Oracion de la entrega

Un poema donde la sumisión, el fetichismo, la lujuria, el masoquismo, lo morboso y hasta lo escatológico ponen a prueba lo que se dice del amor.

ORACION DE LA ENTREGA

(a Hilario el Domador)

Ha llegado la hora de la entrega.

Me quitaré primero lo vano que me cubre

la condena de fieros moralistas

los recuerdos helados del pudor.

Luego, libre ya de temores,

habré de arrodillarme frente a todos tus ángeles.

Y enseguida he de besar tus pies

esos montes divinos que descienden

por su empeine acerado

hacia un delta de riscos y corales.

Así estaré los días venideros:

dando vueltas al ruedo de los potros,

bien medida la cincha, calzada la montura

y el trote bajo el mando de tu rienda lustrosa.

Del corcovo hacia el suelo, ya de bruces, lamiendo.

Lamiendo con lujuria de animal de la noche

lamiendo hasta que brille la piel de tus orígenes

y el aire que abanican sus erizos calientes.

Lamiendo como si eso midiera

la estatura del tiempo

y cada huella fuese tu voz y mi camino.

Imploro que tus pies reciban

esa mansa liturgia, los desvelos febriles de mi lengua.

Y que luego caminen sobre mí

que me pisen y jueguen con mi carne rendida.

Que me lleven el cuerpo a la humedad

que brote de tus flujos bravíos

y den vuelta mi rostro hacia el sitio que busco merecer:

el de mirar tus ojos cuando caen,

gota a gota, como un riego sagrado.

Y a la vez me bendicen y dejan en los míos

su tibieza amarilla.

A cambio te prometo el despojo

de todo lo que afecte tu goce necesario:

El egoísmo de mi libertad

la pesadez del fatigado orgullo.

Si así no lo hiciere

voy a aceptar con ciega mansedumbre

el castigo de todos mis errores

tu sabia disciplina

la marca que me llegue de tu mano curtida

el tatuaje indeleble de una hebilla de plata.

Todos los honores que bajen de tu altura:

Una saliva, un beso, un mandamiento,

una lluvia de semen,

una friega con frutos de tu vientre bendito,

todo será para mi vida el pan que la sustenta,

la diaria vestidura,

la fe de estar a salvo de los males del mundo.

Mis días más felices serán cuando navegue

ciñendo las columnas de tu agreste figura:

Tus dos piernas oscuras, bizarras, poderosas,

y tu miembro mayor, ese que vela o crece

como un brazo pensante,

la estrella que tu alto domador alza virtuosa

en la horas de su intensa fajina.

Yo nunca diré basta,

conozco tus cuchillos y su filo salvaje.

Soy la vaina callada donde anida tu hombría.