Orgasmo en el tren
Mariana se ve forzada en el tren por un desconocido.
Mariana acababa de salir de la Universidad. Era un viernes a las cinco de la tarde y solo quería llegar a su casa para echarse una siesta antes de salir de fiesta. Todavía le quedaba un largo trayecto a casa y deseaba que en el metro no hubiese demasiada gente para poder sentarse y descansar.
Mariana era una chica de 21 años, a punto de terminar su carrera de Bioquímica con una de las mejores notas de su promoción. Tenía los ojos marrones y un pelo rubio rizado que le llegaba a la altura del pecho.
La joven llegó al metro apurada, no quería perder ningún tren pues eso incrementaría el tiempo de espera. Cuando llegó al andén comprobó que solo quedaba un minuto para que su transporte llegase. Esperó mirando distraídamente el móvil y cuando el metro se paró frente a ella se quedó por unos segundos quieta. Estaba lleno. Se abrió paso como pudo hasta quedar en el lado contrario del vagón, mirando por una de las ventanas. Un suspiró escapó de sus labios, le quedaba más de media hora de trayecto de pie.
Volvió a sacar su móvil del bolso mientras éste último se lo pasaba por delante para tenerlo más asegurado. El metro volvió a parar y de nuevo hubo ese trajín de gente saliendo y entrando. Algún que otro empujón después hizo que Mariana tuviese que agarrarse a uno de los salientes destinados para esos casos. Miró a su alrededor viendo a un hombre de unos cuarenta años bastante agradable a la vista pidiendo disculpas con la mirada. La joven le sonrió sin más y volvió su atención al teléfono. De nuevo un empujón.
—Lo siento... — Escuchó a sus espaldas. No le dio importancia mientras contestaba con una mano al mensaje que estaba leyendo. Sintió cómo alguien se pegaba a su espalda y se echó ligeramente hacia delante. Había demasiada gente en el vagón y era normal sentirse aprisionada.
Mariana alzó la mirada cuando se paró de nuevo el metro, comprobando las paradas que le quedaban para su casa. Aún eran bastantes. Bajó de nuevo la mirada a su móvil y fue en ese momento cuando sintió una leve caricia en su muslo. Se quedó paralizada pues cuando miró hacia el lugar no vio nada. Ni a nadie. Se tensó ligeramente mientras tironeaba de la falda que llevaba hacia abajo.
A los segundos volvió a sentir esa caricia, más pronunciada. Esta vez vio una mano, de un hombre, apoyada sobre su muslo derecho. Se tensó y fue a girar la cabeza pero otra mano no se lo permitió.
—Shhh... mira a tu móvil. No montes un espectáculo o te tendré que tapar la boca. Joder... estás buenísima pequeña. — Mariana notó un torrente de adrenalina recorrer su cuerpo sin reconocer exactamente cuáles eran los sentimientos que tenía en ese momento.
De nuevo sintió las caricias en su muslo mientras éste era frotando con un poco de fuerza. Mariana tragó saliva tratando de liberarse de aquella mano y fue en ese momento cuando la otra mano rodeó el cuello de la chica subiendo hasta su mano, tapándola. El hombre la empujó contra la esquina del vagón, tapándola con su cuerpo entero.
El miedo comenzó a invadir todo el cuerpo de la universitaria y se removió sin mucho éxito. El dedo pulgar del agresor se hizo paso en su boca hasta que logró colarse entre sus labios.
—Calladita estás más guapa puta. Ahora déjame tocarte. Sé que vas a disfrutar como lo que eres pequeña zorra. — Le susurraron al oído. Mariana se encogió temblando ligeramente. Trató de alejarse de nuevo y fue cuando la mano que no estaba en su boca se introdujo en la falda, tirando de las medias haciendo que se clavasen en su vagina. Un jadeo escapó de su boca y cerró los ojos. No quería disfrutarlo. Se estaban aprovechando de ella delante de tanta gente y nadie veía nada.
La mano derecha se coló dentro de las medias comenzando a frotar con toda la palma de la mano por encima de su coño. Mariana se retorció entre los brazos del mayor y éste la empujó con un poco de más de fuerza. Fue en ese momento cuando la universitaria sintió la erección del hombre entre sus nalgas. El hombre comenzó a mover las caderas con lentitud, mientras su erección se colocaba entre las nalgas de la joven, frotándose contra ella.
Un nuevo gemido traicionero salió de la boca de la joven. Mariana juró que pudo notar la sonrisa pervertida del hombre a sus espaldas. La saliva comenzaba a caer por la comisura de su boca debido al dedo que había en su interior haciendo función de mordaza de bola.
—Lame putita, no sé a qué esperas. Puedo notar lo mojada que estás... — Hizo hincapié en ese comentario frotando con más fuerza y rapidez su coño que comenzaba a humedecerse. Los sentidos le traicionaban. Mariana se resistió, tratando de cerrar las piernas, pero recibió un azote en el coño que hizo que las volviese a abrir. La universitaria cerró los ojos tratando de obviar lo que esta pasando.
El hombre hizo a un lado la ropa interior de la rubia e introdujo el dedo corazón en su interior, con lentitud. Cuando estuvo dentro la tercera falange comenzó a sacarlo y volverlo a meter sin aumentar la velocidad, produciendo en la chica un nerviosismo y un estado histriónico continuo. Un nuevo gemido escapó de su boca que se vio bloqueado por la mano de su captor.
Fue en ese momento cuando Mariana sin quererlo comenzó a lamer el pulgar que había en su boca. El hombre se rio en su oído y mordió el lóbulo de su oreja. Comenzó a mover las caderas como si la estuviese follando y solo hacía que se mojase más.
Un segundo dedo entró en el coño empapado de Mariana y se retorció, volviendo a gemir. Los dedos iban más rápidos y el pulgar apretaba y frotaba el clítoris bastante hinchado. Las piernas de Mariana estaban abiertas de par en par y su cuerpo recostado contra el del hombre que la tenía gimiendo, olvidando que no la conocía.
—Cuando lleguemos a mi parada te bajarás... e iremos al baño y te follaré. ¿Entendido? Te haré correrte tantas veces puta... y sé que te encantaría que me girase y enseñase tu coño. Eres una exhibicionista de cuidado, ¿ a que sí? — Decía en su oído susurrándolo mientras seguía machacándola el coño con rapidez. Se oía un leve chapoteo producto de las humedades de la universitaria.
Mariana no paraba de gemir contra la mano del contrario y llegado un punto sintió cómo el orgasmo se acercaba a grandes velocidades a ella, llegando al poderoso clímax. Se corrió y sus piernas se le doblaron. El cuerpo le temblaba sin parar y jadeaba en busca del aire que le faltaba en los pulmones.
La mano del hombre seguía acariciándole el coño haciendo especial atención al clítoris. Mariana seguía con los ojos cerrados, gimiendo en voz baja mientras aquel orgasmo seguía sacudiéndola con intensidad.
El tren se paró y fue cuando las manos de aquel hombre desaparecieron de su coño y boca y tiraron de su brazo fuera del metro. Mariana no tuvo tiempo a recomponerse y veía como algún que otro pasajero le recorría con la mirada. Pudo ver por primera vez al hombre que la había usado y vio al guapo cuarentón que había al principio en el vagón. Tragó saliva y le siguió todavía sin estar muy convencida.
Llegaron al baño y el mayor se desabrochó el cinturón quitándoselo. Sin decirle nada se lo puso alrededor del cuello como una improvisación de correa y le hizo arrodillarse delante. Mariana aguantó una mueca de asco porque estaba ligeramente encharcado el suelo. El hombre se giró para echar el pestillo a la puerta y esbozó una nueva sonrisa. Se sacó la enorme erección de los pantalones y sin decir nada tiró del cinturón metiéndosela en la boca. Mariana le miró a los ojos temblando.
—Haz una buena mamada, perra. Recompénsame por ese orgasmo que te he dado en el tren... vamos. — Un nuevo tirón a la correa y Mariana comenzó a mamarle la polla como podía. Nunca lo había hecho muchas veces y aquella erección era terriblemente grande.
Tras unos minutos viendo como el contrario disfrutaba el mayor se la sacó de la boca y la hizo subirse al lavabo. Volvió a tirar del cinturón y de un tirón se la metió en el mojado coño. Un gemido escapó de la boca de ella y comenzó a follarla con fuerza sin previo aviso.
—Cada día que te vea te voy a hacer correrte como nadie lo ha hecho pequeña puta. Y al final me buscarás y lo disfrutarás. — Tiró un poco más fuerte del cinturón haciendo que le faltase ligeramente el aire y con la otra mano se dedicó a estimular sus pezones.
El orgasmo que tuvo fue terriblemente bueno. Y el hombre cumplió su palabra. Cada vez que Mariana entraba al metro los viernes ahí se encontraba. Le arrinconaba y le hacía venirse en aquel vagón encima.
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