Orgasmus

Natalia es una joven estudiante que se va de Erasmus a una pequeña ciudad de Alemania, donde conocerá a Arturo, un hombre que la someterá cada vez un poco más hasta llegar a límites insospechados para ella.

ORGASMUS

Antes que nada me gustaría presentarme. Me llamo Natalia y tengo 24 años. Soy castaña con el pelo largo, tengo los ojos verdes, mido 1,66 y uso una 36 de pantalón. De sujetador uso una 95 copa C, por lo que la verdad es que siempre he estado orgullosa de mis pechos. Mi culo, sin embargo, es bastante normalito. No tengo un culo de infarto pero la verdad es que tampoco me quejo de él, está muy proporcionado con el resto de mi cuerpo, y aunque no es de lo más respingones, tampoco lo tengo caído. De cara me considero mona, aunque está feo que yo lo diga, pero suelen decirme que soy muy guapa. Creo que por mis ojos principalmente, y por mis labios, que los considero otro de mis puntos fuertes, ya que los tengo bastante gorditos, sin resultar exagerados.

Lo que vengo a contar aquí, sin embargo, ocurrió hace 3 años, pero la verdad es que no he cambiado mucho desde entonces. En esa época, estaba de Erasmus en una pequeña ciudad de Alemania. Como era habitual en ese entonces (y ahora), había allí muchos españoles trabajando, además de otros españoles que también estaban de Erasmus, no sólo de mi carrera. Al no ser una ciudad muy grande, nos conocíamos todos, pues se hacía cansado estar todo el tiempo hablando en alemán o en inglés, e intentábamos hacer piña. Pero no por eso nos cerrábamos a los alemanes o a personas de otros países que también fuésemos conociendo.

Como es habitual en los Erasmus, salíamos casi a diario, y bebíamos lo que probablemente pueda ser considerado "más de la cuenta". Así, una noche fuimos a una discoteca a la que solíamos ir, y yo esa noche había bebido más incluso de lo que acostumbraba, por lo que iba bastante afectada. Muchos de mis recién conocidos amigos, pues acababa de empezar el año, notaron mi estado, e intentaron ver si tenían posibilidades. Pero, como suele pasarnos a las mujeres en estos casos, a pesar de mi embriaguez me puse en modo defensa, sabedora de que esa noche no me liaría con ninguno por mucho que lo intentaran. O eso pensaba yo.

Entonces me di cuenta de que, de mi grupo de amigos, era la única mujer que quedaba. La discoteca seguía llena de gente, pero a poco a poco mis amigas se habían ido yendo, y me había quedado sola con los chicos, aunque no me importó. Siempre me he entendido mejor con los chicos que con las chicas. Me quedé con ellos, que me iban pasando de uno a otro para que bailase, incluso poniéndome en el centro de todos ellos. Normalmente me habría dado vergüenza, pero el alcohol había hecho su función y me dedicaba a pasármelo bien, y ninguno se atrevía además a tocar más de lo apropiado.

Cuando empezó a ser lo suficientemente tarde como para empezar a pensar en volver a casa, me di cuenta de que no me encontraba del todo bien, y le dije a Arturo, uno de estos amigos, que iba a salirme a sentarme un rato y fumarme un cigarro. Inmediatamente me dijo que me acompañaba, y avisó a otro de nuestros amigos para que no se preocuparan. El amigo al que se lo dijo quiso acompañarnos, pero Arturo se lo impidió. Me imaginé el motivo, pero estaba demasiado afectada como para quejarme o decir algo. "Si no he caído en toda la noche, ahora que encima me encuentro mal... menos aún", pensé.

Salimos a la puerta de la discoteca y no paraba de repetir a Arturo que me encontraba mal, que creía que lo mejor era irme a casa.

-Natalia yo creo que es mejor que te quedes en la mía, sabes que vivo aquí al lado y no me hace gracia que te vayas sola hasta tu casa tan tarde y en este estado, no me quedaría tranquilo -me dijo él mientras me pasaba el pelo por detrás de la oreja, con dulzura.

-También podrías ser un caballero y acompañarme a mi casa... -le respondí.

-Tu casa está muy lejos y la mía justo aquí, te prometo que no voy a intentar nada, no me digas que me crees capaz de aprovecharme de ti tal y como vas.

Puede parecer que pequé de ingenua, pero parecía sincero y yo no estaba en condiciones de discutir nada, sólo veía una cama al cerrar los ojos, así que finalmente acepté. Como mucho, pensé, podría violarme, y yo es probable que ni me enterase, pero por voluntad propia desde luego no iba a estar dispuesta a hacer nada.

Llegamos a su casa y Arturo sacó algo de comida, que devoré sin pensarlo, pues el hambre que tenía en ese momento era indescriptible. Mientras comíamos hablábamos sin parar, o más bien tonteábamos, y poco a poco se me fue quitando el mal cuerpo que traía, aunque no así mi borrachera.

Cuando terminamos se sentó más cerca mío, y de repente me besó. Ni siquiera me había planteado nunca si ese chico me gustaba o no. La verdad es que era muy guapo, tenía los ojos muy bonitos, era algo más alto que yo y no tenía abdominales pero tampoco barriguita, pero siempre me habían dicho que tuviese cuidado con él, que era un "picaflor", y era 7 años mayor que yo, por lo tanto nunca me había fijado. Pero llegados a ese momento y a la que yo seguía llevando encima a pesar de la comida, me dejé hacer. La verdad es que no recuerdo mucho más de esa noche, solamente sé que tras negarme varias veces, acabamos en su cama y acostándonos, pero al día siguiente ni siquiera podía recordar si me lo había pasado bien.

Al despertar, Arturo seguía dormido. Me vestí sin hacer ruido y me fui de allí lo más rápido que pude, intentando que no se despertara ni que pudieran verme ninguno de sus compañeros de piso, a los que también conocía (y que de hecho también habían estado intentando ligar conmigo la noche anterior). Tratando de hacer memoria, recordé haber hablado más de la cuenta sobre asuntos personales, como consecuencia del alcohol, y rezaba porque no le contase a nadie mis confesiones nocturnas. Incluso prefería que contase que nos habíamos acostado, aunque ello probablemente conllevase a que alguien pensara que era una zorra. Yo desde luego así me sentía, era la primera vez que me acostaba con un chico tan deprisa, al que apenas conocía y la misma noche que nos besábamos por primera vez.

No se lo conté a ninguno de mis nuevos amigos, aún no les conocía lo suficiente como para que fuesen mis confesores, y no quería que pensaran mal de mí, pues aún no me conocían y pensaba que se podían llevar una imagen equivocada.

Esperaba que Arturo me enviase un mensaje, o me llamase, o se pusiera en contacto conmigo de alguna forma. No lo hizo. Yo no estaba acostumbrada a aquello, siempre que me había acostado con un chico, después había estado muy pendiente de mí, y este capullo no me hacía ni caso. "Merecido te lo tienes", pensé.

Un par de días después, teníamos una fiesta en casa de unos amigos, que empezaba después de comer. Yo estaba bastante irritada porque Arturo no hubiese tratado de contactar conmigo, y sabía que él también iría a la fiesta. "Cuando me vea, se va a arrepentir de no haberme llamado", pensé. Me puse un vestido de color rojo de tirantes, con mucho escote por arriba, muy corto por abajo, y completamente ceñido a mi cuerpo. Me lo había tenido que prestar mi compañera de piso, pues yo no tenía ropa así, siempre me habían dicho que si enseñas de arriba, no debes enseñar de abajo, y viceversa. Me maquillé todo lo mejor que supe y me hice tirabuzones en el pelo, y por último, me puse unos tacones negros con plataforma, a juego con el abrigo que llevaría encima. Me miré al espejo y me gustaba el resultado. Sexy iba, pero me parecía que enseñaba demasiado, sobre todo para lo que yo estaba acostumbraba a enseñar. Cogí un taxi y me dirigí a la fiesta.

Era como en las películas americanas, una casa enorme llenísima de gente desfasaba y con mucho alcohol de por medio. Nada más entrar, me dirigí al salón, y vi al fondo de él a Arturo. Me hice la indiferente, ni siquiera le miré ni mucho menos me acerqué a saludarle, pero él tampoco lo hizo. Un par de horas después de llegar, al ver que ni siquiera me había saludado y si que lo había hecho con el resto de mis amigos, me acerqué a él:

-Hola Arturo, oye el otro día iba muy borracha y hablé más de la cuenta, y me gustaría pedirte que no contases nada de lo que te dije, es muy personal.

-¿Qué me contaste? La verdad, yo también iba perjudicado y no me acuerdo de nada de lo que hablamos -me contestó él. No sabía si sería verdad, pero quise creerlo.

-Ah vale, estupendo. Pues nada entonces -dije yo.

Sin decirme nada más, se dio la vuelta y se fue a seguir hablando con el resto de gente de la fiesta. Aunque me alegraba de que no se acordase de lo que le había contado, si que me molestaba que no recordase nada de nuestra conversación. Aunque bueno, yo no recordaba como había sido nuestro polvo, tampoco es que pudiese recriminarle nada.

El alcohol empezaba a hacer mella en mí nuevamente y yo no paraba de mirarlo. Me podía su indiferencia, era superior a mí. Unas horas más tarde, estaba hablando con una amiga, de nada importante, una conversación normal de estas que se tienen en un ambiente distendido en el que hay alcohol. Entonces, escuché que Arturo me llamaba. Quería ir de inmediato, pero no quería ser grosera con mi amiga, así que le hice un gesto con la mano a Arturo indicándole que esperase un momento, pero me volvió a llamar con más insistencia. Me disculpé con mi amiga, asegurándole que volvería en seguida, y fui hacia donde él se encontraba:

-¿Qué pasa? -le pregunté.

-Ponme una copa -me dijo Arturo, extendiéndome su copa vacía.

Yo estaba alucinando, se había pasado toda la noche ignorándome y ahora interrumpía mi conversación con mi amiga para usarme de camarera. Qué gilipollas, pensé. Aún así, no se porqué, supongo que por la necesidad que sentía de que me mostrase interés y por ser la primera vez en toda la noche que se dirigía a mí, le sonreí, cogí su copa y me fui directa a rellenársela. Después volví hasta donde él se encontraba y se la ofrecí. Esperaba que, al haberle servido una copa, charlase un rato conmigo, o como mínimo, me diera las gracias. No fue así. Simplemente cogió su copa, sin mirarme siquiera, atento a la conversación en la que estaba inmerso con otros amigos, y me dejó ahí plantada con cara de tonta. Así que me di media vuelta y volví a donde estaba mi amiga Bego, con la que estaba hablando antes de que Arturo nos interrumpiera.

La verdad, me molestaba mucho la actitud de Arturo, se suponía que éramos amigos, aunque fuese desde hacía poco, y aunque sólo fuese por eso él debía mostrarme más...¿respeto? Bueno, en realidad no quería su respeto, quería su interés. No estaba acostumbrada a no tener el interés de un chico que a mí sí que me interesaba. Y para mi sorpresa me estaba dando cuenta de que cada vez me interesaba más. "Seré masoca...", pensé.

Intenté olvidarlo y disfrutar de la fiesta. Cuando ya había caído la noche, los dueños de la casa nos dijeron que no querían enemistarse con sus vecinos tan pronto, que mejor siguiésemos la fiesta en otra parte, así que nos dirigimos a una discoteca cercana a la casa que también solíamos frecuentar. Seguí bebiendo y bailando con mis amigos, y pese a que iba bastante contenta, el alcohol no me había afectado tanto como un par de noches atrás. Aún así, Arturo también seguía allí, así que yo no estaba dispuesta a marcharme, ni siquiera cuando mis amigas más cercanas me dijeron que estaban cansadas y se iban ya para casa. Los amigos de Arturo también se habían ido la mayoría, y de los más cercanos, apenas quedábamos 6 o 7, incluyéndonos a Arturo y a mí, de los casi 30 que solíamos ser. Ya no iba a poder seguir ignorándome.

Cambié mi estrategia y me puse a tratarle como si no hubiese pasado nada entre nosotros. Bailaba con él y con el resto alegremente, de forma mucho más provocativa de lo que era normal en mí, no sé si por ponerle celoso, por calentarle, o por ambas. Charlaba con todos y salíamos todos juntos a fumar. Cuando quedaba apenas una hora para que la discoteca cerrase sus puertas, Arturo se acercó a mí y empezó a bailar conmigo de una forma más íntima. Se me pegaba mucho, hacía que me diese la vuelta, quedando de espaldas a él, y empujaba su marcado paquete contra mi culo, mientras me tocaba los muslos por delante, subiendo aún más mi corto vestido:

-Arturo para, que se me va a ver todo -le inquirí.

-¿Y? Apenas queda nadie que nos conozca, ¿qué más te da? -me respondió.

Me dejó helada, no esperaba su respuesta, así que simplemente me di la vuelta, quedando frente a él, para evitar así que siguiera subiéndome el vestido. Para mi pesar, no funcionó. Continuó subiéndome el vestido, aunque por detrás en esta ocasión. Estaba bastante segura de que quien estuviese detrás de mi podía verme el culo sin ningún tipo de dificultad. A los pocos minutos de estar bailando así, me besó. Por supuesto le devolví el beso, llena de alegría, pues al fin estaba mostrándome interés de nuevo. Me estaba besando, nada menos.

-Vámonos -me dijo Arturo, agarrando mi mano y dándose la vuelta para salir de allí, sin esperar siquiera a mi respuesta.

Yo le seguí hasta fuera recolocándome el vestido, y al salir, vi que íbamos en dirección a su casa. Ni siquiera me opuse. Pensé que ya daba igual, pues ya me había acostado con él, así que al menos en esta ocasión recordaría un poco más. Era fácil, con recordar algo, sería suficiente.

Al llegar a su casa, sacó algo de comer, igual que la última vez que estuve allí, pero en esta ocasión, mientras comíamos, apenas me hablaba. Por su actitud parecía que me estuviese haciendo un favor por llevarme allí. Cuando terminamos de comer, me dijo que subiésemos a su habitación, que era tarde. Yo le seguí escaleras arriba, y una vez en su dormitorio, me volvió a besar:

-Desnúdate -me dijo, o más bien, ¿me ordenó?

Me quité mi vestido y fui a volver a besarle, pero me detuvo:

-Te he dicho que te desnudes -me dijo Arturo, parecía que algo molesto.

Terminé de desnudarme mientras él se sentaba en el borde de su cama, observándome, quitándome primero los tacones, para después desabrocharme mi sujetador de encaje negro, que por supuesto había elegido adrede para la ocasión a conjunto con la parte de abajo, pues inconscientemente (o puede que no tan inconsciente) esperaba terminar así la noche. Mis tetas por fin estaban libres, pero por algún motivo, la situación me resultaba un tanto humillante. Aún así, continué desvistiéndome, deslizando el tanga con mis manos por mis piernas, hasta llegar a las rodillas, donde cayó hacia el suelo por sí solo.

No sé porqué, pero así me quedé, frente a él, desnuda pero sin moverme. Era como si estuviese esperando su aprobación y que me dijese qué era lo siguiente que quería, pues después de haberle molestado al intentar besarle, no quería volver a irritarle.

-No te atrevas a mirarme, zorra. Cuando estés conmigo, debes bajar la mirada -me dijo Arturo, aunque en esta ocasión, a pesar de sus palabras, no sonaba enfadado, sino simplemente como si me lo estuviese explicando.

Acababa de llamarme zorra, después de haber hecho que me desnudase ante él, y encima me exigía que no le mirase. Sí, aquella situación me resultaba cada vez más humillante, ya no tenía dudas, pero por algún motivo, me estaba excitando. Empecé a notar cómo se me mojaba la entrepierna, y encima su comentario, lejos de molestarme, me había provocado una tranquilidad inmensa. "Cuando estés conmigo", pensé. O sea, ésta no sería la última vez que estaría con él.

Inmediatamente bajé la mirada. Ni siquiera le recriminé el haberme insultado. No dije nada. Me mantuve así, en silencio y con la mirada baja, durante unos segundos que se me hicieron eternos, tras los cuales, al fin se levantó, y poniéndose delante de mí, volvió a hablar:

-Arrodíllate -me dijo despacio, saboreando cada sílaba.

Ahora si que me había dejado helada, y pese a su penúltima orden, le miré a los ojos, incrédula, durante un par de segundos, probablemente con la boca abierta. ¿Me habría tratado así también la primera noche? Pensé en decirle que se estaba flipando, que a mí ese rollo no me iba, que era un imbécil y que no iba a permitirle que me tratase así. Pero, ¿a quién quería engañar? Si cada vez estaba más mojada, notaba como mis flujos se deslizaban desde mi raja a mis muslos desnudos. Empezaba a pensar que sí, sí me iba ese rollo. Así que volví a bajar la mirada y, temblando por el maremoto de pensamientos que me estaba provocando esa situación, me arrodillé ante él.

Esto provocó su risa, tras la cual, me espetó:

-Eres una auténtica puta, de las de verdad.

Aquello si me molestó, y en esta ocasión no pude mantenerme callada. No me atreví a levantarme para hablar, pero sí a volver a mirarle.

-Arturo, te estás pasando. Te he pasado antes que me llamaras zorra por seguirte el jueguecito, pero a mí esto no me va, a mí me respetas -le contesté, aunque mi tono mostraba mucha menos seguridad de la que me hubiese gustado.

-Te acuestas conmigo borracha, sin conocerme apenas, te vas a hurtadillas, te pones un vestido de auténtico zorrón del que no se te han salido tus tetazas de milagro, te restriegas con todos en la discoteca como una perra en celo, vienes a mi casa, te desnudas ante mí, incluso te arrodillas, ¿y esperas que te trate con respeto? Yo a las putas como tú las trato como se merecen.

Me dejó tremendamente cortada, ahora sí que me sentía humillada. Bajé la mirada al suelo de inmediato, aunque no por su orden, sino porque no era capaz de mantenérsela. Me moría de vergüenza. No sabía qué contestar, ¿tenía razón? ¿me estaba comportando como una zorra?

Antes de que pudiese seguir divagando y pensar en cómo reaccionar ante sus palabras, él volvió a hablar:

-Ahora, desabróchame el pantalón -esta vez sí que era una orden, cada vez lo tenía más claro.

Dudé un par de segundos, pero pareció no importarle. Me miraba como si supiera que lo haría, pese a que yo aún no lo hubiese decidido. Esa mirada tan segura, tan pagada de sí mismo, hizo que dejase de pensar, y finalmente, me decidiera a bajarle la cremallera y desabrocharle el pantalón. Y otra vez me quedé parada, esperando en silencio.

-Bájame los pantalones y después los calzoncillos -me dijo con calma.

Se los bajé, tal como me había indicado, primero una cosa y después la otra. No quería volver a enfadarle y que pudiera soltarme algo aún peor. Así quedó con su polla frente a mi cara, dura, erecta. Por lo menos no era la única a la que le estaba excitando todo esto, aunque en mi caso era más grave que lo hiciera. Me gustaba lo que veía, era lo suficientemente larga como para superar la media, pero sobretodo, era gorda, muy gorda. Mucho más de lo que yo había visto hasta ahora.

Seguí esperando, una vez más, pero los segundos pasaban y no decía nada, así que supuse que quería que me la metiese en la boca. Fui a hacerlo, y él, poniendo su mano sobre mi cabeza, me empujó hacia atrás, lo que al estar de rodillas, hizo que me cayese al suelo.

-¿Pero tú quién te crees que eres para chuparme la polla, zorra? ¿Te he dicho yo que lo hagas acaso?

Me tenía totalmente descolocada, me sentía ridícula. No sabía qué contestar ni cómo actuar. Me dejaba paralizada.

-No, no me lo has dicho, pero yo pensé... lo siento -contesté temblorosa, con mi mirada fija en el suelo, mientras recuperaba mi postura, arrodillada en el suelo.

-Bueno, veo que vas aprendiendo perrita. No pasa nada, si no tuviese que adiestrarte ya sí que no tendrías ninguna gracia -me dijo Arturo, lo cual hizo que me sintiera aún más avergonzada.

¿Que yo no tenía gracia? ¿Adiestrarme? Pero en serio, ¿por qué no le mandaba a la mierda y me iba de allí? Probablemente porque, para mi sorpresa, cada vez estaba más mojada.

-Mira bien mi habitación, fíjate en cada detalle. Tómate tu tiempo. Cuando creas que es suficiente y que podrías describir cada objeto del cuarto, dímelo y cierra los ojos -dijo Arturo.

Ahora sí que estaba sorprendida, ¿que mirase su habitación? Me tenía desnuda y arrodillada ante él, con su polla delante de mi cara, ¿y quería jugar a recordar objetos? Aún así, le obedecí. Estudié con mi vista cada detalle del cuarto, varias veces, tratando de no olvidar nada. No sabía lo que se traía entre manos, pero no quería volver a enfadarle. Quería seguir interesándole.

-Creo que ya... -dije con un hilo de voz, a la vez que cerraba los ojos. Me daba miedo hablar incluso sabiendo que me había ordenado hacerlo.

-Muy bien, ahora vas a pensar en algo que hayas visto aquí y me vas a pedir que te lo meta en el coño -dijo él.

Me quedé en shock, todo era demasiado nuevo, tenía demasiados pensamientos y demasiadas sensaciones agolpándose en mi cabeza. Intenté dejarlos a un lado y centrarme en recordar algo que hubiese visto por el cuarto y que pudiera resultar placentero, pero la verdad es que mientras observaba su habitación no pensaba que fuese a ser aquello lo que me pidiese, así que no había mirado sus cosas de esa forma.

-¡Vamos puta! O seré yo quien lo haga por tí y elegiré el bote de desodorante, y no creo que quieras que sea eso lo primero que te meta. Aunque no lo sé, con lo zorra que eres lo mismo me sorprendes y lo eliges tú misma -insistió Arturo con impaciencia.

Recordaba haber visto el desodorante encima de su mesa, y no, no quería que fuese eso lo que me metiera. Era un bote muy grande, muy ancho, y pese a lo mojada que estaba, estaba bastante segura de que eso me dolería, no me resultaría placentero. Así que intenté pensar apresuradamente, hasta que de pronto uno de los objetos me vino a la cabeza.

-El lapicero... -susurré.

No es que fuese pequeño, pero al menos no era tan grande como el desodorante, y no recordaba nada más asequible. Era un lapicero alargado y cilíndrico de plástico duro, y por lo que había podido ver, más estrecho que su polla, aunque más largo.

-No te he oído bien, pero me parece que no era eso lo que te había ordenado -sí, definitivamente me estaba dando órdenes. Confirmado. -No es así como debías pedírmelo, y además habla más alto puta, que no se te oye.

-Arturo, por favor, ¿podrías coger el lapicero que hay sobre tu mesa, y metérmelo por el coño? -ni siquiera yo podía creerme que esas palabras estuviesen saliendo de mi boca.

-Más alto -volvió a ordenarme.

Estaba loco, si lo decía más alto nos escucharían sus compañeros. Puede que fuese eso lo que buscaba, pero yo no quería arriesgarme. Lo pensé fugazmente y me di cuenta de que, si quería que siguiese, no me quedaba otra. Y, por algún motivo, quería que siguiese.

-¡Arturo, por favor, ¿podrías coger el lapicero que hay sobre tu mesa, y metérmelo por el coño?! -dije más alto en esta ocasión. Estaba desatada.

-Eso está mejor, ve por él y tráemelo. Ni se te ocurra levantarte -me dijo.

¿Ni se te ocurra levantarte? ¿Y cómo quería que fuese hasta allí? Empezaba a quedarme claro que me sentía humillada porque era precisamente lo que él intentaba, humillarme. En ese momento pensé que si obedecía, ya no habría marcha atrás, ya no sería capaz de negarle nada en toda la noche, y eso me asustó. A saber lo que a ese capullo se le ocurría hacer conmigo. Pero a quién quería engañar, ya le había dejado llegar demasiado lejos como para echarme atrás. Así que hice lo único que creí que podía hacer, lo que pensaba que esperaba de mi. Me acerqué gateando, a cuatro patas, hasta su mesa. Una vez allí, vacié el lapicero de todo lo que tenía dentro, lo cogí, y me aventuré a volver hacia él.

-Las perras no llevan las cosas con las patas -me corrigió.

Vale, encima quería que lo llevase con la boca. Esto cada vez se ponía peor. Aún así, me armé de paciencia, me lo llevé a la boca, y continué mi camino. Al llegar hasta él lo solté a sus pies y volví a arrodillarme, esperando expectante. Soltó una carcajada, para aumento de mi humillación.

Acercó una mano a uno de mis pechos, el derecho. Lo amasó con fuerza, y después trató de abarcar toda mi teta con su mano, pero se desbordaba. Luego con la punta de su dedo índice, empezó a acariciar mi pezón en círculos, suavemente. Me gustaba, me estaba poniendo muy cachonda. Luego con dos dedos, lo apretó, al principio suavemente, para después ir aumentando la presión sobre él hasta que me empezó a doler. Solté un leve quejido. Al hacerlo, soltó mi pezón y repitió la misma operación con el otro, hasta que me volví a quejar.

-Súbete a la cama. A cuatro patas, putita -me ordenó.

Si todo el numerito de antes ya me había hecho mojarme, ahora ya estaba increíblemente caliente. Salté como un resorte y me puse en la posición que se me había indicado, dejando mi parte trasera al borde de la cama para facilitarle su misión. Se colocó detrás de mí y posó su mano sobre mi coño, desde mi agujero hasta mi botón del placer.

-Estás empapada, guarra -me confirmó.

Yo no dije nada, me quedé callada mientras él pasaba sus dedos hacia delante, acariciando mi intimidad, lento, muy lento. Me enloquecía, quería que moviese sus dedos más deprisa. Empezó a aumentar el ritmo, lo cual me hizo jadear, pero tan pronto como me escuchó hacerlo, se detuvo. De ahí, paso sus dedos hasta el agujero de mi coño, para meter uno de ellos, que pronto se vio acompañado por otro. Estaba tan empapada que por supuesto habían entrado sin ninguna dificultad, y al menos intentaba dilatarme antes de meterme el lapicero. Me pareció un detalle, al menos parecía que tampoco quería hacerme daño. Empezó a mover los dedos más deprisa, mientras yo intentaba aguantar mis gemidos, pues no quería que sucediera lo mismo que cuando me acariciaba y parase. No pude contenerme más y solté un gemido ahogado de mi garganta. Tal y como temía, nada más oírlo, se detuvo.

Quería decirle que no parase, que siguiera, pero ya me había dado cuenta de que con él las cosas no funcionaban así, que ahí mandaba él. Preferí callarme.

-Date la vuelta, así a cuatro patas, pero mirando hacia mí -me dijo.

Lo hice y me quedé con su polla a la altura de mi cara. Arturo aún llevaba puesta la camisa con la que se había vestido esa tarde. Por supuesto en esta ocasión, no me atreví a llevarme su polla a la boca, aunque cada vez me apetecía más. Se quedó así, sin moverse, sin tocarme y sin hablar, durante unos minutos. No sabía a qué esperaba o qué quería, pero yo no pensaba moverme ni decir nada.

Hasta que por fin habló:

-Muy bien perra, ya puedes chupármela -me...¿permitió?

Levanté una mano para ir a cogerla y llevármela a la boca, pero con su mano me la apartó bruscamente, bajándomela.

-Creí haberte dicho que las perras no usan las patas para coger las cosas -me dijo pausadamente.

Entendido, nada de manos. Nunca había hecho una mamada sin ayudarme de mis manos, ni siquiera sabía si sabría hacerlo. Pero con todo lo que había hecho ya, no iba a contradecirle en eso.

Busqué su polla con mi boca, me costó un par de intentos conseguir que me entrara, lo cual parecía divertirle, pero finalmente lo logré. Empecé un sube y baja con ella, mamando como mejor sabía, intentando simular un polvo. Por los silenciosos jadeos que se le escapaban, parecía gustarle. Empecé a girar mi cabeza, desde la punta hasta el tronco, una y otra vez. Parecía gustarle aún más. Abrí mi boca, dejando su polla dentro de ella, pero intentando lamer en círculos el glande con la lengua. No era fácil, parecía que iba a salírseme en cualquier momento. Y de hecho al quinto círculo, así fue, aunque en esta ocasión me costó menos volver a metérmela. En cuanto volví a tener su carne en mi boca, me agarró la cabeza y me la empujó hasta el fondo. Se quedó quieto con su polla dentro de mi garganta, lo cual hizo que me diesen arcadas. Sentía que me faltaba el aire, intenté empujarle y separarme de él, pero era más fuerte que yo. Me sujetaba, no se cuánto tiempo estuvo así, pero yo creía que faltaba poco para que me ahogase. Hasta que por fin me soltó.

-Para ser tan puta no sabes tragarte una polla en condiciones, ¿eh? -me recriminó son sorna.

Yo tosía sin parar, tratando de recuperar el aliento, notando como mis babas salían a borbotones de mi boca. Mis mejillas, mi barbilla, mi cuello, mis pechos y hasta mis muslos. Había babas por toda yo.

Una vez que hube recuperado el aliento, volvió a coger su polla con una mano, y mi cabeza con la otra, dirigiendo mi boca hacia ella. Volvió a repetir la operación, y aunque me resultaba angustioso, me costó menos soportarlo que la primera vez.

-Bueno zorra, parece que vas mejorando. Menos mal que al menos aprendes rápido -me aplaudió.

Era lo más parecido a un halago que me hacía en toda la noche, así que me sentí feliz, orgullosa. A la vez, me sentía confusa, culpable y estúpida. ¿Cómo podía sentirme orgullosa por lo que me había dicho? Y más, con todo lo que me estaba haciendo.

Volvió a coger mi cabeza, llevándola hacia su polla, y repitió lo mismo 3 veces más. Después, comenzó a follarme la boca, metiéndola hasta el fondo y volviéndola a sacar, una y otra vez, cada vez más deprisa. Yo apenas podía respirar, pero notaba que le estaba gustando, así que me dejaba hacer. Me encantaba que disfrutase gracias a mí, era una sensación extraña, distinta a la que había tenido en otras ocasiones. No es que normalmente no quisiera que el chico disfrutara o no me importara, pero ahora sentía que lo necesitaba, que era más importante que disfrutase él a lo que pudiese sentir yo. Definitivamente estaba perdiendo el juicio.

Siguió aumentando el ritmo, ya agarrado solamente de mi pelo. Por los tirones hacia atrás y hacia delante que me estaba dando, empezaba a dolerme. Sentía mi cara y mi cuerpo totalmente empapados, como si me hubiesen tirado un cubo de agua. Mis babas se mezclaban con mis lágrimas, que salían sin parar de mis ojos por la falta de oxígeno. Pero ni me apartaba ni hacía amago de decirle que parara. Quería que se corriese, y lo hiciese gracias a mí.

De repente me la sacó, y comenzó a pajearse frente a mi cara.

-Abre la boca, puta zorra -me dijo excitado, a punto de correrse.

Entonces, comenzó a desbordar toda su leche sobre mi cara mientras jadeaba. El primer chorro impactó en mi lengua, o más bien en mi garganta. Luego cerré los ojos, pero fui notando como me llenaba toda la cara. Notaba el líquido caliente cayendo, me resultaba muy morboso. Claramente estaba bien cargado, y estaba vaciándose sobre mí. Noté que había terminado porque aflojó la fuerza con la que me agarraba el pelo.

-Muy bien perrita, ahora trágate lo que tienes en la boca, y ve lamiendo los restos de alrededor de tus labios. Luego llévate los dedos a tu cara y ve recogiendo y tragando todo lo que puedas. No voy a dejar que te limpies hasta que vuelvas a estar en tu casa, así que por tu propio bien más te vale esmerarte -me dijo Arturo.

¿No voy a dejar? ¿Seguía dando órdenes incluso después de correrse? Y lo que era peor, ¿daba por supuesto que seguiría obedeciéndolas? Pese a surgirme todas estas preguntas, hice lo que me decía, "por si acaso", pensé.

-Te estoy hablando, respóndeme para saber que lo has entendido, ¿o es que estoy hablando con la pared? -continuó.

Yo es que ya no sabía qué hacer, ni qué decir, ni cuándo podía hablar, ni cuándo debía callar. Le gustaba mandar, pero la verdad, tampoco se explicaba muy bien. Probablemente no quisiera explicarse bien... probablemente quería tener motivos para insultarme. Aunque tampoco parecía necesitarlos.

-Sí, entendido. Así lo estoy haciendo Arturo -contesté.

Me dio un bofetón que me dejó asustada. No me dolió, pero se había atrevido a pegarme. Hasta ahora como mucho me había empujado, pero ahora me había cruzado la cara sin pestañear. Y encima, ni siquiera entendía porqué. Le miré llevándome la mano a mi cara, con ojos de no entender lo que pasaba, sin atreverme por supuesto a volver a hablar.

-Natalia, no debes llamarme Arturo. A mí me hablas con respeto -me dijo él, utilizando la frase que yo misma había utilizado contra él hacía apenas un rato, pero con tono pausado, casi parecía que disculpándose por haberme pegado. Además, por primera vez en toda la noche, me llamaba por mi nombre.

-Pero... no lo entiendo. Arturo es tu nombre, si no te llamo así, ¿cómo quieres que te llame? -pregunté confusa.

-Tú eres una puta, y yo soy un señor. Por lo tanto, debes referirte a mí como tal -me contestó.

-De acuerdo, entonces...entendido, ¿Señor? -pregunté.

-Muy bien preciosa -dijo sonriendo mientras me acariciaba la cabeza, verdaderamente como si fuese una perra.

A pesar de tratarme de esa forma, me sentía agradecida. Me estaba diciendo que lo había hecho bien, y encima me había llamado preciosa, aunque fuese como si se lo llamase a su perra.

-Ahora súbete a la cama y vuelve a ponerte a cuatro patas, que para una cosa que me pides en toda la noche y no la he cumplido... hay que ver.

Volví a la posición que me indicaba, sabiendo a qué se refería, y extrañamente, deseándolo. A pesar de todo lo que había pasado, aún no me había corrido, y sentía una inmensa necesidad de hacerlo. Quería que me masturbara con el lapicero. Y después que me follase. Quería sentir dentro de mí esa polla que me había comido.

En esta ocasión, se puso delante de mi barriga, es decir, conmigo en perpendicular a él. Metió directamente dos dedos en mi interior, moviéndolos arriba y abajo rápidamente, para luego proceder a moverlos de dentro a afuera, follándome con ellos. En menos de un minuto sentía que estaba apunto de correrme. Comenzó con su otra mano a pellizcar mis pezones, apretando bastante, pero estaba ya tan excitada que nada me dolía. Al contrario, lo disfrutaba. Entonces sacó sus dedos de mi interior y cogió el deseado lapicero. Lo noté frío, sobretodo en contraste con mi cuerpo, que expedía calor por cada poro, pero ansiaba tenerlo dentro. A pesar de lo largo que era, entró entero sin ninguna dificultad, debido a mi calentura. Primero lo movía lento, haciéndome desesperar, haciéndome desear gritarle que lo moviera más deprisa para que al fin pudiera alcanzar mi más que deseado orgasmo. Después de unos minutos así, volviéndome loca, pasó a aumentar el ritmo de repente, metiéndolo y sacándolo a una velocidad de vértigo, lo cual hizo que yo gimiera a gritos, sin importarme ya quién pudiera escucharnos.

-Dime lo que eres, dime lo que eres o pararé. Bien alto -me dijo Arturo.

Sabía a qué se refería, llevaba toda la noche diciéndomelo, pero me parecía impensable ser yo misma la que lo dijera, así que no hablé. Entonces paró.

-Por favor Señor por favor, sigue, por favor -le pedí.

-Te he dicho que me digas lo que eres, y ahora además, por desobedecerme, también tendrás que suplicarme que continúe, si es que es eso lo que quieres -me chantajeó.

Estaba apunto de correrme, en menos de un minuto lo conseguiría, y el calentón que tenía encima era superior al que recordaba haber tenido jamás. Me dejé vencer:

-¡Soy una puta, soy una puta! ¡¡Por favor Señor, te lo suplico, sigue metiéndome el lapicero en el coño, por favor!! -le grité.

Por supuesto, volvió a metérmelo, continuando además con el intenso mete-saca. Lo notaba entrando y saliendo, tan deprisa... incluso, sin querer, apretaba con los músculos de mi vagina para notarlo más. No se detenía, seguía metiéndolo. Era increíble, no podía más, notaba como todo mi cuerpo se erguía, como mi piel se erizaba, como iba a envolverme en lo que ya veía llegar.

Y llegó... me dejé llevar al paraíso de mi orgasmo, disfrutándolo intensamente, más intensamente de lo que me había corrido nunca. También duró más de lo que nunca me había durado un orgasmo, ni siquiera tocándome yo sola. Fue sencillamente increíble. Imposible de describir. Me desplomé sobre la cama, no me lo había permitido, pero no pude evitarlo.

-¿Te has corrido, zorra? -preguntó Arturo. Como si no fuese evidente.

-Sí...Señor -contesté.

-No tenías permiso para hacerlo, pero por ser la primera vez no te lo tendré en cuenta. Pero, ¿no vas a darme las gracias? ¿Además de guarra eres maleducada? -me dijo una vez más para mi humillación.

-No, claro, gracias Señor -volví a contestar.

Nunca había tenido que dar las gracias por un orgasmo, pero sentía que las daba merecidísimamente, a pesar de todo.

-Ponte tu vestido y vete, que quiero dormir. Tu sujetador y tu tanga los dejas aquí, que los quiero de recuerdo -me dijo.

-Pero...Señor, ¿que me vaya? -pregunté estupefacta. No daba crédito, me estaba echando de su casa, verdaderamente como si fuese una vulgar ramera.

-¿También eres sorda, puta? Que te largues -me ordenó.

-Pero... no lo entiendo, si aún no nos hemos acostado...¿acaso no quieres que lo hagamos? -pregunté temerosa por su respuesta.

-Uy, "acostado", "que lo hagamos" -se burló él -Ahora va a resultar que después de correrte te vuelves vergonzosa y todo, con lo zorra que me has demostrado que eres. No, no voy a follarte. Ya probaste mi polla el primer día sin merecerlo, si llego a saber que eras tan puta desde luego no lo hubieses hecho, y ahora pírate de una vez que quiero dormir, cierra la puerta al salir -concluyó.

No me quedó otra que recoger mi vestido y mis tacones, ponérmelos, y salir de la habitación. Al menos había despejado mi duda: la primera noche no fue así. Lástima que no la recordase. Bajé la escalera tratando de hacer el menor ruido posible, bastante habían oído ya sus compañeros. Llegué al final de la escalera, y justo enfrente había un espejo. Mi aspecto era lamentable. Tenía el rimel totalmente corrido bajo mis ojos, a modo koala, el pelo como si acabase de salir de los escombros de un terremoto, restos de semen seco en mi cara, y se me marcaban los pezones en mi vestido a la perfección. Suerte que tuviese mi abrigo para volver a casa. Me peiné como pude y traté de quitarme los restos de rimel. Los de semen, sabía que no lo tenía permitido, y a pesar de que no se enteraría, me había marcado tanto que no era capaz de hacerlo.

Nada más darme la vuelta en dirección a la puerta, antes de que me diera tiempo a ponerme mi abrigo, vi a Juan, uno de los compañeros de piso de Arturo, y amigo suyo desde la infancia, por lo que tenía entendido, mirándome sonriendo maliciosamente desde la puerta del salón.

-¿Te lo has pasado bien, eh Nati? -me preguntó con sorna.

-Tengo que irme Juan, estoy cansada. Mañana nos vemos -le contesté secamente.

-Sí, sí, cansada, no me extraña -rió él.

No le contesté, me puse el abrigo y abrí la puerta de la calle.

De camino a casa mi cabeza no paraba de dar vueltas, me sentía confusa por todo lo vivido y todo lo que había sentido en el proceso. A eso se sumaba lo cansada que estaba, que no me permitía pensar con claridad. Necesitaba dormir y despejar mi mente, digerir todo lo que había pasado. Encima Juan estaba claro que nos había escuchado, y no sabía a quién podrían contarle él o Arturo lo sucedido. Me moría de vergüenza, me sentía sucia. Pero a la vez, sabía que había disfrutado más que en toda mi vida, y ni siquiera me había follado. No sabía cómo volvería a mirar a cualquiera de los dos a la cara, incluso me planteé volver a España dada la situación. Tenía que pensar. Pensar en qué me estaba convirtiendo... o en qué había sido siempre en realidad.

Dedicado a mi Amo, quien me ha animado a escribir este relato. Aunque él no tiene nada que ver con el protagonista de esta historia, él es mil veces mejor... en todos los sentidos.

Espero que os haya gustado, soy novata en esto de escribir relatos. Este era un poco a modo de introducción, si al final me decido a seguir escribiendo, iré subiendo el nivel... Admito y agradezco críticas y comentarios.