Orgasmus 2
Natalia debe acudir a otra fiesta, esta vez en casa de Arturo, donde será llevada mucho más al límite que la noche anterior...
Podéis encontrar la primera parte en el siguiente enlace:
http://todorelatos.com/relato/132801/
Llegué a casa y me metí en la ducha. Me sentía sucia, avergonzada. Pero no por lo que me había hecho Arturo, lo que más me revolvía la cabeza era el hecho de haberlo disfrutado. Me metí en la cama y, pese a estar agotada, no conseguía dormirme. Habían sido demasiadas emociones para un solo día. Después de un par de horas dando vueltas, pensando sin parar, con mi mente saltando de una imagen a otra, conseguí dormirme al fin.
Al cabo de cinco horas, desperté debido a la sed típica de la deshidratación que produce el alcohol. Bajé a mi cocina, llené una botella con agua del grifo, y me la bebí de una sola sentada. Al volver a mi habitación cogí mi móvil, y vi que tenía varios mensajes. Eran del grupo de whatsapp que teníamos todos mis amigos de allí, en el que alguien proponía salir también esa noche. Arturo ofreció su casa para hacer botellón por la tarde, antes de que anocheciera e ir a la discoteca, y todos aceptaron agradecidos.
Mi cabeza daba vueltas. Entre la resaca, la falta de sueño, y todo lo que había pasado la noche anterior, lo único que me apetecía era no pensar en nada y seguir durmiendo. Seguía sin poder quitarme a Arturo de la cabeza, ahora incluso más que antes de lo ocurrido anoche, pero no estaba lista para volver a verlo, y menos aún en público. A saber a quién le había contado lo sucedido, y aunque yo pudiera negarlo, ya el rumor estaría sembrado. No me sentía capaz de enfrentarme a eso, así que me decidí a escribir en el grupo:
"Chicos, lo siento mucho pero no me encuentro bien... aún ando de resaca y me ha costado dormirme. Creo que hoy es mejor que me quede en casa, espero que lo paséis genial!^^"
Como es habitual en estos casos, empezaron todos a escribir mensajes intentando animarme para que saliera, pero yo ni siquiera contestaba. Ya había dado todas las explicaciones que tenía que dar. Entonces, mi móvil volvió a sonar, pero esta vez el mensaje no era del grupo, era de Arturo. Por una conversación privada, me decía:
"Encima de zorra, mentirosa.¿Acaso te da miedo verme, puta? Más te vale estar en mi casa y puntual, o te aseguro que te daré motivos para que de verdad me temas. No he terminado contigo. Por cierto, quiero que vengas, como mínimo, con las mismas pintas de zorrón con las que viniste anoche tú solita. Nada de ropa interior, que de eso ya tienes en casa de tu Amo. Si te portas bien, puede que incluso te permita usarla."
No sé cuántas veces leí el mensaje para poder creérmelo. Diez, veinte... daba igual cuánto lo leyera, no daba crédito. No sabía a qué se refería con que me daría motivos para temerle si no iba, pero desde luego, no me apetecía averiguarlo. Además, el tono de su mensaje, el hecho de que siguiera dándome órdenes incluso sin tenerme delante, seguía excitándome, inexplicablemente para mí.
"En casa de tu Amo" pensaba una y otra vez. "Tu Amo". Era cierto que me había hecho llamarle Señor, pero, ¿Amo? No sé porqué, pero me sonaba mucho más fuerte, mucho más humillante. Mi Amo... me hablaba como si fuese de su propiedad. Lo raro es que, cuanto más lo pensaba, más me gustaba la idea. Además, no había terminado conmigo, seguía queriendo verme, y eso me despertó una alegría inmensa, a la par de un miedo terrible.
Lo que más me preocupaba, curiosamente, era la parte de "las mismas pintas de zorrón". El vestido que había llevado la noche anterior me lo había tenido que prestar mi compañera de piso, yo no tenía ropa así, y ella se había marchado a su pueblo a pasar el fin de semana, así que no podía pedirle otro.
Decidí que lo mejor era ir a comprar uno yo misma. Busqué y busqué, no sé cuánta ropa pude probarme, pero no me quedaba convencida con nada. Me daba mucho miedo que no le gustase mi atuendo y aquello repercutiera en consecuencias negativas para mí, fueran cuales fueren. Además de que, por supuesto, continuaba manteniendo la incesante necesidad de agradarle.
Finalmente, me decanté por un vestido de tirantes, tipo trikini por la parte de arriba hasta la cintura, de color rosa fucsia. Tenía mucho escote, pero a la vez tenía un buen forro interior por la parte del pecho. Estaba siendo un poco tramposa, pero técnicamente no estaba desobedeciendo, y ya que no podía llevar sujetador, con el frío que hace en Alemania, pensé que sería buena idea, y esperaba que a Arturo no le molestara demasiado. No era tan corto como el vestido que llevaba la noche anterior, pero al ser elástico y ceñido podía remangarlo un poco para hacerlo más corto yo misma. Y además, enseñaba prácticamente toda la barriga, cosa que no hacía con el de la última noche. Verdaderamente parecía un putón... no podía creerme que fuese a llevar eso en público y con todos mis nuevos amigos delante, pero no me quedaba otra, o al menos creo que eso es lo que quería pensar.
En esta ocasión me alisé el pelo y me calcé con unos tacones también negros, aunque con un tacón más fino y un poco más altos. Por supuesto, ni bragas ni tanga, nada de ropa interior. Sí, parecía una puta.
Camino de su casa iba pensando en la vergüenza que me daba aparecer así, en todo lo que me dirían mis amigos y en lo que pensarían de mí. Estuve apunto de volverme varias veces, pero Arturo me atraía como la luz a una polilla. Mis ganas de verle habían ido aumentando a medida que pasaba el día, y ya estaba ansiosa por ver lo que pensaba sobre cómo me había vestido para él.
Su casa, a pesar de ser casa y no piso, tenía una especie de portal en la entrada. Llamé al timbre y entré en él. Una vez dentro, antes de subir las escaleras que llevaban hasta su casa, decidí que lo mejor era quitarme el abrigo y subir ya sin él puesto. Creí que eso agradaría más a Arturo. Me lo estaba quitando cuando escuché que alguien bajaba por las escaleras. Pensé en volver a ponérmelo, me entró el pánico de nuevo al pensar que me iban a ver así, pero... ya estaba hecho, y podía ser Arturo quien bajara.
No era él, era Juan:
-Joooder Natalita, pero que buena estás -me dijo mientras me daba dos besos, lentamente, y me agarraba de la cintura para ello.
-Mmm...gracias... -titubeé. Me daba mucha vergüenza, y más que fuese él precisamente el primero que me viese.
Sin soltarme de la cintura, continuó:
-Ya veo que lo que le gritabas a Arturo el otro día no era mentira ¿eh? jejeje -dijo él.
-Ya, bueno... en cuanto a eso... me gustaría pedirte que no contaras nada, por favor... -dije yo cortadísima, mientras bajaba la cabeza y notaba como me ponía roja como un tomate.
Él seguía sin soltarme la cintura. Había lo que me parecía excesivo poco espacio entre nosotros.
-Por supuesto que no Natalia, ¿por quién me tomas? Aunque claro, me sería más sencillo mantener la boca cerrada si tú te mostrases un poco más...cariñosa conmigo -dijo acercándose aún más a mí.
Me fui echando hacia atrás intentando apartarme de él, pero conforme yo retrocedía, él avanzaba hacia mí. Juan no me gustaba. Estaba gordito y no me parecía muy agraciado de cara, y además, yo sólo podía pensar en Arturo. Lo último que me apetecía era tener nada con él.
-Te estás equivocando Juan. Lo que pasó el otro día con Arturo fue una excepción, yo no soy así -dije mientras ponía mi mano sobre su pecho tratando de mantener las distancias, a la vez que retrocedía un poco más, quedando mi espalda pegada a la pared.
Con una mano apartó mi mano de su pecho y me sujetó la cara con ella, mientras con la mano que tenía en mi cintura me agarró fuertemente, atrayéndome hacia él, intentando así besarme. Yo aparté mi cara como pude, pero pegó su cuerpo al mío. Estaba atrapada entre la pared y él.
-Juan, de verdad que no, para. Te estoy diciendo que no quiero -dije tratando inútilmente de apartarle.
Me ignoró como si no le estuviese hablando y metió su mano bajo la falda de mi corto vestido, para llevarlo a mi raja desnuda, abriendo mis piernas con las suyas y manteniéndome sujeta contra la pared con el peso de su cuerpo.
-Una excepción pero vienes así vestida y ni siquiera llevas bragas, puta -dijo susurrándome al oído -¿Qué pasa? ¿Necesitas que te llame puta para dejar que haga contigo lo que quiera? ¿Es eso, zorra? -continuó diciendo mientras metía un dedo en mi interior, moviéndolo de dentro a fuera una y otra vez, mientras pasaba su boca de mi oído a mi cuello.
-Juan en serio te he dicho que pares, ¿qué haces joder? ¡déjame en paz! Como no pares chillaré -dije prácticamente gritando, para que viese que iba en serio.
Aún así, continuó moviendo su dedo dentro de mí. Increíblemente la situación estaba haciendo que mi cuerpo reaccionara y me mojase, pese a que en mi mente siguiese teniendo claro que no quería tener nada con él, que quería que parase. Además, no sabía lo que le parecería a Arturo lo que estaba sucediendo, y a él si que no quería enfadarle.
-Pero si te estás mojando guarrilla, reconoce que te gusta -me dijo apartando su cara de mi cuello para mirarme a los ojos, separando así levemente su cuerpo del mío, dejando de hacer presión.
Aproveché la situación para liberar mis brazos y empujarle con todas mis fuerzas, dándole un bofetón cuando al fin tuve espacio suficiente para ello. Funcionó. Quedó a dos pasos de mí debido a mi empujón, mirándome con cara de sorpresa. Su cara se fue tornando de la sorpresa a la ira. Me asusté, mucho. Pensé que me devolvería el bofetón y me violaría ahí mismo, y de hecho, creo que es lo que hubiese pasado si no hubiese sonado el timbre mientras se abría la puerta de la calle en ese momento. Eran algunos de mis amigos, que llegaban puntuales a nuestra cita.
-Hola chicos, subid que están ya estos arriba. Yo voy a ver si sigue el súper abierto para comprar hielo, que con el trabajo no hemos podido ir antes ninguno -les dijo Juan, haciendo como si no acabase de pasar nada.
Yo aún estaba sin poder reaccionar, asustada y temblando. Mis amigos saludaron a Juan y después a mí, haciendo referencia a mi vestuario. Que si qué guapa, que qué sexy iba, que tenía ganas de darlo todo esa noche... Yo me limité a sonreír, dar las gracias y quitar importancia a mi ropa, tratando de recuperarme de lo que acababa de suceder. Y, por supuesto, aguantando la vergüenza que sus comentarios me causaban.
Subimos a la casa y estaba llena de gente. Ya había llegado la mayoría, a pesar de que yo estaba siendo puntual, como se me había indicado. Podría haber unas 80 personas, entre los más íntimos y otros que habían ido siendo invitados por unos u otros. No éramos tantos como en la fiesta de la noche anterior, pero la casa de Arturo tampoco era tan grande como la de esa fiesta.
Me puse a saludar a mis amigos, pero cuando fui a saludar a Arturo, que era a quien realmente me apetecía saludar, se dio la vuelta y salió del salón. Ni siquiera me había mirado. A lo mejor, pensé, quería repetir la misma jugada que ayer. O a lo mejor no le había gustado mi vestido. Ese último pensamiento hizo que me sintiese ansiosa y angustiada.
Pensé que lo mejor era dejarle hasta que él decidiera buscarme, pese a las ganas que yo tuviese de saludarle o de contarle lo que acababa de suceder con Juan. Sentía que tenía la obligación de hacérselo saber.
La tarde fue avanzando, pero incluso cuando empezaba a llegar la noche, Arturo seguía sin mostrar el más mínimo interés por mí. Yo no paraba de mirarle, poniéndome tremendamente celosa cada vez que le veía hablar con una chica, sobretodo porque, con algunas, observaba que se acercaba mucho, las tocaba, y claramente tonteaba con ellas. Me sentí ridícula. Yo poniéndome lo que él me había dicho, obedeciendo sus órdenes, ilusionada y ansiosa por verle, y él ignorándome e intentando ligarse a otras.
Como no paraba de mirarle, hubo un momento en el que observé que su copa se había terminado, y vi como se levantaba y salía del salón, probablemente para dirigirse a la cocina y rellenársela. Pese a que quería esperar a que él decidiese hacerme caso, no pude evitar levantarme y, terminándome mi copa de un solo trago, seguirle hasta la cocina. Allí también había gente, pero él estaba de cara a la encimera, de espaldas a ellos, echándose su copa, así que me puse a su lado rellenando también la mía. Una vez a su lado, hablando lo suficientemente bajo como para que la gente que había en la cocina no nos escuchara, le dije:
-Te he obedecido, o eso he intentado... pero tengo que contarte una cosa. En el portal Juan ha intentado tener algo conmigo. Me ha sujetado, ha intentado besarme y me ha metido un dedo en el...coño, pero yo he conseguido apartarle. Creo que si no hubiesen llegado estos no habría conseguido pararle, y yo no quiero tener nada con él. Yo sólo quiero tenerlo contigo -le reconocí, bajando la cabeza y el tono de voz mientras decía esto último.
A pesar de pasar de mí y tontear con otras, yo le reconocía que quería tener algo con él. Además de guarra, me estaba volviendo imbécil.
-Has hecho bien. Mientras yo quiera tenerte, sólo yo decidiré si te permito o no tener algo con alguien más. Ya hablaré yo luego con Juan -me dijo terminando de rellenarse la copa. Y sin más, volvió al salón, dejándome ahí plantada.
Aún así me sentí dichosa. Me había reconocido que quería seguir teniéndome, y encima me había dicho que hablaría con Juan. Me estaba protegiendo.
Volví al salón y continué charlando con unos y con otros, aunque, a medida que avanzaba la noche, muchos se fueron yendo a la discoteca. Yo, por supuesto, no pensaba irme de allí hasta que no lo hiciera Arturo, o hasta que él me indicase lo contrario.
Mi amiga Bego me apartó un momento del resto del grupo, aún dentro del salón, para contarme que una de nuestras amigas se había liado con el chico que a ella le gustaba. Estuve un rato consolándola, y de repente me di cuenta de que Arturo me miraba. Incluso sin querer dejé de escucharla. No sabía qué debía hacer, si eso significaba algo, que debía ir hacia él o marcharme del salón para que me siguiera o a saber. Me puse muy nerviosa. Entonces Bego me dijo que se iba a la cocina a por una copa, que volvería en seguida.
Me quedé sola en la esquina, y conforme ella se iba, vi como Arturo se levantaba, mirándome, y se dirigía hacia mí. El corazón se me aceleró, cada vez me tenía más enganchada. Yo estaba de espaldas a la pared, y él, poniéndose delante de mí tapándome con su cuerpo, sin decirme nada, metíó una mano por debajo de mi falda, acariciando mi rajita, mientras pegaba su boca a mi oreja, lamiéndola y dándome pequeños mordiscos. Me quedé callada, sin moverme. Pese al pánico que me daba que cualquiera de los allí presentes pudiera darse cuenta de lo que estaba sucediendo, me parecía muy morboso, y de inmediato comencé a humedecerme.
Me acariciaba con maestría, presionando mi botón del placer, incluso atrapándolo con sus dedos.
Mojó su dedo en mi entrepierna, metiéndolo sólo un momento, para acto seguido llevarlo a mi entrada trasera, presionando levemente. No me aparté, pero me tensé mucho. Nunca habían usado esa entrada antes, y que lo hiciera por primera vez alguien allí, en medio de un salón lleno de gente, me puso muy nerviosa. Me miró a los ojos, parecía que preguntándome porqué estaba tan tensa, y porqué su dedo no entraba pese a la presión que ejercía sobre mi agujero trasero.
-Nunca me han metido nada por ahí... -le reconocí.
-¿Una puta como tú de verdad que tiene el culo virgen? -dijo sonriendo, volviendo a acercar su boca a mi oído.
-Sí... de verdad. Yo nunca te mentiría.
Le escuché sonreír, apartando su dedo de mi más privada intimidad. Entonces, sin separar su boca de mi oreja, metió un dedo en mi coño, mientras me susurró:
-¿Es esto lo que te ha hecho Juan?
-Sí... -dije tratando de ahogar el gemido que luchaba por salirme.
-Sí, ¿qué? -me preguntó al oído, mientras continuaba moviendo su dedo en mi interior.
-Sí Señor, esto es lo que me ha hecho Juan -conseguí responder.
-¿Quién soy yo? -siguió preguntando.
-Un Señor -respondí. Quien me mirase, como poco podía notar que mi respiración se había acelerado y acentuado. Eso era algo imposible de disimular.
-¿Un Señor? ¿A secas? -prosiguió mientras metía otro dedo dentro de mí.
-No. MÍ Señor -contesté, cada vez haciendo mayores esfuerzos porque no se escuchara lo que luchaba por salirme.
-Eso está mejor putita, veo que vas aprendiendo. ¿Y qué más? -insistió, aumentando el ritmo de sus dedos. Empezaba a preocuparme seriamente que alguien lo notase.
-Mi Señor y mi... mi Amo -respondí, aunque con la boca pequeña, a pesar de lo cachonda que me estaba poniendo. Me resultaba muy difícil llamarle así, reconocerle que yo era de su propiedad.
Por encima del hombro de Arturo miraba que Bego no volviese, y que nadie nos estuviese mirando. La situación me superaba. Es verdad que muchos se habían ido yendo, pero aún podían quedar unas 20 personas en el salón en ese momento. Sí que vi que había quienes nos miraban de reojo, sonriendo discretamente, pero parecía que sólo pensaban que estábamos tonteando, no que estuviesen notando la labor que su mano desempeñaba bajo mi vestido.
-Muy bien, así me gusta... que no se te olvide -terminó diciendo mientras sacaba sus dedos de mi y, limpiándolos sobre mi mejilla, simulando una caricia, se apartaba, dejándome tremendamente excitada y confusa.
Salió del salón y los comentarios de quienes nos conocían a ambos y que aún quedaban en la casa, no se hicieron esperar: "¡Qué fuerte que os habéis liado!" exclamaba una; "pero Natalia, ¿cómo se te ocurre tía? si sabes cómo es..." me recriminaba otro; "si es que este Arturo no discrimina, él a todo lo que se le ponga por delante" decía entre risas otro, para mi humillación. Aunque bueno, empezaba a acostumbrarme.
A mí esas cosas siempre me habían dado mucha vergüenza, siempre trataba de ser discreta y que nadie se enterara de con quién estaba o con quién no. Pero bueno, por lo menos, sólo pensaban que nos habíamos liado, y por su reacción no parecía que supiesen nada de lo sucedido los días anteriores. Parecía que ni Arturo ni Juan habían contado nada, al menos de momento.
-Por cierto Natalia, Bego me ha pedido que te dijera que se iba para la discoteca, que ha entrado y te ha visto y no te ha querido interrumpir... -dijo David, otro de nuestros amigos, haciendo a todos reír de nuevo. Parecían quinceañeros bobos, pero éramos los primeros del grupo que "se liaban" entre ellos, si es que a lo que hacíamos nosotros se le podía llamar así.
-Qué tontos sois. Pues sí, me ha apetecido y me he liado con él, ¿qué pasa, no puedo? -dije yo con una seguridad que me sorprendió y que agradecí profundamente... al alcohol, claramente era mérito suyo. Porque después de todo lo que estaba viviendo, segura de mí misma no era precisamente como me sentía.
Parece que mi respuesta funcionó, pues poco a poco dejaron de hacer comentarios y siguieron cada uno a lo suyo.
Una hora después, algunos más se habían marchado, quedando ya solamente unas 10 personas, entre las que nos encontrábamos Arturo y yo. Estábamos todos charlando en grupo, contando chistes, bebiendo y riendo. Arturo estaba justo enfrente de mí, y por supuesto, yo no había dejado de mirarle. Él, como de costumbre, me ignoraba.
Al cabo de un rato, de pronto, en medio de la charla que estábamos manteniendo, Arturo habló:
-Voy al baño. Natalia, ven conmigo.
Todos se quedaron de piedra, yo la primera. No me podía creer que me ordenara ir con él al baño delante de todos. Vale que supiesen que nos habíamos liado, pero de ahí a ir al baño con él, cuando claramente el hecho de besarnos y magrearnos delante de ellos no nos había importado nada (y eso sólo que ellos hubiesen notado) me parecía que no dejaba mucho a la imaginación. Si iba con él, todos intuirían que íbamos a follar o algo parecido, con ellos en la casa. Si le seguía, quedaría como una auténtica zorra. Si no lo hacía, es probable que se vengara. O peor, que le perdiera.
Todos me miraban, en silencio, expectantes. Él sin embargo no esperó ni mi respuesta ni mi reacción, nada más decirlo se levantó y se dirigió al lavabo.
Respiré hondo y me levanté, agachando la cabeza, por la tremenda vergüenza que me producía esa situación. En esta ocasión ni siquiera hubo bromas, tan solo murmullos de fondo entre ellos. Que ni siquiera se atrevieran a bromear al respecto, hizo que me diese aún más vergüenza. Pero mi Amo me había llamado, no le podía fallar.
Me dirigí al cuarto de baño al que había ido Arturo, que había dejado la puerta abierta, y entré. Aun mantenía la mirada gacha, por un lado por la vergüenza que me daba todo aquello, y por otro porque no me atrevía a mirarle sin su permiso.
-De rodillas, zorra -dijo Arturo.
Agradecí que en el salón hubiese música, aunque no estuviese muy alta, esperando que eso evitara que pudieran oírnos. Simplemente, obedecí.
-Quítate el vestido -me ordenó él, desvistiéndome yo rápidamente -abre la boca y cierra los ojos.
Así lo hice, tal como me indicaba. A pesar de todo, estaba cada vez más mojada, podía notarlo entre mis muslos, pues como me había ordenado antes de ir a la fiesta, no llevaba ropa interior. Escuché cómo se desabrochaba los pantalones, para después bajárselos. Mientras, yo esperaba así, desnuda de rodillas con los ojos cerrados y la boca abierta, sabiendo que lo único que nos separaba de nuestros amigos era un corto pasillo. Y yo esperando así para poder chuparle la polla. No se podía ser más guarra, pensaba.
Pensé que llevaría su polla a mi boca, pero me la deslizó entre mis pechos. Al mismo tiempo, noté cómo me metía un dedo en la boca, para después proceder a hablar:
-Apriétate las tetas, que hagan presión sobre mi polla, pero sólo eso, no te muevas. Y chupa mi dedo.
Hice lo que me decía. Chupaba su dedo como si le estuviese haciendo una mamada, con esmero y dedicación, a ver si así conseguía que lo siguiente que entrase en ella fuese realmente su polla. Me apreté las tetas, dejando su verga bien agarrada entre ellas. Me apetecía moverlas, darle placer, pero me había ordenado no hacerlo. Querría hacerlo él, suponía. Ya ni siquiera me daba vergüenza esta situación. Empezaba a pensar que la excitación que Arturo conseguía provocarme tratándome así, superaba la vergüenza de cualquier humillación a la que me pudiese someter.
Esperé, mientras chupaba con ansia su dedo, que él agarrase mis tetas y empezara a moverlas, o que comenzara a mover su pelvis pajeándose con mis pechos, pero no se movía. Me frustraba no poder abrir los ojos, no ver qué es lo que estaba haciendo para no usarme dándose placer, pero no me atrevía a hacerlo.
Entonces, por fin, noté algo. Sentí un chorro impactar en mi barbilla para caer sobre mis tetas. ¿Se estaba corriendo? Si no le había hecho nada, ni siquiera me había movido ni el tampoco. No, era demasiado líquido para ser semen, ¿me estaba echando agua? Entonces me vino el olor... no era agua, se estaba meando sobre mi, con su polla entre mis tetas.
Inmediatamente me aparté, abriendo los ojos y levantándome, indignada:
-¿Pero qué coño haces tío? ¿Estás loco o qué? ¡Que te estabas meando en mis tetas! ¡Qué asco joder, qué guarro! -le grité. Era la primera vez que me revelaba contra él, pero ni siquiera podía pensar en lo que estaba haciendo o en las consecuencias. Había ido demasiado lejos.
-Qué exagerada, si ni siquiera ha sido en tu boca. Aquí la única guarra que hay eres tú, no te equivoques. Y si quiero mear sobre mi puta, meo -me dijo con toda la tranquilidad del mundo.
Me hirvió la sangre:
-Pero, ¿cómo que si quieres te meas sobre mí? ¿qué clase de enfermo eres tú? Por ahí si que no Arturo, no pienso aguantar que me trates así -ni siquiera pensaba lo que decía, estaba furiosa.
-Mira pedazo de zorra, a mí no me grites, eso lo primero. Veo que aun no te ha quedado claro cuál es tu sitio y cuál es el mío, y no pienso seguir perdiendo el tiempo con una estúpida que no sabe comprender algo tan sencillo. Ahí te quedas, vístete o haz lo que te de la gana, que ya no te quiero ni como puta. No vales ni para eso -y dicho esto, salió del baño, dejándome allí, sola y más humillada que nunca.
Yo sí que valía para puta, al menos con él sí. Quería ser su puta. Quería que me usara, que se divirtiera conmigo. Pero, ¿mearse en mí? ¿cómo podía gustarle eso?
Me limpié los restos de orina que quedaban en mi cuerpo y me coloqué nuevamente el vestido mientras pensaba en sus palabras. La idea de pensar que le había fallado me destrozaba, pero el hecho de que probablemente le perdería, directamente me resultaba insoportable.
Quise correr tras él, disculparme. Pero, en primer lugar, no me atrevía a volver al salón con todas aquellas probables miradas acusadoras clavándose sobre mí, y en segundo lugar, no estaba dispuesta a aceptar que me mease encima.
Tenía que hablar con él, necesitaba hablar con él, explicarle que aquello había sido demasiado fuerte para mí, pero que quería que siguiese usándome. Teníamos que llegar a algún tipo de acuerdo, estaba dispuesta a mucho por él, a casi todo. Necesitaba que lo supiera. No sabía lo que iba a decirle ni cómo le convencería, pero necesitaba que me escuchase.
Abrí la puerta del baño despacio, intentando que no se oyera, y me aproximé sigilosamente a la puerta del salón. Pensaba hacerle un gesto con la mano desde la puerta para que saliera, esperando que nadie se diese cuenta, pero cuando me asomé, vi que no estaba allí. Subí a su habitación, a ver si ahí le encontraba.
Llamé a la puerta, y desde el otro lado, escuché como contestaba:
-¿Sí?
-Soy Natalia... necesito hablar contigo -dije tratando de sonar tranquila.
-Pues yo no tengo nada más que hablar contigo, fuera de aquí -me contestó.
No podía dejar así las cosas, no podía perderle. No ahora que sabía lo que realmente me gustaba, y dudaba que alguien más pudiese dármelo. Dudaba que alguien más pudiese hacerme sentir así. Pese al miedo que me daba, me decidí a contrariarle, por segunda vez en la noche. Por mucho miedo que me diese, más me daba que no volviera a poseerme. Él estaba de pié, junto a su cama, mirando su móvil.
-Arturo por favor, te lo suplico, sólo quiero que me escuches, y luego si quieres me iré, pero por favor escúchame, por favor... -le rogué mientras me arrodillaba a sus pies y bajaba la cabeza, dejándola prácticamente también a la altura de sus pies. Esperaba que así se diera cuenta de que iba en serio y se apiadara de mí.
-Habla, rapidito -me dijo, sin dejar de mirar su móvil.
-Me has pillado de sorpresa antes y piensa también que todo esto es nuevo para mí... nunca me habían tratado así
-Aunque te encante -me interrumpió.
-Aunque me encante -le repetí -pero ha sido demasiado fuerte para mí así de entrada, me encantaría que me dieras otra oportunidad.
-Me has decepcionado Natalia, no voy a permitir que vuelvas a hacerlo, así que no, no te voy a dar otra oportunidad -me contestó, con un tono frío como el hielo.
-Siento muchísimo haberte decepcionado, de verdad, lo siento. Claro que no volverá a ocurrir, si me das otra oportunidad haré todo lo que me pidas, de verdad que no te volveré a fallar. Por favor... -sonaba completamente desesperada, y el hecho de que me pusiera a besarle los pies por encima de sus zapatos mientras lo decía, no ayudaba nada a ocultar mi desesperación.
-No me manches los zapatos con tus babas, perra -me dijo apartándome con el mismo pie que le estaba besando - ¿así que de verdad estás dispuesta a hacer todo lo que te ordene, sea lo que sea? -preguntó victorioso.
-Sí... de verdad -respondí. ¿De verdad? ¿Lo estaba?
-¿Incluso a que me mee sobre ti si me apetece? ¿no te apartarás ni te revelarás? -siguió preguntando. Se le notaba en el tono que estaba disfrutando del momento. En la cara no lo sé. Mi mirada, por supuesto, estaba fija en el suelo.
-Estoy dispuesta a hacer todo lo que me pidas y a dejar que me hagas todo lo que quieras...Amo. Todo. -le respondí, siendo la frase que con más seguridad me salía en toda la noche.
¿Todo? ¿Iba a dejarle hacerme todo lo quisiera? ¿Incluso a que se meara sobre mí? ¿Qué había pasado con aquello de "negociar"? Me pregunté a mí misma. Claramente Arturo no admitía negociaciones. Mandaba él, del todo. O lo tomaba o lo dejaba, y por mucho miedo que me diese tomarlo, la idea de dejarlo me parecía inconcebible.
Se agachó frente a mí, poniéndose en cuclillas, lo que, al estar yo arrodillada, dejó su cara frente a la mía.
-Mírame, perrita -me ordenó.
Levanté mi mirada y le miré a los ojos, tratando de poner ojillos de pena. Pensaba que ya le tenía convencido, pero quería asegurarme. Además tampoco es que tuviese que fingir, el hecho de pensar que no volvería a estar con él de aquella forma, me provocaba una pena inmensa.
Estaba sonriente, parecía que le había gustado mi respuesta. De repente, me escupió en plena cara, cayendo su escupitajo sobre mi mejilla y parte de mi nariz, haciéndome cerrar los ojos.
-¿De verdad? -preguntó triunfante, especialmente al observar que, pese a mi cara de sorpresa, ni me iba ni le recriminaba nada. Sabía que había ganado.
-De verdad... -dije humillada, a la par que me llevaba un par de dedos a la cara para limpiarme su saliva.
-No te he dicho que puedas limpiarte -me dijo tranquilo. Creo que trataba de sonar enfadado, pero estaba tan contento que se notaba que no era así.
-Lo siento Amo...
Se levantó y comenzó a desabrocharse el pantalón nuevamente. La alegría que me provocó fue indescriptible, incluso me hizo olvidar momentáneamente el hecho de que acabase de escupirme en la cara, y los remordimientos que me provocaban el permitir aquella situación, y sobretodo, disfrutarla.
-Ahora sí te has ganado que te folle puta. Apoya tus manos sobre la mesa. Déjame bien ofrecido ese chocho de perra que tienes -se le notaba excitado.
Me coloqué como me había dicho, y pude notar cómo me levantaba mi corto vestido hasta encima de mis nalgas. Con la palma de su mano, acarició primero mi nalga izquierda, para después acariciar la derecha. Despacio, suave. De pronto, dio un sonoro azote sobre ella con la mano abierta. Colocó la punta de su verga sobre la entrada de mi coño, y directamente, me la metió hasta el fondo. Pese a todo, estaba aun muy cachonda como para que aquello me resultara molesto. Al revés, me encantó.
Comenzó un lento mete-saca que me hacía disfrutar de cada movimiento. Era agradable, muy agradable. Entonces, comenzó a embestirme, cada vez más duramente.
-Entonces, ¿te gusta esto puta? ¿de verdad eres así de guarra? -me dijo mientras me propinaba otra nalgada.
-Sí mi Señor, me encanta. Soy muy guarra -contesté, ya completamente excitada.
Sus embestidas aumentaron aun más de intensidad, haciendo que mis brazos no soportaran la fuerza de sus embestidas y que cayera apoyando el pecho sobre la mesa, quedando aun más ofrecida. Me estaba follando por fin, aunque no fuese la primera vez que lo hacía, si era la primera vez que lo recordaba. Y me encantaba. Era increíble lo que estaba disfrutando, mi Amo me estaba follando.
Entonces paró y se apartó. Yo recuperé la posición que me había indicado en principio, apoyando los brazos sobre la mesa, por si era eso lo que le había hecho parar. Se me había hecho muy corto, quería que continuara.
-Date la vuelta, arrodíllate y chúpamela. Quiero que pruebes mi polla después de haber estado en tu coño. Limpiamela bien -me ordenó.
Nunca había probado mi propio sabor, por lo que me daba bastante asco. Pero estaba tan excitada que no me importó en absoluto. Se la chupé a conciencia, saboreando mi esencia, sin dejar ningún resto en ella.
-Uff, para puta. No queremos que me corra tan pronto, ¿verdad? -me dijo.
Sí que quería que se corriera, volver a probar su leche y que se desahogara gracias a mí. Pero también quería seguir disfrutando, y por supuesto no podía desobedecerle, así que paré, esperando instrucciones.
-Quítate el vestido. Encima de la silla está tu tanga de ayer. Después de desnudarte, tráemelo.
Fui a por él, gateando a cuatro patas, como ya me había enseñado que debían ir las perras, y cogí mi tanga con la boca, volviendo hacia él para soltarlo a sus pies. No sabía qué pensaba hacer con él, dudaba mucho que quisiera que me lo pusiera, pero la curiosidad hizo que me excitara aun más.
-Muy bien preciosa -dijo acariciando mi cabeza -me temo que con las prisas se nos había olvidado un pequeño detalle. Las perras, cuando tienen dueño, llevan collar, ¿no?. ¿Tú tienes dueño? -me preguntó.
-Sí Amo, ya lo sabes. Ahora tú eres mi dueño -respondí. No intentaba contentarle, así lo sentía de verdad.
-Pues ya que no tenemos collar, habrá que apañarte uno hasta que lo consigamos. Póntelo tú misma.
Cogí mi tanga y me metí las tiras por mi cabeza, quedándome colgado del cuello.
-Estás preciosa -vaya, un piropo, qué novedad -apoya la cabeza sobre la cama, con las manos agarradas a tu espalda, dejándome tu entrada bien ofrecida, como antes.
Así lo hice. Era una postura un poco incómoda, pero me resultaba muy morbosa. Desde mi posición, observé cómo cogía un cinturón de su cajón. Me asusté. ¿Iba a pegarme con él? Para eso no estaba lista...en absoluto. Es verdad que tampoco pensé estarlo nunca para que me humillaran de aquella manera, pero el dolor sí que era algo que no me atraía en absoluto.
Aun así, decidí darle un voto de confianza, y esperé tal como estaba. Noté como apoyaba el extremo sin hebilla del cinturón sobre mi nalga derecha, dándome pequeños indoloros toquecitos con él. Parecía que a modo de aviso. Mi respiración se aceleró debido al miedo, y pareció notarlo, pues apoyó una mano justo encima de mis nalgas:
-Shhh, tranquila perrita. Aunque no te hayas portado del todo bien, aun estás aprendiendo. Hoy, si sigues así, no te castigaré, no te preocupes -me dijo pausadamente.
Sus palabras me atemorizaron y me tranquilizaron a partes iguales. Hoy no me pegaría, ya que yo no pensaba darle ni un solo motivo para ello, eso me tranquilizó. Pero había utilizado la palabra "hoy". Aquello significaba que otro día sí que tenía pensado hacerlo. Esa idea si que no me gustaba, ¿pegarme con un cinturón? ¿Ahora resultaba que también era un sádico?
Pasó el cinturón alrededor de mis caderas y lo abrochó, dejando la hebilla a la altura de mis riñones. Pasó sus dedos por mi humedad, comprobándola. Metió dos dedos a la vez en el interior de mi vulva y los movió rápidamente, sin descanso. Comencé a gemir muy alto debido al tratamiento que me estaba dando, ni siquiera pensé en la gente que pudiera quedar abajo. Estaba apunto de correrme, pero recordé lo que me había dicho el día anterior..."te has corrido sin permiso, por ser la primera vez te lo pasaré". Si me corría sin permiso, probablemente me castigaría, y viendo con qué pensaba hacerlo, no estaba dispuesta a arriesgarme:
-Amo... mm... ¿puedo... mm... correrme... aaagg? -le dije a duras penas, como pude, entre gemido y gemido.
-Yo sé que puedes pedirlo mejor, zorra -dijo aumentando aun más el movimiento de sus dedos. Me estaba enloqueciendo.
-Amo, por favor...mmmm... soy una zorra muy... ahhh... muy guarra, y necesito... mmm... necesito correrme... mmmm... por favor Amo, por favor -supliqué. No podía más, o me daba permiso o claramente me llevaría mi primer castigo.
-No, no puedes -dijo continuando el ritmo que llevaba.
-Mi Señor, de verdad que no puedo más, por favor -mi voz denotaba la verdadera desesperación que sentía por alcanzar mi orgasmo.
Entonces paró y sacó sus dedos de mi interior. Estaba tan cachonda que creía que me correría incluso sin ningún tipo de estimulación adicional, tuve que hacer grandes esfuerzos para que aquello no pasara.
-Súbete a la cama, a cuatro patas, de espaldas a la almohada -me ordenó.
Me subí y él volvió a coger su móvil. Le encantaba humillarme. Me tenía allí, a su entera disposición, a cuatro patas sobre su cama apunto de correrme, con mis bragas al cuello a modo de collar y el cinturón amarrado a mis caderas, y se ponía a juguetear con su móvil.
Soltó su móvil y se subió a la cama de rodillas detrás de mí. Apuntó hacia mi coño con su polla erecta, y metió la punta, mientras agarraba con una mano el sobrante del cinturón que quedaba en mi espalda. Ahora entendía para qué era, para cabalgarme mejor. Metió solamente la punta, moviéndola rápidamente, haciéndome desesperar aun más y ansiar que me la metiera hasta el fondo. Moví mi cuerpo hacia atrás instintivamente en busca de más profundidad, pero cuanto más hacia atrás me echaba, más se apartaba él.
Entonces, al fin, dio un tirón seco del extremo del cinturón que tenía agarrado y me penetró hasta el fondo de una sola estocada. Comenzó a moverse a una velocidad grandilocuente. Mi orgasmo volvía a estar apunto de aflorar, y no sabía cuánto tiempo sería capaz de retrasarlo.
-Amo, por favor, necesito correrme. Por favor por favor por favor, haré lo que quieras pero de verdad que necesito correrme -casi estaba apunto hasta de llorar.
-Aun no, zorra.
Era una auténtica tortura, ¿cómo se suponía que debía aguantar todo aquello sin correrme? Jamás había intentado no hacerlo. Cuando me venía, me venía.
De repente se abrió la puerta de su habitación, lo cual pude ver perfectamente pues mi posición era mirando hacia ella. Pensé que habría sido el viento, pero tras la puerta apareció Juan.
Fui a separarme para taparme de inmediato, pero Arturo me agarró fuertemente de las caderas, por encima del cinturón, manteniéndome inmóvil y pegada a su cuerpo:
-Ni se te ocurra quitarte, puta. "Haré todo lo que quieras", ¿recuerdas? -me dijo en un tono totalmente autoritario.
Me quedé helada, paralizada, mi cabeza daba vueltas.
-Pero... -dije con un hilo de voz.
Sin que él me permitiera terminar la frase, me agarró con una mano de la garganta, y con otra de la cadera, levantando mi cuerpo, pegándolo al suyo. Ahora sí que Juan podía ver todo mi cuerpo desnudo ante él. Arturo, hablándome al oído desde mi espalda, me dijo:
-Si quieres puedes irte y esto termina aquí, pero si te quedas me obedecerás. Vas a dejar que Juan mire mientras te follo a cuatro patas, como la perra que eres, ¿lo has entendido?
-Pero es que... -volví a repetir.
-Ni peros ni hostias zorra, ¿entendido? -dijo apretando aun más la mano que tenía en mi garganta.
Dudé durante unos segundos, mirando a Juan, a quien tenía delante. Él me miraba con una sonrisa victoriosa, cosa que no me extrañaba teniendo en cuenta que le había rechazado hacía apenas unas pocas horas. No sé si fue el calentón, el hecho de que estuviera apunto de correrme o que estuviese completamente entregada a Arturo, pero, finalmente, acepté.
-Sí...entendido... -dije avergonzada, apartando la mirada a Juan.
-Sí, ¿qué? -dijo Arturo -que Juan te escuche.
-Sí Amo... -repetí.
Era con diferencia la situación más humillante de mi vida, y aun así, creo que jamás había estado tan extremadamente cachonda. Arturo soltó mi cuello, empujando mi espalda con la mano que me lo apresaba, para que volviera a caer a cuatro patas. Continuó follándome como lo hacía antes de que Juan nos interrumpiera. Por muy cachonda que estuviera, sentía que la situación me superaba, era demasiado para mí. Agaché la cabeza y cerré los ojos, intentando imaginarme que en realidad estábamos solos Arturo y yo en esa habitación.
-Mira a Juan a los ojos, que vea la mirada de zorra que tienes. Y gime, gime fuerte, que vea cómo estás disfrutando -me ordenó Arturo.
Respiré profundamente, tomando conciencia de lo que debía hacer. Sabía que para que continuara no me quedaba más remedio, pero era una de las cosas más difíciles que había tenido que hacer nunca. Por no decir la que más.
Lentamente, fui levantando la cabeza, y por fin, miré a Juan. Comencé a gemir como se me había ordenado, y la verdad, con la follada que me estaba dando tampoco es que lo estuviera fingiendo. Intentaba mirar a Juan desafiante, pero él sonreía, dejando escapar alguna risita de cuando en cuando.
-Dile a Juan lo que eres -dijo Arturo hundiéndome aún más su polla, el ritmo de sus embestidas me tenían conmocionada.
-Soy una puta -dije, más bajito de lo que pretendía, pero no me salía más voz.
-Más alto, guarra -dijo Arturo.
Me aclaré la garganta mientras negaba con la cabeza, sin poder creerme que esa que estaba haciendo aquello, fuese yo.
-¡Soy una puta! -conseguí decir más alto esta vez.
-Córrete zorra, pero no dejes de mirar a Juan mientras lo haces o te castigaré -dijo volviendo a agarrar el extremo del cinturón para penetrarme con más fuerza.
Me jodía muchísimo tener que correrme mirando a Juan, pero tenía tantas ganas de hacerlo, que le sostuve la mirada mientras él continuaba sonriendo con esa mirada maliciosa. Además, tampoco quería ser castigada. Llevaba tanto tiempo conteniendo mi orgasmo que en apenas unos segundos noté cómo una descarga recorría mi cuerpo, hasta centrarse todo ese cosquilleo en mi coño.
Juan estiró una mano y me apretó un pezón, siendo el detonante que me faltaba para dejarme ir. Me corrí mirándolo, tal como se me había ordenado, con los ojos entrecerrados pero sin dejar de mirarle, y gritando como si no me hubiese corrido nunca. Desde luego, así nunca lo había hecho. Conforme mi orgasmo se fue apagando, mi cuerpo fue perdiendo fuerza, haciendo caer la parte delantera de mi cuerpo hacía delante. La trasera seguía estando sujeta por Arturo y el cinturón, y ensartada por su polla.
En cuanto me corrí, un sentimiento de culpa inmenso recorrió cada fibra de mi cuerpo. De verdad que no me podía creer que yo estuviese haciendo eso. Había dejado que Arturo me volviese a tratar de la forma más despreciable que se le ocurría en cada momento y había dejado que Juan viese ese tratamiento y cómo me follaban. Incluso yo le había dicho que era una puta y me había corrido mirándole a los ojos.
Y lo que era peor, de buen seguro que, por esa noche, aun no habrían terminado conmigo...
Continuará...
Espero que os haya gustado, si tenéis alguna sugerencia, alguna crítica o algún comentario, estaré encantada de leerlo ^^
Por supuesto, esta parte también está dedicada a mi Amo, al cual, por cierto, no le gusta compartirme. Lo siento... jeje
Espero poder continuar escribiendo pronto.