On the road 01: tímido

Nuestra protagonista toma emprende su camino iniciático junto con Pablo, su amigo.

Puede decirse que sucedió de una manera natural, aunque para Ricky fuera la conclusión lógica de años de inadaptación y lo hubiera preparado al milímetro. Tenían dieciséis y esa necesidad de comprenderse. Aprendían cada día cosas nuevas. Las escuchaban en el insti, en los bares; las veían en los vídeos de Internet. Para él, cada descubrimiento conducía a la evidencia, y Pablo, por lógica, tendría que ser el primero en saberlo.

Habían sido siempre raros. Eran estudiosos, inquietos. Tenían una necesidad de descubrir por encima de los demás chicos de su edad, de todas sus edades, por que sucedía en cada una de ellas. Terminaron aislados en su amistad. No había otra solución razonable. Habían establecido una relación estrecha, una simbiosis en que cada uno aportaba al otro cada nuevo descubrimiento. Se enriquecían, y podían permitirse permanecer al margen de la pequeña sociedad escolar que reproducía al milímetro cada pequeño vicio, cada mínima maldad de las sociedades adultas. No los necesitaban.

Probablemente por ello, el mismo viernes, cuando llegaron al chalé de la sierra que la mamá de Ricky había conseguido mantener durante la durísima pelea por los bienes a que dio lugar su divorcio, y apenas se habían dado un baño en la piscina salada y reposaban al sol, sobre las toallas tiradas sobre el césped, solos y desnudos, sin siquiera llegar a dejar los equipajes en las habitaciones, sus palabras sonaron naturales y evidentes, y no parecieron causar la menor sorpresa en su amigo.

  • ¿Sabes?

  • ¿Sí?

  • Creo que soy homosexual.

  • Yo también.

  • ¿Tú?

  • No. Yo también lo creo, creo que lo eres. Yo… Yo no lo sé. No lo he decidido.

  • ¿Tú crees que se decide?

  • No, no es que no haya decidido serlo. No he decidido si lo soy.

  • Ya.

  • ¿Y qué haces para ser homosexual? ¿Cómo es?

  • No es hacer. Es… ¿A tí te gustan las chicas, no?

  • Sí.

  • Y cuando ves chicas guapas… Te excitas y se te pone dura ¿No? Como que tienes ganas de…

  • Sí.

  • A mí me pasa con los chicos.

  • ¿Conmigo?

Ricky miró el cuerpo atlético de su amigo. Había temido esa pregunta. Observó su piel morena, su rostro de ojos grandes, labios gruesos y rasgos latinos, curvos y elegantes, tremendamente sensuales. La respuesta a la pregunta resultó evidente casi al instante, así que obvió pronunciarla.

  • A veces me visto de mujer.

  • ¿De verdad?

  • ¿Quieres verlo?

Ricky rebuscó en los bolsillos de su pantalón, tirado sobre la hierba, hasta encontrar las llaves, y entraron en la casa corriendo, como jugando. En el dormitorio de su madre, abrió la enorme persiana del ventanal que, desde el suelo al techo, cubría la totalidad de la pared que miraba al jardín dando acceso a la piscina. Empezaba a atardecer. Deslizó la puerta corredera del módulo derecho del enorme armario que cubría la pared opuesta y comenzó a abrir cajones. Pablo se sentó en el borde de la cama observándolo muy serio. La escena le causaba cierta excitación que no acertaba a definir y, sin embargo, parecía absorberle sin dejarle ocasión de analizarla en busca de explicación.

Ricky empezó por buscar unas medias y un liguero blancos, que se puso con una cierta urgencia que le hizo resultar más divertido que sensual. A cada paso se volvía para mirarse al espejo y, cuando los tuvo colocados, pareció comprender que debía adoptar una actitud menos acuciada, más serena. Sus movimientos se volvieron entonces más lentos, más elegantes. Dejó que su espalda formara un arco elegante, de cierta sensualidad. Rebuscó en los cajones hasta encontrar las braguitas que le pareció que hacían juego con el conjunto y se las colocó por encima de las gomas del liguero. Se detuvo a contemplarse. Su pollita, erecta hasta la rigidez, como cada vez que había jugado a eso, levantaba un poco la tela. No mucho. La tenía pequeñita. De repente, se sintió inseguro. No se atrevía a mirar a Pablo, y decidió hablar con su imagen reflejada en el espejo.

  • ¿Te… te gusto?

Pablo permanecía mudo. Estaba paralizado. Vestido de aquella manera, el cuerpo de su amigo parecía por fin coherente. Observó sus piernas largas, su piel pálida y lampiña, la elegancia de su figura delgada, la melena rubia rizada que le caía sobre los hombros, la longitud extrema de sus piernas, la delicada curva del culito que, entre las medias y el liguero, enmarcado, parecía de mármol.

  • Espera, no te muevas.

Entró en el baño a través de la puerta que, junto al armario, le daba acceso camuflada tras un espejo que hacía que pareciera parte de aquel. Rebuscó en los cajones bajo el lavabo desorganizándolo todo con las manos temblorosas. Seleccionó lo que quería y, consiguiendo dominarse, se maquilló lo mejor que pudo.

  • ¿Te gusto?

Pablo permanecía inmóvil en el mismo sitio donde lo había dejado. Miraba embobado la imagen que había atravesado la puerta de regreso ante sus ojos. Su polla manifestaba con toda claridad la impresión que le causaba conformando una erección fastuosa que no se sintió obligado a disimular.

  • Pero oye… yo… yo no…

Se sintió intimidado al ver a su amigo arrodillarse frente a él. Algún freno pareció activarse en su interior, una alerta.

  • No, no lo eres, por que yo soy una chica.

  • Pero…

  • Llámame Claudia.

Gimió al sentir el calor de su boca envolviendo el capullo descubierto en que terminaba su polla gruesa, curvada en arco. Su cabeza se movía girando algunos grados en cada dirección en torno al eje que focalizaba aquella materialización del placer como nunca había sentido. Le temblaban las piernas. La succión, quizás un poco torpe, precipitada por aquella urgencia nueva, que “Claudia” le aplicaba, al tiempo que su mano acariciaba el tronco bajo sus labios, y sus pelotas, le llevaba al paroxismo. Se dejó caer hacia adelante, encerrando la cabeza de su amigo entre sus muslos y su pecho. Acariciaba nerviosamente su cuerpo delgado y musculoso dejándose llevar por el placer.

  • Me voy… me voy… ¡¡¡Ahhhhhhhhhh!!!

Claudia se había armado de valor para inclinarse ante su amigo. De algún modo, aquello era nuevo para ambos, y alguien tendría que decidirse. El contacto con otro constituía una novedad. Admiró las dimensiones y la firmeza de la polla de su amigo, y se lanzó hacia ella. Sentir en la boca su latido le causaba una excitación confusa, obsesiva e intensa. La mamó con un ansia que solo la urgencia de la edad podría explicar. Cuando notó que parecía inflamarse más, y que su pubis se tensaba, como si tomara impulso, supo que iba a correrse y lo deseó. Su pequeña pollita de nena inacabada manaba empapando las braguitas de mamá.

  • Me voy… me voy… ¡¡¡Ahhhhhhhhhh!!!

Se vio sorprendida por la asombrosa profusión de la primera descarga, que pareció reventar en su boca como el estallido de un volcán. Presa de aquel ansia que parecía dominarla por completo, tragó cuanto pudo, dejando escapar el resto entre los labios. Pablo sujetaba con fuerza su cabeza y su polla se clavaba en su garganta causándole un ahogo dulce que contribuía a acentuar aquel mareo, aquella fiebre. No paraba de escupir, de verter el caudal inagotable de esperma tibia, de textura sedosa, que atravesaba su garganta. La tragaba como con ansia.

Cuando cesó, persistió en su caricia. Ni Pablo parecía haberse saciado, ni ella lo había hecho en absoluto. Exploró los efectos de cada caricia que había visto en vídeo. Jugó a tragársela entera, a recorrerla con la lengua, con los labios como a besos húmedos; a tragarse las pelotas que colgaban bajo el grueso tronco erecto. Cuando no soportó más aquella tensión, se despojó de las braguitas dejándolas en el suelo, sobre la alfombrilla de noche. Incorporándose, de pie frente a él, que permanecía tumbado sobre el colchón, mirándole como hipnotizado.

  • Fóllame.

Pablo asintió en silencio y contemplo su imagen, como en sueños, arrodillándose sobre él, guiando con su mano la polla congestionada hasta la entrada de su culito pálido y delgado, descendiendo lentamente sobre ella, haciéndose penetrar por ella. Ricky, Claudia, había jugado en casa a introducirse diversos objetos. La humedad de su saliva fue suficiente para conseguir una penetración sin dolor. Se condujo con precaución, con movimientos lentos, hasta sentir que la tenía entera dentro. Parecía presionar en el centro mismo del placer. Comenzó un movimiento cadencioso, lento y paciente, que presionaba la polla de su amigo y la envolvía en calor haciéndole gemir y jadear. La suya, diminuta, se tensaba al máximo cada vez que lograba una vez más clavársela entera. Manaba un reguerito fluido y continuo de una babita incolora que resbalaba sobre su pubis lampiño entre los muslos hasta depositarse en el pubis de Pablo.

  • Ayúdame…

Condujo su mano hasta alcanzarla y, automáticamente, la cerró en torno suyo. Resbalaba entre sus dedos causándole un calambre dulce que la deshacía sumándose al cada vez más frecuente estallido de placer que le causaba la presión en su interior cuando se la clavaba entera. Se dejó caer sobre su pecho y le buscó los labios, que se entreabrieron, y jugaron a entrelazarse las lenguas, a beberse las salivas, a mordérselos. Su pollita palpitaba resbalando entre sus vientres al ritmo de la danza que interpretaba para él. La abrazaba. Sus manos le recorrían la espalda. Se sintió ir.

  • ¡Así…! ¡Así…! ¡Asíiiiiiii…!

Comenzó a correrse en un flujo manso, casi continuo, que se extendía sobre el vientre de Pablo, que estalló en el interior de su culito al sentir su calor. Gimoteaba temblando, caída sobre él, estremeciéndose en una sucesión suave de espasmos mansos, cómo un trémulo golpear apenas sin impacto, suave cómo ella era. Le gemía en la boca sin apenas hacer ruido, tan solo ofreciéndole su aire al respirar.

  • Oye…

  • Dime…

  • Yo no soy marica.

  • Claro que no, cariño. Tampoco yo…

Claudia sujetó su cabeza con fuerza. Su pollita entera cabía en la boca de Pablo. Sintió un temblor, un calambre delicioso, y se dejo ir como en sueños. Con esa impresión difusa, entre el sueño y la realidad, de correrse, sintió un placer intenso viendo desenfocada la imagen de su polla negra y gruesa cabeceando bajo él mientras bebía su placer negándolo.