Orgulloso de mi madre (10)

Ellas nunca antes lo hubieran imaginado pero se prepara una orgía con mi madre y mi tía como protagonistas.

ORGULLOSO DE MI MADRE (Cap. 10)

Ellas nunca lo hubieran imaginado pero se prepara una orgía con mi madre y mi tía como protagonistas.

Los preparativos de la nueva cita de mi madre y mi tía con sus amigos en su piso habían acabado con un contacto tan cercano entre ellas y yo que tuvo como resultado que experimentara mi primera eyaculación en las manos de las dos mujeres.

El viernes señalado a las cuatro, mi madre y yo nos dirigimos hacia la casa de mi tía Rosa en coche. Yo no había tenido tiempo, al contrario que en anteriores ocasiones, de ver cómo se había preparado mi madre. Aunque en el trayecto en coche le pregunté sobre su ropa interior, ella sonriendo me dijo que era una sorpresa y que tendría que esperar hasta llegar al piso de Alberto y Alfredo para ver cómo iba.

Lo que se podía ver era que llevaba una falda negra de tubo por encima de la rodilla marcando su generoso trasero, medias color carne, unos los zapatos de tacón que recientemente habíamos comprado juntos y una chaqueta granate por encima de una blusa blanca.

Cuando llegamos a casa de mi tía ésta nos invitó a subir pues aún era pronto y ella estaba terminando de prepararse.

Llegamos a su piso y tras abrirnos pudimos comprobar que mi tía estaba todavía con la bata de estar en casa. Le instamos a que se diera prisa y ella entonces nos hizo pasar a su habitación junto con ella misma. Allí se quitó la bata quedándose tan solo con unas bragas blancas y con sus colgonas y gordas tetas al aire.

-Bueno, voy a ponerme unos trapitos y me decís qué tal voy. –Dijo exhibiendo sus tremendas tetas desnudas con toda naturalidad delante de mí.

Entonces, sin ningún problema ni rubor, se quitó las bragas y así, completamente desnuda, se puso a rebuscar en el fondo de su armario dejando ante nuestra vista su gordo culazo. Finalmente sacó de un cajón unas de sus ya conocidas bragas tipo tanga y unas medias negras de red y se puso tanto las bragas como las medias.

-Tía, no te molestes, pero de momento yo casi diría que estás así aún mejor que desnuda del todo. Menudas pintas

-De zorra, ¿verdad? –completó ella riendo.– Bueno, de eso es de lo que se trata ¿no?

-Oye, -intervino mi madre, que se había sentado cómodamente en la cama y al subírsele la falda mostraba también despreocupadamente buena parte de sus bonitos y gruesos muslos enfundados en las medias color carne-. ¿Y dónde y cuándo te compraste tú esas bragas, cacho zorra? Que me quedé de piedra cuando te las vi el primer día.

-¡Ay, chicos! –dijo mi tía en un suspiro.– Eso todavía no os lo he contado pero tengo que hacerlo… Veréis, estas bragas en realidad son un regalo. Me las dio el chico de la mercería de aquí abajo. Y os preguntareis por qué. Y si pensáis mal acertaréis, ja, ja, ja

-No me digas, Rosa… -dijo mi madre sorprendida.

-Sí, hija, sí. Yo ya hace algún tiempo que soy una zorrona. ¡No mucho, eh! Esto pasó hará unos dos meses. Entonces lo que sucedió ya me parecía el colmo del zorrerío pero no creas que acabó como te estás imaginando, ¿eh, Matilde? Aunque sí que debo confesar que a raíz de eso creo que fue cuando me decidí a ser un poquitín más lanzada en esto del sexo, que si no lo tenemos sólo para mear y se trata de sacarle más partido, ¿no es verdad? –Contestó mi tía riendo.

-Estupendo, tía, así me gusta. –dije yo animándola.– Cuéntanos cómo te convertiste en una golfa.

-Bueno, tampoco fue para tanto ¿eh? Ya os digo que no pasó nada de… ya me entendeis, aunque nunca se sabe en qué acabará la cosa, ja, ja, ja

-Venga, cuéntanoslo –le apremió mi madre.– Después de vieja nos vas a salir una calentorra de cuidado

-Y lo que me arrepiento de no haberlo sido antes… ¡Ay, Matilde, si a lo largo de nuestra vida hubiéramos sido más espabiladas…! Lo bien que nos lo habríamos pasado, pero esto de ser decentes a toda costa...

-Nunca es tarde –apuntó mi madre con simpatía, lo cual me alegró sobremanera ya que aquellas palabras hacían evidente que su manera de pensar sobre estas cosas había cambiado favorablemente.

-Venga, tía. Dinos qué pasó con el chico de la mercería, que se me empina de solo pensarlo.

-Pues veréis. Yo fui a comprarme unas bragas a esa mercería, que es donde voy siempre, y ese día con la dueña estaba su hijo, un mozalbete de unos 20 ó 22 años. Bueno, la cosa es que el cabronazo de él, cuando su madre salió porque tenía que ir a un recado, me enseñó bragas tangas de estas y me dijo que con las que yo había cogido regalaban unas de estas y el muy cabrón, que por cierto lo conozco de toda la vida del barrio, me dijo que me las probara para ver cuál me gustaba más porque se podía elegir entre dos modelos. La cosa es que yo, como una tonta, me las puse en el probador y cuando las tenía puestas el me dijo con todo el descaro que si quería me daba su opinión. Bueno, la cosa es que yo, que debía estar algo cachonda aquel día, al verme así y con un jovencito queriendo verme el culo pues le abrí la puerta y le enseñé todo el culazo ya que con estas bragas vosotros me direis qué es lo que tapan

-Si señor, tía. Así se hace. Empinándosela a los chavales a la menor oportunidad.

Los tres reimos con mi comentario y mi tía siguió.

-No penséis que pasó nada de… bueno ya sabéis, de eso. Lo único que pasó es que allí, estando con todo el culazo al aire delante del chaval pues él, que no es precisamente tonto, me lo empezó a tocar diciéndome que la tira se me metía por aquí o por allá, bueno, ya sabeis, tonterías porque en realidad lo que quería el muy cabrón era sobarme el culo y bien que lo hizo.

-¿Y no hiciste nada más? –preguntó mi madre con evidente interés.

-Nada, hija. ¿Qué ibamos a hacer allí en la tienda? Además yo estaba medio asustada, no creas. Cachonda sí, pero no me hubiera atrevido a hacer nada. Por eso ahora creo que he espabilado y no voy a dejar pasar ninguna oportunidad, ja, ja, ja

-Entonces el chico ese te tocó el culo

-Y nada más, hijo – me cortó mi tía, - Me pegó una buena sobada de culo; eso sí, me dijo que me quedaban muy bien estas bragas y que me las llevara puestas. De entonces para acá no ha ocurrido nada porque algún día que he ido por la mercería o no está el chico o está también su madre. Pero como vuelva a estar con él a solas va a tocarme el culo pero a base de bien…y yo a él igual también lo toco algo… ja, ja, ja

-Di que sí, tía.

Los tres reimos las palabras tan animadas de mi tía y ella ya acabó de vestirse y salimos hacia el coche porque ya eran casi las cuatro y cuarto.

A las cuatro y media llegábamos puntualmente al piso de Alberto y Alfredo. Llamamos y nos abrió Alfredo. Este, por cierto llevaba puesta una bata, lo cual de entrada nos chocó un poco a los tres. Dentro en la sala nos esperaba también Alberto vestido también únicamente con un batín y zapatillas de estar en casa.

Tras los besos de rigor a las mujeres, Alberto explicó:

-Cómo hoy íbamos a estar aquí tranquilamente hemos pensado que es más cómodo estar así, de andar por casa, así que vosotros podéis poneros todo lo cómodos que queráis también.

Tanto mi madre como mi tía se quitaron las chaquetas que llevaban y ya entonces pude ver que bajo la blusa mi madre llevaba un sujetador más bien oscuro aunque no se podía apreciar el color con nitidez. Ambas mujeres se sentaron en el sofá al lado de Alberto mientras Alfredo iba a la cocina a por unos refrescos.

-Las dos señoras más atractivas de toda la provincia –dijo Alfredo con simpatía cuando regresó de la cocina con los vasos.

-Bueno, Rosa. –Dijo Alberto.- No se si sabrás que tu cuñada nos deleitó el otro día con una exhibición que bueno… De sólo recordarla se me pone

-Sí, algo me han contado, -respondió sonriendo mi tía.– Y os lo pasasteis bien ¿no?

-Ya lo creo, pero nosotros estábamos pensando en que hoy podías ser tú la que nos deleitaras de manera parecida, ya sabes, mostrandonos algo de tu bonito cuerpazo ¿eh, maciza?

-¡Desde luego, cómo sois!

Para entonces Alberto ya había subido el vestido de mi tía hasta bastante más arriba de medio muslo y sus rellenas piernas, cubiertas por sus excitantes medias de red, quedaban prácticamente por entero al aire.

-Venga, Rosa. Enséñanos que hay más arriba

-¿Y vosotros qué enseñais, eh? –Respondió mi tía sin bajarse el vestido ni reprochar su atrevida actitud a Alberto por habérselo subido para dejar a la vista sus muslos casi por entero.

-Bueno, si quieres que nosotros enseñemos algo eso lo tenemos fácil. –Replicó entonces Alfredo.

Y diciendo esto, el hombre se desató el cinturón de la bata mostrando que debajo no llevaba nada y dejando al aire su polla en un estado de semi erección creciente. Su acción fue seguida de inmediato por Alberto que, sentado en el sofá al lado de mi madre, no tuvo inconveniente en mostrar su ya más que erecta polla apartando su bata hacia los lados.

-¡Pero chicos! –dijo divertida mi madre, a quién por cierto abrazaba por los hombros Alberto aprovechando que estaban sentados juntos - ¿Cómo estáis así?

-Pues ya os hemos dicho: para estar más cómodos. –Y continuó haciendo un chiste–: Bueno, y si quieres decir que cómo estamos así de empalmados pues la respuesta es fácil: tenemos dos señoras estupendas al lado así que cómo vamos a estar

Todos reimos y mi tía continuó:

-Después de veros eso supongo que sí que se os puede enseñar lo que sea… Es que si no, así en frío

-Pues venga, Rosa, que estamos deseando verte ese cuerpazo de jamona que tienes. Ya verás como crece esto, ya. –La animó Alfredo.

-Bueno, bueno. Pero de todas formas no os estamos viendo el asunto a todos ¿eh, sobrino? Venga, venga. Ponte tú también cómodo, como dicen estos. –Apuntó entonces mi tía con picardía dirigiéndose a mí.

Todos volvimos a reir y yo, levantándome para bajarme los pantalones, dije:

-Bueno, vale, de acuerdo, será mejor que me ponga cómodo porque ya me están apretando mucho los pantalones, y sólo de verte el muslamen, tía

Yo entonces me bajé pantalones y calzoncillos y mostré mi más que que empinada polla, que fue recibida con palabras de ánimo y gritos complacientes por parte de las dos mujeres:

-Así me gustan a mí, bien empinadas –decía mi tía con su característico desparpajo.

-Bueno, Rosa, es tu momento. Ahora te toca a tí, tía buena. –La animó Alberto.

Entonces mi tía se levantó al tiempo que yo me sentaba en el sofá al lado de mi madre quedando ésta por tanto entre Alberto y yo mismo. Mientras, Alfredo se había sentado en un butacón y Rosa quedaba de pie en aquel improvisado espacio para la exhibición entre el sofá y las butacas.

Jaleada por todos, mi tía enseguida se quitó el vestido quedando por tanto tan sólo vestida, si es que se puede decir así, con las negras medias de malla, las bragas tipo tanga y el sujetador también de color negro.

-Pero cacho zorra –le dijo bromeando Alfredo.– Tú lo que quieres es que nos corramos nada más verte…¿no? ¡Vaya hembraza más maciza!

-Aguantad un poquito, aguantad un poquito –decía ella riendo.

Mi tía empezó a exhibirse y a moverse mostrando su abundante anatomía de sesentona maciza. En honor a la verdad hay que decir que lo hacía con menos gracia que mi madre el viernes anterior, pero aún así nos puso a los tres hombres la polla durísima enseñando sus nalgazas, incitándonos con sus tremendas tetas y hasta sacando la lengua en actitud lasciva y mirándonos provocativamente. Mi tía es más provocadora que mi madre, más obvia y quizá hasta más indecente a la hora de exhibirse, pero tiene menos talento para mover su cuerpo de forma erótica ante un público que la contemple. Mi madre, de quien nunca hubiera sospechado esas habilidades, la verdad es que lo hace muy bien.

-Desde luego donde esté una madurita con buenas carnes que se quiten esas chavalillas. –Decía Alfredo embobado con la abundante anatomía de mi tía mientras empezaba a acariciarse un cada vez más húmedo glande.

Para entonces Alberto ya le había desabotonado a mi madre la blusa y le estaba metiendo mano tocándole las tetas tanto por encima como por dentro del sujetador sin que ella protestara lo más mínimo, por supuesto.

A los pocos momentos sucedió algo que me sorprendió y me excitó sobremanera, y es que, mientras mi tía continuaba exhibiéndose y dejándonos ver su relleno cuerpo de jamona madura, mi madre sorpresivamente extendió sus manos hasta nuestras respectivas entrepiernas y nos empezó a acariciar la polla tanto a Alberto como a mi. Alfredo por su parte no perdía el tiempo y aprovechando su cercana posición a mi tía le tocaba el culo, los muslos o incluso las tetas cada vez que podía mientras mi tía Rosa emulaba con dudoso aunque divertido estilo, esa es la verdad, a una estríper.

En un momento dado Alberto le dio un morreo de impresión a mi madre al que ella respondió dándole la lengua al hombre también con ganas. Acto seguido, Alberto empujó suavemente la cabeza de la hembra hacia su polla. Ella no tardó en captar las intenciones del hombre y, sin oponerse en absoluto, se inclinó sobre el erecto cipote y empezó a darle besitos y lamiditas en la punta y por todo el tronco. Yo miraba embobado y completamente excitado la acción de mi madre sobre la polla de aquel hombre. Me gustaba ver a mi madre en aquel plan y también me gustaba que ella se mostrara así de lanzada incluso en mi presencia. Entre ver a mi tía despelotándose, dejando que sus abundantes carnazas se desparramaran ante nuestros ojos, y ver a mi madre dándole chupadas en la polla a Alberto, yo empezaba a estar literalmente al borde de la eyaculación.

Entonces Alberto me dijo:

-Anda, ayúdame a quitarle la falda a tu madre. Vamos a verle también el culo a esta maciza.

Entre los dos le desabrochamos la falda y yo tiré de la prenda hacia abajo para sacársela por los pies. Entonces pudimos ver que mi madre llevaba unas bragas granates o color vino, más bien transparentes y que dejaban ver sin dificultades su estupendo y amplio culazo.

-¿Qué te parece, cariño? –me preguntó ella con una sonrisa pícara cuando le hube sacado la falda, incorporándose y haciendo un paréntesis en sus atenciones a la polla de Alberto.

-Me parece estupendo, mamá. No sé exactamente por lo que preguntas pero todo me parece estupendo; tanto tu culazo, como tus bragas, como lo que le estás haciendo a Alberto

-Preguntaba por las bragas, -se rió mi madre mirándome y sin soltar ni la polla de Alberto ni la mía-. Para que veas que tu madre también sabe comprarse lencería picante ella solita. Pero bueno, me alegro mucho de que todo lo demás también te parezca bien.

-Venga, sigue, sigue con lo que estabas haciendo, que seguro que lo haces muy bien… -la animé yo a la vez que le daba unas suaves palmaditas en sus rellenos muslazos haciendo que ella sonriera.

Antes de que mi madre volviera a inclinarse sobre la polla de Alberto, éste se deshizo por completo de la bata y le indicó a mi madre que se quitara también la blusa. Ella se levantó del sofá y lo hizo delante nuestro. Entonces ambos pudimos ver a mi madre tan solo con las bragas y el sujetador granates transparentes y las medias color carne. Estaba muy atractiva y sus zapatos de tacón realzaban el conjunto haciendo de ella una hembra madura sumamente apetecible.

-Estás buenísima, mamá. – Le dije yo dándole una palmada en el culo.

En esos momentos Alfredo, que ya tenía a mi tía Rosa sentada sobre sus rodillas mientras le estrujaba una teta, me dijo:

-Venga, ven aquí y ayúdame con tu tía, que yo solo me voy a dar un atracón con tanta carnaza buena.

Entonces me acerqué a mi tía y ella, sin más preámbulos, me atrajo hacia sí y me metió la lengua en la boca dándome un morreo de escándalo mientras Alfredo le bajaba las bragas. Luego mi tía se inclinó hacia mi polla y empezó a lamérmela haciendome sentir un tremendo placer con sus lengüetazos en mi capullo. Estábamos de la siguiente manera: yo de pie y con la polla en la boca de mi cachonda tía. Ella inclinada sobre mi polla y apoyaba las manos en sus propias rodillas, dejando por tanto todo el culo en pompa. A su vez Alfredo estaba arrodillado detrás de ella y había comenzado a darle unos buenos lametazos en el chocho por detrás. Mientras recibía los deliciosos lengüetazos de mi tía, le solté el sujetador y lo dejé caer al suelo para empezar a amasarle sus gordas tetas, que parecían auténticas campanas colgando y con sus salidos pezones apuntando en dirección al suelo.

-¿Pero qué me haces ahí abajo, cochino? –dijo ella al sentir los lametazos de Alfredo en el chocho.

-Lo mismo que tú le estás haciendo a tu sobrino, cacho guarra; lamerte el sitio del gustito. Venga ábrete bien de piernas que te voy a meter la lengua hasta dentro, golfa.

Ella obedeció y el hombre pudo lamerle el chocho a conciencia desde atrás. A medida que la comida de coño de Alfredo en el chocho de mi tía se hacía más intensa, ella fue dejando de chuparme la polla tan aplicadamente como lo venía haciendo y es que el placer que sin duda sentía no le permitía concentrarse en la mamada. Entonces yo le indiqué que se sentara en el butacón y una vez allí, bien abierta de piernas y ofreciéndonos una estupenda visión de su coñazo, Alfredo reanudó la comida de coño, esta vez por delante, mientras yo me ocupaba de amasarle y lamerle las tetas y también de morrear con ella chupándonos las lenguas en unos besos de lo más viciosos y guarros. Nuna hubiera pensado en morrearme de aquella manera con mi tía Rosa y el hecho de hacerlo me excitaba especialmente.

En un momento dado me fijé en mi madre y vi como ésta seguía chupando con ganas el rabo de Alberto hasta que le oí decir a éste:

-Venga, guarrona, ahora te lo voy a comer yo a tí, que si no me voy a correr enseguida en esa boca de mamona que tienes. Venga, espatárrate ahí, cacho furcia, que vas a saber lo que es bueno. Abre bien esos muslazos gordos que tienes, calentorra.

Entonces mi madre se sentó en el sofá y tras dejar que Alberto le quitara las bragas, se abrió de piernas mostrando su frondoso conejo y dispuesta a recibir los lametazos de Alberto. En ese momento se cruzaron nuestras miradas y yo le guiñé y le sonreí animándola a gozar. Ella me devolvió la sonrisa y también me guiñó en señal de complicidad. Ver a mi madre en aquel plan y compartir en cierta menera con ella aquella sesión de sexo me producía un intensísimo morbo que me excitaba muy especialmente.

Cuando Alberto hundió su lengua en el peludo chocho de mi madre, ésta empezó a gemir de gusto a la vez que decía:

-Pero que cerdada más rica, cabronazo, Ay, pero que gusto me estás dando, marrano. Sigue, sigue, chúpame bien toda la raja. Dame gusto en el higo, mamonazo. ¡Uyyy… qué bueno es esto…!

Alfredo, por su parte, seguía enfrascado en el chocho de mi tía hasta que yo le dije que le metiera ahora la polla en la boca y que yo tomaba el relevo en los bajos de mi tía. Así lo hicimos y mi tía empezó a succionar la polla de Alfredo mientras yo le lamía todos los pliegues de su gran coñazo incidiendo especialmente en su clítoris.

A los pocos minutos mi tía estaba al borde del orgasmo. Yo lo notaba en sus gemidos y en la tremenda afluencia de flujo vaginal que me llegaba a la lengua. Imprimí aún mayor intensidad a mis lametazos y en unos instantes la cahonda sesentona estallaba en un tremendo orgasmo que le hizo gritar de placer.

Justo en ese momento, o apenas unos instantes después, Alfredo soltaba su andanada de leche que fue a parar a la cara de mi tía pues en ese preciso instante la polla del hombre se había salido de la boca de la caliente hembra debido al grito que ella había dado al sentir su orgasmo. La leche de Alfredo impactó en la frente de mi tía, en una de sus mejillas y en la barbilla mientras ella reía divertida y disfrutaba con los últimos estertores de su tremendo orgasmo.

-¡Sobrinito, qué gustazo me has dado en todo el chochazo, hijo! –dijo ella cuando empezaba a recuperarse.– Esto ha sido la mayor gozada en más de 20 años así que puedes imaginarte lo que he disfrutado con lo que me has hecho, cariño… Ni que decir tiene que después de esto aquí tienes a tu tía para lo que quieras

-Pues tranquila tía, que alguna cosa más tengo intención de hacerte, cachondona. Y creo que Alfredo también, aunque después de que descanse un poco, claro, que ya ves cómo le has sacado de bien toda la leche, zorrona.

-Bueno, voy a lavarme un poco esto y si quieres seguimos ¿eh, sobrino?

-No hace falta, tía. Estás muy sexy con esos goterones de lefa en la cara. Limpiátelos un poco si te molestan pero no te preocupes por lavarte. A mi me gustas así; que se vea bien a las claras que eres una buena furcia comedora de pollas y que sabes sacarle la leche a los tíos con la boca.

Los tres reimos y ella dijo:

-Hijo, vaya cosas le dices a tu tía ¿eh?

-Bueno, si te molestan no te las digo más.

-¡Qué va, hijo! Todo lo contrario. Tú llámame lo que quieras que seguro que yo lo soy más.

-Estupendo, guarrona. Pues venga, a lo nuestro. Y repito, si a tí no te molestan no te limpies esos goterones de semen, que estás muy guapa con la cara llena de leche, zorra.

-No, si a mi no me molestan. –Reía ella divertida con mis palabras-. Soy una putona y es normal que tenga la cara llena de lechada, ja, ja, ja… Venga, sobrino ¿qué hacemos ahora? ¿Te la chupo a tí también, a ver si me riegas tú también la cara?

-Mejor, ponte a cuatro patas, tía, que estoy a punto de reventar y me apetece visitar tu estupendo coño con otra cosa, que con la lengua ya te lo conozco

-¡Ay, qué pillo! Venga, venga, sí, méteme esa tranca, sobrinito, que estoy deseándolo.

Mi tía se puso entonces a cuatro patas sobre la alfombra y yo me situé detrás de ella para empezar a follarla. Mientras le sobaba su estupendo culazo vi que mi madre estaba a punto de orgasmar y entonces le dije a Alberto:

-Dale gusto a esa calentorra, Alberto. Hazle gozar como a una guarra y déjale el chocho bien preparado para una buena follada.

En ese mismo instante mi madre prorrumpió en un estruendoso orgasmo que le hizo chillar y apretarse las tetas en señal del tremendo gusto que acababa de experimentar.

-¡Ay, qué bueno, cabrones, que sois todos unos cabrones y nos estáis matando de gusto, cerdos! –dijo mi madre aún derrengada por el placer sobre el sofá.- ¡Qué rico, vaya comida de chocho! ¿Quién me iba a decir a mí que iba a disfrutar de esta manera tan guarra y nada menos que con tres tíos aquí conmigo? Ha sido fabuloso.

-Lo que te mereces, zorrona. –Le contestó Alberto sentándose a su lado.- Bueno, parte de lo que te mereces. Lo demás ya te lo iremos dando

-Buena gozada, ¿eh, mamá? –le pregunté yo riendo.

  • No lo sabes tú bien, hijo. Con estas cerdadas he disfrutado como una perra, ja, ja, ja. Y creo que he gozado todavía más viéndote a ti ahí con tu tía y sabiendo que me estabas viendo tú a mi portándome como una golfa. ¡Hay que ver lo morboso que es portarse como una golfa delante de tu propio hijo!

-Sí, mamá, a mí también me ha gustado verte hecha una fulanorra. Y si a tí te gusta verme a mí seguro que disfrutarás viendo lo que le voy a hacer ahora a la puerca de tu cuñada

Continuará.

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