Orgía en los baños árabes
Quiso la casualidad y la conjunción de una serie de factores favorables que, de una deseada visita de relax a unos baños árabes, se pasara a vivir la unica fantasía que, Susana, sería capaz de convertir en realidad: Poder mirar a otros mientras folla...
Después de posponerlo en varias ocasiones, Susana y Dani por fin estaban en los baños árabes. Ella le había pedido muchas veces que la llevara pero siempre surgía un plan inapelable de última hora que daba al traste con su deseo de pasar una tarde en un lugar como aquel.
En un céntrico y viejo edificio del casco histórico habían abierto recientemente los baños árabes. Dividido en tres plantas, baja, sótanos y primero, en la planta baja se encontraba el recibidor y los vestuarios, en la primera una tetería y, en los sótanos, las diferentes piscinas y albercas que conformaban los baños en sí.
Lo habitual era llegar, acercarse al mostrador a confirmar la reserva, las sesiones en los baños duraban cuarenta y cinco minutos, y subir a la tetería a esperar, tomando algo, a que algún monitor diera el aviso al principio de cada turno y llegara el tuyo. Luego se bajaba a los vestuarios para cambiarse de ropa y, por último, se bajaba al sótano a los baños.
Había dos piscinas, una de agua templada y otra que era un enorme jacuzzi, y dos albercas, la de agua helada y la de agua muy caliente. Por otra parte, también había un par de duchas, junto al jacuzzi, y una habitación que era la sala de masajes. En el centro del sótano, como distribuidor de todo, había un banco semicircular corrido con respaldo de obra forrado en madera que contenía un par de mesitas en las que nunca faltaba la tetera con té moruno, la jarra de agua fresca y vasos de plástico.
El sótano era de techo bajo debido a que las piscinas formaban parte de la altura total de la planta. Por esa razón mientras que, desde dentro de las piscinas, el techo se quedaba a más de tres metros, en el distribuidor apenas estaba a dos y poco. Estaba iluminado muy tenuemente y la humedad creaba neblinas en la zona de las mesitas, mientras que en las piscinas y albercas se veía con claridad, pero también a media luz.
Susana y Dani habían decidido comenzar por la piscina templada. Era rectangular, de unos cuatro metros de ancho por doce o quince de largo, que cubría alrededor de un metro y a la que se accedía por una escalera de obra de seis escalones que nacía en una esquina y bajaba pegada a una pared que delimitaba su parte más larga. Al fondo tenía una especie de sala con el techo muy bajo que se separaba del resto de la piscina por una pared en la que se abría un pequeño arco. Tenía un aspecto muy íntimo y les pareció buena idea sentarse allí.
Sentados en el banco de obra, con el agua por encima del pecho y el techo apenas a un par de palmos de la cabeza, con aquella luz tan tenue que daban los focos que, debajo del agua, se encontraban en los respaldos del banco, disfrutaban del lugar. El arco se les quedaba a su izquierda y, a través de él, veían fuera las escaleras que daban acceso a la piscina.
Había otras dos parejas sentadas allí con ellos y, por el arco, vieron a Sonia meterse en la piscina, cruzarla, entrar en aquella sala y sentarse frente a ellos. Entró saludando con un tímido hola y se quedó en silencio después de sentarse, como pensando en sus cosas.
Dani no pudo evitar fijarse en ella. Adivinó que debía ser veinteañera y se recreó mirando el cuerpazo que tenía. Era guapa y, aunque llevaba puesto un bikini discreto, podía adivinar perfectamente su silueta, el contorno de sus tetas, la redondez de su culo…
-Disimula un poquito…
Susana conocía perfectamente a su marido y, con el rabillo del ojo, le había estado viendo cómo escaneaba a Sonia. Era algo inevitable y lo tenía asumido. Llevaban casados cinco años y se entendían a la perfección. Tal vez Dani era algo más desinhibido que ella pero Susana sabía llevarle y le daba siempre la rienda justa, aquella que mantenía el equilibrio de la pareja.
Tras hacerse con los baños en la cueva de la piscina, fueron conociendo el resto de las instalaciones. Diez segundo en la alberca helada, cuatro minutos en la caliente, una paradita en el distribuidor para tomar un té antes de ir al jacuzzi y vuelta a empezar.
-Me están dando ganas de ir al baño.
-Pues sube. Cuando me acabe el té me meto otra vez en el jacuzzi y te espero allí.
Se levantó para ir a las escaleras y, en la puerta que daba acceso a ellas, Dani se cruzó con Sonia y la siguió con la mirada. Al fondo, sentada en la neblina, estaba Susana viendo la escena y reprochándole con un gesto simpático y cómplice a su marido que fuera tan descarado cuando miraba a una tía.
Susana no dudaba de Dani, sabía que aquel comportamiento formaba parte de la inmadurez sexual que acompaña a todos los hombres durante su vida. Una inmadurez en la que aún sueñan con acostarse con otras mujeres, en montarse tríos con sus esposas,… En fin… En esa inmadurez que no les permite distinguir en qué lado de la línea está la realidad y en cuál la fantasía. Dani no distinguía la línea, pero sí que sabía perfectamente diferenciar una mujer de una esposa y, por esa razón, era por la que Susana confiaba en él. Nunca le había fallado.
Dani subió al vestuario pensando en Sonia y en lo buena que estaba y, cuando entró al váter, no le sorprendió mear con la polla empalmada. Lo que sí le sorprendió fue lo que le escuchó hablar a unos monitores que estaban en el vestuario. Cuando terminó, bajó con una sonrisa de oreja a oreja al sótano. Era algo que tenía que contarle a Susana.
Se fue hacia el jacuzzi como le había dicho su mujer y no la encontró. Echó un vistazo por el banco y, al asomarse a la piscina templada, la vio hacerle un gesto desde la sala del fondo. Se metió en el agua y, al cruzar el arco, se encontró también a Sonia, sentadas exactamente en el mismo sitio que cuando se vieron por primera vez. Dani saludó y se sentó junto a su esposa para hablar con ella entre susurros.
-Quedan diez minutos para tengamos que irnos
-¿Ya? –protestó Susana- Con lo a gusto que estoy… Qué rápido ha pasado el tiempo. Yo quiero quedarme más…
-acabo de escuchar en el vestuario a dos monitores hablar sobre el próximo turno. Es el último y lo ha reservado una comunidad swinger y, dicen, que seguramente se bañarán desnudos y que no sería de extrañar que esto se convirtiera en una orgía. Así que, si todavía quieres quedarte,…
En el calor de sus apasionadas, intimas y desatadas relaciones sexuales, Susana le había confesado que, en según qué circunstancias, sí que le gustaría tener la oportunidad de estar rodeada de gente follando mientras echaban un polvo. A Dani aquella le parecía una buena oportunidad.
Susana tardó en responder mientras interpretaba, meditaba y pensaba en qué decir. Estaba cómoda. La sesión en los baños le había sentado genial y se sentía a gusto y relajada. Ciertamente le encantaría quedarse más rato. Pero, si lo hacía, iba a encontrarse con la posibilidad de estar en medio de una orgía que, por otro lado, no tenía por qué ir con ella. Sin embargo, también era consciente de que quedarse iba a disparar la imaginación de Dani y no sabía si sabría cogerle bien las riendas. Entre otras cosas porque era consciente de que ella también podría excitarse y eso la descolocaba. No sabía qué podía pasar ni cómo iban a reaccionar.
Pensando en todas las variables que le pasaban por la cabeza, Susana fue encontrando razones por las que le apetecía quedarse. Tenía ganas de disfrutar de los baños más rato, de que aquella sensación de relax no terminara nunca, y tenía la lívido lo suficientemente a tono como sentirse atraída por la posibilidad de ver sexo en directo. Si quería tenerlo o no, era algo que ya se iría viendo…
-Sin que te vuelvas loco… Me apetece quedarme. ¿Se puede? ¿O tendremos que irnos porque es una sesión privada?
-No lo sé. Imagino que el dueño querrá que haya cuanta más gente mejor, pero tampoco sé qué habrán negociado con los swinger. Igual han pagado todo el aforo. ¿Voy y pregunto y, si podemos, nos quedamos?
Susana le respondió con una sonrisa de aceptación y, cuando se levantó del banquito para salir de la piscina, Sonia se levantó y le siguió. Salieron del agua y, mientras que Dani se dirigió directamente a un monitor que acababa de bajar a los baños, Sonia se sentó y se sirvió un té. Al cabo de un par de minutos, Dani volvió sonriendo a la piscina sin ver que, detrás, Sonia se levantaba del sofá conforme él se marchó y también se detuvo a hablar con el monitor. Pero Susana sí se dio cuenta y la vio como, al terminar de hablar, se fue hacia el jacuzzi.
-Que sí, que no hay problema. Que podemos quedarnos. Cuando termine el próximo turno, lo pagamos antes de irnos. Le he dado nuestros nombres.
La erección de Dani era notoria y evidenciaba su excitación. Iba a quedarse con su mujer en los baños e iban a mezclarse con una posible orgía. Solo de imaginarse a los dos follando en la piscina le dolían los huevos. Susana le había dicho que nada de volverse loco pero, en su interior, Dani ya no podía frenar a su imaginación y solo tenía escenas sexuales en la cabeza.
Susana, consciente del calentón de su marido, imaginó las cosas en las que podría estar pensando y sin darse cuenta, inmersa también en la excitación propia de estar a punto de vivir una experiencia sexual totalmente nueva, también se fue calentando. Estaba nerviosa, pero aquellos nervios también la excitaban y le aceleraban el pulso despertando a la impaciencia de querer que el siguiente turno entrara ya en los baños.
No tuvo que esperar mucho. Al poco de que el monitor avisara de la finalización de la hora y de que se marcharan los que habían entrado a los baños con ellos, llegaron los swinger al sótano.
Eran seis parejas, poca gente para completar el aforo de los baños, por lo que Susana comprendió que el monitor les permitiera quedarse. Seguramente la empresa habría apretado para permitir la presencia de otros clientes y los swinger habían aceptado conscientes de que, de no hacerlo, igual reservar todos los baños les iba a salir demasiado caro. Aunque también es probable que no se esperaran la presencia de más gente porque, cuando la primera pareja entró en la piscina templada y vio que, en el reservado del fondo, estaban Susana y Dani se sorprendieron.
Ya habían bajado todos desnudos de los vestuarios y las edades de los doce swingers se movía en un margen de veinteañeros a cincuentones. En la piscina templada entraron cuatro parejas y dos de ellas se metieron al fondo con Susana y con Dani.
-Hola –dijo una chica de unos treinta años al entrar- vosotros no estabais en los vestuarios…
-Estamos aquí desde el turno anterior y, como me he quedado con más ganas de baños, pues nos hemos quedado –respondió Susana.
-¿os han dicho… -la chica parecía no encontrar las palabras más adecuadas para decirles quiénes eran y a qué venían.
-Si –atajó Susana-. Lo sabemos. Imagino que no os molesta que estemos aquí y que, además, llevemos los bañadores…
-No. Además ya nos avisaron de que podía ser que hubiera más gente aunque les informarían de qué íbamos a venir. ¿Os han dicho que íbamos a estar desnudos?
Susana y Dani asintieron a la pregunta y, con una sonrisa, todos dieron por finalizada la conversación y volvieron a disfrutar de la piscina. Permanecieron en el reservado algunos minutos más. Dani había echado la cabeza hacia atrás, apoyándola contra la pared, y tenía los ojos cerrados. Susana, por su parte, no podía evitar mirar discretamente a su alrededor. A través del arco al resto de los baños en los que, fugazmente, se veía a alguna pareja desnuda ir de un lugar a otro y, en el reservado, a las caricias que bajo el agua, se estaban ofreciendo la chica con la que había estado hablando y el chico que la acompañaba.
Aquellas caricias eran evidentemente sexuales. No llegaban a ser masturbación pero sí que eran jugueteo. Además ni ella ni él tenían reparos en ponerse cómodos y ambos tenían las piernas abiertas dejando sus sexos al descubierto bajo el agua.
-Vamos al jacuzzi –le susurró a Dani.
Estaba cachonda y tenía ganas de que su marido le metiera mano pero le daba vergüenza que la vieran con la misma claridad con que ella les veía. Las burbujas del jacuzzi, por el contrario, eran una buena forma de disimular.
Si Dani no hubiera llevado el bañador no habría importado. Tenía tal erección que el bulto sobresalía notoriamente bajo la tela. Como se suele decir, tenía montada la tienda de campaña. Cruzaron por el distribuidor, en el que había una pareja sentada tomando té, y entraron al jacuzzi donde, para sorpresa de Dani, aún estaba Sonia.
Se metieron en el agua y se sentaron en una zona donde los chorros de aire salían con fuerza del banquito de obra que, como en la de agua templada, se extendía por todo el perímetro de la piscina. Las burbujas embravecían el agua y la espuma ocultaba todo lo que pasaba debajo. Sonia les vio llegar y sentarse relativamente cerca de dónde ella estaba. En la otra esquina de la piscina, un par de parejas swinger disfrutaban también del masaje de los chorritos del jacuzzi.
Dani estaba encantado con tanta mujer desnuda y, conforme Susana y él se acomodaron, no dudó en empezar a magrearle el muslo con la firme y descarada intención de meter los dedos por debajo de la braguita del bikini de su mujer. Susana no se lo impidió y, pendiente de que por encima del agua no se notara lo que estaba pasando, disfrutaba con lo que estaba empezando a pasar por debajo.
-Me sobra el bañador no te puedes hacer una idea hasta qué punto…
-Quítatelo si quieres.
No dudó un segundo en sacárselo y dejarlo fuera del agua sobre las rejillas de desagüe y, creyendo que Susana le estaba dando luz verde para cualquier otra cosa, conforme fue a tirarle de la braguita para quitársela, ella le frenó.
-A mí, de momento, no me sobra…
Aquel “de momento” sonó como campanas celestiales en la cabeza de Dani. Dejaba la puerta abierta a que pudieran pasar cosas. Cosas que empezaron a dibujarse en su imaginación y que excitaban aún más solo de pensar que eran fantasías que podrían convertirse en realidad.
Se echó la mano a los huevos y se apretó la polla en un acto reflejo del subidón que le acababa de dar y metió la mano entera bajo la braguita por el elástico de la pierna. Mientras se imaginaba a su esposa desnuda saliendo del jacuzzi, o liándose con Sonia en la cueva, fue deslizando los dedos para colarlos en el sexo de Susana. A pesar de que, dicen, el agua reseca esas partes, lo tenía lubricado y las yemas de los dedos se deslizaban con suavidad sobre él. Jugueteó un poco con la abertura vaginal para lubricarse los dedos y, a continuación, le rozó casi imperceptiblemente el clítoris y le fue acariciando suavemente la zona para ir despertando al deseo.
Susana recibió cálidamente aquellas caricias y se dejó llevar por las intenciones que tenían. Cerró los ojos y se imaginó la escena como ella quería verla. En la piscina estaban las mismas personas pero nadie se daba cuenta de que su marido la estaba masturbando mientras que ella sí que se daba cuenta de que, los demás, también estaban teniendo sexo. Las dos parejas de la esquina se magreaban mezclados y Sonia se estaba masturbando mirando tanto a los swingers como a ellos mismos.
Como una reacción propia de tal inquietud, abrió de inmediato los ojos para ver si alguien se daba cuenta de lo que hacían y, al hacerlo, se encontró con Sonia saliendo del jacuzzi y con un par de parejas que, sentadas a unos metros de ellos, estaban a lo suyo sin prestarle la más mínima atención a lo que estuvieran haciendo. Dani, con los ojos cerrados y la cabeza echada para atrás, se acariciaba mientras la acariciaba también a ella. Sonia se metió en una ducha y, tras quedarse inmóvil durante unos segundos en los que estuvo disfrutando con los chorros que caían sobre su cabeza y su espalda y la masajeaban, se desnudó y se fue en dirección a las mesitas.
No podía estar más cómoda y relajada. Efectivamente parecía que ellos, como no estaban en el grupo, eran totalmente invisibles para los swingers. Incluso Sonia, una vez decidida a vivir la experiencia liberal, había ido a mezclarse con los demás y les había dejado a ellos tranquilos.
-Y Dani, además, está siendo también prudente y no me está presionando- pensó feliz.
Volvió a cerrar los ojos para centrar toda su sensibilidad en el placer que le emanaba de la entrepierna y se fue entregando. Para cuando quiso volver a ser consciente de la realidad, ya se había quitado la braguita del bikini y se había abierto holgadamente de piernas. Incluso le daba igual si, al abrir los ojos, se encontraba con que las cosas habían cambiado dentro de la piscina de cualquier manera.
Los abrió. Le apetecía mirar, buscar el sexo de otros con la mirada para sumarlo como un ingrediente más de su deseo sexual. Y se encontró con que estaban solos en el jacuzzi.
Se subió sobre Dani pegando la espalda contra su pecho y se abrió de piernas por encima de las suyas para que la penetrara por debajo y pudiera seguir acariciándole el clítoris desde delante. Empezó a mover instintivamente las caderas restregando y apretando el culo contra el cuerpo de su marido y, después de sentir cómo se compenetraban sus sexos para formar uno solo, buscó las manos de su marido, las apoyó sobre sus caderas y puso las suyas encima apretándolas y apretándose.
Alzó la vista y no pudo distinguir nada de lo que pasara más allá de la neblina del distribuidor. Estaba en la gloria follando con su marido en aquel jacuzzi pero le llamaba el morbo de ver qué estaba pasando en el resto de los baños. Se excitaba de pensar en si habría gente follando en los banquitos, si estarían todos de orgía comunitaria en la cueva. Estaba gozando pero era consciente de que se estaba perdiendo algo. Algo que no tenía por qué perderse.
-Llévame a donde haya gente…
De cuclillas, ayudándose con las manos en el agua para mantener el equilibrio y a Susana penetrada, cruzó la piscina hasta llegar a las escaleras. Mientras salían Susana se quitó la parte de arriba del bikini y, cogidos de la mano, fueron hasta el distribuidor a dejar las prendas colgadas en las perchas que había junto a la puerta de la escalera. Estaban dándole la espalda a quien quiera que hubiese en las mesitas y Susana sabía que a, a esa distancia, eran perfectamente identificables desde el banquito. Ella misma había visto desde allí a Dani cuando subió al vestuario a mear. Se giró y, en el banquito, se encontró a Sonia acariciándose el pecho y el vientre mientras veía a una pareja meterse mano a unos metros de ella.
-¿Nos tomamos un té?
A Dani le cambió la cara cuando se encontró a Sonia en aquella tesitura y se excitó más aún cuando, al ir hacia las mesitas, Susana no tuvo reparos en sentarse muy cerca suya y mirar hacia donde ella miraba. La siguió y, en lo que tardó en servir los dos vasitos de té, comprobó que su mujer ya reflejaba estar a punto de empezar a imitar el comportamiento de Sonia.
Se quedó de pié, mirándolas, viendo cómo ellas a su vez eran espectadoras de lo que hacían otros. Prefería recrearse en ellas. Una era su mujer, a la que deseaba con descontrol en esos momentos, y la otra era el pivón al que no había podido quitar ojo desde que llegaron a los baños. Ahora ambas estaban desnudas y excitadas, juntas y participando en el mismo juego. Solo les faltaba mezclarse para que se convirtiera en realidad la mejor de las fantasías que Dani jamás hubiera podido imaginar.
-¿Te relleno? –le dijo a Sonia mientras que volvía a coger la tetera y la acercaba a su vaso.
-Gracias –asintió ella sonriéndole.
Las chicas siguieron pendientes de la pareja sabedoras de que Dani las miraba. A Susana no le importaba, era su marido quien la estaba observando y se sentía segura por eso. Sonia, por su parte, parecía disfrutar con aquella situación y hasta rozó un par de veces, de forma aparentemente casual, su pierna con la de Susana para incrementar su grado de excitación.
Susana no fue ajena a aquellos roces y, con cada uno, sintió como se le erizaba aún más la piel de lo que ya la tenía. Sus pezones estaban duros, su clítoris hipersensible y su excitación por las nubes. Buscó a Dani con la mirada, quería que se sentara junto a ella. Él entendió aquel gesto de inmediato y atendió a los deseos de su mujer. Se sentó, le puso la mano sobre el muslo y mirando, como hacia ella, a la pareja, volvió a acariciarla buscándole la entrepierna.
Se abrió de piernas para que la mano de su marido alcanzara sin problemas todo su sexo y aprovechó para devolverle a Sonia los rozamientos casuales con un poquito de descaro. Quería sentir el roce piel contra piel. De alguna manera, con ese mínimo gesto sentía que ya eran tres quienes estaban jugando juntos y, en aquel momento, le daba morbo eso de ser más de dos en el juego sexual.
Sonia dejó su pierna pegada a la de Susana y cruzó con ella la mirada en un par de ocasiones mientras seguían disfrutando de la escena que, enfrente, protagonizaba aquella pareja de desconocidos. Llegó otro muchacho y se sentó con ellos. La muchacha, que se quedó en medio, no dudó en cogerle la polla al recién llegado y, mientras que ellos se la comían, ella los masturbaba.
Susana tenía ganas de polvo. Estaba chorreando mientras disfrutaba de lo que veía, del roce con Sonia y de cómo la acariciaba su marido pero quería más. Echó la mano sobre el paquete de Dani y comenzó a sobarlo, acariciándole los huevos y meneándole lentamente la polla para descargar tanta tensión y, cuando comprobó que aquello solo servía para ponerla más cachonda aún, se levantó del banquito, cogió a Dani y a Sonia de la mano y se los llevó al jacuzzi.
Sus gemidos de placer comenzaron a escucharse por todas las instalaciones y, como un reclamo, provocaron que todo el mundo se fuera hacia el jacuzzi a ver la escena que provocaba aquellos aullidos. Susana, Dani y Sonia estaban follando al fondo de la piscina y, al verles, las parejas se iban metiendo en el agua, y también en faena, situándose cerca de ellos pero sin sumarse al trío.
Susana miró a su alrededor y alcanzó el primer orgasmo. Estaba rodeada de gente follando a la que podía mirar descaradamente porque les gustaba dejarse ver. Conforme sintió la satisfacción de haber cumplido de un modo tan alucinante su fantasía voyeur los espasmos comenzaron a sacudirle el clítoris. Luego, cuando fue consciente de que a ella también la miraban y lo hacían desde el respeto de no mezclarse si ella no lo permitía, se incrementó aún más su nivel de excitación y alcanzó el segundo orgasmo que vino seguido inmediatamente de un tercero cuando se planteó la posibilidad de mezclarse con el resto del grupo.
No lo hizo. Por el contrario prefirió sentarse en el borde del jacuzzi, fuera del agua, y terminar de gozar relajada los últimos latigazos orgásmicos mientras recuperaba el aliento.
-Follad para mí –les dijo con voz sugerente a Sonia y a su marido-. Y córrete en mis tetas…