Oniris

¿Y si en vez de la vida ser sueño, el sueño fuera vida?

ONIRIS

La nada, la fría tranquilidad de la nada, donde nada es, nada existe y cualquier cosa puede suceder hasta que... ¡Ahí está! ¡La chispa! Un pequeña luz que aparece de repente, sin previo aviso, y a partir de la cual, de la nada, algo puede existir.

Así es como vine yo a la vida: esa pequeña chispa me despertó, me hizo crear consciencia de mi existencia, y me dio forma. ¿De dónde venía? No lo sé. ¿Por qué yo? Llevo un tiempo buscando el por qué. ¿Quién soy? Estoy tratando de averiguarlo. Lo único que sé, es que yo no era nada, a la nada pertenecía, hasta que llegó esa chispa, y desde entonces, yo soy yo.

Aparecí, tomé forma, y me vi atraída por esa chispa, por esa luz. Alcancé esa fuente de vida, y me vi en un hermoso paisaje de playa: con la espuma de las olas besándome los pies, el olor a salitre penetrando en mi nariz, y la cálida brisa marina acariciando mi piel y jugando con mi pelo negro azabache.

No sé cuánto tiempo permanecí ahí, disfrutando del momento, pero debió de ser bastante. Tan absorta estaba en descubrir todas esas sensaciones, que no noté esa presencia detrás mío hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para tocarme; me agarró de la mano, y sobresaltada me giré por lo inesperado del contacto. Pero no pude ver quién me cogió, pues al girarme, regresé a la nada.

Lloré amargamente sin lágrimas ni ojos  mientras me sumergía de nuevo en aquella espesura antes acogedora, ahora fría y sin sensación de llamarla "Hogar", aunque a ella le perteneciese. Haber experimentado aquello tan dulce y grato, haber existido por tan fugaz periodo de tiempo, para después serme negado tan rápidamente, fue muy doloroso para mi. Me sumergí de nuevo en ese negro vacío con tristeza, y medio asimilando otra vez ese olvido, ese no ser.

Ignoro el tiempo que permanecí allí, pero nuevamente, la chispa vino a buscarme; volvía a ser, volvía a existir. Esta vez, la luz me llevó a un bosque donde la luz del sol se filtraba entre las hojas de frondosos árboles, los pájaros trinaban, y un hermoso canto a la vida se podía sentir incluso a través de la piel. Entrecerré los ojos, y dejé que mi cuerpo se moviese al compás de aquella canción sin música; me dejé llevar por esa dicha calma, por esa paz armoniosa, y me permití sonreír mientras mi cuerpo giraba una y otra vez. Esta vez el oído sí me advirtió de esa presencia, y aunque embriagada por todas aquellas sensaciones que me invadían, sí acerté a abrir poco a poco los ojos para ver quién se acercaba. Otra persona, otro ser... pero distinto a mí; con cabello más corto en la cabeza, pero sombra del mismo en su tez, con un cuerpo algo más tosco que el mío, pero una chispa de vida y alegría en su mirada... de hecho, reconocí esa chispa como aquella misma que me había traído de vuelta de aquel desierto llamado "Nada". Sonrió al verme, y se acercó despacio, como con miedo a mí. Ya le tenía a escasos metros, y la distancia que nos separaba se iba acortando cada vez más. Faltaba ya poco, se acercaba tímidamente, iba a cogerme de la mano y...

La nada volvió a reclamarme. Aunque en mi interior sabía que esto podría volver a sucederme, no por ello era menos doloroso. Odié profundamente y con todo mi ser a esa otra persona; asocié su contacto a mi retorno al no ser, al no existir, al olvido... ¡Un momento! ¿He dicho olvido? Si es así, ¿cómo es que recuerdo tan vívidamente todo lo ocurrido antes de ser reclamada por la nada? Algo aquí no termina de encajar ni cuadrarme: ¿Cómo podía ser él el causante de mi desaparición, si en sus ojos brillaba la misma chispa que me había hecho aparecer y existir? Ahora que lo pienso detenidamente, vi cómo su rostro se entristecía cuando me desvanecía en la no-existencia. No, en el tiempo que estuve ahí, flotando en la oscuridad, llegué a la conclusión que él no podía ser el culpable de mi retorno a este frío y oscuro vacío. Es más, empiezo a tener la firme convicción que si no he desaparecido del todo, si no he quedado relegada al olvido y soy capaz de recordar y razonar todo esto, es por él y su maravillosa chispa.

Cuando esa luz volvió, yo ya llevaba un rato esperándola; aunque no era la primera vez que la veía, me alborocé como una chiquilla cuando ésta vino a mí. No queriendo perder el tiempo, me abalancé a la carrera hacia la misma, y la atravesé sin contemplaciones. Ignoré el paisaje que me rodeaba, pues estaba ansiosa por buscar al dueño de la chispa, al dueño de esa luz que me había dado la vida, la existencia, el pensamiento, el sentir.... TODO. No recuerdo cuánto tiempo llevaba corriendo, pero al final di con él. Debía tener sentimientos similares, pues también corría en mi dirección; en su rostro alegría, en sus ojos emoción y esa chispa que tan bien conocía y empezaba a incluso venerar. Nos fundimos en un abrazo, y enterré mi cara en su pecho extasiada de felicidad, mientras sus brazos me rodeaban con fuerza, como con miedo a que me escapase. Permanecimos así en silencio durante largo rato, hasta que nuevamente, volvía a mi destierro en el negro desierto del no ser, del no existir..

Durante ese tiempo lloraba en silencio de nuevo, pero en esta ocasión no de rabia, si no de añoranza. Me había sentido plena por primera vez en mi corta existencia, y esa felicidad, esa dicha, se había esfumado. Ansiaba que la chispa volviera, pero a la vez, el temor que esta no volviera nunca más empezó a anidar en mi interior.

Pero mis temores desaparecieron, la chispa volvió nuevamente. Alborozada, corrí de nuevo hacia la luz, y esta vez, allí estaba él esperándome, con una expresión de felicidad, que no sabría expresar con palabras. Sin apenas hablar, disfrutábamos de nuestra mutua compañía, paseábamos (o corríamos, o nadábamos, o jugábamos) en los distintos escenarios en los que nos íbamos encontrando. Una vez, incluso me pidió que cantase; con timidez, pero a la vez feliz de poder complacerle, empecé a tararear una canción sin letra que hizo que se quedara absorto, y eso me inundó de un torrente de felicidad por dentro imposible de describir. Aún así, la nada volvía a reclamarme siempre; y aunque veía la tristeza dibujarse en su cara cada vez que yo me desvanecía, yo le sonreía para infundirle fuerzas, pues sabía que nos íbamos a volver a ver.

En este tiempo, aprendí a medir el tiempo, esos ratos compartidos, y las horas que pasaba dentro de la nada. Entre ese conocimiento, y lo que iba sabiendo de lo que vivíamos juntos, ya he llegado a una conclusión, y sé lo que está pasando:

Yo en realidad no existo, y en efecto, a la nada pertenezco. En realidad, soy el fruto del sueño del dueño de la chispa, y a él debo mi existencia. ¿Y cómo es esto? Porque en realidad el sí que existe, y cuando yo tomo forma, cuando cobro vida, es porque él me sueña. Sí, en realidad soy fruto de su mente cuando está dormido. Empecé siendo un tímido sueño, un anhelo de su corazón que fue tomando forma dentro de ese mundo idílico con el que sueña; pero mi presencia se ancló con tanta fuerza en su interior, que todas las noches me devuelve a mi existencia completa, y pasamos juntos esas horas. La nada me reclama cuando se va a despertar, y yo no dejo de existir del todo porque durante el día él me recuerda y me piensa, y por eso yo no muero, ni me disuelvo en la nada, ni me pierdo en el olvido.

Sí, puede sonar muy triste que yo en su realidad tangible, en el aquí y ahora de los hechos, no sea más que una fantasía, pero... ¡Le amo! Lo siento, no puedo remediarlo; le amo profundamente, y no sólo porque a él le deba mi vida, si no porque lo siento, y además soy correspondida. ¡Ojalá pudiera explicarlo mejor! Aunque, ahora que lo pienso... me ha dado el existir, me ha dado forma, conciencia, me ha dado parajes maravillosos en los que gozar de su compañía y de él... pero hay algo que aún no me ha dado.

Sé por experiencia por dónde viene la chispa, y además, incluso tengo situado el momento en que va a aparecer. Esta vez quiero intentar algo arriesgado, pero es porque quiero sorprenderle. Sé que puede salirme mal, pero él mismo me ha dicho en más de una ocasión: "El que nada arriesga, nada gana", y quiero ganar. A pocos minutos de la hora indicada, me sitúo en el mismo espacio donde la chispa aparece para reclamarme todos los días; noto que el aire se carga a mi alrededor, que la vista de mi alrededor se comba; "Así que es esto lo que sucede en el epicentro de la chispa" pienso para mis adentros. Noto un leve tironcito, y es el momento que aprovecho para saltar con todas mis fuerzas.

Me veo flotando en una habitación a oscuras. Es muy sencilla, y justo debajo de mí, en la cama, veo a mi amor dormido. Le miro extasiada; es la primera vez que soy yo la que pasa a este lado, y veo que se agita un poco inquieto bajo las sábanas y que mueve la cabeza. Comprendo lo que sucede: ha ido a mi encuentro y no me ve. Me las ingenio para descender despacito, hasta que nos separan escasos centímetros. Soplo suavemente sobre su rostro, y él entreabre los ojos. Sonríe con una mezcla de felicidad y alivio cuando me ve y me reconoce ahí, donde jamás esperaba encontrarme. Me armo de valor para hacerle la pregunta:

"¿Cómo me llamo?"

Él sonríe feliz, y en un susurro me da la respuesta que pido.

"Oniris"

(Nota: El nombre de Oniris lleva rondándome la cabeza cerca de un año, viene derivado de la palabra "Onírico", relativa a los sueños; y es de ahí de donde viene la inspiración para esta pequeña historia)