Opté por ser su cuñado.

A la boda de Germán con Lidia se le unió la mía con Raquel. Y esa es la única relación que tenemos entre Lidia y yo. Somos cuñados.

Tenía a esa mujer por primera vez en mis brazos y sentía como si una carga eléctrica me recorriese todo el cuerpo y es que era una mujer para cortársele a uno el hipo. Si hace unos pocos años ya era escalofriante, el paso del tiempo no le había perjudicado en nada y se podía decir, al igual que los vinos buenos, había mejorado ostensiblemente.

¿Quién era esa mujer? Debería  rememorar a nuestros tiempos en la universidad cuando conocí a esa, para entonces, más que joven belleza. A pesar de no ser de la misma facultad, no por ello pasó desapercibida a mis ojos. A mis ojos y los de todo el campus universitario. Y es que para poder definirla, no se me ocurre otra cosa que proponeros que cada uno piense en esa muchacha que deslumbra entre todas de un gran grupo, y querer conseguir que ese cuerpo fuera nuestro para siempre.

Bien, pues así era esa mujer. Todos babeando alrededor de ella y yo no era distinto. Me incluía en el lote y además de los de querer estar en primera fila.

Algo tenía que hacer para llamar su atención y en principio parecía que no me iba a ser difícil. Tenía la suerte, llamémosla así, de contar con Germán para poder acercarme a ella. Daba la circunstancia que la chica se había hecho amiga de su hermana, al ir las dos a la misma facultad, y eso facilitaría nuestra conexión. Y  así fue. La llegué a conocer y la verdad es que me parecía que me miraba con buenos ojos, pero no está hecha la miel para la boca del asno. A tal hembra le tenía que corresponder tal gran macho y este no podía que ser otro  que Germán.

Germán era amigo desde que éramos chicos y no es que comulgara mucho con él, por su arrogancia, engreimiento y su chulería, pero no cabía duda que era un bello ejemplar masculino, que además se lo tenía pero que muy creído. Si le aguantaba era porque a mí me iba bien. Las chicas pululaban alrededor de él y eso me beneficiaba, alguna por despecho o desilusionada, se refugiaba en mis brazos. Consolar a la chica desengañada era mi especialidad. Mi estudiado juego de palabras, bastaba para aliviarla y al mismo tiempo aliviarme yo de cierta carga corporal.

Pues bien, me valí de Germán para acercarme a esa joven deslumbrante, de nombre Lidia, y ese fue mi gran error. Se encaprichó Germán de ella y ante semejante contrincante desestimé presentar batalla. Sé que fui un cobarde, pero creí que sería una estupidez luchar contra él. Me contenté con no perderla de vista haciendo de pareja con la hermana de Germán. Una chica que no estaba nada mal, pero que al igual que yo no hacía ni sombra a  Germán, a Raquel, nombre de su hermana, le pasaba otro tanto con Lidia. Me contenté con ser pareja de Raquel y por lo menos lograba no dejar de contemplar a la mujer que verdaderamente me atraía.

Digo esto, porque a la boda de Germán con Lidia se le unió la mía con Raquel. Y esa es la única relación que tenemos entre Lidia y yo. Somos cuñados.

Antes de proseguir donde he iniciado el relato, debo decir que no veía a Lidia con la asiduidad que me hubiera gustado. Vivíamos en distintas ciudades y nuestros encuentros se limitan a las reuniones familiares que se realizaban en una casa se campo que poseen los padres de Raquel y Germán. Aunque contemplar en ese lugar a Lidia no lo llevaba nada bien. A pesar que iban pasando algunos años, seguía ejerciendo en mí una atracción diabólica pero no pasaba de eso.

Si que debo decir que siempre me ha parecido ver en Lidia cierta veneración hacia mi persona, pero lo he atribuido más que nada a un sentimiento de envidia por el trato amigable y desenfadado que teníamos entre mi hija y yo. Un trato completamente distinto del que tenía su marido para con su hijo. Un niño mal criado que de seguir así se convertiría en un autentico Germán II. Chulesco, altivo y engreído como su padre. Al parecer, eso no lo llevaba bien Lidia y no sabía como enderezarlo. Creo que le exasperaba ver como su hijo se entendía a las mil maravillas con mi hija y conmigo, cosa que no sucedía con ellos. Y es que es muy difícil que una madre que lucha por poder educar a su hijo correctamente, vea que el padre se salta todo a la torera y crea que para ganar a su hijo tenga que ser  simplemente colmarle de regalos, sin tener en cuenta otros valores más importantes.

Quizá solo era eso en lo que la compadecía, porque  ver que no era yo el que  poseía a esa mujer y quien podía gozar de ella era el macho berzotas de Germán, me corrompía por dentro. Y no es que me llevase mal con mi mujer, pero lo que sentía por Lidia era muy fuerte y más cuando la veía ante mí.

Pero volvamos al inicio de la narración donde he comenzado diciendo que estaba abrazado a Lidia.

Como todos los veranos, y ese no iba a ser menos, íbamos a pasar unos días a la casa de campo de mis suegros tanto Germán con su mujer y su hijo, como Raquel nuestra niña y yo. Los días pasaban de forma tranquila y casi todo el día lo dedicaba para estar junto a mi niña. Era lo único que me hacía perder el encandilamiento que ejercía sobre mí Lidia. Como algo especial alguna noche, dejando los niños al cuidado de los suegros, nos íbamos a cenar a un hotel cercano donde incluían un animado baile para acabar la velada.

Esa noche íbamos a salir los cuatro, pero Raquel dijo que se encontraba algo indispuesta y le pareció que lo mejor era no ir ella a la cena, pero no por ello dejó de animarnos que fuéramos los tres. Yo desistí de acompañar a Lidia y Germán, pero Raquel insistió que fuera con ellos a lo que al final accedí.

La cena trascurrió como era habitual en todas las tertulias y reuniones familiares en las que asistía Germán. Su ego le hacía ser el centro de la conversación y con esa verborrea que me resultaba de lo más cargante y tediosa, nos deleitó toda la cena.

Parecía mentira que fuese el único al que no le resultase divertido el macho Germán, pero es que al igual que reconocía sus cualidades físicas, no dejaba de reconocer que todo lo demás en él era una autentica bazofia y lo que salía de su garganta no era para menos. Quizás mi visión era sesgada, debido a lo que tenía a su alcance y yo no disponía. Nada más y nada menos que a Lidia.

La velada iba trascurriendo más o menos normal hasta que después de los postres Germán dijo de haber visto a un cliente importante y se disculpó diciendo que iba a saludarle. El tal cliente se trataba de una mujer despampanante que estaba sentada sola a unas cuantas mesas de donde nosotros nos encontramos.

Tanto Lidia como yo, nos dimos cuenta de la familiaridad con que Germán trataba a su cliente y yo para restarle importancia dije sonriendo:

-Que suerte la de Germán. Me gustaría tener a mí  uno de esos clientes.

-No digas tonterías Alberto. Esa mujer no es ningún cliente.

Lo dijo muy seriamente y me pareció que se le enrojecían sus preciosos ojos verdes.

-¿Quién es? –pregunté.

-Es igual Alberto, quien sea. No me van amargar la noche.

Note en las palabras de Lidia cierto desprecio y por lo que intuí no era yo el único que creía conocer los tejemanejes extraconyugales del engreído Germán, con  lo que me atreví a decirle:

-Oye Lidia dímelo si quieres y si crees que soy lo suficiente amigo para saberlo: ¿tú y Germán os lleváis bien?

Se quedó mirándome fijamente hasta que al final me dijo:

-No es que tenga ganas de decirlo, pero tú te mereces que te sea sincera. Siempre te he considerado algo más que un amigo y será mejor que lo sepas. Ya se que Germán y tú habéis sido amigos de siempre, pero no por eso te voy a decir que me he casado con el hombre mas egoísta, fatuo y egocéntrico del mundo. Así que con esto te respondo a tu pregunta.

Me quedé de piedra. Si me pinchan no me sacan ni una gota de sangre. Veía que no era el único que tenía esa opinión de Germán, pero para nada me imaginaba que Lidia coincidiera con mi impresión. Creía que para el resto de los mortales Germán era como un dios. Le reían, le aplaudían sus gracias y le galardonaban todas sus estupideces. Pero veía que no. La persona que más vinculada estaba a él, por lo visto no le agradaba en absoluto su forma de ser.

Las palabras de Lidia me quitaron de mi abstracción al decirme:

-Mira, ha comenzado el baile, ¿te apetece que bailemos?

Y aquí estoy, en mitad de la pista estrechando entre mis brazos por primera vez ese monumento. Me daba un poco respeto el tener abrazada a esa mujer tan descaradamente atractiva, pero me deje llevar, e iba viendo que nuestros cuerpos enlazados, se aproximaban más y más hasta tener sus tersos pechos rozando mi cuerpo. Mi mirada buscaba la mesa donde debiera encontrarse Germán pero no vi en absoluto su presencia, ni se le veía por ninguna parte. Eso me envalentonó y no tardé en acercar mi mejilla a la de Lidia. No percibí ningún rechazo en ella. Salvo los pequeños descansos que entre pieza y pieza se tomaba la orquesta, seguimos bailando estrechamente enlazados como dos amantes.

Yo alucinaba y mi miembro no era ajeno a tal acontecimiento. Erguido plenamente, hacía grandes esfuerzos para Lidia no notase mi calentura y no pensase que era un salido, aunque algún inevitable roce sucedía cuando movía las caderas. Fueron unos momentos que jamás hubiera imaginado poder deleitar. Pero todo lo bueno tiene su fin, y éste se dio cuando la orquesta comenzó a tocar ritmos pachangueros que al parecer a Lidia no le apetecían en absoluto bailarlos, lo que yo agradecí. Me cogió de las manos apretándomelas y mirándome a los ojos se acercó a mí y sorprendentemente me propinó un breve beso en los labios diciendo:

-Gracias Alberto por bailar conmigo. Me has hecho sentirme de nuevo otra.

No sabía que decirle, ese beso lo deseaba, pero no lo esperaba. No pude manifestarle lo que yo sentía, porque al ir acercándonos a nuestra mesa, en ella vimos que se encontraba mi mujer. Se había repuesto de su indisposición y se había acercado al hotel con nuestro coche al no poderse quedar dormida.

No nos dijo el tiempo que llevaba sentada en nuestra mesa y se limitó a preguntar por su hermano. Lidia no dijo nada y yo no sabía que decirle. Estaba completamente desconcertado ante su presencia después de haber saboreado, aunque breve, los labios de Lidia, pero la divina providencia me salvó. Apareció Germán y con su peculiar desparpajo hizo que esos momentos de tensión desaparecieran. Germán nos contó una sarta de mentiras sobre su “peculiar cliente” y salvo Raquel, no creo que Lidia se tragase ninguno de sus embustes.

Regresamos a casa de mis suegros y de alguna manera agradecí que Raquel permaneciera en silencio todo el camino. Yo estaba más que concentrado en los momentos vividos con Lidia, tanto, que al estar junto con Raquel en la cama, mis pensamientos seguían con ella, y mi pene alterado necesitaba refugiarse en algún recóndito lugar para descargar su furia interna. Y en esas estaba. Raquel me recibía completamente muda y no dando muestras de entusiasmo ante mi acaloramiento, hasta que sus palabras me dejaron sin respiración.

-¿Me estás follando a mí o te estas follando a ella?

No puedo decir que al momento mi pene endurecido se desinfló, pero si que se le quitaron las ganas de continuar con su mete y saca. ¿Qué le podía contestar? ¿Qué era verdad que mi falo se encontraba hundido en su conducto vaginal, pero que mi pensamiento estaba con Lidia? Lo único que se me ocurrió es contestarle con un:

-¿Qué estás diciendo?

-Lo que oyes, o te crees que no os he visto lo acaramelados que estabais en el baile. Ya sabía yo que no os erais indiferentes. Os coméis con los ojos cuando os veis y habéis aprovechado a la más mínima para enroscaros como culebras.

Más que sorprendente era lo que oía. Nunca hubiera imaginado que mi mujer viera en mis miradas hacia Lidia  algo lascivo, pero si sorprendente era eso, más extraño era que viese en Lidia el mismo síntoma. Si era verdad, soy el hombre más tonto que hay debajo la capa del cielo al no darme cuenta.

No sabía como salir de ese entuerto e intenté echar balones fuera.

-Si nos has visto bailar juntos es por culpa de tu hermano, que nos ha dejado solos mientras el iba en busca de algo que no tengo por qué decir.

-¡Deja en paz a mi hermano!

¡Vaya!,  no era buena idea meter a su hermano en la trifulca. No me acordaba que lo tenían endiosado y no veían en él nada más que un ser admirable, digno de los mayores elogios. Toda la familia se había puesto una venda en los ojos y no querían ver en él el tipo que realmente era. No me dio tiempo a contestar a mi mujer porque ella continuó.

-Ya sé que no ves con buenos ojos a mi hermano pero no le llegas a él a la suela del zapato. Él nunca aprovecharía la ausencia de su mujer para liarse con cualquiera.

Eso no lo podía soportar. Compararme a mí con el gilipollas de su hermano era algo que rayaba la insensatez.

-Mira Raquel, aunque no os queráis dar cuenta tú y toda vuestra familia, tu hermano es un tarambana y un cantamañanas que esta noche no le ha importado dejarnos solos para ir en busca de una mujer que al parecer lo estaba esperando. Y en lo que respecta a Lidia y a mí, a pesar de lo que digas y pienses, nunca, repito nunca ha habido nada entre nosotros y no es por ganas, porque es una mujer como hay pocas.

Estas últimas palabras me arrepentí al momento de decirlas, pero es que me salieron de muy adentro.

Se acabó la conversación. Raquel se echó a llorar y aparte de la conversación se acabaron las vacaciones.

A partir de ese día la convivencia que manteníamos entre Raquel y yo iba de mal en peor. Solamente había una cosa que nos unía y era el amor a nuestra hija, pero veía que no podía durar mucho por bien de la niña.

No quería que se hiciese mayor en un núcleo donde más que amor había una completa indiferencia. Las pocas horas que  Raquel y yo coincidíamos en casa prácticamente no nos dirigíamos la palabra. Esto era algo que no pasaba desapercibido en la niña y le hacía mucho daño, así que comenzamos a plantearnos nuestra separación. Convinimos darnos un margen antes de comunicarlo a nadie, ni tan siquiera a nuestros familiares, porque a pesar de nuestras desavenencias mantuvimos siempre una compostura sensata. Nuestra ruptura, no iba a ser traumática y posiblemente quedaría como dos personas que no han llegado a compenetrarse completamente. Sobre todo me interesaba que fuera así para no distanciarme en absoluto de mi niña.

Estaba en ésta situación de llevar  a término nuestra separación, cuando un buen día estando en el despacho de la agencia de publicidad que regentaba, recibí una llamada telefónica inesperada. Se trataba de Lidia que se encontraba en nuestra ciudad y quería saludarme. Habían pasado varios meses desde que tuve la ocasión de tenerla en mis brazos y aunque no se había separado de mi mente me sorprendió su llamada. Era la mujer, que según Raquel había hundido nuestro matrimonio y no era buen momento para que nos vieran juntos. Más que nada para evitar que mi mujer se enterase y utilizara ese encuentro para empeorar las cosas. Habíamos llegado a un acuerdo con unas condiciones ventajosas para  poder disfrutar de mi hija y no quería que se torciesen.

“Joder”- me dije. En todos estos meses y años pasados no hubiera deseado otra cosa que oír su voz y más poder verla a solas, pero mira por donde me lo solicitaba en esos momentos tan delicados. Un nudo en la garganta me impedía responderle, porque si por una parte deseaba con toda mi alma estar con ella, por otra parte no era el momento más adecuado. Mi silencio se rompió al proseguir  Lidia con la voz un poco entrecortada.

-Bueno… aparte de saludarte quería comunicarte algo muy importante, pero no me hagas decírtelo por teléfono. Si te apetece, podíamos vernos a mediodía y comer juntos, pero sobre todo, que sea en un lugar bastante discreto. Ya te diré por qué.

¿Qué era eso tan importante que me tenía que decir y además con tanto misterio? Lo de discreto si a ella le venía bien, a mí me animó para contestarle que me parecía estupendo vernos. Mira por donde le podía decir de encontrarnos en un restaurante que conocía y que era más que discreto. Más de una vez había llamado para reservar mesa a alguno de mis clientes, que en plan muy personal me pedía donde ir con una compañía algo peculiar, que no era para pregonar. El lugar era de lo más reservado y no había ningún problema para asegurar la intimidad. Además disponía de habitaciones por si después de un apetitoso almuerzo o cena se terciaba saborear un buen postre.

No creía que mi encuentro con Lidia en ese restaurante diese para mucho más que comer juntos, pero ya nos servía si queríamos ser discretos.

Llegué al restaurante un poco antes de la hora que propuse a Lidia. Me indicaron el reservado que tenía asignado y les dije que inmediatamente que la persona que preguntase por mí, le indicasen con discreción donde me encontraba. Me aposenté y me dispuse a tomar un aperitivo que me ofrecieron. Un vino blanco Chardonnay, acompañado de una tapa de foie a la plancha sobre manzana caramelizada crujiente. Estaba buena.

No me hizo Lidia mucho esperar, a la hora más o menos convenida entraba en el reservado acompañada de uno de los empleados del restaurante. Me levanté y después de darnos dos besos en las mejillas la invité a sentarse y le indiqué al camarero que trajese para ella el mismo aperitivo. Lidia rechazó la invitación diciendo que con algo de la carta tendría suficiente. No insistí y dejé que el camarero se retirase. Comenzamos a hablar de cosas triviales para después ofrecerle la carta y decirle que eligiera los platos que le apeteciesen. Su mirada se posó en la carta y aproveche para deleitarme viendo su rostro. Habían pasado algo más de cinco años desde la primera vez que la vi y no había perdido ni un ápice de su belleza. Quizás incluso había ganado con ese pequeño grado de madurez. No me dio tiempo para observarla mucho más. Dejó la carta sobre la mesa y en lugar de decirme que había elegido de menú, me miró y soltó a bocajarro:

-Alberto, me voy a divorciar.

-¿Qué…? –respondí sorprendido, ya que de las cosas que había pensado podría decirme, esto  no me lo esperaba.

-Lo que oyes. No lo sabe nadie todavía y si eres el primero en saberlo es porque que quiero que sepas mi versión ya que la que posiblemente oigas de Germán o su familia, no se parecerá en nada a la mía.

-No sabía que lo vuestro estuviera en el punto de tener que divorciaros, pero si te voy a ser sincero tampoco es que me sorprenda demasiado, no he visto nunca a Germán con el dechado de virtudes que su familia le otorga.

-¿Virtudes? –exclamó Lidia acompañada de una carcajada que hizo redondear sus mejillas que muy bien podía comérmelas como acompañamiento del aperitivo.

Dejó de reír para continuar diciendo:

-Mira Alberto, ni tú, que lo conoces desde hace muchísimo tiempo sabes realmente como es Germán. La única virtud que ostenta, si se puede llamar virtud, es el amor que tiene a sí mismo. Es muy difícil encontrar a un individuo tan egocéntrico, egoísta, vanidoso y pedante.

-Bueno, algo de eso ya me dijiste y no me llevé ninguna sorpresa –repuse a Lidia porque no me decía nada nuevo.

-Pero es que hay más y eso no creo que sepas…

Unos golpecitos en la puerta del reservado le hicieron callar. Se trataba del camarero que venía para ver si habíamos elegido el menú. Pregunté a Lidia que le apetecía pero me dijo que le era igual. Recalcó que no tenía mucho apetito y me pidió que yo eligiese. Veía que no habíamos venido  para festejos y pedí algo ligero.

Cuando se marchó el camarero Lidia permanecía en silencio con la cara entristecida. No dejé que ese momento se prolongase y le dije:

-Me decías que algo no sabía de Germán.

-Pues no –me dijo con rotundidad-. Ni el mismo lo sabe. No sabe esto y muchísimas cosas más de mi persona y nunca se ha preocupado de saberlas.

-Me sorprendes Lidia. Yo creía que estaba muy enamorado de ti.

Una mueca sarcástica salió de su rostro para decir:

-¡Enamorado! Enamorado de si mismo querrás decir. Mira que te digo: jamás, te lo vuelvo a repetir, jamás me ha hecho sentir una mujer plena. Lo único que ha buscado en mí es satisfacerse el mismo, y por decirte algo más, en un visto y no visto. Y así te dejaba, sin importarle lo que yo necesitara.

Eso si que era nuevo para mí, no sabía esa cualidad de Germán. Pensaba que era un tremendo amante con el que las mujeres se quedaban pero que muy satisfechas, pero mira por donde, simplemente era un picha floja que no daba para más que para descargar su pronta y breve calentura.

-¿Cómo no te has planteado divorciarte antes? –se lo pregunté porque no esperaba que ese monumento de mujer pudiera soportar a un hombre que no le complaciese completamente.

-No te creas que no lo he intentado, pero ya sabes la influencia que tiene su familia en los tribunales y no quería que mi separación me privase de la tutela de mi hijo.

Mira por donde era lo mismo que me pasaba a mí, que  no quería que  mi separación con Raquel me llevase a desprenderme de mi hija. Así que le dije:

-¿Y ahora que te ha animado para pedir el divorcio?

-Ahora lo tengo agarrado de las pelotas y perdón por la expresión,  pero es que tengo pruebas lo suficiente convincentes para que cualquier tribunal me conceda la plena custodia de mi hijo.

-No te sigo –le dije aunque intuía que algo había tramado.

-Es muy fácil. Contraté un detective de esta ciudad para que siguiese a Germán y hoy he venido a recoger el informe. Aquí tengo todo el historial, incluidas fotos bastante comprometedoras –dijo señalando su bolso.

-¿Quieres decir que lo han encontrado in fraganti con otras mujeres?

-Así es, y lo único que te quiero pedir es que si quieres o puedes acompañarme como testigo a poner la denuncia.

Coño, esperaba otra cosa, pero mi preciosa y adorable contertulia no me precisaba nada más que para ser participe de su separación con su marido. No me iba a negar, porque verdaderamente Germán no era santo de mi devoción, pero me había hecho ilusiones de que recurría a mí para algo más. Así que le dije:

-Cuenta conmigo, pero ya que estás metida en esto, me podrías explicar como podría conseguir yo lo mismo con Raquel y poder tener la total custodia de mi hija.

Esta vez la que le dejó sorprendida fui yo. Abrió sus tremendos ojos verdes como platos y con la boca medio abierta se quedo muda unos momentos para después preguntarme:

-¿Te quieres divorciar de Raquel?

-Estamos en ello –le respondí

-¿Estas enrollado con otra mujer?

¿Qué pregunta? Si con alguna mujer me iría a enrollar sin pensarlo dos veces era con ella. Cada vez que la miraba estaba más que convencido que era la mujer que más me atraía y deseaba de este mundo. Podía decírselo sin más pero no me atreví.

-No lo estoy, pero más que enrollarme, me gustaría que la mujer que tengo en mente deseara compartir una nueva vida conmigo.

Debí poner cara de chivo degollado, porque sonriendo me cogió las manos que las tenía encima de la mesa y con cierto retintín me preguntó:

-¿Y quien es esa afortunada mujer en que tienes puestos los ojos, si se puede saber?

Tener sus manos sobre las mías era como si recibiese una corriente eléctrica y me invitase a no marear más la perdiz, así que le dije abiertamente:

-Tú.

Soltó mis manos como si la descarga eléctrica hubiera echo un retroceso. Se echó hacia atrás hasta que choco con el respaldo de  la silla, diciendo asombrada:

-¡Yo…!

-Si tú, tu eres la mujer en la que siempre he puesto mis ojos desde que te conocí.

-Pero Alberto, ¿qué me estás diciendo, me estás tomando el pelo?

Al ver su cara llena de estupor quise quitar importancia a mis palabras diciéndole.

-No te estoy tomando el pelo, pero olvídalo Lidia, no debería haberte dicho esto.

-¿Cómo voy a olvidarlo?, y si no me estás tomando el pelo,  he sido la mujer más tonta del mundo.

En esos momentos el que estaba pasmado era yo ante lo que me decía Lidia, quería entender lo que expresaba pero necesitaba me lo confirmase.

-No me digas que tú… -no me dejó terminar.

-Si Alberto yo también he estado enamorada de ti desde siempre, pero creía que no tenías ojos nada más que para Raquel y me resigné a salir con Germán por estar cerca de ti, al ser Raquel su hermana.

Era demasiado, mis manos buscaron las de ella y las apreté con tal fuerza que creía que hasta le tenía que hacer daño, pero no se quejó, a no ser que las lagrimas que asomaban en sus ojos fueran fruto del apresamiento. Pero no, eran unas lágrimas que reflejaban la rabia de haber sido tan estúpidos de no habernos dado cuenta de lo que sentíamos el uno por el otro. Si ella se recriminaba de haber sido tonta, yo me hubiera dado de hostias por ser tan imbécil y no haber presentado batalla en su momento a Germán. Me dejé llevar por lo irresistible que era para todas las mujeres y no fui capaz de ver que esa mujer estaba destinada a mí.

Apenas probamos el menú que nos trajeron porque lo único que deseábamos era poder recuperar el tiempo perdido y no fue difícil que nos facilitasen una habitación. La discreción la teníamos asegurada y nadie nos iba a controlar nuestros actos.

Ninguna habitación del mundo me pareció más hermosa y no por que su decoración fuera fantástica, no, simplemente porque en toda ella traspiraba el olor de Lidia. Allí nos encontrábamos besándonos con una vehemencia inusitada como si nos fuera la vida en ello. Puedo decir con claridad y contundencia que esa habitación sirvió y mucho, para poner de manifiesto que esa mujer era todo para mí y no cabía duda que yo era lo mismo para ella.

Si se quejaba de que su marido no había sabido amarla como era debido, no iba a pasar lo mismo conmigo. No iba a tener ninguna prisa en hacerla gozar y sentir lo que hasta ese momento se le había negado.

Después de abrazarnos y besarnos, nada más cruzar el umbral de la habitación, procedí a tenderla en la cama y desnudarla con delicadeza, al mismo tiempo que besaba cada parte de su cuerpo que iba descubriendo. Lidia, más nerviosa que yo, intentaba también despojarme de mi vestimenta, hasta que los dos nos encontrábamos completamente desnudos. Contemplarla era más de lo que me imaginaba. Si vestida te quitaba el hipo, desnuda te cortaba la respiración. Y es que no era para menos. Una vez más Germán me confirmaba lo gilipollas que era al no haber sabido dar placer a ese cuerpo bestial que daba para mucho.

Ya había saboreado sus labios y no iba a dejar ni un solo poro de su cuerpo de paladear. Estaba a sus pies y tenía a mi total disposición ese soberbio cuerpo. No me importó comenzar besando la punta de sus dedos del pie al mismo tiempo que con mis manos lo masajeaba. No era difícil adivinar que a Lidia le agradaba, porque su boca emitía unos sonidos que denotaban sensaciones placenteras. No tenía prisa, mantenía en mi pensamiento las palabras de Lidia que nunca se había sentido plena y ese debería ser mi objetivo, que jamás repitiera esas palabras. Y lo iba consiguiendo.

Continúe mi recorrido de caricias por sus largas y contorneadas piernas hasta llegar a su vulva. Me paré, era digna de admirar, allí florecía su monte de Venus, de Afrodita y de todas las diosas del olimpo. Un ligero vello intentaba esconder unos labios carnosos que me estaban llamando a gritos poseerlos. No tardé en hundir mi boca en ese triangulo, que muy bien podría ser el de las Bermudas, para perderme y no salir de él.

Si hasta ese momento Lidia emitía un murmullo acompasado con un: “ah…, ah…, ah”, no tardo en cambiar la intensidad del sonido y claramente se escuchaba en toda la habitación.

-Aaah…, aaah…, aaah…, que me estás haciendo…Alberto… mi vida… que me haces.

¿Qué le estaba haciendo? Después de recorrer con la boca toda su vulva acompañada de mi lengua, estaba centrado en su clítoris que por obra y gracia de mis lamidas se había agrandado lo suficiente para que mis dientes pudieran mordisquearlo. Los jadeos y gemidos de Lidia se interrumpieron con un escandaloso grito. Me daba la sensación que en mucho tiempo no había experimentado tal orgasmo. Mi boca recibió con satisfacción el flujo que se desprendía de su vagina y lo absorbí con gusto y ganas.

No pude por menos que para ahogar su grito acudir a su boca para besarla. Sus brazos me atenazaron y su boca se entreabrió para dar salida a su lengua en busca de la mía y entrelazarse entre ellas.

Fue un beso pasional, pero que denotaba que encerraba algo más. Lo digo, porque una vez se separaron nuestros labios, antes que perdiéramos la respiración, Lidia me cogió la cara con ambas manos y me colmaba a besos a la vez que decía:

-Amor…, amor…, amor…, esta es la dicha que me faltaba… Cómo es que has tardado tanto en venir a mí.

Verdaderamente no daba crédito a lo que estaba viviendo y oyendo. La mujer que más bien me parecía inalcanzable, me recriminaba no haber llegado antes a ella.

-Tesoro –le dije- si tú me deseas, recuperaremos todo el tiempo perdido.

-Sí quiero –me contestó inmediatamente-. Y deseo tenerte siempre, siempre, siempre.

Si ya se sentía más que satisfecha en esos momentos, puedo asegurar que lo que continuó la colmó por completo hasta el punto de llegar a explotar. Bueno, no solamente ella, yo estallaba de gozo de ver conseguido mi propósito. Lidia jamás pondría en su boca el decir que no se sentía una mujer plena.

Y es que continúe mi recorrido por su cuerpo deteniéndome en esos pechos, tersos, resplandecientes, erguidos, de los que florecían unos pezones erectos que apuntaban hacia mi boca pidiendo a gritos que absorbiera de  ellos como si llevaran leche materna. Y sí que los absorbí, no extraje de ellos leche, pero mi saliva embadurnaba toda su aureola y me daba la sensación que algo extraía de ella.

Un nuevo grito desprendió la garganta de Lidia cuando después de desplazar suavemente mi boca por su plano vientre, se detuvo de nuevo en su vulva. No hubo necesidad de bucear en ella. Lidia se retorcía llena de placer y un nuevo orgasmo, acompañado de su respectivo flujo, se le desencadenó.

-No esperes más…, Alberto por favor…, poséeme…, hazme tuya…, quiero sentirte dentro de mí.

Era el momento propicio para que mi pene se guarneciese dentro de su conducto vaginal. Apunté y como si fuera un disparo certero dio en el centro de la diana. No tuve problemas para una vez encontrado el camino, desplazar mi falo por todo su conducto vaginal. Estaba lo suficiente alterado y bañado de sus flujos para no ofrecer resistencia y acoger todo mi miembro en su adorable y escondido tesoro.

Mi pene se sentía satisfecho de estar bien albergado, pero no se conformaba con eso, quiso frotar las paredes que lo aprisionaban a base de movimientos longitudinales en todo su recorrido y no le costó mucho. Le acompañaban los vaivenes que Lidia emitía ayudada de sus nalgas.

Un concierto sinfónico a dos voces se escuchaba en el aposento. Además, Lidia no sabía que hacer con sus manos, tan pronto me estrujaba la cabeza como me clavaba las uñas en mi espalda.

Yo no podía más, mis bufidos eran las notas bajas ante los sonidos de soprano que salían de la boca de ella.

Lidia ayudada de sus muslos, atenazaba mi miembro impidiendo cualquier otro movimiento que no fuera estar introducido en su vagina y había llegado el momento en que la descarga del semen almacenado estaba a punto de emerger.

-Me voy Lidia…, me voy de inmediato…, déjame salir.

-No mi amor…, por lo que más quieras…, descarga todo dentro de mí… Quiero sentir todo el calor de tu espermaaaa... ¡Aaaaaaah…!

Un grito monumental salía de su boca al que se le unió un aullido por mi parte digno de un autentico lobo.

Estaba completamente extenuado y no podía decir que Laura estaba menos. El latir de nuestros corazones evidenciaban que nos habíamos emborrachados de amor y nuestra entrega había sido más que total.

Nos quedamos en la cama y Lidia apoyaba su cara en mi pecho mientras un brazo me abarcaba mi cuerpo. Dos verdaderos amantes en reposo.

-Alberto, -comenzó a decirme-, me has hecho sentir algo que me parecía que se me negaba, gracias porque ahora si que estoy plena. Sabes que no soy virgen, pero tú has sido el primero que me has hecho sentirme mujer y quisiera que esto nunca se acabe… Dime amor, como te sientes tú.

-Lidia, ¿qué como me siento?, esto que me está pasando no se mejora ni en un gran sueño y como tú dices, no desearía que se acabase nunca,  pero debemos pensar en como afrontar nuestro futuro.

-No, no, Alberto no quiero ahora pensar en nada, ya tendremos tiempo, ahora quiero olvidarme de todo, solamente te necesito a ti y me digas hasta que punto llegas a quererme.

No es que quisiera en esos momentos hablar sobre su separación y la mía, pero me parecía que cuanto antes nos pusiéramos en marcha, antes podíamos pertenecernos totalmente el uno al otro. Me pareció bien que esos momentos nos olvidáramos de todo, no deseaba otra cosa. Le hice levantar su cabeza de mi pecho para darle un beso dulce con el que quería trasmitir el amor descomunal y desbordante que sentía por ella. Después mi mirada amorosa se clavó en sus ojos a la vez que le dije:

-¿Te parece bien esta muestra de mi amor, o quieres que me ponga de rodillas repitiendo hasta la saciedad lo que te quiero?

Una amplia sonrisa asomó a su rostro. Se sentía complacida, tanto, que su boca se fue desplazando por mi cuerpo devolviéndome las caricias que antes ella había recibido. Llegó a mi miembro que estaba flácido y cogiéndolo con la mano  me miró para decirme:

-¿Te gustaría?

-Si te apetece, seguro que me va a encantar.

No hubo que enseñarle, al igual que una experta puso al descubierto el glande replegando el prepucio, para besarlo e ir introduciéndoselo poco a poco en la boca. No tardo mi pene en responder ante semejante mamada y como un soldado delante de su superior se puso firmes muy disciplinadamente. Fue tal el placer que me ocasionaba, que aunque hacía esfuerzos para no correrme, no pude aguantar más y un chorro de esperma se perdió en la boca de Lidia. Esta vez no le avisé que mi descarga le iba a inundar. Ella gozaba absorbiendo mis líquidos y su lengua recorría todo mi pene relamiendo el semen desparramado.

Era más de lo que esperaba de ella. Sus maneras tan depuradas, dulces y delicadas, que daban a su apariencia una femineidad algo fuera de lo común, habían dado un giro descomunal para mi satisfacción y se había convertido en una mujer carente de prejuicios y en una autentica loba ansiosa de sexo. No entendía como Germán, para bien mío, no había sabido saborear lo que tenía a su alcance.

Se hacía tarde pero ninguno de los dos queríamos abandonarnos, más bien queríamos detener el tiempo, pero deberíamos poner fin momentáneo a nuestro desenfreno, aunque tampoco hacíamos nada para detenernos. Y es que a Lidia, estando encima de mí no le costó mucho con sus movimientos hacer resurgir mi pene y éste no desaprovechando la ocasión, se dirigió sin necesidad de enseñarle el camino hasta penetrar en su dulce vagina, que palpitante le estaba esperando.

Lidia comenzó a cabalgar como amazona consumada y nuevamente la orquesta de sonidos se puso en marcha hasta que terminó el concierto. Los aplausos eran sustituidos por estrepitosos gritos y aullidos. Sin necesidad de pedir explicaciones, una vez más mi esperma se adentró en lo más profundo de su vagina perdiéndose a lo largo de su cuello uterino. A mis fluidos seminales y en completa coordinación, se unió el tremendo y abundante flujo que la dulce vagina de Lidia quiso sumarse para formar un delicioso coctel digno del más prestigioso barman.

Tremendamente exhaustos nos extendimos en la cama y nuestras manos se estrecharon con fuerza como si quisieran también que su unión fuera eterna.

Hubo más días que tuvimos nuestros encuentros clandestinos, mientras los trámites de separación de ambos se iban cumplimentando. Follábamos sin piedad y nuestros cuerpos no dejaban de ser auténticos instrumentos completamente afinados que emitían soberbios recitales. Era un autentico festival.

Pero así como tomábamos el máximo de precauciones para que nadie sospechara ni supiera de nuestros desenfrenados encuentros sexuales, hubo algo tan evidente que podía pasar, pero que no tuvimos en cuenta. El susto que nos dimos fue morrocotudo. Fueron unos días de autentica pesadumbre.

Y es que no era para menos. Me explicaré: todo iba sobre ruedas. Lidia, después de presentar la denuncia no iba a tener ningún problema para que le concediesen la guardia y custodia de su hijo. Y en mi caso había llegado a un acuerdo con Raquel de tener la custodia compartida hasta que nuestra niña tuviese doce años y decidiese con quien quería vivir de forma más permanente.  Pero todo esto que tan bien se presentaba se podía ir al garete.

Una llamada por teléfono de Lidia con voz temblorosa diciéndome que precisaba verme con urgencia me dejó muy preocupado. Preparé nuestro encuentro con la discreción a la que estábamos acostumbrados y la noticia que me dio Lidia no podía ser más problemática en esos momentos: “Alberto, creo que estoy embarazada”. No necesitaba decirme de quien, porque sabía que con su marido hacía tiempo que no tenía relaciones sexuales.

En otro momento no me hubiese podido dar mejor noticia, pero en las circunstancias que estábamos con nuestras respectivas parejas sobre la custodia de nuestros hijos, todo se podía ir al traste. Ese hijo querido, pero no deseado en ese momento, nos dejaría al descubierto que Lidia y yo habíamos tenido relaciones  sexuales antes de conseguir las respectivas separaciones y los jueces no dudarían en dar la total custodia a nuestros conyugues.

Intenté calmar a Lidia ante lo que se nos avecinaba y le propuse que de momento se mantuviese tranquila que ya pensaría alguna solución. Pasé unos días dándole vueltas al asunto, pero las soluciones que encontraba eran muy complicadas y difíciles de llevar a cabo.

De nuevo la divina providencia  nos echó una mano. Una breve llamada telefónica de Lidia diciendo escuetamente: “falsa alarma”, acabó con nuestra incertidumbre y todo se resolvió como teníamos previsto.

¿Por qué os he narrado todo esto? Me he animado a efectuar este relato, porque quiero haceros participes de lo feliz y afortunado que me siento. Y es que no es para menos el haber conseguido que Lidia se haya convertido en  mi mujer y estemos tan armonizados que no existe ningún desafinamiento entre nosotros. Mi niña comparte con nosotros todos los fines de semana y su hijo que es como si fuera mío, doy por seguro que no se convertirá en un Germán II. Para remate, deciros que no ha pasado mucho tiempo desde la concesión de nuestras respectivos divorcios, y acabo de recibir una llamada telefónica de Lidia, que no me podía colmar más de felicidad: “Alberto, estoy embarazada y ahora es seguro que no puede llegar a ser una falsa alarma. Te espero con ansias para celebrarlo”.