Organiza2

Lo que parece una trifulca entre mafias acaba siendo algo totalmente distinto.

ORGANIZA2

Roma, Italia. Cuatro y media de la tarde. Es verano, pero nubes grises tapan completamente el cielo a modo de ominosos toldos, haciendo que la temperatura en la ciudad sea aún más agobiante. Tarde o temprano comenzará el temporal amenazante a kilómetros a la redonda, descargando no sólo agua, sino también electricidad estática, y, por qué no, granizo. Avisados de lo que vendrá, los habitantes de la ciudad que pueden se cobijan bajo sus techos, mientras aguardan su inminente llegada.

En uno de los barrios más céntricos se erige hacia el cielo, erecto e imponente, un alto edificio de hormigón y cristal. Es el hotel "Mirafiori", uno de los hospedajes más prestigiosos de la ciudad. Construido a prueba de terremotos, huracanes, volcanes en erupción y atentados terroristas, será el lugar de batalla donde la tormenta comience su letal descarga. Aquellos muros aguantarán todo lo que puedan.

Por fin, a modo de truenos y relámpagos que anuncian lo inminente, una limusina oscura se acerca al hostal, aminorando su marcha La limusina estaciona justo delante de la entrada principal del inmueble. La puerta del copiloto se abre, descendiendo del vehículo un trajeado hombre calvo con gafas de sol y un auricular en el oído derecho. Éste avisa al portero del comercio, el cual se acerca con marcialidad al lujoso vehículo y abre la portezuela de detrás, destapando así, ignorante de su conducta, la caja de los truenos.

De la portezuela trasera de la limusina accede al exterior un trío de hombres de similares características al primero, el que salió de la parte del copiloto. Con aspecto desconfiado y vigilante, escoltan al último hombre que bajará del vehículo: un oriental trajeado. Porta un maletín atado con esposas a su muñeca izquierda.

"Buenas tardes, Mr. Ozawa". Saluda el trabajador al huésped.

Una vez dentro del fastuoso hotel, el calvo ultima detalles en Recepción, mientras la comitiva de guardaespaldas se acerca al ascensor privado que les llevará directos al lugar donde se desatará la tormenta. Ubicado en la última planta del edificio, y con vistas panorámicas a toda la ciudad, la Suite Presidencial ha sido lugar de numerosos encuentros y citas comerciales, como la que aquella tarde tendría lugar entre Kyoru Ozawa, el Rey del ciber-sexo en Osaka, y Andrea Messina, famoso hombre de negocios en la isla de Sicilia.

Mientras el ascensor privado lleva al cortejo comercial a dicha dependencia, Gigi, el botones que les acompaña puede sentir una extraña sensación que aquel quinteto desprende. Tanto opresivo silencio hace crear una barrera de hielo entre empleado y huéspedes que no se atreve a romper ni con el más jocoso de los chistes que conoce. Esta gente me da mal rollo, piensa Gigi, adivinando las posibles armas que se ocultan debajo de sus costosos trajes.

Una vez llegados a su destino, las puertas del ascensor se abren. La Suite Presidencial, una estancia circular con sala de estar y estudio aparte del dormitorio, se muestra ante ellos. El cortejo accede al vestíbulo- salita de la estancia, y el botones se retira con una sustanciosa propina en sus bolsillos. Cuando las puertas del ascensor se cierran, otra se abre. Los guardaespaldas de Ozawa se ponen en guardia, pero pronto abandonan su conducta.

Del interior de esta puerta sale un hombre tan trajeado como los recién llegados. Es un pelirrojo fornido, con una voz de tono gracioso.

"Buenas tardes; soy Freddo" les informará. "El señor Messina les aguarda en el estudio".

Freddo invita a entrar a los huéspedes. Primero entra el calvo, Yago, el hombre de confianza de Ozawa, acompañado del mayordomo de Messina, Freddo. Más tarde lo hace el resto, entre ellos el nipón.

"¡Kyoru Ozawa!" Vocea contento un hombre sentado a la mesa del estudio, el cual se levanta para recibir a su invitado.

Andrea Messina, de engominado pelo oscuro peinado hacia atrás, chiva y sienes plateadas, recibe desde la mesa a su invitado, el japonés Kyoru Ozawa. Le invita a tomar asiento, el cual no rechaza. También cuenta con tres escoltas, entre ellos su hombre de confianza, Freddo. Por fin, los acontecimientos están preparados, y la tormenta no tardará en desatarse.

Tras los pertinentes saludos y comentarios, los negociantes van al grano: intercambiarán las maletas. Ozawa se quita las esposas de su muñeca, y Messina, con un gesto, ordena traer una maleta metálica. Ozawa abre su portafolios, enseñando así su contenido a su comprador: varios fajos de billetes pequeños.

"Puedes contarlo si quieres," avisa el oriental. El siciliano hace caso omiso de la sugerencia por parte de su invitado.

Tras la debida confianza del italiano con el dinero recogido por su cliente, Messina se dispone a abrir el otro maletín para mostrar la mercancía, cuando, tapado por la mano de Ozawa, queda todavía cubierto su contenido.

"Aquí no". dice el oriental, mirando de reojo "Podrían... ya sabes".

Podrían estar espiándonos, quería decir Ozawa. Normal. Dos miembros importantes de la yakuza japonesa y la mafia siciliana reunidos no podrían estar tramando nada bueno.

Ozawa señala una puerta de la estancia. Messina se extraña, pero aquel paranoico japonés de cabello rapado quiere cerrar el trato con total discreción. Messina se levanta de su silla, seguido de su invitado, y se acercan a la puerta escoltados por ambos séquitos de guardaespaldas. Messina abre la puerta, y la traspasa. Ozawa se dispone a ello, mientras da la orden a sus subalternos de que por esa vez no le acompañen. Esa orden también afecta a los escoltas del siciliano.

Ozawa cierra la puerta una vez traspasado el umbral. La habitación a la que accede la pareja es el dormitorio principal de la suite. Decorado con sobriedad y buen gusto, los comerciantes se acercan cada uno a un lado de la cama.

"Al grano" dice Ozawa.

Cada uno de ellos deposita su "equipaje" sobre la cama, y tras eso, los intercambian. Una vez efectuado el trueque, Messina abre el portafolios negro, y Ozawa la maleta metálica. Messina sonríe al reconocer el contenido del maletín: varios fajos de Euros en billetes pequeños y completamente nuevos.

"Billetitos frescos" murmura el italiano.

Ozawa no sonríe, pero también parece contento con el cambio. El comprador inspecciona el material que acaba de comprar a Messina: varias extremidades de látex de diversos tamaños y materiales, látex en su mayoría. Los miembros son masculinos. También hay otros artículos de bazar erótico, como esposas o cremas.

"Eso es una muestra de las remesas que habíamos acordado" apunta el vendedor. "Se venden como rosquillas."

Ozawa saca un dildo de la maleta.

"¿Y qué negocio es más rentable que el sexo?" Pregunta el japonés, comprobando la elasticidad de su compra. "Pondré oferta de dos por uno en mi cadena de Sex shops..."

Messina se acerca a su socio sonriendo triunfalmente.

"Y sin tener que declarar nada al Estado..."

De repente, con tono severo, Messina es ordenado callar. Obedece, extrañado.

"¡Pero ¿cómo has podido...?!" Pregunta Ozawa, irritado.

Messina se acerca a quien le está hablando. Apenas le oye.

"¿Cómo he podido...?" Repite confundido. No sabe qué le sucede a su socio.

Ozawa se gira bruscamente. Messina puede ver el rostro consternado del comprador.

"¿Cómo has podido ¡¡ESTAFARME!!"

Mientras Ozawa pone el grito en el cielo, Messina siente un golpe rápido pero seco en su rostro. Siente en seguida otro cerca de su nariz. Se lleva la mano al tabique nasal, por riesgo de epixtasis. Sabe qué ha sucedido, pero no por qué: Ozawa le ha golpeado dos veces en la cara con el dildo que estaba examinando.

"Pero ¿qué...?"

Antes de que la confundida mente italiana pueda reaccionar, la diestra de Ozawa agarra el cuello de Messina. Lo hace con tal fuerza que la oprimida garganta no puede articular sonido alguno, ni apenas respirar. No podrá avisar a sus escoltas para que lo protejan del episodio de enajenación que está padeciendo su violento invitado. Por fin, la tormenta se ha desatado.

"¿Cómo te has atrevido a enseñarme material de buena calidad antes de la compra y venderme esta basura después de haberte entregado el dinero?!" Le acusa Ozawa, iracundio, a su vendedor. "Eres la deshonra del gremio".

Acto seguido, Ozawa empuja a Messina hacia una pared, impactando éste contra el suelo gracias a un tropezón, mientras el dinero se esparce por toda la sala. Cuando Messina sale del aturdimiento, asustado, busca una salida, pero la única que encuentra está custodiada por su insatisfecho cliente, que le apunta con un revólver con silenciador.

"Yo no gritaría" amenaza el japonés a su objetivo, mientras quita el seguro del arma.

Messina comienza a temblar. Siente miedo.

"¿Que... qué vas a hacer?" Balbucea el italiano.

Ozawa se acerca a su desleal socio rápidamente.

"Darte una lección... para que aprendas".

Ozawa empuja a Messina a la cama, cayendo éste boca arriba. Ahora, el impacto ha sido mullido, aunque no se pueda decir lo mismo que el pisotón en el esternón que recibe el italiano. Ozawa saca unas esposas de la maleta metálica, y las cierra sobre las muñecas del italiano, obligándolo así a estirar los brazos por encima de sus orejas para que la cadena de los grilletes se enganchen en los sólidos barrotes metálicos de la cabecera de la cama.

Ozawa se quita la corbata, y hace lo mismo con la de su prisionero.

"Ahora sabrás lo que es la humillación; lo que he sentido cuando he descubierto tu sucio truco".

Messina se defiende con débiles excusas acerca de su propia ignorancia de lo que el maníaco japonés le acusaba, intentando defenderse en vano de acabar atado a la cama también de piernas con ambas corbatas (una a cada esquina). También es amordazado, con el glande y parte del cuerpo de uno de sus dildos dentro de la boca. Así no podrá avisar a sus escoltas.

"¿Son de mala calidad o no lo son?" Gruñe con sorna el oriental. "Ahora que los estás probando tú mismo me podrás dar la razón."

Ozawa sonríe maliciosamente. Se le ocurre una idea para hacer sufrir a aquel ladrón de poca monta. Enciende una vela que había dentro del baño. Seguidamente, desabrocha la camisa de Messina, dejando al descubierto un velludo pecho masculino.

"Dicen que una de las zonas más sensibles de la piel es cerca de los pezones" apunta con sorna el japonés, acercando la llama de la vela a dicha parte del cuerpo del italiano. "A ver si es verdad".

Messina intenta gritar cuando ve que la llama de la vela se acerca peligrosamente a sus montecitos pectorales, pero el paladar lleno de látex ahoga tal ruido. De repente, nota cómo la cera de la vela cae a esa zona hipersensible que le ha hablado aquel sádico, y comprueba hasta qué punto es cierto que aquellas gotitas abrasan su piel. Messina se queja con gemidos cortos mientras un espasmo en un vano intento de apaciguar el dolor sacude su cuerpo.

Después de ver que aquello es cierto, Ozawa cambia la parte de la anatomía donde torturar a aquel timador. Vierte más cera dentro del ombligo italiano, a lo que el cuerpo de Messina reacciona de la misma manera que antes.

las manos de Ozawa vuelven al pecho.

"Esto por engañarme" dice, tirando de la capa de cera que se ha formado. Parte del vello pectoral de Messina es arrancado de cuajo al quedarse pegado a la cera. El italiano articula un grito ahogado, mientras su espalda intenta erguirse de dolor. "Y esto por venderme lo que nadie quiere", dice el sádico oriental, repitiendo la tortura con la cera del otro pezón. La agonía de Mesina se incrementa al retirar también la cera del ombligo.

Insatisfecho aún, Ozawa levanta el botón del pantalón y la goma de los gayumbos de Messina, vertiendo más cera en el pubis italiano. El colmo del sadismo llega a su culmen cuando Messina nota la cera abriéndose paso hacia sus genitales a fuego lento.

Ozawa no puede esperar ver la cara de dolor de Messina, así que desabrocha los pantalones del torturado, y los arremanga hacia abajo, junto con los slip. ¿Hasta dónde habrá llegado la cera?

La cera se ha abierto en abanico hasta el escroto del ladrón, cercando la base del pene. De un tirón se quedará sin su orgulloso vello púbico, piensa Ozawa. Dicho y hecho, aunque esos pelos, más gruesos y largos que los de pecho y abdomen, resisten mejor la oleada de cera caliente. No así su dueño, al cual le es arrancado una lágrima de dolor junto con el vello.

Ozawa disfruta con el pasatiempo. Pero piensa disfrutar más con la segunda parte.

"No llores, lo mejor aún está por venir". Se chanza de su prisionero.

Para ello, Ozawa se desnuda de pecho, enseñando unos músculos desarrollados que con tanto recelo escondía en trajes no holgados. Con ese destape también puede mostrar a Messina por qué es mafioso: un enorme tatuaje con sinuosas formas invade todos los hombros, la parte baja del cuello, la mitad del brazo y la zona de la clavícula. Ozawa sonríe mientras busca algo en el interior de la maleta metálica.

"Ahora podrás darme la razón" dice el japonés cachas mientras saca un largo miembro de gelatina de color rosa "porque vas a probar tu propia mercancía."

Messina gime y grita, pero no puede lograr buenos resultados. Ozawa se acerca a su prisionero y, utilizando la postura piernas-abiertas de éste, introduce parte de aquel "juguete" dentro del intestino de Messina. Comienza a moverlo hacia adentro y hacia afuera, asemejando un macho copulando. Messina no puede hacer otra cosa que gemir, poner los ojos en blanco y aguantar las embestidas.

Tras ese miembro artificialmente largo, Ozawa opta por torturarle usando algo más contundente. Para ello elige un dildo de látex duro de un tamaño proporcionalmente el triple de grande que tendría un pene corriente. Para facilitar la "entrada", Ozawa lubrica el miembro sintético con glicerina inodora.

"Ahora sentirás el brazo de la venganza entrando en tu interior".

Ozawa introduce aquel monstruo dentro de Messina. El glande acaba dentro, y sólo puede abarcar hasta la mitad. Messina respira como puede con el otro dentro de la boca.

Messina resiste un buen rato aquello dentro de él, hasta que Ozawa elige otro torpedo. Esta vez es uno con una extraña forma torcida. Ni siquiera tiene forma de pene humano. De éste en seguida se cansa Ozawa, sobre todo por el extraño descubrimiento que acaba de hacer. El socarrado pene de Messina está en posición semierecta.

"¡Vaya, vaya!" Exclama el verdugo, intentando reirse del italiano. "¿Es que acaso eres maricón?"

Aquello hace animarse a Ozawa, el cual también se desnuda de cintura para abajo. Messina puede ver su pene sin perlas incrustadas por dentro del prepucio. Un mafioso que no ha estado en la cárcel es un mafioso inteligente... o muy afortunado."

Ozawa se acerca a la cara de Messina y le librera de la mordaza de látex.

"¡¿Qué haces? ¿estás loco?" Grita Messina irritado por las vejaciones que le está haciendo padecer "En cuanto me libere te juro que..."

Messina volvía a estar silenciado, pero esta vez con un miembro de carne: el de Ozawa, el cual movía sus caderas al son del placer.

"Si cobrases por chuparla ganarías más que vendiendo mercancía adulterada" se burla Ozawa, el cual está comenzando a sentir escalofríos. Ése y otros comentarios despectivos más acerca de la moralidad sexual del italiano acompañan a la felación.

Ozawa mira hacia atrás. Ve que Messina va a izar la bandera.

"Vaya, vaya" murmura " así que a la puta le gusta que la maltraten ¿verdad?"

Ozawa saca el miembro viril de la boca de Messina, esta vez más grande y duro que cuando lo había introducido, y se acerca a la maleta. Del interior de ésta rescata otro juguetito: esta vez era una funda genital que alarga el pene unos ocho centímetros aproximadamente, con extraños grumos en las paredes de dicho cilindro, como si fuesen pinchos blandos. Comienza la tercera parte de la tortura, si así se le podía llamar.

Ozawa se calza aquel extraño calcetín, se acerca otra vez a Messina. Le penetra. Está un buen rato trabajando con la cadera, hasta que se cansa de aquella incomodidad genital, que no le deja maniobrar correctamente. Saca el armado pene del interior de las tripas de su enemigo, y se quita aquel armatoste.

"Fuera incomodidades" murmura el japonés.

Sin nada que le frene, Ozawa se folla a Messina por puro gusto. Su pelvis va a cien por hora, y sendos pulsos y respiraciones a ciento cincuenta. Ozawa siente desfallecer de placer, pero en el último momento saca su pene de Messina y eyacula en la zona anal de éste. Una vez termina de destilar semen y de rugir, vuelve a penetrarlo, esta vez para empujar ese líquido vital dentro de Messina. Mientras es regado analmente, el sodomizado también eyacula, sin necesidad de acariciarse el pene.

Después de la experiencia, los mafiosos intentan recuperar el aliento. Ozawa desamordaza a Messina.

"Bueno" comenta el japonés sintiendo aún vestigios de placer por su cuerpo. "¿Qué te ha parecido?"

El italiano pide a su captor que le desate. Acto seguido, las esposas liberan las italianas muñecas. Lo primero que hace el liberado es agarrar la almohada de la cama y golpear al otro hombre.

"Pero ¿cómo se te ocurre golpearme de esa manera?" Dice, iracundio, entre almohadazo y almohadazo, el italiano. "Y después, achicharrarme. ¡para que me hubiese pasado algo!!"

El japonés intenta defenderse verbalmente. Nada que ver con el carácter de minutos antes.

"Yo... me metí en el papel..."

Cesan los suaves golpes.

"Pues la próxima vez que hagamos una fantasía sexual yo seré el torturador y tú el otro!" Le reprende un hombre a otro.

Cuando se apacigua el pequeño ataque de ira, el temperamental italiano insta al japonés a meterse en la cama con él.

"pásame el arma" le pide.

El oriental obedece, dándole al italiano el revólver con el que antes le había amenazado. El gatillo es apretado, y una leve llama de gas aparece en el cañón de tan original mechero, encendiendo un cigarrillo de la italiana boca.

"¿Pero qué haces?" grita el japónés. "Aquí no se puede fumar".

El italiano mira a su compañero de alcoba desafiante pero relajado.

"Que me echen" le comenta, soltando una profunda bocanada. "Total, ya no vamos a volver aquí más".

El japonés se levanta de la cama y se acerca al minibar. Saca un cubito de hielo del pequeño congelador que tiene la nevera.

"¿Qué haces?" Pregunta el italiano.

El japonés se acerca a su pareja y le frota un buen rato con el cubito las partes de su cuerpo que la cera ha hecho estragos.

"Déjame compensarte al menos lo de la cera".

El italiano comienza a sentir alivio donde le escocía la piel mutilada, sobre todo cuando la lengua japonesa bebe las gotas que caen por el pecho "mal depilado" y acaricia los duros pezones. Una placentera sonrisa se dibuja entre la perilla.

"Pero ¿a que te ha gustado... después de todo?" Pregunta melosamente el japonés a su compañero de cama.

El europeo resopla, acordándose de algunos momentos.

"Desde luego; me encantan los dildos" contesta el otro. "¡Quiero decir... que donde esté una polla al natural que se quite lo demás... pero... bueno, ya me entiendes...!"

Ambos ríen. Se abrazan.

"¿Para cuando la próxima fantasía... y cuál?" Pregunta uno a otro.

Evidentemente, aquellas fantasías, breves pero muy intensas, formaban parte de la vida sexual de Shiro y Peppe. Lo que empezó siendo una alternativa a la rutina de cama de la pareja, aconsejada por un psicoterapeuta, para que dicho tedio no minase la relación, se fue convirtiendo paulatinamente, fantasía tras fantasía, en unas auténticas "superproducciones" sexuales.

Sólo de pensar en lo que les había costado, económicamente (sin hablar de plantearlo todo): el alquilar la limusina negra, la suite del hotel con ascensor privado, comprar trajes caros, las maletas, los juguetes, imprimir el dinero de mentira...

"No so sé, pero que sea o más fácil de hacer... o más barata".

Shiro mira hacia el ventanal de la torre, el cual le muestra unas vistas de la ciudad más que envidiables. Al final, lo que parecía una gran tormenta en el cielo ahora ha escampado completamente.

De repente, un golpe seco llama la atención de la feliz pareja.

"¿Y éstos?" Pregunta el oriental, señalando a la sala exterior de la suite. "¿Cómo se lo estarán pasando?"

La puerta del dormitorio se abre, dejando entrar algunos gemidos masculinos. Lo primero que entra a la alcoba es un enorme pene semierecto, seguido del cuerpo, completamente desnudo, donde está pegado: el del calvo Yago, llamado en realidad Domenico.

"¡Ey, pareja. ¿Os unís a la orgía?"

Los "mafiosos por un rato" niegan. Ahí están bien.

"Por lo que veo... aquí también habéis tenido fiestecita" dice el calvo con tono picarón.

Una peluda mano se cuela en la habitación, acariciando salvajemente el miembro del dotado ex- guardaespaldas. Éste sonríe.

"Bueno, requieren de mi presencia. No os molesto más. ¡Ciao!"

La puerta se cierra, volviendo a dejar solos y en tranquilidad a los amantes.

"Tenías que haberlos visto cuando fuimos de compras anteayer." Menciona el italiano, señalando a los integrantes de la orgía, cuando les llevó a aquellos a comprar lo necesario para los disfraces de guardaespaldas. "En plan locazas de la vida probándose gafas de sol. ¡Y en los probadores de la boutique y ni te cuento!".

Ambos ríen. Sus amigos y compañeros de gimnasio, que habían actuado de "extras" en la fantasía, sólo tenían que hacer su papel, y en cuanto "Los mafiosos" entraran a "cerrar el trato"... orgía.

"¡Oye!" Grita de repente Shiro, alegrándose. "Se me ha ocurrido la próxima."

Peppe se echa las manos a la cabeza.

"Miedo me das. Cuenta".

Pero eso ya es otra fantasía.