Orgasmo tanguero

El tango, danza prostibularia, erótica y sensual, permite que Caro cuente una experiencia breve con un final inesperado para ella.

Orgasmo tanguero

¿Se acuerdan de mi? Caro, profesora de historia, madura con poco más de 50 años, soltera, morocha, ojos color café, labios finos, 1,69 de estatura, tetas abundantes, culo amplio y piernas sin señales de celulitis.

Mi objetivo de hoy no es limitarme a contar solamente una historia erótica, sensual y tanguera sino también hacerles conocer algo más sobre el tango, últimamente motivo de varios relatos.

Espero que no se sientan ofendidos aquellos que hayan utilizado al tango como centro de sus relatos. Lo ven de forma diferente, nada más. Yo me limitaré a contar mis experiencias. Aclaro que los datos históricos no me pertenecen.

Sepan que el tango es la música de la pasión, el amor, la nostalgia, la infidelidad, y, sobre todas las cosas, es exclusivamente "porteño", de la  ciudad de Buenos Aires. Los de otras regiones de la Argentina no lo sienten de la misma forma. Quizá los uruguayos son los que más comparten el sentir del porteño

Combina varios estilos de música, la coreografía de la milonga, el ritmo del candombe y la línea melódica sentimental y la fuerza emotiva de la habanera.

Se comenzó a difundir alrededor de 1880 cuando Buenos Aires vio como se multiplicaban los burdeles, mayormente poblados con  mujeres inmigrantes de toda Europa: España, Francia, Italia, Alemania y Polonia. Los clientes también eran inmigrantes que habían dejado atrás a sus familias y mujeres en busca de una nueva vida en otro continente. Como pueden ver, comenzó siendo bien prostibulario y por lo tanto impregnado indeleblemente por lo erótico y lo sexual.

En los patios de los quilombos (prostíbulos), en las antesalas y como complemento de la actividad principal de la casa, las pupilas tenían por costumbre  bailar con la clientela acompañados por músicos que tocaban de oído algunos temas populares.  En un comienzo formaban dúos o tríos compuestos por guitarra, flauta y violín, la incorporación del piano fue posterior y sólo en los de mayor categoría. Noten que el tango nació varón, pero siempre tuvo mujeres a su vera, lo que le dio vida al baile.

Fueron tan exitosos que comenzaron a hacerse más frecuentes. Suponemos que así se originó el tango, esperando turno para echarse un polvo.

Cuando alguno de los caballeros se lucía con su compañera, los músicos emitían exclamaciones de admiración. Ese fue el origen de las letras de los tangos que describían el ambiente en el que se encontraban, por eso fue que se las prohibió, porque eran sumamente obscenas y prostibularias.

La mixtura de baile y lenocinio impuso la creación poética y musical de temas con títulos emparentados con el prostíbulo: "el fierrazo", "colgate del aeroplano", "Va celina en la punta", "dos sin sacar", "dejala morir adentro", "sacudime la persiana", "qué polvo con tanto viento".

En ese ambiente aparecieron toda una serie de personajes producto de las circunstancias de aquellos tiempos.  El "cafisho" (proveedor de mujeres para el burdel), que se dedicaba a la explotación de sus mujeres (una o dos) y la captación de nuevas pupilas. Un trabajo artesanal basado en su pinta y seducción personal, sin llegar a la organización requerida para la trata de blancas a nivel empresarial.

En algunas partes de Buenos Aires comenzó a hacerse poesía de las letras de tango, en la que se describía el rufianismo. Así se originó el "compadrito", que era un hombre de escabio (beber), mujeres y cuchillo. Era orgulloso, terco y malevo y lo demostraba en el coraje, en el dominio sobre las mujeres y el arma blanca.

Muchos compadritos, en un alarde de machismo y para mantenerse sin necesidad de trabajar, ya que el esfuerzo no era compatible con su estilo de vida, se convirtieron en cafishos.

Suele confundírselo con el guapo, personaje temido y respetado. Hombre de palabra, que ostentaba el galardón máximo de la hombría que se ganaba sin estridencias ni golpes de suerte. Por lo general de profesión carrero, domador de caballos o matarife, se movía en un medio difícil y hostil donde el derecho a vivir se ganaba todos los días. Una suerte de mezcla de hombre de la ciudad y campesino. El guapo rendía culto al coraje y estaba, habitualmente, al servicio del comité que alquilaba su valor y su destreza con el cuchillo que le daba, como contrapartida, su protección política..

Era solitario por convicción, buen bailarín, visitaba el prostíbulo para satisfacer una necesidad o bien, para mantener el cartel de hombre entre su gente pero, en su relación con la mujer, jamás mezclaba sentimientos porque no quería que un amor o la familia, lo hicieran titubear en medio de un enfrentamiento.

Paradójicamente, fue una pareja de varones, más precisamente de compadritos, la primera que bailó el tango en alguna esquina de Buenos Aires. Sin embargo, no se le podría atribuir el más mínimo contenido homosexual. Se trataba simplemente de una demostración de habilidad, de lucimiento. El objetivo final era la ostentación, el saber bailar sin preconceptos, sin intenciones ocultas. Cabe destacar que el homosexual no hubiera podido sobrevivir en ese ambiente de crudo y salvaje machismo.

De la pareja esquinera de compadritos, frecuentemente interrumpida por la llegada de la policía, el tango pasa a escucharse en los lugares más disímiles en lo que se refiere a moralidad y concurrencia: las romerías españolas, los cuartos de chinas, las carpas, los bailetines y los pirigundines, hasta alcanzar los salones, el patio del conventillo, el cabaret y la casa de familia, en una conquista avasallante.

Pero por su origen turbio, el tango seguía siendo mal visto hasta en los ámbitos más humildes. Pese a todo y poco a poco, ingresó a los conventillos y en alguna fiesta familiar o casamiento nunca faltaba el audaz que pedía a los músicos que se tocasen un "tanguito", para bailarlo prolija y decentemente, aunque sin los cortes y quebradas típicos de los burdeles. Precisamente, los cortes y las quebradas originaron el uso de faldas cortas y con tajos a los lados para facilitar el baile.

Puede considerarse que el tango logra su aprobación en el momento en que ingresa en salones y teatros. Se convierte en baile público aceptado aunque con una reserva: en determinados ambientes estaban prohibidos los cortes y quebradas. Fue un salto muy grande. Pasó de lugares casi míseros para llegar a locales suntuosos y hasta bacanes.

Hacia 1912, entre golpes y frustraciones, la exótica danza llegó a Paris provocando la clásica excitación de lo prohibido para terminar conquistando a las más altas esferas de la sociedad francesa. Nace así un tango de corte distinto. Los pasitos graciosos, las filigranas y los revoloteos de las parisinas lo convierten en un tango que muy poco tiene que ver con el del bajo fondo porteño.

De ahí en más, el tango sufre innumerables transformaciones y cambios vinculados con la política, la situación económica y muchos otros factores sociales.

Entre los años 60 y 70, mientras el tango bailado declinaba sensiblemente entre los argentinos hasta casi convertirse en algo en desuso,  la danza escénica comienza a establecer un modelo estilizado, diferente, alejado de los amateurs. Pero en estos últimos 15 o 20 años, el tango danza renace como producto de la multiplicación de escuelas y maestros.

Los que nada saben del tema estarán ansiosos por saber cuales son los secretos de un baile tan particular.

El hombre conduce a la mujer, elige los pasos y las figuras con que improvisará la coreografía al ritmo de la música que escuchan.  La mujer se deja conducir atenta a lo que le marca el hombre, pero su respuesta no es pasiva. La propuesta del hombre es aceptada espontáneamente por la mujer produciendo un entendimiento simultáneo que, para el observador ocasional, puede resultar algo misterioso.  Pero no es así.  El bailarín experimentado conoce lo que marca y advierte de inmediato si su compañera, aún sin conocerla previamente, tiene la capacidad de seguirlo correspondiendo a su propuesta.

Aún así, cada bailarín tiene su propio estilo, su manera personal de ejecutar cada figura.  Si observamos a diez parejas bailando en una pista, lo primero que advertiremos es que todos pueden ir en ritmo pero haciendo cosas diferentes.  De la misma manera, aún haciendo pasos y figuras iguales, las diez parejas se verán  distintas.

Cuando vean a una pareja de bailarines vestido él con saco ajustado de tres botones, pantalón bobilla, polainas, pañuelo anudado al cuello y luciendo un chambergo sobre la cabeza, y ella luciendo vestido negro, ajustado, con tajos en su lados y calzando zapatos con taco aguja, piensen que están parodiando a los que danzaban en los prostíbulos orilleros. Hoy el guapo y su mina, tal como se pretende presentarlos, no existen porque quedaron en el pasado.

Espero que a estas alturas, cansados por tanta cháchara, no hayan dejado de leer porque ahora viene el relato de mi experiencia personal.

Siempre me gustó bailar, llevada por el hombre, bien apretaditos. Si existe algo que me rompe las pelotas que no tengo son los tipos que no saben agarrarme para bailar. En más de una oportunidad terminé diciéndoles que disimularan que yo los llevaba. De ahí en más, rogaba que no me pisaran. Es algo bastante parecido a lo que pasa en la cama, con suerte, saben metértela en la concha y nada más. El resto queda librado a la suerte.

Volviendo a lo nuestro, resulta que una amiga mía, Estela, estaba aprendiendo a bailar tango en un club de barrio y no tuvo mejor idea que invitarme a acompañarla.

Pero si yo de tango no sé nada de nada. Me gusta como música y ahí se terminó.

No importa, animate y vení. Dale, después se arma la milonga y hay tipos muy interesantes.

Cargando con mi inseguridad a cuestas, tragué saliva y me dispuse a incursionar en un mundo del que sólo tenía noticias de oídas y por comentarios. Empezando por el hecho fundamental de que en Buenos Aires un gran porcentaje de los que bailan o aprenden a bailar tango se conocen por que frecuentan los mismos lugares. Gran contra para mi que sólo conocía a mi amiga.

Al entrar me encontré con los personajes típicos que asisten a las tanguerías. El tanguero hasta la médula, pelo peinado a la gomina, bigotito fino como en la década del treinta y pañuelo al cuello. Tipos que se quedaron suspendidos en el túnel del tiempo a pesar de que son jóvenes. Gracias a Dios no son pocos.

Le sigue el porteño típico, el que además de comportarse como cualquier otra persona normal, baila tango y eso lo hace sentirse superior a cualquier otro porteño.

Otro ejemplar es el que concurre con la mujer o la novia para sentarse frente a una mesa hasta que llegue el momento de salir a bailar. Matizan la espera tomando un vasito de vino o una cerveza.

No me quiero olvidar de los que se acodan contra la barra y, mientras saborean su bebida y fuman como sapos, relojean al hembraje que está libre.

La vestimenta es de lo más variopinta, maduros trajeados como para una boda y calzando zapatos de charol, jóvenes con pantalones informales y remeras de moda, zapatillas de marca, cabello largo a lo roquero, no tan jóvenes con ropa informal mal combinada, etc., etc.

Las mujeres pintadas como para ir a la guerra, con peinados de peluquería, cargadas de bijouterie y luciendo sus mejores galas.

La música era enlatada porque el club no tenía suficientes fondos como para contratar una orquesta en vivo. Las mesas estaban ubicadas en circulo, delimitando la pista.

Nos sentamos junto a varios conocidos de Estela que tomaban cerveza y charlaban mientras esperaban el inicio de la milonga. Mucho no faltaba.

El que no es argentino, sobre todo porteño, desconoce el ritual que precede al baile en sí mismo.

Como danza bien cargada de erotismo, sus etapas coinciden con los de la seducción. El tipo mira y, después de un rápido análisis, elige a la mina. Algunos todavía "cabecean" (leve y rápido movimiento de la cabeza hacia un lado) a modo de pregunta que sustituye el ¿baila?. Será antiguo pero todavía se usa. La mayoría opta por el acercamiento directo al que sigue la misma pregunta que obvió el tanguero cabeceador.

Una vez logrado el entendimiento, el hombre lleva a la mujer hasta la pista para ubicarse frente a ella. "Él" es el que levanta la mano donde la compañera va a colocar la suya.

Como breve etapa previa al inicio, transcurre un instante en el cual el hombre se planta y la mujer se queda quieta hasta que él marca el movimiento. Una vez cumplido con el ritual, se entregan el uno al otro.

Tomo como ejemplo a la pareja que bailaba más cerca de nuestra mesa. No sé qué tipo de relación los unía pero me pareció, pese a mi casi nula experiencia tanguera, que lo hacían bien. Serios, introvertidos y sumergidos en el placer de un baile que prestigia el abrazo. No demostraban que se estaban divirtiendo ni se reían, solamente se dedicaban a bailar y a disfrutar en silencio. Ya lo dijo un célebre autor cuyo nombre no recuerdo: "el tango es un pensamiento triste que se baila".

Embelesada por los cortes y quebradas de la pareja no me percaté que un señor de más o menos cincuenta años nos observaba desde la barra. Estela me codeó para llamarme la atención.

¿Ves aquel tipo canoso que está en la barra? Baila como los dioses.

¿Y?

¡Cómo y! Está mirando para acá.

¿Y?

¿Sos o te hacés? Seguro que me saca a bailar en la próxima.

Yo creo que nos está desnudando con la mirada. ¿No lo sentís?

¡Dejate de joder!

Terminó la pieza, los bailarines se alejaron de la pista y en menos de un minuto largaron con la siguiente. El canoso abandonó la seguridad de la barra, enfiló hacia nuestra mesa, se detuvo frente a Estela e inclinándose ceremoniosamente le preguntó si le concedía esa pieza. ¡Decididamente ceremonioso y gentil!

Después de apoyar su vaso sobre la mesa, la tomó por debajo del codo y la acompaño hasta la pista. Estela me dirigió una rápida mirada con la que me estaba diciendo que me fijara bien porque ahora iba a saber lo que era bailar tango en serio. ¡Juro que me dio mucha bronca! Todavía no sé cual era el motivo porque yo era incapaz de suplantarla. ¡Cosas de mujeres!

Tengo que confesar que lo hicieron bien y que Estela estuvo a la altura del canoso, que la llevó de mil maravillas. Cortes, quebradas, sentaditas y figuras como el ocho. ¡Una maravilla! ¿Por qué me habré dedicado a la salsa, la cumbia, el rock y cosas parecidas? Ya es tarde, años perdiendo el tiempo sin darme cuenta que algún día me iba a arrepentir. ¡Cómo los envidiaba! Peor, ¡cómo la envidiaba a ella! Me hubiese gustado estar en su lugar pero era casi imposible. Estos tipos eligen pareja sin fijarse en la belleza de la mujer, lo importante es la habilidad para seguirles el tren. Por lo tanto, yo tenía que considerarme totalmente descartada.

Paró la música y volvieron a la mesa. Estela exultante y feliz porque había bailado con su ídolo, él educado, decidido y seguro.

Largaron la siguiente pieza, el canoso se paró, abrochó el botón de su saco y me preguntó:

¿Bailamos?

Estela me miró con cara de asombro, sus ojos me estaban sugiriendo que dijese que no, que no sabía bailar. Pero me decidí y...¡acepté! Ella seguía desconcertada con mi respuesta y creo que pensando que me estaba cavando mi propia fosa.

Llegamos a la pista, cumplí fielmente con mi parte en el ritual y nos lanzamos a bailar. Me importaron tres carajos los nervios, el temblor de piernas, el no saber bailar. ¡Entregada lo seguí!

Me sentí segura desde el mismo momento en que el canoso apoyó su mano sobre mi cintura. Me estaba indicando, sin palabras qué era lo que pretendía de mi y yo le obedecía ciegamente. No sé todo lo que hice. Pegué mi cuerpo al suyo, piernas contra piernas, erguidos los dos, sin tensiones ni miedos. ¡Quiero seguir bailando porque esto es un sueño!

En un momento dado apreté con fuerza su mano izquierda, tensé las piernas y sentí que algo bajaba desde lo más profundo de mi cuerpo...¡ESTOY ACABANDO! Me mojé toda pero, aparentemente, nadie lo notó. ¡Tuve un orgasmo sin coger! Estaba en eso cuando terminó la pieza, él dijo gracias y me dirigí a la mesa para sentarme.

¡Te pasaste! Salió muy bien. ¡Sos una audaz!

¿Entonces te diste cuenta? ¿Se notó mucho?

No te entiendo.

¡Acabé, Estelita, acabé!

No te escucho bien.

Recién comprendió lo que me había pasado cuando fuimos al baño. Por supuesto que no me creyó, pero era la pura verdad. Desde ése día estoy tomando clases de tango dos veces por semana pero hasta el día de hoy no logré sentir lo mismo que la primera vez. ¿Repetiré?