Orgulloso de mi madre (16)

Tras el numerito de mi madre en la sex-shop ahora nos toca disfrutar a Alberto y a mí. Mi madre, por supuesto, sabe estar a la altura.

ORGULLOSO DE MI MADRE (Cap. 16)

Tras el numerito de mi madre en la sex-shop ahora nos toca disfrutar a Alberto y a mí. Mi madre, por supuesto, sabe estar a la altura.

El episodio protagonizado por mi madre con el dependiente de la sex-shop nos había dejado a todos, pero especialmente a Alberto y a mí, bien calientes y ambos estábamos necesitados de un desahogo.

Una vez salimos de la sex-shop mi madre nos dijo sonriendo:

-Menudos cerdos que sois. Lo que me habéis hecho hacer ahí, con un desconocido

-Bueno, - dije yo –pero era un chaval bien majo ¿no, mamá?

-Si, la verdad es que sí. Y también tengo que reconocer que me lo he pasado de miedo, tanto por lo que he hecho como por que vosotros lo hayáis visto todo, calentorros, más que calentorros. ¡Hay que ver cómo me pongo de cachonda haciendo cerdadas delante de vosotros! Si me viera toda la gente que me conoce y que piensa que soy simplemente una decente ama de casa y esposa fiel

-Bueno, Matilde, -intervino Alberto- que tú has tenido tu ración de placer con la comida de almeja que te ha hecho ese chico, pero nosotros tenemos la polla a reventar y eso yo creo que hay que pensar en cómo arreglarlo.

-Pues como vosotros digáis. Ya sabéis que yo ahora soy una criada, así que lo que manden los señores. –Repuso ella con humor.

-Pues es que al piso no podemos ir porque hoy es el día que lo limpian pero la verdad es que yo estoy que reviento con todo lo que le he visto hacer a esta guarra. –Dijo Alberto completamente salido.

-Podíamos volver al Corte Inglés y que mi madre nos haga una paja en un probador… -Sugerí yo, que también estaba deseando que mi madre se ocupara de mi polla con su habilidad dando placer a los hombres.

-Nada, nada. –Dijo Alberto-. Yo creo que a esta hora ya habrá pasado la señora que limpia nuestro piso. Así que vamos allí un ratito, que yo con una paja no me conformo. Necesito chingarme bien a esta puta, que me ha puesto caliente perdido. Necesito agarrarla bien por esas caderazas y metérsela hasta rellenarle bien todo el chumino a la muy calentorra.

-Pues yo no voy a decir que no. –Dijo mi madre con desparpajo.– Creo que hoy es el día que he estado más caliente en toda mi vida, y por vuestra culpa, cabronazos, así que para que os voy a negar que yo también tengo ganas de que me rellenéis de polla el conejo, y quiero que me folléis los dos hasta dejarme el chocho bien escocido.

El desparpajo y la desvergüenza de mi madre con sus palabras nos puso más cachondos si cabe, así que sin dudarlo más nos fuimos al piso de las correrías de Alberto. Cuando llegamos la puerta estaba cerrada con llave y como ya era última hora de la tarde pensamos, tal como había señalado Alberto, que la señora de la limpieza ya habría pasado. Nada más entrar los dos le empezamos a meter mano a mi madre en el culo y en las tetas mientras ella reía complacida. Entre los dos la desnudamos mientras la besábamos alternativamente y cuando estaba ya sólo con los zapatos los dos nos lanzamos a chuparla por donde podíamos mientras ella reía y reía tanto de excitación como por las cosquillas que nuestros lengüetazos le causaban. Yo me centré primero en succionarle los pezones y luego me arrodillé detrás de ella y empecé a chuparle las nalgas y los muslos. Mientras Alberto, de pie, le comía ahora las tetas y de vez en cuando morreaba con ella. A petición de mi madre nosotros también nos desnudamos y entonces Alberto le pidió a ella que se probara uno de los pares de medias que nos había regalado el chico de la tienda. Se puso una medias transparentes y una vez se hubo calzado los zapatos se exhibió delante nuestro mostrándonos su peludo chochazo, su gordo culo y todos sus apetitosos encantos. Mientras veía como nosotros babeábamos ante su cuerpo desnudo de jamona, de nuevo nos dijo:

-Venga, cariños míos, folladme que tengo el chocho ardiendo y necesito una buena manguera dentro, y si son dos mejor, je, je, je

Entonces yo le indiqué a Alberto que se sentara en un butacón y le dije a mi madre:

-Venga, mamá. Cómele la polla a Alberto que yo voy a joderte como a una perra.

Entonces ella, tras sonreírme con picardía y siguiendo mis indicaciones, se inclinó sobre la polla de Alberto, que ya estaba sentado en la amplia butaca, apoyando sus manos en las rodillas del hombre. Yo le indiqué también a mi madre que mantuviera sus piernas rectas de modo que ante mí quedaba el espectacular traserazo de mi madre y la preciosa y brillante abertura de su coño pidiendo ser taladrada.

-Así, mamá, así me gusta verte. Estas en una posición perfecta, con todo el culo en pompa y con esas piernazas que tienes ahí mostrándolas en todo su esplendor. ¿Estás cómoda?

-Lo que estoy es calentorra como no lo he estado en mi vida, cariño. Y que seas tú el que está ahí detrás viéndome el culo y el chichi me pone todavía más cachonda, mi amor.

-Pues tranquila, mamá, que ahora tu hijo te va a dar la ración de polla que estás necesitando, marranaza.

-Sí, mi amor. Venga, hijo, méteme la tranca que estoy que ardo por sentir una buena polla en el chocho y también me apetece horrores meterme otra en la boca. Vais a ver los dos qué puta soy con dos buenas pollas a la vez en dos de mis agujeritos.

Mi madre entonces le empezó a chupar el cipote a Alberto y yo, casi a la vez, se la metí en su encharcadísimo coño agarrándome a sus opulentas caderas para iniciar la follada. Me encantaba joder así a mi madre, con aquella pinta de furcia que le daban los zapatos de alto tacón y las medias, teniendo en primer plano su soberbio culazo y mientras la muy puta se la chupaba a otro hombre con verdadera ansia y dejando escapar abundante saliva que se iba deslizando por el tallo del cipote de Alberto. Así se lo hice saber mientras la jodía lentamente, pues temía correrme de inmediato sin que ella hubiera orgasmado, y ella, parando un momento de chuparle el rabo a Alberto, me contestó:

-Menudo cabronazo estás hecho tú, sí. Y hay que ver cómo has emputecido a tu madre. Venga, sigue dándome gusto con esa polla, que estoy que reviento. Métele a tu madre todo ese gordo tarugo que tienes, hijo mío. Dame gustito en la castaña, que estoy calentorra perdida. ¡Ummmm…!

Mientras yo la jodía, Alberto le amasaba las colgonas tetas y le pellizcaba los pezones. De vez en cuando mi madre dejaba de chuparle el nabo y entonces también morreaban dándose la lengua en unos besos llenos de vicio ya que la posición era muy cómoda para hacer todas esas cosas al permanecer mi madre de pie apoyando las manos en las rodillas de Alberto, que permanecía sentado y con la polla apuntando siempre hacia la boca de mi madre.

Después de estar morreando un rato mi madre volvió a meterse la polla de Alberto en la boca y a los pocos segundos esté anunció que se corría sin remisión pues su grado de excitación era enorme. Tras su anuncio, Alberto resopló un par de veces y tras piropear a la caliente hembra llamándole “puta” y “mamona”, empezó a eyacular llenándole a mi madre la boca con su espesa leche pues no pudo aguantar más. Yo vi con cierta sorpresa que mi madre, que es una mujer a la que aunque le gusta comer polla no le gusta tragarse la leche de los hombres, no se separaba del cipote de Alberto y sin ninguna duda se estaba tragando la imponente corrida de éste. Esto me excitó tanto que ya no pude aguantar más y empecé a sentir los primeros síntomas de que mi orgasmo estaba cercano. En ese preciso instante fue mi madre la que prorrumpió en un tremendísimo orgasmo que le hizo gritar de tal forma que yo creo que la oyeron todos los vecinos del inmueble. Al gritar separó su boca de la polla de Alberto y pude ver cómo unos cuantos hilos de semen se quedaban pegados entre la boca de mi madre y la verga del hombre para quedarse luego pegados a la barbilla de ella, señal inequívoca de que la muy guarra se había tragado todo el resto de la corrida de Alberto. Cuando sus gritos orgásmicos ya remitían yo llegué al paroxismo del placer y solté toda mi descarga de lefa en el coño de mi madre sintiendo un enorme gusto al hacerlo. Sentir mi leche caliente la llevó a ella a un nuevo e instantáneo orgasmo y de nuevo soltó un grito escandalosísimo para acto seguido caer derrengada sobre el propio Alberto arrodillada entre sus piernas jadeando y gimiendo de gusto.

Cuando todos nos hubimos recuperado un tanto Alberto dijo:

-¡Qué calentura! Acabo de correrme y ya la tengo otra vez en forma. –Y mientras hablaba señalaba su polla rozando la mejilla de mi madre, que continuaba reposando arrodillada entre sus piernas-. Venga, Matilde. Vamos a cambiar de posición, que ahora quiero ser yo el que te llene el chocho, puta.

-Sí, sí, encantada de sentir tu pilila en mi raja -dijo ella sonriendo con picardía–. Cambiaros vosotros si nos os importa, que a mi esta posición me gusta mucho. Ahora te la chupo a ti, hijo, y tú Alberto, fóllame como tu sabes, cabronazo; dame gusto en el chumino.

Así que ahora fui yo el que se sentó en la butaca mientras mi madre se apoyaba en mis rodillas y dejaba su espléndido culo bien en pompa para que Alberto la jodiera por detrás.

-Vaya putarrona más buena que estás hecha, Matilde. Esta pinta que tienes así con todo el culazo en pompa, las medias y los zapatos esos de putona y ahí chupándosela a tu hijo ya es bastante para que me corra, así que verás ahora en cuanto te la meta, cacho golfa.

-Pero aguanta un poquito ¿eh? Que yo también quiero gustito en el chichi. –Le demandó ella riendo.

Alberto se la metió ya sin más dilación en el encharcadísimo coño de mi madre e inició un rítmico y suave mete-saca. Como se había corrido hacía muy poco aguantaba bien a pesar de la tremenda excitación. Mi madre, por su parte, se metió mi polla, que estaba en un estado de semi-erección, en la boca y empezó a darle suaves lamiditas. Yo, de mientras, cómodamente sentado en el butacón, le tocaba las tetas, que se movían al ritmo de la follada que le estaba propinando Alberto, y le pellizcaba los pezones. De vez en cuando también le acariciaba la tripa pues me excitaba sentir la redondez y blandura de la tripita de mi madre. Enseguida mi polla estuvo a cien y entonces ella, separándose de mi, me dio un muerdo en la boca con toda su lengua recorriendo mi boca mientras yo amasaba con ganas sus tetas colgantes.

-Cómo me gustan tus tetas, mamá. Las tienes ricas, ricas, cacho golfa. –Le dije cuando acabamos de besarnos.

-Pues apriétamelas, hijo, y pellízcame los pezones que me da mucho gustito mientras este cabronazo me está jodiendo. Disfruta de las tetas de tu madre, que para eso son, para que tú goces con ellas.

Seguidamente mi madre volvió a meterse mi polla en la boca y siguió mamándomela con glotonería y dejándome toda la zona perdida de saliva pues la muy cerda dejaba escapar enormes cantidades de saliva de su boca mientras me la chupaba. Al cabo de un breve rato no pude aguantar más y sentí que me iba a correr sin poder remediarlo. Así se lo avisé a ella pero mi madre siguió chupándome la polla con más ganas si cabe hasta que acabé soltando toda mi descarga de semen en su caliente boca de mamona. Al igual que antes con Alberto, la muy guarra no se separó de mi polla ni un milímetro y se tragó toda la leche que salía de mi polla mientras me la sorbía sonoramente.

-¿Te ha gustado que mamá se trague tu lechecita, cariño? –Me dijo sonriendo con picardía cuando se hubo separado de mi cipote aún con algún resto de mi lefa en las comisuras de sus labios.

-Ya lo creo, puercona. Me ha encantado que te tragues mi leche mientras estás con las tetas colgando aquí delante de mí y otro tío te está dando buena caña en el chocho, putorra. Eres una zorra de marca mayor, mamá, y me encanta. Estoy orgullosísimo de ti, viciosona.

Mis palabras contribuyeron sin duda a excitarla más porque en ese momento empezó a suspirar con fuerza. Entonces yo, alargando la mano por debajo de su cuerpo, llegué hasta su coño y pude notar la polla de Alberto entrando y saliendo con fuerza en el coño de mi madre. Busqué entonces su clítoris y cuando lo encontré empecé a tocárselo con decisión titilándolo con dos de mis dedos. Esto fue el detonante del tremendísimo orgasmo que entonces tuvo mi madre. Fue increíble. Soltó un grito realmente espectacular y después, mientras aún seguía orgasmando dijo en voz altísima:

-¡Cabroooneeees, qué gustazoooooo! ¡Qué puta soy y cómo gozo con el coñooooooooo!

-Goza, guarrona, disfruta, que te lo mereces todo por ser tan puta, tan caliente y tan jamona. –Le decía yo sin dejar de manipular intensamente su clítoris.

Su orgasmo fue realmente espectacular y se prolongó por espacio de casi un minuto. Y ahí no acabó la cosa pues cuando ya remitía y mi madre ya apenas gemía quedamente de gusto, Alberto soltó su lechada en el interior del coño de la caliente madura y entonces ésta volvió a alcanzar un nuevo orgasmo intensísimo mientras todo su cuerpo se convulsionaba en un intenso espasmo de placer que hizo que todas sus carnes de jamona, sus gordas nalgas, sus tetas, sus muslazos, etc. temblaran como si hubieran recibido una descarga eléctrica.

-¡Aaaahhhhh! ¡Aaaaaaaaaaahhhh! ¡Cacho cerdoooooooooos! ¡Que me matáis de gusto, marranos! ¡Ayyyyyyyyyyy! ¡Ay, ay, qué gustoooooo! ¡Me habéis convertido en una puta y eso es lo que quiero ser siempre; vuestra putaaaaaaaaaa…!

Una vez superado el brutal orgasmo todos nos sentamos sonriendo en el suelo y mi madre nos confesó mientras nos besaba a los dos en la boca que era el mejor polvo que había echado en su vida.

Después de descansar un rato no fuimos los tres a duchar y aunque ya estábamos todos satisfechos no perdimos oportunidad de sobar a mi madre en la ducha y de hacer bromas entre todos. Alberto puso especial empeño en lavarle el ojete a mi madre y le estuvo metiendo los dedos en el culo bien enjabonados haciendo que ella riera de las cosquillas y de la excitación que semejante caricia le provocaba.

Luego, cuando nos estábamos vistiendo en la sala ya para irnos, ocurrió un curioso incidente. Oímos la cerradura de la puerta y antes de que pudiéramos reaccionar de ninguna manera, apareció la señora que limpiaba los jueves el piso de Alberto, que al parecer aún no había pasado. Lo curioso es que nos encontró a nosotros dos abotonándonos las camisas aunque ya con los pantalones puestos pero a mi madre con las tetas al aire pues, aunque ya se había puesto la falda, estaba en aquel preciso instante poniéndose la blusa, sin sujetador pues éste permanecía en mi bolsillo, y sin abotonársela aún.

No cabía la menor duda de que los allí presentes habíamos tenido una aventura de indudable índole sexual y la señora de la limpieza sonrió con picardía asumiendo lo que por otro lado era evidente.

Era esta señora, por otro lado, una madurita muy interesante; rubia de pelo corto, más bien jamona, con unas tetas respetables y un más que interesante culo. Parecía simpática y tras saludarnos le hizo un comentario a Alberto indicándole que si la avisaba ella podía venir más tarde o cuando él dijera, que no quería molestar. El, con un cierto azoramiento, le dijo que no importaba y que estaba bien así.

Luego todos acabamos de vestirnos y nos fuimos. Ya en la calle Alberto nos dijo que menos mal que había ido la señora sola ya que a veces la acompaña su hijo, aunque éste solía ir más bien a recogerla cuando acababa de hacer la limpieza. Mi madre intervino con humor diciendo que si hubiera ido el hijo ya hubiera sabido ella qué hacer con él. Entonces yo repliqué que a mí también se me ocurrían algunas cosas para hacer con la jamona señora de la limpieza de Alberto. Los dos comentamos entonces que la señora estaba potable y que parecía cachonda y que, a juzgar por su reacción al sorprendernos, no se escandalizaba ante las cuestiones del sexo aunque fueran tan heterodoxas como la que suponía haberse encontrado a una mujer con dos hombres- Entonces Alberto nos contó que aunque le daba bastante corte, a veces, cuando habían coincidido en el piso mientras ella trabajaba, se había fijado en que bajo la bata no llevaba nada salvo la ropa interior y que como usaba una bata bastante corta al agacharse había tenido oportunidad de ver buenas raciones de sus rellenos muslos y otro tanto de sus imponentes tetas mirándole el escote.

-A veces yo creo que sabía perfectamente que yo la estaba mirando –nos explicaba Alberto– y no creáis que se cortaba. Hasta creo que me sonría con picardía y seguía agachada enseñando parte de las tetazas esas que tiene.

-Pues igual hay que proponerle algo a esta madurita, ¿eh? –dije yo.

-Tendremos que pensar en ello. –Asintió Alberto riendo.

-Menudos cabronazos estáis hechos –nos reprochó mi madre con humor-. Pero bueno, si decidís hacer algo yo os sugeriría que sea un día que venga su hijo a buscarla y que me llaméis a mí también. No vaya a ser que al chico no le guste que se follen a su madre, que aunque a vosotros os parezca raro seguro que hay algunos así, y necesite que alguien le convenza de lo bueno que es tener una madre un poco puta, ¿os parece?

-Por supuesto, mamá. Tienes unas ideas geniales. –Le respondí yo mientras los tres reíamos.

-Pues nada. Habrá que plantearse el tema de la señora Eloisa en serio. –Concluyó Alberto.

Continuará

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