Orgulloso de mi madre (15)

Mi madre continúa su despendolada búsqueda del uniforme de criada mientras su amigo Alberto y yo observamos lo atrevida que va siendo incluso con desconocidos.

ORGULLOSO DE MI MADRE (Cap. 15)

Mi madre continúa su despendolada búsqueda del uniforme de criada mientras su amigo Alberto y yo observamos lo atrevida que va siendo incluso con desconocidos.

Tras lo acontecido en los grandes almacenes en los que mi madre había acabado dando placer a un dependiente tras provocarle adecuadamente, nos dirigimos a una sex-shop en busca del traje de chacha con el que mi madre se presentaría en el piso de Alberto para asistir como criada a la timba de cartas que éste había organizado con sus amigos.

Tras la conversación sobre la madre y la hija de Alberto, nos dirigimos a la sex-shop que había mencionado Alberto anteriormente. Tras entrar en el establecimiento nos atendió el único dependiente que había y le explicamos lo que queríamos. Nos dijo que tenía tres modelos y que enseguida nos los sacaba. El dependiente, un chico de unos 28 años, miró con indisimulada lascivia a mi madre y también le dirigió una serie de miradas apreciativas a las tetas y al culo. En la tienda sólo había un cliente, un tipo de unos 35 años, que estaba pagando unas revistas porno y éste también dirigió su mirada sin disimulo alguno al trasero y las piernas de mi madre mientras salía de la tienda. El dependiente nos indicó que le acompañáramos al fondo de la tienda, que es donde tenía la lencería sexy y una vez allí nos sacó un traje de doncella realizado en látex negro, con un delantal blanco. Este desnudaba la parte delantera bastante pues tapaba los pechos con una especia de tirantes anchos y dejaba al aire incluso el ombligo. La falda era muy corta pero rápidamente lo desechamos los tres pues el látex no nos apetecía para esta vestimenta. Resultaba demasiado obviamente sexual, por decirlo de alguna manera. Los otros dos modelos sí estaban muy bien. Ambos tenían falda negra, muy corta y un breve delantal blanco sobre ella. Por arriba había más diferencias: uno consistía en una blusa de encaje negra con rebordes blancos que se anudaba al cuello con dos cintas y que dejaba la espalda, los hombros y los brazos completamente al descubierto. Al ser de encaje, la parte delantera era muy transparente y sin duda dejaría ver los pechos de la mujer que lo luciera. El otro era muy similar solo que la parte de arriba no era de encaje sino que tenía un escote extraordinariamente pronunciado y también se anudaba con un lazo detrás del cuello dejando buena parte de la espalda al descubierto. Los botones de la curiosa blusa del uniforme apenas llegaban por encima del ombligo y a partir de allí ya era todo escote con dos cintas anchas que tapaban un tanto los pechos y que acababan en forma de lazo tras el cuello de la mujer. La falda de este conjunto era más bien ajustada mientras que la del anterior era de vuelo. Ambos conjuntos se completaban con cofia y guantes blancos.

-Pues estos dos están muy bien –dijo Alberto.- ¿Por qué no te los pruebas, Matilde?

-Bueno –dijo ella divertida.

-Umm, lo siento, -intervino el dependiente– pero no tenemos probadores. Como la gente se suele llevar estas prendas para fiestas y tal, rara vez quiere probárselas… Si quiere la señora, podría probárselos en el baño aunque, claro, sólo hay un espejo muy pequeño

-No hace falta –intervino Alberto divertido-. Te los puedes probar aquí, ¿verdad? Así te vemos nosotros y también podrás verte tu misma en este espejo de esta columna. Como estamos al fondo de la tienda no te va a ver nadie que entre.

Mi madre rió divertida aunque dijo que cómo se iba a probar aquel traje allí delante de tanta gente.

-Venga, mamá, -dije yo– si no hay gente en la tienda salvo nosotros, y además este señor es un profesional que estará acostumbrado a estas cosas.

Al decir yo esto al dependiente casi se le salen los ojos y no se si más porque yo también insistiera en que la prueba se llevara a cabo allí fuera y delante de él o porque acabara de revelar sin mayor problema que la mujer que se iba a probar el vestido era nada menos que mi madre.

A continuación mi madre se quitó la blusa que llevaba mostrando su sujetador blanco y luego se deshizo de la falda quedándose con unas breves braguitas también blancas. Sus estupendos y gordos muslazos y su extraordinario culazo se podían apreciar en todo su esplendor haciendo que el dependiente se quedara con la boca abierta y que se acercara con cierto disimulo para ver mejor a mi madre. Esta, primero se probó el uniforme menos transparente pero de mayor escote. Estaba muy atractiva con él la muy zorra y así se lo hicimos ver con nuestros piropos y comentarios.

-¡Vaya doncella! Estás para pedirte todo tipo de servicios, Matilde –le decía Alberto divertido y sin rubor alguno a la vez que le acariciaba los hombros y la espalda.

-¿A ti que te parece este, cariño? –preguntó ella dirigiéndose a mi.

-Pues tienes una pinta estupenda, pero tendrías que probártelo sin sujetador porque así, la verdad no te queda demasiado bien y creo que este uniforme es para llevarlo sin nada debajo ¿no?

-Claro, pero no voy a probármelo aquí sin sujetador ¿no?

-¿Por qué no? –aduje yo–. No creo que vaya a pasar nada porque te quites el sujetador. No hay nadie en la tienda a excepción del encargado, que, como ya hemos comentado, seguro que es un hombre profesional y muy discreto, y nosotros, y tampoco va a ser la primera vez que enseñes las tetas

-Es que no sé

-Venga, venga –la animó Alberto–. Para elegir bien tendremos que verte con los uniformes puestos tal y como los vas a llevar ¿no?

-Yo si quieren me voy y les dejo solos… -dijo el dependiente con tacto y educación.

-No hombre, no –le contestó Alberto con desparpajo-. Su opinión de experto también nos ayudará a elegir. Venga, Matilde, que este caballero tan amable también nos va a dar su opinión así que bien merece la pena que te veamos con el uniforme como debe ser.

-Bueno… -empezó a aceptar mi madre–. Si a vosotros os parece bien

Entonces ella se quitó la blusa deshaciéndose el nudo del cuello y se soltó el sujetador dejando a la vista sus bonitas aunque caídas tetas. Me dio el sujetador a mí, que lo metí en el bolsillo, y a continuación volvió a colocarse la blusa del uniforme mientras el dependiente se recreaba viéndole los pechos.

-Bueno, ¿qué os parece?

-Pues la verdad, te queda bastante bien, estás muy mona. –Le dije yo-. Me gustas mucho así, mamá.

-¿No se me verá mucho por detrás? –Dijo ella dándonos la espalda e inclinándose de modo que todo su muslamen y hasta parte de sus gordas nalgas quedaban perfectamente a la vista.

-No, no, está muy bien así –dijo Alberto con socarronería mientras le acariciaba los muslos y hasta las nalgas por detrás para a continuación preguntar dirigiéndose al dependiente:- ¿A usted que le parece?

-Muy… muy bien. –respondió éste tragando saliva.

-¿Y por delante, se me verá mucho si me agacho? –volvió a preguntar mi madre.

-Pues date la vuelta para que lo veamos, mamá.

Ella se dio la vuelta situándose de nuevo frente a nosotros y yo le dije:

-Venga, inclínate un poquito, mamá, a ver si se te ven los pechos.

Al hacerlo sus colgonas tetas se balancearon y pudimos apreciar sin problemas el tamaño y forma de las mismas aunque no llegamos a verle los pezones porque a pesar del generosísimo escote, las tiras del mismo cubrían en todo momento los marrones pezones de mi madre.

Alberto, metiendo la mano por el escote, comenzó a acariciarle un poco las tetas, especialmente la parte que quedaba a la vista, que era más que notable, y al tiempo le decía:

-No, Matilde, no se te ve demasiado. Estás muy bien así. Se te ve un poco el canalillo y, la verdad, estás muy guapa así, ¿verdad?– preguntó dirigiéndose al dependiente.

-Sí… sí, desde luego… La señora está muy bien. -Respondió éste un tanto cortado.

Toda esta escena y los comentarios que estábamos haciendo estaban llevando al dependiente a un estado de máxima excitación y ello era más que evidente.

-Venga, Matilde –dijo Alberto.– Pruébate ahora el otro uniforme, a ver cómo te queda y ya nos decidimos ¿vale?

Entonces mi madre se quitó el que tenía puesto y se quedó tan solo con las bragas y los zapatos y por tanto con sus excitantes y bonitas tetas al aire mientras cogía las prendas del segundo uniforme para probárselo. Este segundo uniforme era aún más excitante ya que si bien la falda era igual de corta que en el anterior, aunque en este caso era de vuelo, la diferencia era mayor en la parte de arriba pues como queda dicho se trataba de una blusa, si es que se puede llamar así, de encaje negro, pero sin la parte de atrás y por tanto dejando la espalda de la mujer completamente al descubierto. La blusa, que más bien era un delantal alto, se anudaba detrás del cuello y también dejaba los brazos y los hombros al descubierto. La tela de encaje no impedía en absoluto apreciar perfectamente las tetas de mi madre así como los oscuros pezones que las coronan y así pudimos comprobarlo todos cuando ésta se terminó de poner el uniforme.

-Bueno, y este ¿qué os parece? –preguntó ella con coquetería mientras se contoneaba frente al espejo.

-Menos mal que te has quitado antes el sujetador ¿eh, Matilde? –Dijo Alberto con su acostumbrada sorna– porque con este uniforme desde luego no se puede llevar sujetador alguno, quedaría feísimo.

-Ya pero con este se me ven las tetas prácticamente del todo ¿no? No sé si eso estará bien… –Preguntó ella con el tono más inocente que pudo poner.

En efecto las caídas aunque rellenas tetas de mi madre se apreciaban en todo su esplendor y hasta sus excitantes pezones se veían perfectamente a través de la fina tela negra de encaje.

-Bueno, los que se fijen te las pueden ver un poco, pero hay que fijarse… -decía Alberto con humor e ironía mientras el dependiente alucinaba con la exhibición de tetas de mi madre y no solo de tetas pues sus soberbios muslos quedaban desnudos hasta apenas unos dedos por debajo de las bragas ya que la minifalda del uniforme era realmente exagerada.

-Yo creo que estás mejor con este, ¿eh, mamá? –Intervine yo.– Te hace muy bonito el pecho.

-¿Sí, hijo? ¿Y usted qué opina? –dijo entonces la muy cachonda dirigiéndose al dependiente.

-Pues sí… -contestó el chico más que cortado–. Este le queda muy bien, señora.

-¿Cree usted que me favorece?

-Desde luego, señora, está usted muy guapa con este uniforme.

Entonces Alberto en voz baja, aunque perfectamente audible, le dijo al dependiente:

-Tiene ya unos añitos pero está buena la condenada ¿eh?

El dependiente sonrió un tanto apurado y Alberto continuó:

-Pues venga, decidido –dijo Alberto.– Nos quedamos con este, Matilde. Venga, vete cambiándote mientras nosotros vemos algunas de las revistas y cosas que tienen aquí, que parecen muy interesantes. Si necesitas ayuda con el uniforme ya te la presta este chico tan amable ¿verdad?

-Desde… desde luego, señores. No se preocupen. –Dijo el dependiente asombrado y sin duda excitado.

Nosotros nos fuimos hacia unas baldas en las que había vídeos y revistas de mujeres maduras y desde allí observamos las maniobras de mi madre y el dependiente. Ella se empezó a quitar el uniforme pero le pidió ayuda al dependiente para soltarse el nudo detrás del cuello. Cuando estuvo completamente desnuda a excepción de sus breves braguitas y de los zapatos oímos cómo le preguntaba al dependiente:

-¿Usted piensa que este tipo de trajecitos la van bien a una mujer de mi edad?

-Desde luego señora, está usted perfecta con estos uniformes. La verdad, señora es que usted está francamente bien y es muy atractiva así que seguro que todo le queda muy bien.

-¡Uy, qué va! Gracias por decirlo pero ya a mi edad, tengo mucha tripa y con estas tetas tan caídas… -respondió mi madre a la vez que se agarraba sus dos mamas con las manos.

-Ya les gustaría a muchos poder disfrutar con unas tetas como estas, señora Matilde, y con todo lo demás, que está usted francamente buena, si me permite decirlo.

El dependiente se estaba envalentonando. Sin duda a ello contribuía, además del zorrerío de mi madre, el hecho de que nosotros nos hubiéramos alejado y les hubiéramos dejado prácticamente a solas.

-Uy, claro que se lo permito. Pues como para no permitir que le echen a una esos piropos… Pero a usted, que es tan joven, le gustarán más las jovencitas, ¿verdad? –le decía mi madre mientras continuaba casi completamente desnuda a excepción de las bragas y hablando con el dependiente con las tetas al aire como si tal cosa.

-Mire, señora Matilde. Perdone si le molesta lo que le voy a decir pero me la ha puesto usted más dura viéndole probarse esos uniformes que todas las chavalitas con las que he estado antes juntas. Y no hace falta que me trate de usted, señora, que estoy aquí para lo que usted quiera y con toda la confianza del mundo.

-Uy, uy… -decía sonriendo mi madre – Pero qué amable y qué agradable eres. Pero no me irás a decir que te gusta verle las tetas a una vieja como yo

-Desde luego que sí. Me ha gustado mucho verle las tetas, ya lo creo, y ya daría yo algo por poder tocárselas también… y perdóneme si la molesto con tanto atrevimiento.

-Uy, cómo vas a molestarme con esos piropos. Pues toca, hijo, toca todo lo que quieras. Es muy halagador para mí que a un chico de tu edad le guste tocarme las tetas.

-No les irá a molestar a sus acompañantes… quiero decir si ven que yo

-¡Qué va, no creo! Mi hijo es muy abierto para estas cosas, ya lo has visto, y no le parece mal que su madre enseñe las tetas, ya me entiendes; y el otro es un amigo de toda confianza y tampoco creo que le vaya a parecer mal.

Entonces el dependiente, ya completamente lanzado, le puso las dos manos sobre las tetas a mi madre y se las empezó a sobar con ganas.

-¡Y dice que las tiene caídas… cojonudas es lo que están! Estas son las mejores tetas que he tocado en mi vida. No sabe usted lo caliente que me ha puesto, señora Matilde.

Luego el dependiente, cada vez seguro y envalentonado, empezó a sobar el extraordinario culazo de mi madre agarrando ambas nalgas aunque por encima de las bragas y hasta se dieron algún pequeño morreo. Cuando estaban en pleno magreo Alberto me hizo una seña para que nos acercáramos a ellos. Cuando llegamos a su altura y advirtieron nuestra presencia el dependiente dejó bruscamente de besar a mi madre y de tocarle el culo y hasta se separó de ella.

-Perdonen si les ha parecido mal. –Dijo el dependiente visiblemente azorado-. Es que… bueno, que viendo antes a esta señora pues… Y ella me ha dicho que no le importaba

-Tranquilo, hombre. Por nosotros podéis seguir, faltaría más, que os lo estabais pasando bien ¿no? Y si a los dos os gustaba… nosotros no vamos a interrumpir.

-Este chico tan amable ha sido muy galante conmigo –intervino mi madre. Y añadió con una sonrisa llena de picardía y zorrerío–: Dice que le gusto y me ha estado diciendo unas cosas muy bonitas, y como me ha dicho que le gustan mucho le he dejado que me toque un poco las tetas; después de todo ya me las ha estado viendo antes. Hasta me ha dicho que se la he puesto dura…fijaos.

-Pues estupendo, mamá –dije yo.– Haces muy bien en corresponder a su amabilidad. Pero si te ha dicho que se la has puesto dura lo menos que puedes hacer es interesarte por su estado ¿no?

-Sí, -intervino Alberto– no vaya a ser que el pobre se sienta incómodo si la tiene dura y ahí atrapada por el pantalón.

-Bueno… yo… -dijo el dependiente bastante nervioso.

-Venga, hombre, no seas tímido y bájate los pantalones, que Matilde te da un pequeño masajito y verás que bien.

-¿De verdad…? –dijo con incredulidad el chico.

-Pues claro, hombre. Venga, anímate, que no vamos a tener aquí a esta maciza en pelotas todo el día.

El chico se bajó los pantalones a toda velocidad y le dijo a mi madre:

-¿A usted le parece bien, señora Matilde?

-Bueno, si está bien o mal vamos a verlo ahora pero creo que no me va a disgustar. –Contestó mi madre dotando de doble sentido a la pregunta del muchacho.

Y diciendo esto mi madre le echó mano al paquete haciendo que el dependiente diera un tremendo suspiro de placer.

-Nunca hubiera pensado que me iba a pasar algo tan extraordinario. –Decía suspirando-. Todos mis amigos dicen que en una sex-shop se debe ligar mucho pero la verdad es que no se liga nada de nada porque aquí sólo entran hombres, pero hoy… hoy debe ser mi día de suerte

Cuando se hubo bajado los pantalones y los calzoncillos apareció una polla de tamaño regular completamente erecta que mi madre cogió entre las manos enseguida.

-Pues sí que está bien, sí. –Dijo ella apreciativamente y empezó a acariciar todo el tallo y a pasar los dedos por encima del humedísimo y brillante capullo del joven.

-Además de tocársela un poco yo creo que deberías chupársela a este chico tan amable ¿no? –Dije yo.- Venga, mamá, que a él le va a gustar, que vea lo bien que lo sabes hacer.

Entonces mi madre, sonriendo con picardía, se puso de cuclillas apoyando sus tremendas nalgazas en los talones alzados por efecto del tacón de sus zapatos y agarrando con una mano los huevos del dependiente y con la otra la polla le empezó a dar suaves lamidas en el húmedo glande del joven. Luego se la metió en la boca dando inicio a una estupenda mamada a la vez que seguía acariciándole los huevos. Era tremendamente excitante ver a mi madre agachada enfrente de un hombre, con las tetas al aire y también enseñando los muslos y la parte del culo que no tapaban sus pequeñas bragas, y chupándole la verga a aquel tipo a la vez que le acariciaba los huevos.

-Dale gusto ¿eh, mamá? Que no vaya a pensar que no sabes como darle placer a un hombre con la boca.

Mientras le decía esto me estaban dando unas ganas tremendas de sobarle el culo a mi madre pero me contuve. No lo hizo sin embargo Alberto. Este se agachó y amasó con toda la mano la zona de la nalga izquierda de mi madre que no cubría la braga, y que era bastante extensa por cierto ya que la postura de cuclillas había hecho que las ya de por sí breves braguitas, se metieran casi por entero por la raja del culazo de mi madre.

Sin dejar de chuparle la verga al chico mi madre nos miró con picardía y siguió con su trabajo bucal. No tuvo que dedicarse a ello durante mucho tiempo más ya que enseguida el chico empezó a resoplar anunciando su corrida:

-Me corro, señora Matilde, me corro, apártese que me corrooo

-Nada de apartarse –intervino Alberto.– Si no se la echas en la boca por lo menos riégale bien las tetas.

Pero mi madre siguió chupando con más entusiasmo si cabe y enseguida pudimos notar, ya que no ver, cómo el chico se corría de lleno en la boca de mi madre. Enseguida ella se apartó sonriendo y dejó que la leche del joven resbalara por sus labios hasta caerle en las tetas a la vez que dejaba toda su barbilla manchada de la blanca lefa del joven, cuya corrida había sido realmente abundante como demostraban los espesos goterones que caían sobre los pechos de mi madre.

-Esto ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida –decía el dependiente casi mareado por el placer.- ¡Qué mamada, por favor, qué mamada! Y me la ha hecho la mujer más maciza que he conocido. Quien iba a pensar que una mujer así, tan normal

-Te lo has merecido, que nos has atendido muy bien, chaval –le decía Alberto dándole unas palmadas en la espalda.

-Si quiere limpiarse, señora Matilde… -dijo el dependiente solícito– tengo una toalla en al baño, y se puede lavar un poquito también

Mi madre asintió y se fue hacia el servicio a lavarse un poco. Cuando volvió el dependiente dijo:

-Por supuesto se pueden llevar los dos uniformes, y gratis. Yo se los regalo, señora Matilde. Y bueno, si quiere algo más sólo tiene que pedírmelo.

Mi madre no dijo nada pero entonces señalé yo:

-Pues mira, lo que necesitaría mi madre, ya que estamos en al zona de lencería, serían unas medias y unos tangas para llevar con estos uniformes ¿no?

-Por supuesto –contestó él joven con rapidez. Y acto seguido nos sacó tres cajas con medias y varios tangas negros y alguno blanco y hasta uno rojo. Le dijimos que no queríamos tantos pero él insistió. Mi madre, que todavía estaba en bragas, se lo agradeció con un beso en los labios y le dijo:

-Eres muy amable y muy atento, y gracias por regalarme estos trapitos. ¿Si puedo hacer algo más por ti dilo sin miedo?

-Pues mire, señora Matilde. Y perdone de nuevo si le parece excesivo atrevimiento pero… -mi madre le apremió a que dijera lo que quisiera.– Verá, me gustaría… me gustaría verle… el coño.

-Pues claro hombre, sin ningún problema, ¿verdad mamá? –intervine yo.– Venga bájate las braguitas y enseña el chocho peludito ese tan rico que tienes, maciza.

Entonces mi madre riendo metió los pulgares por la cinturilla de las braguitas a la altura de sus caderas y deslizó sus pequeñas bragas hacia abajo, hasta poco más arriba de las rodillas donde quedaron enrolladas. Mi madre mostró entonces su abundante pelambrera con una mezcla de vergüenza y orgullo pues era consciente del efecto que causaba mostrándose completamente desnuda. El chico se quedó como tonto mirándole el chocho y yo le dije:

-También puedes tocárselo un poco ¿eh?, que no creo que a mi madre le moleste.

El joven entonces le pasó los dedos por la raja a mi madre haciendo que ésta suspirara y le diera un nuevo beso en la boca.

-Mamá, -intervine yo de nuevo.- ¿Por qué no te pones a cuatro aptas para que este chico pueda verte desde atrás el chichi en condiciones y para que así además te vea el culo tan precioso que tienes?

-Bueno… -contestó ella.– Si os parece bien a todos

Y diciendo esto se puso a cuatro patas orientando su soberbio culazo hacia nosotros. Los tres nos agachamos para ver de cerca el espectacular trasero de mi madre pero Alberto y yo dejamos que el dependiente ocupara el lugar central. El chico volvió a pasarle los dedos por el conejo a mi madre y también por todo su amplio culo. Yo entonces le dije:

-Si te gusta chuparle el conejo a una mujer podrías pasarle la lengua por la raja a esta calentona

El chaval no se lo pensó dos veces y metió hasta la nariz en el chocho de mi madre empezando a comerle el coño con ganas. Ella sin duda también estaba caliente porque no tardó ni dos minutos en estallar en un estruendoso orgasmo que la dejó derrengada en el suelo con las tetas aplastadas contra la tarima por espacio de varios minutos mientras se recuperaba.

Tras un ratito de descanso ya mi madre se incorporó, le dio otro morreo de escándalo al dependiente y comenzó a vestirse aunque no se puso el sujetador ya que lo tenía yo en mi bolsillo. Cuando me lo pidió le dije que fuera sin él, que estaba mejor insinuando sus tetas y sus oscuros pezones. Ella regañó mi ocurrencia pero se puso la blusa sin sujetador y sonriéndome al tiempo que me llamaba "cabronazo".

Cuando ya nos íbamos Alberto llevó a mi madre a ver unas revistas de maduras para que viera que había revistas de sexo en las que las protagonistas eran tan o más viejas que ella. Luego se alejaron a ver la sección de consoladores y en general a ver la tienda porque mi madre nunca había estado antes en un sex-shop. Entonces el dependiente me dijo a mí:

-Vaya suerte, tener una madre tan extraordinaria como esta. Ya me gustaría a mí que mi madre fuera la mitad

-¿La mitad de puta? -completé yo sonriendo y haciendo que los dos riéramos abiertamente.

-Si, eso. –Dijo el chico.– La verdad es que, y esto te lo cuento en confianza después de lo que ha pasado y viendo la relación que tenéis tu madre y tu, a mí también me gustaría que mi madre fuera una viciosona y que se dejara follar por otros tíos delante de mí y también que me dejara a mi joderla. No sé si tú te tiras a tu madre

-Bueno, hago lo que puedo cuando ella me deja.

Los dos reímos y él continuó:

-Bueno, pues enhorabuena. A mi me encantaría follarme a la mía. Nunca he hablado de esto con nadie, claro, pero contigo viendo lo que hay y después de lo que ha pasado, creo que te lo puedo contar. La verdad es que desde que trabajo aquí mi madre viene a menudo a buscarme a la tarde o a estar un rato aquí conmigo porque hay muchos ratos, sobre todo a la mañana que en una tienda así no entra nadie. Al principio yo me llevaba un corte tremendo porque ella miraba todo lo que hay y decía que qué guarradas y cosas así pero lo decía en plan simpático. A veces me preguntaba que para qué son los consoladores. A veces, mientras hablamos, mira revistas y me hacía comentarios cuando ve cosas que para ella son raras, como tríos, orgías y cosas así. Pero, sinceramente te lo comento, yo creo que mi madre quiere algo y pienso que es conmigo. Y yo estoy como loco por comerle las tetas, que las tiene muy caídas y ricas, como las de tu madre, aunque más gordas pero ninguno de los dos nos atrevemos a dar el primer paso.

-Pues chico, aquí lo tienes a huevo. Sólo hay que pensar un poco la estrategia pero creo que lo tienes más a huevo que nadie. Venga, ánimo y a ver si te tiras a tu madre, que seguro que es una tía bien maciza y cachonda.

-Ojalá sea así. Si quieres vienes un día y hablamos del tema, y si vienes con tu madre pues mejor… No lo digo porque me vuelva a hacer lo de hoy; es sólo porque me gustaría seguir en contacto con vosotros y si coincidís con un día que esté mi madre...

-No te preocupes, vendremos. Además, a mi también me gustaría conocer a tu madre. Igual acaba chupándomela como mi madre ha hecho contigo.

-Ya podía ser. Bueno, pues os espero, ¿eh?

Ya íbamos a salir por la puerta cuando entró una señora de unos 55 años, bajita y regordeta, con unas impresionantes tetazas que apenas le cabían en la blusa y que dijo:

-Hola, hijo mío. Pasaba por aquí y me he dicho "voy a ver a mi niño".

Sin duda era la madre del dependiente. Este me miró, me guiñó y le dijo a su madre:

-Pues estaba con estos clientes, que le han comprado unas cositas a esta señora, que es la madre de este chico.

-¡Ah! Muy bien. –Dijo la señora sonriéndome.

-Bueno, ya nos veremos, ya volveremos por aquí –dije yo a modo de despedida.– Déjanos una tarjeta de la tienda y ya te llamaremos.

Continuará

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