Orgía en clase (3)

Nuevas aventuras de una profesora con sus alumnos.

Hay quien afirma que el tiempo es el mejor medicamento para sanar las heridas. Sin embargo, aquella mañana, las heridas del pasado reaparecIeron en la vida de la señorita Tinckey.

Había pasado un año desde los "incidentes" con sus jóvenes alumnos. Creía que al dejar atrás el colegio Orades, todo se olvidaría. Le buscaron una solución bipartita. Ella abandonaba su puesto de profesora y a cambio no se hacía público lo ocurrido. Era lo mejor para su futuro laboral y para la reputación del centro de enseñanza. Tuvo que aceptar. Y entonces un nuevo instituto; nuevos alumnos; nuevos profesores. Una nueva vida para olvidar.

Pero allí, sobre su mesa de trabajo, reaparecía su pasado. Un sobre de correos que contenía una fotografía de ella en plena orgía con sus alumnos. Era imposible. ¿Quién podía haberla reconocido en aquella imagen de tan mala calidad? Pero era evidente que alguien la había encontrado y le recordaba quién era y de dónde venía. En el sobre además había un papel impreso que rezaba en letras grandes "Lo sé todo".

La señorita Tinckey miró a los lados. Sus alumnos se afanaban en resolver una ecuación que había en la pizarra. Escrutó sus caras pero no descubrió nada en ellas. ¿Quién había dejado allí el sobre?

Acalorada abandonó la clase con la fotografía arrugada en su mano y se dirigió dando un portazo al baño. Se mojó la cara y volvió a mirar su propia imagen en el papel. No parecía el rostro de una mujer arrepentida. Más le parecía un rostro feliz de mujer complacida.

A la mañana siguiente recorría el pasillo atestado de alumnos con extrañas caras sospechosas. Todos parecían mirarla suspicazmente, o eso le parecía. Nadie la detuvo y si acaso un "hola señorita" ocasional que ni siquiera atinaba a responder. Y al llegar a su despacho, la paranoia desaparece como por ensalmo y vuelve al mundo real, donde un nuevo sobre descansa sobre su mesa.

Con manos temblorosas lo abre y allí está de nuevo ella retozando con sus alumnos. Sólo que esta vez la foto está tomada desde un ángulo distinto. Más cercano. Se la reconoce fácilmente y el fotógrafo ha logrado captar la inmensidad de la sala abarrotada de cuerpos desnudos. No puede evitar sentirse húmeda al recordar la escena.

Al sobre lo acompaña una cuartilla más con una hora y un lugar.

Está perdida.

A la hora señalada, la señorita Tinckey está allí. Sabe que está atrapada y no tiene más remedio que danzar al paso que le marca su anónimo mensajero. El lugar es el aparcamiento subterráneo del colegio y, por la hora intespectiva, apenas si hay unos pocos coches aparcados. Sus pasos repiquetean como gotas en un charco y camina sin saber muy bien a dónde dirigirse. Entonces, cuando supera un vehículo aparcado, éste enciende sus luces y la deslumbra. Apenas si distingue a un hombre bajar del coche.

  • Buenas noches, señorita Tinckey. - dice una voz que la joven profesora reconoce al instante como la del director de su nuevo colegio.

  • ¿Señor... Mconnagy? Buscaba mi coche y...

  • No, no se excuse - la interrumpe el señor Mconnagy - Sé porque ha venido. Yo le envié esas fotografías.

La señorita Tinckey apenas si puede reaccionar. ¿Cómo aquel hombre sesentón la había encontrado?

  • Le seré franco, señorita Tinckey. Cuando vi las imágenes apenas si podía creerlo. Por supuesto eso explicaba por qué no hay referencias suyas de otros centros o la causa de su traslado.

  • ¿Pero cómo ha conseguido las imágenes?

  • Eso carece de importancia en estos momentos. Se sorprendería de lo que son capaces de hacer hoy día los chavales con un simple teléfono móvil.

Ahí estaba su respuesta. Tan entregada estaba al placer de su cuerpo que ni se percató de lo que ocurría más allá de su propio sexo.

  • Vale. Me ha pillado - dice la señorita Tinckey en clara señal de rendición. - ¿Qué piensa hacer al respecto?

  • Al principio redacté su expulsión inmediata. Por supuesto tener una profesora como usted en mi centro era una bomba que podía estallar en cualquier momento. Pero entonces vi un mundo de posibilidades en esta, digamos, información privilegiada.

  • ¿Qué quiere de mi? ¿Sexo?

El señor Mconnagy sonríe ante la generosa oferta de una mujer tan espectacular.

  • Oh, bueno. Reconozco que es una de las posibilidades que barajé. Quién no desearía poseer a una belleza como usted. Apuesto a que esos chicos suyos no podrán olvidarla mientras vivan. Pero...

  • ¿Entonces? - la señorita Tinckey parecía no comprender como un hombre podía rechazarla de aquella manera tan elegante y a la vez grosera.

  • No es sexo lo que quiero... para mí. - concluye el director del instituto.

  • ¿Para usted? - la señorita Tinckey parece aturdida.

Entonces el señor Mconnagy se gira hacia el coche y grita: "¡Dany!"

Del vehículo baja un chaval de unos diez años que parece asustado.

  • Este es mi hijo Daniel. - presenta el señor Mconnagy. Daniel no responde. - Es un poco tímido - continúa hablando su padre - en realidad, si le he de ser sincero, es bastante tímido. Sobretodo con las chicas.

  • Comprendo. - sentencia la señorita Tinckey.

  • Entonces si comprende - dice el señor Mconnagy - no será necesario que le explique lo que quiero que haga con él. ¡Despiértelo, señorita Tinckey! ¡Haga con él lo que hizo con esos chicos! ¡Convierta a mi Dany en un hombre! - grita desesperado el director de su instituto.

  • Pero ¿por qué yo? ¿Por qué no una prostituta?

  • No es tan sencillo. - explica el señor Maconnagy - Dany apenas es un niño. Sólo tiene once años.

Ninguna chica de la calle quiere jugarse el tipo con un menor. Ni siquiera por una oferta generosa. Pero usted...

  • Ya. Yo ya estoy pringada. - concluye la señorita Tinckey

  • Exacto.

  • ¿Qué saco a cambio?

  • Mi absoluto silencio. Y la conservación de su puesto de trabajo.

La señorita Tinckey no está segura de la credibilidad de sus palabras. Cómo puede saber que no la traicionará o la seguirá extorsionando en el futuro. En cualquier caso no tiene elección. Además sólo se trata de hacer un poco feliz a un criajo algo retraído.

  • Muy bien. Acabemos con esto - sentencia la señorita Tinckey

El señor Maconnagy muestra un evidente rostro de satisfacción. Incluso les ofrece la parte trasera de su vehículo.

La señorita Tinckey agarra de la mano al joven Dani y lo conduce a la parte trasera del coche. Allí le baja los pantaloncitos y los calzoncillos. Ante ella despunta una pequeña polla tiesa carente de vello.

  • Ummm, muy bien, hombretón - le susurra insinuante la profesora a su joven amante.

El chico apenas si puede contener la respiración. Su cara roja esquiva la mirada de la señorita Tinckey y parece querer salir huyendo de allí. Entonces la señorita Tinckey se sube hasta la cintura la minifalda y deja al descubierto dos generosos muslos que terminan en su sexo palpitante.

El joven Dany queda entonces conmocionado. Su mirada perdida de antes queda atrapada por el sexo de la escultural mujer que lo acerca a él para que lo contemple bien. Es extraño pero a la vez cautivador. Su polla reacciona inmediatamente poniéndose dura y todo su cuerpo se pone tenso.

Entonces la mujer lo golpea con la pelvis en la cara y Dany cae de espaldas sobre el asiento del coche. Cuando quiere reaccionar se ve atrapado de nuevo por el cuerpo gigantesco de la señorita Tinckey que gatea hacia él, con sus dos pechos enormes balanceándose a un lado y a otro y su cara de loco deseo.

Cuando quiere huir ya es tarde. La señorita Tinckey lo tiene atrapado bajo sus poderosos muslos y sus tetas le caen pesadamente sobre la cara. Puede notar los duros pezones rozándose contra sus mejillas y buscar su boca que apenas si puede abrir para respirar. Y nota algo más preocupante. La mano de la mujer afanándose contra su polla que masajea con deleite

Dany no puede evitar sentirse pequeño e inútil frente a la fiera que tiene sobre su cuerpo. En un arranque de ira da una palmada en el trasero desnudo de la mujer. Lejos de parecer afectarle, la señorita Tinckey parece complacida con el gesto y escucha la voz de su padre que viene de algún lugar lejano más allá de las curvas de la mujer que le grita "¡sigue así chico, más fuerte!"

"¿Es eso lo que esperan de él? ¿Qué venza a la mujer grande?" Dany esta confuso frente a laa situación. Y desde luego no se ve como vencedor en aquella contienda. Más bien parece que es ella la que lo maneja a su capricho. Le duele todo el cuerpo por el peso de la mujer tremenda. Y sobretodo le duele la dureza de su propia polla que parece dura y quererse salir de la piel.

La señorita Tinckey le da un poco de respiro al muchacho. Levanta sus grandes pechos del rostro oprimido del chico y éste parece perdido con la situación. En su lugar le da besos por todo el rostro y le pasa la lengua por la cara. Nota su pequeña polla crecerle por momento encerrada en su mano que no le da tregua y no cree que pueda crecer ya más.

  • ¿Acaso no te gusto, mi nene guapo? - le susurra burlonamente al oído antes de meterle la lengua y hacerle girar la cabeza.

Parece divertirle la situación. Detrás de ella puede ver al padre del niño masturbarse. El viejo zorro no ha podido evitar sacudirse la polla ante su cuerpo. Eso la complace en cierta medida.

  • Es la hora, Dany - le indica la señorita Tinckey al chico que parece no comprender.

Entonces, la señorita Tinckey separa con dos dedos sus labios vaginales y se introduce de golpe la polla del muchacho hasta dentro. Apenas si puede sentirla en su interior. Sólo cuando sus labios se cierran alrededor del miembro nota como la pollita empieza a darle pulsaciones que la enloquecen.

El joven parece catatónico. Se pone rígido de repente al ver su polla atrapada de aquella manera. Pero entonces la señorita Tinckey empieza a bombear sobre él y nota el placer descender desde su polla y apoderarse de todo su cuerpo. Es la sensación más placentera que ha experimentado en todo su vida. Y la mujer parece disfrutar también. Le lleva las manos hasta sus pechos para que se los acaricie y Dany puede sentir la suavidad gozosa de su piel. Pellizca los pezones de la mujer y deja escapar un suspiro de satisfacción. El primero de su vida.

Sin poderlo evitar por más tiempo, su polla estalla dentro del cuerpo de la profesora y ambos gritan extasiados por el placer. La señorita Tinckey le da un largo y húmedo beso en los labios y le susurra muy bajo "ha sido fantástico".

El cuerpo blanco de Dany queda tendido en el asiento trasero del coche. Exhausto y tan flojo que parece imposible que pueda volver a ponerse de pie sin caerse. Más allá, su padre habla con la señorita Tinckey y no puede dejar de admirar el cuerpo de la mujer que le ha cambiado la vida. Se siente feliz.

CONTINUARÁ.