Órdago a todo
Cuatro amigos, aficionados al mus, se juegan en una partida el destino de un viaje que cambiará sus vidas para siempre.
* GRANDE ***
Como cada día entre semana, tras concluir la jornada universitaria, Samuel se dirigió al barrio de toda la vida, donde lo esperaban sus amigos.
-¡Buenas! – saludó con entusiasmo nada más ingresar en el bar.
-Ya era hora – contestó Julia, risueña.
-Anda, pide las cartas – solicitó Rebeca antes de que su amigo se adentrara más y se sentara a la mesa.
-Y a mí tráeme una cerveza, por fa – aprovechó Lolo la oportunidad.
Los cuatro veinteañeros siempre se reunían a última hora de la tarde, antes de ir a casa a cenar y dormir, en el bar de siempre para charlar mientras tomaban algo y jugaban su partidita de mus.
-Paso – Lolo declinó jugar a grande mientras le tiraba, con disimulo, un beso a su compañera Julia.
-Envido – apostó Rebeca.
-Envido más – subió la apuesta Julia.
-Quiero – aceptó finalmente Samuel, jugando de postre.
Aunque, tras el instituto, donde los cuatro habían compartido aula, sus vidas estudiantiles habían seguido por diferentes derroteros, los cuatro universitarios, que vivían en el mismo barrio, no habían perdido el contacto y su amistad se había mantenido.
-¿Habéis mirado lo del viaje? – preguntó Samuel mientras se repartían las piedras y los amarracos conseguidos por una y otra pareja.
-Tampoco hay mucho que mirar – contestó Rebeca – Lolo pilla el coche y a donde nos lleve la carretera.
-¿O es qué tú tienes pasta para algo más sofisticado? – rio Julia dirigiéndose a Samuel.
-Pero tendremos que decidir algún destino, ¿no? – se preocupó el conductor del vehículo.
Desde hacía tiempo el grupo se había planteado planificar unos días para hacer un pequeño viaje. Dado que sus vidas universitarias no les daba para hacer grandes alardes económicos, habían descartado destinos lujosos y habían concluido que la mejor forma de llegar allá donde fueran sería eludiendo carreteras con peaje.
-Estamos dentro – advirtió Lolo tras anotarse el tanto de la grande.
-¡Órdago a chica! – soltó Samuel.
-Jugador de chica, perdedor de mus – rio Julia a carcajadas mostrando sus tres ases.
-¡Pero pasa de la maldita chica! – se quejó Rebeca a su compañero de partida.
Samuel puso cara de no haber roto un plato en su vida tras perder el juego por su culpa. Aunque bromeó con Rebeca como en él era habitual, no pudo aplacar el fuerte carácter de su amiga. Mientras, Lolo aprovechó para robarle un inesperado pico a Julia como celebración por ganar el primer juego de la vaca. La mujer, sorprendida, no le dio mayor importancia.
-¿Y por qué no nos apostamos quién decide el destino del viaje? El que gane la partida elige – propuso Lolo.
-O sea, que si ganamos nosotros decide ella – bromeó Samuel señalando a su compañera y provocando las risas de los otros dos.
-Qué gracioso… - se burló Rebeca – Sí, claro… – ahora se dirigió a Lolo – lo dices cuando vais ganando.
-Pero si al final se hará lo que nosotras digamos – Julia buscó la complicidad de su amiga, consiguiéndola.
Tras cada una de las partidas de mus siempre había una apuesta y esta vez concluyeron que sería el poder tomar la decisión de a dónde irían de viaje. Aún se debían un montón de futbolines, copas u otras deudas de partidas anteriores. Al final nunca pagaban y una nueva partida servía para saldarlas o ampliarlas.
-Sí – al ser mano, Julia fue la primera en anunciar que tenía pares.
-Sí.
-No.
-Sí – concluyó Rebeca viendo cómo Samuel levantaba las cejas indicando que llevaba dúplex.
Julia observó a su compañero. Aunque Lolo no era un tío bueno, su aire de pillo le confiaba un tremendo atractivo. El joven moreno de pelo desarrapado tenía una labia y una forma de ser que le hacían triunfar con las mujeres. Julia siempre lo había calificado como un guaperas. Alguna vez se habían liado, pero las cosas no habían ido más allá. Demasiado mujeriego para su gusto.
Aunque estaba por la partida, sin dejar de decir tonterías y bromear todo el rato, Samuel no podía evitar embelesarse por el tremendo atractivo de Julia. La espectacular veinteañera lucía una melena larga, lisa y rubia. No solía vestir de forma discreta lo cual evidenciaba más sus mareantes curvas. Entre ambos había mucha confianza, tal vez demasiada para los gustos de Samuel. Ella le trataba como un amigo, aunque él alguna vez había intentado romper esa infranqueable barrera.
Samuel no destacaba físicamente para bien ni para mal. Era un chico del montón que compensaba con su carácter divertido y alegre. Rebeca no estaba enamorada de él, pero era consciente de que ella no podía aspirar a mucho más y pensaba que Samuel podía ser el hombre que la acompañara el resto de sus días. Nunca se lo había dicho, pero, mientras observaba a su compañero haciendo una de sus gracias a Julia, concluyó que no debía tardar demasiado en insinuarse.
Lolo no pudo evitar una ligera sonrisa mientras se fijaba en Rebeca. ¿Con cuántas tías se había acostado? Ya había perdido la cuenta. Pero jamás se le pasaría por la cabeza follarse a esa pequeñaja y regordeta mujer morena, de pelo corto y con gafas. ¿Tal vez si fuera la única mujer sobre la tierra? Rio para sus adentros. No, ni siquiera así, concluyó dejando de mirarla. Además, tenía demasiado carácter, algo que tampoco le gustaba demasiado.
-No hay mus – evidenció Lolo.
-¿Tienes la una? – preguntó Rebeca al mano, malhumorada.
-¡31! – se alegró Julia al ver las cartas de su compañero con las que conseguían ganar el juego, la vaca y la partida.
-Id pensando dónde queréis ir… ¡hijos de puta! – bromeó Samuel haciéndose el indignado, pero sin perder un ápice de su alegría.
Ahora fue Julia la que se sorprendió a sí misma levantándose para darle un beso en los labios a Lolo como premio por haber ganado la partida y la apuesta. Tanto Rebeca como Samuel se quedaron observando aquel cariñoso gesto y ambos supieron que la parejita acabaría liándose durante el viaje.
El destino elegido fue el norte de España. Habían encontrado un albergue económico que, a través de diferentes opiniones de Internet, tenía muy buenas referencias. Las fotos de la página web les hicieron acabar de decidirse.
A Julia le gustaba salir de fiesta, y saber que en aquella época estival muchos de los pueblos de la zona celebraban sus festejos populares le hizo decantarse por esa opción. Del mismo modo, Lolo sabía que en aquellas fiestas tendría la oportunidad de conocer muchas mujeres. Una pícara sonrisa se dibujó en su rostro cuando Julia le propuso la idea. Pero fue Rebeca quien finalmente dio su beneplácito. A pesar de haber perdido la apuesta, todos sabían que sin su consentimiento no podrían haber ido al albergue. A Samuel le pareció bien. Lo único que quería era disfrutar del viaje con la compañía de sus mejores amigos.
* CHICA ***
De camino a su destino, mientras Lolo conducía el viejo coche de su madre en dirección al albergue, Samuel les estaba contando una de sus múltiples anécdotas a las dos mujeres que se sentaban en los asientos traseros.
-Estábamos en plena caravana en Madrid. No sé, sería la M-30 o una de estas que siempre salen en las noticias.
-Eso ya lo has contado un montón de veces – se quejó Julia, risueña.
-¡Que no! – se exculpó el narrador – Que esto es nuevo.
Rebeca soltó un bufido, mostrando sus discrepancias.
-¡Vamos, chicas! Dejadle que termine… - le defendió Lolo.
-Pues eso… de repente miro para el lado y veo que, en el otro coche, un grupo de tíos nos está mirando sin parar. Nosotros los miramos y, como estábamos de cachondeo, pues nos pusimos a reír.
-¡Pero si esto ya nos lo has contado! – insistió Julia, que se reía sin parar.
-¿En serio? – sonrió Samuel, divertido al ver reír a su amiga – A ver, ¿cómo acaba la historia?
-Que tienes una puta foto del otro coche en el que sale un tío haciendo una peineta y otro abriendo la puerta para salir a meteros – soltó Rebeca con brusquedad.
-Vale – se puso serio – Tenéis razón. Ya os lo he contado.
Los cuatro amigos rompieron a reír. El viaje era largo, pero estaba siendo agradable gracias a la complicidad y buen rollo que reinaba entre ellos.
El albergue era tal y como se presagiaba al ver las fotos. Las dos habitaciones que los cuatro amigos compartirían eran espaciosas y limpias. No necesitaban mucho más. Tras descansar un poco, cenar y las correspondientes duchas, se dispusieron a salir por los alrededores, a las fiestas de uno de los pueblos cercanos.
-¡Joder! Estás tremenda. Si no fuéramos amigos te echaba un buen polvo – bromeó Samuel al ver cómo Julia se había arreglado.
La mujer sonrió debido al piropo, pero no contestó a su amigo. El ajustado tejano marcaba sus estilizadas piernas, terminadas en unas destacables botas negras, y la moderna camiseta abultada y la blanca de tirantes que llevaba debajo escondían uno de sus mayores atractivos. El maquillaje estilizaba su rostro y el soberbio contorno de ojos los resaltaba haciendo imposible mirarla y no enamorarse. Todo ello culminado con un peinado sólo posible gracias a la maravillosa melena rubia que atesoraba. El conjunto hacía de Julia una mujer espectacular que deslumbraba al resto de chicas. Samuel, observándola, pensó que era la viva imagen de una diva.
-¡Qué cojones! Deberíamos echar un polvo para celebrar que somos amigos – insistió.
-Déjate de bromas… - ahora Julia se tronchaba de la risa.
-¿Y si te dijera que no estoy bromeando? – aunque le costó, Samuel se puso serio.
-Samu…
-¿Por qué no? – insistió.
-No me hagas decírtelo.
Pero la mirada insistente de Samuel obligó a Julia a dejárselo bien claro. No era la primera vez que lo hacía.
-Lo siento, pero ¿tú te has visto? Eres simpaticote y tal – sonrió – Y no diría que eres feo, pero… lo siento, no me pones nada. ¿Y me has visto a mí? – le regaló una pose de modelo, exhibiendo su belleza – Creo que puedo conseguir algo mejor… - sonrió dulcemente, mirando el desdibujado cuerpo de su amigo, mientras inculcaba el veneno en las venas de Samuel.
-Ya… bueno… tenía que intentarlo… - sonrió nuevamente – Estás tan buena que valía la pena correr el riesgo de ser rechazado… otra vez.
La mujer volvió a reír cuando Lolo hizo acto de presencia.
-¡Joder, Julia! Podías ser un poco más discreta. Con esas pintas no voy a tener ojos para ninguna otra…
-Más te vale – sonrió tontamente mientras le daba un pico a Lolo y se alejaba de la estancia.
-Esta noche me la follo – le soltó a Samuel, sin ningún rubor, el golfo veinteañero, mientras seguía los pasos de su amiga, alejándose del joven rechazado.
A Julia le sabía mal ser tan cruel con su amigo, pero no era la primera vez que intentaba algo con ella y creía que la contundencia de sus palabras era la mejor forma de pararlo. Estaba ensimismada en esos pensamientos cuando sintió los fuertes brazos que la rodearon por la cintura y el masculino torso restregándose contra su espalda.
-¿Se puede saber qué haces? – giró la cabeza para encontrarse con el pícaro rostro de Lolo.
El chico no perdió la ocasión para besarla. Mientras Julia se daba la vuelta, encarándose con su afortunado amigo, ambos se comieron la boca apasionadamente. Las manos de él recorrieron el cuerpo de ella, recreándose en las nalgas, acariciándoselas al tiempo que la atraía hacía sí, haciéndole sentir el paquete en su bajo vientre.
-Vas a joderme el maquillaje – se quejó Julia.
Lolo sonrió levemente, levantando únicamente una comisura de sus labios.
-¿Llevas medias? – bromeó ella, haciendo referencia a la seña del mus – Yo lo único que he notado ha sido el pito – y le sobó el paquete sin dejar de sonreír.
Lolo aprovechó para volver a saborearle la boca y seguir magreándola a conciencia. Mientras la guapa pareja se enrollaba, Rebeca iba en busca de Samuel.
-¿Preparado para salir de marcha?
-¡Y tanto! Esos dos creo que ya están preparando motores – bromeó haciendo referencia a Julia y Lolo.
-Igual no deberían ser los únicos…
-¿Qué quieres decir? – se sorprendió Samuel.
-Pues que tú y yo también podíamos darnos un homenaje…
Samuel rio a carcajadas.
-Me estás vacilando…
-¿Desde cuándo hago yo ese tipo de bromas? Escúchame, no voy a perder el tiempo con esto. Si quieres bien y sino pues nada.
-¡Joder, qué carácter! No es eso, es que mira… Julia acaba de rechazarme, ¿sabes?
-No me digas… - se enfadó.
-Sí. Y como comprenderás no estoy para muchas alegrías…
-Tú eres idiota. Vas detrás de ella como un perrito faldero y será el otro quien se la tire. No sé qué esperas conseguir. Está claro que nunca obtendrás nada de ella ni de ninguna que esté buena. Las guapas son así, qué le vamos a hacer. Sin embargo, nosotros somos amigos, nos llevamos bien y, reconozcámoslo, no podemos aspirar a mucho más – sonrió con cinismo – C’est la vie .
-¿A quién se la viste? – bromeó provocando un gruñido de desesperación en Rebeca.
-De verdad, eres incorregible.
-Podríamos hacer una promesa.
-¿A qué te refieres?
-Esperamos a los 30. Si a esa edad los dos seguimos solteros, seremos pareja.
-¡Qué gilipollez! – espetó mientras se alejaba malhumorada.
-Es una especie de seguro para no acabar solos. ¿Qué me dices? – insistió viendo a su amiga alejarse.
-Está bien… - se resignó, contestando a lo lejos, sin girarse para observar a Samuel.
Los cuatro amigos salieron juntos del albergue para coger el coche y dirigirse a uno de los pueblos donde celebraban las fiestas. Al llegar se dispersaron. Mientras Lolo ligaba y se enrollaba con la mayoría de tías buenas que se cruzaba, Samuel se divertía bebiendo y bailando al ritmo de la música de la orquesta que la alcaldía había contratado. Por su parte, Julia y Rebeca jugaban a calentar al personal. La rubia tonteaba con algún que otro tío y, cuando este iba como una moto, se alejaba con cualquier excusa dejándolo a solas con Rebeca, quien le daba algún corte para que dejara en paz a Julia.
-Perdona, ¿has visto a Mercedes? – le preguntó un extraño a Lolo. Antes de que tuviera tiempo de contestar, el desconocido veinteañero, que parecía desesperado, se alejó agregando: - Lo siento, te había confundido con otro.
Lolo no le dio mayor importancia y volvió a besar a la pelirroja que se había ligado. Solo el follón que se produjo varios minutos después le alteró de sus quehaceres. Al acercarse al lugar del que provenían los gritos observó cómo el hombre que le había preguntado por una tal Mercedes se retorcía en el suelo. Al parecer se había peleado con el joven bestia que se alzaba ante él. Lolo no quiso problemas y se alejó mientras se daba cuenta de que había perdido a la pelirroja. “Mejor, así voy a por otra”, pensó.
-Parece que no te da todas las atenciones que te gustaría – Rebeca pilló a Julia observando a su pícaro y común amigo morreándose con una guapa morena.
-La nuestra es una relación… extraña – sonrió.
-No sé cómo te puede gustar un tipejo como Lolo. Es imposible saber con cuántas tías se habrá liado.
-Tiene su encanto – Julia sonrió ensimismada – Y su experiencia – ahora rio, divertida por las travesuras que recorrían su mente.
-¿Y no te molesta verle con otras?
-Lolo es como es y precisamente por eso nunca llegaremos a nada. Pero me lo paso bien con él. En todos los sentidos… tú ya me entiendes.
-Sí, claro… me imagino…
Samuel había bebido demasiado. El joven no se tenía en pie y fue el motivo por el que el grupo decidió retirarse al albergue antes de tiempo. Tras la vomitona, el camino a pie hasta el coche hizo que se espabilara ligeramente.
-Me lo he pasado… de pita madre, hip – soltó Samuel, ya postrado en el asiento del copiloto mientras Lolo conducía de vuelta.
-¿Pita? – sonrió Julia, burlándose de su amigo que no vocalizaba del todo bien debido al alcohol ingerido.
Ni corto ni perezoso, Samuel alargó el brazo para tocar la bocina del coche.
-¿¡Qué haces!? – se quejó el conductor.
-Ma dicho que… que pite – bromeó provocando las risas de las dos mujeres.
-Pues no vuelvas a tocarme el pito. Eso es solo cosa de mujeres – Lolo miró por el retrovisor, buscando la cómplice mirada de Julia. La encontró y, como respuesta, recibió una amplia y sincera sonrisa llena de picardía.
-Ah ¿sí? – Rebeca se inclinó hacia delante, para sobar el torso del conductor – Entonces, ¿a mí me dejarías tocártelo?
En aquella broma escondió sus intenciones de poner a prueba a sus tres amigos. ¿Sería capaz de hacer ver a Samuel que podía perderla? ¿Conseguiría poner celosa a Julia metiéndole mano al tío con el que pensaba liarse al llegar al albergue? ¿Lolo mantendría su pose chulesca y no la detendría permitiendo por primera vez contacto físico entre ambos?
-A ti y a cualquiera de las que estáis en el coche – siguió tonteando con Julia a través del espejo retrovisor.
La mano de Rebeca había alcanzado las abdominales de Lolo y, poco a poco, seguía bajando. Estaba convencida de llegar hasta el final. Le sobraba carácter para cometer esa locura sin pensar en las consecuencias.
-Julia, hip, ¿tú no… tieres tocar otro cláson? – bromeó Samuel, acariciándose el paquete.
-¡No seas cerdo! – le recriminó la rubia.
-No serás la primera que me la sobe esta noche – casi le susurró Lolo a Rebeca, provocándola.
-Menuda novedad… – soltó mientras adentraba la mano en los pantalones del conductor, acariciando un pubis completamente rasurado – Esto parece de un niño pequeño – le quiso picar al notar que no tenía un solo pelo.
-Sigue bajando y verás que no es de un niño precisamente…
Lolo empezaba a estar incómodo. En absoluto quería que la sebosa mano de su amiga le tocara el pene, pero tampoco quería acobardarse ante ella. Lo que más le jodía era que aquel estúpido juego le estropeara los planes con Julia. No sabía con cuántas se había enrollado esa noche, pero pensaba culminarlo follándose a su amiga rubia. Estaba envuelto en esos pensamientos cuando sintió la mano que le asió la polla.
-¡Hostia! – se sorprendió Rebeca.
-La cuva… ¡La curva! – gritó Samuel, pero era demasiado tarde.
-¡Lolo! – Julia intentó hacerlo reaccionar, sin lograrlo.
El conductor dio un volantazo intentando domar el coche mientras tomaba aquella cerrada curva. Las ruedas comenzaron a chirriar mientras los viajeros gritaban viendo pasar los árboles a toda velocidad y se agarraban donde podían. Definitivamente, el coche perdió la estabilidad y dieron la primera vuelta de campana. Después la segunda y luego se volvió todo negro.
* PARES ***
-¿Hola? – balbuceó Samuel al abrir los ojos.
El color blanco le hizo daño a la vista. Tras unos segundos, se acostumbró a la claridad del lugar.
-Hola – repitió.
-¡Doctor! ¡Doctor! – gritó la madre de Samuel – ¡Se ha despertado! ¿Cómo estás, cariño? – ahora se dirigió a su hijo.
-¿Dónde estoy? – preguntó, aturdido.
-En el hospital.
De repente, recordó lo sucedido. El viaje, el albergue, la fiesta, el coche, sus amigos, la curva… ¡Julia!
-¿¡Qué ha pasado!? ¿Dónde están los demás? ¿Julia está bien?
-Buenos días, Samuel. Soy el doctor Vilchez – se presentó el médico – Quiero que te tranquilices. Sé que tienes muchas preguntas y ahora vamos a responderlas.
Pero Samuel no podía tranquilizarse. Algo le decía que estuviera alerta. El rostro desencajado de su madre lo decía todo… algo no iba bien.
-Por favor, déjenos a solas – solicitó el médico a la mujer que había estado junto a su hijo día y noche.
-¿Qué ocurre, doctor? – preguntó Samuel desconsolado, viendo cómo su madre se alejaba a través de la puerta de la aséptica estancia - ¿Por qué no puedo mover las piernas?
El trauma sufrido por el accidente de coche había ocasionado una lesión torácica incompleta que, aunque Samuel podía llegar a tener algo de sensibilidad por debajo del nivel de la lesión, impedía su movilidad de abdomen para abajo.
Al paciente, aquella noticia le pareció irreal, tan desagradable que no podía ser cierta. Todos sus temores se desvanecieron y en su mente solo quedó una sensación de angustia y ahogo. El calor, fruto de la incomodidad de no poder moverse, se agolpó en su cabeza, acercándole a un inminente desmayo.
-¿Te encuentras bien, Samuel? – se interesó el doctor.
-Me estoy mareando.
-Tranquilo, en seguida viene una enfermera – pulsó el botón de la habitación – Sé que la noticia es dura, pero necesito que estés tranquilo. En cuanto te veas preparado, hablaremos de tus posibilidades. Son muchas, ¿sabes?
El médico pretendía ser amable, pero eso no reconfortaba a Samuel. ¿Qué iba a ser de su vida a partir de ahora? Ni siquiera se acordó de Julia. Solo pensó cómo coño se levantaría de la cama para ir a mear. Ese pensamiento le nubló la visión, inundándola de lágrimas, pero se esforzó en no soltar ninguna. Al parpadear, una se escapó de su ojo, deslizándose por su rostro, acariciándole la piel. Una imperceptible sensación que no volvería a tener de cintura para abajo.
Quería estar solo. Le daba vergüenza que lo vieran en ese estado. Se había quedado minusválido sin poder hacer nada, de la forma más absurda. Él solo estaba sentado en un coche y, de repente, era un parapléjico, y se avergonzaba de ello. No quería dar explicaciones, ni tener que sonreír para intentar animar a los que se preocuparan por su estado. Tampoco quería escuchar los ánimos de los indeseablemente optimistas. Solo quería pensar. Unos pensamientos que le amargaban la existencia, pero que no podía evitar. Cada vez que sonaba el móvil sentía ganas de llorar. Nunca contestaba las llamadas. No quería hablar con nadie. Solo, tal vez, con Julia.
Aunque sabía que debía pasar por eso, Rebeca no era capaz de tranquilizarse. ¿Cómo iba a poder mirarle a la cara? Habían quedado para ir a visitar a Samuel, pero ella se sentía culpable por lo sucedido. “Yo no conducía” se decía continuamente a sí misma, pero era incapaz de creérselo. Ella era la que estaba molestando al conductor, a Lolo, manoseando aquel falo… no podía quitarse la imagen de esa situación de la cabeza. La culpabilidad la atormentaba.
Lolo estaba enfadado consigo mismo y con el mundo. ¿Por qué cojones tenía que haber pasado aquello? No había sido culpa suya. Él era el que siempre conducía y, por tanto, solo él podía tener un accidente de coche. Eso le parecía injusto. Y por esa injusticia ahora un amigo yacía en la cama de un hospital esperando un destino de mierda, postrado en una silla de ruedas. Maldijo a Rebeca por aquel jueguecito de meterle mano.
Julia estaba desesperada. Estaba preocupada por sus amigos. Por primera vez había visto llorar a Rebeca. Un escalofrío recorrió su cuerpo al ver cómo su decidida amiga se derrumbaba ante ella, sintiéndose culpable por lo sucedido. Del mismo modo, el tonteo que siempre había recibido por parte de Lolo se había convertido en una fría indiferencia, casi rozando el desprecio. Había podido sentir cómo se le encogía el corazón cuando su amigo le gritó por primera vez en la vida.
-Samuel, han venido tus amigos – le hizo saber su padre – Os dejo solos.
-No me apetece verlos… - el rostro demacrado del paciente lo decía todo.
-Lo sé, hijo, pero ya lo hemos hablado. Debéis pasar por esto. Si necesitas cualquier cosa, estaré fuera.
Samuel contuvo una lágrima, que se escapó al ver entrar a Julia. Tras ella, Rebeca y, por último, Lolo.
-No llores, tonto – Julia se acercó rápidamente para recoger la lágrima que recorría el rostro de su amigo, acariciándolo cariñosamente.
El corazón de la hermosa rubia se paralizó al ver la enorme tristeza que su amigo desprendía. Era terriblemente chocante ver el sufrimiento de una persona que hacía tan solo unos días no paraba de bromear. Ella misma tuvo que aplacar sus sentimientos, guardarse el llanto y fingir una de sus mejores sonrisas.
-Me alegra ver que vosotros habéis salido bien parados del accidente.
-¿Nos lo estás echando en cara? – repuso el conductor, indignado.
-¡Lolo! – se lo recriminó Julia.
-No, si en parte tiene razón – continuó – Si no hubiera sido por la gilipollas de Rebeca nada de esto habría pasado.
-Lolo, por favor… - ahora Julia no pudo evitar las primeras lágrimas.
Rebeca no abrió la boca. Solo comenzó a llorar y salió corriendo de la habitación.
-Tío, no seas injusto con ella – Samuel quiso aplacar la situación.
-Injusto es que yo estuviera al volante.
-Eres un imbécil – se quejó Julia golpeando el pecho de su amigo.
El silencio se adueñó de la estancia, solo roto, tras unos instantes, por la presencia del padre del paciente.
-¿Va todo bien? He visto salir corriendo a Rebeca – Nadie dijo nada y, tras unos segundos, añadió: – Será mejor que dejemos a Samuel descansar un poco.
-Sí, será lo mejor – la voz de Julia se quebró ante aquellas palabras. Le rompía el corazón el cómo había ido todo. Desde que supo de la invalidez de su amigo había soñado miles de veces con ese nuevo encuentro y jamás pensó que pudiera ser tan nefasto.
-¡Julia! – Samuel llamó la atención de su amiga mientras su padre les invitaba a marcharse.
-¿Sí?
-¿Volverás a verme?
-Pues claro que volveremos a visitarte.
-No, me refería a… tú sola.
-¿Y por qué quieres que te visite yo sola? – preguntó inocentemente, aunque ya se temía la respuesta.
-Da igual, déjalo. ¿Para qué querrías venir a ver a solas a un tullido como yo?
-¡No digas eso!
-Pero si es la verdad… - contestó apagado, melancólico.
-No es cierto – y tras una breve pausa, añadió: - Además, ya tenía pensando venir a hacerte una visita yo sola – mintió, sonriéndole.
Aunque en circunstancias normales la imagen de aquella diva irradiando toda su belleza le habría reconfortado de cualquier mal, en aquella ocasión la visión de su preciosa amiga le hizo entristecerse aún más. Antes era imposible tenerla, pero ahora simplemente no podría disfrutar ni de su amistad. Ahora no era más que un despojo del que ella se olvidaría, como un trapo sucio que es mejor tirar antes que lavar. Ahora daba pena y supo que no la volvería a ver más.
Tras la aciaga visita al hospital, Rebeca había caído en una depresión. Era incapaz de aceptar lo sucedido y se negaba a ver a Samuel. Inconscientemente creía que su rechazo se debía a la minusvalía de su amigo y eso aún la atormentaba más.
Por su parte, Lolo no había vuelto a enrollarse con ninguna otra mujer. No podía quitarse de la cabeza todo lo sucedido y eso le impedía usar sus dotes comunicativas para encandilar a las mujeres como había hecho siempre. Eso le frustraba y sacaba su mal humor.
Julia se enteró de que iban a darle el alta a Samuel y decidió hacerle una nueva visita. Pensó que ir sola sería lo mejor. No quería que Lolo volviera a montar un numerito y Rebeca rechazaba la posibilidad de ver al desvalido paciente. Además, así ella cumpliría la promesa de visitarle a solas.
-¿Cómo estás? Tienes que ponerte las pilas que pronto quedaremos para echar un mus – intentó ser amable para hacerle sonreír, quitándole importancia y dramatismo a la situación.
Aunque no sonrió como ella esperaba, Samuel se alegró por la presencia de su amiga. Si bien seguía pensando que tarde o temprano perderían el contacto definitivamente, al menos había cumplido la promesa de volver a visitarle.
-Gracias por venir.
-Gracias a ti por querer que viniera.
-He estado pensando mucho.
-¿En serio? Debe dolerte la cabeza… - por más que lo intentaba, no conseguía sacarle una sonrisa y eso la estaba matando.
-Sí, bueno, es lo que tiene estar postrado en esta maldita cama, que tienes mucho tiempo para pensar.
-Ya… - aquella desidia estaba pudiendo con ella.
-Son muchas las cosas a las que voy a tener que renunciar. Demasiadas…
Julia quería encontrar las palabras adecuadas, aquellas que le hicieran sentir mejor, que recuperaran al Samuel de siempre, pero no las encontraba, porque no existían.
-¿Y sabes cuál es una de ellas?- preguntó Samuel, sin esperar respuesta.
-No – fue sincera, incapaz de pensar en lo que pasaba por la mente de su amigo.
-No volveré a tener sexo jamás – las palabras salieron mordidas de entre los labios temblorosos del parapléjico.
Nuevamente el corazón de Julia se empequeñeció ante el semblante cariacontecido de su amigo.
-Samu… yo… no sé qué decir…
-Normal.
-¿No… no sientes nada? Ya me entiendes…
-No, no es eso. A veces siento que algo se mueve por ahí abajo…
Julia rio. Por un momento pensó que Samuel estaba bromeando como antaño, pero solo fue un espejismo. El rostro adusto y triste de su amigo le hizo saber que hablaba en serio.
-El problema es… – prosiguió - ¿quién va a querer hacer algo con un tullido?
-No quiero que vuelvas a usar esa palabra.
El incómodo silencio se adueñó de la habitación. Samuel no tenía nada más que añadir. Solo quería compartir su mayor preocupación con su mejor amiga. Sin embargo, Julia sí tenía muchas cosas que decirle, pero ninguna era lo suficientemente agradable como para no hacerle daño.
-Ahora no deberías pensar en eso… - dijo al fin la mujer.
-Claro… - se resignó ante esa respuesta.
-Llegado el momento… no sé… tal vez Rebeca…
-¿Rebeca? Ya…
-Samuel, no puedes pretender que yo… no puedes hacerme eso. Es injusto.
-No pretendo nada de ti. No lo pretendía antes del accidente, ahora menos.
-Bueno – forzó la sonrisa – antes del accidente sí lo pretendías.
-¿Y por qué ahora tendría que ser diferente?
La había desarmado. Samuel tenía razón. Observó las piernas de su amigo, tapadas bajo la fina tela de la sábana de hospital y, completamente seria, le contestó melancólicamente:
-Tienes razón, Samuel. Lo siento, pero ahora nada tiene porque ser diferente.
Esa misma noche, el móvil de Julia comenzó a sonar a altas horas de la madrugada.
-¿Sí?
-Julia, soy yo.
-¿Qué coño haces llamando a estas horas?
-Necesito verte.
-¿Y no podías esperar a llamar por la mañana?
-¡No, mierda! – le contestó Lolo de malas maneras – Necesito verte ahora.
-Está bien, pero cálmate. ¿Qué te pasa?
-¿Te he dicho que tenga ganas de hablar? Quiero verte. Punto.
-Vete a la mierda – y colgó.
A pesar de lo mal que la trataba, Julia no pudo evitar salir hacia la casa de los padres de Lolo. Sabía que lo estaba pasando mal y que esa era su forma de exteriorizarlo.
-¿Qué quieres? – le preguntó con desgana cuando su amigo le abrió la puerta.
-Pasa. Necesito que me hagas un favor.
-¿Qué clase de favor?
-Quiero acostarme contigo.
-¿¡Qué dices!? – se sorprendió.
-Lo necesito. Desde que tuvimos el accidente no he vuelto a estar con ninguna mujer. Creo que todo esto me ha causada un trauma. Aquella noche tú y yo íbamos a acostarnos. Creo que si follamos habremos cerrado el círculo y todo volverá a la normalidad. ¿Qué me dices?
-Te digo que, sin duda, has perdido todas tus facultades para ligar con tías.
-¡Mierda! Eso es precisamente lo que me pasa. No tengo ganas de hacerlo y cuando lo hago no sé qué decir.
-Si quieres cerrar el círculo vete a ver a Rebeca y pídele perdón por haberla acusado de ser la culpable de lo sucedido.
-Es que es la culpable.
-Me da igual. Si quieres algo conmigo primero tendrás que arreglarlo con ella. Espabila.
-Eres una zorra hija de puta… Aquella noche no te resististe tanto…
-En serio, Lolo, será mejor que me vaya si quieres volver a verme.
-¿Qué es lo que quieres, que me masturbe? – alzó la voz, indignado, mientras Julia se alejaba hacia la salida.
-¡Chis! – le pidió silencio – Que vas a despertar a tus padres… Por mí como si te la pica un pollo, pero ve a ver a Rebeca y arréglalo.
El día a día de Samuel no era fácil. Postrado en la cama, el escaso control que tenía sobre su tronco le impedía hacer absolutamente nada sin ayuda. Debía ir al hospital para trabajar las posibles mejoras con los fisioterapeutas, pero la desidia que la situación aún no asimilada le ocasionaba le hacía quedarse en casa compadeciéndose a sí mismo.
Las esporádicas visitas de Julia eran lo único que le animaba ligeramente. La recibía con moderado entusiasmo, pero verla partir sin conseguir nada más que la promesa de una nueva visita le dejaba más chafado que antes de verla.
-Siento una enorme responsabilidad – sonrió Julia.
-¿Por qué? – se interesó Samuel.
-Tus padres acaban de dejarme a solas contigo. Han aprovechado mi visita para salir a un recado.
-¿Qué clase de recado?
-No sé, pero me han dicho que llegarán tarde. Tenemos toda la tarde para nosotros – amplió su sonrisa, aún con la esperanza de volver a verlo sonreír.
-Pues lo siento…
-¿Por qué?
-Te aburrirás toda la tarde conmigo, aquí sin poder moverme.
-No digas idioteces. Yo pensaba que me ibas a invitar a bailar – rio, temerosa.
-No tiene gracia.
-Vale, perdona. Solo quería… da igual.
Empezaba a estar acostumbrada a esos chascos. Había intentado de todas las maneras posibles alegrarlo, hacerle sonreír, provocarlo para que soltara todo el humor que tenía dentro. “¡Mierda! Eso no se puede perder de un día para otro”, pensaba.
-¿Qué te parece si te cuento algo sobre las clases de la universidad? – Julia intentó amenizar la conversación.
La mujer, al no recibir contestación, dubitativa, comenzó a hablar. Pero, tras un par de minutos, Samuel la interrumpió.
-No puedo masturbarme.
-¡¿Qué?!
-Que no puedo mast…
-Sí, te he oído, pero… ¿a qué viene eso?
-¿No te parece triste?
-¿Sabes lo que me parece triste?
-¿El qué?
-Es igual, nada…
-No, dímelo – insistió él – No puede haber nada más triste que el no poder masturbarse.
Julia rio, pero rápidamente se puso seria, sabedora de que el nuevo Samuel ya no bromeaba.
-¿Es que no te llegas? – bromeó ella.
-Aunque tenga ganas, no siempre se me pone dura…
-Vale. Stop. Creo que no quiero saberlo…
-¿No eres capaz ni siquiera de escucharme?
-Samu… no creo que esté bien…
-Claro…
El gesto del paralítico la hizo estremecerse. Samuel era la viva imagen de un hombre derrotado, hundido, incapaz de asimilar su tragedia para poder recomponerse y vivir una nueva vida. ¿Qué le estaba pidiendo? Solo un poco de comprensión, solo escucharle. No era para tanto.
-Está bien, perdona. Cuéntame. Pero no hace falta que entres en detalles – sonrió mientras se sentaba a su lado, acariciándole uno de los brazos.
-Ya es bastante humillante para mí contarte esto, pero no tengo confianza con nadie más.
-¡Ey! De humillante nada… sea lo que sea – le animó, al mismo instante que se arrepentía de sus propias palabras.
-Ahora mismo tengo ganas de tocarme… - Julia se esforzó por no cortarle y se esmeró en mantener el semblante alegre - … pero no sé si conseguiría tener una erección.
Instintivamente, la mujer miró la entrepierna de su amigo. No parecía haber señales de vida. No supo si aquello era bueno o malo.
-No pensarás tocarte, ¿verdad? – preguntó Julia, temerosa.
-No. Pretendo que lo hagas tú.
-¿¡Perdón!? – se levantó, separándose de su amigo y matándolo con la mirada.
-Espera, no te alteres. Solo quiero que me toques los pies, las piernas… yo no puedo inclinarme y no llego. Solo quiero tener la percepción de las partes sensibles de mi cuerpo.
-¡Joder! Me habías asustado – evidenció con gracia, pero ni por esas vio sonreír a su amigo.
Mientras Julia palpaba con sumo cuidado los pies del inválido, Samuel iba negando con la cabeza. No fue hasta alcanzar los tobillos cuando el disminuido físico reaccionó positivamente.
-A veces he conseguido empalmarme – prosiguió la conversación mientras Julia iba manoseando el resto de las extremidades - ¿Pero sabes por qué no puedo culminar la paja?
-¿Por qué? – se interesó ya sin darle demasiada importancia a la conversación, mientras sus manos palpaban los atrofiados muslos de Samuel.
-Porque no podría limpiarme.
Julia levantó la mirada y, con una medio sonrisa, miró a su amigo. Movió la mano ligeramente hasta alcanzar la parte interna del muslo, justo donde ambos músculos descansaban pegados el uno con el otro.
Aquella ladina mirada de la diva que Samuel tenía por amiga le llegó al alma. Una súbita sensación le recorrió el cuerpo, desde los mismos muslos que Julia estaba acariciando hasta el cerebro que, en un acto reflejo, debió mandar la señal.
-Ahí, ahí lo noto – confirmó Samuel al tiempo que el pene iba adquiriendo cierta rigidez.
-Ya lo veo – sonrió Julia, apartando la mano y separándose de su amigo.
La mujer no pudo evitar fijarse en la pequeña tienda de campaña que se había alzado bajo la sábana que cubría el inanimado cuerpo de Samuel.
-¿Quieres que te deje a solas? – se preocupó por la intimidad de su amigo.
-¿Por?
-Por la empalmada.
-Sinceramente, no. Aunque me muero de la vergüenza.
-Bueno, no es algo de lo que debas avergonzarte. Al contrario.
-¿Qué me ibas a decir antes?
-¿Antes, cuándo?
-Antes. Cuando… me ibas a decir lo que te parecía triste.
Julia sonrió.
-La otra noche, de madrugada, me llamó Lolo.
-¿Qué quería?
-Acostarse conmigo.
-Como yo.
-Más o menos – Julia volvió a reír.
-Te has acostado alguna vez con él.
-¡No!
-Pero te habría gustado…
-¿De verdad quieres saberlo?
-Sí.
-No creo que esta conversación te haga bien.
-¿Crees que hay algo que me pueda hacer más daño que esto? – se señaló las inservibles piernas.
-Sí. Yo – le sonrió con melancolía.
-Dímelo.
-Prométeme que volverás a sonreír.
-Si me prometes que me contarás todo lo que quiera saber.
-Eso requiere más que tu sonrisa. Quiero que vuelvas a ser el de antes.
-No puedo prometerte eso.
-Prométeme al menos que lo intentarás.
-Dime, ¿te habría gustado acostarte con Lolo? – forzó una falsa sonrisa.
-Sí. Íbamos a hacerlo la noche del accidente. Pero las cosas han cambiado mucho desde entonces.
-Dímelo a mí.
-¡Eso es! Vas por buen camino – sonrió ante la leve insinuación de sarcasmo por parte de Samuel.
-Entonces, sigue respondiendo. ¿Has hecho algo más que enrollarte con él?
-Sí.
-¿El qué?
Julia se detuvo un instante, sopesando la conveniencia de confesar aquello. Aunque no era su intención, se lo había prometido a Samuel y, ahora mismo, lo único que quería era recuperar a su amigo de siempre. Se armó de valor y respondió.
-Aquella noche, antes de salir de fiesta, se la chupé.
De forma imperceptible para Julia, la polla de Samuel dio un respingo al oír aquella confidencia. Disimuladamente, el hombre deslizó un brazo bajo la sábana.
-¿Y te gustó?
-Sí – tras unos segundos, aseveró: – Mucho.
-¿Cómo la tiene?
-¿¡Qué!? – se sorprendió ante aquella nueva pregunta.
-Que cómo tiene la polla. ¿Es grande…?
En otras circunstancias Julia se habría reído, pero la situación empezaba a ser de todo menos cómica. El recuerdo de aquella excitante mamada, la prohibida confesión y la evidente y halagadora empalmada de Samuel formaban un cóctel demasiado peligroso.
-¿De verdad te interesa saberlo?
-Me gusta saber lo que te gusta.
-Pues… – un leve y casi imperceptible suspiro surgió de la garganta de Julia – la tiene gruesa, bastante gruesa. En general se podría decir que la tiene bastante grande. Es u…
-¿Puedo tocarme? – casi balbuceó Samuel, con la mano rodeando su erecto pene.
-¡Joder! Claro que no. Si lo haces dejaré de contarte estas cosas.
-Está bien… - el inválido se esforzó por retirar la mano de su sexo – Dime, ¿te cabía toda la en boca?
-¿Qué clase de pregunta es esa? – se alteró, mas respondió sin esperar contestación de Samuel: - Pero no. Ya te he dicho que la tiene bastante grande y gruesa.
-¿Te gustan grandes?
-Bueno… supongo que sí. Pero no es relevante o estrictamente necesario.
-¿Se corrió en tu boca?
-Iba maquillada. Bastante me jodió tener que retocarme el pintalabios – sonrió – Así que no, apunté hacia fuera.
-¿Te hizo él algo a ti?
-No nos dio tiempo a mucho más. Digamos que Lolo tiene bastante aguante y estuve un buen rato chupándosela. Rebeca y tú nos interrumpisteis – volvió a sonreír, ahora melancólicamente.
-¿Te gustaría tocarte ahora?
-¿¡Cómo!? – se sorprendió nuevamente.
-Si quieres puedes hacerlo.
-Creo que ya es suficiente, Samu. Por hoy creo que ya está bien.
Se sentía acalorada. Evidentemente tenía ganas de masturbarse, pero no pensaba decírselo a su amigo.
-Pues yo sí tengo ganas de tocarme – confesó Samuel.
-No hace falta que lo jures – sonrió observando nuevamente el leve alzamiento de la sábana a la altura del paquete de su amigo.
-Te conté antes que no puedo masturbarme, ¿verdad?
-¿Y qué quieres que haga yo al respecto?
-No lo sé, pero necesito hacerlo y no quiero manchar nada que tengan que limpiar mis padres.
-Ya sé, en seguida vengo – convino, risueña, mientras se alejaba.
-¿Dónde vas?
-¡A por un preservativo! – contestó a lo lejos.
Julia pensó que sería buena idea que Samuel se colocara un condón para masturbarse. De ese modo podría pajearse hasta correrse sin temor a las consecuencias. Ella misma se encargaría de deshacerse de las pruebas. Cuando la rubia volvió con la caja de preservativos que había comprado en la farmacia, no se podía creer lo que vieron sus ojos.
-¡Mierda! ¿¡Qué has hecho!? – se alteró al ver la sábana que cubría el cuerpo de Samuel llena de lefa.
-Has tardado mucho, joder… no me he controlado… me has excitado demasiado.
-¡Hostia! ¿Y ahora qué?
-Tendrás que limpiarme.
-¡No jodas!
-Por favor… si mis padres me ven así… me moriré de la vergüenza.
-¿Y yo qué? ¿Qué crees que pensarán que hemos hecho?
-¿Es eso lo que te preocupa? Ya lo entiendo…
-No es eso… escucha… yo… solo… no quiero que tus padres piensen mal, ¿vale? ¿Y si no me dejan volver a quedarme a solas contigo? – lo cameló para tranquilizarlo.
-Entonces, ¿me limpiarás?
-Qué remedio…
Julia asió la sábana y tiró de ella. Ante sus ojos aparecieron unos calzoncillos negros manchados de goterones de semen. Los muslos de Samuel también estaban impregnados del viscoso líquido. Con delicadeza, agarró la ropa interior masculina y comenzó a sacársela, descubriendo un bosque de oscuros pelos bañados en abundante esperma.
-¡Joder! Menuda corrida. Se nota que hacía tiempo que no descargabas.
A Samuel le hizo gracia, pero no se rio. Estaba demasiado nervioso por mostrar sus encantos a su amiga. Sabía que su entrepierna no le iba a parecer gran cosa y más comparándola con la de Lolo. Temeroso e insensible, se dejó hacer.
Julia retiró definitivamente los calzoncillos de su amigo descubriendo un pequeño y flácido pene que descansaba, tras el esfuerzo recién realizado, entre el matojo de vello púbico.
-¡Menudo estropicio! – bromeó.
-¿Te gusta?
-Me la tendrías que haber enseñado empalmada – sonrió pícaramente.
-La próxima vez.
-Bueno, ya veremos. Voy a tener que lavar esto a mano – se refirió a la sábana y los calzoncillos – Te traeré una esponja para que tú te vayas limpiando el pubis. Donde no llegues luego te ayudaré yo.
-¿No quieres limpiarme tú?
-No, gracias – sonrió nuevamente – Y no vuelvas a poner cara de tristeza que ya empiezo a calarte – ahora sí, consiguió sacarle una leve sonrisa al parapléjico.
Julia no dijo nada. Simplemente se limitó a sonreír aún más, tal y como su corazón le pedía. Verle una mínima alegría a Samuel era un placer casi tan intenso como el de la masturbación que se regalaría al llegar a casa.
-¿Cómo lo llevas? – se interesó por la limpieza de su amigo cuando volvió de lavar las prendas manchadas de semen.
-No sé…
-Déjame ver… - Julia echó un vistazo. Los muslos, a los que no llegaba Samuel, aún estaban pringosos de lefa – Dame eso – le pidió la esponja.
La rubia comenzó a frotar las piernas de su amigo. Se fijó detenidamente en el pito que yacía flácido ante ella. Observó los pelos del pubis que, aunque Samuel se había pasado la esponja, aún estaban ligeramente manchados. Ignoró la situación colocándole unos calzoncillos limpios.
-Al final no lo hemos pasado tan mal – bromeó Julia tras volver a tapar a su amigo con una nueva sábana.
-Gracias – Samuel la miró directamente a los ojos, desnudando su alma ante ella.
-Toma, invita la casa – la mujer le lanzó la caja de preservativos, guiñándole un ojo, antes de que llegaran los dueños de la casa y se despidieran definitivamente.
La habitación de Rebeca era bastante pequeña. Aunque la casa de sus padres era espaciosa, el cuarto en el que Lolo esperaba a que regresara su amiga era angosto.
-Aquí tienes – le ofreció la anfitriona la cerveza que había ido a buscar.
Lolo la agarró con brusquedad, sin soltar palabra alguna.
-¿Se puede saber a qué has venido? – preguntó Rebeca con un hilillo de voz – No creo que sea porque querías verme.
-Pues claro que no quería verte.
-¿Entonces? – una lágrima comenzaba a asomar en los ojos de ella.
-¿De verdad quieres saberlo?
-Por favor… - sollozó.
-Julia me dijo que lo arreglara contigo. Le pedí que nos acostáramos y la muy imbécil me dice que primero debo arreglarlo contigo. ¡Mierda, no hay nada que arreglar!
-Claro… - ahora las lágrimas de Rebeca comenzaban a deslizarse por su rostro.
-La cagaste. Lo sabes y ahora estás jodida. Normal.
Rebeca comenzó a llorar.
-¿Sa… sabes qué? – balbuceó.
-No. Pero estoy seguro de que me lo vas a contar – puso cara de disgusto.
Rebeca no podía más. La culpabilidad que sentía por el accidente le había destrozado todas las defensas, dejando aflorar todos sus miedos, aquellos que había recluido durante años. Sin ningún control sobre sus sentimientos, todos sus temores la martilleaban a diario, a todas horas, hundiéndose en el fango, haciendo que no pudiera encontrar una salida, deseando hallar el valor para terminar con todo aquello.
-Desde el ins… instituto… te he visto li… arte con un montón de tías. Altas, ba… bajas, rubias, morenas, más gua… pas y menos…
-Ninguna era fea – la cortó.
-Y siempre pasaste de mí… - concluyó Rebeca, secándose las lágrimas con el antebrazo.
-¿Y qué querías que hiciera? – Lolo sonrió con desprecio hacia su amiga.
-No se lo cuen… cuentes a nadie, pero… siempre soñé con que al… gún día me tocara, con ser la siguiente afortunada… Sabía que no era posible, pe… pero siempre formabas parte de mis fantasías.
-¡Qué asco…!
-¿Eso es lo que te doy, asco?
Lolo guardó silencio. No era asco, pero… la observó y vio el prototipo de mujer en la que no se fijaría jamás y a la que nunca haría el menor caso.
-Aquella noche… - prosiguió ella – cuando todo ocurrió… recuerdo el tacto de tu… de tu… - bajó la mirada, avergonzada, hacia el paquete de Lolo.
-… pollón – la ayudó él.
-Sí. Solo recordarlo se me… - se armó de valor para acabar la frase: - humedece la entrepierna.
-Eres una cerda – Rebeca se asustó debido al claro desprecio reinante en las palabras de su amigo – Una puta cerda. Provocas un accidente en el que tu amigo queda paralítico y tú lo único que piensas es en mi polla. ¿Lo dices en serio?
-No… - No era eso. ¿O sí? Un regusto amargo revolvió el cuerpo de Rebeca, que rompió a llorar nuevamente.
-Mira, tía, tienes un puto problema. Esta polla – se agarró el paquete – la disfrutará Julia. Aún debe estar relamiéndose de la mamada que me hizo esa noche – se rio ante los llantos de Rebeca – Ya te gustaría a ti estar la mitad de buena que ella. Entonces, solo entonces, tal vez, te dejaría que me la volvieras a tocar.
-No seas así conmigo, por favor… - no dejaba de llorar y suplicar mientras observaba, borroso entre las lágrimas, cómo su amigo se alejaba.
Lolo fue directo a hablar con Julia. Necesitaba desfogarse. Los huevos comenzaban a dolerle. Jamás había estado tanto tiempo sin descargar desde que perdiera la virginidad a los 13 años con la madre de un amigo.
-Ya he hablado con Rebeca. ¿Podemos terminar de una puta vez lo que empezamos en el albergue?
-Lolo, ¿se puede saber qué te pasa? Rebeca me ha llamado y me lo ha contado todo.
-¿Todo? ¿Seguro? ¿Te ha dicho que está ansiosa de polla? ¿De mi polla?
-No, eso no… - Julia se quedó cortada.
-Pues sí, la muy gorda tenía la esperanza de que algún día le pusiera la mano encima.
-En serio, tío, te has vuelto todo un gilipollas. Si lo que pretendes es aumentarme la libido vas muy desencaminado.
-Lo que quiero es cambiar – mintió – Dejar de ser un mujeriego y empezar una relación seria contigo.
-¿En serio?
Aquella confesión descolocó a Julia. Ese era el único aspecto que los había distanciado en el pasado. La misma noticia hace tan solo unas semanas habría sido fabulosa, pero ahora… Lolo no la trataba bien, ni a ella ni a nadie. Lo observó y no vio el tremendo atractivo que siempre había desprendido.
-Sí. Te quiero.
-¿Que me quieres? – aquellas palabras surgidas de su antiguamente pícaro amigo la perturbaron – Te dije que lo arreglaras con Rebeca y lo único que has hecho ha sido provocar que me llame desconsolada.
-¿Y qué es lo que quieres, que me la folle?
-Haz lo que quieras, pero quítale las penas. Ella antes no era así y estoy convencida de que la depresión se la has provocado tú con tu falta de respeto.
-¿Sabes lo que haré? Pienso meterle la polla hasta que grite de placer o de dolor, que ella decida. Te arrepentirás de haberme rechazado. Rebeca gozará lo que tú no has querido y cuando ella te lo cuente vendrás a mí suplicando un pedacito de esto – se amasó el paquete.
-¡Largo! – le invitó a marcharse, enfadada – Eres un completo imbécil – el fuerte portazo que la rubia dio tras la marcha de su amigo retumbó en toda la estancia.
Samuel estaba ansioso esperando una nueva visita de Julia. Cuando oyó el timbre el corazón se le aceleró. Quiso correr en busca de su diva, pero rápidamente volvió a la realidad, recordando que no era más que un disminuido, incapaz de ir a saludar a la mujer de su vida y, por tanto, incapaz de hacer absolutamente nada más con ella.
-¿Otra vez esa cara triste? Pensé que hoy te alegrarías de verme… - sonrió.
-Y me alegra verte…
-Pues que se note.
El discapacitado forzó una sonrisa, pero el sentimiento de impotencia prevalecía, pintando el semblante cariacontecido que le caracterizaba desde que se había enterado de las consecuencias del accidente.
-¡Samuel, yo me marcho ya! – gritó, desde la entrada de la casa, el cuidador habitual del minusválido, un enfermero cuarentón y corpachón – Os dejo a solas.
-¿Y eso? – se extrañó Julia, dirigiéndose a su amigo – No me ha dicho nada.
-Mira – Samuel, ignorándola, se retorció para alcanzar la caja de preservativos que había ocultado baja el colchón, acercándosela a su amiga.
-¿Qué?
-¿No te das cuenta? Está sin estrenar.
-Ya. ¿Y?
-Pues que no me he podido masturbar desde tu última visita.
-Y te las has arreglado para que nos dejen a solas…
No hizo falta contestación. La cara de Samuel lo decía todo.
-¿Me ayudarás?
-No – quiso ser tajante – Solo tienes que ponerte la goma y darle a la zambomba. Cuando termines te sacas el preservativo y yo me encargo de tirarlo.
-Ya… - el rostro de Samuel se volvió más melancólico si es que eso era posible, pero Julia aguantó con estoicismo, sin dejarse llevar por el dolor que aquella expresión le ocasionaba.
-Te dejo a solas, ¿vale?
-No hace falta.
-¿Por?
-No se me levanta – comenzó a sollozar.
-¿Qué quieres decir?
-Llevo un… un par de días… - las lágrimas comenzaban a brotar – en los que me apetece tocarme, pero no reacciona.
Julia, inmersa en la tristeza de su amigo, se acercó a él para secarle las lágrimas que recorrían su desangelado rostro.
-No te preocupes. Debe ser algo pasajero. Ya verás como dentro de unos días consigues una bonita erección.
-Pensé que tú… podrías ayudarme…
-¿Y si te toco la parte interna de los muslos, como el otro día? – caviló pensando el momento en el que se empalmó la otra vez.
-No sé… prueba…
Entusiasmada, pensando que aquello podría volver a funcionar, Julia comenzó a sobar con delicadeza las inertes piernas de su amigo.
-¿Cuándo perdiste la virginidad?
-¿Vas a empezar otra vez con las preguntitas? – sonrió mientras palpaba el muslo de Samuel.
-Es para recrear la misma situación del otro día.
-Si quieres vuelvo a hablarte del pollón de Lolo – rio, divertida con aquel juego de los que ambos comenzaban a ser cómplices.
-¿Has vuelto a verle?
-Sí, pero hemos discutido.
-¿Por qué?
-Nada interesante.
-A mí me interesa.
-No creo que sirva para levantarte esto – sonrió, dirigiendo la mirada a la entrepierna de Samuel.
-Entonces, cuéntame, ¿te gustaría verme empalmado?
-Me gustaría que te empalmaras porque es lo que deseas, pero verte… digamos que no es una de mis prioridades en la vida – siguió sonriendo.
-Creo que solo tu sonrisa podría levantármela.
-¡Mentiroso! Intentas ligar conmigo.
-Tal vez si… creo que si me la miraras, se me levantaría.
-No digas tonterías.
-Me he depilado.
-¿Expresamente para mi visita?
-Sí.
-¡Qué pillín! Lo tenías todo planeado…
-Échale un vistazo, por fa…
Julia no sabía si aquello estaba bien. Ya se la había visto la última vez así que tampoco le estaba pidiendo nada del otro mundo. Y si ese gesto le ayudaba a empalmarse y con ello quitarle la pena porque no se le levantaba…
-Está bien… pero nada de tocarte delante de mí – le advirtió.
-¿Me ayudas?
-Claro.
La rubia tiró del pantalón de Samuel, mostrando unos bóxers de color rojo. Asió la ropa interior del minusválido y comenzó a retirarla. Ante ella apareció un pubis rasurado, nada que ver con el matojo de pelos del otro día. Poco a poco comenzó a divisar el pequeño pito de Samuel.
-Dime que te gusta… - le suplicó.
-Claro que me gusta – mintió, recordando el objetivo de todo aquello.
-¿Te gustaría vérmela bien dura y grande?
-Me encantaría – se mordió un labio, maldiciendo tener que mentirle con aquello.
-¿Y chupármela?
-¡Samuel! – se quejó Julia.
El parapléjico comenzó a llorar desconsoladamente.
-¿Qué te pasa ahora? – se preocupó Julia.
-Nada… es que… es que… a ti te gustarí… ría vérmela y yo no… yo no soy… capaz de empalmarme.
El llanto desconsolado de Samuel estaba poniendo de los nervios a su amiga.
-¡Ay! Vamos… tampoco tengo tantas ganas… - intentó quitarle hierro al asunto sin saber si sus palabras le sentarían mejor o peor a su amigo.
-Julia, ¿soy impotente? – Samuel la miró con el rostro desencajado, humillado, con la cara llena de manchurrones debido a las lágrimas.
La mujer no sabía cómo reaccionar, dónde meterse. Ahora sí habría dado cualquier cosa por ver a su amigo empalmado. No quería verlo sufrir más.
Aunque había perdido bastante sensibilidad en la zona, el pene de Samuel aún era sensible al tacto. Cuando el veinteañero notó la mano de su amiga rodeándole el pito, no se lo podía creer.
-¿Qué… qué haces? – preguntó inocentemente, temeroso, incapaz de comprender que la hermosa diva que tenía como amiga estuviera masturbándolo.
-¿Tú qué crees? Conseguirte una buena empalmada. Y más vale que se te ponga bien dura o me dejarás por los suelos.
Samuel cerró los ojos y se concentró en las sensuales caricias de Julia. Comenzó a notar el cosquilleo previo a las esporádicas y repentinas erecciones que sufría desde el accidente. Abrió los ojos y divisó a la rubia observando fijamente sus genitales. Aquella visión le gustó y notó cómo la sangre comenzaba a hincharle el miembro. De repente, su amiga desvió la vista, observándole. Ambas miradas se cruzaron durante unos segundos.
-Te quiero – balbuceó él.
-Y más me vas a querer después de esto.
El pito de Samuel no era gran cosa, pero la alegría de verlo completamente tieso entre sus dedos le dio un subidón enorme. Se había quitado el peso de pensar que su amigo se había quedado impotente y lo que eso podía suponer para él. El rostro de agradecimiento que su amigo le estaba regalando la halagó, pero fueron las sinceras palabras de Samuel las que le hicieron decidirse.
Julia se agachó para dar un primer lametón a la punta de la polla. Con la mano retiró el capuchón que recubría el glande y, tras un ligero beso, lo rodeó con los labios. La verga estaba completamente tiesa y con una dureza escandalosa. Ya sin ningún reparo, la diva se comió el pequeño pene del minusválido.
-¿Te gusta? – le preguntó él.
-Claro que sí – se apartó ligeramente del endurecido falo, sin dejar de pajearlo.
-¿Más que la de Lolo?
Julia caviló unos segundos, suspirando, para finalmente gesticular indicando que “más o menos”.
-No me mientas – le soltó con seriedad.
-Está bien – aceptó la reprimenda mientras se acercaba nuevamente al pito para seguir haciéndole la mamada.
-Respóndeme.
-Escucha, Samuel, no, no me gusta más que la de Lolo. No es solo que la suya sea inmensa al lado de la tuya. Es que él tiene una experiencia que tú no podrás alcanzar ni en sueños. Por no decir el atractivo de uno y de otro… Sinceridad es lo que querías ¿no?
-Sí – contestó con la misma seriedad.
-Pero me gusta tu juego de las preguntitas – confesó Julia, sonriente, antes de volver a lamer la corta longitud del pene del inválido.
-¿Querrás follar conmigo?
-Oye, ¿tú no tienes mucho aguante para ser un inexperto al que se la está chupando una tía buena como yo?
-Ventajas de la minusvalía. He perdido bastante sensibilidad.
-Entonces me pienso lo de follar. Igual aguantarías lo suficiente como para hacer que me corriera – rio sin dejar de chupar el falo de Samuel.
-¿De verdad crees que podría hacer que te corrieras?
-¿Te gustaría?
-Me encantaría.
-Pues claro que lo creo. Pero estaba de cachondeo. Lo sabes, ¿verdad? No voy a follar contigo.
-Tampoco me la ibas a chupar.
Julia le dio un insensible pellizco en el muslo a su amigo, como reprimenda por ese comentario.
-Ventajas de tu minusvalía – le sonrió nuevamente, sabedora de que no podía haberle hecho daño.
-¿Ho… hoy… te impor… ta el maquilla… jeje?
-¿For qué? – contestó con toda la polla metida en la boca.
-Quiero… ro correr… me en tu… tu ca… cara…
Julia no pudo evitar una leve sonrisa debido a la adulación que su amigo le profesaba. Podría retocarse antes de volver a casa, pensó. Sin decir nada, se separó del tieso pene de Samuel, dejando un reguero de saliva entre su boca y el miembro. El sonido inconfundible de su mano deslizando sus propias babas a lo largo de los escasos centímetros del pito evidenciaba el ritmo frenético que había alcanzado la paja que le estaba haciendo.
Samuel comenzó a gemir, incapaz de retrasar por más tiempo la inminente explosión. Aunque incómodo por no poder moverse, no pudiendo dar rienda suelta a todo el éxtasis que aquella situación le estaba provocando, comenzó a sentir la punzada en los huevos que anunciaba la inminente corrida. Se esforzó por mirar hacia abajo, hacia el rostro de su amiga. Se sintió orgulloso al ver cómo los contundentes y blanquecinos escupitajos de semen se depositaban en el bello rostro de la diva. Samuel gritó de euforia.
Mientras oía a su amigo gritar de placer, Julia sentía la caliente leche adherida a su cara desplazándose por su rostro. Sin dejar de masturbarlo con una mano mientras con la otra le masajeaba los encogidos testículos, perdió la cuenta de los chorros de lefa que habían salido disparados hacia ella. Los últimos habían brotado casi sin fuerza, deslizándose desde la punta de la polla hasta su mano, a través de sus dedos, que se habían quedado completamente pringados.
-¡Joder! ¿Siempre te corres con tanta abundancia?
-Desde que… - a Samuel le costaba hablar, intentando recuperar el resuello - … pasa tanto… tiempo entre… corrida y corrida…
Julia estrujó el pene morcillón que aún tenía agarrado antes de que se le escurriera debido al proceso de encogimiento que estaba sufriendo. De la punta del glande, que ya estaba nuevamente cubierto por el prepucio, salió una última ráfaga de esperma que se quedó instaurada en la punta de la polla. La rubia se inclinó para recogerla con la lengua justo antes de que, completamente flácida, la enana verga desapareciera entre sus dedos.
-Gracias, gracias, gracias, gracias… - no paraba de agradecérselo a su amiga.
-No seas pesado – quiso quitarle importancia a lo sucedido.
-En serio. Gracias por todo. Por tu compañía, por tus cuidados, por tu comprensión, por la paja y la mamada y por quitarme la impotencia.
-¡Anda, exagerado! Yo no te he quitado nada. Tú nunca has sido impotente – sonrió – Me gusta verte tan eufórico, pero…
-Sí, lo sé. Esto no volverá a pasar – puso cara de tristeza.
-¡Joder, Samuel! No vale que cualquier cosa que haga que no te satisfaga te ponga triste. Has conseguido de mí mucho más de lo que yo misma pensé que podías conseguir jamás. Deberías quedarte con eso y ya está.
-Tienes razón. Gracias – insistió nuevamente, forzando una sonrisa.
-Toma – le devolvió la caja de preservativos – Ingéniatelas para que la próxima vez que venga a verte esté empezada.
Lolo estaba convencido de vengarse de Julia. Pensaba hacer de tripas corazón y zumbarse a Rebeca por despecho. Estaba seguro de que eso le quitaría las penas a su depresiva amiga y le abriría las piernas de Julia. Aunque Rebeca no le ponía nada, lo cierto es que necesitaba descargar. Jamás se había masturbado, lo consideraba de perdedores, y desde el accidente seguía a dos velas.
-¿Otra vez tú? ¿Has venido a hacerme más daño? ¿A humillarme más? – se flageló Rebeca al recibir la visita de Lolo.
-Vengo a hacerte un favor, no te quejes.
-¿Un favor? ¿A qué te refieres?
-¿Tú qué crees? ¿Ahora te vas a hacer la tonta?
-Perdona, Lolo, pero de verdad que no sé a qué te refieres…
-Te voy a poner mirando a Cuenca.
-¿Perdón?
-¡Joder! ¿Necesitas un mapa?
-¿Quieres hacerlo conmigo?
-No, no quiero, pero…
-¿Pero qué?
-Te echaré un polvo a cambio de que luego se lo cuentes a Julia.
-¿Quieres ponerla celosa? ¿Es eso?
-¡Tú qué sabrás…!
-¿Y estás seguro de querer hacerlo conmigo? Hay tías con las que sería mucho más efectivo ponerla celosa.
-Lo sé, pero a la gilipollas se le ha metido en la cabeza que lo arregle contigo y… tú estás deseando follar conmigo…
-Entonces, ¿lo dices en serio? – se sorprendió - ¿Me dejarás que te la vuelva a sobar? – preguntó entusiasmada, empezando a asimilar que aquello iba a pasar de verdad.
-Si no hay más remedio…
Lolo comenzó a deshacerse de los pantalones. Rebeca no quitaba ojo, sintiendo cómo el coño le hacía aguas. Ante los ojos de la desesperaba mujer aparecieron unos calzoncillos ajustados que marcaban el contorno de una inmensa polla.
-¿Me dejas a mí? – preguntó, temerosa de la reacción de Lolo.
El hombre la invitó, separando las manos y abriendo los brazos en señal de ofrecimiento de su cuerpo. Excitadísima, Rebeca se acercó al veinteañero, arrodillándose ante él. Con una mano estrujó el paquete de Lolo, sobándolo a conciencia, recordando los breves momentos de placer cuando se la acarició el fatídico día del accidente.
-Te la pienso chupar hasta dejarte seco.
El hombre comenzó a reír.
-No sabía que eras tan guarra.
-No lo sabes tú bien – comentó antes de lamer el paquete de su amigo, humedeciendo con su lengua la tela de la ropa interior.
-¿Te gusta lamerme los calzoncillos, cerda?
-¿Qué si me gusta? Tendrías que verme las bragas… - un nuevo lametón, desde la base hasta la punta, comenzó a transparentar el alargado cipote de Lolo a través de la empapada ropa interior.
El chaval no hacía más que reírse ante las demostraciones de bajeza de su amiga.
-Déjate de juegos y descubre el tesoro – rio divertido.
Sumisa, Rebeca le hizo caso. Tras besar la punta de la verga escondida tras los calzoncillos, agarró la tela por los costados y comenzó a deslizarla hacia abajo. Ante ella aparecieron los primeros pelos del pubis.
-¿Ya no vas depilado?
-¿Para qué, puta, si ya no follo?
-Mejor, me gusta más así – sonrió con malicia mientras comenzaba a descubrir el enorme falo de su amigo.
Ante los desencajados ojos de Rebeca colgaba una descomunal verga morcillona. Asió el pollón, sintiendo los ríos que inundaban sus sucias bragas, y lo alzó encarándolo hacia su boca. La abrió todo lo que pudo, introduciéndose el manubrio.
-A Julia no le cabía toda en la boca – sonrió al tiempo que empujó para insertar la estaca en los más profundo de la boca de su amiga.
Rebeca notó cómo el descapullado glande le rozaba la garganta, provocándole una arcada. Contuvo el instinto de separarse de Lolo cuando sintió cómo el hombre volvió a repetir el gesto. Una segunda arcada. Lolo la agarró del pelo y comenzó a bombear a su antojo. A Rebeca le costaba respirar y no podía evitar los regueros de saliva deslizándose por su barbilla, colgando desde la erecta polla que la ultrajaba.
-Tienes la garganta bastante profunda, no como la tiquismiquis de tu amiga – Lolo seguía disfrutando de la cruel follada que le estaba dando a la boca de Rebeca.
La mujer se esforzaba por encontrar un poco de aliento ante aquella salvaje invasión. De repente, sintió un fuerte golpe en el fondo de su garganta. Rebeca empujó con fiereza a Lolo, apartándolo, y empezó a toser debido a la inmensa verga que le había llenado la boca casi por completo.
-¿No sabes chuparla, putita? – Lolo se reía al ver el rostro desencajado de su amiga.
-¿Es que Julia lo hace mejor? – balbuceó tras unos segundos en los que recuperó el aliento.
-Es toda una experta – rio.
-Dime algo que ella no te hiciera y te hubiera gustado, y yo te lo haré.
Lolo se tronchaba.
-Por mucho que quieras jamás estarás a su altura. No puedes competir con ella.
-Lo que sea – insistió.
-No me dejó correrme en su cara. Pero es que tampoco tengo especial interés en hacerlo en la tuya.
-Dejaré que me folles el culo.
-¡Serás guarra! – no podía parar de reír - ¿Y por qué me iba a interesar a mí meterla en ese trasero tan gordo? – la menospreció.
-Mi culo es virgen – soltó con seriedad.
-¿Y tú?
-Yo no, por eso te ofrezco mi parte trasera.
-Está bien. Te voy a partir en dos.
-Lo estoy deseando…
Lolo volteó con brusquedad a su amiga. Mientras ella comenzaba a abrirse la cremallera de los anchos pantalones, él comenzó a tirar de la ropa, mostrando las carnosas piernas y el rollizo culo de Rebeca.
-¡Madre mía! ¿Aquí tengo que adentrarme? – por un momento dudó.
-Te gustará. ¿Has probado alguna vez un agujero sin estrenar?
Rebeca se deshizo de las bragas. La tela, completamente manchada de sus propios flujos vaginales, se quedó adherida al maloliente coño.
-¡Joder! Este es el polvo más guarro que he echado en mi vida…
-¿Y qué tiene eso de malo?
-Nada, joder, si me está gustando – soltó Lolo, sorprendido consigo mismo.
Separando las rechonchas carnes de Rebeca, el veinteañero insertó el pollón en el coño de su amiga.
-¡Fóllame, hijo de puta!
-Eso hago, guarra.
Rebeca, haciendo realidad un sueño oculto durante años, se corrió una y otra vez mientras Lolo le embutía su enorme rabo. Los dos amigos no dejaban de decirse guarradas, denigrándose. A ambos parecía gustarle.
-Quiero que me rompas el culo, Lolo.
-¿Quieres que te haga daño o suavecito?
-Quiero que disfrutes.
El hombre rompió a reír ante aquella contestación. Tenía a su amiga a su merced y eso le gustaba. Rebeca siempre había tenido demasiado carácter, algo que no le agradaba en absoluto, pero ahora… ahora le suplicaba que le enterrara la polla en su virgen ano.
-Esto te va a doler tanto como te va a gustar.
Encaró el orondo glande a la estrecha abertura trasera de Rebeca. Comenzó a empujar mientras escuchaba los primeros quejidos de su amiga. Empujó un poco más y oyó los airados lamentos de la mujer.
-¡Para, para! Me duele.
Pero no le hizo caso.
-Claro que te duele, joder, te voy a matar – aseveró con orgullo, empujando un poco más.
El glande estaba a punto de entrar por completo mientras Rebeca no paraba de gritar.
-Muerde algo y cállate, puta. Es mi momento.
Rebeca le hizo caso, agarró la almohada y la mordió, sintiendo cómo el dolor se extendía desde su ano hasta el resto de rincones de su cuerpo. Cuando el glande se enterró completamente entre sus nalgas, el dolor se convirtió en los primeros síntomas de placer.
-Ahora sí, párteme en dos, cabronazo – le pidió a su amante, separándose del babeado cojín.
Lolo comenzó a bombear poco a poco. A cada nueva embestida introducía unos pocos centímetros más en el interior del estrecho ano de Rebeca. Sentir su inmensa polla explorando un espacio tan angosto era sumamente placentero. Las generosas carnes de su amiga le succionaban la verga ejerciendo una gran presión sobre ella. No pensó que un polvo con su indeseable amiga pudiera ser tan placentero.
-¡Me vas a matar, mamón! No pares…
-¿Me dejarás que me corra en tu cara?
-Claro que sí.
-¿Me dejarás que te llame Julia mientas lo hago?
-Por supuesto – exhaló de puro éxtasis - ¿Quieres correrte ahora?
-¿Me dejarías, Julia?
Aquel jueguecito le provocó el último orgasmo a Rebeca. Sintió cómo la tremendamente gruesa polla se salía de su interior, dejándole el culo completamente dilatado, por el que no podía impedir que se deslizaran pequeños regueros de sus propios excrementos.
Lolo apuntó el pollón a la cara de su amiga. La miró por última vez antes de cerrar los ojos e imaginarse el bello rostro de Julia. Recordó aquel momento en el que ella se la agarró para desviarle la verga y apuntar hacia otro lado.
-¿Quieres que me corra en tu cara, Julia?
Rebeca amasó los colgantes testículos de Lolo.
-Déjame hacerlo a mí – retiró la mano de su amigo para sustituirle en los quehaceres – Te vas a correr en mi boca, cariño.
Lolo sonrió y, al sentir el viscoso glande entrando en contacto con la humedecida lengua de su amiga, comenzó a correrse.
-Te amo, Julia.
Los incontables brotes de leche se fueron depositando sobre la inexperta lengua de Rebeca. La mujer saboreó con delicia las mieles de su pícaro amigo. Siempre había soñado con ese momento y ahora lo estaba disfrutando. Sin dejar de masturbarlo, sintió que la boca se le inundaba de esperma. Sin ningún pudor, deslizó el resto de la corrida hacia su cara, donde el semen le manchó las gafas, mientras se tragaba el espeso líquido que los huevos de Lolo habían fabricado para ella. ¿O era para Julia?
-¿Quieres que se lo cuente? – preguntó Rebeca mientras se aseaba, recordando cómo había empezado la conversación con Lolo.
-No, es igual. De momento… - caviló unos instantes – no – concluyó.
Lolo estaba preocupado. La descarga de adrenalina que le había supuesto el polvo con Rebeca le había ayudado a recapacitar sobre su comportamiento. Temía haber perdido para siempre a Julia por cómo la había tratado. Miró a Rebeca y la vio limpiándose las gafas. Jamás pensó que su amiga regordeta pudiera ser tan guarra. Sonrió sin dejar de observarla.
Mientras Samuel, sentado en su silla de ruedas, paseaba empujado por su amiga Julia, no dejaba de darle vueltas a sus pensamientos.
-¿Se puede saber qué te pasa? – se preocupó la rubia ante el silencio de su amigo – Hace un día precioso y lo estás disfrutando después de un montón de tiempo sin levantarte de la cama. ¿Por qué no sonríes un poco?
El discapacitado no contestó. Impertérrito, observó el magnífico atardecer que se dibujaba en el cielo ante ellos. El silencio, sumándose a la idílica estampa, continuó durante unos minutos.
-¿Por qué has querido que nos viéramos fuera?
-Porque no puedes estar todos los días sin salir. Y como soy la única a la que haces caso… Y porque me apetecía que disfrutaras de este día – sonrió observando un par de palomas alzando el vuelo para cruzar frente al sol que comenzaba a apagarse mientras oían los gritos de los niños jugando en el parque.
-Y de paso no volvías a quedarte a solas conmigo en casa.
-¡Joder, Samuel! Así que es eso… - se enfadó consigo misma por querer sacar a su amigo de casa para que disfrutara del aire libre cuando él lo único que quería era…
-Lo siento, pero yo…
-No lo sientas. Te entiendo. Es culpa mía. No debí hacer lo que hice, no…
-No digas eso. Lo que hiciste es lo único que me da ganas de vivir.
-¿Y qué quieres que diga? Solo quiero que estés mejor, pero no puedo hacer cualquier cosa para conseguirlo. No estaría bien.
-Claro…
Julia dejó de empujar la silla para colocarse frente a su amigo. Nuevamente esa melancolía que la destrozaba era lo único que reflejaba la mirada de Samuel.
-Escúchame – consiguió la atención del inválido con tremenda facilidad – Haremos una cosa. Tú me prometes que saldrás más de casa, no solo conmigo, e irás a las sesiones de fisioterapia. A cambio, te prometo… - le costó decirlo – volver a masturbarte.
-¿Masturbarme? ¿Y qué pasa con la mamada?
-Estoy negociando – rio, provocando la sonrisa de Samuel – Eso es… me gusta que sonrías - se acercó a él, agachándose para rodearle con los brazos y ofrecerle un tierno abrazo.
El hombre no declinó la invitación, dejándose mimar por su amiga y aprovechando para sobar su cuerpo. A pesar de la excitación, no sintió nada en la entrepierna.
Samuel aceptó la propuesta de Julia, pero la sesión onanista acabó en tragedia. A pesar de los esfuerzos de ella, el hombre no consiguió tener una erección. La mujer intentó tranquilizarlo prometiéndole que lo volverían a probar, pero Samuel no cumplió con su parte del trato. Deprimido al sentirse definitivamente impotente, volvió a caer en la autocomplacencia, encerrándose en su mundo, sin querer salir de casa ni ver a nadie, postrado en su cárcel en forma de dormitorio, atado a los grilletes en forma de cama.
Se acercaba el cumpleaños de Samuel y sus tres amigos habían quedado para hablar sobre ello. Julia no sabía lo que había pasado entre Rebeca y Lolo y no se atrevía a preguntar. Pero lo cierto es que Rebeca, aunque seguía sin mostrar el fuerte carácter que siempre la había caracterizado, parecía haber mejorado su estado de ánimo. Y Lolo, aunque no había vuelto a intentar nada con Julia, al menos no había vuelto a tratarla de malas maneras.
-¿Qué os parece si organizamos una fiesta sorpresa para animarlo? – propuso la rubia.
-No sé, tú eres la que has estado más en contacto con él y sabrás lo que le conviene – intervino Lolo.
-A mí ya me está bien lo que propongáis – aclaró Rebeca – pero ¿seguro que querrá vernos después de tanto tiempo?
-Me imagino que sí – afirmó Julia, aunque, temerosa, no las tenía todas consigo – Tal vez podríamos volver a echar un mus – sonrió.
-¡Eso! Hace tanto que no jugamos… - se alegró Lolo, melancólicamente, con cierta nostalgia, solo de pensar que podrían volver a jugar como antaño.
-Pues lo que tú nos digas, Julia – insistió Rebeca – Si tú lo ves bien, lo organizamos.
Los tres amigos, que se habían distanciado desde el fatídico accidente, siguieron conversando y preparando la fiesta sorpresa de cumpleaños para Samuel. Los buenos tiempos parecían volver y todos y cada uno de ellos desearon que Samuel se sumara a esa gratificante sensación.
-Hoy estabas preciosa, Julia – se dirigió Lolo a Rebeca, cuando se quedaron a solas.
-¿En serio? – se hizo la tonta, entrando en el juego de su amigo – ¿Cuándo fue la última vez que tú y yo…?
-En el albergue, cuando Samuel y la tonta de Rebeca nos interrumpieron.
-¡Oye! – se quejó risueña, saliéndose por un instante del papel – No te metas con mi amiga…
-¿Te gustaría culminar lo de aquel día? – sonrió, ansioso por volver a follarse a Rebeca haciendo de Julia.
-Lo estoy deseando. Y esta vez dejaré que te corras en mi cara – la lascivia se marcaba en su rostro.
-¿Vamos a tu casa o la mía?
-En la mía están mis padres.
-Pues vamos a mi casa. Sé que te mueres de ganas de volver a verme el pollón.
Los padres de Samuel estaban en la habitación de su hijo intentando convencerlo para que les acompañara a dar una vuelta con la silla de ruedas.
-No insistáis. No me apetece.
-Samuel, debes hacerlo o comenzarán a salirte llagas en la piel. No puedes estar todo el día tumbado – el padre intentó ser comprensivo.
-¿Y qué más dará?
-¿¡Cómo va a dar igual, hijo!? – la madre, que no llevaba la situación tan bien como su marido aparentaba, no podía contener su frustración.
-Anda, mujer, salte un momento y déjanos a solas – el padre intentó calmar los ánimos.
-No voy a moverme, papá – insistió el paralítico.
-Claro que no, hijo. Te voy a mover yo.
-¡No lo hagas! – intentó forcejear.
Siguiendo las instrucciones de la madre, el enérgico cuidador de Samuel entró a la habitación para ayudar al padre del disminuido físico.
-¡Vamos, Samuel! No seas cabezón y haz caso a tu padre.
-¡Dejadme en paz!
Tras un rato forcejeando, al fin los dos hombres consiguieron colocar a Samuel, que aún refunfuñaba, en la silla de ruedas.
-¡Vamos, chico! Seguro que si fuera Julia la que te lo pedía no pondrías tantos impedimentos – bromeó el enfermero.
-Sí, pero no ha sido ella la que me lo ha pedido.
-¡Anda, calla ya! – siguió bromeando mientras empujaba la silla en dirección al salón.
-¡SORPRESA! – gritaron al unísono los asistentes a la fiesta.
Samuel no se lo esperaba en absoluto. Quiso salir corriendo, pero no podía. Esa sensación le angustió aún más si cabe. No quería tener contacto con nadie. Quería sumirse en su desgracia y dejar que pasara el tiempo sin más. De repente, la vio. Julia estaba preciosa, radiante, envuelta en un vestido de una pieza, de color blanco, corto y ceñido, a la par que elegante. Más diva que nunca. La vio sonreír y no pudo evitar hacerlo él también.
-¿Qué pasa, Samuel? – se acercó Lolo.
-Hola, ¿cómo estás? – preguntó tímidamente Rebeca.
Julia observó a su discapacitado amigo integrándose en la fiesta, hablando con unos y otros y sintió que el corazón se le llenaba de gozo. Estaba convencida de que eso era lo que siempre había necesitado Samuel, sentirse uno más, como siempre había sido.
Para regocijo de todos, la fiesta fue un éxito. Tras el pica-pica y los regalos, llegó la hora de las despedidas.
-Tío, hoy no ha dado tiempo, pero tenemos que quedar para echar un mus – se dirigió Lolo a Samuel.
-Bueno, poco a poco. Demasiadas emociones juntas.
-Ha sido todo idea de Julia, pero no sabes cómo me alegra que la haya tenido – confesó Rebeca.
-Supongo que yo también debo alegrarme – forzó una tímida sonrisa.
Mientras los padres de Samuel acompañaban a los invitados a la puerta, Julia se dirigió al cumpleañero.
-¿Tú no te marchas con ellos? – preguntó, descolocado.
-Aún no te he dado mi regalo.
-Es cierto, pensé que te habías olvidado.
-¿Olvidado? Si me he inventado todo esto como excusa para dártelo – sonrió.
-¿Mis padres se van? – observó con incredulidad cómo salían de la casa junto con el resto de invitados.
-Sí, nos hemos quedado solos – le guiñó un ojo.
Samuel estaba desorientado. Quería creer que Julia lo había organizado todo para quedarse ambos a solas, lo que él siempre había intentado forzar para que le ayudara con los temas sexuales. Pero desde que era incapaz de tener una erección había dejado de forzarlo. Así que se limitó a creer que todo era simple casualidad.
-¿Vamos a tu cuarto?
-Sí, claro.
Una vez en la habitación de Samuel, ella le ofreció una caja, perfectamente envuelta en papel de regalo.
-Toma. Ábrelo.
-¿Qué es? – preguntó, inquieto, mientras comenzaba a deshacerse del envoltorio.
-No seas impaciente…
-¿Qué coño es esto? – se sorprendió al descubrir el regalo.
-¿Sabes lo que es? – sonrió con picardía.
-Una bomba de vacío – no pudo evitar sonreír.
-Veo que sabes para lo que sirve…
-¿Para guardar lápices? – bromeó.
-Sí, pero los más gordos – Julia sonrió al ver cierta felicidad en los ojos de su amigo.
Ambos rieron tímidamente.
-Gracias.
-Les he dicho a tus padres que nos dejaran a solas para charlar. Ellos no saben nada de mi regalo. ¿Quieres probarlo? Habrá que comprobar si funciona por si hay que devolverlo – bromeó, entusiasmada al ver que su presente había triunfado.
-¿Crees que con esto podré mantener la rigidez como para tener relaciones?
-No sé. Habrá que probarlo. Anda, trae – cogió la caja para dejarla en el suelo.
Julia se arrodilló ante el parapléjico, que seguía sentado en su silla de ruedas. Segura de lo que hacía, comenzó a desabrochar los pantalones de su amigo, deshaciéndose primero de ellos y luego de la ropa interior masculina. Samuel no había vuelto a pedir que le rasuraran desde la última vez que Julia le vio desnudo, cuando no se le levantó. Aunque no tenía una frondosa pelambrera, el pubis estaba lleno de pelos oscuros, pero no demasiado largos.
Samuel observaba, embobado, las hermosas vistas que el generoso escote del vestido de Julia le estaba regalando. Aunque su miembro no reaccionara, él no era de piedra y no pudo resistir la tentación. Movió la mano con disimulo y alcanzó uno de los voluminosos senos de su amiga, amasándolo, sintiendo su esponjoso tacto…
-Las manos quietas – se la retiró con parsimonia, sin dejar de sonreír.
-¡Joder! Estás tremenda… déjame tocarte… solo un poco…
-Primero tenemos que levantar esto – acarició el flácido miembro de su amigo.
-Júrame que si se me levanta, dejarás que te folle.
Julia lo ignoró, dejando de sobar el pequeño pito para abrir la caja que contenía la bomba de vacío para penes.
-Perdí la virginidad a los 17…
Samuel no pudo evitar sonreír, descansando sobre el respaldo de la silla de ruedas mientras recordaba que Julia no le había respondido a esa pregunta. Observó a su amiga enfrascada en sacar la bomba, sin alzar la vista, y continuó escuchándola.
-… durante las vacaciones de verano – prosiguió – con un primo mayor que me tenía loquita.
Julia sacó el regalo de la caja y se giró ligeramente, encarándose al discapacitado.
-Una noche volvió a casa frustrado por no haber conseguido ligar con ninguna – la rubia miró a su amigo y le regaló una sonrisa traviesa – Pero ahí estaba su primita para animarlo – la sonrisa se convirtió en una risa maliciosa mientras volvía a masajear la entrepierna de Samuel.
-¿Te gustó?
-Bueno, no ha sido el mejor polvo de mi vida, pero fue el primero y con mi primo. Eso da puntos – rio ligeramente – Aún saltan chispas cuando nos vemos en algún acontecimiento familiar – le sacó la lengua a Samuel.
-Te mereces que se me ponga bien dura.
-¡Oh! Gracias.
-Cuéntame más…
Julia se agachó para pasear un lametón a lo largo del pequeño pene de Samuel, humedeciéndolo con la abundante saliva que la experta lengua femenina deslizó por el flácido miembro.
-¿Qué quieres saber?
-¿Con cuántos te has acostado?
-Sin contarte a ti…
Samuel no pudo evitar sonreír ante aquellas palabras. ¿Julia pensaba follar con él? Se puso un poco nervioso. Siempre había deseado que eso ocurriera, pero realmente nunca creyó que fuera posible. Y ahora, la incomodidad por la discapacidad que le provocaba la impotencia hizo que se sintiera incapaz de satisfacerla. Un inevitable temor se apoderó de él.
-… siete – contestó Julia con sinceridad.
-Bueno, pensé que la lista sería mayor…
-¡Oye! – se quejó – He tenido muchas oportunidades, pero no soy ninguna fresca – rio mientras introducía el inerte y lubricado pene en el tubo que le había regalado a su amigo.
Julia comenzó a bombear, sacando el aire del interior del cilindro y provocando que la sangre de Samuel fluyera a lo largo de los tejidos del órgano sexual, haciéndolo crecer a medida que se endurecía.
El cumpleañero no podía creer que aquello estuviera sucediendo. Nuevamente su miembro volvía a estar empalmado. Cuando la erección alcanzó su habitual tamaño, la rubia sacó la bomba de vacío que rodeaba a la tiesa verga. Samuel se sintió algo mejor y, aunque seguía estando nervioso, pensó que tal vez podría llegar a consumar el acto.
-Me alegra volver a verla firme – Julia sonrió, justo antes de agacharse para lamer el tieso falo.
La mujer comenzó a hacerle una mamada a su amigo, pero la rigidez del miembro no duró en exceso y rápidamente tuvo un pequeño trozo de carne flácido entre sus labios.
-¡Mierda! – masculló Samuel – Dame eso – le pidió a su amiga que le acercara el regalo.
-Toma, pero ves con cuidado – le pasó la bomba – Usaremos esto, ¿vale? – le mostró un anillo de plástico para retener las erecciones.
Pero Samuel no escuchó a la diva. Se colocó el cilindro, introduciendo el pene dentro de la bomba, y comenzó a sacar el aire para crear el vacío. Rápidamente el pequeño pito volvió a crecer a medida que la sangre lo hinchaba.
-Ya… - Julia le advirtió que parara.
-Necesito que crezca más para que la erección dure más.
-No seas bestia… - el órgano de Samuel comenzaba a crecer por encima de sus posibilidades.
-Quiero que estés orgullosa de mí…
-Te vas a hacer daño… - Julia observaba cómo la pequeña verga de su amigo alcanzaba un tamaño más que razonable.
-Sé que te gustan grandes – sonrió con la polla a punto de estallar.
-Tío, Samuel, es suficiente, en serio.
-¿Te gusta? – preguntó orgulloso, dejando de bombear y sacándose el tubo que rodeaba el abultado miembro.
Julia gimió levemente, en parte para aumentar el ego de su amigo y en parte por el placer de ver la bonita polla que se alzaba ante ella. La verga de Samuel se había inflado hasta límites insospechados. No se acercaba a las medidas de Lolo, pero no tenía nada que envidiar a cualquier bien dotado. El tronco, bastante grueso, estaba rodeado de palpitantes venas. El efecto de su regalo era espectacular.
-Me gusta, me gusta mucho. Tendremos que hacer algo para que esta maravilla no pierda su vigor – soltó mientras rodeaba con una mano la incandescente polla, acariciándola.
Julia colocó el anillo en la base de la verga, presionándola para evitar que la sangre retrocediera y la empalmada se desvaneciera. Se separó de su amigo, sin dejar de observar la tremenda erección y sintió que la libido se apoderaba de ella. Sensualmente, se agarró el vestido por la cintura, subiéndoselo.
Ante la vista de Samuel apareció la fina tela que tapaba el sexo de Julia. Sintió que la polla le dolía debido al respingo que hizo que la verga se golpeara contra su propio estómago. Asustado e indeciso, alargó un brazo, entrando en contacto con la suave piel de su amiga, que parecía receptiva. Acarició con delicadeza su muslo, subiendo hasta la nalga, donde los temblorosos dedos se toparon con la sexy ropa interior femenina. La diva abrió ligeramente las piernas, invitándole a seguir explorando. Samuel no tardó en masajearle la entrepierna, por encima de la tela, sintiendo los humedecidos labios vaginales restregándose contra sus propios dedos.
Cuando Julia se bajó las bragas, la abundante pero cuidada mata de pelos cortitos y rubios que poblaba su pubis hizo acto de presencia. El dedo de su amigo se introdujo precipitadamente en el interior de su coño, masturbándola con cierta premura.
-Tranquilo, más despacio… - le guiaba.
-¿Así? ¿Mejor? – preguntaba, con interés, el inexperto paralítico.
-Será mejor que aprovechemos tu pedazo de empalmada antes de que sea demasiado tarde – sonrió mientras se separaba de su amigo, agachándose ante el tieso falo.
-Es grande, eh…
Julia no contestó, simplemente miró a su amigo y le regaló una lasciva mirada antes de mamarle la verga. La mujer se recreó lamiendo el alargado y venoso tronco para acabar metiéndose gran parte de la polla en la boca, rodeándola con los labios.
-¿Es mayor que la de Lolo…? – insistió Samuel.
-Las comparaciones son odiosas, cariño – le contestó mientras se relamía sus propias babas, que se escurrían por la comisura de sus labios.
-¿Dónde vas? – preguntó temeroso al verla alzarse y dirigirse hacia la cama.
-Habrá que estrenarlos alguna vez – indicó con gracia tras recuperar la caja de preservativos que su amigo escondía bajo el colchón.
Una sonrisa turbada se dibujó en el rostro del minusválido.
-Tú tranquilo… – se percató de su nerviosismo – Yo me encargo de todo.
Tras sacar el profiláctico, Julia lo colocó en la hinchadísima verga de Samuel. Tras chuparla un par de veces con la boca, se puso a horcajadas sobre su amigo. Poco a poco fue bajando su cuerpo, sintiendo la acelerada respiración del disminuido físico. Cuando su candente coño entró en contacto con el amoratado glande, Samuel comenzó a gemir.
-Te quiero. Gracias. Te quiero. Gracias – balbuceaba ininteligiblemente mientras la rubia bajaba poco a poco su cuerpo, haciendo que la abultada polla se fuera hincando poco a poco en el lubricado sexo de la diva.
Con media verga enterrada en su interior, Julia comenzó a subir y bajar sobre su amigo. Las generosas tetas comenzaron a bailar ante los ojos desencajados de Samuel, que tardó en reaccionar bajando el elegante vestido y descubriendo unos hermosos senos, los cuales comenzó a sobar y chupar mientras no dejaba de disfrutar del sueño de estar follando con su espectacular amiga.
Aunque no era ni mucho menos el mejor polvo que había echado, Julia lo estaba disfrutando. Ella marcaba el ritmo sin preocuparse por el orgasmo del inválido. La insensibilidad de Samuel estaba haciendo que el sexo fuera duradero. Por otra parte, gracias a la bomba de vacío que le había regalado a su amigo, ahora era una más que buena verga la que la penetraba, lo cual agradecía. Y, por último, saber que aquello hacía feliz al pobre discapacitado le confería aún mayor placer. La corrida de Julia fue inminente.
-He lle… gado, cariño – sonrió Julia, sudorosa, sin dejar de cabalgar sobre su amigo.
-¿Qué? – se sorprendió.
-Que me… me he corri…do – lo besó, desbordando todo el cariño que le profesaba – Has… he… cho que me… corra.
-¿En serio? – sonrió, entusiasmado.
El rostro de felicidad de Julia se quedó grabado en la memoria de Samuel, haciendo que su mente se pusiera a funcionar. Comenzó a sentir la punzada en los testículos y, al momento, empezó a eyacular mientras Julia se dejaba caer, sentándose encima suyo, metiéndose la vigorosa polla hasta el fondo y moviendo la cadera hasta que el culo chocó contra los huevos del hombre postrado en la silla de ruedas. El paralítico comenzó a sollozar mientras soltaba el abundante esperma que sus gónadas habían acumulado durante tantos días.
-¿Ya? – quiso asegurarse – Debes haberte quedado seco – sonrió apartándose de Samuel, observando el pálido rostro de su amigo.
Julia se deshizo del condón, lleno de una ingente cantidad de esperma, y retiró el anillo de goma que estrangulaba el pene, haciendo que rápidamente volviera a desinflarse, recuperando su diminuto tamaño habitual. Algún pequeño hematoma, debido a la desmesurada erección, se podía ver en el flácido miembro.
-Ocho – soltó Samuel, sonriente.
-Eso es, tonto. ¿Quién te lo iba a decir que ibas a conseguir acostarte conmigo? – sonrió Julia mientras recuperaba las bragas y se recolocaba el vestido.
-¿Repetiremos?
-De momento debes empezar a ir a rehabilitación. Y la semana que viene quedamos todos y echamos un mus. Luego… ya veremos…
-Eso está hecho, cariño.
-¿Cariño? – se extrañó.
-Tú me lo has llamado mientras echábamos el polvo.
Julia rio a carcajadas. Samuel había vuelto.
* JUEGO ***
Tras mucho tiempo desde su última quedada, los cuatro amigos se vieron en el bar de siempre para echar un mus. No lo hablaron, pero, instintivamente, hubo un intercambio de parejas.
Durante la partida, disimuladamente, Samuel le guiñó un ojo a su nueva compañera. Julia envidó a juego puesto que el jugador de la silla de ruedas era mano, pero Samuel no tenía 31.
-¡Pero si me has lanzado la seña! – se quejó la rubia jocosamente.
-Solo era un gesto cariñoso – hizo ver que bromeaba, aunque su compañera supo que no lo hacía.
-¡Eres un caso! – Julia rio divertida, haciéndole ojitos al disminuido.
Entusiasmado por la victoria, Lolo reaccionó dándole un pico a Rebeca, su nueva compañera de mus.
-¡Bien jugado, Julia! – soltó descolocando a la otra pareja.
Ante el silencio que se produjo entre los cuatro, Lolo puso como excusa la costumbre de celebrarlo así con Julia tantas otras veces. Rebeca parecía inquieta por si se descubría su juego con Lolo, pero la rubia y el discapacitado parecieron quedar satisfechos con esa mísera explicación.
Lolo se quedó prendado observando a Julia. La hermosa veinteañera parecía haber madurado, supuso gracias a todo lo que había hecho por Samuel. El joven de pelo desarrapado sintió lo mucho que echaba de menos su antigua relación con ella. No obstante, el temor a volver a ser rechazado le impedía decirle nada.
Mientras, Julia se fijó en Samuel. Su amigo había perdido la tristeza, sin embargo aún le quedaba bastante para recuperar su antigua alegría. Aunque seguía sin sentirse atraída por él, no podía evitar el enorme cariño que le tenía debido a todo lo que habían vivido en los últimos tiempos.
Samuel miró con cierta preocupación a Rebeca. La notaba cambiada, con menos carácter. Pensó que, igual que él, ella también tendría que superar las consecuencias del accidente. Intrigado, se preguntó si aún seguiría en pie la promesa de acabar juntos si llegaban a la treintena aún solteros.
Completamente enamorada, Rebeca no podía evitar clavar la mirada en su amigo Lolo. Ya no era un mujeriego, lo tenía solo para ella, aunque temía perderlo en cualquier momento. No era tonta y sabía lo que Lolo sentía por su común amiga. Aquel hombre, siempre sueño anhelado, se había convertido en una realidad.
-No hay mus.
-Paso.
-Envido.
-Órdago a todo.
--o--
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