Orgasmos anabolizados

Gimnasio, músculos, testosterona... e Iliana... y una venganza.

ORGASMOS ANABOLIZADOS

Josito admiró una vez más en el espejo su hipertrofiada musculatura, remarcada su abombada orografía bajo la indirecta luz de los únicos focos que permanecía encendidos en la sala del gimnasio. "Mejor que un orgasmo" pensó al tensar bíceps, tríceps y cuádriceps de un cuerpo cubierto por la única prenda de un escueto y ajustado slip color morado que se adhería a sus cementados glúteos hasta hacerles casi transparentes, pensamiento que le recordó lo que le aguardaba en la oficina.

Como si hubiera leído su mente, Iliana apareció en el vano de la puerta y entró en la sala vestida sólo con un conjunto de lencería formado por un negro sostén de ligero encaje que apretaba sus senos hacia arriba y un ceñido triángulo de traslúcida tela, del mismo color, que por detrás se transformaba en una mínima tira sumergida en el angosto valle formado por sus dos erguidos glúteos.

Susana miró discretamente a Monseñor, creyendo intuir una imperceptible tensión en su impasible rostro cuando la mujer hizo su aparición, aunque su cuerpo, como cincelado en piedra, no mostró la más mínima alteración en su postura.

La morena mujer se sentó cruzando sensualmente sus largas piernas sobre la tabla de abdominales para observar como Josito se desprendía de su cárdeno taparrabos. Sus ojos descendieron del desproporcionadamente abultado torso del culturista hacia la tallada cuadrícula de su abdomen, para desembocar en el pequeño pene que descansaba flácido sobre dos atrofiados testículos a causa del abuso de anabolizantes.

Se aproximó a él y sujetó el reducido miembro entre sus dedos, comenzando a masturbarlo. Cuando logró una nada espectacular erección introdujo el pene en su boca, donde el mismo desapareció con la facilidad de un caramelo. Las expertas succiones de Iliana lograron una vertiginosa eyaculación en un cuarto de minuto.

-La chupas como nadie, cariño- le halagó Josito mientras se tumbaba en el acolchado suelo, observando como Iliana se incorporaba, lanzándole una dominante mirada entendida por él como una orden. Obediente, el recostado Apolo se colocó a cuatro patas y elevó sus caderas, ofreciéndole sumiso su musculado trasero.

Cuando Iliana liberó su cobrizo pene del ajustado tanga, esta vez sí, Susana se percató de cómo Monseñor se erguía en el sillón clavando una ansiosa mirada en el pendulante falo de la transexual, como quien ve certificado el objeto de su búsqueda, ante lo cual ella no pudo reprimir una ligera e irónica sonrisa.

Iliana se arrodilló y separó los redondeados glúteos para masajear con su salivado dedo la cordillera glandular que circundaba el depilado ano. Cuando el anillo de carne se mostró suficientemente dilatado ella clavó sin muchos miramientos su fuste henchido de sangre en el negro esfínter, provocando un estremecimiento de placer en el excitado hombre, anhelante ante las enérgicas embestidas de la ambigua belleza hincada a su espalda.

Iliana recrudeció los ataques acariciando, apretando, arañando la imponente musculatura que se contraía bajo la cuidada piel como un encadenado coloso. "No me dejes marcas, por favor", rogó él, ante lo que ella respondió sacudiéndole un pequeño cachete en el culo, simbólico castigo por su falta de confianza.

Excitado, él se sujeto el pene, que había logrado de nuevo una erección, masturbándolo hasta lograr otra eyaculación cuyo cremoso producto se esparció babeante por el suelo

Monseñor presionó entonces el botón de pausa en el mando a distancia del reproductor de dvd, congelando en la pantalla la imagen de Iliana, altiva y dominadora, aún ensartada en el jadeante Josito, asemejando un hierático y fantástico animal mitológico.

-Esta grabación ha llegado a mis manos a través de… conductos de confianza –explicó Monseñor impávido, sin apartar la mirada de la pantalla-. He ahí otro ciudadano burlado, vejado y expoliado por ese… súcubo, que utiliza sus perversos dones de encantamiento para hacernos caer en el pecado, explotando nuestras humanas debilidades.

Susana comprendió que el obispo se estaba refiriendo en un engolado tono bíblico a la práctica de la singular "viuda negra" de la grabación, mediante la cual drogaba y robaba a sus clientes, quienes, generalmente, no se atrevían a denunciar los hechos, habida cuenta de la especial condición de la meretriz. También sabía que Monseñor había visto deslizar peligrosamente su fulgurante carrera eclesial hacia el abismo a causa de un reciente encuentro con Iliana.

Tras unos instantes de concentrado silencio, fija e inescrutable la mirada en la paralizada imagen de la tansexual, el circunspecto hombre dirigió la vista hacia Susana, que permanecía en su butaca callada y expectante como una hermosa y estilizada efigie rubia de largas piernas, cruzadas bajo una falda que permitía admirarlas más allá de medio muslo, para emitir con voz gélida una orden:

-¡Encuéntrela!