡Hay que ver cómo gustas a los hombres, eh, maciza! Y no me extraña, mamá, porque estás para comerte. Menuda envidia me están dando estos cabronazos. A nada que se decidan van a disfrutar de lo lindo de una hembra maciza de verdad.

-Calla, calla… -contestaba ella riendo por lo bajinis mientras los dos hombres seguían intercambiando impresiones sobre mi madre.

En estas estaban cuando sonó el timbre de nuevo. Mi madre entonces me dio un rápido piquito en la boca y salió a abrir. Resultaron ser los dos amigos de Alberto que faltaban: un chico algo más joven que el anterior, como de unos 35 años, que también se quedó mirando con sorpresa a mi madre, y otro señor más mayor, en torno, a los 65 años o quizá algo más.

Enseguida Alberto les saludó y volvió a explicar las razones y las circunstancias de la presencia de mi madre en la casa. Esta vez, además, llamó a mi madre para presentarla a sus amigos:

-Señora Matilde, acérquese, haga el favor. Mire, le voy a presentar a los caballeros que van a estar conmigo esta tarde jugando una partidita de cartas, como ya le dije, y a los que usted tendrá que servir.

-Como usted diga. – dijo mi madre representando muy bien su papel.

-Ya verá como no le damos mucho trabajo. –Siguió Alberto con su amable presentación.

-Bueno, yo estoy aquí para lo que me manden. –Replicó mi madre haciendo que a mí la polla se me empinara aún más.

Entonces Alberto inició la ronda de presentaciones introduciendo a Julián, el primero que había llegado, un hombre de unos 45 años. Era un hombre corpulento sin llegar a gordo, algo canoso y elegantemente vestido. Como este saludó a mi madre con dos besos los demás le imitaron en el momento de ser presentados. El joven, se llamaba Miguel, era bien parecido y sin duda a mi madre le gustaría, y el más mayor Armando, con maneras de caballero, más bien calvo, no muy alto, un poquito gordo, con algo de pancita y como de unos 65 ó 67 años.

Una vez hechas las presentaciones Alberto continuó y explicó lo de la empresa de trabajo temporal diciendo que le había parecido una buena idea agasajar a sus amigos con la comodidad de ser atendidos por una criada y que si les gustaba y quedaban satisfechos contrataría el mismo servicio para posteriores ocasiones ya que contratándolo así, a través de la agencia, resultaba muy económico. También añadió:

-Os debo pedir disculpas y también rogaros la debida consideración hacia la señora Matilde ya que como veis en la agencia de trabajo temporal no tenían ya más uniformes convencionales de doncella y le han dado este.

-Bueno, la verdad es que le sienta muy bien y esta usted preciosa, señora Matilde -dijo el llamado Julián dirigiendo una sonrisa a mi madre-. Será un placer ser atendidos por usted

-Gracias señor. –Contestó ella.

-Os decía lo de la consideración –continuó Alberto muy en su papel también– porque a pesar del equívoco que se ha producido en la agencia con el uniforme, la señora Matilde es una mujer casada y muy decente, por supuesto, y debemos procurar que se sienta cómoda entre nosotros.

-Pues si no le molesta, señora –intervino el mayor de todos, el llamado Armando– yo le diré que espero que se sienta a gusto y confiada a pesar de la faenita del uniforme ya que le puedo asegurar que se encuentra usted entre caballeros. Pero si me lo permite, señora Matilde, también añadiría que casi me alegro de esa confusión ya que está usted realmente preciosa y así al menos un viejo como yo podrá alegrar la vista con la belleza de una mujer tan atractiva como usted.

-¡Uy, quite, quite… viejo dice! –Contestó mi madre – Usted no tiene nada de viejo y por lo demás gracias, es usted muy amable y le puedo asegurar que me siento muy a gusto entre ustedes. Son ustedes muy caballerosos y si a ustedes no les parece mal a mí tampoco me incomoda llevar este uniforme aunque la verdad es que sí que es un poco cortito, ji, ji...

-Sí que lo es, pero lo que descubre esa falda son una piernas realmente preciosas, señora Matilde.

-Gracias, es usted muy amable aunque la verdad es que a mi edad ya las piernas están más para ocultarlas que para irlas enseñando.

-Insisto en que son unas piernas preciosas, señora mía. Bueno, espero –volvió a decir el viejo– que no le moleste que la piropee

-Desde luego que no señor. Faltaría más. Es muy agradable oír esas cosas. A mi edad no crea que las oigo todos los días. Muchas gracias, es usted muy amable.

-Yo apoyo las palabras de mi amigo: está usted muy guapa, Matilde –dijo Julián, el de los 45 años– y espero que no se sienta molesta por nuestro atrevimiento al piropearla dada su condición de mujer casada

-Bueno, mi marido no está aquí así que no va a oír lo que ustedes me digan. –Todos rieron en este punto y mi madre luego continuó:- Por otro lado espero que ustedes sean discretos con respecto a lo de este uniforme. Yo aquí, en este ambiente de discreción que me ha garantizado el señor Alberto, como les he dicho, estoy muy a gusto y no me importa estar así vestida delante de ustedes aunque se me vea un poco más de pierna de la cuenta, pero, la verdad, no me gustaría que mi marido se enterara de que he llevado este uniforme delante de ustedes

-Puede estar tranquila, Matilde –intervino Armando-. Está usted entre caballeros.

La cosa iba bastante bien. A Armando y a Julián no había duda de que mi madre les estaba causando la impresión deseada. La única incógnita era el más joven, Miguel, pero las miradas que echaba a las tetas de mi madre, completamente visibles a través de la tela del uniforme, eran buen augurio.

Enseguida se sentaron para la partida y pidieron unas copas que mi madre fue preparando y sirviendo con eficacia. Cuando sirvió su copa a Julián éste le dio las gracias y le palmeó suavemente el hombro a la vez que dirigía su mirada a las colgonas tetas de mi madre, perfectamente visibles a través de la tela negra transparente y que quedaban muy cerca de la cara de el hombre mientras mi madre le colocaba la copa en la mesa.

Una vez servidas las copas empezó la partida y mi madre se quedó de pie cerca de la mesa detrás de Alberto para que los demás la pudieran ver bien. Después de unos minutos se sentó en el sofá cruzándose de piernas y regalando, dado lo exiguo de la falda, una ración prácticamente completa de muslamen a los que quedaban enfrente, especialmente a Miguel, el joven, y a Julián.

-No se si pierdo porque me vienen malas cartas, porque soy mal jugador o porque me despisto contemplando las piernas de la señora Matilde –dijo Julián instantes después.

-Ay, disculpe, yo me voy a la cocina si molesto…-Dijo mi madre muy hábilmente al tiempo que se levantaba rápidamente.

-No, no, no… Por favor, por nada del mundo. –Se apresuró a exclamar Julián-. Prefiero perder toda la tarde y poder verle las piernas que ganarles todo el dinero a estos majaderos y dejar de contemplar toda esa belleza.

-Cómo es usted, Don Julián… –decía mi madre sorprendiéndome incluso a mi mismo con su faceta de actriz.

A continuación Alberto le solicitó a mi madre que sirviera otra ronda de copas. Cuando ésta lo estaba haciendo ante la atenta mirada a sus encantos de todos los presentes, Julián volvió a insistir con el argumento de su mala suerte:

-No se si no tendré que pedirle que me deje tocarle la espalda, Matilde. Eso dicen que da suerte, ¿no?

-Lo que da suerte es tocar la chepa, cacho bruto –intervino el más joven, el llamado Miguel-. Y desde luego la señora Matilde tiene una espalda bien bonita y nada cheposa.

-Pues razón de más para tocársela... –contestó alegremente Julián para a continuación añadir un tanto compungido:- ¡Uy! Perdóneme, Matilde, la verdad es que creo que quizá me he excedido en mi atrevimiento; estamos haciendo bromas con usted y

-No se preocupe, señor Julián. –Contestó ella al tiempo que se acercaba de nuevo al hombre.– Son muy halagadoras sus palabras; y si cree que tocarme la espalda puede ayudarle a cambiar su suerte puede usted tocármela con toda confianza.

Para entonces mi madre se había situado al lado del señor Julián y este, echando una mirada primero a sus compañeros de partida como para solicitar su aprobación, acarició suavemente la espalda desnuda de mi madre.

-A ver si en vez de tener más suerte vas a estar ahora más despistado... –rió Alberto.

-Me traiga suerte o no, ya me siento afortunado por haber podido acariciar a una mujer tan guapa.

-Uy, uy, uy... pero cómo son ustedes. Por un lado ya me gustaría que les oyera mi marido decir esas cosas, para que vea que todavía puedo gustar un poco a los hombres, aunque por otro lado, la verdad, prefiero que no se entere de nada, claro. ¡Lo que diría si me ve dejándome acariciar aunque sólo sea la espalda por otro hombre, y más yendo así vestida!

-Lo que no es justo es que la suerte te la lleves toda tú y además hagas tan buenas migas con una mujer tan atractiva, y todo en el mismo lote. –Dijo divertido Alberto.

-Bueno, -intermedió mi madre.– Espero que esto no vaya a crear problemas entre ustedes en la partida. Es lo último que querría en mi primer día de trabajo con ustedes. Así que como ustedes quieran… Lo que quiero decir es que por mi no hay problema en que me acaricien todos la espalda ¿eh? No quiero ser motivo de discordia entre amigos.

-¿De verdad no le parecería mal que nos atreviéramos a tanto, señora Matilde? –dijo Alberto.

-Uy, pues claro que no. Para mi eso no resulta desagradable en absoluto, faltaría más. Son ustedes tan amables y tan considerados… Si no se entera mi marido y ustedes creen que así les voy a dar suerte... por mi encantada. Estoy aquí para que lo que manden.

Entonces Alberto puso la mano sobre el hombro de mi madre y la fue bajando por la espalda hasta llegar al culo por encima de la falda. Esta operación la repitió varias veces haciendo que fuera evidente que su caricia no se circunscribía a la desnuda espalda de mi madre sino que se extendía una y otra vez sobre el culo de ella aunque por encima de la corta falda.

El detalle, obviamente, no pasó desapercibido para los demás hombres. Todos miraban la mano de Alberto alcanzar la parte superior del culo de madre y sonreían al comprobar que ella no se molestaba por ello. Esta, de hecho, también esbozó una sonrisa cómplice que contribuyó a disipar las dudas y falta de atrevimiento que pudiera quedar en alguno de los hombres.

Luego fue Miguel, el chico más joven, el que procedió al ritual de la caricia en la espalda de mi madre. Esta se colocó a su lado y él le paso la mano por la espalda repetidas a la vez que la piropeaba diciéndole que tenía una espalda muy bonita. Cuando ya parecía que acababa el joven se atrevió a ponerle una mano sobre el muslo y también se lo acarició brevemente. Esto tampoco pasó desapercibido para los demás y Julián dijo:

-Oye, Miguel; a ti eso te va a dar un extra de suerte... lo mismo que a Alberto...

Todos rieron y luego Armando, el mayor, dijo:

-Es evidente que no conocéis la cultura popular. La suerte la da tocar la chepa en la espalda de un hombre, y la señora Matilde es una mujer que no tiene chepa en la espalda, obviamente, sino una espalda muy bonita, pero lo que sí tiene, como todas las mujeres, es unas protuberancias por delante; me estoy refiriendo, lógicamente, a sus pechos, que son muy bonitos por cierto, como podemos apreciar gracias a este uniforme tan interesante que luce. Y eso es lo que a mi me gustaría tocar...

-A eso si que no me atrevo, -intervino riendo Julián- a pedirle que me deje tocarle esos pechos tan bonitos reconozco que no me atrevo, aunque eso sí que sería suerte porque estamos ante una mujer realmente atractiva.

-Creo que nos estamos propasando con la señora Matilde... –intervino Alberto adoptando un tono un tanto serio y que resultara verosímil. Pero entonces, tal como sin duda esperaba el propio Alberto, intervino mi madre:

-En absoluto, señor –corrigió ella.– Esto no me había pasado nunca y pueden creerme que es muy agradable para una mujer. Es muy halagador que unos caballeros tan elegantes como ustedes se fijen en las… bueno, en las tetas de una mujer como yo... y si no fuera porque no se qué iban a pensar de mí no crean que les iba a poner trabas para que me toquen... bueno, no se qué estoy diciendo. Si se entera mi marido... Discúlpenme

-Señora mía, nosotros no tenemos nada que disculpar aunque usted quizá sí deba disculpar nuestro atrevimiento.

-No, no… ¿atrevidos? Pero si son ustedes unos perfectos caballeros… Créanme que estoy encantada. Aunque, ufff… si se enterara mi marido de que estoy así delante de cuatro hombres y de que además me estoy dejando tocar la espalda y hasta diciendo que no me importa que me toquen… Ufff, no quiero ni pensarlo.

-Pero su marido no se va a enterar de nada, querida. –Dijo el señor Armando al tiempo que con gran atrevimiento y tacto a la vez ponía una mano sobre una de las tetas de mi madre. Ella suspiró quedamente y también esbozó una breve sonrisa de aprobación para a continuación decir:

-Pues entonces, ya que es usted todo un caballero, Don Armando, yo, si tengo asegurada su discreción, no voy a oponerme a nada que me proponga un caballero tan educado y galante como usted.

-Muchas gracias, señora mía. Gracias y permítame decirle que es muy interesante eso que dice, Matilde, muy interesante y abre muchas posibilidades...

Entonces el señor Armando puso ya sus dos manos sobre las tetas de mi madre y comenzó a masajearlas con cierta delicadeza pero también con decisión y empeño por encima de la transparente tela mientras ella se dejaba hacer pasivamente.

-Matilde, podía usted, si no es mucho pedir, dejarnos también ver más al natural esas dos maravillas... –sugirió entonces Julián mientras observaba cómo su amigo le magreaba las tetas a mi madre con la total aquiescencia de ésta.

Mi madre hizo un mohín que no suponía en modo alguno negativa y entonces el propio Armando, que era el que estaba aún magreándole las tetas, se incorporó, se situó a la espalda de mi madre y le soltó el lazo de la blusa por detrás del cuello. Entonces aquella blusa o especie de delantal de encaje cayó hacia delante dejando plenamente a la vista las colgonas pero atractivas tetas de mi madre.

Todos los hombres silbaron de admiración mientras ella sonreía complacida. Entonces Julián, sin duda el más salido, se levantó y acercándose a ella se las empezó a tocar también.

-Tiene usted unas tetas maravillosas, Matilde –le decía casi babeando.

Armando le apretaba un pezón y Julián se ocupaba de la otra teta. Luego éste se inclinó y, sin más preámbulos, se metió un pezón en la boca empezando a mamarle la teta a mi madre y haciendo que ésta soltara un suspiro claramente de placer.

-Perdone, Matilde –dijo el hombre al cabo de unos instantes de estarle succionando la teta a mi madre.– Me he tomado esta libertad... Espero que no le importe. Es que está usted tan buena

-No, no, siga, siga si quiere... –Repuso ella en un suspiro que era toda una invitación para que los hombres siguieran disfrutando de su cuerpo.

Las palabras de aprobación de mi madre animaron a Julián, que se lanzó de nuevo a mamar sonoramente una de las tetas de mi madre, y no solo a él pues entonces se acercaron también a ella Alberto y Miguel. Este último también empezó a acariciar a mi madre y se dedicó especialmente a meterle mano bajo la falda tocándole el culo sin ningún disimulo.

Al ver que el resto de hombres se acercaban a mi madre, Armando se apartó para dejar que sus compañeros también gozaran de la madura hembra. Entonces Miguel, además de seguir tocándole el culo abiertamente, le plantó un morreo en toda regla en la boca. Mi madre aceptó el beso y, a lo que parecía, hasta colaboraba activamente.

-¡Cómo me has puesto de cachondo, zorra! –le dijo entonces Miguel cuando dio por acabado el beso.

-Miguel, esa no es forma de dirigirse a una dama como la señora Matilde. –Le reprochó Armando.

-No, no se preocupe. No me molesta en absoluto –dijo mi madre.– En la calle sería otra cosa pero si es en este ambiente de discreción, pueden decirme lo que quieran. Además es muy halagador que un joven le diga cosas así a una mujer como yo, se lo aseguro. ¡Ya me podían decir cosas así más a menudo…!

-Eres una cachonda, ¿eh? ¿A que te gusta tener aquí a tu alrededor a cuatro tíos babeando mientras nos enseñas las tetas?– le decía Julián mientras le amasaba los pechos.

-Hombre –dijo mi madre con una sonrisa llena de picardía-; no vamos a decir que no dadas las circunstancias y estando de esta manera. Yo tendré que reconocer que soy un poco cachonda y que tenerles a ustedes aquí tan pendientes de mí me agrada, claro. ¿A qué mujer no le gusta resultar atractiva de esta manera para los hombres? Aunque, la verdad, nunca me había visto en una de estas, no crean. Ahora, eso sí, espero que todo esto quede entre ustedes y yo.

-No te preocupes, guapa –le contestó Julián tuteándola ya–. En la calle nosotros somos unos caballeros y tú una señora pero aquí es evidente que nosotros somos unos salidos y tu una cachondona, ja, ja, ja.

Todos rieron y entonces intervino Alberto diciendo que si mi madre estaba enseñando las tetas ellos deberían hacer lo mismo y enseñar algo.

-Eso, eso, que yo también quiero ver... –apuntó mi madre con soltura.

Entre risas y bromas, todos los hombres empezaron a desnudarse y al momento estaban todos en calzoncillos. Entonces Miguel, el más joven, procedió a bajarle la falda a mi madre y dejó a esta sólo con la medias negras, los zapatos y el pequeño tanga que llevaba.

-Pero que buenaza estás, Matilde –le dijo Julián dándole un cachete en una de las gordas nalgas que el tanga dejaba completamente al aire.

-Desde luego menudo culazo tiene la tía –intervino Miguel volviendo a magrearle todo el pandero a mi madre.– Está cojonuda. ¡Quién me iba a decir a mí que me iba a poner tan cachondo una madurita de estas!

-Bueno, que yo tengo las tetas al aire y el culo casi, casi... y a vosotros todavía no se os ve nada ¿eh? –Intervino mi madre riendo mientras se dejaba sobar por Miguel e instándoles a todos para que se acabaran de desnudar.

De nuevo entre risas generalizadas todos los hombres procedieron a quitarse los calzoncillos mostrando unas pollas más bien erectas en todos los casos.

-Bueno, ¿qué te parece, Matilde? –le preguntó Alberto, que por cierto, mostraba una erección tremenda.

-Pues, la verdad es que me parece muy interesante todo lo que se ve. Además que alegría para una mujer como yo ver todo esto junto y además así... bueno, tan... tan empinado je, je… Es increíble; estoy como en una nube. Saber que gusto a tantos hombres… Puedo aseguraros que estoy encantada, y además es evidente que os gusto de verdad porque tenéis todos eso tan, tan… empinado, ji, ji, ji… Da gusto ver todo eso así frente a una

-Pues si te gusta, además de ver, puedes tocar, querida. –Apuntó Armando, pasando a tutearla también.

-Bueno, si no os parece mal, la verdad es que si que me gustaría, sí. Después de todo si vosotros me tocáis las tetas yo también podré... bueno... tocar un poco ¿no?

-Faltaría más, venga sentaros todos en el sofá y que Matilde vaya eligiendo lo que quiere tocar o dejar de tocar ¿os parece? –Propuso Alberto tratando de dotar de alguna organización a todo lo que estaba sucediendo. Tras sus palabras todos se sentaron en el sofá con sus pollas en ristre. Bueno, Alberto se sentó en un butacón porque en el sofá ya no cabía.

-¡Uy, si me vieran mis amigas con todo esto a mi disposición, lo que dirían! Con lo poco que disfrutamos nosotras de estas cosas... –Decía mi madre sin duda entusiasmada al tener semejante colección de pollas a su disposición y satisfecha al comprobar lo duras y brillantes que estaban todas ellas debido a la excitación que su desnudez provocaba en aquellos hombres.

-Y si te viera tu marido ¿eh?... –le dijo Julián

-¡Ay, quita, quita, que en todo esto es mejor que mi marido no tenga nada que ver.

Mi madre entonces empezó a acariciar las pollas y los huevos de los cuatro hombres y así estuvieron un rato entre risas y comentarios picantes de todos. Ellos tampoco desaprovechaban la oportunidad de sobarle a ella las tetas. Después Julián le dijo a mi madre que por qué no le daba un besito en la polla y ella entre risas generalizadas se inclinó apoyándose en las rodillas del hombre y, dejando todo su enorme culazo en pompa, le dio un beso en el capullo para a continuación meterse ya la polla del hombre en la boca y empezar a mamársela.

Desde donde yo estaba veía toda la escena pero como obtenía mejor panorámica era a través del amplio espejo que decoraba una de las paredes de la sala de aquel piso. En el espejo se veía reflejada a mi madre, con todo el culazo en pompa e inclinada sobre la polla de Julián mientras los demás se acariciaban sus propias pollas o le tocaban un poco las nalgas o los muslos a ella.

-Así, así, qué bien lo haces, qué bueno... – decía Julián delirando de placer.

Sin duda Julián estaba muy caliente porque no llevaría mi madre ni dos minutos mamándosela cuando soltó un bufido y diciendo que no aguantaba más se corrió copiosamente. En el momento de la eyaculación mi madre se separó un tanto y la abundante leche del macho impactó sobre su cara y más abundantemente sobre sus pechos.

Todos rieron y celebraron la corrida a la vez que, en broma, echaban en cara a Julián su escaso aguante.

-Esperad que os la mame a vosotros y ya veremos lo que aguantáis, cabrones. No veáis cómo la chupa; parece que se dedicara a ello en vez de a servir en casas.

Continuará

Comentarios y observaciones a ligueronegro@gmail.com