Orgasmus 3

Arturo continúa humillando, sometiendo y adiestrando a Natalia, esta vez acompañado por su amigo Juan. Además, comenzarán a jugar brevemente con el virgen culito de la joven.

Allí estaba yo, echada sobre la cama, habiendo acabado de correrme, con un hombre a mis espaldas y otro delante de mí. Ni siquiera quería mirarlos, me había invadido una sensación extraña. Quería irme de allí, pero no me atrevía. Además, dudaba que me dejasen. Tenía ganas incluso de llorar, pero no pensaba darle esa satisfacción a Juan, y desde luego, pese a mi sentimiento de culpa y de querer huir, seguía sin querer perder a Arturo. No sabía qué hacer.

Entonces, Arturo me agarró, levantándome, para abrazar mi cabeza contra su pecho, a la vez que me acariciaba el pelo y me mecía.

-Muy bien preciosa, lo has hecho muy bien -me reconoció, dándome un breve beso un poco más arriba de mi frente.

Eso me gustó, al menos me felicitaba por mi actuación. Estaba haciendo que me sintiera más reconfortada, y además era la primera vez desde la primera noche que me trataba con tanta dulzura. Me entraron unas ganas inmensas de besarle, pero no me atrevía. Solamente levanté la cabeza, mirando su boca y acercándola a la mía, pero sin llegar a tocar sus labios. Fue él quien me besó, con ternura y cariño. Era bastante extraño que este comportamiento fuese el que me sorprendiera, y no el que había tenido hacía apenas unos minutos.

Se separó de mí, mirándome a los ojos, y me dijo:

-No hemos terminado. Lo sabes, ¿verdad?

-Sí Amo... -respondí mientras agachaba la cabeza.

Fue separándome de él, con tacto, a la vez que yo me arrodillaba sobre la cama, adoptando la postura que ya acostumbraba a adoptar delante de él. Me quitó el cinturón que tenía abrochado alrededor de mi cintura y lo guardó en el cajón. Aquello me tranquilizó.

-Me apetece una copa para relajarnos un poco. Juan, ¿tú quieres una? -preguntó Arturo.

Casi había olvidado que Juan también estaba allí. Este afirmó con la cabeza. No había abierto la boca desde que había entrado en la habitación, simplemente se mantenía ahí de pie, sonriendo con esa mirada de prepotencia que yo tanto odiaba. El muy cerdo estaba disfrutando de lo lindo.

-Perfecto. Ya sabes Natalia, tráenos unas copas -me ordenó Arturo.

Me levanté y fui a recoger mi vestido para ponérmelo, pero Arturo me lo impidió.

-No te he dicho que puedas vestirte. Baja así, si sólo va a ser un momento.

-Pero... ¿cómo voy a bajar desnuda? ¿y si queda gente en la fiesta? -pregunté asustada.

-Bueno, está bien. Puedes ponerte esto -me ofreció Arturo, mientras me lo quitaba de mi cuello.

Me extendía, únicamente, el tanga que había dejado allí la noche anterior. Le miré con ojos suplicantes, tratando que se apiadara de mí. Me daba pánico bajar así. Ya no era ni vergüenza, era terror directamente.

-No me mires así zorra, vas a bajar. Si no quieres que nadie te vea, date prisa. Y a lo mejor no queda nadie ya abajo, quién sabe -sentenció Arturo.

Sabía que debía bajar, sabía que lo haría, pero no era capaz de moverme. No sabía qué podía hacer si alguien me viese, qué diría, cómo me justificaría. Casi hubiese preferido no acabar de correrme, lo mismo así el calentón me hubiese aportado valor.

Fui a ponerme mi tanga y se me cayó de las manos. Estaba temblando. Estaba muerta de nervios y de miedo, y el frío que hacía a pesar de la calefacción, tampoco ayudaba mucho.

-Qué perra más torpe tienes tío -intervino Juan. Vaya, ahora sí había recobrado el habla.

Ambos rieron, y yo conseguí ponerme mi escasa lencería. Me aproximé a la puerta, sintiendo lo que debe sentir un cerdo cuando va camino del matadero. Abrí la puerta y salí muy despacio, no quería abandonar esa habitación. Nada más poner ambos pies fuera de ella, se cerró la puerta tras de mí. Escuché como hablaban dentro, y entonces, encima, me preocupé por lo que pudiesen tramar durante mi ausencia. Definitivamente, tenía que darme prisa.

Bajé las escaleras todo lo rápido que no hacer ruido me permitía. Conforme fui bajando, empecé a escuchar voces procedentes del salón. Sí que quedaba gente, aunque no habría sabido decir cuanta. Hablando se escuchaban a al menos tres personas. Afortunadamente para mí, no tenía que pasar por delante del salón para llegar a la cocina. El problema era que hubiese alguien en la cocina.

Llegué al final de la escalera y asomé la cabeza. Trataba de tapar mis pechos con mis manos, pero o mis manos eran demasiado pequeñas, o mis tetas demasiado grandes.

Fui avanzando a hurtadillas hasta la puerta de la cocina, para observar que la luz estaba apagada. Entré corriendo, no había nadie. Traté de dejar la puerta encajada, pues si la cerraba haría suficiente ruido como para ser descubierta. Mientras servía sus copas, me preguntaba cómo había podido llegar hasta ahí. Cómo había acabado yo desnuda en una cocina ajena, con personas que pudieran verme de esa guisa en el salón, y con dos hombres arriba esperando para hacer conmigo lo que quisieran.

De pronto, al echar los hielos del segundo cubata, se me volcó uno de los vasos. Al rintintín de la copa golpeando contra la encimera, le siguió el silencio que se produjo en el salón. Me habían escuchado. Me quedé parada, creo que hasta el corazón se me paró, y agudicé el oído todo lo que pude. Ello me sirvió para escuchar cómo unos pasos se aproximaban hasta la cocina.

No sabía qué hacer, estaba temblando. Mi corazón empezó a latir desbocado por los nervios. No había ningún sitio en esa cocina donde pudiera esconderme. Me iban a pillar allí, desnuda, y ni siquiera sabía quién sería la persona que lo haría, o si vendrían todos los que estaban en el salón.

Tuve que pensar deprisa, y finalmente, me decidí a abrir una rendija de la puerta, sólo lo suficiente para poder asomar yo la cabeza. Saqué así la cabeza, dejando mi cuerpo escondido con la puerta, para observar que era Lucía la que se aproximaba hacia mi furtivo escondite. Lucía era la compañera de piso de Bego, la que se había liado con el chico que le gustaba. Ella, al verme, dio un pequeño gritito, en señal de que la había asustado.

-Tía Natalia, ¿qué haces? ¡Si nos pensábamos que te habías ido ya! -exclamó Lucía.

-Ya bueno, me he quedado un rato con Arturo... ¿tú no estabas en la discoteca con Sebas? -pregunté yo, tratando de desviar su atención, pues Sebas era el chico que les gustaba a Bego y a ella.

-Sí pero nos hemos vuelto, para desayunar y eso. David también se ha venido, y Quique también. Y ya nos han comentado que estabas con Arturo... qué fuerte tía, todavía no me lo creo. ¿Con Arturo, Natalia? ¿Con Arturo? -me preguntó ella.

-Bueno... lo tuyo es peor, tú te has liado con Sebas sabiendo que le gustaba a Bego -le recriminé yo, aunque nuevamente como un intento de desviar su atención. No estaba yo en situación moral de juzgar a nadie.

-Ya tía... ya lo sé, y me siento fatal. Pero es que a mí también me gusta, y... oye, ¿qué haces detrás de la puerta tía? Abre, ¿no? -dijo Lucía, desbaratando mis intentos por desviar su atención.

-Luci que se me ha caído un vaso y lo he puesto todo perdido de cristales, no entres que te vas a cortar -se me ocurrió de repente -mejor vete al salón y ya mañana hablamos más tranquilamente, ¿vale? Que yo tengo que recoger esto rápido y subir, que Arturo me espera.

-Bueno, voy a preguntarle a estos dónde guardan la escoba, te la traigo y recogemos los cristales, ¿vale? -se ofreció ella amablemente.

-No no, de verdad, no te preocupes, si yo se dónde la guardan. Lo recojo en un momento, tú vete al salón, en serio -le respondí yo, más secamente de lo que me hubiese gustado.

-Bueno... como quieras. Hasta mañana entonces -contestó Lucía.

Pensaría que estaba enfadada con ella por haberse liado con Sebas. No me importaba, había conseguido que se marchase, y eso era lo único que me importaba en ese momento. Terminé de llenar los cubatas y me dispuse a cogerlos para volver rápidamente a la habitación. Esta vez ya no tenía manos con las que taparme, por lo que recé, aún más si era posible, por no cruzarme con ninguno en mi camino de vuelta.

Conseguí subir y llegar hasta la puerta de la habitación. Cogí ambas copas con una mano, ayudándome de mi brazo, y me dispuse a abrirla. Pero no se abría.

-¿Quién es? -escuché que preguntaban al unísono desde el otro lado.

-Soy yo, Natalia -dije medio susurrando

-No esperamos a ninguna Natalia, mejor vuelve a probar. ¿Quién es? -esta vez era Arturo el que preguntaba.

Resoplé. Quería que respondiera lo que querían oír. Quería que me autohumillase ante ellos para que me permitieran entrar, y dejar por fin de andar desnuda por la casa.

-Soy tu puta mi Señor, ¿podrías abrirle la puerta a esta zorra, por favor? -dije para contentarlos.

-No se te oye putilla, prueba más alto -contestó Arturo, seguido por la humillante e inconfundible risa de Juan.

Si lo decía más alto me escucharían en el salón, si no lo hacía, corría el riesgo de que me descubrieran ahí, desnuda. Tenía que elegir entre que me escucharan decir que era una puta, o que comprobaran por sí mismos que era así.

-¡PUEDES ABRIRLE LA PUERTA A TU puta, Señor, POR FAVOR! -grité bajando el tono en las palabras que menos me convenían.

Inmediatamente se abrió la puerta, tras la cual apareció Arturo, quien agarrándome del cuello me arrastró hasta dentro. Su lado tierno había desaparecido de nuevo, claramente. Me llevó así agarrada hasta la pared, donde me apoyó no muy delicadamente, lo que provocó que se me derramasen las copas que llevaba en las manos.

-Si te digo que hables más alto, tú hablas más alto puta. TODO, no sólo lo que te interesa. ¿Te queda claro? -me dijo apretando los dientes.

-Sí Señor, lo siento Señor -dije a duras penas, pues su mano en mi garganta me dificultaba hablar.

Juan se acercó a nosotros y me cogió las copas. Así sujeta como me tenía, Arturo me lanzó hacia el suelo, donde caí de bruces.

-Limpia lo que has ensuciado guarra, que me has puesto todo perdido -me ordenó.

-Pero Amo... si hay moqueta, ¿cómo limpio esto? -pregunté inocentemente.

-Vamos a ver perra estúpida, ¿cómo lo hacen los perros? A lametones, ¿no? Pues a lamer el suelo, hostias -me respondió.

Me puse a cuatro patas, levantando mi culo, y comencé a lamer la moqueta por los lugares donde estaba mojada. Nadie me había dicho que tuviese que hacerlo en esa postura, pero dado que quería que lo limpiase como una perra, me pareció lo más adecuado. El sabor de la moqueta mojada era sumamente desagradable, pero no paré de lamer hasta que Arturo volvió a hablar.

-Quítate el tanga y de rodillas, zorra.

Me quité mi tanga y lo dejé sobre la cama, por supuesto sin atreverme a mirarle. Después me arrodillé en el suelo. Tenía mucho miedo de qué se les ocurriría hacer conmigo, empezaba a darme la sensación de que no eran elecciones que yo tuviese que tomar. Directamente debía obedecer, me veía obligada a ello, pero por alguna razón, otra vez estaba mojada y con unas increíbles ganas de ser usada por mi Amo.

Cogió mi tanga y buscó la parte que quedaba justo a la altura de mi coño. Estaba muy mojado de mí. Lo puso frente a mi cara.

-Huélelo -me ordenó. Por supuesto, así lo hice.

-Lámelo -continuó ordenando.

Nunca me habría imaginado lamiendo mi tanga usado y mojado, pero sólo con escucharle decir aquello, un enorme cosquilleo se despertó en mi estómago, que pronto se vio acompañado por un fuerte calor en mi vagina. Lo lamí, consciente de lo humillada que me dejaba esta situación, pero ni siquiera me dio asco o vergüenza. Lo lamí disfrutando, recreándome.

-¿No te da vergüenza ser tan guarra como para disfrutar lamiendo el suelo y saboreando tus propios flujos? -me preguntó Arturo.

No sabía si era una pregunta retórica, pero consiguió que sintiera vergüenza, especialmente por el hecho de que encima Juan estuviese delante, observando toda la escena. Así que me limité a agachar la cabeza, mientras notaba como mis mejillas se encendían, y afirmaba levemente con la cabeza.

-Súbete a la cama y a cuatro patas perra, como estabas antes -me volvió a ordenar.

Me subí a la cama, notando como mi temor por qué sería lo que me harían, se iba transformando en deseo. Arturo se colocó detrás de mí, apoyando su polla en la entrada de mi coño, pero sin llegar a penetrarme.

-¿Quieres que te la meta? -me preguntó.

-Sí Amo, por favor... -pedí.

-Pues pídelo como lo que eres. Ladra, perra -me dijo.

Inmediatamente miré adonde estaba Juan, quien se mantenía apoyado en la pared, con su copa en la mano, sonriendo. ¿Que ladrase para ellos? ¿De verdad estaba dispuesta a denigrarme tanto sólo por un polvo? Un azote en mi nalga derecha propinado por Arturo me sacó de mis pensamientos.

-Guau... -ladré tímidamente. Sí, de verdad estaba dispuesta a denigrarme tanto.

Comenzó a meterme su polla, muy poco a poco, sólo un par de centímetros.

-Puedes hacerlo mejor perra, empiezo a cansarme de tener que repetirte las cosas -me dijo Arturo.

Era inútil luchar, sabía que acabaría ladrando, y cuanto antes lo hiciera como él quería, menos le enfadaría.

-¡Guau, guau! ¡guau guau guau! -ladré enérgicamente esta vez, imitando verdaderamente a un perro.

Los dos se echaron a reír, para posteriormente notar como Arturo hundía su pene dentro de mí, hasta el fondo, haciéndome soltar un gemido audible. Poco a poco, fue aumentando el ritmo de sus embestidas, hasta acabar follándome salvajemente. Yo notaba como cada vez estaba más excitada, y mis gemidos iban aumentando con cada embiste, sin importarme ya que Juan estuviese de testigo. Incluso de cuando en cuando, le miraba a los ojos sin que nadie me lo ordenara, lo cual no hacía más que ponerme aun más cachonda.

-Te gusta que Juan mire como te follan, ¿verdad pedazo de zorra? -me preguntó Arturo mientras continuaba taladrándome.

-Sí Amo... -reconocí entre gemidos.

-Díselo a él, dile que te gusta que te mire -me dijo.

Tuve que tomarme unos segundos, a pesar de lo cachonda que estaba, para armarme de valor y decir lo que sabía que debía.

-Me encanta que estés ahí mirando Juan, me pone muy... mmmm... muy cachonda... aaahhg -conseguí decir, altamente excitada.

La sonrisa perenne de Juan dio paso a una carcajada, tras la cual pude notar una gran lujuria en su mirada. Empezaba a quedarme claro que no se conformaría con quedarse como mero espectador, idea que, pese a mi calentón, seguía sin ilusionarme. Mi temido momento había llegado.

-Pues no va a estar sólo mirando cuando tiene delante a una puta como tú, ¿no?. Pídele a ver si es tan amable de dejar que le comas la polla -me ordenó Arturo.

Pedirle a ese cerdo que me dejase comerle la polla cuando hacía apenas unas horas le estaba rechazando. Ajam. Nada humillante, no Señor. Aun así, sabía que no me quedaba otra, y además el calentón tan impresionante en el que estaba inmersa me facilitaría la misión.

-Juan, por favor, ¿podrías meter tu polla en mi boca y permitir que te la coma? -dije a duras penas.

Juan, que parecía que hoy no tenía mucho que decir, se acercó hasta mí. Se desabrochó el pantalón y puso su polla frente a mi cara, mientras Arturo continuaba con su excelente follada, aunque frenando el ritmo, supongo que por disfrutar del espectáculo. No estaba tan bien dotado como Arturo, pero tampoco es que la tuviese pequeña. Estaba muy en la media.

-Abre la boca -me ordenó Juan, saboreando cada sílaba. Cómo estaba disfrutando del momento el cabrón.

Abrí la boca y cerré los ojos, pues no quería ver como ese trozo de carne entraba en mi boca. Era la primera vez que tendría que hacer una mamada sin ninguna gana de hacerlo. Esperando a que me la metiese en la boca, noté como un escupitajo se estampaba contra mi lengua, rebotando en mi paladar. Su acción me hizo abrir los ojos, para mirarlo con sorpresa.

-Trágatelo, zzzorra -me dijo mirándome a los ojos, haciendo especial énfasis en la z de zorra.

Su mirada era una mezcla de lujuria y frialdad que empezaba a intimidarme. Empezaba a no saber cuál de los dos me daba más miedo, si Arturo o si Juan. Por supuesto, cerré la boca y tragué su escupitajo, para volver a abrir la boca. De nuevo, volvió a escupir en ella, aunque esta vez al menos no me tomó por sorpresa. Instintivamente, cerré la boca y volví a tragar. Entonces, Juan me propinó un bofetón, más fuerte del que había recibido de Arturo. Me dejó descolocada, ¿qué había hecho mal?

-¿Te he dicho yo que te lo tragues, puta? ¿Y si quiero yo que te lo quedes en la boca para que saborees mi saliva, qué? -me gritó enfadado agarrándome del pelo.

-Lo siento Señor, lo siento. Pensé que era lo que quería... -respondí, sorprendiéndome a mi misma por darle el mismo trato que a mi Amo.

Pareció gustarle esa referencia, pues sonrió soltándome del pelo. Yo volví a abrir la boca, mientras mis gemidos salían de ella, provocados por la labor de Arturo a mis espaldas. En esta ocasión, Juan sí que comenzó a acercar su polla a mi boca, comenzando yo a mamarla como si fuese todo un manjar.

Arturo comenzó a aumentar el ritmo nuevamente, mientras yo me dedicaba a gemir y chupar la polla de Juan sin descanso. La situación me ponía a mil, estaba increíblemente cachonda, y de nuevo, cerca de correrme.

Entonces, Arturo paró, sacando su polla de mi interior para cambiarla por dos de sus dedos. Supuse que estaría apunto de correrse y prefería no hacerlo aún, pero tras unos segundos moviendo sus dedos en mi interior, los sacó y los cambió de nuevo por su polla.

De repente, noté como apoyaba uno de sus mojados dedos sobre mi ano y lo movía en círculos, a la vez que continuaba follándome y yo seguía chupando la polla de Juan, que cada vez resoplaba más. Aquello me tensó enormemente, pues yo siempre había pensado que ese era un orificio de salida, no de entrada. Jamás había tenido intención de permitir a ningún hombre que lo usara, de ninguna manera. Ni siquiera con sus dedos. Ni siquiera yo misma había jugado nunca con mi culo. Aunque, tenía que reconocer, que su movimiento era muy estimulante y me resultaba placentero, así que me fui relajando.

Entonces, sentí como comenzaba a intentar penetrarlo con su dedo. No no y no, eso si que no. Intenté apartarme, pero Juan apresó mi cabeza contra su polla, hasta el fondo, haciendo que me diesen arcadas y me costase respirar. A la vez, agarró con su otra mano uno de mis pezones, dando pequeños tironcitos de él, como si estuviese ordeñando a una vaca. Al mismo tiempo, Arturo pasó su brazo libre por debajo de mis caderas, haciéndome levantarlas, mientras continuaba follando mi coño con su polla y empezaba a hacer lo propio con su dedo en mi culo.

No sé porqué, jamás lo entenderé, pero que me tratasen así, como un trozo de carne al que follarse, sin importarles en absoluto si yo quería o me gustaba o si podría estar molestándome, me puso totalmente frenética, cachonda como nunca en mi vida, y unido a los estímulos que me proporcionaban en todos mis orificios, un orgasmo totalmente incontrolable se hizo presa de mí.

-¡Tío que se está corriendo! JAJAJAJA ¿ves como lo de que era una auténtica zorra no era una exageración? -exclamó Arturo.

Este comentario, no hizo más que alargar el impresionante orgasmo que me envolvía, notando llenos todos mis agujeros, incluso el más privado. Me sentía increíblemente zorra y usada, y lo incomprensible era que la sensación me encantaba. Me calentaba como nunca creí que pudiese ser calentada.

Al estar gozando de mi orgasmo, comencé a chupar la polla de Juan como si se tratase de un biberón, intensamente, lo cual hizo que incluso antes de que mi orgasmo se hubiese apagado, él mismo comenzara a eyacular dentro de mi boca. O más bien, de mi garganta, porque la tenía metida hasta el fondo, por lo que los chorros fueron cayendo directamente en ella, haciéndome tragar para no ahogarme.

Pese a ir tragando todo lo que salía, finalmente tosí, haciendo que unas pocas gotas cayesen sobre la gorda barriga de Juan. Asustada levanté la cabeza, pues no creía que fuese a gustarle que se hubiese salido algo y le miré suplicante. Él parecía no haberlo notado siquiera. Tenía los ojos cerrados y cara de relajación, por lo que opté por lamer los restos de su barriga rápidamente, para continuar limpiando los pocos restos que quedaban en su ya flácido pene.

-O sea, que soy el único que está aquí sin correrse, ¿no?. Y tú, puta, ¿no tienes nada que decir? -preguntó Arturo.

-Sí Amo, que siento mucho haberme corrido sin permiso... tenía la boca llena y no podía pedirlo, y es que no lo he podido evitar... -respondí temerosa. A ver si ahora que había guardado el cinturón, lo iba a sacar.

Sacó su dedo y su polla de su interior y se puso delante de mí, poniendo su cara frente a la mía, mirándome a los ojos.

-Que no vuelva a ocurrir, ¿queda claro? -preguntó tan duramente que un escalofrío recorrió mi cuerpo.

-Sí Amo... entendido... lo siento de verdad, no volverá a ocurrir... -respondí.

-Bueno, yo es que no consigo correrme porque me estoy meando joder -dijo él.

Me asusté. No era tan tonta como para no asociar el hecho de que se estuviera meando, que yo estuviese allí, y lo que se le estaría ocurriendo. Por suerte para mí, vio el miedo en mi mirada, y empezaba a pensar que le gustaba pillarme desprevenida. Simplemente fue al baño.

Allí me quedé, con Juan en la habitación, con ambos recién corridos y sin que él dijese una palabra. Me miraba con superioridad, con prepotencia. Yo no me atrevía a decir nada, y la verdad, tampoco me apetecía.

Por fin volvió Arturo, rompiendo la tensión que empezaba a formarse en la habitación.

-Bueno, ya he meado. Límpiame la polla, guarra -me ordenó.

Me daba un asco tremendo tener que meterme su polla en la boca habiendo acabado de mear. Tener que chupar aunque fuese unas gotas de su orina, no me apetecía en absoluto. Pero era mi Amo, ya me había corrido sin permiso, y sabía que era mi obligación. Así que como una buena perra, arrodillada en el suelo, comencé a chupar su polla, limpiándola de los restos que allí quedaban. Me dio una pequeña arcada por el asco que me daba tener que hacer aquello, pero aun así no me aparté hasta que dejó de saber a orín.

-Tenemos que mejorar tu cara de asco, pero no está mal -me "felicitó" Arturo -Ahora vas a hacerme una mamada, empieza.

Así lo hice, encantada. Había estado comiéndome la polla de Juan, cuando la que deseaba comerme era la de Arturo, y ahora al fin podía. Estaba dispuesta a disfrutarlo. Comencé dando lametones a su polla, asegurándome de que quedaba bien mojada por todos lados, para continuar moviendo mi lengua en círculos alrededor de su glande.

Juan seguía allí, mirando como yo se la mamaba a su amigo. Yo continuaba mi labor, metiéndola y sacándola de mi boca. Fui a llevar mis manos a su polla, para ayudarme de ellas, pero recordé lo que me había dicho tantas veces sobre que las perras no cogían las cosas con las manos. Le miré a los ojos, como pidiendo permiso, sin sacar su miembro de mi boca. Él asintió, por lo que comencé a pajearle con una mano, centrando las caricias de mi lengua sobre su punta. Al mismo tiempo, llevé mi otra mano a sus huevos para empezar a masajearlos.

Notaba como iba creciendo en mi boca, cada vez más y más dura. Me la saqué de la boca para proceder a lamer sus huevos, metiéndome en la boca primero uno y después el otro, mientras con mi mano continuaba pajeándole.

Entonces, agarró mi cabeza con ambas manos y comenzó él a follarme la boca. Otra vez esa sensación de asfixia, que aunque ya controlaba mejor, continuaba siendo tan molesta. Pero me gustaba, me encantaba la idea de que estuviese dándose placer a sí mismo usándome a mí para ello. En apenas unos segundos, noté como su pene comenzaba a hincharse, avisando de su inminente orgasmo.

-No te lo tragues puta, déjalo en tu boca... aaahhhgg -dijo Arturo mientras empezaba a escupir chorros de semen contra mi lengua.

Por supuesto así lo hice. Descargó una gran cantidad de leche sobre mi boca, lo que, al no poder ir tragándola, me dificultó que no se saliera nada. Pero lo conseguí. Una vez hubo terminado, me la sacó de la boca.

-Abre la boca -me ordenó. Por supuesto, así lo hice. -Escúpelo sobre tus tetas, mojatelas bien.

Con mi boca abierta, agaché la cabeza, dejando que toda su corrida, mezclada con mi saliva, fuese cayendo sobre mis grandes pechos. Juan se quedó mirándome con la boca abierta, embobado, viendo cómo caía. Cuando no quedaba más leche en mi boca, Arturo continuó:

-Sin limpiarte, ponte tu vestido y vete a tu casa. Puedes ponerte el abrigo, pero no abrocharlo. Asegúrate de que se ven lo erectos que van a ir tus pezones con el frío y sin sujetador y las manchas que mi corrida va a dejarte en tu vestido.

Sabía que era inútil decir nada, y después de todo lo que había pasado esa noche, ni siquiera me parecía tan grave. Sin decir nada, cogí mi vestido y mi abrigo y me los puse tal y como me había indicado Arturo. Le miré, esperando aprobación, y asintió con la cabeza.

-Hasta otro rato, zorrita -se despedió.

-Buenas noches, Amo -respondí yo.

Afortunadamente, de camino a mi casa no me crucé con demasiada gente, aunque con la que sí me cruzaba me miraba con reproche. No era para menos, la verdad. Parecía una auténtica zorra sacada del más cutre de los polígonos. Aun así, ya ni siquiera me importaba, llevaba mis manchas con orgullo. Eran la prueba de que mi Amo me había usado, de que no había sido sólo un sueño.

Seguía sin entender cómo había podido disfrutar tanto, sintiéndome culpable por ello. Pero desde luego, así había sido. Y pese al temor de lo que podría seguir haciéndome Arturo, de si seguiría permitiendo a Juan unirse a nosotros o qué nueva sorpresa me depararía, lo esperaba ansiosa...

Continuará.

Disculpad la tardanza en publicar. Espero que os haya gustado. Como siempre, cualquier crítica o recomendación será bien recibida.

Y por supuesto, se lo dedico a la persona que más me inspira, que más me enloquece y que consigue que cada día tenga más ganas de ser sometida, de descubrir hasta dónde puedo entregarme, y lo que puedo llegar a hacer. Gracias Amo :)