Orgulloso de mi madre (14)

Mi madre nos sorprende a todos, e incluso a ella misma, atreviéndose a hacer más cosas con gente nueva.

ORGULLOSO DE MI MADRE (Cap. 14)

Mi madre nos sorprende a todos, e incluso a ella misma, atreviéndose a hacer más cosas con gente nueva.

En el capítulo anterior relataba cómo finalmente me había follado a mi madre como colofón de una extraordinaria y viciosísima tarde de sexo junto con mi tía Rosa y sus amigos Alberto y Alfredo.

No pasó nada digno de mención hasta que a la semana siguiente, el jueves a la tarde, mi madre me pidió que la acompañara a unos grandes almacenes, concretamente al Corte Inglés, a comprar algunas cosas para ayudarle a traerlas a casa.

Cuando ya llevábamos un rato en los grandes almacenes la casualidad hizo que nos fuéramos a encontrar allí con Alberto, que había ido a comprarse algunas cosillas. Ya se había comprado un libro y un jersey. Nos saludamos como conocidos pero de forma muy discreta, claro. Yo llevé el peso de la conversación con él porque si nos veía alguien conocido para mí era más fácil explicar que se trataba de una persona a la que conocía por motivos laborales o algo así. Nos dijo que ahora se dirigía a comprar un tapete de cartas y unas cuantas barajas pues tenía una partida de cartas con otros tres amigos el próximo viernes con los que solía reunirse para celebrar divertidas e intensas timbas.

-La jugaremos en nuestro pisito. Es el lugar de todos mis vicios Ya sabéis. ¿Si quieres venir? –Me preguntó a mí sonriendo-. Será una tarde tranquila, ya sabes; cuatro amigos jugando al póker y hablando de mujeres.

-No, gracias. No me gustan las cartas y de hecho apenas sé jugar, pero gracias por la invitación. –Y añadí en tono de humor-. Si fuera un strip-póker con alguna buena jamona

Los tres reímos y mi madre dijo:

-Hijo, no piensas más que en ver a jamonas desnudas. ¿Tanto te gustan?

-Ya lo creo que me gustan, y especialmente pienso en una jamona bien cachonda… que eres tú, macizota.

Los tres volvimos a reír y Alberto entonces dijo:

-La verdad es que no estaría mal la idea esa del strip-póker… Bueno, siempre que pudiéramos tener a Matilde por allí para amenizarnos la partida, claro. A estos amigos míos lo que más le pone es el póker pero seguro que un buen par de tetas y una hembra con un culo en condiciones les hacen replantearse sus intereses

Los tres reímos y yo le dije a mi madre.

-¿Qué, mamá? ¿No te gustaría una "partidita" con cuatro hombres? Seguro que no te lo pasabas mal tu sola con cuatro machos, ¿eh, cachonda?

Ella sonrió encogiéndose de hombros y Alberto dijo:

-Hombre, estos amigos son de plena confianza y aunque nunca he hecho nada así con ellos, al contrario que con Alfredo, y aunque todos estamos casados, la verdad es que por lo que hablamos durante las partidas, cuando la conversación va de mujeres, no creo que ninguno se opusiera a meterle mano a una buena hembra como tu madre. –Alberto pareció reflexionar durante unos segundos y luego añadió-: La verdad es que me está pareciendo una idea genial jugar un strip-póker con tu madre, claro que ahí lo importante es que tu madre estuviera dispuesta a... ya sabéis.

-Venga, mamá. ¿Te animas?

-Eso, Matilde, anímate -la apremió Alberto-, que me estoy poniendo calentorro perdido de sólo pensarlo.

-Pero si no sé jugar a las cartas

-Seguro que a Alberto y a sus amigos ya se les ocurrirá algo a lo que puedan jugar contigo. – Dije yo con intención.

-Bueno… pero tú tendrías que venir también. –Contestó ella dirigiéndose a mí y empezando a encontrar aceptable aquella propuesta que había surgido casi medio en broma.

-Por supuesto. No habría ningún problema. –Se apresuró a asegurar Alberto-. Estoy pensando que tendré que llamar a mis amigos para informarles del nuevo cariz de la partida. Estoy seguro de que todos estarán de acuerdo.

-Igual es más divertido si no lo haces. –Dije yo. Es más; lo mejor igual es que juguéis una partida normal y si las cosas así lo piden ya entrará mi madre "en juego". Si tus amigos no estuvieran por la labor pues que no pase nada y todos tan contentos. De esa manera nadie está comprometido de antemano ni condicionado y las cosas surgirán si tienen que surgir.

-Ya, pero entonces ¿cómo va a explicar qué hago yo allí, que además no sé ni jugar a cartas? –dijo mi madre.

-Yo creo que tu presencia en el piso de Alberto esa tarde debe explicarse de otra forma. ¿Qué tal si eres una criada por horas que ha contratado Alberto en una agencia para servir las copas y atender a sus invitados? Estarías con ellos y además podrías llevar un uniforme de criada un poco provocativo, mostrando un poco las tetas y el culo y a ver qué pasa. Seguro que se la empinas a todos, putona. Y de esa manera lo que tenga que ocurrir ocurrirá sin que parezca que hay nada planificado.

-Sííí… -dijo Alberto entusiasmado con la idea y completamente emocionado-. Es un plan genial, chico. Hay que ver qué cosas se te ocurren para disfrutar con la cachonda de tu madre. Ya me imagino a mi criada madurita con todo el muslamen al aire y con las tetas asomando por el escote sirviéndonos unos whiskys mientras a mis amigos que se les van los ojos detrás de tu culazo apenas oculto por una mini de escándalo como esas que llevan las criadas en las revistas o en las "pelis" porno.

-¿Pero de verdad creéis que una vieja como yo va a poner cachondos a tus amigos por mucha mini que lleve? No penséis que todos son tan viciosos de las maduritas como vosotros. A la mayoría de los hombres le gustan jovencitas y no se ponen cachondos viéndole los muslos ni las tetas caídas a una vieja gorda como yo… Seguro que tus amigos estarían encantados con una invitada o una chacha, como propone este, de 25 años pero con una que ya pasa de los 50

-No seas modesta, Matilde. Tú con tu edad estás buenísima y resultas una mujer de lo más apetecible; ya lo creo que nos pones cachondos a todos, ya lo creo… -decía Alberto emocionado–. Venga, Matilde, anímate que ya estoy deseando ver la cara que ponen mis amigos al verte ese muslamen rellenito que tienes.

-Bueno, pues si queréis hago de criada y ya veremos si pasa algo con tus amigos por enseñarles las piernas. Pero yo también quiero que esté mi hijo por varios motivos...

-No te preocupes, mamá. Yo estaré aunque creo que igual es mejor que esté oculto. ¿Crees que se puede arreglar, Alberto?

-Claro que sí. Tienes la cocina y el baño para ti. Nosotros estaremos todo el rato en el salón y mis amigos no van para nada a la cocina, y menos teniendo criada… Desde ahí verás sin problema todo lo que haga tu madre y lo que hagamos nosotros con ella, si es que podemos hacer algo

-¡Ay, pero qué cabronazos sois! ¡Qué estaréis pensando en hacer conmigo!

-Pues a nada bien que salga la cosa, gozar, mamá, gozar contigo y con tus carnazas. Y tú ya verás como no te lo pasas nada mal. Seguro que una vez más me haces sentirme muy orgulloso de ti, mamá.

-Oye, me parece una idea genial. –Intervino de nuevo Alberto-. Si veo a alguno de mis amigos que no está por la labor pues yo mismo corto el tema y ya está, sin ningún compromiso para nadie. Y si se ponen todos cachondos pues verás la que liamos los cuatro con esta golfa.

Seguimos perfilando un poquito más el plan entre risas y comentarios picantes y luego yo dije:

-Bueno, venga, vamos a la sección de lencería a ver si hay algún uniforme de chacha porno para nuestra madura criada cachonda.

Para allí nos dirigimos pero tal como nos temíamos en un lugar como el Corte Inglés no había uniformes porno. Lo que si había era una gran cantidad de ropa interior sexy. Alberto no se resistió y le regaló a mi madre un precioso tanga negro y unas medias de malla.

Como no habíamos visto uniformes como los que buscábamos mi madre dijo:

-Bueno, pues ya me pondré alguna falda cortita que tenga o que me arregle. Si lo que queréis es que vaya con una falda cortita enseñando muslo no va a haber problema.

-Ya pero es que tienes que ir de chacha, mamá. Con cofia y todo, y enseñando bien las carnes tan buenas que tienes, que eso sí que da morbo.

-Eso, eso, -dijo Alberto-. Cofia, uniforme negro, delantal blanco, medias y con el culo prácticamente al aire. Si me estoy poniendo malo sólo de pensarlo

Tras reflexionar un poco, Alberto sugirió que ese tipo de prendas en todo caso las podríamos encontrar en un sex-shop y acordamos ir a uno que hay relativamente cerca de allí.

No obstante antes de irnos yo sugerí que debíamos agotar todas las posibilidades en el Corte Inglés y que lo mejor sería que mi madre preguntara al algún dependiente en la sección de ropa de hogar pues en la de lencería Alberto había preguntado a una chica y la respuesta había sido negativa.

-Pero si no va a haber. Ya se lo ha dicho a Alberto esa chica. –Dijo mi madre.

-Ya, mamá, pero tú exponle el caso a un dependiente y así vemos nosotros cómo se calienta al pensar en ti con esa pinta.

-¡Desde luego, cómo sois!

-La verdad es que tu hijo es un calentorro de cuidado, Matilde. Tú hazle caso en todo que seguro que te lo pasas de miedo. –Decía Alberto regocijándose también con la idea de que mi madre pusiera un tanto caliente a algún dependiente mientras nos dirigíamos a la sección de ropa de hogar.

-Hombre, tengo que reconocer que haciéndole caso en estas cosas es como mejor me lo he pasado en mi vida en esto del sexo. Eso sí que es verdad. -Decía ella sonriendo mientras nos dirigíamos a la planta de ropa de hogar.

-Mira, mamá. Habla con ese dependiente. –Le indiqué yo en cuanto llegamos a la sección en cuestión refiriéndome a un hombre de unos 42 años con pinta de simpático–. Dile que vas a empezar a trabajar de asistenta y que tu jefe te ha dicho que lleves un traje de criada con cofia blanca, con minifalda y con la blusa un poco atrevida, con mucho escote o de esas que son transparentes. Que te enseñe lo que tenga.

-Cuando le digas que te enseñe lo que tenga ten cuidado ¿eh, Matilde? –Dijo con sorna Alberto-, que igual te enseña el cipote bien empinado.

Los tres reímos y yo continué dándole instrucciones a mi madre:

-Cuando le digas que quieres una falda mini levántate la que llevas y dile cómo la quieres de mini, y levántatela bastante. Por esta sección apenas pasa gente así que no es una situación demasiado comprometida y no creo que te vea nadie. Nosotros estaremos ahí detrás para ver y oír sin que resultemos molestos. Venga, mamá, ánimo y a ver cómo se la empinas a ese tío.

A mi madre, aunque le daba un poco de corte, le hizo gracia la broma y como aquella sección a aquellas horas estaba prácticamente desierta, se animó a ponerla en práctica. Se dirigió sonriendo hacia el dependiente y lo hizo con un insinuante movimiento de caderas, más destinado a que Alberto y yo mismo admiráramos su gordo culo que al propio dependiente. A mí no dejaba de sorprenderme el increíble y al parecer innato talento que mi madre tenía para exhibir sus encantos en público. Alberto y yo nos colocamos, yendo por otro lado, tras unos estantes desde los que podíamos ver y oír la escena sin que nadie advirtiera que estábamos escuchando más que viendo otros productos.

-Hay que ver cómo eres, chico. –Me decía Alberto-. Vaya par de aventuras más picantonas que se te han ocurrido. Tú y yo tenemos que hablar. Tienes que pensar en algo así para que nos tiremos a mi madre, ya sabes. Tienes que ayudarme a descubrir a la zorra que mi madre lleva dentro, que seguro que es mucho menos decente de lo que da a entender.

-Ya pensaremos en ello, ya, que yo también tengo ganas de verle a tu madre esos cántaros que tiene por tetas y ese culazo.

Enseguida nos aprestamos a ver la actuación de mi madre. Se dirigió al dependiente y le planteó el asunto. Le explicó que iba a trabajar de asistenta y que necesitaba un uniforme de ciertas características. Cuando le dijo al dependiente que quería una falda mini y se subió la suya hasta más arriba de medio muslo para mostrar cómo la quería de corta, al dependiente casi se le salen los ojos al ver los rellenos muslazos de mi madre. Luego le indicó que quería una blusa con mucho escote o transparente y el dependiente ya casi no pudo articular palabra. Mi madre entonces se desabrochó un poco la blusa que llevaba y dejando ver un poco su sujetador le dijo al dependiente que si era de escote por lo menos tenía que verse hasta allí.

Puesto que todos sabíamos que no había tales uniformes en el Corte Inglés, pues nos lo había asegurado la dependienta de la sección de lencería, pensábamos que el dependiente, con no poca pena y una buena calentura, le diría a mi madre que no había tales prendas y la broma acabaría. Pero el dependiente sin duda estaba dispuesto a aprovechar su suerte hasta donde llegara. Entonces le dijo a mi madre que no tenían exactamente lo que buscaba pero que se podía arreglar. Luego le sacó a mi madre dos uniformes de asistenta convencionales y le dijo que se los probara y que él vería si se podía solucionar lo de la falda y la blusa con los oportunos arreglos de modista para que todo quedara a la entera satisfacción de mi madre.

Esta nos miró entonces un poco confusa y yo, con gestos ostensibles y sin que el dependiente nos viera, le animé a que siguiera el juego. Entonces, mientras ella cogía los uniformes, Alberto y yo nos fuimos rápidamente hacia los probadores de esa sección y nos metimos en el que quedaba a la derecha del que había enfrente de la puerta.

-Seguro que se mete en ese que es el que está más a mano. –Le dije yo en voz baja a Alberto.

Al momento llegaba mi madre seguida del dependiente.

-Desde luego son muy bonitos los uniformes tal como usted los quiere, señora. –Le iba diciendo él-. Yo creo que igual tenemos de esos para la próxima campaña pero ahora lo que estamos haciendo es adaptar estos que tenemos y le puedo asegurar que los resultados son excelentes.

-Será cínico… –dijo Alberto riendo y en voz baja.

Nos equivocamos sobre el probador que iba a ocupar mi madre. El dependiente, muy ladino, le indicó que fuera al del fondo, que era más grande. En efecto lo era pero él lo que quería era llevar a mi madre al más apartado. Afortunadamente para nosotros entre el que yo pensé que ocuparían y el del fondo indicado por el dependiente sólo estaba precisamente el que habíamos ocupado nosotros así que seguíamos estando al lado.

-Bueno, señora. Váyase probando que yo la espero fuera y luego le cojo medidas y recogemos un poco la falda para ver cómo quedaría y si a usted le gusta. Recortar la falda no plantea problemas y lo de la blusa yo creo que también lo podremos solucionar. Déjeme pensarlo un poco pero creo que en alguna otra sección le podré localizar la solución.

Mi madre entonces se quedó en el probador sin saber qué hacer pues creo que empezó a pensar que la broma estaba yendo demasiado lejos. Entonces yo le siseé desde arriba pues tanto Alberto como yo nos habíamos encaramado al panel de separación para ver todo lo que ocurriera. Mi madre se tranquilizó enormemente al vernos y saber que estábamos controlando la situación. Yo le hice nuevos gestos para que siguiera con la broma. Entonces ella, ya más tranquila, se quitó su ropa, se quedó en bragas, sujetador y medias y se puso el uniforme de asistenta, que era de lo más normal: blusa negra con cuellos y puños blancos, falda negra con un pespunte blanco de encaje que le llegaba incluso un poco por debajo de las rodillas, y delantal blanco. Cuando lo tuvo puesto todo a excepción de la cofia se puso de nuevo sus zapatos y abrió la puerta del probador para llamar al dependiente. Este la aguardaba con los ojos brillantes.

Con la seguridad y el aplomo que le daba nuestra cercana presencia, mi madre le empezó a decir al dependiente que la falda era larguísima según lo que le había dicho su jefe. Entonces el dependiente se la empezó a recoger con alfileres dejándosela realmente corta a indicaciones de mi madre. Todo el muslamen de la madura mujer quedaba prácticamente al aire ya que la falda le había quedado algo más de un palmo por encima de la rodilla. Cuando la tuvo toda recogida con alfileres y convertida en una mini más que escandalosa, mi madre le dio la espalda al dependiente y se inclinó hacia delante preguntándole al hombre:

-Si me inclino así ¿qué se me ve? –Le verdad es que se le veían las bragas y buena parte de su culazo sin ningún problema.

-Bueno, se le ven las piernas un poquito por encima de la rodilla pero le queda muy bien, señora. Creo que es exactamente lo que usted estaba buscando. –Decía el dependiente con la voz cada vez más ronca por la excitación.

-La falda podría valer si me la arreglan así pero lo de la blusa no veo cómo lo vamos a solucionar, -decía mi madre seguramente queriendo dar ya la broma por concluida-. Creo que si no tienen de las que yo busco será mejor dejarlo.

Entonces, con toda la cara, mi madre se quitó la falda permitiendo que el dependiente le viera todo el muslamen y hasta las bragas, y poniéndose de nuevo su ropa se disponía a salir del probador despidiéndose del pobre hombre, que debía estar con una empalmada de cuidado. Pero entonces, pensándoselo mejor y sorprendiéndonos de manera increíble tanto a Alberto y a mí como al propio empleado de los grandes almacenes, volvió a cerrar la puerta del probador quedándose con el dependiente dentro y echó mano al paquete del hombre:

-Vaya cómo tenemos esto ¿eh? –Le dijo con una voz y una actitud de zorra que yo nunca hubiera imaginado en mi recatada madre.

-Cómo quiere usted que lo tenga, señora, si estoy que exploto viéndola a usted tan maciza y tan buenaza.

Entonces mi madre, ni corta ni perezosa, le bajó los pantalones y le empezó a cascar una paja. No llevaba ni medio minuto manipulándole la polla cuando el pobre hombre explotó en una gran eyaculación que dejó la mano de mi madre toda manchada. Luego ella se limpió en la blusa del uniforme y ya salió del probador mientras el hombre se quedaba sentado en el suelo del probador y murmuraba un apenas audible "gracias, zorrona".

Mi madre se reunió con nosotros y luego, ya a solas, nos aclaró que, además del morbo que le había causado hacerle aquello al dependiente, lo que más le había motivado era ofrecernos a Alberto y a mí aquel espectáculo y sorprendernos con su zorrerío.

Entonces, cuando, entre risas y comentando lo ocurrido, salíamos los tres del Corte Inglés tuvo lugar otro hecho interesante y es que nos encontramos precisamente con la madre de Alberto que se dirigía a este establecimiento a hacer unas compras acompañando precisamente a Laura, la hija del propio Alberto y por tanto nieta de la señora Asunción, la madre de Alberto. Alberto saludó con dos besos a su madre así como a su hija y luego nos las presentó a mi madre y a mí. La buena de la señora Asunción se acordaba perfectamente de nuestro anterior encuentro en aquella cafetería en la que nos habíamos conocido. No obstante yo volví a saludarla con dos besos y seguidamente mi madre y ella hicieron lo propio. Después saludamos a Laura, la hija de Alberto, y tras una breve charla muy tópica y formal la madre de Alberto nos explicó a todos que acompañaba a su nieta a comprarse algo de ropa porque ese iba a ser su regalo por haber sacado buenas notas en su primer año de universidad. Volvimos a intercambiar saludos a modo de despedida y ya ellas se adentraron en los grandes almacenes. Entonces yo le dije a Alberto:

-¡Vaya culazo que tiene tu madre! Y de delantera tampoco anda mal, ¿eh?

Mi madre se sorprendió un tanto de estos comentarios míos tan atrevidos para con la madre de Alberto y así lo hizo saber pero el propio Alberto fue quien le contestó diciendo:

-Bueno, si yo me follo a la suya lo menos que puedo hacer es permitirle que él alabe el culazo y las tetas de mi madre. De hecho, si por mi fuera, también le dejaría a tu hijo que le magreara todo eso a la maciza de mi madre, y más que magrearla...

-Menudos cabronazos –dijo mi madre riendo-. Vaya par de cerdos viciosos habéis ido a coincidir. No respetáis ni el culo de vuestra propia madre

-Ese menos que ningún otro, que es de los más apetecibles. –Repliqué yo.

Los tres reímos y luego Alberto le contó a mi madre que él también tenía deseos de cepillarse a su madre y que si pudiera lo haría sin dudarlo.

-De hecho tu hijo y yo tenemos que organizar un plan para terminar con mi madre en la cama, y, aunque sea difícil, espero que termine siendo tan puta como lo eres tú, Matilde.

-Desde luego hay que ver cómo sois –decía mi madre divertida ante nuestras depravadas declaraciones- y lo mejor de todo es que realmente os pongan tan cachondos las maduras cincuentonas y hasta sesentonas.

-Mi madre tiene los 68 cumplidos y te puedo asegurar, Matilde, que la encuentro de lo más deseable. –Le explicó Alberto.

-Pues hombre, siempre estará mejor tu hija Laura, ¿no? Y sin embargo parece que ella no te despierta esos arrebatos de deseo

-Bueno… -dijo Alberto con cierta ambigüedad, mirándome con intención y haciendo que los dos estalláramos en una carcajada llena de complicidad.

Continuará

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